Comunicado del Comando Popular Revolucionario "La Patria es Primero"
A LA MEMORIA DE LOS CAÍDOS AQUEL 18 DE MAYO DE 1967.
Al pueblo de México
Al pueblo de Guerrero
A las organizaciones revolucionarias y democráticas del país.
I
Caminábamos la noche por algunos lugares de nuestras montañas, escuchábamos los sonidos que salían de los animales que acompañan nuestros pasos, el viento calaba hondo y nuestros cuerpos buscaban un poco de calor en el fogón que rodeábamos los compañeros de guardia, mirábamos las estrellas que iluminaban un poco la oscuridad y pensábamos que ya era hora de decirles nuevamente algo nacido de nuestro pensamiento y nuestros corazones. Estábamos algo apurados porque ya llevábamos un rato largo callados y –pensaran algunos– parecía que solo mirábamos pasar las horas, los días y los meses de este año 2007.
Ese estar callados mirando cómo se deshace nuestra patria en las manos de los gobiernos que dicen dirigirla nos puso a reflexionar y sacamos la siguiente conclusión: ni los gobiernos del PRI, ni los del PAN, ni los del PRD pueden con el país, les queda bastante grande, tal vez su ambición de poder sea mas grande, porque organizan su política para seguir ocupando los puestos que les mantengan viviendo del erario público y con el poder en sus manos , mientras nuestro pueblo vive las consecuencias de esta política neoliberal y fascista que galopa por estas tierras del sur y a cada paso que da se hacen mas pobres y miserables los pobres y cada vez son más los pobres . Y los ricos se hacen más y más ricos, y cada vez son menos los ricos muy ricos. Arriba, unos cuantos ricos, muy ricos, saquean al país y el gobierno neoliberal fascista, neoliberal y entreguista con el imperialismo de los Estados Unidos que representa Felipe Calderón, se encarga de acomodar todo para que unos cuantos riquísimos se lleven las ganancias que produce nuestro pueblo trabajador del campo y la ciudad. Por su parte, Televisa y Televisión azteca y los medios impresos y de radio de los diferentes estados se encargan de decir y decir mentiras a nuestro pueblo para que crea que el gobierno y los poquísimos millonarios son los que sacaran de la pobreza y la ignorancia, del hambre y las enfermedades, y ahora más, de la guerra entre los diferentes grupos de narcotraficantes –unos en el gobierno y otros fuera de él– que se disputan los mercados de consumo de drogas.
El gobierno de Calderón, salido de las filas del PAN y de un gran fraude electoral que lo muestra como un gran usurpador –el Usurpador Felipe Calderón–, nos quiere hacer creer que el “Crimen Organizado” es el enemigo al que hay que combatir militar y policiacamente, cuando sabe perfectamente que ese asunto es de naturaleza económica y política; nos quiere hacer creer que sacando al ejército a las calles se acabará el “Crimen Organizado”, pero no nos dice qué grupos son los que conforman el “Crimen Organizado”, tampoco nos dice que unos han pactado con el gobierno del PAN, desde Vicente Fox, y que por ello se enfrenta a los grupos con los cuales no han pactado para favorecer a sus grupos; no nos dice que se ataca el asunto del mercado de las drogas, por eso en las ciudades donde se vende es donde se enfrentan y realizan ajustes de cuentas, pero no se ataca el traslado de las mismas ni los lugares donde se produce y procesa. Luego se mandan mensajes entre ellos y algunos se dicen ejecutores de acciones que jamás pudieron hacer porque su política es muy diferente a la de las organizaciones revolucionarias, como la nuestra, que desde siempre ha reivindicado sus actos en función de su responsabilidad ética, política y militar.
José Rubén Robles Catalán fue sentenciado a muerte por nuestra estructura revolucionaria porque participó como mando de la “Masacre de Aguas Blancas”, crimen de lessa humanidad contra nuestro pueblo. Nuestro Comando Popular Revolucionario “La Patria es Primero” lo ajustició, y no por error, y que no crean los otros responsables de la masacre de Aguas Blancas que hemos olvidado su mísero papel en los asesinatos de nuestros hermanos de clase; que no piensen que ya olvidamos su sentencia. La justicia llegará en su momento y lugar oportunos.
En su momento lo dijimos –7 de julio del 2005–, y aquí lo reiteramos: El Comando Popular Revolucionario “LA PATRIA ES PRIMERO” (CRP–LPEP) juzgó y condenó a la pena máxima a los responsables intelectuales de la masacre de Aguas Blancas, con base en un código penal revolucionario. Juzgó y condenó a Rubén Figueroa Alcocer, exgobernador del estado de Guerrero, a José Rubén Robles Catalán, ex Secretario General de Gobierno, a Antonio Alcocer Salazar, ex Procurador General de Justicia , a Gustavo Olea Godoy, Director de la Policía Judicial y a Héctor Vicario Castrejón, actual operador del figueroísmo.
