5 sept 2008

PML, hoy

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Porfirio: de regreso al autoritarismo
Publicado en Excelsior (www.excelsior.com.mx), 5 de septiembre de 2008;
Muchas veces se ha dicho que el mayor enemigo de Porfirio Muñoz Ledo es él mismo. Un hombre inteligente, culto, pero que se cree a sí mismo con una sagacidad política que ya no tiene y que lo ha llevado a perder, con los años, hasta el sentido del decoro político. Su última ocurrencia, para tratar de convertirse en el “ideólogo” de un López Obrador que no lo toma en serio, ha sido la del derrocamiento del gobierno. En forma vergonzosa, Muñoz Ledo ha tratado de desdecirse de lo que declaró en varias oportunidades y de jugar con las palabras para darle otro sentido a las suyas: habla de una destitución constitucional, de una remoción, pero lo que ha dicho y lo que ha escrito se traduce en lo que es el corazón y la única razón de ser del lopezobradorismo en este momento: tirar al gobierno y, como lo reconoció el propio Muñoz Ledo, con su “20 por ciento de la población” (en realidad es mucho menos y menor aún el número que seguiría esa aventura), iniciar, ahora sí, la verdadera transición política del país. Porfirio, además, ha insistido en varias entrevistas con la consigna “Calderón no termina”, pero lo mismo ha dicho López Obrador (de eso hablaba desde que se proclamó presidente legítimo), lo ha deslizado Manuel Camacho, lo ha declarado con toda la brusquedad que la caracteriza Dolores Padierna y lo ha proclamado Fernández Noroña cada vez que alguien le acerca un micrófono. Es, literalmente, una actitud golpista, que no se plantea ganar el poder en un proceso electoral, sino hacerlo por un golpe de fuerza. Y como la gran mayoría de los golpes en América Latina, se presenten de derecha o de izquierda, con un indiscutible sello autoritario.
La historia de Porfirio merecía terminar mejor, pero su oportunismo lo ha perdido. Le tocó ser una de las mentes más brillantes que acompañaron en su momento a Luis Echeverría y, apoyando su candidatura, le tocó defender públicamente y en representación de los “jóvenes priistas”, hace ya 40 años, la masacre de Tlatelolco. Quiso ser candidato, no pudo y llegó el poder a López Portillo. Subestimó siempre a Miguel de la Madrid y tuvo aquel bochornoso incidente como representante de México ante la ONU en Nueva York, que provocó su salida del cargo y que el gobierno británico no otorgara el placet para convertirlo en embajador en ese país. Parecía que su carrera había concluido y apoyó, originalmente, la precandidatura de Manuel Bartlett con un grupo que tendría una trascendencia nacional mucho mayor que la que muchos de ellos pensaban: algo que comenzó siendo llamado corriente democrática dentro del PRI para oponerse a la posibilidad de que Carlos Salinas fuera presidente y que terminó siendo el embrión de lo que hoy conocemos como el PRD, con la candidatura presidencial en 1988 de Cuauhtémoc Cárdenas. En esa ocasión, al influjo del cardenismo, Muñoz Ledo ganó la senaduría del DF y ese año, por primera vez, interrumpió el último Informe presidencial de Miguel de la Madrid, en un hecho que quedó en la historia.
Vinieron luego años oscuros para Porfirio: errores políticos, falta de confianza mutua entre los principales dirigentes del naciente partido; paradójicamente, Muñoz Ledo se presentaba entonces como una opción negociadora ante la dureza de Cárdenas y finalmente decidió invocar el “derecho de sangre” para ser candidato a gobernador en Guanajuato. Era 1991, allí conoció a Vicente Fox y comenzó a distanciarse cada vez más del PRD para acercarse a quien era una de las posibilidades a futuro en la política nacional. Le fue mal, Medina Plascencia terminó como gobernador interino, Fox estaba enredado en su propio divorcio y parecía que tanto él como Porfirio desaparecían de la escena. En la elección de 1994, ya muy alejado de Cárdenas, no tuvo protagonismo alguno. Tres años después le disputó a Cárdenas la candidatura para el DF y éste ganó la interna y la elección por abrumadora mayoría. En ese momento Porfirio ya estaba en la esfera de Vicente Fox. Dejó el PRD, aceptó la candidatura presidencial del PARM y en el momento oportuno dejó ese partido para apoyar a Fox. Muchos recuerdan, no sin cierta ironía, la noche de aquel 2 de julio de 2000, en el festejo en la sede nacional del PAN, cuando Porfirio, que acababa de sumarse a esa candidatura, acabó junto al presidente electo festejando su triunfo.
No obtuvo lo que quería. Esperaba por lo menos la Secretaría de Educación Pública, pero en cambio recibió una encomienda diplomática de lujo: la representación de México ante la Unión Europea, donde se mantuvo durante cuatro años. Intentó, todavía, después de las elecciones de 2003, tener una posición en el gabinete foxista. No lo logró y, en 2005, rompió también con el gobierno y se sumó a quien había sido uno de sus principales adversarios en los largos años del perredismo: López Obrador. Y como ocurrió antes con Echeverría, con Cárdenas y con Fox, lo hizo presentándose como el más comprometido y leal de los suyos, hasta lograr, en un maniobra de López Obrador para desplazar a Camacho y a Jesús Ortega, convertirse en el coordinador del Frente Amplio Progresista y en uno de los impulsores de un nuevo partido que le dé sustento (y registro) a López Obrador y que convierta a Porfirio en 2009 en diputado. Su declaración sobre el derrocamiento del gobierno, su insistencia en que “Calderón no termina”, le pueden hacer perder, ahora, incluso esa oportunidad. Por supuesto, los “ignorantes” siempre son los otros, que no supieron comprenderlo.
La verdad, es triste que un hombre con un enorme talento natural, hecho para la política, se haya convertido en una caricatura de sí mismo. Es triste que quien fue un aporte cierto, tangible, a la transición democrática, termine como empezó: defendiendo las visiones más autoritarias de la política mexicana.

