24 sept 2007

Iglesias y libertad de expresión

  • Convicciones religiosas y libertad de expresión/Rafael Navarro Valls, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense.
Publicado en EL MUNDO, 24/09/2007;
Con alguna frecuencia, se reiteran en España actuaciones en las que entran en colisión la libertad de expresión y la libertad religiosa o, al menos, sentimientos y convicciones religiosas. Por ejemplo, hace unos meses la embajada de España en Lisboa patrocinaba la obra Me cago en…, en cuyo cartel promocionador se veía, junto al escudo de España, un retrete en el que caen un crucifijo, la Virgen, Buda y la media luna. Por su parte, el Gobierno extremeño sufragaba dos guías sobre Jesucristo y los santos en las que se mostraban imágenes de la Virgen y de Jesucristo en actitudes pornográficas. Poco antes, Canal Plus presentaba en abierto un programa en el que se profanaba un crucifijo. En fin, recientemente la Generalitat Valenciana subvencionaba una exposición en la que varios animales defecan sobre escenas religiosas como el Juicio Final de Miguel Angel.
El tema vuelve a tomar actualidad con la todavía abierta exposición -en una antigua iglesia de Ibiza- de obras artísticas en la que se muestran imágenes de significado religioso en situaciones sexuales explícitas. Entre ellas, un collage con una foto de Juan Pablo II manteniendo sexo gay o Jesucristo ante un pene erecto sobre su boca. Simultáneamente, con el explícito apoyo del Ministerio de Exteriores, se acaba de inaugurar en Madrid una exposición dedicada a las religiones. La polémica ha surgido porque en algunos de sus pasajes se equipara al ayatolá Jomeini con la Madre Teresa de Calcuta , apuntándose a las religiones monoteístas como responsables de las guerras.
Sin entrar a valorar la calidad artística o ideológica de los ejemplos reseñados, me interesa destacar aquí la colisión entre la libertad de expresión -en su modalidad de libertad de creación artística- y los sentimientos religiosos de parte de los ciudadanos. El tema es lo suficientemente importante para intentar centrarlo jurídicamente, rescatándolo de la nebulosa zona de lo puramente emocional.
Probablemente sea el Tribunal Europeo de Derechos Humanos uno de los observatorios de mayor interés para evaluar el impacto jurídico de esa colisión. Por dos razones. La primera, porque desde 1994 hasta hoy, en rápida sucesión y por seis veces, el Tribunal situado en Estrasburgo ha debido pronunciarse sobre situaciones muy parecidas hasta las aquí reseñadas, que tienen como marco geográfico Austria (septiembre de 1994), Reino Unido (noviembre de 1996), Francia (diciembre de 2005 y enero de 2006), Turquía (mayo de 2006) y Eslovaquia (octubre de 2006). La segunda, porque juristas de especial prestigio han analizado en profundidad esos conflictos planteados ante el Tribunal de Derechos Humanos, llegando a conclusiones interesantes. Limitándome a España, permítaseme mencionar, entre otros, los rigurosos trabajos de dos colegas, ambos Catedráticos de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense. Me refiero a los profesores Martín Retortillo y Martínez Torrón.
Tal vez una breve reseña y valoración de los criterios de Estrasburgo arrojen luz sobre los conflictos españoles. Todo empezó en 1994 cuando el Tribunal de Derechos Humanos (sentencia Otto Preminger Institut contra Austria, 20 de septiembre de 1994) entendió que, el secuestro y confiscación por las autoridades austríacas de la película El concilio del amor (Das Liebeskonzil), no violaba la libertad de expresión.
El motivo del secuestro era la lesión, apreciada por los jueces austríacos, de las convicciones religiosas de una mayoría de la población del Tirol. Según el texto de la sentencia, el filme secuestrado «presenta a Dios Padre como un idiota senil e impotente, a Cristo como un cretino y a la Madre de Dios como una mujer desvergonzada». En el fallo del TEDH se admite que, en una sociedad democrática «puede juzgarse necesario sancionar, e incluso prevenir, ataques injuriosos contra objetos de veneración religiosa, siempre que la sanción sea proporcionada al fin legítimo perseguido».
