3 jun 2007

Kapuscinsky, juzgado

  • Kapuscinski, juzgado/ Galder Reguera, licenciado en Filosofía
EL CORREO DIGITAL, 31/05/2007;
Estos días se ha producido cierta polémica en el mundo del periodismo, a raíz de un reportaje publicado en una revista polaca en la que se ‘informaba’ de que el periodista Ryszard Kapuscinski colaboró con la policía comunista entre los años 1965 y 1972. Bajo el titular ‘Expediente literario’, el semanario polaco advierte de que Kapuscinski remitió en sus viajes por el mundo varios informes a las autoridades comunistas, y que al menos cobró por tres de ellos, a pesar de que no aportó en ningún caso «información o material de interés en los que estaba interesada la policía».
La primera cuestión destacable es que la acusación del semanario polaco -que, por cierto, hace dos años ofreció a Kapuscinski un premio a su labor que éste rechazó- es gratuita, en la medida en que no aporta hechos que no fueran conocidos anteriormente y, sobre todo, que éstos no fundamentan la misma. Conviene señalar que los ‘informes’ que se refiere que Kapuscinski remitió a las autoridades no son sino sus despachos para los boletines especiales de la Agencia Polaca de Prensa (PAP), de la que el reportero fue corresponsal entre los años 1959 y 1981. En este sentido, era de sobra sabido que, para poder cubrir el extranjero, todos los corresponsales de la PAP estaban obligados a remitir cierta información sobre los países que visitaban, algo que Kapuscinski, por cierto, ya señaló en varias de sus obras. Pero de ahí a tildar esa información aportada por los corresponsales de la PAP -que en la mayoría de los casos se limitaba a descripciones sucintas del país- como «colaboración con el régimen comunista» -con todo lo que estas palabras implican- va un abismo.
En primer lugar porque, como el mismo Kapuscinski reconoció en una entrevista incluida en el libro ‘El mundo de hoy’, el hecho de haber desarrollado su labor en países del Tercer Mundo, en los que el régimen polaco no tenía el más mínimo interés, hizo que las presiones hacia su trabajo fueran mínimas, en contraste con lo que sucedía con otros compañeros. «En su mayoría los funcionarios ni siquiera habían sabido situar estos países en el mapa», llegó a decir. Pero, sobre todo, porque Kapuscinski en ningún caso perjudicó a nadie a partir de esas informaciones.
Todo lo contrario, precisamente, que la ‘noticia’ publicada la pasada semana por la revista polaca, cuya única intención es la de ensuciar de algún modo el conjunto de la obra literaria del reconocido reportero, intentando poner en duda con discutibles argumentos ‘ad hominem’ el valor de la figura que para el periodismo representa Kapuscinski, literaria y éticamente. En este punto, conviene recordar que las acusaciones contra Kapuscinski vertidas en esta revista se basan en un informe del llamado Instituto de la Memoria Nacional, organismo a través del cual el actual Gobierno polaco de los hermanos Kaczynski pretende borrar cualquier rastro comunista en la Administración pública, obligando a más de medio millón de ciudadanos a responder a la viciada pregunta de si en algún momento han «colaborado secreta y conscientemente con los antiguos servicios de seguridad comunistas».
Analizado en este contexto, el caso habla por sí solo. En Kapuscinski, el acusado, encontramos la figura de un periodista de un tipo determinado. El de aquél que a pesar de las múltiples adversidades con las que tuvo que lidiar durante toda su vida -el hambre, la presión política, interna y externa, la falta de medios económicos, etcétera- supo convertir su labor en un modo de dar voz a los que carecían de ella, supo hacer del conjunto de su obra una puerta abierta para el conocimiento del otro. Por el contrario, en el autor de la noticia, el acusador, encontramos a un periodista de otra naturaleza. Encontramos el periodista que, a pesar de las múltiples ventajas con las que cuenta para realizar su trabajo -estabilidad económica, libertad de prensa, auge de las tecnologías y medios, entre otras- decide, éste sí, libre y conscientemente, colaborar con el poder establecido, en este caso, con la auténtica caza de brujas comenzada por el Gobierno de los hermanos Kaczynski en espera, suponemos, de que ulteriormente éstos le devuelvan el favor. Mientras Kapuscinski, a pesar de todo, decidió dar en su obra la voz a quien no la tenía, el autor de la acusación contra él sólo se limita a repetir los dictados del poder de turno.

Crimen y castigo

  • Crimen y castigo/ Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente de Nicaragua (EL PAÍS, 31/05/2007;
Unas semanas atrás la CNN había entrevistado en México a Teodoro Petkoff, el director del diario Tal Cual de Caracas, acerca del entonces inminente cierre de la emisora RCTV de Venezuela. Me tocó estar en México cuando en el mismo programa compareció una diputada, emisaria del Gobierno del presidente Chávez, para replicar a Petkoff, y su argumento capital para justificar la pena capital impuesta a la emisora fue el de que en su programación introducía formas extrañas de cultura, que enajenaban las costumbres y creencias del pueblo venezolano.
He escuchado otras justificaciones oficiales, la más reiterada de ellas que se trataba de una emisora golpista, pues se había puesto del lado de quienes buscaron derrocar al presidente Chávez en el año 2002, y él mismo, tras dictar la sentencia, le fue contando con fruición los días que le quedaban de vida. Pero saber ahora que también se trata de un acto de represión ideológica, y que la medida está destinada a restringir los espacios de convivencia cultural, me da una idea de lo que debe esperarse en el futuro.
El reclamo de callar todas las voces que atentan contra determinada concepción cultural, parte necesariamente de la idea de que es necesario defender una identidad propia puesta en peligro por todo lo que viene de fuera de las fronteras, unas fronteras que no son sólo territoriales, sino también ideológicas. En este sentido, el Estado se hace cargo de promover y defender esa llamada identidad cultural, que se erige como oficial, y frente a la cual no caben alternativas de expresión.
El Estado bolivariano tiene una concepción oficial de su identidad política, que pasa a ser una identidad cultural. La misma definición de “Estado bolivariano” implica ya una definición nacionalista, que de acuerdo a la doctrina del presidente Chávez, reiterada en sus discursos, es popular además de nacionalista. Le he oído anunciar la filmación de superproducciones donde se narrará la vida y las hazañas de los héroes de Venezuela, para contrarrestar a las películas enajenantes de Hollywood, por ejemplo, y las emisiones de Telesur, su canal internacional de televisión, vienen a perseguir el mismo propósito.
A mí me parece bien que exista Telesur, porque brinda una alternativa de información dentro de la compleja red de ofertas que existe hoy día en el mundo, y si el presidente Chávez quiere realizar una multimillonaria inversión para que haya en Venezuela unos estudios de cine en competencia con los de Hollywood, ya se ve que tiene el dinero para hacerlo. Lo malo sería que en mi pantalla yo tuviera las veinticuatro horas del día nada más que Telesur, y a la hora de la película de la noche sólo vidas y hazañas de próceres, y todo lo demás quedara fuera por tratarse de basura enajenante.
Si tras el cierre de la RCTV se extendiera por América Latina la ola justiciera en contra de la enajenación cultural inoculada por las emisoras de televisión, desde Miami a México, y de Río de Janeiro a Santiago, y de Bogotá a la propia Caracas, donde sobrevive Venevisión, los ayatolás culturales me dejarían con no poca nostalgia. Nostalgia por los chocarreros juicios fingidos delante de jueces de togas negras, en los que se ventilan a grito pelado conflictos familiares; por los edulcorados programas de entrevistas donde las amas de casa lloran sus penas delante de entrevistadoras implacables; por los longevos concursos de aficionados con premios vistosos, autos deportivos relucientes y viajes al fin del mundo, ofrecidos por presentadoras de sonrisa congelada; por las telenovelas venezolanas donde las heroínas y las malvadas, sobre todo las malvadas, se levantan ya maquilladas de la cama, y los escenarios de casa rica parecen siempre las salas de exhibición de una tienda de muebles.
Sería mi nostalgia por el mal gusto, pero para miles de televidentes sería su nostalgia por lo que les gusta, que en asunto de preferencias no hay nada escrito. El gusto tiene que ver con la libertad, más allá de las categorías culturales oficiales, y suprimir las opciones, para dejar ver sólo lo que el criterio oficial determina que uno debe ver, es como levantar barrotes de acero frente a la pantalla, y hacer de cada hogar una celda de castigo. Es obligarlo a uno a entregar al Estado el poder de decidir acerca de lo que quiere ver o escuchar, en la televisión, en el cine y en la radio, de donde fácilmente se pasa a arrebatarle a uno ese mismo poder en lo que respecta a lo que quiere leer.
Es la gran distancia entre lo que uno quiere hacer y lo que otros determinan desde arriba que uno debe hacer. En lugar de las transmisiones enajenantes de la RCTV, habrá ahora en Venezuela un canal oficial con programas de sano esparcimiento, a prueba de enajenación, ideológicamente correctos y culturalmente pulcros, y con noticieros bien filtrados. Programas que para alcanzar la sanidad moral y la pureza ideológica tendrán que ser elaborados necesariamente por un eficiente equipo de ángeles celestiales, de pensamiento homogéneo y a prueba de tentaciones y deslices. Las telenovelas tendrán ahora mensaje moral. ¡Telenovelas sanas, sin colesterol!
¿Y quién dice que esos ángeles militantes serán ajenos a la mediocridad, al mal gusto y a la ortodoxia ramplona? No olvidemos que se tratará de ángeles disciplinados, y que toda ortodoxia es enemiga acérrima de la imaginación, que es la más soberana forma de libertad. Y tampoco olvidemos que cuando el Estado se mete con las preferencias personales para reglamentarlas y conducirlas, al ofrecer el cielo, nos da el infierno.

La clase del profesor Niall Ferguson

  • Tras la ‘Rusia de Weimar’/Niall Ferguson, profesor de Historia ‘Laurence A. Tisch’ de la Universidad de Harvard y miembro de la junta de gobierno del Jesus College de Oxford.
Tomado de LA VANGUARDIA, 01/06/2007):
¿Futuro? ¡No hay tal! Sólo existen futuros, en plural. Se da prácticamente por sentado que los historiadores se circunscriben al estudio del pasado, pero mediante analogías establecidas entre el ayer y el hoy a veces pueden apuntar en dirección a plausibles mañanas.
Hace siete años, la economista Brigitte Granville y quien esto firma publicamos un artículo en el Journal of Economic History titulado “Weimar a la orilla del Volga” en el que argüimos que la experiencia de la Rusia de los años noventa del siglo XX presentaba numerosas semejanzas con la experiencia de la Alemania de los años veinte del siglo XX. Nos centramos en el impacto de una altísima inflación para sugerir a continuación que obedecía a causas y consecuencias similares en ambos casos. Es decir, intentamos explicar que en ambos casos un país de posguerra, postimperial y posrevolucionario trataba de evitar el escollo del elevado desempleo recurriendo a un gasto generoso…
Al propio tiempo, poderosos grupos de presión del mundo de la empresa aprovechaban la debilidad del gobierno para evadir impuestos. Y, para empeorar las cosas, había que encontrar dinero como fuese para pagar los intereses de una amplia deuda externa (reparaciones de guerra en el caso alemán, deuda de la era soviética en el caso ruso). Sólo cabía financiar el déficit gubernamental en alza recurriendo a la impresión de papel moneda. Y mientras la población iba perdiendo la confianza, los precios no paraban de subir.
La crisis inflacionaria resultante minó la credibilidad no sólo en el valor del dinero sino también en una democracia en ciernes que se convertía en el chivo expiatorio responsable de todos los males.
Es ocioso recordar que ninguna analogía histórica es exacta y cabal. La moneda rusa no se hundió tan profundamente como la alemana en 1923, aunque la tasa anual de inflación se acercó en Rusia al 300% en enero de 1992. Pero nuestra corazonada, si se quiere hablar así, era que los traumáticos episodios económicos de los años noventa demostrarían ser tan dañinos y perjudiciales para la democracia rusa como lo había sido la hiperinflación para la democracia alemana setenta años antes.
Y concluíamos: “La inflación durante la república de Weimar - por obra y gracia del descrédito del libre mercado, del imperio de la ley, de las instituciones parlamentarias y de la transparencia económica internacional- resultó ser el perfecto semillero del nacional (ista) socialismo. En Rusia, asimismo, los inmediatos costes sociales de la elevada inflación pueden acarrear serias consecuencias políticas a medio plazo. Como en la época de Weimar, los perdedores pueden convertirse en el futuro en el partido natural a la misma raíz de una posible reacción violenta dirigida tanto contra los acreedores extranjeros como contra quienes sacan partido de la crisis en el propio país”.
Siete años después, la verdad es que el hombre que sucedió a Boris Yeltsin mientras nuestro artículo iba camino de la imprenta se esfuerza por dar carta de naturaleza a nuestro análisis de entonces… El imperio de la ley constituye la piedra angular tanto de la democracia liberal como del orden internacional. No obstante, hace poco el Gobierno ruso ha mostrado su desprecio por el imperio de la ley al negarse terminantemente a extraditar al principal sospechoso del caso de Alexander Litvinenko, envenenado en Londres el pasado mes de noviembre. La Fiscalía de la Corona británica (Crown Prosecution Service, CPS) manifiesta que posee pruebas suficientes para acusar a Andrei Lugovoi. Pero los rusos sostienen que entregar a Lugovoi sería inconstitucional.
Podría ser, además, comprometido. El mundo, por fin, podría saber cómo diez microgramos del letal isótopo radiactivo polonio 210 viajaron desde una instalación nuclear rusa hasta una taza de té en el Pine Bar del Millennium Hotel de Londres donde con suma probabilidad Litvinenko los ingirió. Existen dos posibilidades. O el Gobierno ruso ordenó el asesinato de Litvinenko o - no mucho más halagüeña- el Gobierno ruso no controla sustancias letales producidas en sus reactores nucleares.
Resulta tentador considerar la porfía acerca de la extradición de Lugovoi como un breve capítulo más de la larga y raramente feliz historia de las relaciones anglo-rusas. Como sucede a menudo, parece ser sólo un caso más de toma y daca. Si no extraditamos al magnate ruso exiliado Boris Berezovsky, que se jacta públicamente de tramar el derrocamiento de Putin, ¿por qué deberían extraditar los rusos a Lugovoi?
O bien cabe enmarcar la disputa en cuestión en un contexto mucho más amplio interpretándola como parte de una nueva guerra fría que parece haberse declarado entre Rusia y Occidente. La lista de recientes manzanas de la discordia es larga: la invasión de Iraq por parte de EE. UU., la ayuda de Rusia a Irán, las baterías antimisiles estadounidenses en el este de Europa, los oleoductos rusos en Kazajstán… Yla retórica consiguiente se está enfriando aún más. Tan sólo hace tres meses oí el discurso de Putin en Munich en el que advirtió clara y abiertamente que el “superempleo de la fuerza” por parte de EE. UU. estaba “sumiendo al mundo en un abismo de conflictos permanentes”.
Sin embargo, no se trata de una segunda edición de la guerra fría. A diferencia de los años cincuenta y sesenta, Rusia no es un país que confíe en sí mismo, sino un país falto de seguridad. Depende de su exportación de recursos naturales y no de su capacidad y preparación para igualar el nivel y los logros tecnológicos de EE. UU. Es una potencia menguante y su población disminuye tan rápidamente que para el año 2050 habrá más egipcios que rusos. El valor de la comparación con la Alemania de Weimar radica en que evoca y refleja los peligros de una reacción virulenta contra tal fragilidad.
Por descontado, Vladimir Putin no es Hitler. Ex oficial del KGB y no precisamente humilde cabo bávaro, Putin es tan frío y calculador como Hitler era inquieto e impulsivo. Para Hitler, la economía alemana era únicamente el lacayo de su voluntad megalomaniaca. Putin, por el contrario, es real y efectivamente el presidente de Rusia, Sociedad Anónima y el principal accionista de un sistema que se asemeja crecientemente a lo que los teóricos marxistas-leninistas condenaron un día en Occidente como capitalismo monopolista de Estado.Además, Putin goza de ventajas por las que Hitler había de pelear: gran espacio vital y, principalmente, gas y petróleo abundantes.
Sin embargo, la ejecutoria de Putin sigue recordando de forma alarmante la reacción violenta del citado periodo alemán, como si de un Weimar a la orilla del Volga se tratara y que predijimos hace siete años: una reacción violenta dirigida tanto contra los acreedores extranjeros como contra quienes sacan partido de la crisis en el propio país, explotadora de la pérdida de confianza de la sociedad no sólo en el imperio de la ley sino también en el libre mercado, las instituciones parlamentarias y la transparencia económica internacional.
Como previmos en su momento, una de las primeras iniciativas de Putin consistió en lanzar una campaña contra los oligarcas (reconocidos maleantes) que habían sido los principales beneficiarios de las privatizaciones de Boris Yeltsin, metiendo entre rejas a Mijail Jodorkovsky y destruyendo su empresa petrolífera Yukos. Tras forzar a los otros oligarcas al exilio o la sumisión, Putin se aplicó a la tarea de renacionalizar los recursos energéticos de Rusia mediante los gigantes Gazprom y Rosneft controlados por el Estado. Los inversores extranjeros también han acusado el golpe. Tras reducir la participación de Shell en los yacimientos de petróleo y gas de Sajalin-2, Moscú parece ahora decidido a hacer lo propio con BP, muy interesada en el yacimiento de gas de Kovikta. Como en casos precedentes, la táctica consiste en acusar a la empresa extranjera de infringir los términos ASTROMUJOFF de los permisos concedidos para operar. Y todo lo que resta por decidir es la participación que Kovikta BP habrá de ceder a Gazprom.
En apariencia y bajo el mandato de Putin, Rusia ha seguido siendo una democracia. Sin embargo, no hay que engañarse sobre la erosión de los fundamentos de la democracia bajo su presidencia. En nombre de la democracia soberana,la elección de gobernadores y presidentes regionales ha sido reemplazada por un sistema de designación presidencial. Los grupos de la oposición ya no pueden actuar libremente. El campeón de ajedrez Gari Kasparov y otros 26 activistas antigubernamentales no pudieron subir a un avión con destino a Samara, donde se reunían líderes rusos y europeos. Bajo el control vigilante de Putin se ha observado asimismo una disminución apreciable de la libertad de prensa. Los tres principales canales de televisión (Canal Uno, Rosilla y NTV) se hallan bajo control directo o indirecto del Gobierno y los periodistas que se enfrentan a las autoridades ya no pueden sentirse a salvo. Hace tan sólo ocho meses, la periodista de investigación Anna Politkovskaya fue asesinada en la puerta de su casa; una de los 14 periodistas asesinados desde que Putin accedió al poder.
Volviendo al principio, el futuro no es tal, sólo futuros. Un futuro imaginable es que después de que Putin abandone el poder (si así sucede) el año que viene Rusia adopte un rumbo político más abierto, aunque personalmente yo no apostaría por eso. Un futuro más plausible consiste en que Rusia, tras haber sofocado en mayor o menor medida las discrepancias internas, se halla dispuesta a desempeñar ahora un papel más vigoroso y enérgico en el escenario internacional. Recuérdese: fue Putin quien restableció el antiguo himno nacional soviético en el año posterior a su acceso a la presidencia de la Federación Rusa. Y fue él quien describió la caída de la Unión Soviética como una “tragedia nacional a escala enorme”.
Constituiría aún una mayor tragedia que él o su sucesor trataran de alguna manera de restaurar ese funesto imperio. Por desgracia, tal es el panorama, que la analogía con el periodo de Weimar viene a pronosticar qué sucederá a continuación.