La Hagadá de Sarajevo

El manuscrito que unió a judíos y musulmanes
GERALDINE BROOKS
Publicado en El País Semanal (www.elpais.com) 31/08/2008;
Dos familias, dos guerras, dos rescates, un códice. La autora de ‘Los guardianes del libro’, de próxima publicación en España, relata aquí una historia de solidaridad entre culturas. Todo empieza en nuestro país en el siglo XIV con un manuscrito judío. Por avatares de la historia, el texto acaba en Sarajevo. El siglo XX termina de configurar una cronología alimentada por el terror. En 1941, Dervis Korkut es el jefe de la Biblioteca Nacional de la capital bosnia. Es musulmán, pero uno de los libros que más protege es la ‘Hagadá’, aquel texto judío nacido en el otro extremo de Europa. Con astucia, lo salva de la destrucción segura a manos del ejército nazi que invade la ciudad. Ese volumen es la metáfora de otros dos rescates: Dervis salva a Mira, una muchacha hebrea que huye de la barbarie, y Mira salva, muchos años y suplicios después, a la hija de Dervis. La ciudad de Tel Aviv completa este círculo dibujado a lo largo de los tiempos.
Cuando las potencias del Eje conquistaron y dividieron Yugoslavia en la primavera de 1941, Sarajevo no salió bien librado. La ciudad se vio de pronto absorbida por una Croacia que no era sino una marioneta nazi y con su tolerante y cosmopolita cultura aplastada por el ejército invasor alemán y la fascista Ustacha croata. Ante Pavelic, aliado de Hitler, que había dirigido la Ustacha [organización nacionalista croata] en la década de 1930, proclamó que su nuevo Estado debía quedar “limpio” de judíos y serbios: “No quedará piedra sobre piedra de nada que alguna vez les haya pertenecido”.
El terror se desató el 16 de abril, cuando el ejército alemán entró en Sarajevo y saqueó las ocho sinagogas de la ciudad. El pinkas de Sarajevo, un registro completo de la comunidad judía desde sus inicios, fue confiscado y enviado a Praga y nunca se pudo recuperar. A continuación llegaron las deportaciones. Los judíos, gitanos y serbios de la resistencia recurrieron frenéticamente a sus vecinos musulmanes o croatas para que los escondieran. El miedo a la denuncia se extendió por la ciudad y penetró en todos los lugares de trabajo, incluidos los impresionantes vestíbulos neorrenacentistas del Museo Nacional de Bosnia.
El jefe de la biblioteca del museo, un erudito islámico llamado Dervis Korkut, ya había dejado claros sus sentimientos antifascistas en un artículo que defendía a los judíos de la ciudad. Era un hombre atractivo y elegante, con un bigote cuidadosamente recortado, que vestía trajes de tres piezas bien acompañados por un fez. A principios de 1942, cuando Korkut oyó que un comandante nazi, el general Hans Johann Fortner, se había presentado en el museo para hablar con su director, temió por el más preciado tesoro de la biblioteca del museo, una obra maestra del judaísmo medieval conocida como la Hagadá de Sarajevo. Una Hagadá –de la raíz hebrea HGD– relata la historia del éxodo de Egipto, que los judíos tienen la obligación de contar a sus hijos. Se coloca en la mesa durante la cena de la Pascua judía. Las manchas de vino en las páginas dan fe de que este libro, a pesar de su lujoso diseño, se utilizó en dichas fiestas.
Corrían rumores en esa época de un incipiente plan de Hitler para crear un Museo de una Raza Extinta. Las sinagogas y los edificios comunitarios de Josevof, el barrio judío de Praga, se habían salvado de la destrucción para que, cuando se hubiese exterminado a todos los judíos de Europa, se convirtiese en una caricaturesca ciudad que pudiesen visitar los turistas arios. Al final de la guerra, los alemanes se habían hecho con un botín de más de 30.000 objetos judaicos: mantos de seda para la tora, chales de oración, copas y platos rituales de plata, retratos y objetos domésticos que eran el reflejo de siglos de vida judía. Y había más de 100.000 libros yiddish y hebreos. Es fácil que la Hagadá de Sarajevo fuese uno de ellos.
Cuando el director del museo, un respetado arqueólogo croata que no hablaba alemán, llamó a Korkut para que hiciese de intérprete, unos minutos antes de reunirse con Fortner, Korkut suplicó que se le permitiese guardar la Hagadá y mantenerla fuera del alcance nazi. El director se mostraba reacio: “Arriesgarás tu vida”. Korkut respondió que, como Kustos (conservador de los 200.000 volúmenes de la biblioteca), era responsable del libro. De manera que los dos hombres se dirigieron a toda prisa al sótano, donde estaba la Hagadá, guardada en una caja fuerte cuya combinación sólo conocía el director. Éste sacó el libro. Korkut se levantó la chaqueta, metió el pequeño códice, que medía unos 15 por 23 centímetros, en la cinturilla de sus pantalones y los dos señores volvieron a subir las escaleras para encontrarse con el general.
El hombre que estaba tan decidido a proteger un libro judío era el vástago más joven de una próspera familia de alims (intelectuales) musulmanes, famosa por haber dado varios jueces de la ley islámica. El hermano de Dervis, Besim, un profesor de árabe, realizó la primera traducción buena del Corán al serbocroata. Dervis, nacido en 1888 en la antigua capital otomana de Bosnia, Travnik, aspiraba a ser médico, pero su padre insistió en que continuara con la tradición familiar de los estudios religiosos. Estudió teología en la Universidad de Estambul e Idiomas de Oriente Próximo en la Sorbona. Hablaba al menos 10 idiomas y durante un tiempo fue el responsable del Ministerio de Asuntos Religiosos del Reino de Yugoslavia y ejerció como cónsul honorario en Francia. Su interés más permanente era el que sentía por la cultura de las comunidades minoritarias de Bosnia, incluidos albanos y judíos.
El apasionado interés de Korkut por la diversidad cultural de Bosnia se ponía de manifiesto en sus estudios del arte y la literatura de la región. De todos los tesoros a su cargo, ninguno encarnaba la diversidad o la fragilidad de la armonía intercultural tan profusamente como la Hagadá de Sarajevo. El pequeño códice de pergamino, rico en pan de oro y plata, y abundantemente iluminado con pigmentos preciosos hechos de lapislázuli, azurita y malaquita, había sido creado en España, quizás en una época tan temprana como mediados del siglo XIV, cuando convivían las comunidades judías, cristianas y musulmanas. Las ilustraciones se asemejan a las de los salterios cristianos medievales, pero parte de la decoración de las páginas hace pensar en un estilo ornamental islámico. Hasta que se supo del códice en 1894, entre los historiadores del arte se creía que la pintura figurativa se había suprimido por completo entre los judíos medievales debido al precepto de los Diez Mandamientos (“No te fabricarás ninguna imagen grabada o parecida a ninguna cosa”), una prohibición que se repite en muchas sociedades islámicas y en algunas cristianas.
La supervivencia del libro es sorprendente. En 1492, los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, promulgaron el Decreto de la Alhambra, por el que se expulsaba a todos los judíos de España. Si, como parece probable, el libro abandonó el país en esa época en manos de una familia judía, fue uno de los pocos textos religiosos de sus características que sobrevivieron a la confiscación y la destrucción.
En algún momento del siglo siguiente, la Hagadá recorrió el camino hasta Venecia, donde una comunidad políglota judía prosperaba en una isla diminuta. Los primeros judíos, entre ellos algunos banqueros prestamistas alemanes, habían llegado en 1516. Después vinieron los judíos levantinos, cuyos lazos con Egipto y Siria eran valiosos para el vasto negocio comercial de la ciudad. Los exiliados de la Península Ibérica hicieron que se incrementase la población de forma gradual, y sus viviendas de muchas plantas, pegadas unas a otras, llegaron a ser las más altas de la ciudad. Venecia brindaba a los judíos unos derechos de propiedad y una protección legal que raramente igualaba ningún otro lugar de Europa. Aun así, tenían que llevar un gorro de color que los identificase cuando salían del gueto. Se les prohibía ejercer la mayoría de los oficios, incluido el de impresor, y cualquier libro hebreo que no fuese aprobado por un censor eclesiástico de la Inquisición papal se destruía en quemas públicas.
Un sacerdote católico, Giovanni Domenico Vistorini, examinó la Hagadá en 1609. Vistorini no encontró nada que objetar a la Hagadá. Su inscripción latina, Revisto per mi (revisado por mí) discurre con despreocupada fluidez bajo las últimas líneas del texto hebreo.
Es un misterio cómo o cuándo el libro abandonó Venecia y llegó a Sarajevo. Fue adquirido por el museo en 1894, cuando una familia judía indigente de apellido Kohen lo puso en venta. Debido a que Bosnia estaba ocupada por Austria-Hungría en aquel entonces, la Hagadá se envió para su evaluación a la capital del imperio, Viena, donde se la acogió como una obra maestra y donde posteriormente un conservador inepto la dañó al cortar las hojas de pergamino y estropear la encuadernación. Nadie sabe cómo eran las tapas originales, pero la mayoría de los libros en los que se usan de forma tan generosa el pan de oro y los pigmentos preciosos también tienen cubiertas elaboradas: cabritilla labrada a mano, repujados de plata o incrustaciones de madreperla. El conservador vienés desechó la cubierta que tenía el libro en 1894 y la sustituyó por unas tapas baratas con un inapropiado diseño floral turco.
Éste era el libro oculto bajo la chaqueta de Dervis Korkut en 1942, mientras hacía de intérprete para el general Fortner. Fortner era muy temido en Sarajevo: además de estar al mando de su propia división del ejército, supervisaba un regimiento fascista croata conocido como la Legión Negra. Con la reputación de ser el más despiadado de los aliados nazis, la Legión Negra se dedicaba a masacrar a serbios y judíos; también torturaba y mataba a aquellos que eran sospechosos de simpatizar con la resistencia de partisanos. Después de la guerra, Fortner fue juzgado por estos crímenes por un tribunal yugoslavo. Fue ahorcado en Belgrado en 1947.
En la oficina del director del museo, después de charlar durante unos minutos de temas sin importancia, Fortner fue al grano: “Y ahora, por favor, entrégueme la Hagadá”.
El director del museo fingió sentirse consternado. “Pero, general, uno de sus oficiales ya ha estado aquí y exigió que se la entregara”, le respondió. “Naturalmente, se la entregué”.
Korkut lo tradujo.
“¿Qué oficial?”, gritó Fortner. “¡Dígame su nombre!”.
La respuesta fue astuta: “Señor, no me pareció apropiado exigirle que me diese su nombre”.
En los artículos especializados sobre la Hagadá de Sarajevo hay versiones contradictorias sobre lo que sucedió a renglón seguido. Algunas afirman que Korkut escondió el pequeño volumen dentro de la biblioteca y sencillamente lo colocó fuera de su lugar. Según la versión más dramática, saltó por una ventana y se deslizó por una bajante para dejar el libro en su escondite. Para conciliar las distintas versiones, busqué a Halima Korkut, la esposa del sobrino de Dervis. Halima, que trabaja en Arlington, Virginia, como profesora de bosnio de funcionarios del Departamento de Estado que se preparan para ocupar puestos en el extranjero, se siente inmensamente orgullosa del tío de su marido.
En mitad de la traducción de una reseña biográfica de su tío, Halima se detiene: “¿Sabe? Si realmente desea saber lo que pasó durante la guerra, debería hablar con su mujer”. Me quedé atónita al oír que la viuda de un hombre que estaba en la cincuentena al estallar la II Guerra Mundial todavía seguía viva. Desde luego, ninguno de los eruditos que habían escrito acerca del rescate de la Hagadá la había mencionado como fuente de información. Poco después viajé a Sarajevo para conocer a Servet Korkut.
Cuando los Korkut se casaron, en 1940, menos de un año antes de la invasión de Yugoslavia, Servet, de etnia albanesa, sólo tenía 16 años; Dervis era 37 años mayor que ella. En las familias albanesas los matrimonios concertados eran lo habitual. “Pero mi padre me preguntó si me gustaba Dervis, si quería casarme con él”, cuenta Servet. “Aparentaba mucha menos edad de la que tenía. No me parecía mayor que yo. Me gustaba mucho. Y creo que esperó tanto para casarse porque me estaba esperando a mí”.
Servet recuerda con mucha claridad el día en que su marido se presentó en casa para comer con la Hagadá aún bajo su chaqueta. “Sabía que tenía un libro de la biblioteca y que era muy importante”, recuerda. “Me dijo: ‘Ten cuidado, no lo cuentes. Nadie debe saberlo, o nos matarán y destruirán el libro”. Durante el almuerzo estuvo pensando qué hacer. Esa tarde salió de la ciudad con el coche hacia Visoko, donde vivía una de sus hermanas. Desde allí llevó el libro a una aldea remota de las montañas en los alrededores de Trescovitza, donde un amigo suyo era el kodza, o imán, de la pequeña mezquita local. Allí, según Servet, permaneció oculta la Hagadá, entre Coranes y otros textos islámicos. Cuando hubo pasado el peligro, “el kodza nos la trajo y Dervis la devolvió a la biblioteca”, cuenta Servet.
El rescate de un libro judío puede que sea el hecho por el que Dervis es más recordado. Pero lo que de verdad le importa a la familia Korkut es otro rescate, el de una joven judía. Mientras Servet y yo conversábamos a la luz crepuscular de aquella tarde de primavera, ella se sentía cada vez más transportada por los recuerdos de aquel otro rescate. Era una historia de valentía, traición y restitución.
En abril de 1942, no mucho después de haber llevado la Hagadá a un lugar seguro, Dervis volvió a ausentarse de la biblioteca y a presentarse en casa de forma inesperada. Esta vez, recordaba Servet, necesitaba esconder a una persona. “Ésta es una chica judía’, me dijo. ‘Tenemos que mantenerla a salvo aquí”. Servet recuerda a una mujer joven, de poca estatura, con gafas y aspecto intelectual, que había sido una estudiante de último curso de instituto antes de que las leyes de númerus clausus impidieran a los judíos asistir a centros públicos. “Por supuesto, yo la acepté”, cuenta Servet. Le dio uno de sus propios velos tradicionales musulmanes, un zar, que oculta el cuerpo y la mayor parte de la cara, como un chador. La chica se llamaba Mira Papo, pero los Korkut la llamaban Amira para hacerla pasar por una criada musulmana a la que la familia de Servet había enviado desde un pueblo albanés para que la ayudase con el pequeño hijo de los Korkut, Munib. “Le dije que si alguien aparecía en la puerta debía esconderse en la despensa”. Servet relata que las dos, ambas de 19 años, se hicieron muy buenas amigas. A pesar del tremendo riesgo, “me encantaba tener a alguien de mi edad conmigo”, afirma. “Me llamaba tita Servet”.
Mira Papo, como la mayoría de los 10.000 judíos que había en Sarajevo antes de la guerra, provenía de una familia de sefardíes que hablaban ladino, descendientes de exiliados españoles que, a lo largo de los siglos, habían hecho el mismo viaje que la Hagadá de Sarajevo. Los Papo no eran ni prominentes ni prósperos: el padre de Mira, Salomon Papo, trabajaba como conserje en el Ministerio de Economía; su abuelo era un trabajador del campo que vendía semillas en el mercado callejero de Sarajevo.
No mucho después de que las fuerzas de la Ustacha croata iniciasen la limpieza étnica de Sarajevo eliminando a serbios y judíos, el padre de Mira cayó, junto con otros hombres judíos, en una redada y fue enviado a uno de los denominados campos de trabajo. Estos campos eran en realidad poco más que estaciones de paso de inanición y brutalidad en la ruta hacia las fosas de Bosnia.
A las mujeres se las llevaron más tarde ese mismo año. Mira desobedeció una orden de congregarse en un centro comunitario judío. Cuando descubrió que su madre y dos de sus tías estaban retenidas allí, se coló en el edificio trepando por una ventana trasera y las instó a que intentasen escapar. Cuando se negaron, dijo que se quedaría con ellas, pero insistieron en que se alejase. Desde un escondite vio cómo metían a las mujeres en camiones.
Mira se las arregló para huir de Sarajevo y se unió a la resistencia de partisanos comunistas. En esta etapa inicial de la resistencia había dos fuerzas antifascistas: los partisanos comunistas de Tito y el grupo mayoritariamente serbio de los chetniks, anticomunistas que buscaban la restauración del rey yugoslavo en el exilio, Pedro II. Durante algún tiempo los dos grupos enterraron sus diferencias ideológicas, pero, finalmente, los chetniks se volvieron contra los partisanos y, en marzo de 1942, éstos acabaron desorganizados, con muchas bajas y un número cada vez mayor de desertores. Tito ordenó una cruel reorganización de sus fuerzas. Les dieron instrucciones de esperar en el terreno durante medio día, hasta que las unidades reorganizadas abandonasen la zona. Luego debían regresar a Sarajevo. A todo el que desobedeciese le matarían.
Los judíos abandonados se dividieron en grupos pequeños de tres o cuatro personas para aumentar sus posibilidades de eludir las patrullas alemanas. Durante días y noches los jóvenes judíos recorrieron el bosque perseguidos constantemente por los alemanes y sus perros. Aquellos a los que descubrían solían morir de forma atroz. De los 30 partisanos, sólo unos cuantos lograron regresar vivos a Sarajevo. Mira era una de ellos.
“Entré en Sarajevo un día de primavera al amanecer. Las calles seguían vacías”, escribió más tarde. Llevaba unos cuantos huevos envueltos en una bufanda que le había dado la familia de una de sus camaradas. La madre de la chica también le había proporcionado documentos que permitieron a Mira entrar en la ciudad ocupada.
Exhausta y apesadumbrada, Mira vagó sin rumbo fijo hasta llegar al centro de la ciudad. Perdida en sus pensamientos, de pronto se dio cuenta de que había llegado al edificio del Ministerio de Economía, donde su difunto padre había trabajado como conserje. La única luz que había en el edificio a esas horas provenía de la portería. Mira oyó pasos y un hombre apareció entre las sombras. Ella le reconoció. El portero era un hombre decente y honrado que había sido amigo de su padre. “Pronuncié su nombre y el saludo tradicional bosnio: ‘Que Dios nos ayude”.