Aunque la sentencia causó cierta inquietud en los medios culturales europeos, el caso es que el TEDH volvió a sentar idéntico criterio dos años más tarde. En esta ocasión (sentencia Wingrove contra Reino Unido, 25 noviembre 1996) el TEDH entendió que tampoco violaba la libertad de expresión la actuación de las autoridades inglesas al no autorizar la difusión de un cortometraje en vídeo, que contenía una peculiar interpretación de los éxtasis de Santa Teresa de Avila. El contexto era claramente pornográfico con escenas explícitas de lesbianismo y masoquismo a cargo de una joven monja desnuda, finalizando con actuaciones de intencionalidad más o menos sexual de la monja con Cristo en la Cruz. El vídeo no contenía ningún diálogo, sino sólo música (rock) e imágenes, que el propio autor había descrito como pornográficas en una entrevista de prensa. Por su parte, el organismo inglés que había impedido la difusión de un cortometraje contrario a los sentimientos de los cristianos, aducía que se hubiera tomado idéntica decisión si se hubiera tratado de Mahoma o Buda.
El criterio seguido en ambas sentencias puede sintetizarse en este razonamiento contenido en uno de los votos particulares: «el límite de la libertad de expresión radica en que su ejercicio no implique un nivel tan grande de injuria y de denegación de la libertad de religión de otro, que la propia libertad de expresión pierda el derecho a ser tolerada por la sociedad».
Ahora bien, las líneas de fuerza hasta aquí sintetizadas podría entenderse que se han alterado por las cuatro últimas sentencias aludidas, cuyo común denominador es que en los conflictos planteados -al contrario que en Otto Preminger y Wingrove- se protegen a los demandantes que entendieron lesionada su libertad de expresión.
Efectivamente, en menos de un año el TEDH (casos Paturel, Giniewski, Aydin Tatlav y Klein) ha sostenido en cuatro ocasiones que, determinadas críticas hechas a través de libros, expresiones orales o artículos, aunque «ofendan, choquen o hieran» los sentimientos religiosos, han de ser soportados. Por razones de espacio no puedo exponer aquí los supuestos de hecho que condicionan estas últimas sentencias. Baste decir que, en mi opinión, no existe un cambio de criterio del TEDH. Lo que hay -coincido con Martínez Torrón- son hechos diversos a los que se aplican los mismos principios. Es decir, hechos que exigen diversas respuestas jurídicas, moduladas por la intensidad, gravedad o gratuidad de los mismos.
La clave la explica Martín Retortillo llamando la atención sobre el distinto tratamiento del Tribunal según se trate de hechos en los que priman las expresiones gráficas o, al contrario, las orales o escritas. Cuando lo gráfico se asocia a lo gravemente soez y gratuito, con escenas sexuales provocadoras y sin calidad artística, el Tribunal reacciona aprobando la posición restrictiva de la libertad de expresión. Es lo que el propio autor denomina «la fuerza de las imágenes». Cuando, al contrario, de lo que se trata es del «debate sobre las ideas», dentro del ámbito de la palabra escrita u oral, la posición del Tribunal suele decantarse por dar preferencia a la libertad de expresión.
Lo cual no quiere decir que este criterio sea absolutamente axiomático. Pudiera suceder que dentro del «debate de las ideas» se den expresiones (orales o escritas) de tal intensidad que inciten al odio, violencia o discriminación en el marco de la religión. En estos supuestos -sea cual sea el vehículo difusivo y como el TEDH ha dicho expresamente- «las expresiones que buscan difundir, incitar o justificar el odio basado en la intolerancia, incluida la intolerancia religiosa, no gozan de la protección otorgada por el artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos (libertad de expresión)».
En síntesis: así como sería una insensatez proclamar una libertad religiosa sin límites, también correrían peligro las bases de una sociedad democrática si se autorizaran ataques gratuitos, graves y discriminadores contra las convicciones religiosas. Lo exige la doble vertiente de la tolerancia, no sólo protectora de la libertad de expresión sino también de la integridad de los propios grupos sociales.
Tal vez por esto, a raíz del conflicto generado por las «caricaturas de Mahoma», el Parlamento Europeo, en una resolución muy reciente sobre el derecho a la libertad de expresión y el respeto a las convicciones religiosas, no ha dudado en pedir un ejercicio responsable y respetuoso de la libertad de creación artística: «La libertad de expresión debe ejercerse siempre dentro de los límites que marca la ley y debería coexistir con la responsabilidad y el respeto de los derechos humanos, los sentimientos y convicciones religiosos, independientemente de que se trate de la religión musulmana, cristiana, judía o cualquier otra».