¿Se evitará la cuarta guerra del Golfo?

¿Se evitará la cuarta guerra del Golfo?/Haizam Amirah Fernández, investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe, Real Instituto Elcano
Tomado de REAL INSTITUTO ELCANO, ARI Nº 62/2007 - 31/05/2007
Tema: La expulsión de los talibán de Afganistán y el fracaso neoconservador en Irak han fortalecido el papel de los chiíes y de Irán en Oriente Próximo. ¿Se evitará una nueva guerra regional? [*]
Resumen: Durante las últimas décadas, la región del Golfo Pérsico ha sido una de las más castigadas por los conflictos bélicos, la lucha por el control de los recursos energéticos, las rivalidades políticas y la ingerencia de potencias externas. La erupción de Irán como actor clave con aspiraciones de hegemonía regional representa uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta Estados Unidos desde su posición de hiperpotencia mundial. Con el fin de frenar las ambiciones de Teherán, Estados Unidos podría tratar –no sin dificultades– de combinar dos doctrinas empleadas en el pasado con Irán e Irak: el “equilibrio de fuerzas” y la “doble contención”, pero esta vez a escala regional. Una cuarta guerra del Golfo podría tener consecuencias mucho más graves para el sistema internacional que las tres guerras anteriores juntas.
Análisis
Durante las últimas décadas, la región del Golfo Pérsico ha sido una de las más castigadas por los conflictos bélicos, la lucha por el control de los recursos energéticos, las rivalidades políticas y la ingerencia de potencias externas. El triunfo de la Revolución Islámica en Irán en 1979 proporcionó los apoyos occidentales que el Irak de Saddam Husein necesitaba para iniciar una guerra contra el régimen de los ayatolás. La primera guerra del Golfo (1980-1988) terminó sin vencedores ni vencidos, aunque para ello se sacrificará a centenares de miles de personas. Otra vez, Saddam Husein quiso creer en 1990 que contaba con el apoyo occidental para invadir y apoderarse de Kuwait. Lo que provocó, en cambio, fue la mayor coalición internacional en los tiempos modernos que lo expulsó por la fuerza durante la segunda guerra del Golfo (Operación Tormenta del Desierto) en 1991. Además de las bajas que causó la contienda, el embargo internacional que pesó sobre la población iraquí desde 1990 hasta 2003 aumentó el sufrimiento de una población duramente castigada por su propio régimen tiránico, causando la muerte de centenares de miles de iraquíes (sobre todo menores de edad). Saddam Husein fue de nuevo el pretexto para que en 2003 Estados Unidos reuniera a una coalición menos representativa que la anterior, en esta ocasión más occidental que internacional, con el objetivo de provocar un cambio de régimen en Bagdad. Cuatro años después de la eliminación política de Saddam y varios meses después de su polémica ejecución, la inestabilidad en la región del Golfo no ha disminuido, sino todo lo contrario.
La erupción de Irán como actor clave con aspiraciones de hegemonía regional representa uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta Estados Unidos desde su posición de hiperpotencia mundial. El régimen de los ayatolás siempre soñó con extender su influencia fuera de sus fronteras, aunque eso no fue posible mientras existió el dictador de Bagdad. Irónicamente, los dirigentes iraníes pueden estar agradecidos a la actual Administración de su archienemigo, Estados Unidos, por el auge del poder chií en Oriente Medio. La expulsión de los talibán del poder en Afganistán en 2001 y el poco exitoso cambio de régimen en Irak han fortalecido el papel de los chiíes en toda la región. La llegada a la presidencia de Irán del populista y desafiante Mahmud Ahmadineyad en agosto de 2005 amplificó las consecuencias de la ruptura de los equilibrios de fuerzas que había causado la Administración de George W. Bush con su aventura iraquí. Las ambiciones nucleares iraníes y algunas declaraciones incendiarias de su presidente, enardeciendo el espíritu nacionalista en el interior y buscando la provocación en el exterior, mantienen al mundo en vilo ante un posible ataque estadounidense o israelí contra objetivos iraníes. La pregunta es si, al igual que ocurrió en septiembre de 1980, en agosto de 1990 y en marzo de 2003, los errores de cálculo y los engaños de dirigentes ineptos y megalómanos podrían llevar al Golfo a una cuarta guerra, cuyas graves consecuencias se extenderían, con toda seguridad, más allá de la región.
Equilibrio de fuerzas y doble contención
Los objetivos estratégicos de Estados Unidos en el Golfo Pérsico han estado, desde hace décadas, condicionados por dos factores: el petróleo y el Estado de Israel. El interés principal de Washington en la región del Golfo ha sido y es garantizar la protección de regímenes amigos que, a su vez, aseguren el suministro de crudo, su libre salida por el estrecho de Ormuz y su comercialización a precios razonables en el mercado internacional. El objetivo a largo plazo es la supervivencia de dichos regímenes amigos que controlan enormes reservas de hidrocarburos. Consideraciones como los valores democráticos o el respeto de los derechos humanos han estado siempre por detrás de los intereses energéticos. El segundo motor de la política estadounidense en Oriente Medio es garantizar la supremacía del Estado de Israel como su máximo aliado y guardián de sus intereses en la región.
La primera guerra del Golfo vio el nacimiento de un eje Estados Unidos-monarquías sunníes-Irak, en el que este último actuó como freno ante las declaradas intenciones de expansión de la Revolución Islámica del ayatolá Jomeini. Saddam Husein creyó que los apoyos externos garantizarían la realización de sus proyectos hegemónicos. Sin embargo, Washington veía su asociación estratégica con el régimen iraquí desde la lógica de la “guerra preventiva” frente a un régimen iraní, revolucionario y expansionista, que amenazaba la seguridad del Golfo y de sus fuentes energéticas. En el contexto de la Guerra Fría, Irak era la “opción menos mala”, y apoyarlo activamente era una forma de contener la expansión de la influencia soviética. Ante la asimetría estratégica y la vulnerabilidad militar de Irak, Estados Unidos y algunos países europeos le prestaron en distintos momentos apoyo vital tanto en la planificación de sus operaciones militares como mediante la provisión de armas, incluidos agentes y componentes necesarios para fabricar armas de destrucción masiva. Los aliados de Saddam nunca vieron con buenos ojos su excesivo afán de protagonismo en la región. Con el fin de evitar tanto su victoria como su derrota, Estados Unidos siguió una política de “equilibrio de fuerzas” con Irak e Irán. Por una parte, se abstuvo de condenar el uso de armas químicas en decenas de ocasiones por parte del Ejército de Saddam contra militares y civiles iraníes (y también contra su propia población). Por otra parte, cuando el régimen teocrático de Teherán se vio seriamente debilitado y al borde de la derrota, algunos en Washington no dudaron en venderle armas, según quedó evidente cuando se destapó el escándalo “Irán-Contra” en 1986.
A pesar de la guerra irano-iraquí y de ataques ocasionales contra petroleros en el Golfo, el petróleo siguió fluyendo sin dificultades a unos precios considerablemente bajos durante la década de 1980. Con Irán militar y económicamente exhausto, un Saddam fuertemente armado esperaba su recompensa como “salvador” de los intereses occidentales y árabes. Su impericia como estratega lo llevó a invadir otro país (Kuwait), y su obstinación típica de los líderes dogmáticos le impidió reconocer sus errores y corregirlos a tiempo. El resultado fue la segunda guerra del Golfo, amparada por un amplio consenso internacional y con el apoyo de casi todos los países vecinos de Irak. A pesar de haber agredido a cuatro de esos vecinos (Irán, Kuwait, Arabia Saudí e Israel) y de seguir suponiendo una amenaza para la paz y la seguridad de Oriente Medio, la Administración de George H. W. Bush decidió mantener al régimen de Saddam, intacto aunque debilitado, en el poder con el fin de disuadir a Irán de reavivar sus viejos sueños de convertirse en potencia regional. La Administración de Bill Clinton, por su parte, optó por seguir una estrategia de “doble contención” (dual containment), cuyo objetivo era contener las capacidades militares iraquíes y al mismo tiempo aislar a Irán y limitar su influencia en la región. La ventana de oportunidad para aproximar posiciones entre Irán y Occidente tras la elección del reformista Mohamed Jatamí en 1997 no fue aprovechada debidamente, a pesar de que éste contaba inicialmente con un amplio apoyo de una población joven deseosa de cambios y apertura al exterior.
Guerra preventiva
Los atentados del 11-S y la interpretación estadounidense de la política internacional en términos maniqueos a partir de ese momento transformaron las viejas estrategias de “disuasión” y “contención”, propias de la Guerra Fría y de un mundo multipolar, en nuevas y más agresivas estrategias preventivas e impositivas. Con la “guerra global contra el terrorismo” declarada por el presidente Bush como telón de fondo, los neoconservadores lograron imponer su doctrina de “guerra preventiva”, cuyo primer objetivo consistía en derrocar el régimen de Saddam Husein, que era visto como una amenaza estratégica a largo plazo a los intereses de Estados Unidos y de sus aliados en el Golfo. La supuesta posesión por parte de Irak de armas de destrucción masiva y la supuesta vinculación de su régimen con movimientos terroristas internacionales fueron las excusas utilizadas por los partidarios de la guerra para invadir el país árabe en marzo de 2003. Pocos años han hecho falta para demostrar que la tercera guerra del Golfo se basó en motivaciones falsas y que los promotores de la invasión no dijeron la verdad a sus opiniones públicas. Resulta llamativo que los Estados vecinos de Irak, que deberían ser los más preocupados por las amenazas que suponía ese país según los neoconservadores, se mostraran contrarios a los planes de la Casa Blanca por considerar que estos ponían en riesgo la estabilidad de la región, lo que resultaba más grave que la continuidad de Saddam. De los vecinos inmediatos de Irak, sólo Kuwait se sumó a la coalición encabezada por Estados Unidos, mientras que Turquía, país miembro de la OTAN, le negó el uso de su territorio para llevar a cabo la invasión.
Estados Unidos se alineó con Irak en los años ochenta para evitar la expansión del radicalismo islamista y del terrorismo internacional vinculados con el régimen iraní, lo que habría generado inestabilidad en el Golfo y amenazado a la economía internacional que depende de su petróleo. Resulta irónico que, dos décadas después, Estados Unidos atacara a Irak alegando esos mismos motivos y que haya contribuido a aumentar la inestabilidad en dicha región como consecuencia de un deficiente diagnóstico y una peor ejecución de sus planes. En Oriente Medio, las armas de destrucción masiva son como un genio en una botella: en la primera guerra del Golfo, Estados Unidos contribuyó a que el genio saliera. En la segunda empezó a devolverlo dentro, mientras que en la tercera intentó sellar la botella con el genio en su interior. Ahora sabemos (aunque ya se tenían muchos indicios) que en Irak no existían dichas armas en 2003. El problema es que, a raíz del nuevo equilibrio de fuerzas, Irán ahora hace todo lo posible por dotarse de avanzada tecnología nuclear, oficialmente para fines pacíficos. Lo alarmante es que esa misma tecnología podría tener usos militares en un futuro, con lo que Irán se colocaría, por fin, en una posición de potencia regional con la que habrá que contar para todo. El genio parece estar otra vez fuera de la botella, aunque en esta ocasión el precio de volver a meterlo es sumamente elevado. En las condiciones actuales, ese precio podría ser ya inasumible para la comunidad y la economía internacionales.
Doble fracaso neoconservador
La invasión de Irak ha sido un fracaso rotundo si se hace un balance de los objetivos declarados de los neoconservadores, consistentes en reemplazar el régimen baazista por otro aliado de Estados Unidos, convertir Irak en un modelo de democracia para toda la región y dar un ejemplo para futuros cambios de régimen en países conflictivos como Irán y Siria, todo ello con el fin de remodelar el llamado Gran Oriente Medio. En lugar de eso, Irak es hoy un Estado prácticamente fallido, máximo exponente regional de inestabilidad interna, foco contagioso del radicalismo etnorreligioso y terreno fértil para el avance de grupos violentos y yihadíes. La ruptura de los equilibrios de fuerzas, tanto internos como regionales, no está dando paso a un nuevo orden más estable y pacífico en Oriente Medio. Por tanto, el fracaso de quienes defendieron e hicieron la guerra es doble: dentro de Irak la situación es caótica y la violencia es generalizada a pesar de los distintos planes de seguridad diseñados desde Washington. Para una mayoría de los iraquíes, su país hoy no es más seguro, democrático ni cohesionado que cuando gobernaba Saddam Husein con puño de hierro.
El segundo fracaso se produce en el plano regional, puesto que el nivel de tensión no ha disminuido en los últimos cuatro años y el desafío que presenta Irán con sus planes de hegemonía regional resulta preocupante. A eso hay que sumar que el coste humano y económico de la guerra no deja de aumentar, al igual que la oposición dentro de Estados Unidos a la permanencia indefinida de sus tropas en Irak. Por si fuera poco, las iniciativas estadounidenses de promoción de la democracia han quedado seriamente desacreditadas en los países árabes pocos años después de su nacimiento. Pocos elementos positivos se pueden encontrar en un país que es, a día de hoy, la principal escuela internacional para la formación de terroristas suicidas, el primer productor mundial de coches bomba y el laboratorio regional de un fenómeno de desintegración que podría resultar catastrófico de extenderse.
Ruptura de equilibrios y búsqueda de nueva doctrina
La sacudida violenta que ha provocado la invasión de Irak, el incesante proceso de descomposición que sufre ese país y la imagen de impotencia que está dando Estados Unidos han hecho que la posición estratégica de todos los actores regionales esté en proceso de transformación. Todos ellos tratan en la actualidad de proteger sus intereses, formar alianzas, evitar amenazas potenciales, disuadir a sus enemigos y aumentar su capacidad de influencia en la nueva configuración de fuerzas que se está estableciendo. En ausencia de un Irak mínimamente cohesionado, era inevitable que Irán tratara de convertirse en una potencia regional. De hecho, tanto la estrategia estadounidense de contrarrestar las fuerzas de Irán e Irak durante la primera guerra del Golfo como la doctrina de “doble contención” posterior a la segunda guerra partían de esa base. Un error fundamental de los neoconservadores fue plantearse sólo los escenarios favorables a sus tesis cuando planificaron la invasión de Irak. Muchos están pagando en estos momentos el precio de esa temeridad, empezando por los propios iraquíes, pero también el mismo Estados Unidos, cuyos intereses, credibilidad e imagen en Oriente Medio han salido seriamente perjudicados.