No la reconoció después del año de privaciones que había pasado. “Entonces me preguntó: ‘¿Eres Salomonova?’ (la hija de Salomon). Dije que sí con la cabeza y rompí a llorar”.
El portero la llevó a un guardarropa y ella le contó la historia de su huida. Al terminar le dijo: “Sálveme si puede. Si no, entrégueme a la Ustacha”. Tomándola de la mano, la llevó a la portería del cercano Museo Nacional, donde estuvo esperando durante lo que le “pareció una eternidad”. El portero no había dicho “ni una palabra” y no tenía ni idea de cuáles eran sus intenciones.
Por fin, regresó con un caballero de aspecto distinguido que llevaba un fez. La sacó del museo por una puerta trasera y la condujo a su casa. Durante cuatro meses Mira vivió escondida con los Korkut. Luego, en agosto, se presentó un extraño que traía un sobre para ella con documentos de identidad falsos y un billete de tren. Una tía que estaba casada con un católico lo había organizado todo para que se escondiese en la casa de una familia de la costa dálmata, donde no había alemanes. Se quedó allí hasta el final de la guerra.
Después del conflicto, cualquiera que hubiera sido miembro de los partisanos estaba bien situado dentro del nuevo Gobierno de Tito. Mira regresó a Sarajevo y fue nombrada oficial del cuerpo médico del ejército. Se comprometió con un compañero, oficial del ejército y también antiguo partisano, llamado Bozidar Bakovic. Su futuro en la era comunista parecía asegurado.
Pero un día de junio de 1946, como más tarde escribiría Mira, iba caminando por la ciudad cuando “una mujer desconocida cayó a mis pies”. Suplicaba ayuda para su marido, que estaba siendo juzgado como colaborador nazi. Mira no tenía ni idea de quién era la mujer. “Le pregunté de qué me conocía. Se quitó su velo negro y reconocí a la mujer de Dervis Effendi. Llevaba de la mano a un niño de cuatro años que era un bebé cuando me fui en 1942”.
En la Yugoslavia posterior a la guerra, a medida que Tito reforzaba su posición en el poder, utilizaba los juicios por crímenes de guerra para acallar las voces disidentes. Dervis Korkut se mostraba igual de reacio a aceptar los excesos del comunismo como se había mostrado con los del fascismo. Se había convertido en un detractor sin pelos en la lengua de las actitudes opresivas de Yugoslavia hacia la religión y del plan de su nuevo primer ministro de arrasar los antiguos edificios otomanos de Sarajevo y sustituirlos por bloques modernistas de estilo soviético. También había recopilado una lista de nombres de personas ejecutadas por los chetniks en Bosnia oriental. Para el régimen de Tito, que había concedido la amnistía a los derrotados chetniks (aunque no a la fascista Ustacha) y que veía la supresión de las desavenencias intercomunales como crucial para la consolidación del Estado comunista unificado, la elaboración de dicha lista era poco conveniente. Al cabo de poco tiempo, el nombre de Dervis Korkut apareció entre los de quienes habían ayudado a los fascistas. En Zenitsa, una cárcel conocida por su dureza, le pusieron en una celda de aislamiento.
La tarde en que Servet hablaba conmigo sobre Mira recordaba aquel día de desesperación en el centro de Sarajevo. “No recuerdo haberme arrodillado”, decía sarcásticamente cuando le leí el relato posterior de Mira. Ésta le aseguró que testificaría ante el tribunal en su defensa.
Pero Mira no apareció en el juicio. Su prometido temía que la cólera del partido se volviera contra ella, quizás, incluso, de manera letal. Se negó a dejarla salir del piso para que prestase testimonio en favor del hombre que le había salvado la vida. En los años que siguieron, a pesar de que Mira tuvo que padecer más penurias, el recuerdo de Korkut siguió persiguiéndola. Dio por hecho que le habían ejecutado e imaginó a su amiga Servet criando a su hijo sola.
El marido de Mira murió tan sólo dos años después, debido a una infección cerebral que contrajo mientras cavaba fosas comunes para los muertos de la guerra en Sutjeska. Tras haber perdido a toda su familia en la guerra, Mira se encontró sola con dos bebés, Daniel y Davor. Debido a su reciente desmovilización del Ejército, perdió el derecho a una vivienda militar y estuvo sin casa hasta que un amigo de sus padres le ofreció una habitación. Mira presionó al ejército con enorme determinación hasta que fue readmitida como oficial médico, a cargo de la salud pública de la costa dálmata.
Davor, ahora un enjuto hombre de 60 años, recuerda haber ido en bote con su madre durante sus recorridos, con soldados haciendo de niñeras. Finalmente se establecieron en Rijeka, en la costa norte. La ciudad tenía un centro comunitario judío y Davor recuerda su sorpresa cuando, por primera vez, su madre, antirreligiosa y comunista comprometida, le llevó allí para celebrar la Januká. Terminó por sentir apego por su herencia judía. En 1969, tras terminar su servicio militar, conoció por casualidad al capitán de un carguero israelí y, movido por un impulso, se embarcó en él y se estableció en Israel. Primero se unió a un kibbutz y después se trasladó a una cooperativa agrícola, o moshav, en las colinas de Judea, donde ahora trabaja los metales y es escultor. Mira le siguió hasta Israel en 1972, dos años más tarde. En la ciudad de Afula aprendió hebreo y trabajó en una fábrica cosiendo uniformes del ejército. Más tarde se unió al kibbutz de Davor, donde trabajaba en la lavandería y ayudaba a dirigir el centro comunitario. En 1978 se trasladó a Jerusalén para estar más cerca de la pequeña comunidad israelí de antiguos ciudadanos de Sarajevo.
Durante la desintegración de Yugoslavia y el sitio de Sarajevo, entre 1992 y 1995, Israel acogió temporalmente a refugiados bosnios. Probablemente fue uno de ellos quien abandonó un periódico atrasado que Mira se encontró en 1994. El periódico estaba impreso en serbocroata y en él se trataban temas de interés para los judíos de la antigua Yugoslavia. Había en él un artículo en que se recordaba a Dervis Korkut. Maravillada, Mira leyó el relato de las buenas obras del hombre al que había fallado. El artículo relataba el papel que tuvo Dervis en la salvación de la Hagadá de Sarajevo, que una vez más había sido rescatada durante la guerra por manos musulmanas. (En 1992, cuando el museo fue bombardeado por las fuerzas serbias, que más tarde redujeron las bibliotecas de la ciudad a cenizas, un bibliotecario llamado Enver Imamovic recuperó el libro y lo guardó en secreto en la caja fuerte de un banco). A medida que leía el relato, Mira se dio cuenta de que Darvis no había sido ejecutado, como ella siempre había supuesto. Se enteró de que había muerto, ya anciano y por causas naturales, en 1969. La esposa de Davor recuerda que su suegra, después de descubrir el artículo, se puso a sollozar y a murmurar en serbocroata. Era la primera vez que ella o Davor oían hablar de Dervis Korkut.
La adolescente que Korkut había rescatado en 1941 tenía ahora 72 años. Decidió prestar el testimonio que no llegó a prestar en el juicio de Korkut. Un día de invierno de 1994, Mira se sentó a escribir una carta de tres páginas dirigida a la Comisión para la Designación de los Rectos en Yad Vashem, el centro conmemorativo israelí dedicado a los estudios sobre el Holocausto. Mecanografiada de forma inexperta en serbocroata, con los acentos añadidos a mano, la carta declara en un preámbulo más bien formal que lo que sigue es “mi verdadera historia sobre la forma en que Dervis Effendi Korkut me salvó de una muerte segura”. Con frases formales y rebuscadas, Mira detalla por qué no prestó su ayuda a Dervis Korkut.
Al describir lo que realmente ocurrió esperaba enmendar algunas cosas. “Tal vez este modesto material sirva para dar a conocer su identidad como gran amigo de los judíos de Bosnia desde mucho antes de la II Guerra Mundial. Soy la única que aún puede atestiguar que Dervis era realmente así, incluso en una época en la que teníamos muy pocos amigos verdaderos”. Mira murió en 1998, sólo un año antes de poder ver hasta qué punto su testimonio tardío serviría para lograr la restitución que deseaba.
En la época en que escribía su relato, Servet Korkut se encontraba exiliada fuera de Sarajevo en contra de su voluntad. Tras sufrir un pequeño infarto cardiaco vivía con su hijo, Munib, en París. Se quedó atónita cuando un diplomático israelí la llamó para decirle que ella y Dervis acababan de ser nombrados rectos entre las naciones. Sus nombres quedarían inscritos en los jardines de Yad Vashem, no muy lejos de los árboles plantados en memoria de los rescatadores de judíos más conocidos, como Raoul Wallenberg y Oskar Schindler. Debido a que no podía viajar a Israel para ver sus nombres inscritos, se celebró una ceremonia para ella en la Embajada de Israel en París. Se le entregó un certificado honorífico y una medalla y se le informó de que tenía derecho a la nacionalidad israelí. También se le concedió un estipendio mensual de la Fundación Judía para los Rectos, una organización con sede en Nueva York que proporciona apoyo material a unos 1.300 salvadores ancianos.
“Mira me llamó a París”, cuenta Servet. Le explicó por qué no había acudido al juicio y lo atormentada que se había sentido. Servet dice que trató de consolar a su vieja amiga y le dijo que, aunque hubiese testificado, el resultado no habría sido diferente, porque el tribunal no era más que una herramienta del régimen y el régimen ya había tomado una decisión. “Mira decía que desde que dejó Yugoslavia había querido ponerse en contacto conmigo para disculparse, pero no había sido capaz de hacerlo”, explicaba Servet.
Debido a que Servet era ahora la esposa de un convicto enemigo del Estado, se le confiscó su piso y se le retiró su ración de comida. Se quedó en la calle con Munib, de cinco años, y una niña pequeña de dos y medio, Abida. La enorme y próspera familia de Dervis se mostró reacia a arriesgarse al oprobio de relacionarse con ella. De manera que Servet se fue a vivir con uno de sus parientes, un zapatero que vivía en Kosovska Mitsovitsa, en la provincia de Kosovo. Servet llegó allí con sus hijos en mitad de un brote de meningitis. Abida se contagió y 15 días más tarde murió.
Tras su liberación, a Dervis se le permitió volver a su antiguo trabajo, pero la vida no era del todo fácil. Nunca le devolvieron el pasaporte y se le negaron los derechos de ciudadanía. En 1955 nació su hija Lamija. Dervis, que entonces tenía 67 años, no deseaba tener otro hijo después de su largo cautiverio. “Él no quería, pero yo sí”, me explicaba Servet, y añadía: “Las mujeres siempre encuentran una solución”. A Lamija, 13 años menor que su hermano, se la protegió de las dificultades familiares del pasado. Munib me decía: “A pesar de que era un anciano cuando ella nació, mi hermana es claramente un reflejo de mi padre. Él se entendía a la perfección con ella”. Dervis y Lamija estuvieron muy unidos hasta que él murió. Una cosa de la que nunca le habló fue del rescate de Mira Papo, de la misma forma que Mira nunca se lo mencionó a sus hijos. Lamija sabía vagamente que sus padres habían cobijado a una mujer judía en su casa durante el sitio de Sarajevo.
Lamija se hizo economista. Se casó con un ingeniero eléctrico que era albanés, como su madre, de Kosovo. La pareja se estableció en la capital de la provincia, Pristina, y tuvo dos niños. Hacia 1999, justo cuando los Acuerdos de Daytona contribuían a dar una apariencia de normalidad a Sarajevo, Kosovo había empezado a precipitarse hacia la guerra. La mayoría albanesa de Kosovo había sido eliminada políticamente por el Gobierno serbio, y en 1998 empezó una auténtica campaña de limpieza étnica.
En marzo de 1999, cuando la OTAN se vio obligada a intervenir, empujada por las historias de atrocidades generalizadas, y empezó a bombardear las posiciones serbias, Servet estaba en Pristina visitando a su hija. “Mi madre cogió el último autobús para Bosnia”, relata Lamija. “Le dije: ‘No quiero que tengas que pasar por otra guerra”. Tras la marcha de Servet, Lamija y su marido se pasaron días enteros hablando por teléfono y tratando de conseguir visados que les permitieran a ellos y a sus hijos salir del país. Mientras su marido llamaba a sus familiares en Suecia, Lamija se puso en contacto con Munib, que llamó a todas las puertas posibles y recurrió a sus amigos en el Ministerio de Asuntos Exteriores de París. Fue en vano. A continuación intentó evacuar a sus hijos, que tenían 19 y 16 años. Con gran dificultad se las arregló para sacarles de la ciudad.
Poco después de que los niños se fueran, el piso de Lamija se quedó de repente sin electricidad. Luego su línea de teléfono dejó de funcionar. A través de la pared del apartamento podía oír el sonido del teléfono en el piso de al lado. Sus vecinos eran serbios, y se dio cuenta de que les habían cortado la línea debido a su etnia.
El 2 de abril, Lamija oyó a las milicias serbias llamar a la puerta de sus vecinos del piso de abajo y ordenarles que salieran. Ella y su marido se unieron a miles de refugiados que aparecían camino de la estación de tren. Se sentían afortunados por caber en un tren abarrotado (“27 personas en un vagón hecho para seis”, recuerda Lamija), a pesar de que no tenían ni idea de cuál era su destino. Al anochecer llegaron a la frontera con Macedonia. Con las prisas por desembarcar, perdieron las pequeñas bolsas que habían conseguido llevarse de su piso. Pero Lamija aún conservaba su bolso, y en él guardaba una fotocopia doblada del certificado honorífico de sus padres de Yad Vashem.
LOs metieron como a ganado en un campo abierto que ya estaba ocupado por miles de refugiados. Lamija miró a su alrededor, a la gente apiñada y silenciosa cuyas botas habían pisoteado el suelo suave del húmedo prado hasta convertirlo en barro. Las condiciones sanitarias eran precarias. Lamija relataba: “Había 100 litros de agua para miles de personas. La gente se peleaba. No había comida, ni mantas, ni lugar donde cobijarse. La gente estaba enferma. Algunos, moribundos”. También corrían rumores de que había meningitis en el campo, la enfermedad que había matado a su hermana tras la guerra. Cuando cayó la noche, la temperatura bajó drásticamente. Se entregaron algunos paquetes de comida y la distribución se convirtió en una rebelión. “Las personas se los arrebataban unas a otras”, recuerda Lamija. Se las arregló para conseguir dos paquetes, pero el llanto de una anciana la empujó a entregarle uno.
Esa noche, Lamija y su marido decidieron que quedarse en el campo era demasiado peligroso. A las tres de la madrugada, aprovechando la desorganización reinante, salieron sigilosamente del campo embarrado y caminaron en la oscuridad rumbo a la frontera con Macedonia. Cuando se toparon con un soldado que vigilaba la frontera se inventaron una historia sobre un coche que habían dejado en el otro lado. Mintieron sobre la dirección de la que venían y negaron haber estado en los alrededores del campo de refugiados. Bien sea porque se creyó la improbable historia o porque sintió pena de ellos, el soldado les dejó pasar.
Desde la seguridad de la casa de un familiar en la ciudad de Kumanovo, Lamija reanudó las frenéticas llamadas telefónicas. Primero intentó contactar con sus hijos y se sintió aliviada al saber que habían logrado llegar a Budapest. Pero les habían denegado la admisión en todas las embajadas a las que habían acudido en busca de ayuda. “Había, por entonces, casi un millón de refugiados de Kosovo”, explica Lamija, y tenían cerradas la mayoría de las puertas. La familia de su marido no había podido hacer nada por ellos en Suecia, y, desde París, Munib tampoco ofrecía esperanzas.
“¿Por qué no acudís a la comunidad judía de Skopje y veis si pueden ayudaros?”, sugirió Munib. “¿Por qué no intentarlo?”. Lamija y su marido localizaron al responsable de la comunidad judía local y le mostraron la arrugada fotocopia que tenían gracias al testimonio de Mira Papo Bakovic. El certificado incluye una cita bíblica en inglés y en hebreo: “Cuando alguien salva una vida es como salvar al mundo entero”. Los judíos macedonios, entusiasmados por tener la oportunidad de pagar una deuda de la II Guerra Mundial, se embarcaron en una actividad frenética de presiones. Al cabo de cuatro días, Lamija y su marido cogieron un avión a Tel Aviv; les prometieron que sus hijos se reunirían con ellos dos días después.
Llegaron a la terminal del aeropuerto Ben-Gurion, cegados por la intensa luz del sol mediterráneo y por los flashes de las cámaras de los periodistas. La historia de cómo Dervis, un musulmán, había salvado a Mira, y Mira, una judía, había salvado a la hija de Dervis, resultaba irresistible para los medios de comunicación israelíes, así como para los políticos. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, estaba en el aeropuerto para darles la bienvenida. “Hoy estamos cerrando un gran círculo en el que el Estado de Israel, surgido de las cenizas, proporciona refugio a la hija de aquellos que salvaron a judíos”, declaraba.
“¿Se sienten contentos por estar en Israel?”, les gritó un reportero. Exhausta por el viaje y el calvario que lo había precedido, echando de menos a sus hijos, nerviosa por toda esa atención inesperada, insegura respecto a su futuro como refugiada en un país desconocido y muy extraño, Lamija apenas sabía qué responder.
Entonces, en medio de todo ese caos, alguien se dirigió a ella en serbocroata. “Era una sensación agradable oír a alguien que hablaba tu propio idioma”, dice. Pero no tenía ni idea de quién podía ser el hombre que la saludaba tan cariñosamente. Abriéndose paso a través de la multitud divisó una figura esbelta y enjuta a la que nunca había visto antes, con una mata de pelo negro y bigote. Abriendo sus brazos, se presentó, y Lamija se fundió en un abrazo con Davor Bakovic, el hijo de Mira Papo.
Traducción de News Clips. ‘Los guardianes del libro’, de Geraldine Brooks, se publica el 4 de septiembre en RBA.