La opinión de Juan Goytisolo

  • La fractura lingüística del Magreb/Juan Goytisolo, escritor
Publicado en EL PAÍS, 24/09/2007;
El reciente proceso de Ahmed Benschemi, director de los semanarios marroquíes Nichán y Tel Quel, por la publicación en el primero de una carta abierta al rey Mohamed VI ha hecho correr mucha tinta y provocado polémica, tanto en su país como fuera de él. Sin entrar en su valoración del sistema constitucional marroquí, me limitaré a exponer algunas consideraciones en torno a la lengua en la que fue escrita: la darixa, llamada condescendientemente por los doctos y las “fuerzas vivas”, árabe dialectal o coloquial, por no decir “vulgar”.
Una pregunta me viene inmediatamente a los labios: ¿puede ser “plebeya”, sólo “zafia”, una lengua hablada por el 99% de la población magrebí, tanto en Marruecos como en Argelia? Yo creo que no, y mi conocimiento desde hace décadas de los dos grandes países norteafricanos me ha permitido apreciar su constante creatividad lo mismo en el campo de la oralidad popular que en el de sus manifestaciones musicales, teatrales y artísticas. Como las lenguas neolatinas de la Baja Edad Media -castellano, catalán, portugués, italiano, francés, etcétera-, se ha ido separando de su matriz, el árabe clásico, sin renunciar por ello a sus raíces, y añadiéndole elementos de otros idiomas -tamazigh, andalusí, francés, español- en un continuo ejercicio de mestizaje y mutación que, para alguien apasionado como yo con el viaje de las palabras, es motivo diario de estímulo y admiración. Con una aptitud de asimilación que debería causar envidia, juega con los diferentes registros del habla, crea giros y palabras, inventa refranes, chistes y cuentos accesibles a la casi totalidad de la población. Yo tengo una sabrosa antología de ellos, claro exponente de un humor y de una emotividad incapaces de expresarse en el árabe que sólo una minoría escribe y lee, pero no habla.
Esta lengua popular -peyorativamente tildada de vulgar- integra felizmente los distintos componentes de unas identidades complejas, como lo son la marroquí y la argelina. Identidad a la vez árabe y bereber, y enriquecida por las aportaciones idiomáticas de los antiguos colonizadores. El desfase entre la lengua culta y la hablada afecta a todos los órdenes de la vida social, política y cultural. ¿Cómo escribir en efecto una novela u obra teatral presuntamente descriptiva del ámbito urbano o rural del Marruecos o de la Argelia de hoy en una lengua que nadie habla? Tal dificultad explica por qué medio siglo después de la independencia, gran número de escritores de los dos países se expresan todavía en francés y no en un idioma que no es el materno sino el que se aprende en las escuelas. El afán de lucro y visibilidad en el mercado editorial europeo no aclara dicho fenómeno. El marroquí y argelino hablados no son el árabe oficial consagrado en las Constituciones de ambos países. Consciente de ello, un gran escritor como Kateb Yasín pasó en los últimos años de su vida del francés en el que compuso su bellísima novela Nedjma a la darixa de su país, indiferente a la esquinada desaprobación de los doctos y de la cúpula militar, política y financiera instalada en el poder desde 1965.
Lo ocurrido en Argelia en la década de los setenta y ochenta del pasado siglo con la política de arabización impuesta por Bumedián -política fundada en ese mito de la Unión Árabe desmentido a diario y objeto de chistes crueles tanto en el Magreb como en Egipto-, muestra el estrepitoso fracaso de dicha tentativa, que no consiguió “educar” ni arabizar a la población que se sigue expresando en darixa y cabila, pero bajó en cambio el nivel de conocimiento de francés y sembró las semillas, a través de los profesores reclutados en Oriente Próximo, del salafismo que desembocaría, tras el golpe militar contra la victoria electoral del FIS, en las atrocidades de la guerra civil de los años noventa.
