30 dic 2008

Israel desoye la petición mundial


Israel ignora la petición mundial de detener el bombardeo sobre Gaza
Quinta jornada de bombardeos israelíes sobre Gaza; son ya más de 380 los palestinos muertos desde el inicio de la campaña militar contra Hamás en la franja de Gaza, el pasado sábado, a lo que hay que añadir más de 1,700 heridos.
Pese a los llamamientos de este martes realizados por la comunidad internacional, encabezada por el Cuarteto ONU, EE UU, UE y Rusia, que reclamó un alto al fuego "inmediato" que fuera "plenamente respetado".
Empero, el Gobierno presidido por Ehud Olmert parece decidido a continuar con los bombardeos. "La ofensiva de Gaza ha comenzado y no concluirá hasta que se hayan logrado los objetivos. Seguiremos de acuerdo con nuestro plan", declaró el primer ministro israelí.
Prosigue también el lanzamiento de cohetes desde territorio palestino por parte de las milicias de Hamás, que hasta el momento se han cobrado la vida de cuatro israelíes.
Empero, los nuevos bombardeos, más allá del daño que han provocado, suponen un claro desafío de Israel a la comunidad internacional.
¡Falta garrra de la comunidad internacional para para esto!

Israel y Hamas

La agonía de Gaza y la trampas de Israel/Shlomo Ben-Ami, antiguo ministro de Exteriores de Israel, y actualmente vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Su último libro es Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Pulicado en EL PAÍS, 30/12/08;
Con todos los cohetes que se lanzan a diario contra las ciudades israelíes desde la franja de Gaza, más la rivalidad entre los políticos israelíes para ver quién ofrece la respuesta más dura a las bravatas de Hamás y dado que la capacidad del Gobierno egipcio para mediar en un nuevo alto el fuego más sólido que el anterior se ha visto gravemente perjudicada por sus propias tensiones con los islamistas de Gaza, una operación militar masiva de Israel era sólo una cuestión de tiempo.
La falta de cauces políticos es lo que ha convertido este conflicto en tal tragedia humana y ha hecho que la acción militar sea el único lenguaje de comunicación entre las dos partes. Hamás e Israel se obstinan en negarse mutuamente, la comunidad internacional ha boicoteado a Hamás por su negativa a incorporarse al proceso de paz encabezado por el Cuarteto, y la Unión Europea ha seguido los pasos de la obcecada política de Estados Unidos de permitir que se desmorone el acuerdo de La Meca. Dicho acuerdo ofrecía la oportunidad, por endeble que fuera, de que un movimiento palestino unido pudiera alcanzar un acuerdo negociado con Israel. Ahora, para Israel, se trata de decidir si invadir Gaza u optar por una táctica diferente. Pero Hamás tampoco está libre de contradicciones. Tanto Israel como Hamás están atrapados en un dilema aparentemente irresoluble.
Hamás, como autoridad, debe ser juzgado por su capacidad de proporcionar seguridad y un gobierno decente a la población de Gaza, pero, como movimiento, es incapaz de traicionar su empeño implacable de combatir al ocupante israelí hasta la muerte. Al fin y al cabo, no ganó las elecciones para lograr la paz con Israel ni mejorar las relaciones con Estados Unidos. Por muy prometedoras que resulten algunas señales esporádicas de que se aproxima al campo del realismo político, entre sus prioridades inmediatas no está el traicionar su propia raison d’etre mostrando su apoyo al proceso de Annápolis de los estadounidenses.
La ofensiva de cohetes Kassam de Hamás, que ha convertido todo el Neguev occidental en rehén de los caprichos de los escuadrones islamistas, no es un intento de arrastrar a Israel a una costosa invasión que podría sacudir su régimen, sino una medida destinada a establecer un equilibrio de amenazas basado en mantener vivas las llamas de un conflicto de baja intensidad aunque se acuerde una nueva tregua.
Un Hamás cada vez más arrogante y extremadamente bien armado confiaba en que se acordara dicha tregua sólo a cambio de nuevas concesiones de Israel y Egipto: la apertura de los pasos de Gaza, entre ellos el paso de Rafah, controlado por los egipcios (inflexibles en su postura de que debe permanecer cerrado), la liberación de presos de Hamás en Egipto, la suspensión de las operaciones de Israel contra activistas de Hamás en Cisjordania y el derecho a responder a cualquier supuesta violación del alto el fuego por parte de Israel.
Sin embargo, la actitud de Hamás ha demostrado ser un peligroso ejercicio de política suicida, porque un conflicto de baja intensidad puede degenerar fácilmente en una auténtica llamarada si, como ha ocurrido ahora, la contención exhibida hasta el momento por los israelíes se vuelve políticamente insostenible. A diferencia del ataque de Israel contra Hezbolá en el verano de 2006, la operación actual no es una reacción impulsiva desencadenada por un inesperado casus belli; es una decisión que pretende cambiar la ecuación estratégica entre Israel y el régimen de Hamás en Gaza.
Hamás también ha estado jugando con fuego en el frente egipcio. Mostró su rechazo con su altanera interrupción del proceso de reconciliación con la OLP de Mahmud Abbas encabezado por Egipto y al comprometerse a desbaratar la iniciativa egipcia y saudí para ampliar el mandato presidencial de Abbas hasta 2010. Hamás ha dejado claro que, cuando termine oficialmente la presidencia de Abbas, el 9 de enero, preferiría nombrar en su lugar al presidente del Parlamento palestino, un miembro del movimiento que se encuentra en una prisión israelí.
El radicalismo de Hamás no carece de propósito político. Lo que está llevando a cabo es un intento de enterrar definitivamente lo poco que queda de la solución de los dos Estados. Los pobres resultados del proceso de Oslo hasta ahora son, para Hamás, nada más que la confirmación de su opinión de siempre, que Oslo estaba condenado al fracaso y que Israel y Estados Unidos nunca tuvieron intención de respetar los requisitos mínimos del nacionalismo palestino. Hamás nunca ha sido indiferente a los cálculos políticos cotidianos, pero tampoco se limita exclusivamente a ellos. Es un movimiento fundamentalmente religioso que opina que el futuro pertenece al islam y que se ve, en el futuro, envuelto en una lucha armada a largo plazo por la liberación de toda Palestina.
Tampoco fue completamente irracional el ejercicio de política suicida, porque el legado del intento frustrado de Israel de destruir Hezbolá en 2006 es que el aparato militar israelí se ha dedicado, por primera vez en la historia del país, a propugnar la contención y oponerse a las acciones más duras propuestas en las reuniones del consejo de ministros. El ejército no quería esta guerra; estaba resignado a que era inevitable. La resistencia de Israel a lanzar un ataque masivo contra el régimen de Hamás en Gaza nace de un análisis detallado de los límites de lo que se puede lograr por la fuerza, hasta el punto de que el ministro Barak estaba dispuesto a pagar un alto precio político, en plena temporada de elecciones, al aceptar una nueva tregua incluso aunque Hamás la violase de forma intermitente.
Un ataque militar contra una franja de tierra tan pequeña y tan densamente poblada, en la que Hamás ha utilizado de forma sistemática a los civiles como escudos humanos, no tiene más remedio que someter al ejército israelí a acusaciones de crímenes de guerra. Por muy justificada que esté la actuación de Israel, y por mucho que la comunidad internacional critique el régimen represivo y oscurantista de Hamás en Gaza, tardaremos poco en ver que la cobertura de las bajas civiles en los medios de comunicación pone a Israel, y no Hamás, en la picota de la opinión internacional. Israel preferiría evitar a toda costa una invasión masiva, aunque sólo sea porque la reocupación de Gaza significaría tener que volver a asumir la responsabilidad exclusiva del millón y medio de palestinos que hoy viven bajo control de Hamás.
Pero, aunque Israel esté dispuesto a absorber el precio de las duras condenas internacionales, no está nada claro qué significa verdaderamente un triunfo en una guerra así. ¿Es una opción realista pensar en derrocar el régimen de Hamás? Tal vez caiga el Gobierno de Ismail Hanyieh, pero Hamás seguiría siendo un poderoso producto natural de Palestina que agruparía a su alrededor a la población. E, incluso bajo una nueva ocupación israelí, el ocupante podría sufrir la humillación suprema si se siguen lanzando misiles Kassam mientras las divisiones acorazadas israelíes se despliegan en la franja.
Y, por último, después de que se haya asestado un golpe mortal a lo que quedaba del proceso de paz y los cementerios de Israel y una Gaza devastada vuelvan a llenarse de víctimas, Israel querría salir de esa trampa y volver a negociar otro alto el fuego… con el mismo Hamás.