Rincón, la opinión de Romero Apis

El desafío de la discriminación/José Elias Romero
Publicado en Excelsior (www.exonline.com.mx), 5 de septiembre de 2008;
Hace unos cuantos días murió Gilberto Rincón Gallardo. Lo traté de muchas maneras pero destaco cuando recibió la Gran Orden de la Reforma que confiere la Academia Nacional, institución que me honro en presidir. Con su muerte, Rincón Gallardo deja un sillón vacío en el Consejo Supremo de dicha organización.
Pero quizás uno de los episodios más interesantes que nos tocó compartir fue cuando el Congreso de la Unión expidió la Ley para el Combate a la Discriminación. Él fue el autor intelectual de esta iniciativa turnada, en su momento, a la Comisión de Justicia. Fue vista con amplia simpatía por casi todos los legisladores. Debido a eso, de inmediato, el entonces líder del PRI y el del PAN, Beatriz Paredes y Felipe Calderón, me convocaron para que fuera procesada con la mayor diligencia.
Mi primera reacción fue muy ingenua. Supuse que algo tan noble tendría la mejor de las aceptaciones y que mi trabajo sería sencillo y veloz. Pero me llevé un chasco. Ni fue fácil ni fue rápido.
Yo tenía la falsa idea de que los mexicanos no somos discriminadores. Que esta es una perversión que anida en el alma de algunos pueblos pero no del nuestro. Que los estadunidenses discriminan a los negros, a los latinos y a los árabes. Que los alemanes discriminan a los judíos. Que los WASP discriminan a todos los que no son ni blancos ni sajones ni protestantes. Que los suizos discriminan a todos los demás. Pero que nosotros no padecemos tales impurezas.
Primera y soberbia discriminación, la mía, al pensar que todos los demás son unos malditos discriminadores menos nosotros. Aquí cabría la paradoja de que odiamos a los discriminadores porque son seres inferiores.
Fue ese episodio de mi vida política el que me convenció de que la práctica mexicana de la discriminación es más constante de lo que suponemos a primera vista. En nuestro país se discrimina a los indios, a los pobres, a los morenos, a las mujeres, a los jóvenes, a los discapacitados, a los homosexuales y a todo el que se puede.
Pero también se discrimina a aquellos que, por su opulencia o su poder, parecieran estar blindados en contra de la discriminación. A casi todos los ricos se les tacha de ladrones. A casi todos los gobernantes se les cataloga como imbéciles. A casi todos los famosos se les considera viciosos o depravados. Es frecuente la búsqueda del punto de apoyo para que la palanca de la discriminación mueva al mundo mexicano en dirección del menosprecio y la agresión.
Por eso yo estaba muy equivocado. Hubo fuertes oposiciones, incluso en el gobierno. Desde Gobernación se proponía que el antisemitismo no se incluyera en la nueva ley.
Pero con un buen esfuerzo que debe enorgullecernos se expidió una primera ley mexicana contra la discriminación. Más allá de sus bondades normativas, esta ley podría contribuir a revertir una cultura que ha sido el producto de una inconciencia autista. No habíamos tenido leyes antidiscriminación porque no sabíamos que somos discriminadores. Casi todos discriminamos a alguien y casi a todos nos discrimina alguien.
Durante los debates, entre otros aspectos, expresé un ejemplo. El de la discriminación por razones de filiación política. No me refiero tan sólo a aquella que se da, preferentemente, en las pequeñas localidades rurales, donde se persigue con el menosprecio o hasta la exclusión a quienes expresan ideas, solicitudes o simpatías que no coinciden con las de la mayoría o las del poder. Me refiero, también, a aquellos estereotipos que nos han llevado a catalogar virtudes o defectos por mera militancia partidista.
Pensemos en los tres más importantes partidos políticos mexicanos. Casi todos los partidarios del PAN y los del PRD piensan que todos los del PRI son rateros. Casi todos los del PRI y los del PRD piensan que todos los del PAN son tontos. Y casi todos los del PRI y los del PAN piensan que todos los del PRD son salvajes.
Así se lo han dicho a sus hijos y así se los advirtió su padre. Costaría mucho trabajo convencer al mexicano medio de que la mayoría de los miembros del PRI no son pillos sino que viven al día. Que muchos integrantes del PAN no son tarugos sino personas muy inteligentes. Y que los militantes del PRD no son necesariamente trogloditas sino que una buena parte de los catedráticos universitarios y de los integrantes de las sinfónicas mexicanas simpatizan con ese partido.
Pero estos prejuicios no sólo se quedan en el campo de la simpleza personal sino trascienden a la complejidad de la política. Hoy en día, por no aceptarnos unos a otros, los mexicanos no tenemos consensos, no tenemos alianzas y no tenemos unión. ¿Quién va a unirse con los rateros? ¿Quién va a asociarse con los babosos? ¿Quién va a comprometerse con los salvajes?
El día que disminuyan nuestros menosprecios de los unos a los otros habremos remontado una de nuestras discapacidades. Remitir la discriminación no es un asunto de tolerancia sino de respeto.
w989298@prodigy.net.mx


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El embajador Camilo Osorio


47 procesos contra el ex fiscal Luis Camilo Osorio duermen el sueño de los justos
Si la Comisión de Investigación y Acusación de la Cámara se dedicara de tiempo completo a estudiarlos, la tarea podría llevarse el equivalente a dos períodos legislativos.
Revista Cambio (www.cambio.com.co/792/index.html), No. 792, 3 de septiembre de 2008;
Si la Comisión de Investigación y Acusación de la Cámara se dedicara de tiempo completo a estudiar los procesos contra el ex fiscal Luis Camilo Osorio, la tarea podría llevarse el equivalente a dos períodos legislativos, pues son 47 expedientes relacionados con investigaciones penales y disciplinarias que comprometen al hoy embajador en México. Causas promovidas por ex fiscales que trabajaron bajo sus órdenes, veedores cívicos, congresistas, ciudadanos del común e incluso la Corte Suprema de Justicia, tribunal que participó en su elección para el período 2001-2005.
Varias de sus actuaciones en la Fiscalía General lo rondan como un fantasma y con frecuencia salen del baúl para atizar la hoguera del escándalo. La preclusión que bajo su administración le fue declarada a la investigación contra el general (r) Rito Alejo del Río, sindicado por nexos con los paramilitares en la época más aciaga de la violencia en Urabá, es hoy motivo de un debate impulsado por la Procuraduría que intenta evitar que la figura de la "cosa juzgada" se convierta en garantía de impunidad para numerosos crímenes que serían imputables a Del Río. El auto inhibitorio concedido al ex gobernador de Sucre Salvador Arana Sus por el homicidio del alcalde de El Roble, Eudaldo Díaz, llevó recientemente a la Corte Suprema de Justicia a pedirle a la Comisión de Acusación que siga las huellas que podrían llevar a descubrir un prevaricato.
La infiltración de los paramilitares en la Dirección Seccional de Fiscalías de Norte de Santander durante el período de Ana María Flórez, conocida como 'La Batichica', y en la Dirección Seccional del Valle mediante gente de la cuerda de narcotraficantes aliados de Iván Urdinola, son todavía casos no resueltos sobre los cuales el ex fiscal Osorio tendría que dar explicaciones ante su juez natural.
CAMBIO obtuvo una relación detallada de los expedientes -37 penales y 10 disciplinarios-, de los cuales el 95 por ciento reposa enmohecido en los anaqueles. Y es que las actuaciones de la Comisión de Acusación no siguen un curso regular, sino que se han movido al vaivén de los escándalos.
La causa más adelantada tiene que ver con una denuncia por indignidad y mala conducta que presentó el senador del Polo Gustavo Petro -una piedra en el zapato de Osorio- por posible favorecimiento a los paramilitares. Este proceso y otro por injuria y calumnia, presentado por el mismo Petro después de que el ex Fiscal lo acusó de haber infiltrado a la Fiscalía para conseguir informantes, están a cargo del representante liberal Germán Olano. Pero no solo son los más avanzados, son también los que se refieren a los cargos más graves. El resto está engavetado (ver recuadro).
Los testigos que hasta hoy han declarado en relación con el tema del paramilitarismo coinciden en señalar a Osorio como responsable directo de la infiltración de la Fiscalía en sectores críticos. El ex Fiscal se defiende diciendo que no estuvo al tanto de esos asuntos porque legalmente estaba obligado a respetar la autonomía de sus fiscales en la toma de decisiones.
Elsida Molina Méndez, una abogada que se vinculó en 1992 a la Fiscalía y quien se retiró en 2003 cuando se desempeñaba como fiscal de segunda instancia en Cúcuta, declaró bajo juramento ante la Comisión que Osorio era amigo y protector de la directora seccional de la Fiscalía en Norte de Santander, Ana María Flórez, y que la mantuvo en el cargo pese a que su relación con organizaciones criminales era un secreto a voces.
Según Molina y otros testigos, antes de que 'La Batichica' huyera a comienzos de 2004, se registraron hechos muy graves en su jurisdicción, incluidas las muertes violentas de los fiscales Rosario Silva y Carlos Arturo Pinto, encargados de las más delicadas investigaciones sobre violación de derechos humanos, y quienes fueron asesinados por paramilitares con los cuales solía reunirse Flórez. Entre la lista de víctimas de la época también figuran David Corzo, jefe de investigación de la Fiscalía seccional, y el propio esposo de la directora seccional, Alfredo Flórez Ramírez.
Desde finales de 2007, cuando Osorio rindió indagatoria por primera vez, los investigadores no han suspendido la búsqueda de testigos calificados. Entre esos potenciales testigos está la ex fiscal María Lucía Luna, despedida por Osorio pocos días después de que ella decidiera la detención del general Del Río, en julio de 2001. Pedro Díaz, ex director de la Unidad de Derechos Humanos, y uno de los afectados por la poda que Osorio hizo en esa unidad, ha dicho desde su exilio que está dispuesto a aportar a la Comisión de Acusación toda la información que tiene disponible sobre todas estas presuntas actuaciones irregulares.
Pese a la gravedad de las imputaciones contenidas en los procesos, Osorio no ha considerado la posibilidad de dejar la misión diplomática para enfrentar los cargos. Para su abogado, Jaime Granados, la presunción de inocencia está vigente en todos los procesos y él y su cliente se tomarán el tiempo necesario para desvirtuarlas.
ENGAVETADOS
Las denuncias contra el ex fiscal Luis Camilo Osorio por prevaricato son las más rezagadas en la Comisión de Acusación de la Cámara. Una de ellas -expediente No. 1357- está radicada desde el 21 de agosto de 2003 y no hay evidencia de que el representante de Convergencia Ciudadana a cargo de la investigación, Carlos Arturo Quintero Marín, haya hecho algo para tramitarla.
Por el mismo delito hay un proceso radicado el 30 de agosto de 2003, que aun está en fase preliminar. Su responsable es el representante conservador Carlos Ramiro Chavarro Cuéllar. Y uno por prevaricato por omisión, en manos del liberal Jaime Enrique Durán, duerme en su escritorio desde el 9 de septiembre de 2004.
De los 10 procesos disciplinarios, ninguno ha sido resuelto.