Los pueblos del Magreb, insisto, no se reconocen en una lengua oficial de solemnidad huera. La sienten, al revés, como un freno o bozal a sus aspiraciones a una libre expresión democrática. Excluida del saber literario y científico, la darixa tampoco tiene acceso al mundo político, salvo en los mítines electorales a la caza de votos. Tal divorcio desemboca, como he oído denunciar en algunos coloquios sobre el tema, en el autodesprecio y esquizofrenia. En un ensayo publicado hace unos años en la revista Transeuropéennes de Culture y de cuyo título me he apropiado para encabezar éste, el universitario tunecino Yadh Ben Achour, resumía la situación en unos términos que merecen su reproducción in extenso:
“En las asambleas parlamentarias, tribunas políticas, e incluso, salvo excepciones, en las ceremonias oficiales, el lenguaje se transforma en lectura, pues nadie, en parte alguna, es capaz de hablar el árabe clásico. Eso da al lenguaje político el aspecto paródico y acartonado de la lengue de bois. En dicho contexto, la libertad de expresión se ve profundamente afectada. La substitución del habla por la lectura se transforma en traba. Nuestros diputados, presentadores de televisión, jefes, políticos, adoptan un tono engolado y retórico. Informaciones radiofónicas o televisivas, discursos de jefes de Estado pasan de lado de una gran parte de la población, sin rozarla apenas. Nuestros políticos, en general, no hablan: leen. El temor a hablar suscita y revela en ellos el miedo de pensar”.
¿Puede durar indefinidamente tal estado de cosas? Yo creo que no. Los jóvenes con quienes hablo no comparten el menosprecio oficial o erudito por su lengua materna. Esta se abre ya lentamente paso, como el tamazigh, en los medios informativos y, previsiblemente, se extenderá cada vez más. Dado que la identidad magrebí es múltiple y mutante -como lo son todas las identidades, digan lo que digan las constituciones y textos oficiales-, la darixa y el bereber común al Atlas y la Cabilia arraigarán más temprano que tarde en el campo del saber y de la cultura, por dura que sea la resistencia de los letrados y de los poderes fácticos. El árabe clásico permanecerá, claro está, en el ámbito religioso y en el interestatal. Pero la comunicación en marroquí y argelino abarcará el contenido de los periódicos, del espacio escénico, del cine y de la creación literaria. Poner en boca de un personaje marrakchi o tangerino el habla estereotipada del Oriente Próximo provoca y provocará inevitablemente el efecto saludable de la risa. Y ésta ha marcado siempre la dirección hacia la que se encaminan los pueblos ansiosos de libertad y de progreso cualesquiera que sean los obstáculos que se interpongan en su camino.

La opinión de Joseph S. Nye

  • Estado Unidos y los bienes públicos universales/Joseph S. Nye, catedrático de Harvard.
Publicado en El País, 23/09/2007;
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Estados Unidos está hoy paralizado por el problema que se ha creado a sí mismo en Irak, pero los candidatos presidenciales empiezan a preguntarse qué principios deben guiar la política exterior norteamericana a partir de ahora. En mi opinión, centrarse en la obtención de bienes públicos universales -unos bienes que todo el mundo puede consumir sin impedir que otros dispongan de ellos- podría ayudar a EE UU a conciliar su hegemonía con los intereses de los demás.
Evidentemente, los bienes públicos puros son escasos. La mayoría se aproxima sólo en parte al caso ideal del aire limpio, algo de lo que nadie puede quedar excluido y todos pueden beneficiarse al mismo tiempo. El caso más llamativo es seguramente el de la lucha contra el cambio climático.
Si el mayor beneficiario de un bien público (como EE UU) no es el primero en dedicar recursos inmensos a la tarea de obtenerlo, es poco probable que beneficiarios más pequeños puedan conseguirlo, porque es muy difícil organizar una actuación colectiva cuando implica a tanta gente.
Estados Unidos podría beneficiarse doblemente de los bienes públicos en sí y de lo que contribuirían a legitimar su poder a los ojos de los demás. Debería aprender la lección del siglo XIX, cuando Gran Bretaña era hegemónica y se responsabilizaba de mantener el equilibrio de poder entre los principales Estados europeos, fomentar un sistema económico internacional abierto y conservar la libertad de los mares.
El establecimiento de normas que protejan el acceso libre para todos sigue siendo un bien público tan fundamental como entonces, aunque algunos aspectos se han vuelto más complejos. Mantener los equilibrios regionales de poder y contrarrestar los incentivos locales que empujan a emplear la fuerza para cambiar las fronteras, permite la obtención de un bien público para muchos países (no todos). Igualmente, mantener unos mercados mundiales abiertos es una condición necesaria (aunque no suficiente) para aliviar la pobreza en los países menos desarrollados, al tiempo que beneficia a Estados Unidos.