El auge del poder chií está haciendo que los países árabes sunníes se sientan inquietos por los planes de Irán y por su creciente influencia dentro de Irak y en otros puntos de la región. En el complejo escenario medio-oriental, todos los conflictos están interconectados de una u otra forma, e Irán está cada vez más presente en la conflictiva situación que se vive en Líbano y Palestina mediante sus lazos con Hezbolá y Hamás. También está aumentando su influencia en países árabes del Golfo como Arabia Saudí (la población de la Provincia Oriental, rica en petróleo, es en un 75% chií), Bahrein y Kuwait. Tanto Estados Unidos como sus aliados regionales e internacionales siempre han evitado que se concentrara demasiado poder en manos de un solo país del Golfo. Esa situación cambiaría si Irán se convierte en una potencia regional de facto, sobre todo si se dota del arma nuclear, con el riesgo consiguiente de que se forme un “petrolistán” chií en el Golfo que incluya a Irán, el sur de Irak, la Provincia Oriental de Arabia Saudí y Bahrein.
Algunos países sunníes podrían apoyar –si no lo hacen ya– a los insurgentes correligionarios en Irak frente a las milicias y a las instituciones estatales dominadas por los chiíes, lo que convertiría a Irak en un campo de batalla entre Irán y sus vecinos árabes. El hecho de que ese posible conflicto se produzca a partir de líneas divisorias etnorreligiosas debe ser motivo de preocupación para los países que tienen unas importantes minorías chiíes o cuyas sociedades cuenten con una diversidad confesional, como Líbano, Siria, Jordania y Egipto. Asimismo, las aspiraciones étnicas surgidas a raíz del aumento del poder kurdo en el norte de Irak están alentando el activismo de las poblaciones kurdas de Turquía, Siria e Irán, lo que podría enfrentarlas con los poderes centrales, o incluso enfrentar a esos países con el resquebrajado Estado iraquí.
La actual Administración estadounidense, que se esfuerza por salvar la cara en Irak y sortear los crecientes problemas en casa, parece haberse quedado sin una doctrina claramente definida para la región del Golfo y, en general, para Oriente Medio, con la que hacer frente a las dificultades que se le plantean. Según la Estrategia de Seguridad Nacional, presentada por la Casa Blanca en marzo de 2006, Irán es el país que representa un mayor reto para Estados Unidos. Con el fin de frenar las ambiciones de Teherán, Estados Unidos podría tratar –no sin dificultades– de combinar dos doctrinas empleadas en el pasado con Irán e Irak: el “equilibrio de fuerzas” y la “doble contención”, pero esta vez a escala regional. Algunos observadores ven en las repetidas referencias que la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, ha hecho en tiempos recientes al “CCG+2” (los seis países del Consejo de Cooperación del Golfo más Egipto y Jordania) como una prueba de que Estados Unidos desea crear un frente árabe/sunní para contrarrestar la influencia persa/chií en la zona. Del mismo modo, se trataría de sustituir el enfrentamiento árabe-israelí por otro árabe-persa o sunní-chií como forma de crear un nuevo orden regional en el que no puedan surgir nuevos competidores para Israel. Esta opción, aunque tentadora para algunos, entraña un riesgo elevado para la estabilidad de la región y del conjunto del sistema internacional, tal como parecen haber comprendido algunos países aliados de Estados Unidos.
Movimientos regionales
En los últimos tiempos se está produciendo un distanciamiento entre algunos países árabes pro occidentales (los llamados “moderados”), como Arabia Saudí, Egipto y Jordania, y Estados Unidos. La desatención por parte de la Administración Bush de la diplomacia para resolver los conflictos israelo-árabes, su apoyo incondicional a las operaciones militares israelíes en Líbano y Gaza, sumado a las percepciones altamente negativas que las poblaciones árabes tienen de esta Administración, está aumentando el grado de oposición interna al que se enfrentan los países árabes todavía aliados de Washington. Un elemento alarmante a tener en cuenta ahora, y que no existía en su forma actual durante las dos primeras guerras del Golfo, es el movimiento yihadí transnacional, cuya amenaza alcanza a todo el planeta y que se ve fortalecido en situaciones de crisis y falta de orden. De extenderse la violencia sectaria por Oriente Medio a raíz de las luchas que se están produciendo dentro de Irak y en otros puntos de la región, dicho movimiento se vería fortalecido, mientras que los sectores moderados y partidarios del diálogo de esas sociedades serían, una vez más, silenciados.
Ante el inquietante panorama regional, Arabia Saudí ha asumido el liderazgo de los 22 países árabes y su diplomacia está esforzándose por desactivar las crisis que sacuden la región. Una mediación saudí permitió a los palestinos alcanzar el acuerdo de La Meca en febrero pasado, por el que el movimiento islámico Hamás y los nacionalistas de Fatah se comprometieron a formar un gobierno de unidad nacional que pusiera fin a sus luchas sangrientas. Con esa mediación Arabia Saudí espera alejar a Hamás de la influencia iraní, y al mismo tiempo ganarse la aprobación de las sociedades islámicas como mediador en las disputas que les afectan. Los saudíes también tratan de pacificar el frente interno libanés mediante el diálogo con las partes enfrentadas y con Siria, país este que sigue ejerciendo una influencia, no siempre positiva, en su vecino occidental. Pero la iniciativa saudí más ambiciosa hasta el momento ha sido acoger en Riad a finales de marzo pasado la decimonovena cumbre de la Liga de los Estados Árabes. En un gesto de inusual sinceridad y autocrítica, el rey saudí declaró que los países árabes sufren las consecuencias de los desastres que causan sus dirigentes, pero también criticó a su aliado estadounidense al hablar de la “ocupación extranjera ilegítima de Irak”, para sorpresa y malestar de Washington. El creciente papel de protagonismo regional que está jugando Riad evidencia, entre otras cosas, la menguante presencia de Egipto en la escena regional.
Una de las principales decisiones de la cumbre de Riad fue relanzar la iniciativa de paz árabe, diseñada por Arabia Saudí y presentada en la cumbre árabe de Beirut de 2002, por la que todos los países árabes ofrecen la plena normalización de sus relaciones con Israel a cambio de que este país se retire de los territorios que ocupó en la guerra de los Seis Días en 1967. Frente a la tendencia de la actual Administración estadounidense a “resolver” los conflictos mediante la amenaza del uso de la fuerza, Arabia Saudí y otros países árabes mantienen canales de comunicación con Irán y sus aliados para evitar la confrontación abierta, para lo cual se requiere reconocer al país persa como un actor influyente y al mismo tiempo persuadirlo para que se integre en el sistema regional como país proveedor de seguridad. La visita del presidente ruso, Vladímir Putin, a Arabia Saudí, Jordania y Qatar el pasado febrero refleja el interés árabe por diversificar sus apoyos ante las crisis que vive Oriente Medio, así como la voluntad de Rusia de tener un mayor protagonismo en temas de seguridad y en la política energética de esta región estratégica.
Tragedia en tres actos, ¿y un epílogo?
Una cuarta guerra del Golfo podría tener consecuencias mucho más graves para el sistema internacional que las tres guerras anteriores juntas. La respuesta de Irán en caso de ser atacado su territorio no se limita a aspectos puramente militares, sino también a su capacidad de generar una mayor inestabilidad regional e interrumpir la salida de petróleo del Golfo Pérsico, así como lanzar ataques terroristas fuera de sus fronteras. Irán busca elevar su estatus y ser reconocido como interlocutor necesario a la hora de buscar una solución global para los conflictos de la región, algo que Washington no se ha mostrado dispuesto a aceptar hasta ahora. Cabe señalar que tanto Bush como Ahmadineyad son unos dirigentes fuertemente ideologizados que se enfrentan a problemas en casa (derrota republicana en las elecciones al Congreso estadounidense en noviembre de 2006 y fracaso de los protegidos de Ahmadineyad en las elecciones municipales y a la Asamblea de Expertos celebradas en Irán un mes más tarde). Esto podría dificultar cualquier plan de ataque que iniciase la cuarta guerra del Golfo, salvo que alguno opte por la huida hacia delante como forma de acallar las voces críticas.
La ausencia de una negociación política, sumada a la desconfianza profunda y falta de comunicación, especialmente entre Estados Unidos e Israel por un lado e Irán y Siria por otro, hacen que estos países se estén preparando para el peor escenario posible. De ahí que sea necesaria la labor de mediación que realizan países que tienen más que perder que ganar si se desata un enfrentamiento armado. Irán y Siria son, juntos y por separado, parte del problema al que se enfrentan Estados Unidos y sus aliados en Oriente Medio. Precisamente por eso se les debe incorporar como parte de la solución. Así lo ha entendido la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, Nancy Pelosi, que visitó Damasco a principios de abril y que ha insinuado que visitará Teherán para entrevistarse con su presidente. En ese sentido, la Unión Europea debería plantearse si está haciendo todo lo posible para defender sus intereses vitales en la zona.
Conclusiones: La actual Administración estadounidense es, probablemente, una de las que menos han entendido las dinámicas políticas y sociales que rigen Oriente Medio. Existen dos elementos presentes en su política exterior hacia Irán que son difícilmente compatibles: por un lado exigir al régimen iraní que cese su programa de investigación nuclear, concretamente el enriquecimiento de uranio, y al mismo tiempo emplear la retórica de cambio de régimen en Teherán. Es decir, mostrar la voluntad de cambiar el mismo régimen al que se le pide colaborar de buena fe. Sería más útil concentrar los esfuerzos en lo primero y colaborar de forma tranquila para que lo segundo ocurra desde el interior. Ante todo, hace falta establecer un marco de seguridad regional en el Golfo, inexistente en estos momentos, en el que los intereses vitales de todos los países estén asegurados, de forma que no los intenten defender de forma unilateral. Si es cierto que Irán desea la energía nuclear para fines pacíficos, debería anunciar en un plazo breve que, tras haber alcanzado su objetivo de enriquecer uranio para generar energía, abre todas sus instalaciones a las inspecciones internacionales. La comunidad internacional, a su vez, debería apoyar la firma de un tratado para la suspensión del enriquecimiento de uranio y reprocesamiento de plutonio en todo Oriente Medio, incluido Israel, con la posibilidad de establecer acuerdos bilaterales de control y verificación, así como la posible explotación conjunta de la tecnología nuclear para usos civiles. De esa forma Oriente Medio daría media vuelta en su actual rumbo hacia el abismo, y los dirigentes políticos actuales serían reconocidos por haber evitado más tragedias y sufrimiento a sus pueblos.
[*] Este análisis ha aparecido en la sección “Estudios del Real Instituto Elcano”, Política Exterior, nº 117, mayo-junio 2007, págs. 77-85.

La sociedad del espectáculo

Sucedió en Holanda y ¡todo por obtener rating!
La donación televisiva de un riñón que iba a producírsela anoche del viernes 1 de junio, en directo en un programa de la televisión holandesa resulto falsa: un autentico reality show. ¡Increíble!
"En breves instantes estará con ustedes Lisa, aquejada de un tumor cerebral y deseosa de darle esperanza a otros donando su riñón". Así abrió a las 20,30 horas el canal holandés BNN la supuesta primera cesión de un órgano en directo en la televisión pública.
Una actriz profesional -Leoni-, – se hizo pasar por Lisa, una enferma incurable de cáncer y supuestamente regalaría su riñón; empero, los candidatos a recibir el órgano sí eran pacientes auténticos, pero se prestaron a participar en el fraude.
El reality show presentado por el canal BNN descubrió al final su engaño.
Lisa -, la supuesta enferma, como buena actriz interpretó "el papel de su vida".
Un reportaje Isabel Ferrer para El País (2/06/2007), describe muy bien lo que sucedió la noche del 1 de junio.

De entrada describe a la actriz como "alta, rubia, de ojos azules y vestida con una blusa azul y un pantalón blanco, advirtió al principio que se encontraba "bastante bien todavía de su tumor cerebral, pero el tiempo apremiaba". En tanto, los tres sufridos aspirantes, Esther-Claire, Vincent y Charlotte tampoco lo hicieron nada mal. Aunque ellos - en la realidad- sí esperan un trasplante renal, y por eso aceptaron colaborar."
Agrega el reportaje que Ferrer que "al principio, las cosas transcurrieron según las reglas de los concursos al uso.
"Vamos a hacer feliz a un enfermo. Se ha hablado de que este programa está fuera de lugar. Pero nos consideramos inspirados por nuestro fallecido fundador, Bart de Graaf, paciente del riñón", cantó casi el presentador Patrick Lodiers.
Y bueno el Show de los donantes involucró a los espectadores "en
un hito sin precedentes": tuvo un alto nivel de rating, que era el objetivo fundamental más que los donantes.
El programa transcurrió sin tropiezos. Lisa, la actriz se regocijaba por "haber generado un debate a gran escala". Hubo incluso aclaraciones vitales, como el hecho de que las 25 personas seleccionadas de las que saldrían los tres finalistas "habían superado pruebas de compatibilidad de órganos". Todo estaba controlado y no habría problemas de rechazo, según el presentador. Y llegó la hora final, ta-ta-ta-tan.. .,
"Pasada la prueba comparecieron Esther-Claire, Vincent y Charlotte. Tras la eliminación de la primera y a punto ya de anunciarse el ganador, llegó el sobresalto definitivo. Todo era un fraude. Lisa estaba sana y los candidatos... bueno, ellos seguirían enfermos y esperando un riñón. Pero estaban "felices por la atención recibida".
En pleno asombro colectivo, sonó una carcajada enlatada del desaparecido Bart de Graaf. Su retrato había presidido un espectáculo difícil de catalogar y más aún de olvidar.