"Santuario para las víctimas del aborto!

Este lunes será inaugurado el "Santuario para las Víctimas del Aborto donde habrá una capilla a la que se podrán acudir a orar, y además, se abrirá un espacio para que los restos incinerados de los fetos sean depositados si así lo solicita la madre.
El lugar será inaugurado poco más de una semana después de que la SCJN declaró constitucional una norma que en 2007 se despenalizó la interrupción del embarazo durante las 12 primeras semanas de gestación en la ciudad de México, una medida que ha sido criticada por grupos civiles y la Iglesia católica.
El "Santuario" ha sido respaldado por el arzobispo primado de México, cardenal Norberto Rivera, quien designó a un representante para bendecir el "santuario" durante la apertura programada para el lunes. "Creamos este espacio para que todo el que busca consuelo cuente con un lugar para hacer oración", dijo en rueda de prensa monseñor Pedro Agustín Rivera, rector de la Antigua Basílica de Guadalupe, y miembro de la asociación civil Derechos del Concebido, una de las promotores del lugar.
El "santuario" ocupará un espacio de 200 metros cuadrados en el Panteón Civil de Dolores.
La ciudad de México, es apenas el cuarto lugar de América Latina y el Caribe donde se permite la interrupción del embarazo, después de Cuba, Guayana y Puerto Rico.
El gobierno capitalino ha dicho que desde la entrada en vigor de la norma, 12,700 mujeres han interrumpido su embarazo. Entre el 95% y 97% de los casos se han hecho con medicamentos, y apenas un 3% mediante legrados que han requerido hospitalización e ingresos a quirófano.
En los otros 31 estados del país aún es castigado el aborto y sólo se excluye de penalidad en algunos casos como cuando el embarazo sea resultado de una violación, el feto presente alteraciones congénitas que impliquen daños físicos o mentales o, cuando la madre corra peligro.

Bernardo Barranco y el enviado del Cardenal

Aclaración del arzobispado en El Correo Ilustrado de La Jornada, 5 de septiembre de 2008;
Sobre el artículo de opinión publicado el miércoles 3, titulado “La SCJN apuntaló el Estado laico”, firmado por el señor Bernardo Barranco, me permito hacer las siguientes aclaraciones:
En ningún momento el cardenal Norberto Rivera Carrera actuó “coléricamente” frente a la iniciativa de ley aprobada en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal que despenaliza el aborto antes de las 12 semanas de gestación. Una afirmación tan subjetiva sólo refleja la animadversación que el señor Barranco siempre ha tenido contra el arzobispo de México y que le es imposible ocultar. Esto, por supuesto, penosamente le quita seriedad a sus análisis.
Ya en otras ocasiones he retado públicamente –y hoy lo vuelvo a hacer– al señor Barranco para que demuestre documentalmente sus gratuitas y falsas declaraciones. Lo hice cuando afirmó que el señor cardenal apoyó al entonces candidato presidencial Felipe Calderón, y ahora le exijo lo mismo sobre su argumento de que el cardenal Rivera Carrera amenazó con la excomunión latae sententiae a los legisladores. Tal afirmación es una gran mentira y ciertamente no tendrá forma de responder a la exigencia que le hace un servidor.

Gilberto, la opinión de Sosamontes

EL SOL DE ACAPULCO, 4 DE SEPTIEMBRE 2008
RAMON SOSAMONTES H.
Mis notas estan llenas de tristeza, hace unos dias fallecio Gilberto Rincon Gallardo, a quien le dedique este articulo, estaba listo a mandarlo cuando llego la noticia de la muerte de dos
periodistas, hermanos, quienes trabajaban en ABC radio, de la Organización Editorial Mexicana en Iguala y Chilpancingo y al mismo tiempo en el Grupo Sistema Guerrerense Audiovisual, en sus canales 25 y 12 y estaban listos para el canal 6 de Acapulco. Un accidente llegando a Zumpango, iban a reunirse con Gerardo Delgado, no llegaron. Quedo vacio el programa Al Instante y la conducion del noticiero que tenian con Ricardo Garcia Tapia, hace un mes murio Harry Lopez.
En la parroquia de San Francisco se lleno, ahí estuvimos rindiendoles homenaje a esos dos perioditas, ABC esta de luto al igual que el Grupo SIGA, al igual que el periodismo de nuestro Estado. Los dos hermanos duros y certeros. Ahí presentes casi todos los politicos igualtecos, y de otras regiones. Nuevamente la tristeza en nosostros..
Cuando muere un hombre como Gilberto Rincón Gallardo, se siente que muere parte de uno, también de miles que caminaron junto a él en la búsqueda de la democracia y la libertades; desde la clandestinidad hasta en los puestos de responsabilidad en la administración publica; en momentos difíciles en que el Estado mexicano funcionaba a partir de un solo partido, cuando el presidente de la republica estaba por encima de las leyes.
El sábado pasado, estaba en Chilpancingo con Carlos Reyes, también de ese grupo de comunistas, con Leoncio Domínguez, cuando Abel Alcántara, simplemente con su estilo directo me dijo por el celular, Rincón Gallardo murió. Una parte de nosotros también.
Un seminarista que le fue impedido el sacerdocio por su mal físico, tenía las manos y brazos demasiado pequeños, pero una mente muy grande. Pero la jerarquía no le permitió serlo, porque no podía elevar la ostia en el momento cumbre de la misa. Ahí si dios no estaba en las mentes del Vaticano.
Pero fue mejor, porque pudo desarrollar la critica al poder desde el eclesiástico hasta el publico, pudo interpretar la realidad para no equivocarse en el camino y con el, un grupo de comunistas que supieron dar el salto desde la marginidad hasta llegar a tocar las puertas del Palacio Nacional. Ahí estaban Arnoldo Martínez Verdugo, Marcos Leonel Posadas, Gerardo Unzueta, Valentín Campa, Othon Salazar, Arturo Martínez Nateras, Antonio Franco, Jesús Sosa Castro, Ramón Danzos Palomino, Encarnación Pérez, Jaime Perches.
Renunció al PRD cuando Andrés Manuel López Obrador era el Presidente nacional. En el Comité Ejecutivo Nacional la leímos, quisimos entenderla, porque de su ida, la comprendimos y quizás, en lo interno, la aceptábamos, no se le había dejado lugar, su espacio natural se le cerro por políticas marginales y sectarias; y se fue, nos comisionaron a Jesús Ortega, Alejandro Encinas y a mi para convencerlo de que retirara su renuncia. Nos reunimos en el restaurante Lincon de las calles de Revillagigedo, en la ciudad de México y no pudimos, nos dijo él, ¿creen necesario que le diga porque?, no, porque le dimos la razón.
"Gilberto Rincón Gallardo fue un hombre de izquierda toda su vida, de esta izquierda pensante, constructiva, propositiva, incluyente y democrática… fue un político razonable y dialogante… como líder de la izquierda, fue uno de los personajes más importantes de la transición mexicana a la democracia". Silvia Pavón.
Tres perdidas, para la politica y para el periodismo. Descancen en paz.
sosamontes@elsoldemexico.com.mx

La infancia del mundo

La infancia del mundo/Gustavo Martín Garzo, escritor, psicólogo de profesión, Premio Nacional de Narrativa en 1994, Premio Nadal (1999) por "Las historias de Marta y Fernando" Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (2004), entre otros.
Publicado en EL PAÍS (www.elpais.com),
20/07/08;
“La verdad no se encuentra en un sueño, sino en muchos sueños”. Ésta es la cita que Pasolini elige como pórtico a su película Las mil y una noches. Pasolini culmina con ella su Trilogía de la vida. Ha realizado una película por año, pero en realidad se trata de una obra unitaria concebida en tres partes: El Decamerón, Los cuentos de Canterbury, y Las mil y una noches. Pasolini recurre a esos libros, herederos de la antigua tradición oral, para crear un arte, tal como quería Gramsci, que pudiera ser popular sin renunciar a la belleza, la inteligencia y la fuerza. Un arte que pudiese ser visto y comprendido por todos. Para hacerlo, abandona el cine ideológico de los últimos años y regresa en cierta forma a sus primeras películas: Accatone y Mamma Roma. Esas películas en las que denunció la marginalidad de la juventud proletaria de los barrios romanos.
La Trilogía supone un canto de celebración de la vida y la alegría del sexo. Un sexo atrevido, libre, fuente de afecto e ingenuidad. En realidad, como ha escrito José Luis Guarner, estas películas resumen las obsesiones de Pasolini: “La materialidad del cuerpo humano, su odio a la burguesía, la exaltación del sexo, la denuncia de la hipocresía, la fascinación de la muerte”. Suponen una protesta frente a la fealdad creciente de cuanto le rodea, y la terrible uniformización dictada por una sociedad capaz de transformar el cuerpo en mercancía, y corromper y banalizar el deseo.
Y, ciertamente, el sexo en estas películas puede ser pícaro y divertido, pero nunca es banal. Especialmente, en Las mil y una noches, en que el cuerpo humano se vuelve pura materia encantada. Eso es el sexo en ella: una celebración de la belleza del otro. Es curioso que estas películas constituyeran un escándalo cuando se estrenaron, ya que vistas hoy resultan de un candor casi infantil. Tal vez porque Pasolini se entrega en ellas al puro placer de contar. “Aquí acaban los cuentos de Canterbury, contado por el solo placer de contar”, así termina su adaptación de la obra de Chaucer. No es una frase cualquiera. El placer en Pasolini nunca es acomodaticio, es la expresión máxima de nuestra libertad frente al poder, tiene que ver con el gusto de contar. Y su película Las mil y una noches es el mejor ejemplo. Pocas veces se ha mostrado en el cine la radical heterogeneidad del corazón humano como en esta obra incomparable, cuya misteriosa y limpia belleza, 30 años después de haber sido hecha, sigue conmoviéndonos como un milagro.
Sin embargo, apenas unos meses después de terminada, Pasolini, en un texto lúcido y desgarrador, abjura públicamente de ella. “Reniego de la Trilogía, escribe, aunque no me arrepienta de haberla creado”. Pasolini no puede negar la sinceridad y la necesidad que le impulsaron a la representación de los cuerpos y de su símbolo culminante el sexo, pero se siente incomprendido por todos. La crítica le acusa de haber renunciado a su espíritu crítico y haber producido unas películas acomodaticias y sin interés, y el público apenas ve en ellas otra cosa que un mero producto de consumo y entretenimiento. Incluso tiene que asistir a la humillación de ver cómo se hacen numerosas secuelas llenas de vulgaridad y de fealdad.
Por eso abjura de su obra, y se embarca en la que habría de ser su última, Saló, o los 120 días de Sodoma. Se inspira en un texto de Sade, y toma como excusa la República de Saló, bajo el dominio de los nazis fascistas. En realidad, Saló es un ensayo, el texto de la abjuración. Puede que sea la más demoledora y fría denuncia del fascismo que se ha hecho jamás. El fascismo como poder anárquico que quiere abolir la historia y atropellar a la naturaleza. Nada hay en ella de la alegría y el gozo de los cuerpos. Los muchachos y las muchachas secuestrados apenas son otra cosa que mercancías embrutecidas. Sus desnudos nada tienen que ver con el pobre y casto esplendor de la Trilogía. El Eros que en Las mil y una noches era amor, aquí es sólo odio.
Debió de ser muy doloroso para Pasolini hacer esta película. Era el reconocimiento de que todo lo que amaba había terminado. Una sociedad egoísta, inclinada predominantemente hacia el lucro y el placer, adolescentes a los que les había sido robada la cultura, una visión del sexo alejada de la alegría; así era lo que tenía delante de los ojos. Pasolini, que había recibido como herencia del cristianismo la idea de la sacralidad de la vida, no podía resignarse a vivir en un mundo donde el cuerpo fuera una mercancía más, y lo fustigó en sus poemas, sus películas y artículos. En una de sus cartas, escribe a un amigo napolitano: “No le tengas miedo a lo sagrado y a los sentimientos, de los cuales el laicismo consumista ha privado a los hombres transformándoles en brutos y estúpidos autómatas adoradores de fetiches”.
Pero no llega a ver estrenada su película, y muere en noviembre de 1975 a manos de unos de esos muchachos de los arrabales que tanto defendió y amó. Las imágenes de su cuerpo brutalmente asesinado dan la vuelta al mundo. “En Roma se mata”, respondió Ninetto Davoli, su actor más querido, cuando le preguntaron qué pensaba. Y es verdad que nadie que le hubiera conocido podía extrañarse de su fin. Desde Acattone hasta Saló, ese cuerpo ultrajado, privado de amor, había aparecido sin descanso en su cine. Medea arroja los miembros de su hermano para que sus perseguidores se detengan a recogerlos; en Porcile, un muchacho tiembla de alegría al comer carne humana; hasta en Las mil y una noches, su película más pura y hermosa, hay muchachos que asesinan en sueños, ladrones crucificados, cadáveres abandonados entre las basuras.
Nunca ese cuerpo fue más hermoso que en el cuento de Lisabetta de El Decamerón. Los hermanos matan a su amante, y éste se le aparece en sus sueños para decirle dónde está. Ella acude en su busca y, al no poder llevarse su cuerpo completo, le corta la cabeza. Entonces la lava y la peina, y la oculta en una maceta de albahaca, que pone en su ventana. Boccaccio termina su cuento haciendo que sus hermanos la descubran y que Lisabetta muera de dolor, pero Pasolini detiene el suyo cuando ella se acerca a la ventana y tiende sus brazos para abrazar la cabeza escondida de su amante.
Es el triunfo del amor y del eros. La Trilogía de la vida expresa la nostalgia de Pasolini por un pueblo generoso y alegre, animado por esa suerte de patriotismo cósmico del que hablara Chesterton. Pero estas películas también hablan de algo que en su momento pocos entendieron: de su confianza en la cultura. Edipo, Medea, Los evangelios, Las mil y una noches, El Decamerón, La Divina Comedia…; estos son algunos de los libros que alimentan su cine. Pasolini nos dice que sólo ellos pueden devolvernos a las misteriosas redes de esos cuentos eternos que guardan la memoria de lo que fuimos alguna vez. La memoria de la infancia del mundo, de ese tiempo en que la verdad no cabía en un solo sueño y hasta los cuerpos muertos podían florecer si alguien les amaba.