La paz en Gaza; desafio de Obama

La paz en Gaza no llegará de Irán/Mateo Madridejos
Publicado en EL PERIÓDICO, 29/12/08;
Antes y después de la guerra contra el Irak de Sadam Husein, los responsables del Gobierno de George Bush airearon la hipótesis de que el camino de la paz en Jerusalén pasaba por Bagdad. El pronóstico no se confirmó. La situación en Palestina, lejos de mejorar, se degradó y se complicó hasta que la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, tiró la toalla en noviembre, renunció a las urgencias de crear un Estado palestino, impulsadas un año antes en Annápolis (EEUU), y legó al presidente electo Barack Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, la pesadilla humana y el paisaje devastado de Gaza, el conflicto más enconado del mundo.
La situación no ha cambiado sustancialmente en el último decenio, en el que se sucedieron las iniciativas pacificadoras y los episodios de violencia y hasta de guerra abierta en el verano de 2006, en la frontera del Líbano. Cada vez menos gente cree en la solución de los dos estados que con tanto ahínco como precario compromiso y escasa fortuna preconizó Washington. Los palestinos de Cisjordania siguen bajo ocupación militar, ahora con el añadido de una muralla inhumana, y los de Gaza están sometidos a la doble férula del bloqueo israelí con sus bombardeos demoledores y el fanatismo del conglomerado Hamás-Yihad Islámica, el régimen teocrático y extremista imperante desde junio del 2007.
Ahora hace seis años, la iglesia de la Natividad en Belén, epicentro del cristianismo, estaba sitiada por las tropas israelís en su intento de capturar a palestinos allí refugiados, mientras la insurrección y la represión se extendían por toda Cisjordania. La situación económica ha mejorado, los turistas regresan a Belén (el mejor año desde 1999), pero tienen que pasar un puesto de control del Ejército hebreo a la sombra siniestra del aparatoso muro de separación. Encerrados en dos guetos, los palestinos son incapaces de superar sus divergencias y no tienen depositadas muchas esperanzas en el próximo presidente norteamericano, cuyas declaraciones y designios no difieren de los de su vilipendiado predecesor.
El fin de la tregua entre Hamás e Israel, tras seis meses de vigencia, coincide con un clima electoral que favorece las declaraciones y las acciones belicistas de los dirigentes judíos. Haaretz informaba con intención disuasoria de que el Ejército hebreo habrá de hacer frente en Gaza a 15.000 milicianos entrenados según el patrón de Hizbulá y que actúan, una vez más, al borde del abismo cuando disparan sus cohetes contra territorio israelí, una táctica desesperada y suicida que provoca aunque no justifique los asesinatos selectivos y ahora los bombardeos que Israel practica con una desenvoltura rutinaria y una buena conciencia sorprendente.
DURANTE LOS últimos seis años, la estrategia norteamericana en el Oriente Próximo estuvo dominada por la guerra y la lucha contra el terrorismo en Irak. De las declaraciones de Obama se infiere que su prioridad se va a trasladar previsiblemente a Afganistán y la frontera afgano-paquistaní, refugio de Al Qaeda y territorio propicio para el resurgir de un Estado terrorista pertrechado con el dinero del opio. Ese giro hacia el este del esfuerzo militar suscita escepticismo, teniendo en cuenta la fracasada experiencia soviética de los años 80 y 90, pero los asesores del nuevo presidente arguyen que se acompañará por una renovada actividad diplomática.La llamada cuestión palestina ocupa un lugar secundario en esa estrategia. Algunos de los cabeza de huevo o intelectuales que con Obama regresan a sus lares de Washington, con sus equipajes llenos de teorías y grandes estrategias, insisten en que la nueva Administración debería centrarse en el problema planteado por Irán y sus ambiciones nucleares, tras proclamar que su objetivo no es cambiar o aislar al Gobierno de los ayatolás. La mejor manera de afrontar el problema, siempre según la cohorte intelectual, pasaría por una negociación con Teherán, sin condiciones previas, y la oferta de incentivos económicos, energéticos y diplomáticos.
EL DIÁLOGO con Irán sería una primicia del llamado soft power (poder blando o suave) del profesor Joseph Nye, cuyo más reciente libro, The powers to lead (Los poderes para mandar), se me antoja un catálogo de presunciones optimistas que pretenden inspirar a un presidente cuya campaña electoral fue una persistente incitación
para restablecer el liderazgo norteamericano sin recurrir a los métodos contraproducentes de su predecesor. La tragedia de Palestina quedaría preterida, a la espera de que la paz pase por Teherán, lo que parece poco realista por más que Hamás reciba ayuda iraní o los israelís utilicen de manera desproporcionada su poderío.La tensión y la carnicería de Gaza reflejan las profundas divergencias que se observan entre los eternos enemigos, en ambos casos agravadas por los imperativos electorales. Bush nada hizo por la reconciliación entre las dos facciones palestinas, imprescindible para cualquier arreglo. En Israel, el cambio del curso de la historia, que exige detener la colonización y los bombardeos, está paralizado por la campaña electoral, ya que algunos de los candidatos preconizan el entierro de la solución de los dos estados. Los bombardeos de Gaza y sus secuelas en el mundo árabe-islámico confirman que el primer desafío de Obama no se sitúa en Teherán, sino en Palestina.

