15 ene 2007

Crisis en Libano

  • Sobre la crisis libanesa/Yezid Saygh, profesor de Estudios de Oriente Medio en el King´s College de Londres.
Tomado de La Vanguardia, 15/01/2007);
Traducción: Juan Gabriel López Guix

Hizbulah formó parte del Gobierno del primer ministro libanés Fuad Siniora hasta principios de noviembre pasado, de modo que su decisión de derribar el Gobierno unas pocas semanas más tarde parece confirmar las acusaciones de Siniora de “fomentar un golpe de Estado”. Hizbulah se presenta como parte de un amplio frente de oposición que representa al menos a la mitad de la población del país, incluida la mitad de los cristianos; sin embargo, es indudable que las tensiones confesionales con los musulmanes suníes libaneses han empeorado de un modo peligroso.
Da la impresión de que Hizbulah considera que el riesgo merece la pena. Una razón es el continuado esfuerzo de Siniora desde la guerra del verano con Israel por hacer efectivo el embargo de armas de las Naciones Unidas y acabar desarmando a Hizbulah. Esta voluntad constituye una amenaza para el aparato militar autónomo de ese partido y debilita su veto contra la política gubernamental. En segundo lugar, está la lucha por sustituir al presidente prosirio Émile Lahud cuando éste termine su mandato en septiembre del 2007. Lahud se opuso al desarme de Hizbulah incluso tras el fin de la ocupación israelí del sur de Líbano en enero del 2000 y tras la evacuación siria en abril del 2005. El pasado mes de febrero Hizbulah concluyó una alianza formal con el ex general Michel Aoun, jefe del Movimiento Patriótico Libre, mayoritariamente cristiano, con lo que éste incrementó en buena medida sus posibilidades de obtener la presidencia a cambio de su apoyo al estatuto político-militar especial de Hizbulah.
La crisis resultaba predecible, pero lo que decidió su estallido fue la decisión de Siniora a principios de noviembre de aprobar la creación de un tribunal internacional para juzgar a los sospechosos del asesinato del antiguo primer ministro Rafiq Hariri. Hizbulah y Amal, el otro principal partido chií dirigido por el presidente del Parlamento Nabih Berri, no se opusieron en principio al tribunal, pero pusieron objeciones a ciertos detalles y renunciaron a sus carteras ministeriales cuando Siniora insistió en sus planes. Lahud afirmó que la ausencia de representación chií en el Gobierno suponía una falta de legitimidad constitucional y, por lo tanto, rechazó ratificar la decisión gubernamental de crear el tribunal.
Siniora sostiene que el gabinete sigue contando con una mayoría de ministros y representa a una mayoría democráticamente elegida. Es cierto, pero pasa por alto una gran paradoja: ¿cómo pretender legitimidad democrática cuando los chiíes, que se calcula que constituyen el 38% de la población y la mayor comunidad del país, tienen asignados sólo el 21% de los escaños parlamentarios?
Hizbulah aceptó no pedir una mayor representación chií al final de la guerra civil libanesa en 1989-1990 y a cambio se le permitió crear una serie de instituciones autónomas, tanto sociales, culturales y económicas como políticas y militares. Ahora, al intentar desarmar a Hizbulah, influir en la nueva presidencia y utilizar el tribunal para erradicar la influencia residual siria, Siniora y su Movimiento Futuro mayoritariamente suní, junto con otros partidos de la antisiria Alianza 14 de Marzo, están intentando despojar a Hizbulah de la compensación recibida tras la guerra civil sin modificar el sistema confesional ni ofrecer una protección alternativa a los intereses chiíes.
