25 dic 2006

Reacciones sobre el texto de Castañeda


Réplica de Jorge Martínez Ramos a Jorge G. Castañeda por el artículo

"Cuba en Chiapas, 20/12/2006, en Reforma.


Castañeda miente

Señor Director:


Me refiero a la columna que Jorge Castañeda escribió el pasado miércoles 20 de los corrientes, "Cuba en Chiapas", en la cual hace distintas especulaciones y afirmaciones sobre mi padre Jorge M. Rosillo, mis hermanos y un servidor, para expresar lo siguiente:

Mi padre efectivamente lo conoció y tuvo razones para introducirlo con distintas personalidades cubanas cuando trabajaba en su libro sobre la vida del Che. Se le abrieron las puertas y se le brindó confianza.


Como es un traidor recurrente, respondió pateando esas puertas; defraudando la confianza de personas que actuaron de buena fe; mintiendo, tergiversando la realidad de distintas maneras y provocando que Rosillo se avergonzara de haberlo introducido en Cuba por el agravio involuntario contra sus amigos.

No tengo ninguna duda sobre la amargura que este episodio le representó a mi padre. Aquel hombre que de nada se arrepentía, de esto, se arrepintió.

En cuanto a los oficios de los que habla el traidor, son apócrifos. Si pensamos en las formas de su "lance", este sólo puede explicarse como un trabajo sucio hecho para su patrón en turno con un extraño interés todavía desconocido.


La pregunta es: ¿Para quién está trabajando?

Una historia construida sobre hipótesis falsas o no comprobables, es falsa o deliberadamente inducida para demostrar presuntos hechos con fines inconfesables.


El resto de la columna no me merece ningún comentario viniendo de un mercenario que, como es evidente, nunca fue amigo de mi padre.

Por lo demás, mis hermanos y yo estamos profundamente orgullosos de un hombre que fue muy amigo de sus amigos, y que enarboló con absoluta convicción las mejores causas en México, en muchos países latinoamericanos, y aun en África.

Cualquiera que lo haya conocido un poco sabe de su visión de Estado, de su manera de conducirse y de su capacidad para sobreponerse a las adversidades.

No necesita mi padre, ni muerto, defensa contra la pequeñez ignominiosa de la envidia y la megalomanía de Castañeda.

Él miente, y sabe que miente.

Atentamente,

Jorge Martínez Ramos


Por cierto, sobre los mismo hay dos comentarios en Milenio Diario sobre el Guero Castañeda y Bernardo Gómez.


Columna Trascendió de Milenio Diario, 22/12/2006, comenta:


Que muy duras fueron las palabras expresadas ayer en la tarde en Radio Fórmula por Jorge Castañeda, a propósito de una historia que involucra a Manuel Camacho, el EZLN y el gobierno cubano, y en donde aparece marginalmente Bernardo Gómez, vicepresidente de Televisa.


Dijo el ex canciller: “Efectivamente, yo quisiera hacer leña del árbol caído. Me encantaría pegarle con todo lo que pueda pegarle a Bernardo Gómez, porque, a mi entender, él me quitó del aire en el 2004 y no pude volver a aparecer en Televisa en noticieros ni en programas de mediano rating, desde entonces. Y por lo tanto, yo sí quisiera golpear cuando pueda. Lo he dicho muchas veces”.


¡Orale!


Trascendió; 25/12/2006, dice:


Que Jorge G. Castañeda reconoce que sí desayunó en el Ritz Carlton de Miami con el presidente de Televisa, Emilio Azcárraga Jean, pero dice que las cosas no ocurrieron como las contó Joaquín López-Dóriga el viernes en su programa de radio.

López-Dóriga afirmó que en dicho desayuno, el ex canciller trató de chantajear y terminó amenazando a Azcárraga Jean, si no se le condonaba una deuda y se le daba tiempo en pantalla.


Pero Castañeda asegura que ya se había reunido con Azcárraga Jean en Nueva York para tratar el asunto de la deuda con Televisa, lo que molestó al vicepresidente de la televisora, Bernardo Gómez.

En el desayuno con Azcárraga Jean, celebrado el 9 de julio, día en que Italia y Francia jugaban la final del Mundial, pasaron juntos un par de horas que, según el ex canciller, fueron muy cordiales. Además de sus diferencias hablaron de futbol, las elecciones y las dificultades para que regresara a la “pantalla de alto rating en el corto plazo”.

Castañeda afirma que, incluso, Azcárraga Jean le dio un aventón a casa de un amigo y que se despidieron con un afectuoso abrazo. Y que siguió en contacto con él y con otro vicepresidente de Televisa, Alfonso de Angoitia, y que con ambos sostiene una excelente relación.

Y en la colaboración de este domingo en El Universal, Manuel Camacho Solís, no contesto a la "provocación" del Guero:
Escribió.

La necesaria introspección en los políticos/ Manuel Camacho Solís
El Universal 25/12/2006);
A los seres humanos se nos dificulta mirar hacia adentro. Hacer un balance sobre los hechos o estados de ánimo y conciencia. Nos disgusta la autocrítica. Nos aferramos a las interpretaciones de los hechos que nos acomodan y solemos rechazar con furor los argumentos de quienes tienen una idea diferente, hasta el grado de alejarlos de nuestro alcance.
Si eso sucede en la vida cotidiana, en la política ocurre lo mismo, sólo que de manera exagerada. No nos damos cuenta de que, al rechazar la introspección y la autocrítica, estamos perdiendo la herramienta más valiosa para serenar nuestros estados de ánimo y para corregir los errores en el futuro.
La introspección en la política es especialmente difícil. Quien actúa en la política, es parte de un combate permanente. La política es inevitablemente confrontación. Es diálogo, pero también es lucha. Es un duro combate en el cual sólo quienes están construidos con valentía pueden sobrevivir las inevitables frustraciones y la feroz crítica que la acompañan.