Democracia e indigenismo

Democracia e indigenismo en América/Álvaro Pop, antropólogo guatemalteco
Publicado en EL PAÍS (www.elpais.com) 02/09/2008;
Bolivia consolida la necesidad del debate sobre la democracia y los pueblos indígenas en América Latina. El poderoso movimiento que instaló en el poder a Evo Morales, es la muestra de cómo los pueblos indígenas están usando la democracia para la conquista del Poder Ejecutivo. De base sindical, obrera y campesina, pero al final con un planteamiento indigenista.
Junto con esta emergencia, es necesario considerar el informe sobre la Democracia en América Latina, elaborado por el ex canciller Dante Caputo, que demuestra que las poblaciones no ven resultados concretos en su vida cotidiana a partir de la democracia.
En cada elección aumenta la participación ciudadana rural, en Guatemala por ejemplo, previo a la última elección el empadronamiento rural aumentó al 119% en el 2007 (ASIES 2008). Una paradoja que invoca una reflexión estructural de los sistemas políticos en la región y que de alguna manera explica la llegada al poder de propuestas partidarias que proponen cambios significativos en los sistemas económicos imperantes. Es decir, la democracia no ha llegado a nuestros estómagos, a pesar de nuestra mayor participación política…
Este tema es particularmente significativo en Ecuador, Perú, Bolivia y Guatemala, dada sus historias, sus densidades poblacionales y las incapacidades de los Estados para manejar sus realidades multiculturales. Los casos de estos países son igualmente importantes por las estructuras de organización de los pueblos indígenas, el avance en sus planteamientos de reforma del Estado y la evolución histórica de sus luchas de reivindicación manejadas por planteamientos de identidad cultural.
Las propuestas contemporáneas de los pueblos indígenas se centran en el reconocimiento de sus identidades culturales, el respeto al ejercicio de sus derechos colectivos, la eliminación del racismo y la discriminación, la superación de la pobreza y el ejercicio pleno de derechos de ciudadanía. Es decir, toda una búsqueda del fortalecimiento de la democracia moderna.
Los pueblos que constituyen minorías de población en sus países, en muchos casos reclaman autonomías para proteger sus territorios y recursos naturales; los pueblos que son mayorías en sus Estados buscan transformaciones estatales y han puesto a discusión los regímenes democráticos. Importantes estudios demuestran que América Latina es la única región del mundo donde los movimientos sociales de base indígena no han sido secesionistas. Es proporcionalmente inversa la magnitud de la discriminación y el racismo hacia los pueblos indígenas y su rebelión y movilización. Son gigantes que sobreviven y hoy han apostado por la democracia.
En el documento del National Intelligence Council (NIC) Latinoamérica 2020: pensando los escenarios de largo plazo, reconoce que “comparada con el escenario que enfrentan otras áreas del mundo, Latinoamérica será una región relativamente pacífica en los próximos años. Existirán conflictos fronterizos y reclamos territoriales… pero el escenario de enfrentamientos armados es de baja probabilidad”. Al referirse a los movimientos sociales en el interior de los países, plantea que “la emergencia de movimientos indigenistas políticamente organizados también puede representar un riesgo para la seguridad regional. Si en los próximos años los movimientos de reivindicación indigenista no logran inserción en el sistema político, ni determinados niveles de inclusión social, existe la probabilidad que muchos movimientos evolucionen hacia reivindicaciones de tipo autonómico territorial… reivindicaciones territoriales impulsadas por grupos irredentistas podrían incluir el escenario de insurgencia armada y violencia política”. Las participaciones indígenas en partidos políticos y en la estructura de gobierno, las experiencias de alianzas de dirigentes e intelectuales con gobiernos nacionales, las reformas jurídicas y las cosmovisiones pacíficas de estos movimientos hacen poco probable esta posibilidad en países con mayoría indígena en su población. Sin embargo, esta posibilidad puede existir en Estados con poblaciones indígenas minoritarias que priorizan sus demandas territoriales, arrinconadas por decisiones unilaterales de los Gobiernos, bajo influencias económicas nacionales e internacionales injustas, violatorias de mandatos constitucionales y del derecho internacional.
Son cuestionables las estadísticas sobre los porcentajes de población indígena en América Latina. Sin embargo, en Guatemala la población indígena supera el 50%, en Ecuador y Perú igualmente el 40%, y en Bolivia alrededor del 70%. La paradoja es que a mayor población indígena, menor atención del Estado, menor cobertura en educación, salud, seguridad ciudadana, administración de justicia e infraestructura.
En estos países se tienen democracias formales con un manejo de la ciudadanía de manera diferenciada. En consecuencia, se tienen ciudadanos de primera categoría, capaces de participar en la toma de decisiones nacionales, de hacer valer su ciudadanía ante el mundo, tienen disfrute de vida similar a las poblaciones con renta alta en el primer mundo y con capacidad de acceso a la educación superior; como segunda categoría se tienen poblaciones de renta media y baja, que con dificultad acceden al cumplimiento de sus derechos políticos nacionales, urbanas en el interior de sus países y en el mejor de los casos con educación de nivel medio; finalmente, las poblaciones que sobreviven con menos de un dólar al día, rurales, analfabetas, con cierta participación política local, desinformadas del sistema político imperante y sin influencia en la toma de decisiones nacionales de manera consciente y sabida.
En este contexto, los pueblos indígenas en América Latina (más de 600), a través de su reivindicación histórica han logrado poner, con diferente intensidad, el tema de la multiculturalidad, en las agendas de discusión política nacional. Éste quizá sea su gran logro a inicios del siglo XXI, pero que aún no llega a la cotidianidad de las poblaciones rurales.
Es de reconocer que se han dado cambios jurídicos en la mayoría de países de la región. Sin embargo, el Índice de Calidad Legislativa Indígena en América Latina 2004, del Banco Interamericano de Desarrollo, con datos indica que los tres países de mayor calidad legislativa son Colombia, Venezuela y Bolivia, con un 70%. Perú y Ecuador, en el cuarto y quinto lugar, con un poco más del 60%. Llama la atención el caso de Guatemala en el decimotercer lugar, con el 40% de calidad legislativa y el 42% de población indígena.
El mayor desafío para los Estados, la comunidad internacional y los pueblos indígenas es la implementación de este nuevo escenario jurídico; se tendrá que reflejar en legislación secundaria, en reformas ejecutivas de Estado y en la designación significativa de recursos financieros.
Es innegable que los más de 25 años de democracia en la región han permitido la generación de movimientos sociales que plantean y exigen la reforma de los regímenes políticos. Buscan que los sistemas de partidos políticos puedan construir Estados sólidos, con visiones nacionales plurales, capaces de operar con autonomía de los poderes fácticos venidos del capital nacional o transnacional, del crimen organizado y las fuerzas armadas de cada país. En este sentido, hay que valorar que “en los próximos 15 años se producirá un crecimiento de las contradicciones culturales en la sociedad latinoamericana, como consecuencia del surgimiento de particularismos étnicos y regionales. La expresión más fuerte de estas contradicciones culturales será el movimiento indigenista, cuya influencia crecerá a lo largo de los próximos 15 años en toda la región, particularmente en la región Andina, Centroamérica y el sur de México”. (NIC 2004).
Los movimientos indígenas en América Latina, especialmente en Guatemala, Perú, Ecuador y Bolivia traen consigo el desafío de enriquecer sus democracias, el cumplimiento constitucional y aportar a la construcción de Estados capaces de servir a los ciudadanos en general, reconociendo sus diferencias culturales, superando los altos niveles de desigualdad y haciendo efectivos sus derechos políticos. En todos los países, además, reconociendo y apreciando su valía en términos del respeto, el manejo sustentable al medio ambiente y eliminando el clientelismo del sistema político. Esto permitirá empezar a construir el futuro de la región.

Coincido con el Ombudsman del DF

Emilio Alvarez Icza, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, calificó de “muy riesgoso” crear una policía nacional pues se estaría concentrando mucho poder en un solo organismo.
La propuesta es e bocas de varias personalidades. Jorge Castañeda incluso ha publicado dos artículos en Reforma. A un político de nivel le escuche plantear la propuesta de una sola policía, en una reunión privada. Le dije e corto que era un error.
El ombudsman cconsideró que la mejor forma de combatir el crimen organizado es mediante la coordinación de instituciones.“Esas experiencias se han dado en otros países y no es la mejor manera de construir una fuerza policiaca. Algunos países que han caminado esa ruta han regresado. Me parece que el tema principal es una buena coordinación entre los distintos niveles de gobierno. Sería riesgoso generar un instrumento que concentrara tanto poder.”
Coincido con Emilio.

Gilberto, la opinión de Moctezuma Barragán

Gilberto/Esteban Moctezuma Barragán
Publicado en El Universal, 5 de septiembre de 2008;
Para Silvia
Gilberto Rincón Gallardo fue un hombre libre.
Su secreto consistió en estar casado con sus valores, pero nunca con sus ideas. Él sabía que muchas ideas van quedando rezagadas en el camino porque las sociedades evolucionan, los paradigmas se modifican, las circunstancias cambian, la ciencia y la tecnología avanzan, pero lo que nunca queda atrás son los valores universales en los que creía y por los que siempre luchó: la verdad, la justicia, la libertad y la equidad.
Su enseñanza es enorme para todos aquellos que vivimos aferrados a nuestras ideas, sin pensar en las ideas de los otros y en las circunstancias que las afectan.
En su lucha en contra de la discriminación, el primer ejemplo lo puso él mismo, con su vida. Desde muy pequeño decidió empezar por no discriminarse a sí mismo. Gilberto nació con grandes limitantes físicas y, lejos de refugiarse en la autocompasión, labró día tras día una vida útil, generosa, decidida, en favor de sus valores.
Conocí a Gilberto haciendo política. Lo conocí luchando por los discapacitados. Lo conocí trabajando por el cambio democrático. Lo conocí aportando ideas para mejorar a los medios de comunicación. Lo conocí defendiendo al campesino. Era una mente clara y una voluntad de acción para el cambio. En cada foro, en toda tribuna, en cualquier mesa, era el mismo Gilberto, el coherente, el sabio, el paciente, el activo, el valiente, el generoso. Gilberto fue muchas veces atacado, incluso encarcelado y no guardaba rencor ni resentimiento alguno.
Su lucha fue sin cuartel. Nunca dejó de ponerse en el frente de batalla. No era de los que se quedaban en el centro de operaciones y mandaba a otros a la primera línea, no, él los encabezaba. Gilberto conoció la cárcel y el servicio público, pasó de luchar en una época por construir una sociedad comunista desde la clandestinidad, hasta llegar a ser candidato a la Presidencia por el Partido Social Demócrata. Su vida estuvo siempre guiada por el faro que constituían sus principios.
Gilberto Rincón Gallardo es un ejemplo de un hombre de izquierda que fue leal toda su vida a sus valores. Quienes lo conocimos tuvimos el privilegio de convivir con un hombre de excepción. Quienes no lo conocieron harán bien en investigar un poco sobre su vida y nutrirse de optimismo y esperanza en el ser humano.
emoctezuma@tvazteca.com.mx
Presidente ejecutivo de Fundación Azteca