Has Israel Revived Hamas?

Has Israel Revived Hamas?/By Daoud Kuttab, a Palestinian journalist and a former Ferris professor of journalism at Princeton University
THE WASHINGTON POST (www.washingtonpost.com); 30/12/08;
In its efforts to stop amateur rockets from nagging the residents of some of its southern cities, Israel appears to have given new life to the fledging Islamic movement in Palestine.
For two years, the Islamic Resistance Movement (known by its Arabic acronym,
Hamas) has been losing support internally and externally. This wasn’t the case in the days after the party came to power democratically in early 2006; despite being unjustly ostracized by the international community for its anti-Israeli stance, Hamas enjoyed the backing of Palestinians and other Arabs. Having won a decisive parliamentary majority on an anti-corruption platform promising change and reform, Hamas worked hard to govern better than had Fatah, its rival and predecessor.
Things began to sour when Hamas violently seized control of Gaza, but even then, Hamas enjoyed considerable domestic support — and much goodwill externally. Then the movement turned down every legitimate offer from its nationalist
PLO rivals and Egyptian mediators to pursue reconciliation, and support for it began to slip.
Things got worse in November when a carefully planned national unity effort from the Egyptians failed because, at the very last minute, Hamas’s leaders refused to show up in Cairo. Failure to accept this roundtable invitation greatly upset the Egyptians, and they and other Arab leaders scolded Hamas publicly. Omar Suleiman, the head of the Egyptian intelligence service who was organizing the meeting, termed Hamas’s reasons for rebuffing the invitation “unwarranted excuses.” Hamas sought for its leader a seating position equivalent to the Palestinian president’s, and it wanted Hamas security prisoners held in the West Bank to be released. Palestinian nationalists insist that Hamas’s rejection of unity talks was solely to avoid the PLO’s demand for new presidential and parliamentary elections.
A poll carried out afterward by the Jerusalem Media and Communications Center showed that most Palestinians blamed Hamas for the failure of the talks. The survey, which was sponsored by the German Fredrich Ebert Foundation, found that 35.3 percent of respondents believed Hamas bore more responsibility for the stalemate. Fatah was blamed by 17.9 percent, and 12.3 percent said both Fatah and Hamas were responsible.
The lack of international support since the 2006 elections, followed by this rebuff to Gaza’s only Arab neighbor, Egypt, compounded the deterioration of Hamas’s internal support. By November, the survey showed, only 16.6 percent of Palestinians supported Hamas, compared with nearly 40 percent favoring Fatah. The decline in support for Hamas has been steady: A year earlier, the same pollster showed that Hamas’s support was at 19.7 percent; in August 2007, it was at 21.6 percent; in March 2007, it was at 25.2 percent; and in September 2006, backing for the Islamists stood at 29.7 percent.
That’s why, as the six-month cease-fire with Israel came to an end, Hamas calculated — it seems correctly — that it had nothing to gain by continuing the truce; if it had, its credentials as a resistance movement would have been no different from those of
Mahmoud Abbas’s Fatah. Unable to secure an open border and an end to the Israeli siege, while refusing to share or give up power to Abbas, Hamas could have had no route to renewed public favor.
For different reasons, Hamas and Israel both gave up on the cease-fire, preferring instead to climb over corpses to reach their political goals. One side wants to resuscitate its public support by appearing to be a heroic resister, while the other, on the eve of elections, wants to show toughness to a public unhappy with the nuisance of the Qassam rockets.
The disproportionate and heavy-handed Israeli attacks on Gaza have been a bonanza for Hamas. The movement has renewed its standing in the Arab world, secured international favor further afield and succeeded in scuttling indirect Israeli-Syrian talks and direct Palestinian-Israeli negotiations. It has also greatly embarrassed Israel’s strongest Arab neighbors, Egypt and Jordan.
While it is not apparent how this violent confrontation will end, it is abundantly clear that the Islamic Hamas movement has been brought back from near political defeat while moderate Arab leaders have been forced to back away from their support for any reconciliation with Israel.
By choosing the waning days of the Bush administration to attack Gaza, the Israelis knew they would face no opposition from the leader of the so-called war on terrorism. Just as
George W. Bush’s misadventure in Iraq played into the hands of radicals and terrorists, this Israeli action will produce nothing less than that in Palestine. Let us hope that the Obama administration will see the consequences of what is not only a crime of war but also a move whose results are exactly the opposite of its publicly proclaimed purposes.