La introspección, al final de un año político como el de 2006, es especialmente difícil por el nivel que alcanzó la confrontación y por los riesgos que para las partes significaría modificar sus discursos e interpretaciones de lo ocurrido y del papel que cada cual tuvo en el proceso.
Quienes ganaron, qué estímulo podrían tener para sentarse a reflexionar sobre lo ocurrido. Ellos están en el vértigo de la victoria, en la montaña rusa que acompaña a la Presidencia en México. Se treparon y tienen que resistir hasta el final.
Quienes perdieron tienen la justificación perfecta para no tener que hacer un ejercicio de introspección: la ilegitimidad del proceso. Con esa explicación es suficiente. Se perdió por el abuso y arbitrariedad de los otros, por los actos inmorales cometidos en su contra.
La introspección es incómoda para quienes están en el poder y para quienes están en la oposición. Cada quien seguirá el año que viene con su discurso y su ánimo de combate. Repetirá las mismas decisiones, aunque estén equivocadas y tendrá un pretexto para empecinarse.
Rechazar la introspección es muy cómodo, pero no es lo más juicioso. Para resistir los embates más duros de la política se requiere de tranquilidad interna. La soberbia o el rencor pueden alimentar una lucha larga, pero con un costo interno grande y grados inferiores de efectividad.
Nada da más fuerza a un ser humano que poder mirar la realidad desde una cierta distancia. Nada es más necesario en la política que absorber la adversidad, sin que ésta destruya nuestras esperanzas futuras por el rencor o el sentimiento de impotencia.
Pero si en el terreno de la conciencia, la introspección es un arma poderosa para serenar el alma y fortalecer la voluntad, en el terreno de la política la incapacidad para mirar de manera desprendida y honesta a los hechos, puede ser fatal.
Para quienes perdieron, el gran reto es ir más allá de la denuncia moral. Es mirar con total objetividad los eventos principales que determinaron el resultado, sobre todo en lo que toca a la responsabilidad propia. Ahí estará la clave de su éxito para el futuro, o la explicación de su próximo fracaso.
Para quienes ganaron, la introspección es igualmente necesaria. Se podrá pensar que no: si ya se aprendió cómo ganar para qué detenerse en la contemplación, o para qué corregir. Nada más lejos de la realidad.
Quien está en el poder necesita más que nadie de serenidad y objetividad. El poder mueve a los seres humanos en el sentido contrario: enferma y confunde. Sólo se puede evitar ser dominado por los peores instintos, si vencen la verdad y la generosidad.
Quienes están en el poder le deben al país una respuesta sincera y generosa frente a lo ocurrido en 2006. Eso, siempre y cuando no se haya perdido el ideario democrático que dio justificación a una lucha larga que se propuso quitar el poder a los aparatos para formar una ciudadanía libre. Estos días son apropiados para la introspección. Unos y otros haríamos bien en darnos la oportunidad de descansar y pensar.

Transformar el futuro

  • Transformar el futuro/Martín Ortega Carcelén, investigador en el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea en París
Tomado de EL PAÍS, 21/12/2006);
Durante mucho tiempo, para predecir el futuro se utilizaron los astros, el vuelo de las aves, las cartas del tarot o textos enigmáticos escritos siglos atrás. Hoy el interés por saber qué nos depara el porvenir sigue siendo grande. Pero es inútil utilizar esos métodos.
Si una persona quiere saber si va a vivir mucho o poco, no tira los dados, sino que va al médico, quien dirá que fumar, comer en exceso y beber demasiado alcohol acortan (y empeoran) la vida. Cuando una empresa planea su estrategia, no escudriña una bola de cristal, sino que hace estudios de mercado y cuida la innovación. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, los gobernantes no tienen adivinos a sueldo, sino que encargan estudios a expertos para saber cómo orientar las políticas de su país. En el plano global también disponemos de numerosos informes que, con datos sólidos, indican las direcciones en que se encamina la historia.
Entre esas direcciones, hay buenas y malas noticias. El avance de la ciencia y la tecnología, la expansión de la democracia, el libre comercio y la globalización apuntan a un mundo mejor. Sin embargo, hay otras tendencias preocupantes, entre las que pueden destacarse tres. El uso desenfrenado de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo) junto a la explotación de otros recursos vivos y no vivos de nuestro planeta conducirán a una catástrofe ecológica. Segundo, las tendencias económicas y de población en África y en Europa son inversas. Dentro de unas décadas Europa será un continente más viejo y más rico, mientras que África será paupérrima y superpoblada, con las enormes tensiones migratorias que esos desequilibrios provocan. Por último, teniendo en cuenta que no se aportan medidas internacionales eficaces, la región más inestable del planeta, Oriente Medio, seguirá siendo un semillero de conflictos y exportará inseguridad al resto del mundo.
En efecto, hemos avanzado mucho en el análisis y previsión de las relaciones internacionales. Ahora bien, ¿de qué sirve predecir el futuro si no hacemos lo necesario para evitar los desastres que se anuncian, para hacer el futuro más vivible y humano, para transformarlo?
Lo primero que habría que responder es que el futuro se encuentra en gran medida en nuestras manos. El porvenir no está escrito. El futuro no es un territorio ignoto, con sus montañas, ríos y valles, que está esperando a ser descubierto, como eran las regiones inexploradas del globo hace siglos. Más bien, existen varios futuros posibles. El futuro que llegaremos a conocer será lo que nosotros hagamos de él. Al avanzar, con nuestras acciones, iremos dibujando el paisaje que encontremos.