Gilberto, la opinión de Beto Begné

Rincón Gallardo/Alberto Begné Guerra
Publicado en El Universal, 5 de septiembre de 2008;
Hemos perdido a un hombre íntegro en toda la extensión de la palabra. Un hombre de izquierda como pocos en nuestro país, pues su compromiso con la equidad y la justicia entre los seres humanos, su incansable lucha contra la desigualdad lacerante que escinde a México y sus esfuerzos para la reivindicación de los derechos de los grupos más vulnerables de la sociedad mexicana siempre orientaron su vida política, su activismo, su vocación de servicio.
Conocí a Gilberto Rincón Gallardo en 1996. Era para mí una figura emblemática de esos contados liderazgos de la izquierda histórica mexicana que, así como tuvo el valor de confrontar a un régimen autoritario durante años, al extremo de ser encarcelado, fue capaz también, en plena congruencia con su compromiso democrático, de promover y respaldar la transición política, por encima de posiciones dogmáticas o discursos maximalistas que suelen
aportar tan poco al diálogo y la construcción de acuerdos, exigencias claves de la pluralidad.
Tuve la oportunidad extraordinaria de escucharlo y conversar con él muchas veces, frecuentemente en su casa de la colonia Anzures, en ese tercer piso que lo mismo era propicio para el trabajo político que para la tertulia. Me tocó un periodo en el cual su mayor interés se concentraba en lo que debía significar una propuesta de izquierda democrática, un proyecto socialdemócrata, para un país ya encaminado hacia la pluralidad.
Hablaba con la pasión serena que le imprimía a cada discusión, a cada proyecto, a cada idea. No siempre coincidimos. Pero si algo lo distinguía era su respeto ante las posiciones distintas a las suyas, su voluntad manifiesta, invariable, para comprender las razones de los otros. Gilberto era un verdadero demócrata.
Su trayectoria ejemplar, su sensibilidad e inteligencia, sus aportaciones para las mejores causas de la izquierda mexicana, su lucha a favor de la igualdad y en contra de la discriminación no habrían sido lo que fueron sin el soporte de Silvia, su compañera. Por ello, al recordar a Gilberto, es imposible no valorar en forma entrañable lo que Silvia significó en su vida.
Presidente del Partido Socialdemócrata

Gilberto, la opinión de Woldemberg


Rincón/José Woldenberg
Publicado en Reforma (www.reforma.com), 4 Sep de 2008;
1.- A fines de 1981 se realizó la asamblea constitutiva del Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Fue del primer esfuerzo integrador de la izquierda mexicana al amparo de la reforma política de 1977. Se trataba de contrarrestar la profunda dispersión y explotar las posibilidades que abría el espacio electoral. Se disolvían, para dar paso a una nueva organización, los partidos Comunista Mexicano, del Pueblo Mexicano, Socialista Revolucionario, y los movimientos de Acción y Unidad Socialista y de Acción Popular (MAP).
Fue entonces que conocí a Gilberto Rincón Gallardo. Él, junto a Arnoldo Martínez Verdugo y Pablo Gómez, conformaba la tercia más influyente de líderes procedentes del PC.
El PC, gracias en buena medida a ellos, había vivido un proceso de cambio cuyo pilar básico era un nuevo aprecio por la democracia. Había condenado la invasión soviética a Checoslovaquia, se había distanciado de la URSS, y en 1976 postuló como candidato a la Presidencia de la República al histórico luchador sindical Valentín Campa, a pesar de no contar con registro. La campaña era una denuncia (no se nos permite trabajar en el mundo institucional y legal) y un reclamo (resulta imprescindible abrir las puertas para que las corrientes políticas e ideológicas hasta este momento excluidas puedan contender por los cargos de elección popular).
Esa campaña, y una potente conflictividad social y política en (casi) todos los ámbitos, fue el acicate de la reforma de 1977, que en buena medida estuvo diseñada para darle entrada al escenario electoral al PCM.
El gran mérito del PCM de entonces fue abrir el camino para que paulatinamente la izquierda pudiera trascender el discurso revolucionario y fuera capaz de valorar a la democracia como un medio y un fin. Y Rincón Gallardo fue uno de los impulsores pioneros y más lúcidos. Contra los vientos y mareas del momento, teñidos por la pulsión refundadora total de la vida pública, Rincón sabía conjugar lo posible y lo deseable.
2. En 1987 el PSUM junto al PMT, la Unidad de Izquierda Comunista, el Movimiento Revolucionario del Pueblo, el Partido Patriótico Mexicano y una escisión del PFCRN, dieron paso al Partido Mexicano Socialista (PMS), y Rincón fue su primer y único secretario general. La vida interna en la nueva organización no era sencilla. Las trayectorias y convicciones de los partidos fusionados no resultaban fácilmente compatibles. Pero el talante conciliador, abierto, educado, de Gilberto, lograba facilitar la convivencia.
El candidato a la Presidencia de la República del PMS salió de unas elecciones internas en las que contendieron Heberto Castillo, Eraclio Zepeda, Antonio Becerra y José Hernández Delgadillo. Se trató de un expediente ejemplar y Heberto resultó ganador.Como se sabe, una escisión del PRI encabezada por el ingeniero Cuahutémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo logró forjar un frente que postuló al propio ingeniero, cuya candidatura creció de una manera excepcional. En esa coyuntura, diversas voces dentro del PMS empezaron a plantear la declinación de Heberto para sumarse a la del ingeniero Cárdenas. Rincón, a la cabeza del PMS y con su proverbial tacto, estableció que la única posibilidad para hacer a un lado la candidatura de Heberto era que él mismo declinara y relevara al partido de su compromiso. Cuando ello sucedió, el PMS se sumó al Frente Democrático Nacional.
Luego de la elección, cuando el ingeniero Cárdenas llamó a construir un nuevo partido (el PRD), ninguno de los originales que conformaron el frente (PARM, PPS, PFCRN) aceptó disolverse, sólo el PMS accedió, y no sólo eso, sino que su registro fue el que utilizó el PRD para adquirir reconocimiento legal (era el mismo registro que había pasado del PCM al PSUM). En esa coyuntura, plagada de mezquindades, Rincón Gallardo, no sólo aceptó sino promovió el "gran salto" hacia la unidad. Sabía jerarquizar, y no anteponía la conveniencia personal a la general.
3. En el año 2000, luego de abandonar sin estridencias las filas del PRD, encabezó un nuevo proyecto de organización política, Democracia Social. Fue su candidato a la Presidencia de la República. En un debate televisivo célebre, Rincón fue capaz de darle visibilidad pública a una naciente y pequeña agrupación de corte socialdemócrata. Logró el 1.88 por ciento de la votación y se quedó a sólo 12 centésimas de conseguir el registro. No desmayó.
4. En el 2003, encabezó un nuevo esfuerzo organizativo (Socialdemocracia: Partido de la Rosa). Realizaron las asambleas que marcaba la ley, elaboraron su declaración de principios y su programa de acción, pero sólo presentaron ante el IFE el esbozo de unos estatutos. Por ello, el naciente partido no obtuvo su registro. En aquel momento, no sólo voté sino que intervine en el Consejo General para argumentar en contra del registro. Nuestra relación -que había sido intermitente pero cálida- se enfrió. Nunca me reclamó, pero imagino que pensó que habíamos sido demasiado rigoristas. Lo lamenté... pero era una derivación del ejercicio de la función pública.
5. A través de José Luis Gutiérrez Espíndola restablecimos algún (débil) puente de comunicación, y él desde el Conapred y yo en la revista Nexos hicimos un memorable (para mí) número sobre la discriminación (Octubre 2004).
Gilberto era un hombre cordial y atento. Una personalidad extraña (por su corrección) en un ambiente casi siempre crispado y tenso. Destacaba por su inteligencia y claridad expositiva. Quería militar en un partido de causas, con una vida interna intensa pero civilizada, y capaz de hacer avanzar, aunque fuera de manera gradual, la justicia y la libertad, la no discriminación y la convivencia de la diversidad.

Rincón ¿El insignificante?

¡Caray con MCS!
Columna Jaque Mate/Sergio Sarmiento
El insignificante
Publicado en Reforma (www.reforma.com), 5 de septiembre de 2008;
La historia política de México ya está escrita. Lo único que cambia es el casting". Luis de Llano Palmer
En julio del 2006 Gilberto Rincón Gallardo participó en el programa de televisión Quinto poder que yo conducía. La conversación giró en torno a la elección del 2 de julio que acababa de llevarse a cabo. Rincón Gallardo, quien fue parte del equipo del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y que luchó denodadamente contra el fraude electoral de 1988, me expresó que no veía pruebas de que hubiera existido un fraude en el 2006.
Ya fuera del aire Rincón Gallardo me dijo que Manuel Camacho Solís, quien en 1988 era uno de los principales operadores políticos de Carlos Salinas de Gortari, lo había amenazado entonces con encarcelarlo por la labor que hacía para demostrar el fraude cometido contra la candidatura del ingeniero Cárdenas. Una persona más, quien colaboró también con Cárdenas en la campaña de ese año y que participó en la posterior lucha contra el fraude, me confirmó la aseveración de Rincón Gallardo. Yo la publiqué en esta columna el 27 de julio de 2006.