El Sr. José Rubén Robles Catalán fue pasado por las armas y aún está pendiente la ejecución de las condenas restantes, a reserva –como lo señalamos en su oportunidad– de que un eventual Gobierno Democrático, legítima y democráticamente electo y constituido, decida atraer, juzgar y condenar –con base en una nueva ley de leyes– a los demás responsables de la masacre de Aguas Blancas; quienes, en tanto, siguen siendo considerados por las unidades militares regionales de nuestra estructura revolucionaria, como sujetos en los que habrá de recaer –tarde o temprano– la acción de la justicia revolucionaria”
Que quede claro: Ni el BIR, ni ninguna otra organización diferente a la nuestra realizó tal acción; fue determinada, ejecutada y evaluada por nuestro Comando Popular Revolucionario la Patria es Primero y por nuestra Tendencia Democrática Revolucionaria–Ejército del Pueblo.
II
Hemos reflexionado por las noches y sacamos conclusiones: Lo mismo que se ve diariamente en Michoacán, puede verse en el Estado de México, también en Monterrey, en Sinaloa, Baja California, Veracruz y, más aún, en nuestro querido Estado de Guerrero.
Vemos que los soldados, los AFI´s y las policías regionales toman las calles de todos estos lugares que mencionamos y otros más, vemos que el mismo Ejercito y las diversas corporaciones policíacas federales y regionales se encargan de administrar el país, de violar los derechos humanos de la población, de violar las garantías individuales consagradas en nuestra Constitución Política, de violar a mujeres sean estas mayores de edad o jovencitas, incluso ancianas, de fascistizar la vida nacional, de atacar a los movimientos revolucionarios y democráticos y de judicializar y militarizar los problemas sociales y políticos del país
Vemos como en Oaxaca, Michoacán, Estado de México, Yucatán, Quintana Roo, Guadalajara se reprime y como se encarcela a los lideres sociales.
Vemos como los luchadores sociales son convertidos en presos políticos, con sentencias infamantes de cadena perpetua, mientras a los criminales mayores les imponen penas irrisorias.
Vemos con asombro como mueren diariamente, en México, en ajustes de cuentas, casi el cuarenta por ciento de los que mueren en Irak por los ataques de la resistencia a los invasores y a los traidores del interior.
Vemos como se les deshace el país en sus manos y no dejamos de ver como se deshace en las manos de Zeferino Torreblanca Galindo y su séquito de funcionarios y aduladores el Estado de Guerrero.
La violenta lucha por los espacios de narcomenudeo, venta y consumo de drogas, la durísima lucha que implica ajustes de cuentas y castigos ejemplares, decapitaciones, tiros de gracia, videos, levantones, retenes anticonstitucionales de todas las bandas, incluyendo la del ejército, el miedo, la zozobra y la inseguridad, etc., ocupan las principales páginas de los diarios en todo el país.
Zeferino Torreblanca –el “señor Z” para su grupo mas cercano según refiere el semanario eme equis– mientras tanto, en una pasarela de campaña política, mas que de un informe de gobierno, se auto promueve para sus aspiraciones cuando deje de ser gobernador.
Mientras en Acapulco vive, despacha y se oculta el “señor Z”, la explotación de menores en la minera Luismin no cesa, se trata de imponer a toda costa su proyecto oculto de campaña: El megaproyecto la Parota; la prostitución y trafico de jovencitas y menores de edad para la vida nocturna de Acapulco y las grandes ciudades crece y crece, mueren niños por infecciones de Rotavirus, se tienen menos de 100 días de clase en las escuelas cuando el calendario señala 200, la corrupción es la vida diaria en las diferentes oficinas de gobierno; el campo deja de ser una opción para los campesinos que deben emigrar a los Estados Unidos o a otras ciudades del país para conseguir trabajo; diariamente hay marchas de diferentes organizaciones exigiendo satisfacción a sus demandas; se matan entre los mismos miembros del PAN; el alcalde del puerto de Acapulco, Félix Salgado Macedonio, demanda que cese el desprecio a sus propuestas de trabajo; el Secretario de Gobierno, Armando Chavarria, trata de evitar quemarse para sus aspiraciones políticas futuras; el Secretario de Educación, José Luís Gonzáles de la Vega, hace lo suyo para alcanzar futuros huesos de trampolín, el Secretario de Salud permanece oculto, tanto que ni su nombre aparece en los medios ni en las comunidades; y la Procuraduría trata de hacer como que hace para enfrentar un problema que ya no pueden resolver.
Mientras en Acapulco vive, despacha y se oculta el “Señor Z”, preparándose para un futuro mejor, mientras pasa todo lo que dijimos, el “Señor Z” trata de mantener una buena relación con el usurpador y el estado se le deshace en las manos.
III
Estamos atentos a lo que pasa en Guerrero, no estamos dormidos ni distraídos, estamos con las armas en la mano alumbrados y cada vez más fortalecidos por la memoria de nuestros mártires y por el fuego de la resistencia y la rebeldía popular, así como por el pensamiento político del Profesor Lucio Cabañas Barrientos y el surgimiento del Partido de los Pobres y de su Brigada Campesina de Ajusticiamiento.