Hoy, sin embargo, los bienes públicos universales abarcan nuevos problemas, no sólo el cambio climático, sino la conservación de las especies en peligro, el espacio exterior y los “recursos comunes virtuales” del ciberespacio. En la opinión pública estadounidense existe un consenso razonable que apoya la defensa tanto de estos bienes como de los “clásicos”, pero Estados Unidos no ha estado en primera línea a la hora de realizar la tarea, sobre todo en lo relativo al cambio climático.
Además, en el mundo de hoy, los bienes públicos universales tienen tres nuevas dimensiones. Ante todo, Estados Unidos debe ser el primero en ayudar a desarrollar y conservar unas leyes e instituciones internacionales que organicen las actuaciones colectivas relacionadas con el comercio, el medio ambiente, la proliferación de armamento, el mantenimiento de la paz, los derechos humanos y otras preocupaciones. Esos esfuerzos beneficiarán a otros, pero también a los estadounidenses.
En segundo lugar, Estados Unidos debe dar más prioridad al desarrollo internacional. Gran parte de la mayoría pobre que habita en el mundo está atrapada en un círculo vicioso de enfermedad, pobreza e inestabilidad política. La ayuda económica y científica de los países ricos es importante, no sólo por razones humanitarias, sino también para evitar que los Estados fallidos se conviertan en fuentes de problemas para el resto del mundo.
Tampoco aquí es muy admirable el historial de Estados Unidos. El proteccionismo comercial suele perjudicar a los países pobres, y la ayuda exterior es impopular en la opinión pública estadounidense. El desarrollo necesita mucho tiempo, y la comunidad internacional tiene que buscar mejores formas de garantizar que la ayuda llegue de verdad a los pobres, pero es aconsejable que EE UU tome las riendas.
Por último, como potencia hegemónica, EE UU puede proporcionar un bien público muy importante haciendo de mediador y enlace. Cada vez que EE UU ha utilizado sus buenos oficios para mediar en conflictos en lugares como Irlanda del Norte, Marruecos y el mar Egeo, el resultado ha sido beneficioso.
Hoy el caso fundamental es Oriente Próximo. Incluso si EE UU no quiere hacerse cargo, sí puede compartir la responsabilidad con otros, como ocurrió con Europa en los Balcanes. Pero es frecuente que sea el único país en situación de poder sentar a negociar a las partes de un conflicto.
Cuando ejerce esa responsabilidad, Estados Unidos incrementa su poder blando y elimina inestabilidad. Y puede animar a otros países a que también contribuyan a producir bienes públicos. Recibir con satisfacción el poder creciente de China, en la medida en que convierte a dicho país en “accionista responsable”, es una invitación a entablar un diálogo de ese tipo.
Estados Unidos seguirá siendo seguramente la mayor potencia mundial cuando logre salir del atolladero de Irak. Pero va a tener que aprender a colaborar con otros países. Para ello tendrá que combinar el poder blando de la capacidad de atracción con el duro de la fuerza militar, a fin de elaborar una estrategia de “poder inteligente” capaz de producir bienes públicos universales.

Salman al Oadah a Bin Laden

  • La bomba del mentor de Bin Laden/Fawaz A. Gerges, titular de la cátedra Christian A. Johnson de Asuntos Internacionales y Política Árabe y Musulmana en la Universidad Sarah Lawrence (Nueva York) y autor de El viaje del yihadista.
Publicado en La Vanguardia, 24/09/2007;
Traducción: Juan Gabriel López Guix.
Tras la reaparición de Osama bin Laden en las pantallas de televisión del mundo la víspera del aniversario del 11-S, los comentarios en los medios audiovisuales y los periódicos han bromeado sobre el significado de su barba recién teñida y la importancia de su mensaje. En cambio, apenas logró atravesar la barrera mediática occidental la reacción de un clérigo saudí que podría tener una trascendental repercusión en la trayectoria de Al Qaeda.
