El
renovado funeral de las víctimas/Joseba Arregi fue consejero del Gobierno vasco y es ensayista.
El
Mundo | 9 de marzo de 2016.
Para
las víctimas nunca hay tiempos buenos. Podrían llegar esos tiempos si se les
dieran garantías de que el futuro político de la sociedad en la que viven no se
asentará sobre algo parecido al proyecto que sirvió para asesinar a sus
familiares. Mientras tanto casi todo lo que sucede se les vuelve en contra, o
al menos sólo sirve para profundizar su tristeza.
En
una civilización que ha hecho de la absolutización del presente y en ese
presente todo lo ha convertido en espectáculo, poco o nada tienen que ofrecer,
al parecer, las víctimas. A la sociedad actual le sucede algo parecido a los
enfermos de Alzheimer en los comienzos de su enfermedad: pueden recordar con
detalle sucesos de los tiempos en los que eran niños o jóvenes, pero no pueden
recordar lo que acaba de sucederles, quién les acaba de visitar. En los medios
merecen más espacio las noticias relacionadas con el cumplimiento o
incumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, el quita y pon de nombres de
calles por causa del franquismo, la recuperación de restos de ‘gudaris’ muertos
en la Guerra Civil y otras cosas, que el trabajo de memoria relacionada con lo
que supuso la historia de terror de ETA.
En
relación a esa historia, ‘vende’ más en los medios el encuentro entre víctimas
y verdugos ‘arrepentidos’ que la pregunta acerca del significado político de
las víctimas asesinadas. Lo que tenga que ver con la manifestación de
sentimientos, sean sinceros o artificiales, ‘vende’ más que el recuerdo de los
crímenes no esclarecidos ni presentados ante la Justicia, dando paso a la
impunidad de demasiados asesinatos. Una historia de terror como la de ETA, con
todo el dolor y el sufrimiento, la presión de las amenazas y el miedo que ha
conllevado, con el comportamiento cobarde de buena parte de la sociedad vasca, con
la tentación de líderes políticos de jugar a pacificadores soñando con el
premio de pasar a la historia como tales, coadyuvando así a la esperanza de ETA
de que habría una solución negociada, esperanza que ha sustentado la
prolongación de su historia de terror, no se presta a la necesidad de
espectáculo de la sociedad actual, no se presta a sentimentalismos fáciles, no
se presta a la frivolidad en la que estamos asentados, no se presta a la
necesidad de crear héroes que no duran ni los segundos que se necesitan para
proclamarlos. Pero sí sirven para enterrar todavía más profundamente a las
víctimas asesinadas de ETA y a los que sufrieron atentado mortal en intención.
La
celebrada salida de prisión de Otegi y todas sus manifestaciones no sirven para
reforzar la memoria, la dignidad y la verdad debidas a los asesinados por ETA.
Sólo sirve a la sociedad del espectáculo, a la necesidad mediática de héroes y
escándalos. Sólo sirve para celebrar palabras que no dicen lo que se les quiere
hacer decir, y sirve para hermenéuticas baratas por parte de infinidad de
analistas que se han olvidado de la historia de terror y sufrimiento.
Otegi,
el llamado ‘hombre de paz’ por algunos políticos de muy alta responsabilidad
institucional, dice ahora que ETA tenía que haber terminado antes. Lo que no
dice es que lo que temían ellos, los de Herri Batasuna y sus distintas marcas,
era que el fin de ETA se llevara por delante el proyecto político común a ETA y
su brazo político, por el que era lícito y legítimo matar, e incluso debido al
pueblo vasco que había que rescatar de las garras de España; el proyecto
político que había que construir aunque fuera contra muchos vascos, el paraíso
al que había que llegar sembrando de muertos asesinados las calles vascas y
españolas.
No
vamos a escuchar, probablemente, a Otegi decir que la historia de terror de ETA
estuvo mal, que fue un error, que ha sido una historia ilegítima, que no había
razón alguna para asesinar como lo hicieron y lo justificaron, unos y otros,
otros que eran unos o como los unos, en concreto él. Aunque parezca que es un
paso de gigante, reconocer el daño causado puede no querer decir nada más que
constatar que ha habido muertos y, por lo tanto, dolor. Pero ni siquiera
constata que esos muertos fueron asesinados, y que en cada asesinado se mató la
libertad, la libertad de conciencia, la libertad de identidad, la libertad de
sentimiento de pertenencia, se mató al Estado de Derecho, que es la posibilidad
y la garantía de poder vivir en libertad siendo diferentes, estando limitada
esa libertad por las reglas comunes de convivencia.