Y es que los organizadores del reality show tuvieron que reconocerlo antes de que el programa saliera al aire. "No vamos a donar ningún riñón aquí; eso va demasiado lejos incluso para nosotros", dijo el presentador Patrick Lodiers.
Previamente, antes de saber que no era real, el primer ministro holandés, Jan Peter Balkenende, había condenado el programa, el cual atrajo críticas de todo el mundo.
Sin embargo, Lodiers se defendió: "Lo escandaloso es la realidad", argumentó el presentador.
Con esta "broma" de mal gusto, como fue calificada, los organizadores consiguieron llevar a la controversia y debate públicos el tema de la donación de órganos.

¡¿Se vale?
En lo personal creo que eso no debe suceder en los medios y sobre todo en la Televisión.
De acuerdo con un sondeo difundido previamente, sólo 25% de los holandeses cree que se trata de una "buena idea", mientras que 61% no está de acuerdo con la salida al aire del polémico programa televisivo.
La iniciativarecibió la condena de organizaciones internacionales y de la propia Comisión Europea.
Recomiendo el texto del peruano-español Mario Vargas Llosa, denominado: "La Civilización del espectáculo".
Se publica en varios medio, pero lo tomo de El País, 03/06/2007;
En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales -informar, opinar y criticar- para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir. Nadie lo planeó y ningún órgano de prensa imaginó que esta sutil alteración de las prioridades del periodismo entrañaría cambios tan profundos en todo el ámbito cultural y ético. Lo que ocurría en el mundo de la información era reflejo de un proceso que abarcaba casi todos los aspectos de la vida social. La civilización del espectáculo había nacido y estaba allí para quedarse y revolucionar hasta la médula instituciones y costumbres de las sociedades libres.
¿A qué viene esta reflexión? A que desde hace cinco días no hallo manera de evitar darme de bruces, en periódico que abro o programa noticioso que oigo o veo, con el cuerpo desnudo de la señora Cecilia Bolocco de Menem. No tengo nada contra los desnudos, y menos contra los que parecen bellos y bien conservados, tal el de la señora Bolocco, pero sí contra la aviesa manera como esas fotografías han sido tomadas y divulgadas por el fotógrafo, a quien, según la prensa de esta mañana, su hazaña periodística le ha reportado ya 300.000 dólares de honorarios, sin contar la desconocida suma que, por lo visto, según la chismografía periodística, la señora Bolocco le pagó para que no divulgara otras imágenes todavía más comprometedoras. ¿Por qué tengo que estar yo enterado de estas vilezas y negociaciones sórdidas? Simplemente, porque para no enterarme de ellas tendría que dejar de leer periódicos y revistas y de ver y oír programas televisivos y radiales, donde no exagero si digo que los pechos y el trasero de la señora de Menem han enanizado todo, desde las degollinas de Irak y el Líbano, hasta la toma de Radio Caracas Televisión por el Gobierno de Hugo Chávez y el triunfo de Nicolas Sarkozy en las elecciones francesas.
Ésas son las consecuencias de aceptar que la primera obligación de los medios es entretener y que la importancia de la información está en relación directamente proporcional a las dosis de espectacularidad que pueda generar. Si ahora parece perfectamente aceptable que un fotógrafo viole la privacidad de cualquier persona conocida para exponerla en cueros o haciendo el amor con un amante ¿cuánto tiempo más hará falta para que la prensa regocije a los aburridos lectores o espectadores ávidos de escándalo mostrándoles violaciones, torturas y asesinatos en trance de ejecutarse? Lo más extraordinario, como índice del aletargamiento moral que ha resultado de concebir el periodismo en particular, y la cultura en general, como diversión y espectáculo, es que el paparazzi que se las arregló para llevar sus cámaras hasta la intimidad de la señora Bolocco, es considerado poco menos que un héroe debido a su soberbia performance, que, por lo demás, no es la primera de esa estirpe que perpetra ni será la última.
Protesto, pero es idiota de mi parte, porque sé que se trata de un problema sin solución. La alimaña que tomó aquellas fotos no es una rara avis, sino producto de un estado de cosas que induce al comunicador y al periodista a buscar, por encima de todo, la primicia, la ocurrencia audaz e insólita, que pueda romper más convenciones y escandalizar más que ninguna otra. (Y si no la encuentra, a fabricarla). Y como nada escandaliza ya en sociedades donde casi todo está permitido, hay que ir cada vez más lejos en la temeridad informativa, valiéndose de todo, aplastando cualquier escrúpulo, con tal de producir el scoop que dé que hablar. Dicen que, en su primera entrevista con Jean Cocteau, Sartre le rogó: "¡Escandalíceme, por favor!". Eso es lo que espera hoy día el gran público del periodismo. Y el periodismo, obediente, trata afanosamente de chocarlo y espantarlo, porque ésta es la más codiciada diversión, el estremecimiento excitante de la hora.
No me refiero sólo a la prensa amarilla, a la que no leo. Pero esa prensa, por desgracia, desde hace tiempo contamina con su miasma a la llamada prensa seria, al extremo de que las fronteras entre una y otra resultan cada vez más porosas. Para no perder oyentes y lectores, la prensa seria se ve arrastrada a dar cuenta de los escándalos y chismografías de la prensa amarilla y de este modo contribuye a la degradación de los niveles culturales y éticos de la información. Por otra parte, la prensa seria no se atreve a condenar abiertamente las prácticas repelentes e inmorales del periodismo de cloaca porque teme -no sin razón- que cualquier iniciativa que se tome para frenarlas vaya en desmedro de la libertad de prensa y el derecho de crítica.
A ese disparate hemos llegado: a que una de las más importantes conquistas de la civilización, la libertad de expresión y el derecho de crítica, sirva de coartada y garantice la inmunidad para el libelo, la violación de la privacidad, la calumnia, el falso testimonio, la insidia y demás especialidades del amarillismo periodístico.
Se me replicará que en los países democráticos existen jueces y tribunales y leyes que amparan los derechos civiles a los que las víctimas de estos desaguisados pueden acudir. Eso es cierto en teoría, sí. En la práctica, es raro que un particular ose enfrentarse a esas publicaciones, algunas de las cuales son muy poderosas y cuentan con grandes recursos, abogados e influencias difíciles de derrotar, y que lo desanime a entablar acciones judiciales lo costosas que éstas resultan en ciertos países, y lo enredadas e interminables que son. Por otra parte, los jueces se sienten a menudo inhibidos de sancionar ese tipo de delitos porque temen crear precedentes que sirvan para recortar las libertades públicas y la libertad informativa. En verdad, el problema no se confina en el ámbito jurídico. Se trata de un problema cultural. La cultura de nuestro tiempo propicia y ampara todo lo que entretiene y divierte, en todos los dominios de la vida social, y por eso, las campañas políticas y las justas electorales son cada vez menos un cotejo de ideas y programas, y cada vez más eventos publicitarios, espectáculos en los que, en vez de persuadir, los candidatos y los partidos tratan de seducir y excitar, apelando, como los periodistas amarillos, a las bajas pasiones o los instintos más primitivos, a las pulsiones irracionales del ciudadano antes que a su inteligencia y su razón. Se ha visto esto no sólo en las elecciones de países subdesarrollados, donde aquello es la norma, también en las recientes elecciones de Francia y España, donde han abundado los insultos y las descalificaciones escabrosas.
La civilización del espectáculo tiene sus lados positivos, desde luego. No está mal promover el humor, la diversión, pues sin humor, goce, hedonismo y juego, la vida sería espantosamente aburrida. Pero si ella se reduce cada vez más a ser sólo eso, triunfan la frivolidad, el esnobismo y formas crecientes de idiotez y chabacanería por doquier. En eso estamos, o por lo menos están en ello sectores muy amplios de -vaya paradoja- las sociedades que gracias a la cultura de la libertad han alcanzado los más altos niveles de vida, de educación, de seguridad y de ocio del planeta.

Algo falló, pues, en algún momento. Y valdría la pena reaccionar, antes de que sea demasiado tarde. La civilización del espectáculo en que estamos inmersos acarrea una absoluta confusión de valores. Los iconos o modelos sociales -las figuras ejemplares- lo son, ahora, básicamente, por razones mediáticas, pues la apariencia ha reemplazado a la sustancia en la apreciación pública. No son las ideas, la conducta, las hazañas intelectuales y científicas, sociales o culturales, las que hacen que un individuo descuelle y gane el respeto y la admiración de sus contemporáneos y se convierta en un modelo para los jóvenes, sino las personas más aptas para ocupar las primeras planas de la información, así sea por los goles que mete, los millones que gasta en fiestas faraónicas o los escándalos que protagoniza. La información, en consecuencia, concede cada vez más espacio, tiempo, talento y entusiasmo a ese género de personajes y sucesos. Es verdad que siempre existió, en el pasado, un periodismo excremental, que explotaba la maledicencia y la impudicia en todas sus manifestaciones, pero solía estar al margen, en una semiclandestinidad donde lo mantenían, más que leyes y reglamentos, los valores y la cultura imperantes. Hoy ese periodismo ha ganado derecho de ciudad pues los valores vigentes lo han legitimado. Frivolidad, banalidad, estupidización acelerada del promedio es uno de los inesperados resultados de ser, hoy, más libres que nunca en el pasado.

Esto no es una requisitoria contra la libertad, sino contra una deriva perversa de ella, que puede, si no se le pone coto, suicidarla. Porque no sólo desaparece la libertad cuando la reprimen o la censuran los gobiernos despóticos. Otra manera de acabar con ella es vaciándola de sustancia, desnaturalizándola, escudándose en ella para justificar atropellos y tráficos indignos contra los derechos civiles.

La existencia de este fenómeno es un efecto lateral de dos conquistas básicas de la civilización: la libertad y el mercado. Ambas han contribuido extraordinariamente al progreso material y cultural de la humanidad, a la creación del individuo soberano y al reconocimiento de sus derechos, a la coexistencia, a hacer retroceder la pobreza, la ignorancia y la explotación. Al mismo tiempo, la libertad ha permitido que esa reorientación del periodismo hacia la meta primordial de divertir a lectores, oyentes y televidentes, fuera desarrollándose en proporciones cancerosas, atizada por la competencia que los mercados exigen. Si hay un público ávido de ese alimento, los medios se lo dan, y si ese público, educado (o maleducado, más bien) por ese producto periodístico, lo exige cada vez en mayores dosis, divertir será el motor y el combustible de los medios cada día más, al extremo de que en todas las secciones y formas del periodismo aquella predisposición va dejando su impronta, su marca distorsionadora. Hay, desde luego, quienes dicen que más bien ocurre lo opuesto: que la chismografía, el esnobismo, la frivolidad y el escándalo han prendido en el gran público por culpa de los medios, lo que sin duda también es cierto, pues una cosa y la otra no se excluyen, se complementan.
Cualquier intento de frenar legalmente el amarillismo periodístico equivaldría a establecer un sistema de censura y eso tendría consecuencias trágicas para el funcionamiento de la democracia. La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia. Estamos, pues, condenados, nosotros, ciudadanos de los países libres y privilegiados del planeta, a que las tetas y culos de los famosos y sus "bellaquerías" gongorinas, sigan siendo nuestro alimento cotidiano.