Para apropiarnos del futuro en la medida de lo posible, debemos apartar los restos de dogmatismo que todavía pueblan nuestro pensamiento. Por ejemplo, en la religión cristiana existen dos maneras de entender el futuro. Según una forma más oscura, el fin de los tiempos llegará con el juicio final, imagen que, tras una larga trayectoria, se ha hecho hoy popular en Estados Unidos. Allí, muchos cristianos pertenecientes a corrientes evangélicas, que se llaman “los olvidados” (left behind), hacen una lectura del Apocalipsis muy en línea con las tradiciones milenaristas. Antes de la segunda parusía, habrá un momento de tribulación y guerra (Armageddón), seguido de un largo reinado de los justos. Hasta decenas de millones de creyentes están convencidos de que los sucesos internacionales actuales, sobre todo los relativos a Estados Unidos y Oriente Medio, constituyen señales claras de las profecías del Apocalipsis. Según esos iluminados, frente a tales evoluciones ineluctables nuestro papel es muy limitado.

Afortunadamente, en la misma religión cristiana se da otra interpretación más moderna y razonable. En el cristianismo se ha impuesto de hecho la idea de libertad, que permite conformar nuestro destino y se convierte en fuente de responsabilidad. Además, la idea de esperanza, que se simboliza con la maravillosa metáfora del nacimiento recurrente de un niño, complementa a la anterior e introduce optimismo.
Sin embargo, esto no debe interpretarse de manera ingenua como la solución definitiva de nuestros problemas. La clave de una actitud más valiente y confiada ante el futuro es rechazar la conclusión ilusoria de que alguien, humano o divino, va a resolver las cuestiones globales más importantes. Sólo nosotros, a través del trabajo y el compromiso ético y político, podemos mejorar la condición humana, detener el deterioro del medio ambiente, la terquedad de la guerra o las terribles desigualdades que asuelan el mundo. Hoy sabemos que un niño, muchos niños que nacen pueden hacer un mundo mejor, pero también que pueden terminar de destruirlo.
Cuando se trata de construir el futuro y no sólo de predecirlo, hay que tener en cuenta igualmente que las contribuciones de los más diversos horizontes son necesarias. Los Estados por sí solos ya no pueden satisfacer las necesidades políticas de los ciudadanos, por lo que es precisa la intervención de otros actores. Desde arriba, la acción de organizaciones internacionales de ámbito universal o regional, como la Unión Europea, complementa a la de los Estados. Desde abajo, en una dirección ascendente, las empresas, organizaciones no gubernamentales, medios de comunicación y, sobre todo, los ciudadanos individuales, tienen también un importante papel a la hora de actuar para conseguir un futuro mejor.

No obstante, es triste constatar que, en el momento actual, esa conjunción de esfuerzos no está dando los frutos deseados, y las principales amenazas sobre nuestro futuro persisten e incluso crecen. Muchos expertos internacionales coinciden en advertir que numerosas señales de alarma están encendidas. El hecho de que el liderazgo global de Estados Unidos, que es aceptado por las demás potencias, no haya sabido identificar los verdaderos retos de nuestro tiempo tiene que ver con esta situación. También la indecisión de la Unión Europea tras el frenazo del proyecto constitucional. A todo esto, el planeta fenece, Oriente Medio arde y la gobernanza global brilla por su ausencia.
En estas circunstancias, el riesgo es que, de los diversos futuros hoy posibles, en lugar de crear uno a nuestra medida, tengamos que sufrir lo que venga, un futuro residual resultado de nuestro conformismo. En lugar de transformar el futuro, soportarlo.

Rastreando el fracaso

El gobierno de EE UU debe cooperar con Canadá y México para rastrear la salida de extranjeros en lugar de gastar dinero en programas piloto destinados al fracaso, indicó el editorial -25/12/2006- del diario The Washington Post: Rastreando el fracaso. (Tracking Failure Another 10 years of border insecurity?)

El Departamento de Seguridad Interna (DHS) "debe proponer maneras de resolver sus problemas logísticos en puntos fronterizos, que podría significar esfuerzos conjuntos con las autoridades de Canadá y México", señaló.

El programa US Visit, establecido por el DHS tras los atentados del 11-S, rastrea a los que ingresan al país pero no a los que salen, debido en parte para evitar elevados costos y la conglomeración de vehículos en los cruces fronterizos, sobretodo con México.
El secretario Michael Chertoff, ha indicado mientras analiza una nueva tecnología para colectar información biométrica para evitar las largas colas, centrará esfuerzos en el rastreo de los extranjeros que salen de los aeropuertos. Esas medidas permitirían que autoridades federales reúnan datos de la mayoría de extranjeros que no son mexicanos ni canadienses, pero la lista sería incompleta porque no podrían rastrear a quienes dejaron expirar sus visas o salieron por puntos terrestres, dijo el diario.

Recordó que muchos de los autores de los atentados de 2001 residían en EE UU aún después del vencimiento de sus visas, lo cual puede ser "una verdadera señal de peligro".

Presionado por un informe reciente de la Oficina de Auditoría del Gobierno (GAO) que dijo que un sistema efectivo de rastreo podría surgir en cinco a 10 años, "el DHS estaría tentado a calmar en forma temporal a los críticos con soluciones a medias", señaló el rotativo. Chertoff "debe vencer esas presiones", indicó el diario en su editorial titulado "Rastreando el fracaso", al señalar que el DHS tiene previsto presentar en enero un plan al respecto al Congreso, "con un año y medio de retraso".
Por otro lado, en un editorial del sábado 24, el diario The New York Times, criticó a la administración del presidente George W. Bush por haber abandonado esfuerzos para monitorear la salida de extranjeros del país debido a los elevados costos. "Esta administración nos continúa recordando sobre los elevados costos que todos debemos pagar por la seguridad del territorio, pero siempre palidece cuando llegan las facturas". El periódico publicó hace dos semanas un artículo que indicó que el DHS tenía previsto rastrear salidas en 50 cruces fronterizos para este diciembre, pero desistió de ese plazo por los elevados costos en tiempo perdido y largas filas.