Evangélicos discriminados

En 2008 se documentaron 54 casos de intolerancia religiosa contra la población evangélica, que van de amenazas y delitos graves, como privación ilegal de la libertad, a amagos de muerte, robo con violencia y “donativos” sistemáticos de autoridades para beneficiar a la Iglesia católica, dice una nota de La Jornada (30/12/2008);
Para Óscar Moha Vargas, director en México de Voz de los Mártires, cuya sede se encuentra en Washington, EE UU, los casos de intolerancia y discriminación religiosa contra miembros de iglesias cristianas evangélicas continúan al alza en el país, la mayoría de las veces con la complicidad de las autoridades, principalmente estatales y municipales.
Esa organización pudo documentar -agrega la nota firmada por Antonio Roman-, con datos de las iglesias afectadas, población, nombres de víctimas y, en algunos casos, hasta las denuncias ante las autoridades correspondientes, más de 50 casos de intolerancia, en los cuales destacan actos como la expulsión de comunidades y pérdida de propiedades.
Moha Vargas advirtió de la “inadecuada atención” de las oficinas encargadas de asuntos religiosos a ese fenómeno, ya que se limitan sólo a la esfera administrativa, sin llegar a sanciones o a la impartición de justicia, dando con ello paso a la impunidad.
Junto con otras iglesias y organizaciones se identifica a Chiapas, Guerrero y Oaxaca como las entidades que presentan mayor número de violaciones a los derechos humanos. Además, mencionó que en esos estados los distintos niveles de gobierno avalan que los llamados “usos y costumbres” estén por encima de las garantías individuales y se violen artículos constitucionales, invalidando así la libertad de culto.
Uno de los más recientes actos de intolerancia religiosa se reportó en Hidalgo, donde la comunidad católica de Ixmiquilpan negó a una familia indígena sepultar a una mujer con el argumento de que profesaba otra religión.