Reportaje de Todd Bensman

Out of Iraq, a flight of Chaldeans/Todd Bensman
San Antonio Express-News, 05/27/2007;
The journey north from Guatemala through Mexico to the Texas border lasted 17 days.
Finally, on the evening of Feb. 26, 2006, the young family of four saw the river come into view.
Weary and beaten, with the baby starting to fuss, the family was driven in a car right up to the Rio Grande.
And there, it stopped in a cloud of dust.
George and his wife, Baida, were Iraqi refugees. They fled their homeland because Muslim extremists had made two things clear: They didn't like the family's Christian faith, for one. What was worse, to the gunmen prowling the neighborhood, were the sons' names, George and Toni, which seemed to lionize President Bush and British Prime Minister Tony Blair.
The decision to hire a smuggler to get them to America was clinched after militants told George Sr., a milk delivery man, that he was next on the beheading list for being an "infidel Christian," and after caregivers at their children's nursery became untrustworthy.
"People started calling him George Bush ... so we stopped sending him to school in fear of him getting kidnapped," Baida, a hair stylist, later would tell American authorities. "Same thing with my young baby, Toni; they called him Tony Blair."
The journey from Iraq to the Texas border had been expensive and risky, especially moving inconspicuously with two young children through hostile, foreign terrain. But looking at the river, the family realized this was more than just a border. It was a river. They would have to swim across. None of them knew how.
Baida refused. George, too, couldn't bring himself to do it. The Mexican laborers who waited nearby for darkness got them going. Amused, the men urged the couple on, offering to help with the children.
My God, George thought, I came all this distance and there's America, finally, just right over there. And now you just have to do it.
So, with the help of the Mexicans, George waded in, carrying his older son over his head.
The family had come too far to go back. (The San Antonio Express-News has agreed to withhold the family's full name to prevent retaliation against other relatives still in Iraq.)
They had done what hundreds of thousands of other Christian Iraqi families have since the American invasion: sold everything in the face of horrific and systematic religious persecution, and fled north to Damascus, Syria, or Amman, Jordan.
Out of options, the family joined an increasing number of such refugees who are proceeding toward America, bent on crossing the border illegally.
A flight of Christians
Alarms go off along American borders among federal law enforcement authorities whenever immigrants from certain countries in the Middle East, North Africa or South Asia are discovered crossing illegally. Thousands have since 9-11, and when caught they're automatically labeled by the government as "special-interest aliens" and can be subjected to FBI interrogation and investigation as potential terrorists.
Since the war in Iraq spawned aggressive insurgent activity against American troops, the alarms have grown especially shrill when the captured immigrants are Iraqis.
Those caught crossing illegally in Texas and elsewhere along the southern border, however, are more likely victims of Islamic terrorists, the Express-News found after six months examining the topic. Still, border guards and federal agents can't be certain and have to employ special screening procedures to find out.
The war has set off a massive exodus that, ironically, has driven more Iraqis to America, making counter-terrorism officials all the more strained and anxious about who is crossing the border and what they intend.
Chaldean (pronounced KAL-dee-en) Christians are an ancient ethnic minority of Catholics who made up about 4 percent of Iraq's population. More than 600,000 of them, half the Chaldean population in Iraq, are thought to have fled the war to neighboring countries.
Chaldean Christian refugees in the U.S., Syria and Jordan say the American-led war unleashed Islamic militants who have targeted them because of their religion in vicious campaigns of murder, kidnapping for ransom and forced property expropriations.
Ordinarily, religious persecution can qualify victims for U.S. resettlement visas. But the U.S. State Department hasn't issued visas to Chaldeans and won't recognize them as especially persecuted for their religion, asserting that they are among many groups amid Iraq's sectarian strife who could make the claim. So they wait.
While most are sitting out the war as refugees in Syria and Jordan, other Chaldean Christians have chosen not to.
They are coming illegally to Texas, and to other border states, sometimes getting entangled along the way, in entire families, pregnant women, single mothers and young men going it alone or in small groups.
"They know there was nothing for them, so therefore they have to create an act of desperation like this," said Joseph Kassab, executive director of the Detroit-based Chaldean Federation of America. "Those people, most of them, were able to get some money, or sell homes before they fled Iraq, and the smugglers know about them and so they go to them and talk about smuggling them."
U.S. Customs and Border Protection figures show only about 100 Iraqis have been caught at the borders between 9-11 and the end of last year, more than 60 of them along the Southwest border and about 20 in Texas. But those relatively small numbers don't account for the months of this year when refugee outflows from Iraq have jumped.
In April, five Iraqi families with children were in detention at the federal T. Don Hutto Residential Center in Taylor after Border Patrol agents picked them up in Texas and California; a half-dozen were in custody in the San Diego, Calif., area; 11 Iraqis were caught at a Mexican airport; and Belize authorities were trying to figure out what to do with 10 U.S.-bound Iraqis abandoned by their smuggler.
Umru "Crazy Tiger" Hassan, an interpreter for the 82nd Airborne Division in Iraq until Islamists threatened to kill him, personifies the situation. Hassan, a Christian, divulged to the Express-News in Damascus that he was on his way to Texas.
Islamic militants in Iraq had threatened Hassan's life not because of his work with the U.S. military but because he had married a Muslim woman. They came around one day to let him know he'd better convert.
"It was a big problem," he said of the marriage, which is now on the rocks. "It was, 'Hey you, if you don't want to be Muslim, we're going to kill you.' But I'm not changing my religion. Why should I?"
He left his military job and went to Damascus about six months ago, where he and his sister make a subsistence living running a tiny laundry called "Iraq Cleaning." He was frustrated there with the lack of opportunity and money.
So Hassan decided a more prudent course was to plot a route to Texas.
He said Hispanic soldiers with whom he was serving told him how easy it was to cross the Mexico-Texas border, and they offered the help of their own families in Mexico. He plans to take advantage of the offer.
"If I make it successfully in this way, I'm going to bring my family the same way," said Hassan, who has a young daughter still in Iraq.
Lobby campaign stalled
Long before 9-11 and the war in Iraq, Chaldean Christians were sneaking across the U.S. southern border, mostly hoping to join relatives among the roughly 250,000 Chaldean Christians who have settled in major cities such as San Diego and Detroit.
Many of the Iraqi Christians have the financial means and the will to immigrate. In Iraq, as in the U.S., they tend to be educators, professionals and business owners.
Several U.S. prosecutions of smuggling rings that have specialized in Middle East clientele show that Chaldean Iraqis long have been favored because they tend to be affluent, or have relatives in the States who can pay smuggling fees of $8,000 to $25,000.
In almost every case, Iraqi Christians declare political asylum once they make it to U.S. soil. Indeed, these days, an Iraqi Christian stands a much better chance of gaining legal residency by coming across illegally than by applying for a visa.
For the past 18 months, the Chaldean Federation has lobbied the U.S. State Department and Homeland Security Department to issue 160,000 visas for Iraqi Christians on grounds of religious persecution.
"We would like them all to be admitted, like the Vietnamese," Kassab said. "They took 135,000 Vietnamese refugees in 10 months under President Ford. We want something similar to that."
The initiative has run headlong into a domestic political debate over Iraq war policy in which the Bush administration is not eager to acknowledge a permanent refugee problem by resettling large numbers.
Last year, the Bush administration granted about 5,500 admission visas for all of the Middle East, of which only 500 were earmarked for Iraqis, and none specifically for Chaldean Christians.
The number of visas earmarked for the Middle East next fiscal year was increased from about 7,000 to 25,000, and the Chaldeans expect some.
Officials have reportedly told Chaldean Christian leaders in the U.S. that a need to conduct thorough security background checks on all Iraqis who might be considered for resettlement has stalled the process.
"We know the big stumbling block at this time is the security check," Kassab said. "They don't want to budge on this issue. They consider all Iraqis the same. If anything, our people are victims of terrorists; they are not terrorists."
Peter Eisenhauer, spokesman for the State Department's Bureau of Population, Refugees and Migration, cited a different reason for not resettling Chaldean Christians in large numbers.
"We weren't going to do a population like that because there are a number of different Iraqi groups that are also vulnerable and at risk," he said.
The experience of several Chaldean Christian Iraqis caught crossing the Texas border shows the security dilemma American homeland security personnel face when one is caught.
Iraqi refugee Aamr Bahnan Boles, who was profiled last week in an Express-News series, found himself detained and sentenced to six months in prison with two other men who said they are Iraqi Christians because they couldn't prove who they were.
The federation's Kassab said he's well aware that border authorities especially fear that a real terrorist from Iraq might try to pose as a Chaldean Christian. Kassab thinks he has a solution: The federation has drafted a set of secret answers to cultural and religious questions that could be asked of any Iraqi who claims to be a Chaldean Christian.
Kassab said he may be making headway on the issue. Recently, he said, the federation was allowed to train 25 immigration asylum officers and judges in Chicago in how to identify a Chaldean Christian with a high degree of certainty.
Pain in Detroit
Much anguish can be found in Detroit's churches, Chaldean-owned restaurants and domino parlors where men smoke shisha pipes on Sundays after Mass. The war has engulfed them with news of murdered loved ones and displaced families.
There are mixed emotions about who's to blame for what has befallen the Chaldeans. In the era of Saddam Hussein, many Christians felt protected from Arab Muslims. Some were left alone and flourished in business, academia and the professions. Top Saddam adviser Tariq Aziz was a Chaldean Christian.
Since Saddam's ouster, Arab militias have ravaged Christian communities.
Father Jacob Yasso, who has presided over the Sacred Heart Church and Chaldean Community Center on Detroit's West 7-Mile Street for more than 30 years, said he believes America owes admission to Chaldeans trapped and suffering overseas.
He remains proud of a picture of himself giving Saddam the key to Detroit's Chaldean community 30 years ago, after the dictator gave him $1.5 million to build his church and community center.
"America owes the Chaldeans justice," he said. "Let us come. Let us come."
As the stalemate between Detroit and Washington continues, thousands of Iraqi Christians in Syria and Jordan dutifully register with the Office of the United Nations High Commissioner for Refugees, a first step to securing resettlement visas to Europe or North America, and in some cases Australia and New Zealand.
But all too often that portends an indefinite wait that some are simply not willing to tolerate while scrabbling for a meager living in the dusty working-class tenement suburbs of Damascus and Amman.
George and Baida decided to flee to prevent this from happening to them. They raised $32,000 by selling their house, furniture, cars and salon equipment at cut-rate prices, then fled to Damascus.
There, they found, according to Baida, that "everybody is planning to go someplace — everyone."
George said he easily found a smuggler, a Jordanian who gave no name or information. He paid the smuggler $10,000. For that, the smuggler provided airline tickets and Guatemalan and Cuban visas for the family, as well as arranging a safe house in Guatemala City.
The family members flew to Moscow and then Cuba, where they spent three days in a hotel with no running water and buckets of water with which to flush toilets. Once in Guatemala, the family settled in for a couple of months in a Guatemala City safe house, a tidy home owned by a woman named "Maria" who charged $100 a month rent.
She grew so attached to George and Toni that when the time came she personally arranged for the best Guatemala smuggler she could find to shepherd the family to the Texas border. The man only gave his name as "Miguel" and charged $15,000.
"He charged me extra because of the kids," George said. "I didn't care; I just wanted to get my kids to America."
The following weeks were a blur of transferring from car to truck to van, staying in safe houses or sleeping in cars, and hiding under blankets in the backs of pickups.
Miguel never once strayed from the family's side, his word given to Maria not to, and he made sure to provide all of the family's needs.
Through it all, the parents worried about what would happen to their children if they were caught, and even more about bandits and killers who prey on immigrants. They fed the kids chicken, tortillas, rice and cookies.
When 9-month-old Toni would start to cry at a moment when silence was necessary, Baida would breast-feed him. A candy bar kept the older boy quiet when necessary.
After they swam the Rio Grande, Miguel told them: "This is America. You're safe now." They hugged Miguel and he turned back to the river.
Once on the Texas side, not far from the rural town of Los Indios, everyone in the group scattered through the brush, leaving the family to stumble on in the dark.
Eventually, George found a convenience store and hailed a taxi, water still dripping from his clothes. He asked the cabdriver to take the family to the nearest Border Patrol station.
When they arrived at one in Brownsville, George told the clerk on duty what most Chaldean Christians are taught to say in such situations:
"I am an Iraqi Christian. I want asylum."
Unlike other Iraqi special interest immigrants, the family members were released relatively quickly after some cursory interviews and a terror watch list check.
After all, how many real terrorists bring their toddlers along?
They're now with George's brother in Muskegon, Mich., living in a small two-bedroom apartment.
They await a verdict on their asylum claim in Brownville.
In Michigan, George said he is looking forward to "a normal life in America" where he can send his two boys to good schools and no one will politicize their names.
To show his appreciation to his new country, he pledged one of his two boys to serve in the U.S. military — when they grow up.
"They have to serve their country," George Sr. said. "This country helped us, and we have to help America."

Periodismo de investigación

La columna del director de Excelsior Pascal Beltrán del Río publicada este domingo 3 de junio, hace alusión al reportaje seriado Breaching America del reportero Todd Bensman del San Antonio Express-News (21 -24 de mayo);
De hecho Excelsior le ha dado seguimiento al caso y ha pusto varios reporteros ha dar seguimiento al caso; por cierto un excelente trabajo de periodismo de investigación, es cual comparto en esta bitácora.
Dice Pascal en su columna: La bitácora del director: Seguridad, legalidad y congruencia
Excelsior 3/06/2007:
Hacía mucho tiempo que un trabajo periodístico sobre la frontera México-Estados Unidos no generaba tanta discusión.
Al momento de escribir estas líneas, el reportaje seriado Breaching America, publicado por el diario San Antonio Express-News entre el 21 y el 24 de mayo, se discutía en decenas de blogs. Su autor, Todd Bensman, era invitado a programas de televisión para relatar sus hallazgos sobre cómo ciudadanos de países donde se incuban actividades terroristas cruzan fácilmente la frontera y se internan en territorio estadunidense.
La impresión que queda al leerlo no es tanto la ineficacia de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que no detectan la llegada de personas provenientes de los 43 países que Washington considera incubadores de terroristas, sino la porosidad de las fronteras mexicanas. Sin duda, es su intención.

“¿Los yihadistas desbordan la frontera como abejas asesinas?”, preguntaba a sus participantes uno de los foros electrónicos.
No puede perderse de vista que el trabajo de Bensman —distribuido mundialmente por la agencia del diario The New York Times— aparece cuando el Congreso de Estados Unidos abre el debate sobre una nueva reforma migratoria, en medio de una campaña adelantada por suceder al presidente George W. Bush y al tiempo que se levanta un muro en varios tramos de la frontera con México.
En Excélsior decidimos reproducirlo el pasado fin de semana, pues ofrece elementos para entender el momento en el que se encuentra la relación México-Estados Unidos.
Bensman viajó a Damasco, Siria, para documentar cómo un cristiano iraquí, perseguido en su país por motivos religiosos, obtuvo en el mercado negro un salvoconducto para viajar a México, por la vía Moscú, La Habana y Guatemala. Aamr Bahnan Boles deseaba llegar a Detroit, Michigan, a fin de reunirse con unos parientes.
Detenido en un retén migratorio en Chiapas, Boles quiso hacerse pasar por guatemalteco. Tras un breve interrogatorio, dijo la verdad, que era un refugiado de guerra iraquí. Los agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) lo condujeron a un centro de detención en Tapachula. Allí fue recluido en un módulo especial, donde, para su sorpresa, sólo había inmigrantes asiáticos y africanos, la mayoría de ellos árabes.
La historia tuvo lugar a principios de 2006, en el último tramo del gobierno de Vicente Fox. Bensman relata que, unos días después de su detención, Boles fue trasladado a la Ciudad de México, donde lo interrogó personal de la embajada de Estados Unidos. Ahí le preguntaron, sin rodeos, si pertenecía a una organización terrorista. Todo, en presencia de un funcionario mexicano que se limitó a escuchar.
De acuerdo con una investigación de mi compañero Carlos Quiroz, la presencia del personal diplomático estadunidense violó las normas que rigen en los centros de detención del INM. Es decir, una administración que se llenaba la boca hablando del respeto al Estado de derecho no tuvo miramientos para autorizar el interrogatorio.
Ahora llama la atención que el gobierno del presidente Calderón, que no estaba en funciones cuando ocurrió el incidente narrado, se resista a dar información puntual sobre lo ocurrido.
No se trata de rasgarse las vestiduras ni apelar ilusamente a un concepto caduco de soberanía. Vivimos en un mundo globalizado. Hemos escogido nuestras prioridades en política exterior y sabemos claramente quiénes son nuestros aliados. La cooperación en materia antiterrorista con Estados Unidos, un país con el que compartimos tres mil kilómetros de frontera y muchos lazos, debe ser vista como normal.
Empero, una cosa es la cooperación y otra, la sumisión. No sé si agentes mexicanos tendrían las mismas facilidades para interrogar a un detenido en un centro de reclusión de EU, el país que ha creado esos infiernos llamados Guantánamo y Abu Ghraib. Resulta obvio que la cooperación no puede ser discrecional para nuestros socios. No es congruente que las autoridades mexicanas denuncien la construcción de una barda en la frontera y permitan, a la vez, estos actos ilegales.Un cínico diría: eso ocurre todo el tiempo, en todas partes. Quizá, pero es el papel de los medios ponerle el reflector.
El tema es relevante porque, unos días después de la publicación del reportaje de Bensman, el gobierno mexicano expuso públicamente que el país necesita allegarse información sobre los movimientos de presuntos terroristas y compartirla con organismos internacionales que la requieran,
en el marco de los acuerdos multilaterales suscritos por México.
En ese contexto, no puede olvidarse el escándalo en Europa cuando se supo que la CIA operó vuelos clandestinos con el conocimiento y la anuencia de varios gobiernos de ese continente, con el fin de trasladar a prisiones secretas a personas presuntamente vinculadas con el terrorismo.
En varios casos, entre ellos el del canadiense Maher Arar, el gobierno estadunidense lo envió a Siria, donde fue torturado. Esta especie de outsourcing de la “guerra contra el terror” terminó en una humillación internacional para Washington, cuando se constató que Arar era simplemente un ingeniero en sistemas que regresaba a Canadá de unas vacaciones y tuvo la mala idea de hacer escala en Nueva York.
Para que funcione adecuadamente, y en el interés nacional, cualquier acuerdo de intercambio de información y acciones conjuntas contra el terrorismo debe tener reglas claras y colocarse bajo el escrutinio del Congreso de la Unión. Y es que nadie es buen vigilante de sí mismo.(hasta ahí el texto de Pascal)