El editorial:
Tracking FailureAnother 10 years of border insecurity?

The Washington Post, Monday, December 25, 2006; A28
SINCE 1996, Congress has passed a series of laws requiring federal border security officials to collect information on foreign nationals leaving the United States. The goal: to match it with data gathered when those nationals entered the country, creating a database listing all of the non-resident aliens -- minus most Canadians, who are exempt from the program -- in the country at any one time, including information on how long they have been cleared to stay and when they must leave.
If compiled correctly, proponents argue, a searchable pool of border crossing data would do more than just assist in catching a few small-time violators of immigration law. Many of the Sept. 11 hijackers resided in the United States past their visa expiration dates. As one element in an effort for potential terrorists, overstaying a visa can be a real warning sign.
The Department of Homeland Security's two-year-old US-VISIT program reliably tracks only those who enter the country, not those who exit. American border officials take photographs of and gather fingerprints from non-resident aliens entering at land border posts, airports and seaports while those exiting breeze past border guards on the way out.
Now Homeland Security Secretary Michael Chertoff says that his department will focus on tracking airport exit traffic, neglecting land border crossings until new technology makes it feasible to collect biometric information without backing up traffic for miles in Detroit, San Diego and other busy border posts. A recent Government Accountability Office report estimates that will take another five to 10 years. Mr. Chertoff argues that targeting airports in the meantime will allow Homeland Security to gather exit data from most of the non-Canadian and non-Mexican foreign nationals exiting the United States, which is better than not gathering any information at all.
But if the database is significantly incomplete, it's of little use. Homeland Security officials will not be able to rely on it to tell them if a foreign national flew in and never left or if he merely drove out without border officers taking note. If Congress and others are right that reliably tracking the movements of only a few individuals might mean the difference between catching a terrorist on American soil or not, then Homeland Security's logistical shortcomings along the country's borders need fixing, and not 10 years from now.
Homeland Security says it will submit a report - already a year and a half late - to Congress early in the new year detailing its plans for biometric tracking at airports and land border posts. After a critical GAO report and a spate of negative media coverage, the department will be tempted to temporarily quiet critics by embracing inadequate half solutions -- such as its recent, abortive attempt to use radio transmitters akin to E-ZPass embedded in immigration documents to track border crossings. It should resist these pressures. Instead of sinking more money into pilot programs doomed to fail, Homeland Security should propose ways to solve its logistical problems at border posts, which might mean teaming up with the Canadian or Mexican authorities.

Respetar a los creyentes

RESPETAR A LOS CREYENTES, NO LAS CREENCIAS /Timothy Garton Ash, historiador británico, profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford.
EL PAÍS / THE GUARDIAN, 23/12/2006);

Traducción de M.L.Rodríguez Tapia.
El fin de semana pasado estuve cantando un montón de cosas en las que no creo. ¿Creo que, hace unos 2.007 años, un ángel se apareció a una mujer llamada María y le anunció que iba a quedarse embarazada sin haberse acostado con José? No. ¿Creo que el buen rey Wenceslao anduvo por la nieve para llevar “a aquellos campesinos” comida y vino? Probablemente, no. Pero eran palabras hermosas y familiares, la iglesia medieval estaba iluminada por velas, tenía a mi familia conmigo, y me conmoví.

En estos días, cientos de millones de personas, como yo, cantan -a veces con deleite y entusiasmo- unas frases en las que no creen o, en el mejor de los casos, creen sólo a medias. Según un reciente sondeo de opinión de Harris para el Financial Times, en Gran Bretaña, sólo uno de cada tres ciudadanos dice ser “creyente”. En Francia, menos de uno de cada tres; en Italia, menos de dos tercios; sólo en Estados Unidos supera esa cifra las tres cuartas partes. Y sería interesante saber qué proporción de esa minoría de verdaderos creyentes en Gran Bretaña y Francia son, en realidad, musulmanes.
Todo eso ha hecho que me pusiera a pensar -en esta época prolongada de fiestas, con el Día del Bodhi, Hanukkah, Navidades, Eid-ul-Adha, Oshogatsu, el aniversario de Guru Gobind Singh y Makar Sankranti- sobre qué significa decir que respetamos otras religiones en una sociedad multicultural. Me da la impresión de que el mayor problema que muchos europeos post-cristianos o teóricamente cristianos tienen con que haya musulmanes viviendo entre ellos no es que éstos crean en una religión distinta al cristianismo, sino que crean en una religión, punto.