Mientras
debatimos si podrá o no presentarse como candidato a ‘lehendakari’ de Euskadi
por el partido político Sortu -porque la Justicia ha dejado a medio hacer su
trabajo- no hay espacio para que alguien se pregunte qué significa que un
miembro de ETA, alguien que construyó la historia de terror de ETA, alguien que
desde el brazo político de ETA legitimó sus asesinatos, quiera ahora construir
el mismo proyecto que sirvió para matar desde la presidencia del Gobierno
vasco. El mismo proyecto -repito-, aunque diga que lo va a hacer renunciando a
la violencia porque así lo requiere el momento, la táctica, pero no el
reconocimiento del Estado de Derecho.
Las
víctimas asesinadas no pueden hablar ni gritar. Y ahora se escucha más, por no
decir solo, a los que parece que lo único que les interesa es decir que Otegi
ha sido preso político por defender unas ideas, es decir, por defender un
proyecto político cuya materialización incluía el asesinato para poner de manifiesto
que no todos los vascos tenían lugar en esa Euskadi a construir, en esa nación
a hacer realidad, porque el lugar adecuado de esa gente excluida sólo puede ser
el cementerio, bajo tierra, nunca de pie sobre la tierra vasca. Y quienes dicen
que Otegi es un ‘hombre de paz’ y que ha sido un preso político son proclamados
como representantes de la juventud indignada, de lo nuevo en la política
española.
No
‘vende’ la pregunta de cómo afectará a las víctimas familiares escuchar estas
frases, ensalzar a quienes las pronuncian, hacer de ellos héroes de la nueva
hora política en España. No ‘vende’ preguntarse cómo afectará a las víctimas
familiares la posibilidad de que un ex miembro de ETA, un secuestrador, un
legitimador de la historia de terror de ETA, un líder del brazo político de ETA
que ha legitimado durante años el terror de ETA y cada uno de sus asesinatos,
pueda ser presidente de Euskadi o, al menos, pretenda serlo porque no lo impide
ni la Justicia ni un acuerdo implícito o explícito del resto de fuerzas
políticas de que algo así no sucederá jamás.
Interesa
mucho más saber si se va a poder presentar o no, las consecuencias, positivas,
que ello podrá acarrear a una izquierda nacionalista radical en horas bajas, si
servirá para frenar la vía de agua que ha supuesto la entrada de Podemos en la
escena política vasca -ese partido cuyo líder máximo recuerda al PSOE la cal
viva de los GAL, pero nunca recuerda a los parlamentarios de Bildu los
asesinados por ETA-.
El
tópico de que los muertos se quedan solos, muy solos, encierra una gran verdad.
Más si cabe si los muertos son asesinados en nombre de un ideal político. Y
solos se quedan también con su dolor las víctimas familiares, especialmente,
cuando tienen que presenciar que actores de esa historia de terror que les
incluye a la fuerza como víctimas pueden, quieren y quizá vayan a presidir los
designios políticos de la comunidad en la que viven los que no tuvieron que
trasladarse fuera de ella. Solos los muertos asesinados, y solas las víctimas,
mientras los demás se dedican, nos dedicamos a pasar página, a cerrar el
capítulo, a mirar hacia delante, a mirar al futuro, a buscar la reconciliación
-¿de quién con quién?-, a buscar bajo las piedras de la historia otros muertos
que puedan edulcorar y medio legitimar los asesinatos de ETA, para que los
verdugos no estén solos en su culpa, sino acompañados por otros muchos que
también fueron culpables y quizá sirven para legitimar lo que hizo ETA o, al
menos, para que surja la duda, la pregunta, la apariencia de que esa
legitimación existe, existió.
Pero
con los asesinados por ETA puede haber quedado enterrada la libertad que ETA
quiso asesinar en cada uno de ellos. Y todos nos quedaremos sin esa libertad
por la que no queremos ni siquiera librar la batalla de la memoria.
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