Obama por Zapatero

Obama, el horizonte del cambio/JOSE LUIS RODRíGUEZ ZAPATERO
Publicado en El Mundo (www.elmundo.es), 3'/12/2008;
Cuando una sociedad democrática como la norteamericana, que mantiene intacto el vigor que la ha hecho tan admirable, quiere el cambio, el cambio de ciclo político, lo hace posible y de qué manera. Con un gran debate nacional, con un contraste minucioso de la idoneidad de los candidatos, y con un respaldo final a quien ha sabido encarnarlo mejor que nadie, primero ante su propio partido y luego ante la comunidad entera de ciudadanos.
La victoria de Barack Obama es, así, una nueva prueba de aquella idea de Hannah Arendt sobre la capacidad de la política para producir nuevos comienzos, la idea de que la política permite a las sociedades humanas volver a empezar de nuevo. Imagino que eso, sobre todo, debían anhelar las personas que apoyaron al senador de Illinois durante su larga campaña electoral: comenzar de nuevo, estrenar esperanzas. Esperanzas de paz, prosperidad económica, solidaridad social, libertad.
Y lo cierto es que en todo el mundo mucha gente ha tenido su esperanza en vilo deseando la victoria de Obama. Gentes de distintas creencias religiosas, de distintas posiciones políticas, de distintas razas y naciones. Una diversidad humana y una pluralidad política sobre las que algunos habían teorizado el choque inevitable y el conflicto irresoluble. Sin embargo, hasta en su propia biografía, Obama representa la integración de esa diversidad, una integración que es, sin duda, problemática, compleja, pero alcanzable y que, en todo caso, merece ser buscada y no desechada.
Quizá por eso, por la confianza en que los problemas pueden resolverse, en que al final se puede, Obama insiste tanto en denunciar al peor enemigo de la política: el cinismo. El cinismo tiene magníficos disfraces, se viste de conocimiento, de experiencia, de prudencia, de pragmatismo. Pero, antes o después, el cinismo siempre muestra su condición más característica, la indiferencia ante el dolor humano, ante la desigualdad, ante la pobreza extrema; indiferencia culpable, alianza con la derrota.
Lo cierto es que las luces de la ilusión y de la esperanza ilustrada suelen guiar mejor a los seres humanos que las del cinismo o el fatalismo, cuando se trata de salir de graves dificultades. Por eso, es difícil sustraerse a la empatía con un hombre que en 2002, cuando iniciaba su carrera al Senado, se manifestó abiertamente contra la guerra de Irak. Con un hombre que pensaba que el ataque a Irak, además de hacer un daño terrible a la población iraquí, además de causar mucho dolor al pueblo norteamericano, haría que muchos millones de musulmanes siguieran a los líderes equivocados en sus países.
no va a bajar los brazos frente al totalitarismo ni frente a la violencia; pero también estoy convencido de que no los levantará guiado por los prejuicios, la ira o el deseo de venganza.
Sólo gana el que sabe reconocer la victoria. Y a estas alturas sabemos que la victoria que pretendemos es la de la ley frente al poder arbitrario, la de la prosperidad frente al hambre, la de la naturaleza frente a la destrucción del medio ambiente.La de la libertad y la esperanza frente a la dominación y la resignación.
Con la victoria de noviembre, los electores le han dado a Obama una magnífica oportunidad, lo sé bien por propia experiencia; pero, sobre todo, se la han dado a ellos mismos. El proyecto de los demócratas supone una apuesta importante por la ampliación de los derechos y libertades de los ciudadanos de su país. Aspectos cruciales como la ampliación de la asistencia sanitaria deberán ser abordados en un tiempo de dificultades económicas importantes. Toda la agenda social del nuevo presidente suena bien a los oídos de un dirigente socialdemócrata europeo. Y algo parecido a una agenda progresista global no es siquiera imaginable sin el impulso político dado desde Estados Unidos.
Pero sería miope no compartir con otras latitudes políticas el cambio que se ha inaugurado el pasado 4 de noviembre. Sería torpe desdeñar la buena acogida con que los líderes europeos conservadores parecen haber recibido la victoria de Obama. Si en este sentido el cambio es contagioso, también por ello resulta saludable.
Ahora bien, la pobreza es una desgracia, no una penitencia. La gente que se encuentra en dificultades merece el respeto que se expresa con la solidaridad y con la ayuda del poder público, no es el resultado lógico e inevitable de un libre mercado distribuidor de justicia. La suerte de los demás nunca nos es ajena. Porque éstas son las ideas que anidan en el pensamiento del nuevo presidente norteamericano y que entroncan con esa aportación generosa de bienes comunes globales que Estados Unidos ha aportado al mundo a lo largo de su Historia, desde la ONU a Internet. Y el mundo está necesitado de muchos más bienes comunes.
Obama va a tomar las riendas de su país en unos momentos de crisis financiera y económica sin precedentes. Ya ha anunciado iniciativas de inversión pública, igualmente sin precedentes, para perseguir el objetivo que más le preocupa, la recuperación del empleo. Compartimos ambas cosas, los medios y el fin, como también compartimos una concepción del crecimiento económico inseparable de la lucha contra las consecuencias del cambio climático y la relevancia estratégica del apoyo a las energías renovables.
Estoy convencido de que Estados Unidos va a superar esta crisis más pronto que tarde, y que haciéndolo contribuirá también a ahuyentar la crisis global. Como asimismo lo estoy de que sabrá defender mejor que en el reciente pasado los valores en los que cree, que son también los nuestros, los de una comunidad internacional que sólo puede progresar por el camino de la prevención inteligente de los conflictos, de la afirmación y extensión de la libertad y la tolerancia, y de la cooperación al desarrollo.
Ya en Berlín, el verano pasado, el presidente electo proclamó su confianza en una Europa unida. Ahora nos toca a nosotros, los europeos, responder a esa confianza para hacer de una relación transatlántica renovada uno de los ejes centrales de estabilidad en el mundo. Es así como podremos convertir a un mundo que ya es multipolar en un orden multilateral cargado de legitimidad y por ello mismo más eficaz, para reformar el sistema financiero, para avanzar en la integración del comercio internacional y sobre todo para preservar la paz.
La victoria de Obama ha traído fuerzas nuevas al bando de la política. Aún a sabiendas de la frágil textura de las ilusiones humanas, sólo se puede hacer política con ilusión. El mismo representa el triunfo de la ilusión. Su victoria es una parte importante de la victoria. Y si la política ha producido cambio, ahora le toca al cambio producir política. No es fácil, nunca lo es, pero se puede.