Es algo que desconcierta a la minoría intelectualmente significativa de europeos que son ateos devotos, que creen en las verdades descubiertas por la ciencia y hacen proselitismo. Para ellos, el problema no es ninguna superstición religiosa concreta, sino la superstición en sí. Y también preocupa a ese número mucho mayor de europeos que son vagamente creyentes, de una forma tibia, o más o menos agnósticos, pero que tienen otras prioridades. ¡Ojalá los musulmanes no se tomaran su islam tan en serio! Y muchos europeos añadirían: ¡Ojalá los norteamericanos no se tomaran su cristianismo tan en serio!
No obstante, podemos discutir sobre si el mundo estaría mejor si todos se convencieran de las verdades ateas de la ciencia natural o, al menos, se tomara la religión tan a la ligera como la mayoría de los europeos semicristianos, creyentes a tiempo parcial (yo soy agnóstico sobre esta cuestión). Pero es evidente que sobre esa base no podemos construir una sociedad multicultural en un país libre. Esa postura sería tan intolerante como la de los países mayoritariamente musulmanes en los que no se permiten más confesiones que el islam.
Al contrario, en los países libres es preciso que se permitan todas las religiones; y cada religión debe dejarse cuestionar en sus fundamentos, categóricamente, incluso de manera desaforada y ofensiva, sin temor a represalias. El científico de Oxford Richard Dawkins debe tener la libertad de decir que Dios es un engaño y el teólogo Alistair McGrath, también de Oxford, debe tener la libertad de responder que es Dawkins el engañado; un periodista conservador debe poder escribir que el profeta Mahoma era un pedófilo y un erudito musulmán debe poder llamar a ese periodista islamófobo ignorante. Eso es un país libre: la libertad de culto y la libertad de expresión como dos caras de la misma moneda. Debemos vivir y dejar vivir, una exigencia que no es tan poca cosa como parece, cuando se piensa en las amenazas de muerte contra Salman Rushdie y los caricaturistas daneses. La valla que protege ese espacio son las leyes.

Lo interesante es saber si existe algún tipo de respeto que vaya más allá de este mínimo “vive y deja vivir” protegido por las leyes pero sin convertirse en una pretensión hipócrita de respeto intelectual por las creencias del otro ni en un relativismo sin límites. En mi opinión, sí lo hay. Es más, me atrevo a decir que sé que lo hay, y que casi todos nosotros lo practicamos sin darnos cuenta. Vivimos y trabajamos a diario con individuos que, en el fondo de sus corazones, creen en cosas que a nosotros nos parecen locuras. Si los consideramos buenos socios, amigos y colegas, les respetamos como tales, independientemente de sus convicciones privadas y profundas. Si tenemos una relación estrecha con ellos, quizá no sólo les respetamos sino que les queremos. Les queremos pese a que no dejamos de estar firmemente convencidos de que, en un rincón de su cerebro, se aferran a creer en un montón de tonterías.
Distinguimos de forma rutinaria, casi instintiva, entre la creencia y el creyente. Por supuesto, eso es más fácil de hacer con unas creencias que con otras. Si alguien está convencido de que 2 + 2 = 5 y de que la tierra está hecha de queso, vivir con él a diario será un poco más difícil. Pero resulta asombroso ver hasta qué punto, en la práctica, pueden coexistir alegremente creencias muy distintas e incluso excéntricas. (La fe popular en la astrología, tan extendida, es un buen ejemplo).
Ahora bien, el comportamiento de los creyentes puede influir en nuestra opinión sobre su fe, al margen de la veracidad científica de su contenido. Por ejemplo, yo no creo que exista Dios y, por tanto, pienso que hace alrededor de 2.007 años un hombre y una mujer que se llamaban José y María tuvieron un niño, nada más. ¡Pero en qué hombre se convirtió aquel niño! Coincido con el gran historiador suizo Jacob Burckhardt en que Cristo como Dios no me dice nada, pero, como ser humano, Jesucristo me parece una fuente de inspiración constante y maravillosa, tal vez incluso, como dijo Burckhardt, “la figura más bella de la historia del mundo”. Y algunos de sus imitadores posteriores tampoco estuvieron mal.

En lo que discrepo de la corriente atea representada por Richard Dawkins no es en lo que dicen sobre la inexistencia de Dios, sino en lo que dicen sobre los cristianos y la historia del cristianismo, que en gran parte es verdad, pero que deja fuera la otra mitad de la historia, la parte positiva. Y, como dice el viejo proverbio yiddish, una media verdad es toda una mentira. A mi juicio, como historiador de la Europa moderna, la parte positiva es mayor que la negativa. Me parece evidente que no tendríamos la civilización europea que tenemos hoy sin la herencia del cristianismo, el judaísmo y (en menor medida, y sobre todo en la Edad Media) el islam, cuyo legado también preparó el camino -aunque sin saberlo y sin quererlo- para la Ilustración. Además, varios de los seres humanos más extraordinarios que he conocido en mi vida eran cristianos.
“Por sus frutos les conoceréis”. Existe un respeto que nace del comportamiento de los creyentes, independientemente de la credibilidad científica de su fe original. Lo ideal es que una sociedad multicultural sea una competencia amistosa y abierta entre cristianos, sijs, musulmanes, judíos, ateos e incluso partidarios del “dos más dos cinco”, por ver quién nos impresiona más con su carácter y sus buenas obras.

Mientras tanto, está el molesto problema del saludo de invierno multicultural y multiusos. “Felices fiestas” es increíblemente cursi y anodino. Me temo que yo he recurrido a “Felices Pascuas”, pero también resulta pesado. Sería estupendo emplear saludos a medida para cada interlocutor: “Feliz Navidad”, “Feliz Eid”, “Feliz Oshogatsu”, etcétera, pero no siempre es posible. Ayer recibí una tarjeta del embajador británico en Washington con una solución excelente. “Feliz Yuletide”, el nombre que remite al solsticio de invierno de los paganos (el Yule nórdico y germánico se celebra 22 de diciembre) y que evoca, al mismo tiempo, las historias sentimentales y anticuadas de Navidad que tanto gustaban a Charles Dickens. Perfecto.
Good Yule to you all.

Consejo al Papa; ¡aprenda, por favor!




  • El papa aprende una lección/Hans Küng, suizo y residente en Tubinga (Alemania). Es uno de los principales teólogos católicos de la actualidad. Preside la Fundación Ética Global. Estará en México el próximo mes de marzo del 2007.

Tomado de EL PAÍS, 24/12/2006);

Traducido del inglés de María Luisa Rodríguez Tapia.