En una carta abierta, uno de sus destacados mentores saudíes, el predicador y doctor de la ley islámica Salman al Oadah, ha reprochado públicamente a Bin Laden que provoque caos y muertes de forma generalizada. “¿Cuántos niños, ancianos y mujeres inocentes han sido asesinados en nombre de Al Qaeda?”, pregunta en una carta colgada en su página web, islamtoday. com
, así como en los comentarios emitidos en una cadena de televisión árabe. “¿Cuántas personas se han visto obligadas a huir de sus casas y cuánta sangre se ha derramado en nombre de Al Qaeda?”. No se conoce la reacción de su antiguo discípulo, pero por la furiosa denuncia de los partidarios de Bin Laden no cabe duda de que semejante reacción ha causado estragos.
Su importancia sólo puede apreciarse en el contexto de la posición que ocupa Al Oadah dentro de la ortodoxia islámica. Se trata de un peso pesado entre los predicadores salafistas y es ampliamente seguido en Arabia Saudí y otros países. En la década de los noventa, el régimen saudí lo encarceló, junto con otros cuatro destacados clérigos, por criticar la estrecha relación con Estados Unidos y, en particular, la presencia de soldados estadounidenses en el país tras la guerra del Golfo de 1991. Esa decisión (el despliegue de tropas en Arabia Saudí, la cuna del islam) fue el desencadenante que llevó a Bin Laden a emprender su viaje asesino. A lo largo de esa misma década, Bin Laden citó a Al Oadah como una voz disidente y crítica con la actual familia real saudí y como un compañero de viaje salafista que compartía su visión del mundo y sus estrictos principios religiosos.
Si bien Al Oadah y otros doctores de la ley islámica condenaron el 11-S, se habían abstenido hasta ahora de lanzar cualquier crítica directa a Bin Laden. Con este ataque frontal al escurridizo dirigente de Al Qaeda, ya no hay lugar para la ambigüedad. Considera a Bin Laden responsable directo de la ocupación de tierras musulmanas en Afganistán e Iraq, del desplazamiento de millones de iraquíes, de la matanza de miles de afganos, del internamiento y la tortura de jóvenes musulmanes prometedores y engañados, y lo acusa de mancillar la imagen del islam en todo el mundo.
“¿Estás contento de reunirte con Dios llevando esa pesada carga en tus espaldas?”, pregunta a Bin Laden el muy prolífico doctor de la ley islámica y comentarista en los medios de comunicación. “Se trata de una carga muy pesada; al menos, centenares de miles de personas inocentes, cuando no millones (de desplazados y asesinados)”.
El sufrimiento generalizado de los musulmanes procede enteramente de los “crímenes” perpetrados contra civiles por la Al Qaeda de Bin Laden el 11 de septiembre del 2001, afirma Al Oadah. El islam, recuerda a su antiguo discípulo, prohíbe matar a un pájaro o cualquier otro animal, y menos a “personas inocentes, sea cual sea la justificación que se dé”.
De la carta abierta a Bin Laden se han hecho eco los medios de comunicación árabes, así como islamonline. com, y ya ha suscitado furiosas reacciones de los partidarios de Al Qaeda. El ataque selectivo contra Bin Laden y su grupo militante por parte de una autoridad religiosa respetada es letal, llegando como llega en una encrucijada crítica para Al Qaeda y sus facciones afines en todo el mundo.
La Al Qaeda de Mesopotamia - independiente en buena medida de la central de Al Qaeda- se enfrenta al principio de una revuelta interna de tribus y combatientes suníes hartos de su fanatismo sectario. La resistencia suní a Al Qaeda en Iraq está adquiriendo fuerza y limita el movimiento y las opciones del grupo. Otro grupo militante (Fatah al Islam, que suscribe la ideología de Al Qaeda y se ha mostrado activo en el campo de refugiados palestino de Nahr al Bared, en el norte de Líbano) ha recibido un golpe mortal por parte de las autoridades, así como el rechazo universal de la opinión pública musulmana, tanto palestina como libanesa. El socio de Al Qaeda en Arabia Saudí ha sufrido reveses importantes y se encuentra a la defensiva.
Quizá en un reconocimiento implícito de su éxito a la hora de contactar con la juventud marginada de Europa, Bin Laden dedicó una buena parte de su cinta de vídeo a proyectar una imagen y un mensaje nuevos en un esfuerzo por apelar a un público más amplio.