Además, Hizbulah se encuentra reforzado entre la opinión pública general por la percepción de que el Gobierno de Siniora es responsable del deterioro de la situación económica. La lentitud y la ineficacia del esfuerzo estatal de compensación a las víctimas de la guerra del verano pasado han provocado un aumento del resentimiento; la decisión del Gobierno de no priorizar el sector agrícola afectó con especial fuerza a los chiíes, concentrados en ese sector, un sector que por otra parte domina la economía local en el sur, principal escenario de la guerra.
El deterioro de la situación socioeconómica ha dado solidez al apoyo de los chiíes a Hizbulah. En realidad, las manifestaciones antigubernamentales realizadas desde el 1 de diciembre han contado con la participación de muchos sectores de ingresos bajos de la región cristiana del monte Líbano. Siniora promete una ayuda económica masiva que espera obtener en la conferencia París III prevista para finales de enero, pero la presión de los donantes en favor de reformas económicas y administrativas sólo contribuye a reforzar el nacionalismo populista de base representado por Hizbulah y Michel Aoun.
La oposición exige una cuota del tercio más uno en el nuevo Gobierno de unidad popular, lo que le proporcionaría en la práctica capacidad de veto; además, el 18 de diciembre pidió unas elecciones parlamentarias anticipadas con una ley electoral revisada. Con unas encuestas que señalan una desaprobación por parte del 60 por ciento de la opinión pública y un apoyo del 70 por ciento a un Gobierno de unidad popular, no es fácil que Siniora pueda tildar sin más a la oposición de ser simples agentes de Siria e Irán.
De todos modos, la oposición carece de la mayoría parlamentaria para forzar un adelanto electoral, y no está nada claro que las protestas en la calle logren torcer los deseos de Siniora. Eso significa también que la oposición no tiene garantizada la elección de Michel Aoun, puesto que el presidente es elegido por el Parlamento. En los próximos meses la cohesión del frente opositor se pondrá a prueba si resulta que Michel Aoun no puede ser elegido; si resiste, a la Alianza 14 de Marzo le será imposible elegir a un rival, a pesar de contar con mayoría parlamentaria.
Con tantas cosas en juego, Siria puede recurrir a la intimidación directa de sus adversarios en Líbano en caso de que vea amenazados sus intereses básicos. Probablemente asesinó el 21 de noviembre pasado al ministro de Industria libanés Pierre Gemayel, miembro de la antisiria Alianza 14 de Marzo. Por otra parte, Israel podría desestabilizar la situación de un modo mucho más peligroso: ha amenazado con recurrir de nuevo a la guerra en el verano del presente año - 2007- para acabar con la capacidad militar de Hizbulah; ahora bien, si asesina al jefe de ese partido, el jeque Hasan Nasrala, como ha amenazado en diversas ocasiones, esa muerte desencadenaría una explosión generalizada de violencia sectaria.
Descartando esos escenarios tan dramáticos, la crisis libanesa se verá determinada por la capacidad de la Alianza 14 de Marzo y la oposición de llegar a un compromiso sobre dos asuntos principales: la participación de la oposición en un Gobierno de unidad nacional (y, específicamente, si posee o no derecho de veto) y la sucesión de Lahud. Si las negociaciones fracasan, la oposición continuará su campaña en favor de un anticipo electoral y bloqueando el tribunal Hariri; pero lo más desestabilizador para el bloque parlamentario de la Alianza 14 de Marzo sería elegir un nuevo presidente contra los deseos de la oposición (y de Siria). Por el contrario, la consecución de un compromiso pondría fin a la crisis y mantendría el especial estatuto militar de Hizbulah, pero devolvería al país a la posición en que se encontraba en vísperas de la guerra con Israel que empezó el 12 de julio del 2006.