Gaza

El derecho de Israel/Hermann Tertsch
Publicado en ABC, 29/12/08):
Ya se ha producido la tan temida como previsible catástrofe. Después de la ruptura unilateral de la tregua por parte de Hamás y sus continuos ataques con cohetes y morteros contra el territorio meridional israelí, tras una larga serie de advertencias a las autoridades de la Franja de Gaza para que pusieran fin a los ataques terroristas, el presidente israelí, Simon Peres pidió hace días encarecidamente a la población de Gaza que impidiera a los terroristas provocar la situación que lo hiciera inevitable. Al final, Israel ha tenido que responder. Y lo ha hecho con contundencia. Ha destruido prácticamente todos los edificios de la policía y las milicias de Hamás, depósitos y túneles por los que se introducen en Gaza las armas. Por supuesto que ha habido víctimas civiles. Porque muchos de los arsenales están en sótanos de casas de miembros y líderes de Hamás. Porque todo el terrorismo islamista se arropa en civiles, cuyas muertes para ellos son una bandera. Pero quien vea el mapa de las operaciones realizadas sabe que el esfuerzo de las fuerzas israelíes por evitar víctimas civiles palestinas es tan denodado como el habitual de los terroristas de Hamás por matar al mayor número de civiles israelíes.
Sólo la ignorancia, la mala fe y la militancia antiisraelí de los medios de comunicación -en nuestro país ya grotescos- pueden inducir a hablar, como se ha hecho, de «ataques masivos». Quien conozca un poco Gaza, una de las regiones más superpobladas del mundo, sabe que un ataque «masivo» habría provocado muchos miles de víctimas. Y no 280, en su mayoría hombres adultos y en gran parte uniformados.
Pero esto da igual no sólo a los medios de comunicación, también a las organizaciones políticas o humanitarias y a tantos políticos de derechas e izquierdas, a los que tan fácil les resulta condenar un bombardeo ante la opinión pública. Eso siempre confiere «caché» humanitario. Han callado durante todo el tiempo en el que Hamás ha generado una situación que hiciera inevitable la tragedia. Hace tres años Israel se retiró de Gaza como acto de buena voluntad para intentar dar un impulso a unas negociaciones sobre los dos estados, el Israel y el palestino, cuya existencia hoy es aceptada por una abrumadora mayoría de los ciudadanos israelíes. En la otra parte no sucede lo mismo. Cada vez son más los palestinos que siguen las consignas de Hamás y Teherán, rechazan la solución de dos Estados y llaman a la destrucción de la «entidad sionista». Hay muchos responsables de que así sea. Y no todos están en la región. Están ante todo los terroristas de Hamás que con la ayuda de Irán y Siria y la inapreciable colaboración de la corrupción del aparato de Al Fatah de la Autoridad Palestina, consiguieron ganar unas elecciones, liquidar a sus oponentes y establecer un Estado terrorista en la frontera sur de Israel.
Mientras desde Israel, pese a la confusión y las convulsiones políticas internas, se hacían esfuerzos por proseguir las negociaciones con la Autoridad Palestina en el poder en Cisjordania, Hamás y su patrón iraní Ahmadineyad han ido ganando terreno, comprensión internacional, amigos y armas. No sólo en Rusia, China o Pakistán, también en Europa por supuesto. ¡Qué confusión de valores por nuestros lares! Pocos hechos tan significativos como que en el Reino Unido, donde más activamente se ha hecho campaña para aislar al Estado de Israel, un canal de televisión decidiera estas navidades emitir un saludo de Nochebuena del presidente iraní, el adalid de la destrucción del Estado judío, el látigo de infieles, el carcelero de mujeres intelectuales, el verdugo de homosexuales, miembro de la Alianza de Civilizaciones con el turco Erdogán y el español Zapatero, nuestro hombre de la Kafiya. «Comprensión hacia Hamás», «no aislar a los islamistas», «no radicalizarlos». Este sempiterno pregón de nuestro ministro Moratinos parece ya omnipresente en el discurso vacuo e insensato de gran parte de la clase política europea. Y lo es porque previamente ha sido asumido por los medios de comunicación y gran parte de la opinión pública. Pese a toda la cultura de apaciguamiento, negociación de principios y relativismo general que se nos inocula a diario, nadie en España se atrevería a decir que las pistolas de ETA son inocuas porque tienen menos capacidad de fuego que las armas de la Guardia Civil. Es la artera forma de analizar la realidad comparando elementos no comparables. Es la que lleva a tanto intelectual y vocero en nuestros medios a decir que los misiles artesanales de Hamás son poco más que una broma pesada y que no justifican nunca una acción contundente del agredido para acabar con ellos. Es la que lleva a tanto idiota a pensar que las armas son malas independientemente de quienes las tenga.
El hecho cierto es que el terrorismo ha tenido un éxito parcial aquí en España, como saben quienes lo denunciamos, quienes lo niegan y quienes directamente se han beneficiado de ello. Aquí el éxito del terrorismo ha supuesto privilegios para sus simpatizantes y amigos secretos o la debilidad de la idea nacional en beneficio de otros nacionalistas. En Israel la amenaza es directamente existencial y pone en peligro su propia existencia como Estado. La creación de un Estado terrorista en Gaza en los últimos tres años y su creciente capacidad de paralizar el sur israelí pone en cuestión la propia viabilidad del Estado de Israel. A ojos de los israelíes pero ante todo a ojos de los cientos de millones de islamistas, árabes o no, que han convertido la destrucción de Israel en el centro de su existencia. Israel no puede vivir con gran parte de su población enterrada en refugios día sí, día también, porque Hamás o Ahmadineyad quiera. Acabaría toda Israel igual y ese gran estado no se erigió en su día para ser un gran Lager bajo tierra con los SS islamistas desfilando encapuchados sobre sus campos.