Durante su reciente visita a Turquía, el papa Benedicto XVI no se limitó a la retórica amistosa. El teólogo no se ha convertido en diplomático, como sugirieron algunos comentaristas, pero su estancia en el país turco demostró que, desde su discurso del 12 de septiembre en Ratisbona, el Papa ha aprendido la lección.


Los comentarios sobre el islam que citó en su discurso de Ratisbona no sólo eran poco diplomáticos, sino que estaban equivocados. Las enseñanzas del profeta Mahoma no fueron en absoluto inhumanas. Elevó a las tribus árabes al nivel de una religión monoteísta y ética. El islam no es una religión violenta, sino una religión de sumisión al Dios único, el mismo Dios de los judíos y los cristianos. Y Alá -nombre con el que también se refieren a Dios los árabes cristianos- no es un Dios arbitrario, sino un Dios de justicia y misericordia.


Es evidente que el Papa ha aprendido una lección, porque la polémica conferencia de Ratisbona ya se ha publicado en una tercera versión revisada, en la que se han hecho correcciones sutiles en 30 páginas y se han añadido 13 notas a pie de página con aclaraciones. No obstante, la aclaración podría ir mucho más allá: por ejemplo, la teología musulmana otorga especial importancia a la afirmación de que la fe musulmana es racional y no exige creer en ningún dogma que se oponga a la razón.


En beneficio del Papa, 38 distinguidos eruditos musulmanes de todo el mundo han respondido punto por punto, con una frialdad admirable, a las confusiones y malas interpretaciones más habituales entre los cristianos. Esto, en sí mismo, es un paso sin precedentes. Y es importante además porque refuta, por fin, el extendido tópico de que los musulmanes no quieren el diálogo.

En su viaje a Turquía, el Papa no repitió las citas sobre el islam que había hecho en Ratisbona. Al contrario, se mostró dispuesto a aprender sobre el islam -personalmente y en público- del presidente de la autoridad religiosa estatal, Alí Bardakoglu. Era lo que correspondía tras el llamamiento del propio Papa a mantener un diálogo sincero, puesto que un requisito de ese diálogo es que cada una de las partes tenga acceso a una información seria sobre la otra religión.


Otro requisito es la empatía, la sensibilidad hacia los demás, y en este aspecto Benedicto XVI también ha aprendido la lección. Claramente escandalizado por la enérgica e incluso violenta reacción del mundo musulmán a sus palabras, el Papa mostró en Turquía una empatía con la que seguramente no se habría permitido ni soñar en Ratisbona. Estuvo admirablemente contenido en Hagia Sophia, el museo y antigua mezquita que se construyó como iglesia cristiana. Rezó en silencio con el gran muftí en la Mezquita Azul, el equivalente musulmán de Hagia Sophia. Después ondeó una bandera turca.

Muchas veces, esas imágenes y esos gestos son más eficaces que las palabras. Pero no sirven de nada si no van seguidos de un compromiso de diálogo permanente. Y, además de la información y la empatía, dicho diálogo necesita un tercer elemento: la reflexión y la autocrítica por parte de ambos interlocutores.


A este respecto, por ejemplo, el documento Dominus Jesus -publicado por el cardenal Joseph Ratzinger en el año 2000, cinco años antes de ser elegido Papa- tiene una urgente necesidad de revisión. Este documento renueva con frialdad dogmática la arrogante afirmación de la Iglesia Católica de que ella es superior a otras iglesias y otras religiones, una pretensión que la mayoría de la gente creía ya abandonada desde el Concilio Vaticano II (1962-1965).


Ahora bien, si la Iglesia Católica necesita adoptar un tono menos presuntuoso respecto a otras confesiones, también los países musulmanes, como Turquía, deben mejorar en el trato que ofrecen a sus minorías religiosas.

La clave es la libertad religiosa. Bajo el gobierno de Erdogan, Turquía está llevando a cabo un experimento histórico, el de ver hasta qué punto puede ser compatible un Estado laico con el islam. La Iglesia Católica tardó siglos -hasta el Concilio Vaticano II- en aceptar los derechos humanos y especialmente la libertad de culto, pero al final acabó haciéndolo. El islam también debería ser capaz de ello.


La evolución de Turquía se sigue muy de cerca en todo el mundo islámico: ¿logrará emprender una vía entre el laicismo que vaen contra de la religión y el fundamentalismo religioso? En cualquier caso, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y fechas posteriores han suscitado un intenso debate sobre la violencia y el terrorismo en muchos países musulmanes. Y ése también es un dato importante para un diálogo sincero.

Un diálogo constructivo entre cristianos y musulmanes no debe construir nuevos muros contra la modernidad laica. La principal función de la religión no es oponerse sino apoyar, estar al lado de los hombres y mujeres de hoy.

Es cierto que la inevitable secularización de la modernidad ha llevado en parte al consumismo, el relativismo y el nihilismo, con consecuencias inhumanas. En este sentido, la crítica que le hacen el islam y el cristianismo está justificada.

Pero el cristianismo y el islam también han tenido a menudo consecuencias inhumanas. Hoy deben demostrar que son defensores de la humanidad y, por fortuna, muchas veces lo hacen. Y esa entrega a la humanidad debe llevarse a cabo indudablemente en compañía de hombres y mujeres de pensamiento laico, partiendo de los valores y criterios comunes que llamamos ética humana o ética global.

¿Y qué hay de la Iglesia Ortodoxa? El objetivo principal de la visita a Turquía era mejorar las relaciones con ella. Este Papa ha hecho mejoras en las relaciones con el islam, pero ¿ha progresado algo con sus hermanos cristianos?