La rebelión de la Tierra




  • Dos grados y la Tierra se rebela/James Lovelock, autor de The revenge of Gaia, pionero de la ecología, padre de la teoría de Gaia. Profesor honorario del Green College de la Universidad de Oxford.
  • Tomado de La Vanguardia, 15/01/2007);
  • Traducción: Celia Filipetto
  • La humanidad se enfrenta hoy a su prueba más dura. La actual aceleración de los cambios climáticos arrasará el ambiente cómodo al que estamos acostumbrados. El cambio es algo normal en la historia de la geología. El más reciente fue el paso de un largo periodo de glaciación al actual periodo templado interglaciar. Lo extraño es que la inminente crisis la hemos provocado nosotros, y no se había producido una situación tan grave tras el largo periodo caliente, al comienzo del eoceno, hace 55 millones de años, cuando la transformación fue mayor que la habida entre la era glaciar y el siglo XIX y duró 200,000 años.
    Cuando la Tierra se encuentra en un periodo interglaciar, como ocurre ahora, queda atrapada en un círculo vicioso; por ese motivo, el problema del calentamiento global se convierte en algo tan serio y apremiante. El calor suplementario de cualquier origen, ya sean las emisiones de gases de efecto invernadero, la desaparición de lo hielos del Ártico, el cambio estructural de los océanos o la destrucción de las selvas tropicales, se ve ampliado, y sus efectos no se limitan a sumarse. Es como si dispusiéramos de una chimenea para calentarnos y siguiéramos echándole leña sin darnos cuenta de que, mientras tanto, en la casa donde se encuentra se ha prendido fuego. Cuando ocurre, queda muy poco tiempo para apagar el incendio antes de que se queme toda la casa. El calentamiento global está aumentando como un incendio y ya casi no nos queda tiempo para reaccionar.
    Este año, por primera vez desde que hace dos décadas sonó la primera alarma, fue como despertar de un letargo. El calentamiento global no es una conjetura, un alarmismo inútil o una exageración de una de las partes implicadas, sino más bien un peligro muy claro y presente. El libro y el filme, visto hoy en todo el mundo, Una verdad incómoda han contribuido a la concienciación. Las imágenes de los osos polares que se ahogan porque no pueden nadar entre los bancos de hielo derretidos de los mares del Ártico o las nieves que se disuelven en el Kilimanjaro han puesto imagen a esta amenaza.
    La concienciación aumentó, además, gracias a los estudios llevados a cabo en distintos puntos del cielo, la tierra y el mar, y resumidos en el informe Stern de la Royal Society de Londres, presentado el 30 de octubre pasado por el primer ministro Tony Blair.
    ¿Por qué hemos sido tan lentos, especialmente en Estados Unidos, en advertir el grave peligro que se cierne sobre nosotros y nuestra civilización? ¿Qué nos impide darnos cuenta de que la fiebre del calentamiento global es un hecho letal que podría haber escapado ya a nuestro control y al del planeta mismo? Creo que nos negamos a rendirnos a la evidencia de que nuestro mundo está cambiando porque, como nos recordó el sabio biólogo Edward O. Wilson, seguimos siendo un puñado de carnívoros tribales. Nos cuesta asimilar el concepto de que nosotros y los demás seres vivos, desde los microbios a las ballenas, formamos parte de una unidad más grande y diversificada, es decir, la Tierra viviente.
    Soy lo bastante viejo como para apreciar una notable similitud entre la actitud que se tenía hace sesenta años respecto de la amenaza de la guerra y la que se tiene hoy ante el peligro del calentamiento global. La mayoría de nosotros creemos que muy pronto puede ocurrir algo muy desagradable, pero tanto ahora como en 1938 no sabemos bien qué forma tendrá ese algo ni qué hacer para evitarlo. Hasta ahora nuestra respuesta ha sido exactamente la misma que la dada en el periodo de entreguerras: intentar una negociación. El acuerdo de Kioto guarda un parecido extraordinario con el pacto de Munich; los políticos se muestran ansiosos por intervenir, pero luego, en realidad, se limitan a dar largas.
    Sin embargo, la civilización es lo que realmente está en peligro. Vistos como animales separados del resto, no somos nada especial; es más, en cierto sentido, la especie humana es producto de una enfermedad del planeta, pero a través de la civilización conseguimos redimirnos y convertirnos en un recurso inestimable para la Tierra. Existe una pequeña posibilidad de que los escépticos tengan razón y de que podamos salvarnos de acontecimientos imprevisibles como una serie de erupciones volcánicas tan fuertes como para impedir el paso de la luz del sol y provocar el enfriamiento de la Tierra. Sólo un perdedor apostaría su vida por algo tan improbable. Sean cuales fueren las incertidumbres sobre los climas del futuro, no cabe ninguna duda de que tanto los gases de efecto invernadero como las temperaturas están aumentando. En el 2004 Jonathan Gregory y sus colegas de la Universidad de Reading revelaron que si las temperaturas globales aumentan más de 2,7 grados centígrados, los hielos de Groenlandia se volverán inestables y comenzarán a disolverse hasta desaparecer en buena parte, aunque después las temperaturas descendieran por debajo del umbral establecido. Dado que la temperatura y el exceso de anhídrido carbónico parecen estar estrechamente relacionados, el umbral puede expresarse tanto en términos de la primera como de lo segundo.
    Los científicos Richard Betts y Peter Cox, del Centro Hadley de predicciones climáticas, concluyeron que bastaría con que la temperatura del planeta aumentara cuatro grados centígrados para desestabilizar las selvas pluviales tropicales y provocar su desaparición, lo cual daría paso al monte bajo y el desierto. Si ocurriera, la Tierra perdería otro mecanismo de enfriamiento y el aumento de la temperatura sería todavía más rápido.
    El hielo flotante del Ártico cubre una zona equivalente a la de Estados Unidos y es el hábitat natural de los osos polares y otros animales. Es también el destino de los valientes exploradores que llegaron andando hasta el Polo Norte, pero más que nada, en verano nos sirve como lente reflectante de la luz solar para mantener el mundo más fresco. Cuando los hielos se disuelvan, tal vez muy pronto, podremos llegar al Polo Norte en barco, pero habremos perdido la capacidad de acondicionador de aire del hielo ártico. El mar oscuro que lo sustituirá absorberá el calor del sol y, cuando se caliente, acelerará el derretimiento de los hielos de Groenlandia.
    Aunque no podamos volver al mundo espléndido del siglo XIX, cuando apenas éramos mil millones de habitantes, podemos hacer algo para poner límites a las consecuencias del calentamiento global. Si existiese efectivamente un umbral y lo superáramos, las naciones del mundo podrían limitar los daños interrumpiendo las emisiones de anhídrido carbónico y metano. El aumento de la temperatura se ralentizaría, así como el aumento del nivel de los océanos, y se tardaría más en alcanzar la fase caliente final respecto de nuestra forma de vida actual. Pero incluso así los daños serían enormes. Políticamente, pertenezco a los Verdes, pero ante todo soy científico. Por eso pido siempre a mis amigos ecologistas que reconsideren su fe ingenua en el desarrollo sostenible y la energía renovable. En primer lugar, los Verdes deben abandonar su obstinada oposición a la energía nuclear.

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