“Ser bueno, ¿quién no lo desearía? Pero sobre este
triste planeta, los medios son restringidos. El hombre es brutal y pequeño.
¿Quién no querría, por ejemplo, ser honesto? Pero ¿se dan las circunstancias?
¡No! ellas no se dan aquí”. Estas acertadas palabras de Bertolt Brecht deberían
hacer despertar a quienes en forma silente, y por tanto cómplice, asisten a la
escenificación de la caída de los valores, la justificación de la mentira, la
negación de la honestidad política y la desaparición de la decencia en el
quehacer público en España.
Tengo que reconocer que cada vez me cuesta más
comprender la indiferencia de un gran número de españoles y españolas que
aceptan estoicamente, o bien jalean y justifican, los escándalos de corrupción
y latrocinio de los servidores públicos como si fuera algo normal que forma
parte de nuestra cotidianeidad. Hasta tal punto ha llegado ese pasotismo, que
ese contingente, alarmantemente alto, acepta, sin remordimiento, las burdas
defensas mediáticas y políticas de quienes están en entredicho por su
inapropiada actuación, que incluso podría ser delictiva, y no se inmuta cuando
un jefe de Gobierno, duramente cuestionado, se limita, hasta ahora, como único
argumento ante las graves acusaciones de corrupción en su contra, a anunciar una
comparecencia 20 días después de la ratificación judicial del escándalo, y a
conceder una entrevista pactada en la que justifica su silencio ominoso con una
lacónica apelación al respeto al Estado de derecho que no limpia una conducta
que apesta por su falta de transparencia y que alarma a la ciudadanía, ante las
revelaciones de quien hasta hace poco era uno de sus fieles escuderos.