Cambió el traje de faena militar y el kalashnikov por una túnica blanca, un gorro circular y una capa marrón, presentándose como una figura espiritual y abandonando al personaje armado de antaño.
Por primera vez en su discurso al pueblo estadounidense, Bin Laden se ha apropiado el lenguaje de la izquierda y el movimiento antiglobalización con objeto de galvanizar a los estadounidenses contra sus torturadores y opresores: el gran capital, las empresas multinacionales y la globalización. Su uso del lenguaje político laico constituye un intento consciente, aunque ingenuo, de introducir una cuña entre los estadounidenses y sus dirigentes, quienes, según afirma, sirven a los intereses del sistema capitalista y la industria de guerra.
De acuerdo con el nuevo Bin Laden, este sistema global del gran capital que beneficia a la clase adinerada es responsable de las tragedias de Iraq, Afganistán, la pobreza de África y el enorme abismo entre poseedores y desposeídos en el interior de Estados Unidos. Entrando en el debate que causa furor en ese país acerca de la guerra de Iraq y del proceso legal debido, con una creciente división de la riqueza vinculada al sentimiento antiglobalizador, Bin Laden apunta a ampliar su base y anotarse tantos en otra guerra, la guerra de las ideas.
Bin Laden cree, en contra del sentido común, que los occidentales adoptarán su nuevo mensaje y achacarán la culpa a los “belicistas dueños de las grandes empresas”. No parece haber previsto una condena clara de uno de sus principales mentores salafistas. Dejando de lado las formalidades, Al Oadah ha responsabilizado de forma directa a Bin Laden de la chispa del 11-S que ha prendido los fuegos que arden ahora por todo el planeta:
“Eres responsable, hermano Osama, de extender la ideología takfiri (la excomunión de los musulmanes) y de fomentar una cultura de los atentados suicidas que ha causado derramamiento de sangre y sufrimiento y que ha ocasionado la ruina a comunidades y familias enteras de musulmanes”.
El clérigo saudí reprende a sus escurridizos correligionarios por convertir los países musulmanes, como Líbano, Argelia, Marruecos y otros, en un campo de batalla en el que nadie se siente seguro. “¿Cuál es el sentido, si aunque se alcance el éxito, es a costa de caminar sobre los cadáveres de cientos de miles de personas?”, sigue inquiriendo Al Oadah. “¿Acaso el islam sólo significa armas y guerra? ¿Se han convertido tus medios en fines en sí mismos?”.
Nunca antes Bin Laden había sido objeto de una desaprobación tan directa y fulminante por parte de un doctor salafista que no puede ser tildado por los militantes de simple sicofante del régimen gobernante. Su trayectoria de desafío a la familia real saudí habla a las claras de su independencia de juicio y de su valor moral. Su credibilidad como defensor de los derechos de los musulmanes en todo el mundo es incuestionable. En una fecha tan cercana como el mes de noviembre del 2004, Al Oadah, junto con 35 destacados doctores de la ley islámica saudíes, instó a los iraquíes a apoyar a los combatientes que libraban una ida legítima contra “el gran crimen de la ocupación estadounidense de Iraq”.
Añadiendo el insulto a la injuria, Al Oadah ha ensalzado a los valientes corazones y las valerosas mentes de los desertores de Al Qaeda y se ha distanciado de su terrorismo. “Muchos de tus hermanos en Egipto, Argelia y otras partes han visto el callejón sin salida de la ideología de Al Qaeda”, ha declarado. “Se dan cuenta ahora de lo destructiva y peligrosa que es”.
Así pues, la censura pública de Bin Laden por parte de Al Oadah ahonda las fisuras internas en el seno de ese universo salafista que ha proporcionado al grupo gran parte de su tropa de combate. Aunque parece que Al Qaeda revitaliza su infraestructura en las zonas tribales afgano-pakistaníes, lo cierto es que se enfrenta a unos problemas insuperables en el interior de las tierras árabes, su histórica base social de apoyo.
No en nuestro nombre, concluye Al Oadah parafraseando las palabras del propio profeta dirigidas a su jefe militar, que había obrado de forma equivocada: “¡Oh, Dios! Me declaro inocente ante Ti de lo que está haciendo Osama, y de quienes se asocian con su nombre o trabajan bajo su bandera”.
La historia juzgará si, como revolucionario izquierdista, Bin Laden va a tener mejor suerte que como militante religioso repudiado.

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