En efecto, la Secretaría de Gobernación publicó el pasado lunes 28 de mayo en el Diario Oficial de la Federación, el acuerdo por el que se crea el Comité Especializado de Alto Nivel en materia de Desarme, Terrorismo y Seguridad Internacional; la publicación coincidió con el reportaje del San Antonio Express-News, que en un fin de semana tiene un amplio tiraje, además de que fue distribuido mundialmente por el The New York Times.
Si, se quiere consultar todo el texto esta en :
http://fredalvarez.blogspot.com/2007/05/comit-especializado-en-materia-de.html
Breaching America: War refugees or threats?
San Antonio Express News 05/20/2007;
Todd BensmanSan Antonio Express-News
First part of a four-part series
DAMASCUS, Syria — Al Nawateer restaurant is a place where dreams are bartered and secrets are kept.
Dining areas partitioned by thickets of crawling vines and knee-high concrete fountains offer privacy from informants and agents of the Mukhabarat secret police.
The Mukhabarat try to monitor the hundreds of thousands of Iraq war refugees in this ancient city, where clandestine human smuggling rings have sprung up to help refugees move on — often to the United States.
But the refugees who frequent Al Nawateer, gathering around Table 75 or sitting alone in a corner, are undaunted, willing to risk everything to meet a smuggler. They come to be solicited by someone who, for the right price, will help them obtain visas from the sometimes bribery-greased consulates of nations adversarial or indifferent to American security concerns.
The deals cut at places like Al Nawateer could affect you. Americans from San Antonio to Detroit might find themselves living among immigrants from Islamic countries who have come to America with darker pursuits than escaping war or starting a new life.
U.S.-bound illicit travel from Islamic countries, which started long before 9-11 and includes some reputed terrorists, has gained momentum and worried counterterrorism officials as smugglers exploit 2 million Iraq war refugees. The irony is that the war America started to make itself safer has forced more people regarded as security threats toward its borders.
A stark reminder of U.S. vulnerability at home came this month when six foreign-born Muslims, three of whom had entered the country illegally, were arrested and accused of plotting to attack the Army's Fort Dix in New Jersey.
What might have happened there is sure to stoke the debate in Congress, which this week will take up border security and immigration reform. But the Iraqi refugee problem provides a twist on the question of what assurances America owes itself in uncertain times: What do we owe Iraqis thrown into chaos by the war?
Politically, immigration can be a faceless issue. But beyond the rhetoric, the lives of real people hang in the balance. A relatively small but politically significant number are from Islamic countries, raising the specter, some officials say, of terrorists at the gate.
For those few, the long journey to America starts at places like Al Nawateer.
The restaurant's reputation as a meeting place is what drew Aamr Bahnan Boles.
Night after night, Boles, a lanky 24-year-old, sat alone eating grilled chicken and tabouli in shadows cast by Al Nawateer's profusion of hanging lanterns. Boles always came packing the $5,000 stake his father had given him when he fled Iraq.
Boles was ordering his meal after another backbreaking day working a steam iron at one of the area's many basement-level garment shops when he noticed a Syrian man loitering near his table. The Syrian appeared to be listening intently. He was of average build and wearing a collared shirt. Boles guessed he was about 35 years old.
When the waiter walked away, the Syrian approached Boles, leaned over the cheap plastic table and spoke softly. He introduced himself as Abu Nabil, a common street nickname revealing nothing.
"I noticed your accent," the Syrian said politely. "Are you from Iraq?"
Boles nodded.
"I could help you if you want to leave," the Syrian said. "Just tell me when and where. I can get you wherever you want to go."
For an instant, Boles hesitated. Was the Syrian a Mukhabarat agent plotting to take his money and send him back to Iraq? Was he a con artist who would deliver nothing in return for a man's money?
"I want to go to the USA," Boles blurted.
"It can be done," said the Syrian. But it wouldn't be cheap, he warned. The cost might be as high as $10,000.
Hedging against a con, Boles said he didn't have that kind of money.
The Syrian told him there was a bargain-basement way of getting to America. For $750, he could get Boles a visitor's visa from the government of Guatemala in neighboring Jordan.
"After that you're on your own," the Syrian said. "But it's easy. You fly to Moscow, then Cuba and from there to Guatemala."
The implication was obvious. The Syrian would help Boles get within striking distance of the U.S. border. The rest was up to him.
Boles knew it wouldn't be easy or quick. Not until a year later, in fact, in the darkness just before dawn on April 29, 2006, would he finally swim across the Rio Grande on an inner tube and clamber up the Texas riverbank 40 miles west of Brownsville.
But Boles was undaunted. He cut a deal with the Syrian, setting in motion a journey into the vortex of a little-known American strategy in the war on terror: stopping people like him from stealing over the border.
River of immigrants
Near the tiny Texas community of Los Indios, the Rio Grande is deep, placid and seemingly of little consequence.
But its northern bank is rigged with motion sensors that U.S. Border Patrol agents monitor closely, swarming whenever the sensors are tripped.
Here and all along the river, an abstract concept becomes real. America's border with Mexico isn't simply a political issue or security concern. It is a living body of water, surprisingly narrow, with one nation abutting its greenish-brown waters from the north and another from the south.
Since 9-11, the U.S. government has made guarding the 1,952-mile Mexican border a top priority. One million undocumented immigrants are caught each year trying to cross the southern and northern U.S. borders.
Because all but a tiny fraction of those arrested crossing the southern border are Mexican or Central American, issues of border security get framed accordingly and cast in the image of America's neighbors to the south. Right or wrong, in this country the public face of illegal immigration has Latino features.
But there are others coming across the Rio Grande, and many are in Boles' image.
People from 43 so-called "countries of interest" in the Middle East, South Asia and North Africa are sneaking into the United States, many by way of Texas, forming a human pipeline that exists largely outside the public consciousness but that has worried counterterrorism authorities since 9-11.
These immigrants are known as "special-interest aliens." When caught, they can be subjected to FBI interrogation, detention holds that can last for months and, in rare instances, federal prison terms.
The perceived danger is that they can evade being screened through terror-watch lists.
The 43 countries of interest are singled out because terrorist groups operate there. Special-interest immigrants are coming all the time, from countries where U.S. military personnel are battling radical Islamist movements, such as Iraq, Afghanistan, Somalia and the Philippines. They come from countries where organized Islamic extremists have bombed U.S. interests, such as Kenya, Tanzania and Lebanon. They come from U.S.-designated state sponsors of terror, such as Iran, Syria and Sudan.
And they come from Saudi Arabia, the nation that spawned most of the 9-11 hijackers.
Iraq war refugees, trapped in neighboring countries with no way out, are finding their way into the pipeline.
Zigzagging wildly across the globe on their own or more often with well-paid smugglers, their disparate routes determined by the availability of bogus travel documents and relative laxity of customs-enforcement practices, special-interest immigrants often converge in Latin America.
And, there, a northward flow begins.
Breaching America: Continued, part 2
05/20/2007
Steve McCraw, director of the Texas Department of Homeland Security and a former assistant director of the FBI, said the nation's vulnerability from this human traffic is unassailable — even if not a single terrorist has ever been caught. "This isn't a partisan issue," McCraw said. "If the good guys can come, you know, then so can the bad guys. We are at risk." Though most who cross America's borders are economic migrants, the government has labeled some terrorists. Their ranks include: Mahmoud Kourani, convicted in Detroit as a leader of the terrorist group Hezbollah. Using a visa obtained by bribing a Mexican official in Beirut, the Lebanese national sneaked over the Mexican border in 2001 in the trunk of a car. Nabel Al-Marahb, a reputed al-Qaida operative who was No. 27 on the FBI's most wanted terrorist list in the months after 9-11, crossed the Canadian border in the sleeper cab of a long-haul truck. Farida Goolam Mahammed, a South African woman captured in 2004 as she carried into the McAllen airport cash and clothes still wet from the Rio Grande. Though the government characterized her merely as a border jumper, U.S. sources now say she was a smuggler who ferried people with terrorist connections. One report credits her arrest with spurring a major international terror investigation that stopped an al-Qaida attack on New York. The government has accused other border jumpers of connections to outlawed terrorist organizations, some that help al-Qaida, including reputed members of the deadly Tamil Tigers caught in California after crossing the Mexican border in 2005 on their way to Canada. One U.S.-bound Pakistani apparently captured in Mexico drew such suspicion that he ended up in front of a military tribunal at Guantanamo Bay. "They are not all economic migrants," said attorney Janice Kephart, who served as legal counsel for the 9-11 Commission and co-wrote its final staff report. "I do get frustrated when people who live in Washington or Illinois say we don't have any evidence that terrorists are coming across. But there is evidence." According to U.S. Customs and Border Protection apprehension numbers, agents along both borders have caught more than 5,700 special-interest immigrants since 2001. But as many as 20,000 to 60,000 others are presumed to have slipped through, based on rule-of-thumb estimates typically used by homeland security agencies. "You'd like to think at least you're catching one out of 10," McCraw said. "But that's not good in baseball and it's certainly not good in counterterrorism." Other federal agencies besides the Border Patrol have caught thousands more of the crossers inland after it was discovered they were in the country illegally, including 34,000 detainees from Syria, Iran, Sudan and Libya between 2001 and 2005, according to a homeland security audit last year of U.S. detention centers for immigrants. Then there is an unknown number caught by Mexico — an inveterate partner, as it turns out. Texas accounts for a third of all the special-interest immigrants caught by the Border Patrol since 9-11, including 250 apprehended between March 2006 and February. Efforts to stop the traffic are, in some ways, beyond U.S. control. Corrupt foreign officials and bureaucrats in Latin American consulates and in the Middle East have sold visas. Others hand them out without taking U.S. security concerns into account. Anti-U.S. sentiments run deep in nations across the globe, creating steppingstones to America for those whose illicit travel plans sometimes are abetted with delight. The story of Boles' journey to America — born over a plate of tabbouleh, orchestrated by a polite smuggler and culminating with an early-morning river crossing at Los Indios — serves as a lens on the pipeline and raises troubling questions. If an Iraqi Christian with few resources and little more on his mind than fleeing a war for a better future in America can make his way from a designated state sponsor of terror like Syria for less than $4,000, then why couldn't a well-financed Muslim terrorist of equal determination? Who else besides Boles has crossed the Rio Grande, and with what intent? The answers figure to inform public policy for years to come. Top U.S. political leaders have repeatedly cited the prospect of terrorist infiltration to double public expenditures on the borders from $4 billion in 2001 to more than $10 billion now; to deploy National Guard units; and to launch nationally divisive immigration reform. Lesser-known American enforcement initiatives abroad have involved the CIA, the FBI, the U.S. Navy and Coast Guard and Drug Enforcement Administration agents. (The FBI and Immigration and Customs Enforcement in Washington, D.C., did not reply to phoned and written requests for comment on this series.) Many question the extent of the threat, especially opponents of various immigration-control proposals. There is evidence, primarily a decline in traffic, that the border crackdown is discouraging illegal immigration. Would-be immigrants in Guatemala and Syria told the San Antonio Express-News they didn't want to risk getting caught and so had decided not to try crossing the border. For a terrorist who wants to infiltrate, "It is high risk, being smuggled in, because there is an active effort to clamp down," said Laura Ingersoll, an assistant U.S. attorney in Washington who has prosecuted many smuggling rings. A newly declassified Homeland Security Department survey of 100 captured Iraqi, Somali and Eritrean migrants cites intelligence that al-Qaida planners view border infiltrations as a "secondary" alternative to entering legally with official documents. Though the Texas Legislature this month passed Gov. Rick Perry's $100 million border-security proposal, some lawmakers have belittled the idea that terrorists might blend in as a politically expedient cover for a racist anti-Mexican agenda. Texas Rep. Rick Noriega, D-Houston, who commanded a National Guard unit in the Laredo area, said Middle Eastern immigrants don't worry him because they only come across in "onesies and twosies." "Is it possible that someone could cross our border and come into Texas and do bad things? Absolutely." Noriega said. "But then you have to deal with probability. I'm extremely skeptical of painting the picture that the reason we're doing border security is so terrorists don't come across. I don't think you scare the public using 9-11. That's a little old." The strangers within Noriega's reservations notwithstanding, few in America question whether U.S. policymakers and counterterrorism officials should react somehow to the influx of immigrants from Islamic countries. As the Fort Dix case suggests, there are strangers among us whose hearts may ultimately be unknowable. Among the defendants in the Fort Dix case, all of whom are from the former Yugoslavia and the Middle East, three were in America illegally, reportedly having crossed the Texas border near Brownsville with their families as children in 1984. Uncertainty about the allegiance of immigrants is illustrated by the Boles case. Who or what is he and why did he come to America? How can his story be vetted, his mind and motives plumbed? Boles told U.S. authorities that he is a Chaldean Christian from the Iraqi town of Bartella, near Mosul — a persecuted ethnic minority with origins in the Eastern Christian tradition but with long ties to the Roman Catholic Church. A federal prosecutor in South Texas would test Boles' religious beliefs by grilling him about the Bible, Jesus and Christian practices such as communion. Here's the story of Boles' life as he tells it. Before the Iraq war, he, his parents, two sisters and brother scraped by on what was left of a once-productive farm that had been mostly confiscated by the regime of Saddam Hussein and distributed to Sunni Arab Muslim herders. His father and brother ran a taxi service to bring in extra cash. After the war started, Islamic extremists began preying on Iraqi Christians, uprooting them from schools, jobs and businesses, often on the charge that they were "infidels" collaborating with U.S. forces. The extremists kidnapped some Christians and killed others, focusing on the men. As Boles later would say, "The Muslims would decapitate me for belonging to Christianity." In January 2004, Boles' father sent him to Syria with a large portion of the family's savings: $5,000. It was enough, perhaps, to buy passage to America, where he would be safer. Six months later, Boles' brother died in a car crash and his father ordered him not to return, lest he lose his only remaining son. A kidnapped uncle was murdered even though the ransom was paid. Boles never had given much thought to living in America, though he had an uncle in Sterling Heights, Mich. And it wouldn't be easy leaving Syria; the heavily fortified U.S. embassy in Damascus, which has been the target of suicide bombing attempts that ended in gunbattles, wasn't giving out many visas. Boles was trapped. As did hundreds of thousands of others who fled to Damascus when sectarian violence in Iraq broke out, he had settled in among the tiny tenement apartments in a suburb known as Jaramana. Locals today call the neighborhood "Little Fallujah" because of the influx of Iraqis. Small Iraqi-run bakeries, Internet cafes, hair salons and laundry cleaners had sprung up all over town, many of them bearing the Iraqi national flag painted on their windows. Boles lived on the sixth floor of a building that housed a garment shop where he worked 12-hour days ironing clothing bound for the big markets, or souks, of Damascus. Even though such shops are all over Little Fallujah, Boles was lucky to find a job in one. Steady-paying jobs anywhere in Syria are hard to come by and jealously guarded by working-class Syrians. For most refugees, returning to Iraq was, then as now, out of the question. So was staying in Syria and Jordan, where local economies couldn't absorb them. But almost every other country in the world, including the United States, was handing out legal visas only grudgingly. Not surprisingly, smugglers had picked up the slack