Prácticamente nada. Con todas las lecciones que el Papa ha aprendido en otras áreas, en este frente no ha ocurrido casi nada. Es verdad que Benedicto XVI ha dicho a menudo que uno de sus objetivos es la unidad plena entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, lo mismo que dijeron sus predecesores Pablo VI y Juan Pablo II. Ahora, igual que ellos, ha vuelto a invitar a los dirigentes ortodoxos a participar en un diálogo fraterno para determinar nuevas formas posibles de ejercer el ministerio de Pedro sin dejar de respetar su naturaleza y su esencia.

¿A qué se refiere con eso? ¿Qué está ocurriendo?

Dedicar más años a trabajar en comisiones sobre diversos aspectos del papado es completamente superfluo. Hace mucho tiempo que están sobre el tapete las soluciones propuestas por teólogos y comisiones, y Roma las ha ignorado. No faltan los conocimientos teológicos. Lo que falta por parte de Roma es la voluntad de renunciar, en un espíritu cristiano, a las pretensiones de poder.

¿Qué dirían los jefes supremos de nuestras iglesias si los cristianos quisieran reconciliarse pero se limitaran a anunciar todo el tiempo conversaciones, pequeños pasos, más oraciones y la fe en el Espíritu Santo? Seguramente se impacientarían y exigirían más compromiso, más honradez y más deseo de asumir riesgos, de avanzar en el amor y la transparencia.

¿Posee Benedicto esa voluntad de compromiso, esa fuerza?


Su encuentro con el patriarca Bartolomé I -un patriarca abierto al ecumenismo- fue decepcionante. No pasó realmente del beso fraternal que se dieron Pablo VI y el patriarca Atenágoras en Jerusalén, en 1964.


Entonces se revocaron las excomuniones mutuas de 1054, el año del cisma. ¿Por qué no restablecer la antigua comunión ahora, más de cuarenta años después de aquella reunión en Jerusalén, con una celebración compartida de la eucaristía? En vez de eso, en Estambul, el obispo de la Vieja Roma se limitó a asistir pasivamente a una eucaristía celebrada por el obispo de la Nueva Roma.

El principal obstáculo para restablecer la antigua unidad de la Iglesia es y sigue siendo la idea de que el Papa tiene poder sobre las iglesias orientales, una afirmación que se remonta al siglo XI. Como escribió mi colega de Tubinga, Joseph Ratzinger -en un texto que aún podía encontrarse impreso en 1982-, Roma no debe exigir a Oriente ninguna doctrina de primacía más que la que se formuló y practicó en el primer milenio.


De ser así, no habría ni una primacía de jurisdicción muy poco bíblica sobre las iglesias orientales -que Roma reclama sólo desde el siglo XI-, ni una primacía honorífica de escasas consecuencias. Por el contrario, de acuerdo con la tradición común del primer milenio, el obispo de Roma debería tener estrictamente una primacía pastoral ecuménica. Juan XXIII puede servir de ejemplo: en general, se limitó a ser un dirigente espiritual, capaz de inspirar, mediar y coordinar.

Mi consejo amistoso al papa Benedicto XVI sería: ¡aprenda, por favor, del profesor de Tubinga Joseph Ratzinger!

Ségoléne Royal vista por Michel Wieviorka




  • El fenómeno Ségolène Royal/por Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.


Tomado de LA VANGUARDIA, 25/12/2006);


Traducción: José María Puig de la Bellacasa



Vista a distancia, la impresionante ascensión política de Ségolène Royal, candidata oficial del Partido Socialista a las futuras elecciones presidenciales, constituye un fenómeno sorprendente. ¿Qué significa el éxito de quien hace un año ni siquiera alcanzaba la categoría de outsider? ¿Qué puede enseñarnos sobre la salud política de los franceses y sobre el estado de su sociedad? ¿Qué lección pueden extraer quienes se interrogan, de un modo más general, sobre la evolución de los sistemas políticos en el mundo y, hablando con mayor precisión, sobre la capacidad de las fuerzas de izquierda de transformarse para adaptarse a los cambios contemporáneos?

La primera baza de Ségolène Royal fue su victoria en las elecciones regionales del 2004 cuando ganó en Poitou-Charentes contribuyendo así, junto con los demás vencedores socialistas (el partido socialista ganó entonces en 20 de 21 regiones), a olvidar el desastre de la izquierda en el 2002. Y, desde el 2005, su nombre empezó a circular entre la nómina de los posibles candidatos del PS suscitando ciertas sonrisas socarronas - en ocasiones machistas- en el seno de su propio partido, en medio de un entusiasmo creciente de los medios de comunicación. Su nombre se ha convertido en sinónimo, ante todo, de rechazo de la política tradicional y de independencia con relación a su propio partido. Ségolène Royal ha salido a la luz en andas de la opinión pública, atizando a todos los demás candidatos socialistas a la investidura: Lionel Jospin, Laurent Fabius, Dominique Strauss-Kahn y a muchos otros.

Ségolène Royal, además, parece la mejor situada en la izquierda para ganar a Nicholas Sarkozy la próxima primavera. Por otra parte, ciertas observaciones suyas sobre el papel de los militares en la lucha contra la delincuencia, la entrada de Turquía en la UE o la instauración de jurados ciudadanos susceptibles de ejercer una función de supervisión y control de la vida política no sólo no han mermado su capital de simpatía, sino que, según todos los indicios, incluso lo han reforzado.