Mucho se hablará ahora durante y después de esta campaña militar -que todos deseamos corta, pero puede ser muy larga y dolorosa para todos- sobre el papel en su desencadenamiento del punto de inflexión en la historia de Estados Unidos que supone la llegada de Barack Obama a la presidencia. Creo que nadie debiera sobrevalorarlo. También creo desencaminados los intentos de explicar la operación militar israelí como parte de la dinámica electoral interna de Israel. Nada había más lejos de los deseos de la ciudadanía israelí que entrar ahora en este conflicto. Porque conocen la guerra. Y todos saben que estos muertos del fin de semana no son los primeros ni los últimos. Y que muchos no serán terroristas sino también niños y niñas tanto palestinos como israelíes y muchos soldados israelíes como la campaña prosiga por tierra. Lo que sí debería estar claro es que los defensores de esta operación militar de Israel somos los que sufrimos por todas las muertes, también por las ahora habidas en todos los bandos. Y enfrente hay un enemigo que se alegra de las muertes, también de las propias. Y las busca en Israel, en las Torres Gemelas, en Londres o Atocha, en la India o en Afganistán. Forman parte de una cultura de la muerte que es enemiga de nuestra sociedad tanto como del Estado de Israel. Y que si Israel fallara en su autodefensa, por supuesto que desaparecería como Estado democrático pero todas las demás sociedades abiertas perderíamos nuestro bastión más firme en la defensa de la ciudadela de la libertad. Una ciudadela que tiene muchas murallas minadas o tambaleantes en Occidente por el miedo a luchar, la falta de voluntad de ganar, por su confusión de valores y su incapacidad para el sacrificio. O porque, ilusos, creen que tratamos con un enemigo como nosotros. Esperemos que esta tragedia tenga un receso al menos. Pero la guerra será larga y la lista de víctimas también. La única nota de optimismo que tengo para concluir esta reflexión está en mi profunda convicción de que Israel, con la sabiduría de miles de años de supervivencia y la memoria de quienes aun son testimonio vivo de la última vez que -ante la pasividad de todos- se quiso exterminar a su pueblo, nos dará una nueva lección a la civilización. A la única civilización existente. Israel sabrá defender, cueste lo que cueste, pese a quien pese, llore quien llore, su sagrado derecho a la existencia en libertad y dignidad.
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La represalia del Sabath/José María Ridao
Publicado en EL PAÍS, 29/12/08):
Israel no es más fuerte después del ataque masivo contra Gaza, como tampoco lo fue después de la incursión contra Hezbolá en 2006. Ni entonces ni ahora era su fuerza, la mayor de toda la región y una de las más poderosas del mundo, lo que estaba en juego; era otra cosa: la cada vez más irresoluble contradicción por la que toda la fuerza de Israel, todo su aplastante poderío, ha dejado de traducirse en seguridad. Los tres centenares de muertos palestinos que
provocaron los ataques desde el 27 de diciembre, día de Sabath, no han hecho más que acentuar esa contradicción, y ahora Israel tendrá que hacer frente a las consecuencias. No en el terreno de la fuerza, en el que siempre saldrá ganando en el futuro previsible, sino en el terreno de la seguridad, que es el que está minando con acciones como ésta. Porque, como bien saben los más veteranos estrategas del conflicto, la seguridad de Israel no consiste sólo en impedir que los milicianos de Hamás u otra organización lancen misiles contra su territorio, sino también en mantener viva la esperanza de que sea alguna vez un Estado en paz con sus vecinos. Es esa esperanza la que ha recibido un nuevo golpe, que puede ser mortal en función de cómo actúe el próximo Gobierno de Tel Aviv y de cómo reaccionen otras potencias regionales, con Irán a la cabeza.
Lejos del escenario de la tragedia, no tardará en desencadenarse la controversia acerca de quién empezó este nuevo arrebato de locura, alentada por quienes la contemplamos, desde el sosiego de un escritorio y una página en blanco, o desde el ponderado susurro de las cancillerías. Los partidarios de un contendiente señalarán acusadoramente al contrario, y los de éste no se privarán de hacer el gesto opuesto, sólo para regresar sin fin al punto de partida mientras crece la cosecha de cadáveres. Pero una controversia así es exactamente la que nadie que desee la paz, que se resista a justificar un espectáculo de muerte como un mal merecido, debería alentar. Israel y Palestina no son un aséptico laboratorio donde se ponen a prueba nuestras preferencias intelectuales o nuestros juegos políticos, sino un territorio anegado de sangre que clama desde hace más de medio siglo por la reafirmación de nuestros principios y por la adopción de políticas que no los ignoren ni los contradigan, reduciéndonos a cínicos proveedores de excepciones o de excusas.