J. Trinidad Pérez y Bulnes

Escribe Armando Fuentes Aguirre alías Catón (Reforma, 16 de abril de 2008):
"Había ingenio y gracia en los señores del porfiriato. Don Francisco Bulnes fue uno de ellos. En cierta ocasión un político quien había ridiculizado en alguno de sus artículos periodísticos se le encaró y le preguntó violentamente:
-¿Es usted el hijo de p... de Francisco Bulnes?
-No, señor -le contestó don Pancho con gran tranquilidad-.
El otro, lleno de confusión, balbuceó una torpe disculpa y se retiró.
-¿Le tuviste miedo? -le preguntó alguien a Bulnes-.
-De ninguna manera -replicó don Francisco-. Pero como me preguntó si yo era hijo de prostituta, y no lo soy, eso le respondí. Si me hubiera preguntado si era yo Francisco Bulnes el escritor, el profesor de Economía, el redactor de "El Imparcial", entonces le habría dicho que sí, que sí era yo".
Hacia 1904, Francisco Bulnes, un destacado intelectual y político del porfiriato, publicó su obra El verdadero Juárez, en la cual se propuso desmitificar la figura del gran estadista mexicano.
José Herrera Peña nos regala el siguiente texto sobre el antijuarista Francisco Bulnes y J. Trinidad Pérez.
EL CIENTÍFICO Y EL POETA/José Herrera Peña
Desde su juventud hasta su muerte, Francisco Bulnes, ingeniero civil y de minas, fue un liberal antijuarista. A los 22 años, en 1869, ya formaba parte de un grupo de jóvenes librepensadores, que dos años más tarde, con Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra y otros aguerridos positivistas, se opuso rabiosamente a la última reelección de Benito Juárez. Durante los treinta años siguientes sería diputado o senador al Congreso de la Unión, siempre liberal, pero siempre antijuarista.
En 1874, a los 27 años de edad, viajó a Japón con la expedición dirigida por el sabio Francisco Díaz Covarrubias para observar el tránsito de Venus por el Sol, lo que permitiría calcular la distancia exacta entre el Sol y la Tierra así como las dimensiones reales del sistema solar. Diez años después, siendo diputado federal, sostuvo con Justo Sierra el reconocimiento de la deuda inglesa, frente a titanes de la palabra como Guillermo Prieto y Salvador Díaz Mirón, que defendieron los intereses de la nación. Aunque estos ganaron el debate en la asamblea parlamentaria, aquellos obtuvieron la mayoría de votos.
En 1898 Estados Unidos hizo la guerra contra España y la ganó, lo que frustró la independencia de Cuba, a la que convirtió en protectorado. Este hecho, que estremeció al mundo y sacudió fuertemente la conciencia nacional de México, consolidó a Estados Unidos como potencia mundial. A partir de este instante y durante los próximos veinte años, Bulnes desarrollaría su obra en ocho títulos, en todos los cuales corren tres ideas fundamentales: su desconfianza en la capacidad y entereza del pueblo mexicano así como en las elecciones democráticas; su repudio, por una parte, a la dictadura personal, y por otra, al sistema parlamentario, y sus esperanzas en la dictadura de partido.
Su primer libro político, al año de que Cuba se convirtiera en protectorado, lo tituló El triste porvenir de las naciones latinoamericanas (1899) en el que plantea que el progreso depende de la raza y ésta de la dieta. Según él, la raza blanca es superior a la asiática y a la indígena, porque aquélla se basa en el trigo, y éstas, en el arroz y en el maíz, respectivamente. A partir de este momento, el indio aparecerá en todas sus obras como un ser degradado y una carga para el país, destinado a desaparecer; el mestizo, como un ser potencialmente dotado para grandes empresas, pero borracho, polígamo y desorganizado, y el blanco, condenado a ser reemplazado por el mestizo en la dirección de los asuntos nacionales.
Según él, el sistema político mexicano es muy dado al canibalismo burocrático; absorbe la mayor parte de los recursos públicos en su beneficio, y tiende a desvirtuar el modelo representativo. Si la clase política se deja seducir por el parlamentarismo, se incrementarán la corrupción y la anarquía. En cambio, si llega a descansar en un gobierno fuerte -dictatorial o autoritario-, garantizará el desarrollo del Estado; pero esa dictadura dura y benevolente a la vez, paternalista pero firme, no debe ser personal sino de partido; es decir, no asumida por Porfirio Díaz sino por el partido “científico”. Por eso David Brading dice irónicamente que Bulnes fue el profeta del PRI.
En 1903, en nombre de la segunda convención nacional liberal, propuso que Porfirio Díaz fuera nuevamente reelecto en la presidencia de la República de 1904 a 1910 -primer periodo sexenal de nuestra historia-, a condición de que estableciera la dictadura de partido; pero su héroe le falló y siguió ejerciendo su propia dictadura.
A partir de entonces, el ingeniero combatió la dictadura personal en todas sus formas y manifestaciones, fuese civil o militar, conservadora o liberal, porque lo irritaban las imbecilidades y una de ellas es “creer posible que la forma de gobierno de un país depende de la voluntad de un hombre”, cuando, según él, “la forma de gobierno depende exclusiva e indeclinablemente de la forma del pueblo”. Por consiguiente, si la inferioridad de la raza y la abyección del pueblo mexicano hacen imposible la democracia en el país, lo que éste necesita es, no un hombre fuerte, sino un gobierno fuerte “que contenga los excesos del peladaje y controle el canibalismo burocrático de las famélicas clases medias”.
En 1903 y 1904 publicó tres obras contra la dictadura personal. La primera es Las grandes mentiras de nuestra historia (la nación y el ejército en las guerras extranjeras), cuyo filo está dirigido contra Antonio López de Santa Anna; la segunda, El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio, y la tercera, Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma, obras críticas –la segunda y la tercera- contra el gran presidente liberal.
En El verdadero Juárez, Bulnes sostiene que éste no concibió la libertad de creencias sino hasta que estuvo en el exilio en Nueva Orleáns; que no quiso expedir las leyes de Reforma sino hasta que Melchor Ocampo, su verdadero inspirador, impuso su voluntad, y que no fue un caudillo impasible durante la guerra de Reforma, sino un hombre errado, injusto, intolerante e irresponsable; errado, porque al ordenar a Santos Degollado marchar a la ciudad de México, provocó la masacre de Tacubaya; injusto, porque al deponer del mando al mismo Degollado -por pedir la intermediación extranjera para dar fin a la guerra-, lo dejó deshonrado; intolerante, porque permaneció en el poder de 1861 a 1865 contra la voluntad de sus amigos, e irresponsable, porque firmó el tratado McLane-Ocampo, que hubiera convertido a México en un protectorado norteamericano. Además, durante la intervención francesa se dedicó a descansar en un poblado del desierto -al borde de la frontera-, mientras otros luchaban en los campos de batalla. Y así sucesivamente.
Los hechos son ciertos, por supuesto, pero están artificiosamente modelados por al criterio político de Bulnes e interpretados para demoler el mito de Juárez. El autor dice que su crítica nada tiene que ver con la de “la mayoría nacional, formada de católicos, inertes los más, que siempre detestaron a Juárez y jamás han creído en su grandeza moral y política como gobernante”; tampoco es la de un hombre del partido liberal, porque dicha agrupación, a su juicio, desapareció en 1867, para convertirse en “una religión de fanáticos dedicada al culto de la personalidad”; su crítica es la de un liberal positivista, es decir, un “científico” que quiere reconstruir el viejo partido liberal o, si se prefiere, fundar uno nuevo; pero en ambos casos, sobre bases “científicas”.
Habrá que aclarar que, en efecto, el liberalismo de la generación anterior a Bulnes –la de Juárez, Ocampo, Mata, Arriaga, Prieto, El Nigromante y otros- estaba fundado en conceptos como pueblo, democracia, derechos del hombre y del ciudadano, sistema federal, entidades federativas soberanas, congreso fuerte y ejecutivo supeditado a la ley. Había ganado el poder gracias a una revolución popular: la de Ayutla; despojado a la jerarquía eclesiástica de sus bienes con apoyo del pueblo, a pesar de que éste era católico, y resistido con éxito a la intervención extranjera.
La generación de Bulnes, en cambio, creía que si se respetaban las decisiones del pueblo, los conservadores y la jerarquía eclesiástica volverían a gobernar. Temía su retorno. Fue una generación que pensaba que la única forma de garantizar el orden y el progreso era retener el poder, aún contra la voluntad del pueblo. Por eso, esta generación abrazó decididamente la dictadura, vulneró los derechos humanos cada vez que estos afectaron la firmeza del régimen, fortaleció el gobierno central, debilitó a las entidades federativas, controló el congreso, limitó la representatividad -a través de la reelección- y fortaleció el poder ejecutivo; en una palabra, le dio la espalda a la Constitución de 1857.
Hay que reconocer que no sólo la generación de Bulnes sino también la siguiente, con inclinaciones socialistas inclusive, esto es, la que tomó las armas para hacer la revolución -salvo Francisco I. Madero y otros pocos-, compartió las mismas ideas del ingeniero, especialmente la de afianzar un gobierno central fuerte. Emilio Rabasa, por ejemplo, escribió La Constitución y la dictadura. Eran las ideas de la época. En muchos países ocurrió lo mismo: las masas reclamaban la dictadura como forma de gobierno, aunque la concibieran en forma distinta, y la establecieron después, a su modo, primero en la Rusia comunista, y luego en la Italia fascista, en la Alemania nazi y en la España franquista.
En México, los “científicos” como Bulnes, esto es, José Ives Limantour, Justo Sierra y otros, y muchos liberales de otros grupos, como el de Bernardo Reyes, apoyaban la dictadura; pero no precisamente la dictadura personal sino la de partido, e incluso hubo algunos, como Emilio Rabasa y Venustiano Carranza, que la concibieron como dictadura institucional, legitimada por la Ley Fundamental. Al final de cuentas, ésta es la que se impondría a partir de 1917, se mantendría vigente todo el siglo XX -con el benevolente nombre de autoritarismo- y todavía está de pie en nuestros días, ya muy deteriorada, por cierto.
Por otra parte, Bulnes no se consideraba un historiador sino un crítico de la historia; pero la verdad es que no era ni una ni otra cosa. Era un político profesional, cuya fuerte personalidad, profunda erudición y fascinante lenguaje –no exento de brutalidad y sensacionalismo-, lo hacía valerse del argumento histórico -de su profundidad y su amplitud-, para criticar las ideas y los sistemas políticos con los que no estaba de acuerdo. Su mirada no estaba puesta en el pasado, como la del historiador o la del crítico de la historia, sino en el futuro, como la del político avisado. No quería esclarecer lo acontecido sino demoler todos los modelos de dictadura personal, los pasados y los presentes, los míticos y los reales.
En su libro Juárez en la revolución de Ayutla y en la Reforma, Bulnes recuerda que durante la guerra de reforma, el pueblo siempre apoyó a los conservadores, no a los liberales; que esto fue así porque dicho pueblo es una masa inmóvil, idiotizada por el alcohol y políticamente indiferente, y que todavía en 1860 Miramón gobernaba en la capital con apoyo de casi todo el país y tenía el reconocimiento diplomático de casi todas las naciones; lo cual, por otra parte, es cierto. Por eso el escritor desconfiaba del pueblo ignorante, indisciplinado y fanático. Era enemigo del voto universal, directo y secreto, porque estaba seguro de que éste le devolvería el poder a los grupos al servicio de la jerarquía eclesiástica. Decía: “Los liberales no debemos desear elecciones libres, mientras no tengamos otro pueblo”. Compartía las ideas de Porfirio Díaz, quien afirmaba que las leyes de reforma eran admirables, pero no propias para este país, y que el pueblo mexicano las odiaba por estar en contra de su religión.
Por lo que se refiere a la Constitución de 1857, fruto jurídico de la revolución de Ayutla, Bulnes pensaba que era el instrumento perfecto de la anarquía, porque se basaba en los derechos del hombre, el sufragio universal y un gobierno débil controlado por el congreso, y porque estaba supeditado además a entidades federativas soberanas. La habían elaborado 154 diputados, de los cuales 108 eran abogados y los demás burócratas y soldados. La prueba de su ineficacia era que al ponerse en vigor, el país había caído en el desorden.
En contraste, el “partido científico”, aunque no estaba en contra de las garantías individuales, consideraba que sólo debían permitirse las que otorgara el Estado, pero hasta el límite de lo conveniente, y postulaba, como se dijo antes, un gobierno central absorbente, entidades federativas subordinadas al gobierno central y un congreso dócil al presidente de la República. Además, no vacilaba en apoyar la práctica del fraude electoral para mantenerse en el poder. En este sentido, pues, Bulnes es el antecesor ideológico del “fraude patriótico”, practicado históricamente por el PRI en el siglo XX y proseguido hoy -a su modo- por sus émulos del PAN.
El caso es que el escritor consideraba que la dictadura de partido era un avance democrático respecto de la dictadura personal, en lo que no dejaba de tener razón, con lo es la partidocracia respecto de un partido hegemónico. Por eso en 1910, notoriamente enfadado porque Porfirio Díaz prolongaba su dictadura individual, publicó La guerra de independencia, Hidalgo-Iturbide, a través de la cual expresó indirectamente su protesta. En esos días, la nave ya estaba haciendo agua por todas partes, sin que el dictador se diera cuenta. Estaba tan viejo, sordo y ciego, que confundía el tronido de los balazos con los fuegos pirotécnicos del centenario. En esta obra, Bulnes cita a Carlos Marx y sus etapas económicas asiática, romana, feudal y burguesa, en donde la transición de una a otra está marcada por la violencia, la anarquía y la dictadura. Pero el rasgo más inquietante de su obra es su insistencia en predecir la inevitabilidad de una nueva revolución armada. Tan inevitable, que un pacífico y vegetariano tocador de la flauta como Francisco I. Madero -demócrata y partidario del sistema parlamentario- estaba en tratos con los anarquistas de Flores Magón para desatar la violencia armada, expropiar fábricas, minas y haciendas, y tomar el poder.
Sin embargo, a juicio de Bulnes, el peligro no estaba en las masas inmóviles, porque éstas no se levantan por ideas, ni por nada; ni siquiera por hambre, ya que “cuando no tienen que comer, beben, y cuando no tienen que beber, mueren sin ruido y sin epitafio”. El peligro estaba en el canibalismo burocrático y en las famélicas clases medias, que se levantan “cuando la industria entra en crisis y el erario público cae en bancarrota”. Y hay que tener cuidado, porque son éstas las que arrastran a las demás.
Casi todos los libros que escribió el diputado federal causaron sensación. Habrá que reconocer que en aquella época había diputados que sabían no sólo leer sino también escribir. Pero su obra más audaz fue El verdadero Juárez, que escandalizó hasta a los que compartían sus ideas. Desde el momento de su publicación en 1904 surgieron los rechazos, las protestas y las reclamaciones de todo tipo, que se prolongaron por más de veinte años. Los primeros que se deslindaron de sus afirmaciones fueron sus amigos. A las pocas semanas de publicarse el libro, aparecieron quince resonantes refutaciones; tres al año siguiente, y así sucesivamente.
Uno de sus impugnadores más inesperados fue el periodista y poeta michoacano José Trinidad Pérez, que publicó inmediatamente el libro Bulnes a espaldas de Juárez, Talleres de la Escuela Técnica Militar Porfirio Díaz, Morelia, 1905, es decir, en los momentos mismos en que la tormentosa polémica estaba desatada.
El doctor Moisés Guzmán Pérez nos recuerda que Trinidad Pérez nació en Morelia; que estudió en el Colegio de San Nicolás y que fue poeta, dramaturgo y periodista. Siete años menor que Bulnes, no fue senador, ni diputado federal o local, sino un modesto regidor y un juez suplente de Morelia, secretario de la prefectura de Apatzingán y maestro de primaria en Zitácuaro; pero siempre prefirió el periodismo a la burocracia, oficio que desempeñó también en las ciudades de Guanajuato y Salamanca.
No era del partido “científico” sino masón. Tampoco era antijuarista ni porfirista crítico sino juarista, lerdista y porfirista declarado. Así, pues, era uno de los “fanáticos de la religión liberal -en términos de Bulnes- que rendía culto a la personalidad".
Al leer El Verdadero Juárez, el poeta se indignó y lo refutó con su propio libro. Si apasionado había sido Bulnes para ejercer su demoledora crítica contra el benemérito, no menos lo fue Trinidad Pérez para despojar a dicha crítica de su carga explosiva. Si aquél atacó al héroe sin piedad, éste criticó al crítico sin compasión. Si el primero sujetó sus argumentos históricos a sus intereses políticos -aunque torturara los hechos-, el segundo -con base en los hechos- analizó los argumentos con rigor lógico y puso en evidencia sus incongruencias, inexactitudes y contradicciones. El “científico” estaba obsesionado con el poder, aunque dijera que buscaba la verdad. El poeta, en cambio, alcanzó la verdad, aunque no le importara el poder. Tal es el valor de su obra.
Trinidad Pérez falleció en 1905, a los pocos días de ver publicado su libro, a los 51 años de edad. Bulnes lo sobreviviría veinte años y moriría en 1924, a los 77.
A pesar de que no suele ser citado por los investigadores, el libro de Trinidad Pérez es valioso y no menos raro; valioso, porque esclarece los hechos y los ubica adecuadamente en su contexto histórico, y raro, porque no se le encuentra ni en las librerías de viejo. Pasado un siglo, sólo se conserva un ejemplar de Bulnes a espaldas de Juárez en la biblioteca del Colegio de San Nicolás; uno en la de René Avilés, en México, y uno en la del doctor Gerardo Sánchez Díaz, en Morelia.
Conservan también un ejemplar la biblioteca del Congreso de Washington, la Pública de Nueva York y las de las universidades de Harvard, Illinois, Tulane, Texas en Austin, Arizona, Nuevo México, y Berkley en California; las de otras nueve universidades de Estados Unidos, y la Biblioteca Nacional de Australia.
Siendo una obra rara y valiosa, es un acierto que el Instituto de Investigaciones Históricas de la UMSNH la haya reeditado en facsímil en diciembre de 2006, enriquecida con la investigación biográfica y biblio-hemerográfica del doctor Moisés Guzmán Pérez; acierto que, por supuesto, ha sido altamente apreciado por los estudiosos de la materia. Felicitaciones a los realizadores del proyecto.
Morelia, Mich., septiembre de 2008.

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