Breaching America: Continued, part 3
05/21/2007
The smuggling business in Damascus and Amman was deep underground. Smugglers and their agents hovered in the shadows of places like Al Nawateer, at the Iraqi bakery just up the street and at the brothels where Iraqi women catered to Iraqi men. Refugees tell of well-oiled Arab mafias, based in South Africa; of an Iraqi Kurdish group living in Sweden that fields recruiters in Jordan; and of local Syrian groups that specialize in guiding paying clients into Turkey and Greece, which are considered launching pads for illegal passage to any other country in the world. Refugees with little or no means are left to register with the United Nations, apply for visas and resign themselves to the real possibility of never leaving. But for those who have enough money, there are many ways to escape. "They're here. They're everywhere," said Joseph Dauvod, an elderly Iraqi refugee who once paid a smuggler to get him to the U.S. but got caught crossing the Turkish border. "It's just that no one knows who they are until they approach you. I know so many people who have left that way from here." Ahmad Ali, a 21-year-old Iraqi Sunni Muslim living in Amman, has made several attempts to get himself and his mother to Sweden, whose lenient asylum laws and immigration regulations have made it the most popular destination in Europe for Iraqi refuges. Ali said he paid a local smuggler $4,000 last year to get him into Sweden, but border guards arrested everyone in his group. In March, he said, he and his mother traveled on legal visas to Turkey to try again. In Istanbul, he connected with an Arab smuggling group based in South Africa. His mother paid $16,000 for her own passage to Stockholm. "It was all-inclusive, hotel, food, plane tickets to Stockholm," Ali said. The group delivered, as part of the package, Ali said, "a legal, original Venezuelan passport," which his mother used to board a plane from Turkey to Stockholm. When she landed in Stockholm, she destroyed the passport, claimed political asylum and is laying plans to get her last son, Ali, to Sweden. Such stories abound in the streets and coffee shops of Syria and Jordan. Those who are actively in the market know the price lists well enough to recite them by heart. "If you are an Iraqi and you stand by the corner of the Grand Mosque (in the Old City of Damascus), they'll come right up to you and say, 'When do you want to go?'" said Omar Emad, an Iraqi refugee who has been unable to save enough money to pay a smuggler. "All you have to do is stand there." Smugglers are known to offer discounts to persuade travelers to cross at the Texas border instead of California. The Texas border, at least in recent times, was considered more porous and the journey through Mexico less risky. Smugglers also offer needy clients sliding pay scales. American court records from a half-dozen smuggling prosecutions show that well-heeled Middle Eastern travelers have paid upward of $25,000 a person for illegal passage through Latin America to get over U.S. borders. Often, they have entered through Canada — after first arriving in Latin America, like Venezuela, Ecuador and Colombia. Many routinely paid smugglers $8,000 to $10,000 a person. Whatever the cost, many of the trips can't be done for anyone — rich or poor — without the vital enabling role of foreign embassies or consulate offices, often those of Latin American nations that are based in the Middle East. Boles, who earned about $180 a month at his steam iron, worked for only one reason: to protect his precious bundle of U.S. dollars that he knew was the key to America's back door. And they disappear The man who would help Boles leave Syria probably was a small independent operator or a recruiter for larger organizations that paid commissions. They met at Al Nawateer, a restaurant popular with young lovers and businessmen as well as refugees. The smuggler, who said his name was Abu Nabil, offered to take Boles' Iraqi passport to Jordan and get it stamped at a Guatemalan consulate office. The two men would meet again, they resolved, when the smuggler returned to Damascus, with Boles forking over $750 for his stamped passport. They agreed to the deal and parted ways — each leaving Al Nawateer, Boles probably forever. Al Nawateer's friendly, backslapping manager, Haithem Khouri, remembers Boles and how he vanished. It's not unusual. Table 75, for instance, is a gathering place for larger groups from which patrons simply disappear. "They come in every day to eat, drink and then, one day, they're just missing and I ask, 'What happened?'" Khouri said. But he knows, or has a pretty good idea. Those who vanished went to America. Or Europe. Refugees themselves tell of friends and whole families happily reporting back from new homes half a globe away. Those who leave almost invariably do so without saying goodbye because advertising their illegal travel plans would imperil smuggler and refugee alike. Boles did not see Abu Nabil again for two months. Then one day the smuggler rang his cell phone. When the call came, Boles was resting in his small dormitory-style apartment. The walls were bare, and there was a radio. "I have your passport," the smuggler said. "Where do you want to meet?" They met outside Al Nawateer. It was dark. Boles opened his passport under a streetlight and saw that it was indeed stamped with a three-month visa to Guatemala. It looked official, but he wondered aloud if it was real. "It's real," the man assured Boles. "And no one will ask any questions in Guatemala." Boles handed the smuggler $750 and the two went their separate ways. Boles had known better than to ask the question that had been on his mind for weeks. Why would Guatemala, of all countries, keep a consulate office in the Middle East that was willing to hand out visas to Iraqis when few others would? The answer is that some foreign embassies and consulate offices based in the Middle East have no qualms about providing Iraqis and local citizens with visas that enable them to get within striking distance of a U.S. border. One of them is the Guatemala consulate office in Jordan. The consulate is about 150 miles southeast of Damascus, in Amman. A blue and white national flag of Guatemala snaps atop a 20-foot flagpole on a busy street in the financial district. The flag advertises the presence in a strip shopping center of Guatemala's "Honorary Consul" in the Kingdom of Jordan: Patricia Nadim Khoury, who represents Guatemala's foreign affairs from a home-furnishings shop catering to Amman's wealthy. This is the only place that Boles' smuggler could have secured a real Guatemala tourist visa. One day recently, Khoury, a petite auburn-haired woman who appears to be in her mid-30s, sat behind a heavy oak desk as workers finished renovating the store. She wore a blue denim jacket with slacks and a red sweater tied around her waist. After agreeing to a brief interview, Khoury said she was born in Guatemala and took over honorary consul duties from her father when he died seven years ago. Most people who apply for visitor's visas, she said, are Jordanians, Syrians and a few Iraqis. Several thousand Palestinians, Jordanians and other Arabs, as well as their descendants, have lived in Guatemala City for decades. The country's rules for acquiring tourist visas require applicants to show bank statements for three months and demonstrate that they have credit cards. Citizens of the U.S. and most European countries can apply by mail. Although it's unclear whether Iraqis and other Middle Easterners are required to personally appear to apply, Khoury said she interviews every applicant before issuing a visa, in part to determine whether they are trying to cross illegally into the U.S. "I don't give visas to people who don't come personally here." Khoury also said she requires bank statements and other documents from applicants in addition to the personal interviews. When asked how Boles and several other Iraqis might have obtained Guatemala visitor's visas from her office without showing up, Khoury offered, "Maybe it's not a legal visa." Khoury said she would not accept payment in exchange for issuing visas to an unqualified applicant and that no one ever offers. "If someone came and asked, I would kick him out," she said. "I can maybe get the police." A mile away, another honorary consul spoke freely of how money makes things happen in a society where bribes are an accepted means of doing business. "I've been offered lots of money — thousands of dollars," said Raouf N. El-Far, a Jordanian businessman who was appointed Mexico's consul to Jordan in 2004. The bribe offers come from Iraqis, Syrians and Jordanians, many of whom openly disclose plans to get themselves smuggled over the U.S. border once in Mexico, El-Far said. One man recently offered to pay him $10,000 to secure a tourist visa for an Iraqi. If all went well, the man said, he would bring El-Far 10 Iraqis a month at the same price, a pipeline amounting to $100,000 in bribes every 30 days. Is he tempted by such offers? El-Far chuckled. "Yes, I am," he said. But, then, turning serious, he said he does not take bribe money "because it's against my principles." Under U.S. pressure after 9-11, El-Far said, Mexican intelligence services for the first time conducted a background investigation on a Jordanian consul. The check, he said, was so thorough "they wanted to know how many times I kissed my wife before I go to bed." Khoury and El-Far acknowledged granting visas on a regular basis to Middle Easterners who meet the requirements for documentation. But they said they can't thoroughly check the veracity of the papers and the travelers' stated plans. "It's not my business to guard against this," Khoury said. The U.S. Justice Department has prosecuted nearly a dozen major smuggling rings that specialized in moving Middle Eastern clients since 9-11. The majority of the smugglers planned to bring their clientele into South American countries, such as Ecuador, Peru and Colombia, and Guatemala, to prepare them for the final trip north. Smugglers could simply buy visas outright from corrupt consular or embassy officials, according to these court records. For example, before U.S. and Mexican authorities shut his organization down, Salim Boughader-Mucharrafille, a Mexican national of Lebanese descent, smuggled hundreds of fellow countrymen from Tijuana into California. The scheme involved bribing Mexican consular officials. Venezuela is another jumping-off point to the American border, according to court records of smuggling cases. Because of its antagonistic relationship with the United States, Venezuela does not cooperate on counterterrorism measures, according to the U.S. government, and shows no concerns about issuing visas to special-interest migrants. One day recently, the Venezuelan Embassy in Damascus, its walls bedecked with large portraits of Venezuelan President Hugo Chávez, was packed with Syrians seeking one of nine types of visas offered. The U.S. State Department has complained in recent years about Venezuela's cozy relationship with Syria and Iran. Earlier this year, the first nonstop flights began from Tehran, Iran, to Caracas, Venezuela — a development that some U.S. counterterrorism specialists say opens a new avenue for potential terrorists to the American border. Some of the government's most senior Homeland Security officials have spoken of yet another source of terrorist infiltrators: the area where Paraguay, Brazil and Argentina meet, known as the "Tri-Border" region. Tens of thousands of Arab immigrants there have been under scrutiny by American intelligence services since 9-11. The U.S. Treasury Department in December named people and organizations that "provided financial and logistical support to the Hezbollah terrorist organization." Last year, Gen. Bantz J. Craddock, commander of the U.S. Army's Southern Command, warned the House Armed Services Committee that some of these groups "could move beyond logistical support and actually facilitate terrorist operations." Kephart, the lawyer who served as counsel to the 9-11 Commission and co-wrote the final report, testified in March 2005 before the Senate Judiciary Committee about a classified document she'd seen while serving on the commission. She said the document, which since had been declassified, was a Border Patrol report about meetings in Spain between members of al-Qaida and a Colombian guerrilla group. A topic of discussion at the meeting, Kephart said, was the use of Mexican Islamist converts to infiltrate the U.S. at the Southwest border. A journey begins Boles may have had his Guatemala visitor's visa, but he would not be able to complete his trip from Moscow without a transit visa through Cuba. This would prove to be no problem in Damascus, and he has plenty of company among Syrians, Iraqis, Jordanians, Lebanese and others passing through. Carrying his Iraqi passport, Boles took a 15-minute cab ride to the three-story whitewashed Cuban Embassy just three blocks from the American Embassy. Inside, friendly clerical workers handed him an application. He filled it out and handed over $70 cash with his passport and some passport-sized pictures. About a half-hour later, his passport was returned stamped, no questions asked. Cuba's consul in Damascus said in an interview that his country happily grants visas to any Middle Easterner who asks "because America doesn't give anyone the opportunity to take refuge, especially after 9-11." "But we work another way," said Armando Perez Suarez. "We put conditions on American people who are making war with everyone. The Arab people are the peaceful ones. We give visas to anybody who wants to visit our country." Suarez said he is well aware that Cuba, with its economic problems and poverty, is not anyone's idea of a final destination. "After that, if he wants to travel to any other country, the U.S., or Central America, this is not our problem," Suarez said. "It's not our burden." He scoffed at American concerns about terrorist infiltration. "I'm sorry your president is from Texas," he said. "Now you're receiving your own medicine. The problem started in Texas and it's finishing in Texas." Boles, his Cuba transit visa in hand, was almost ready to go. Digging once more into his dwindling bundle of cash, he bought tickets from Damascus to Moscow, from Moscow to Cuba, and finally, from Cuba to Guatemala City. Total cost: $2,100. Total travel time: about two days. He told no one of his plans, though he asked around about Guatemala and learned that lots of Arab merchants who speak his language and might be of help to him operate businesses in Guatemala City. In June 2005, Boles packed a single suitcase, including toiletries, a sport coat and a couple of pairs of jeans. He had a flight to catch. Bound for Damascus International Airport, he hailed a taxi in Jaramana and bid it farewell.