Candidata de la opinión pública, Ségolène Royal, dotada de una imagen de mujer moderna que le granjea numerosas simpatías más allá del clásico electorado de la izquierda y en los medios de comunicación donde trabajan numerosas mujeres, ha conseguido que se olvide el hecho de que ella misma procede de lo que los propios franceses en su inmensa mayoría critican o desechan abiertamente: un partido político, un paso por la Escuela Nacional de Administración (ENA), una participación desde hace más de un cuarto de siglo en los factores más tradicionales de la política… Ha estado en el entorno de François Mitterrand y ha sido ministra en diversas ocasiones. Y no sólo alcanza a ofrecer una especie de imagen de virginidad política, sino que además ha contado con la investidura de su partido, que ha cerrado filas en su apoyo. La candidata antiaparato se sostiene en un aparato cuyas jerarquías y habituales de las maniobras políticas la apoyan ampliamente, por una razón muy sencilla: el PS es un partido cuyos elegidos son muy numerosos y han elegido a la candidata que, a juzgar por las encuestas de opinión y la prensa popular, parece aportarles mayores posibilidades de retener sus posiciones.


Una parte del electorado o de simpatizantes de izquierda ha encontrado también otra razón para apoyarla: al parecer se propone acabar con la vieja izquierda y, de hecho, ha liberado a su partido de la garra de los partidarios del no en el referéndum sobre el tratado constitucional europeo. Ségolène Royal, en consecuencia, encarnaría la novedad y el impulso hacia una nueva manera de hacer política. Bien es cierto que la democracia representativa en Francia se halla sumida en una crisis profunda: dos electores de cada tres afirman en las encuestas que no depositan confianza alguna en los partidos políticos, y las últimas elecciones se han caracterizado por una notable abstención y altos porcentajes de voto para las fuerzas de extrema derecha y extrema izquierda. Ségolène Royal ha subrayado su interés por la democracia participativa o deliberativa, que no precisa de partidos o diputados puesto que descansa sobre la intervención directa y activa de los ciudadanos, y ha mostrado su desconfianza hacia la democracia representativa, circunstancia que atrae al electorado en cuyo sentir la clase política se halla dominada por la corrupción y, sobre todo, por su incapacidad para afrontar y solucionar los problemas importantes del país, empezando por el paro y la precariedad.


Dado cuanto antecede, ¿no cabría preguntar entonces si Ségolène Royal es una figura populista? Tal reproche no se halla exento de fundamento. El populismo propone suprimir la distancia entre los de arriba y los de abajo, los grandes y los pequeños, el pueblo y las elites. Defiende la nación frente al extranjero, rechaza las instancias de mediación susceptibles de interponerse entre el pueblo y el líder carismático en el que se reconoce… El populismo funciona como un mito, concilia bajo la forma de un discurso imaginario lo inconciliable en la realidad. Es un discurso que promete seguir siendo idéntico a sí mismo sin dejar de transformarse y que, sobre todo, nunca parece incomodado por sus propias contradicciones… Hay algo de populismo en el fenómeno Royal, si no en la persona sí al menos en lo que traduce a propósito de las expectativas de la ciudadanía. Y precisamente por eso Ségolène no está sola en su empeño. Recuérdese aquí, por ejemplo, que el Frente Nacional, desde hace veinte años, prospera merced a su líder carismático, Jean-Marie Le Pen, y a un discurso nacional-populista hostil a la clase política, a los inmigrados, extremadamente antieuropeo y antiglobalizador. Por su parte, Nicolas Sarkozy, principal candidato de la derecha, expresa asimismo opiniones y juicios contradictorios de matiz populista anunciando, por ejemplo, una ruptura tranquila…fórmula completamente populista.


El populismo de Ségolène Royal descansa sobre su crítica de la representación política, sobre su forma de distanciarse del aparato que - sin embargo- la sostiene, sobre la idea de que hará lo que el pueblo le pida más que proponerle un proyecto o una visión elaborada del porvenir. En cualquier caso, es cuanto se desprende hasta ahora de sus tomas de posición. Ahora bien, si tal discurso funciona, quiere decir que se corresponde con determinadas aspiraciones de un amplio sector del electorado. No es tanto Ségolène Royal quien es populista cuanto el momento o el ambiente general.


Francia está cansada, como ha dicho en los últimos Encuentros de Auxerre el profesor y peso pesado de la política polaca Bronislaw Geremek (celebrados en noviembre de este año bajo la rúbrica ¿La dulce Francia?),gran conocedor de la historia y la sociedad francesas. Los franceses, en efecto, están cansados de sus representantes políticos actuales, desconfían de los grandes proyectos, de las perspectivas programáticas. Lejos de sentirse atraídos por las utopías, les tienta más bien un semirrepliegue; quienes fueron comunistas apenas lo son y la socialdemocracia no ha existido nunca en su país en sentido estricto. Numerosos ciudadanos observan que su país no ostenta como antes su papel en el concierto mundial, abrigan una imagen negativa de la globalización económica y no desean comprometerse en la construcción europea. Las capas medias, sobre todo, son presa del desasosiego - A la deriva,según reza el título de un libro reciente del sociólogo Louis Chauvel- y se ahondan las desigualdades sociales. La candidatura de Ségolène Royal marca indefectiblemente este clima actual adoptando la fisonomía de una especie de burbuja populista. Sin embargo, esta burbuja no durará, ya que en breve será menester que se enfrente a los periodistas o a sus rivales - cosa que más bien ha tratado de evitar hasta ahora-, que presente ideas articuladas, elementos programáticos y una visión del futuro a la opinión pública. Ségolène Royal, asimismo, habrá de clarificar sus relaciones con el aparato que la sostiene y cuyo proyecto, ya redactado, parece situarse en las antípodas de lo que ella ha dejado traslucir sobre sus intenciones. En las próximas semanas, por tanto, cabe esperar que la burbuja populista estalle y que tanto en la izquierda, con ella, como en la derecha, con Nicolas Sarkozy - tal vez también con otros- se enfrenten concepciones políticas más nítidas y pueda reconstruirse el espacio de la representación, ciertamente en desairada
postura.