Hace días trascendió la noticia de que el Gobierno israelí había emprendido una ofensiva diplomática dirigida a recabar apoyos internacionales para el ataque que ha llevado a cabo. Como Estado soberano que es, Israel estaba en condiciones de tomar a solas la decisión. Y es de esperar que, en efecto, haya sido a solas como la ha tomado, sin una luz verde expresa ni tampoco una indiferencia garantizada por los Gobiernos con los que haya entrado en conversaciones. La legítima defensa no ampara los actos de represalia, que es lo que Israel ha perpetrado en Gaza. No sólo con este ataque, el más mortífero en varias décadas, sino también con el bloqueo al que ha sometido a la población civil palestina durante interminables meses de colapso económico y hambruna, levantado por razones tácticas en vísperas de la incursión. La persistencia del bloqueo es la prueba de que la desconexión de Gaza, según la expresión acuñada por Sharon, no era lo mismo que el final de la ocupación, que dura desde 1967 aunque haya cambiado la manera de gestionarla. Si lo que Israel pretendía con el embargo era mermar el respaldo a Hamás, lo que ha conseguido es, por el contrario, proyectar sobre el futuro una sombra que tarde o temprano le pasará factura y nos la pasará a todos: ha entregado una causa justa a una organización de ideología totalitaria. Y la represalia del Sabath no ha hecho más que corroborar esa entrega, no ha hecho más que confirmar el argumento de fondo que invoca Hamás: Israel no busca su seguridad desde la justicia y, por tanto, ha convertido su seguridad y la justicia en objetivos incompatibles. El resto del mundo, sigue diciendo Hamás, tendrá ahora que elegir.
Los expertos han repetido durante años que no habría paz en Oriente Próximo mientras no se alcanzase un arreglo en el conflicto entre palestinos e israelíes. La invasión de Irak y la carrera nuclear que ha desencadenado, y que es el nuevo escenario donde se jugarán la paz y la seguridad mundiales, han convertido esa opinión en una frase vacía. Por desgracia, la región alcanzará la paz o se sumirá en el conflicto con independencia de la suerte que corran los palestinos. Los actuales dirigentes israelíes parecen suponer que esta coyuntura les concede carta blanca para actuar en los territorios, particularmente en Gaza, y de ahí que las primeras escaramuzas electorales entre Tzipi Livni y Benjamín Netanyahu, los candidatos con más posibilidades en febrero, se hayan limitado a rivalizar en dureza, por no decir en brutalidad. Ni ellos ni Ehud Barak, superviviente de un Partido Laborista irrelevante, han sido capaces de intuir las posibilidades que una situación como la actual ofrecía para un Israel comprometido con la paz. Un acuerdo con los palestinos hubiera privado de un campo de operaciones a Irán, que sigue asentando su liderazgo en la explotación a su favor de los numerosos focos de tensión regionales. Tal vez sea una estrategia demasiado sutil para una clase política que, como la israelí de estos días, no rechaza convertir en simple baza electoral el envío de cazabombarderos contra una población exhausta.
Por descontado, la pregunta más relevante sigue siendo la de siempre: cómo salir de aquí, cómo detener esta nueva escalada en la que, violando el mismo principio que obliga al respeto de los civiles, Israel ha provocado en apenas unas horas más de doscientos muertos y de ochocientos heridos, y Hamás, por su parte, cinco víctimas, una de ellas mortal. Pero nadie ignora a estas alturas lo que exige la solución. Nadie ignora que no la habrá mientras persista la ocupación ni mientras la legalidad internacional, desde las Resoluciones de Naciones Unidas a las Convenciones de Ginebra, no sea respetada por todos los contendientes, sea cual sea su potencia de fuego. Nadie ignora que será inviable mientras Israel y la comunidad internacional sigan ahondando con sus políticas la segunda partición de Palestina, que ha dejado Cisjordania en manos de Fatah y Gaza en las de Hamás. Nadie ignora que se retrasará tanto como los actores internacionales del conflicto que permanecen entre bambalinas, enredados en sus cálculos geoestratégicos, no tuerzan definitivamente el gesto ante quienes ocupan el primer plano del terrorífico escenario. Entonces, ¿para qué repetirlo? Cada vez que ha fracasado uno de los innumerables planes de paz, Israel se ha aproximado un paso más a la disyuntiva radical que, hasta la Guerra de los Seis Días, sus gobernantes trataron de mantener a distancia. ¿Cómo cuenta compatibilizar su ambición por los territorios que ocupó y su rechazo hacia los palestinos que los habitan? Cualquier arreglo hubiera detenido la cuenta atrás hacia la sima que encarna este interrogante, de la que Israel sólo podrá salir, bien renunciando a ser un Estado honorable que concede el mismo valor a cualquier vida humana, incluidas las de sus enemigos, bien aceptando que el núcleo de su utopía, la construcción de un Estado sólo para judíos en una tierra previamente habitada, se ha revelado inviable.
No se trata de un dilema nuevo, sino de un dilema que, tras permanecer varias décadas ignorado, está emergiendo de manera imparable a la superficie. De la Guerra de los Seis Días, tras la que Israel ocupó Cisjordania y Gaza, se conocen sobre todo los nombres de los generales que propiciaron la victoria. Paradójicamente, el del primer ministro laborista que decidió y dirigió las operaciones cayó en un relativo olvido. Pero fue él, precisamente él, Levi Eskhol, quien trató de atemperar el entusiasmo de un eufórico Ariel Sharon diciendo “esta victoria militar no arregla nada, los árabes seguirán estando ahí”. Y ahí siguen estando cuarenta y un años después, con más frustración y más muertos, a la espera de que Israel decida, no sobre su suerte colectiva, sino sobre el tipo de Estado que quiere ser. Eskhol parecía tener clara la respuesta cuando, nada más iniciarse la guerra, anotó: “Aunque conquistemos la Ciudad Vieja y Cisjordania, al final tendremos que abandonarlas”. Tal vez por eso sean pocos quienes, dentro y fuera de Israel, todavía lo recuerdan.

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