'I've made it to America'
05/24/2007
Todd Bensman
Express-News
Last of four parts
BROWNSVILLE — The human smuggler offering to help Aamr Bahnan Boles and his two friends cross the border into America was tall, dark and pricey.
"I can get you to Texas, no problem," he told them. "For a thousand dollars each."
Boles and the others had just walked out of the detention center for immigrants in Mexico City. The guards, knowing the three were about to be freed after three months in custody, had arranged the rendezvous with a smuggler.
Boles would recall later how the smuggler — in street parlance a coyote, or someone who makes a living helping undocumented immigrants cross the border — was leaning against a tractor-trailer rig outside the jail gates.
He said his name was Antonio.
"Where are you from and where do you want to go?" the smuggler asked.
"We are Iraqis," Boles said in halting Spanish, "and we want to go to America."
Boles, a Chaldean Christian determined to escape the Iraq war, is categorized by the U.S. government as a "special-interest alien," those from 43 countries where terror groups are known to operate. As such, they can be subjected to extra screening and harsher treatment than other immigrants when caught crossing illegally.
Near the end of his journey to America — born in the shadows of a Damascus, Syria, restaurant and culminating nearly a year later with the final push into Texas — Boles ran smack into this post-9-11 security net.
But the system is fallible, and just as likely to punish the benevolent as to release the dangerous.
On the U.S. side, authorities are feeling their way sometimes blind and scared. Once over the Texas border, Boles would encounter various jail cells, a skeptical magistrate, a distrusting government lawyer and a bizarre courtroom quiz about his biblical knowledge where his very freedom hinged on the right answers.
Boles managed to cling to his last couple thousand dollars after Mexican immigration agents plucked him off a bus from Guatemala, where he had arrived eight months earlier after an air trip from Damascus to Moscow and through Cuba. His new traveling companions, Ammar Habib Zaya and Remon Manssor Piuz, also had money.
Zaya and Piuz, like Boles and many Iraqis caught traveling through Mexico, said they were members of a Christian minority who had fled their homes in Iraq after Islamic extremists began killing and kidnapping men in their community. Zaya said he had worked on an American military base in Iraq, doing laundry for the troops.
The United States was giving few visas to Iraqi refugees, so they'd struck out for America and were caught by Mexican immigration. Mexican and U.S. intelligence agents interviewed them in custody as part of a secret counterterrorism program aimed at capturing immigrants from places such as the Middle East.
While other Middle Easterners who provoke some level of suspicion get deported to their homelands, Boles and his two new friends eventually were released with papers ordering them to either leave the country or apply for Mexican residency within two weeks.
The choice was clear.
It made sense that the three young men would band together for the final leg of their journey. There was safety in numbers, but they also had much in common. They were from the same Iraqi province of Mosul and all in their early to mid-20s. All had fled the war.
In the Mexican jail, Zaya and Piuz incorrectly told Boles about a surefire way to get legal status after they crossed into America. All they'd have to do was plant their feet on U.S. soil, find a government representative and claim political asylum. The Americans would have to give them a fair hearing on claims of religious persecution in Iraq, and maybe they could get permanent residency and a path to citizenship.
Before the end of their first day of freedom in Mexico, Boles and his compatriots sat crowded together in the sleeper compartment of Antonio's tractor-trailer cab. The truck was barreling northeast from Mexico City toward the northern industrial city of Monterrey, nearly 600 miles away.
In Monterrey, the men transferred with Antonio to a different truck, this one bound for Matamoros, another 200 miles north and just across the border from Brownsville.
Nearly a full year after flying out of Damascus, Boles was almost to his goal now.
His excitement and apprehension grew.
In Matamoros, Antonio handed the travelers over to another man. They were driven by car over dirt roads that wound through farmland and came to a stop a half-mile from the Rio Grande. It still was dark. Boles and his two companions followed the coyote over dirt trails.
The smuggler told them not to talk; Border Patrol agents could be just over the other side. They stripped to their shoes, bundled their clothes and shuffled down the riverbank to the neck-deep, fast-moving green water of the Rio Grande. At 5:20 a.m. April 29, 2006, they waded across to Texas one at a time using an inner tube.
The men scrambled back into their clothes. They were about 6 miles east of the rural town of Los Indios.
"America!" Boles thought as he faced towering sugar cane fields. "I'm finally here. I've made it to America."
His joy would be short-lived.
Boles' small group triggered a motion detector while hiking up a dirt road toward U.S. 281. U.S. Border Patrol agents in three SUVs rumbled out of their hiding places to check the area.
Boles and his companions were hiding in brush when they saw the green and white vehicles coming toward them. They leapt out with hands raised and ran toward what they thought was salvation.
"Iraqi Christians! Iraqi Christians! Iraqi Christians!" they shouted over and over, jumping up and down. "Political asylum! Political asylum!"
None of them could have known they already were marked men.
A flawed system
Federal agents from Texas to California and from Maine to Washington go on red alert whenever a special-interest immigrant gets caught crossing the border — or at least they are supposed to.
The goal is to put everyone captured, regardless of nationality, into deportation proceedings or immediately send them back. The routine is to run the fingerprints and names of apprehended border crossers through interlocking government databases that look for criminal history, outstanding warrants or past immigration violations.
But apprehensions of border jumpers hailing from the Middle East, North Africa and South Asia trigger under-the-radar procedures that go well beyond these first rudimentary checks.
Border Patrol agents are supposed to run these names through the agency's National Targeting Center database, which looks for any link to terrorism or flags when other agencies have an investigative interest in the name.
The next step is to notify the nearest FBI Joint Terrorism Task Force, which has its own more extensive databases and access to counterterrorism and intelligence resources. The Border Patrol has logged hundreds of such referrals to the FBI each year since 9-11.
Border Patrol agents made 644 referrals in 2004, 647 in 2005 and 563 in 2006, according to agency data requested by the San Antonio Express-News. If sufficient suspicions are aroused, the FBI can place a national security "hold" on an immigrant to keep him in custody while agents investigate further.
FBI Special Agent in Charge Ralph Diaz, who oversees bureau activities in South Texas from his San Antonio headquarters, said an effort then is made to interview every special-interest immigrant in person.
"They're not all necessarily a threat," Diaz said. "But we don't have the luxury of presuming that. The flag goes up and we say, 'Let's take a look at this.'"
The workload is not insubstantial. More than 1,500 special-interest immigrants have been captured in Texas since 9-11, including nearly 300 between March 2006 and April, among them Boles and his two companions, along with Iranians, Yemenis and Afghans. Diaz and other FBI officials familiar with special-interest immigrant assessments said the vast majority are determined to be economic refugees or people fleeing wars and political persecution.
"It's not reached a level where we've had a threat to national security in the San Antonio district," said Diaz, who has been on the job about a year.
Other federal counterterrorism authorities, however, say they have connected some border jumpers to terrorism. Among them was a South African woman of Middle Eastern descent whose July 2004 arrest at the McAllen airport with wet clothes, thousands in cash and a mutilated passport made international headlines.
Farida Goolam Ahmed eventually was charged with a simple illegal entry offense and quietly deported, but key documents remain sealed. A Dec. 9, 2004, U.S. Border and Transportation Security intelligence summary, accidentally released on the Internet, states that Ahmed was "linked to specific terrorist activities."
Government officials familiar with the case now confirm Ahmed was a smuggler based in Johannesburg, South Africa, who specialized in moving special-interest immigrants into the United States along a United Arab Emirates-London-Mexico City-McAllen pipeline.
Houston-based federal prosecutor Abe Martinez, chief of the Southern District of Texas national security section in the U.S. attorney's office, was asked if Ahmed or anyone she smuggled might have been involved in terrorism.
"Were they linked to any terrorism organizations?" Martinez said. "I would have to say yes."
Martinez and a number of Texas-based FBI officials declined to elaborate. But an August 2004 report that appeared in the Washington-based Homeland Security Today quoted several unnamed government counterterrorism officials as saying Ahmed also was found to be ferrying "instructions" from a Mexico al-Qaida cell to another cell in New York.
The article reported Ahmed's arrest led the CIA to capture two al-Qaida members in Mexico and several Pakistani al-Qaida members in Pakistan and in Britain who all were part of the plot to attack targets in New York.
The Express-News couldn't independently corroborate the Homeland Security Today report.
Other immigrants who have prompted some level of uncertainty or suspicion end up deported to their home countries.
Kyle Brown, an immigration attorney in McAllen, said two Afghans he represented had their asylum applications denied and were deported after the FBI discovered "a series of telephone numbers" in their possession.
"One of them (telephone numbers) led back to a link to terrorism," Brown said.
But FBI officials, including San Antonio's Diaz, acknowledge the bureau's current system of assessing whether someone is a terrorist is far from error-free.
Often, immigrants show up with no documents or with fakes. FBI agents could have little to run through terror watch list databases, or, when a name is real, it might not be entered.
"You interview them, run every database possible, fingerprints, watch lists, check their stories. You get some sort of a feel of their sophistication," said an FBI official who works along the Southwest border. "Could we be fooled? Of course."
Last year, a Homeland Security Department audit cited weaknesses in the government's ability to differentiate between persecuted political asylum seekers and terrorists.
"The effectiveness of these background checks is uncertain due to the difficulty verifying the identity, country of origin, terrorist or criminal affiliation of aliens in general," the audit report stated. "Therefore, the release of these (migrants) poses particular risks."
FBI and Immigration and Customs Enforcement agents concede they can't get around to interviewing every captured special-interest immigrant. Until thousands of new detention beds were ready last year, Border Patrol and ICE routinely released special-interest immigrants on their own recognizance, usually never to reappear, simply because there was nowhere to keep them.
New detention space lets the government hold more undocumented immigrants for deportation proceedings. But even then, some are let go and not fully investigated, according to a review of hundreds of intelligence summary reports showing law enforcement activity along the Texas-Mexico border.
The reports suggest the FBI is not always getting referrals, and full investigations aren't being conducted.
One of many such examples occurred Dec. 1, according to an intelligence summary report from that day. "Sudanese detained at Carrizo Springs station. Released." The State Department lists Sudan as a state sponsor of terrorism.
Three days later, agents picked up a Pakistani at a checkpoint in Val Verde. "No derogatory," the report stated, referring to a watch-list check. "Released." Two days after that, Border Patrol agents picked up an Iraqi and had a watch-list check run on his name, too. "No derogatory info. Released."
Sometimes Border Patrol agents exercise a new authority provided by Congress to simply expel undocumented immigrants back to Mexico without court oversight, a process known as "expedited removal."
While helping to reduce congestion in detention centers and courtrooms, expedited removal also loses opportunities to investigate the immigrants and their smugglers.
In a typical such instance, on June 20, Border Patrol agents arrested an Eritrean national in McAllen.
"Subject stated that he flew from Sudan to Mexico City using a photo-substituted French passport," the report stated. "He was processed for expedited removal."
The Lord's Prayer
To American agents, Boles and his two fellow Iraqi travelers were big question marks. Like many special-interest immigrants, they were captured with no identification or documents, just a story about being persecuted Christians in need of safe harbor. Their inability to back their story with evidence — even to prove the validity of their given names — would bode ill.
Border Patrol officers who caught Boles transported him to one of their facilities in Brownsville, where his name once again was run through the databases. Those checks came out clean. The FBI was notified that Iraqis had been caught at the river. But still no one could say for sure who they were.
Before Boles' first day in American custody was over, immigration authorities in Brownsville charged him and his two compatriots with the federal misdemeanor of illegal entry, which carries a maximum punishment of six months in prison.
Boles' appointed attorney, Humberto Yzaguirre Jr., recalls assuring his three clients that the charge was routine and they would serve no time. They would plead guilty, be given time served and then get out on bond to pursue political asylum claims — assuming the FBI quickly cleared them.
Yzaguirre had seen it happen this way a thousand times, he told them.
But it wasn't to be.
No one in the Brownsville federal court system was ready to believe that Boles, Zaya and Piuz were Christians.
All three Iraqis had pleaded guilty and were awaiting their sentencing before U.S. Magistrate Court Judge Felix Recio, scheduled for May 5, 2006.
In the meantime, the court had ordered probation officers to interview the three Iraqis to collect their stories and make recommendations to the judge.
Attorney Paul Hajjar, a Lebanese American hired as a defense interpreter for the proceedings, recalled overhearing the Iraqis talking among themselves in a dialect that was not Arabic. He recognized it as a contemporary derivative of the ancient Aramaic language dating to the days of Jesus Christ. It is spoken only by Middle East Christians.
Hajjar asked Piuz about the language. Just then, the Iraqi broke out with a heartfelt rendition of the Lord's Prayer in Aramaic, loudly enough for all to hear.
Piuz closed his eyes as he continued slowly, bowed his head and spoke the words of the prayer with what appeared to be deeply felt angst, Yzaguirre recalled, as though he hoped God could help him out of the situation. When he finished, Hajjar turned to the probation officers. These men, he said, could not be Muslims.
"See? They are exactly who they say they are," he said. "I don't see Muslims saying the Lord's Prayer in Aramaic. A Muslim wouldn't speak Aramaic to begin with, and they certainly wouldn't know the Lord's Prayer."
The display wouldn't help the group. It wasn't included in the report that would go to the judge. And the FBI still hadn't shown up.
Taking no chances
Magistrate Judge Recio already had decided he wasn't taking any chances with Iraqis.
"Mr. Boles," the judge said at their sentencing hearing, "good morning. Do you have anything you wish to say to the court?"
"No," Boles replied in Arabic, then added, "If you could just give us some consideration."
"Mr. Piuz, do you have anything you want to say to the court?"
Meekly, Piuz replied, "Just, if you could take care of us."
Next, Recio asked Yzaguirre the same thing. Yzaguirre assured the judge that no evidence had surfaced indicating that his clients were Muslims instead of Christians.
The judge then turned to the government's prosecutor, Assistant U.S. Attorney Dan Marposon, for his opinion.
Marposon, who has declined several interview requests, said he concurred with the pre-sentence report's recommendation of minimal punishment, the usual time served.
But Recio, who didn't respond to three interview requests for this report, was about to surprise the government's prosecutor and everyone else in his courtroom.
"We know that this country is in war in Iraq," he said. "We know the problems associated with all of that, and it gives reason for this court to be cautious and to take things into consideration carefully and to apply the law to them as carefully as possible."
Recio went on to express skepticism about the Iraqis' stated motives for coming to the United States when they could have stayed in Europe or gone elsewhere much more easily. He said he doubted their story that they'd all met for the first time in Mexico when the three men came from the same province.
"It would be highly unlikely that if you're released from any Mexican prison that you would be released with any money whatsoever," the judge said. "So someone is financing you, or you're receiving funds from someplace. We have no idea where those funds are coming from."
The judge reserved special ire for the government.
"I might add the government has been very lax in coming forth with any evidence to either support or go against the claims of these individuals," he said. "Who did they check? What did they check? What did they verify? Who did they talk to? I don't know."
Recio sentenced them to six months in prison.
"We want to promote respect for the law. We want to protect the public from further crimes, and we want to provide a deterrence for other criminal conduct," he said.
The gavel came down with a crack.
The hearing had lasted 15 minutes.
Boles, Piuz and Zaya were devastated. The U.S. marshals handcuffed them and led them away to prison.
Tougher grilling
About a week later, the FBI showed up. The experience would not be pleasant.
Two men from the bureau, an ICE agent and a Lebanese interpreter arrived at the jail where the prisoners were being held.
Boles found their questions insulting and their manner brusque and intimidating, unlike his experience with the Americans who had questioned him in Mexico.
The agents, he later recounted, demanded to know why he had come to America, and the names of the smugglers who brought him.
They began asking personal questions, like if he had sampled tequila while in Mexico and what it had felt like, knowing that practicing Muslims who don't drink alcohol wouldn't have an answer.
Agents demanded to know about his military experience. Boles believed his three-month incarceration in Mexico was the result of admitting he'd been a conscript in Saddam Hussein's army. So he lied this time.
"No, I never served in the military," Boles told the agents.
But the agents had his statements from Mexico. They pounced, hoping to break down a possible cover story.
"Don't you think we know what you said in Mexico? You're a liar!"
For the next five hours, they grilled Boles.
They threatened to charge him with lying to federal law enforcement officers, a felony that could bring a five-year sentence, unless he told them who he really was and what he was doing sneaking into America.
They threatened to send him back and force him to join the new Iraqi army, where he would probably suffer a violent death.
At last, the agents left Boles, exhausted and feeling hostile toward the country he hoped would adopt him.
New agents would return three weeks later and interview him again about the details of his life and travels, most likely looking for inconsistencies.
That was the last he heard from the FBI and ICE.
Mixed-up feelings
Boles spent his 26th birthday behind bars.
After he completed his sentence in November 2006, he was remanded to the custody of immigration authorities and transferred to a federal detention facility near Port Isabel. Once again, Pakistanis, Jordanians and Yemenis were among his cellmates.
Most immigrants in similar situations probably would be deported at this point or be eligible to pay a bond and be freed while pursuing a political asylum claim. But the FBI still had not cleared Boles, and until it did he would remain in limbo.
Relatives in Detroit hired Harlingen immigration lawyer Thelma Garcia, and she began pushing government lawyers to secure a ruling from the FBI. Finally, toward the end of the year, the FBI notified the court that it had cleared Boles. He was not a national security risk.
But suspicion can be hard to overcome in Texas, at least when it comes to Iraqis during a war. There was still no proof of his Christian identity and his story of persecution at the hands of Muslims.
Boles would be asked one last time to prove his credibility with a test of his religious faith.
Garcia quickly moved to get a hearing date that would allow Boles to bond out and go to Detroit.
U.S. Immigration Judge William C. Peterson presided over the hearing Jan. 3. The government's lawyer was Assistant Chief Counsel Sean Clancy.
Clancy, who some people think resembles actor Randy Quaid, is a classic Irishman. He has fair features and reddish hair. He wore a crisp suit.
Clancy put Boles through his final test, opening with a battery of questions designed to ascertain, finally, whether he was who he said he was. Garcia's notes from the proceeding chronicle this unusual courtroom exchange:
"What's a Christian?" the prosecutor asked.
Clancy was assertive without being confrontational.
"We believe in Jesus as our savior and we believe in God," Boles replied.
Clancy seemed to accept the answer, Garcia thought.
"Who is Jesus and where did he come from?" Clancy asked Boles.
"He is the son of God, son of Joseph and the son of David."
"Was he just another man?"
"No, he was the son of God."
"How often do you pray?"
"I pray every Sunday, three times a day."
"What do you do on Sunday?
"I go to morning Mass."
"What's Mass?"
"We pray with a Bible."
"What's Communion?"
"We take the body of Jesus Christ."
"In what form do you take Communion?"
"Bread. Wafers. The priest prays over it and then we eat it."
Clancy turned to the judge.
"That's all I have," he said. "It's up to the court, your honor."
Peterson set Boles' bond at $1,500. Relatives paid it a couple days later and then wired money for bus fare to his lawyer in Harlingen. It was enough for a one-way trip to Detroit aboard a Greyhound.
The next night, on Jan. 6, a Border Patrol agent drove Boles to a bus station in Brownsville and let him off at 11 p.m. with all of his worldly possessions: a bag filled with a few basic toiletries, extra socks and underwear and some documents. He wore a red Nike baseball cap, a brown corduroy sport coat and a grim expression.
Boles felt bitter. He did not think the FBI and the U.S. judicial system had treated him well.
But he was ready to get on with his new life.
"My feelings about America are all mixed up," he said as he ate his first American meal as a free man, a cheeseburger and fries at the Brownsville Cafe. "We knew they'd do an investigation of us, but why did it have to be a criminal investigation? I believe it was an unfair sentence for him to send us to jail."
But Boles, who had not had much to laugh about in a long time, couldn't contain his dry sense of humor.
Casting a sideways glance, he said with the measured delivery of a standup comic:
"I know they have to protect your country.
"But why take so long to do it?"
The long journey of Aamr Bahnan Boles from Iraq had consumed almost three years of his life. Along the way, some of his enthusiasm had been lost, the joy of second chances tempered, the burden of freedom, loneliness of secrecy and imperfections of America all driven home.
"I feel lost," he said. "It's the first time I've been free."
Boles probably will remain free, though his claim for political asylum continues wending its way through the system. Returning to a Texas courtroom, which Boles must do in August, needn't worry him, said Martinez, the prosecutor who oversaw the FBI's handling of Boles.
"His story," Martinez said, "is true."
On a Saturday morning in January, that story, a refugee's story, entered its final chapter as Boles stepped onto a Greyhound bus in Brownsville. It took him north through Harlingen into the vast expanse of Texas and then into America's heartland.
Forty-four hours and many stops later, the odyssey from Damascus to Detroit ended at another Greyhound depot, and Boles began a new life.
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