¡¡CONTRA EL NEOLIBERALISMO, EL PODER POPULAR!!
¡¡POR EL SOCIALISMO: VIVIR, LUCHAR, VENCER!!
¡¡SER PUEBLO, HACER PUEBLO, ESTAR CON EL PUEBLO!!
COMANDO POPULAR REVOLUCIONARIO LA PATRIA ES PRIMERO
CPR–LPEP
TENDENCIA DEMOCRÁTICA REVOLUCIONARIA–EJÉRCITO DEL PUEBLO
TDR–EP
Fuente: Cedema
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
19 may 2007
Medio Oriente
Difícil futuro/Mariano Aguirre
Tomado de EL CORREO DIGITAL, 19/05/2007;
Enfrentamientos armados entre grupos de Fatah y Hamás en la Franja de Gaza, declive del Gobierno israelí, ataques de Hamás con misiles sobre ciudades de Israel y el proceso negociador sobre un futuro Estado palestino, cada vez más lejano. La situación en Israel, los Territorios Ocupados de Palestina y Gaza es volátil, con gobiernos débiles en Ramalla y Tel Aviv, incapaces de afrontar los múltiples escenarios difíciles a los que se enfrentan.
Pese al Ejecutivo de unidad entre Fatah y Hamás negociado hace dos semanas, y a varios altos el fuego, la violencia entre los dos grupos no ha cesado en Gaza. Fatah es el movimiento que lideraba Yasser Arafat y que controló el Gobierno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) desde la década pasada. Hamás es el movimiento político-religioso islamista que ha ganado posiciones hasta obtener la mayoría parlamentaria en la Asamblea Palestina en enero de 2006. Ambos grupos luchan por el poder de un Estado inexistente, en un territorio sobre-poblado y ecológicamente agotado.
Hamás interpreta que Fatah, y en particular el presidente de la ANP, Mahmud Abbas, ha hecho suficientes concesiones a Israel y Estados Unidos sin conseguir nada. A la vez, sus militantes se sienten fuertes y con apoyo entre una población que está harta de humillaciones por parte de Tel Aviv y que ha rechazado la mala gestión y corrupción de Fatah. A largo plazo, el proyecto de Hamás es construir un Estado islámico, algo que denuncian diversos políticos e intelectuales palestinos. La diputada Hanan Ashrawi, por ejemplo, considera que es un error de Washington y la Unión Europea haber boicoteado al Gobierno palestino cuando triunfó Hamás, pero, a la vez, es muy crítica con el proyecto de sociedad islamista, antisecular y represiva que este grupo quiere imponer. Algunos ciudadanos de Gaza empiezan a pensar, incluso, que sería mejor que hubiese una intervención de Israel, cuyos ciudadanos y fuerzas se marcharon de ese territorio en 2005, como forma de parar la guerra al unir de nuevo a las facciones palestinas frente a un enemigo común.
Mientras que en Gaza no hay gobierno, en Cisjordania (el denominado West Bank) Fatah es todavía fuerte y el Ejecutivo de Abbas tiene cierta influencia, pero hay escasez de recursos, una Administración débil y el temor a que Fatah podría trasladar la guerra de Gaza hasta allí. Paradójicamente, la presencia de Israel previene en parte la influencia de Hamás. Algunos analistas palestinos consideran que si el Gobierno de la Autoridad Palestina colapsa -un supuesto que consideran posible- habría que pensar en una fuerza internacional de paz que controlara la violencia entre las partes. Pero Israel rechaza totalmente la presencia de cascos azules, y Estados Unidos le apoyará.
Por el lado israelí, el Gobierno de Ehud Olmert, del Partido Kadima, sufre una gran debilidad por corrupción y por el fracaso en Gaza y Líbano. La oposición, y parte de los propios miembros de su partido, le critican que la retirada de Gaza no haya traído más seguridad a Israel y que la guerra en Líbano el pasado verano se hiciera, como indica el reciente informe Winograd, de forma improvisada. El resultado: numerosas bajas israelíes, mientras que las ciudades del norte del país no fueron protegidas, el soldado secuestrado en Gaza sigue sin aparecer y el grupo Hezbolá no fue desplazado del sur de Líbano.
En la región se dice que si Israel es débil no puede lograr un acuerdo de paz, pero que si es fuerte no tendrá interés en alcanzarlo. «En realidad -afirma el abogado israelí Daniel Seidemann, especializado en defender a palestinos expulsados de sus tierras en Jerusalén-, estamos ante tres gobiernos que no funcionan: el israelí, el palestino, y el de Estados Unidos». Sin embargo, cree que hay un deseo en las poblaciones de Israel y Palestina (dos tercios en cada una, según las encuestas) de alcanzar algún tipo de paz y que la solución ya está preparada.
Esa solución se basaría en múltiples resoluciones de la ONU, en las propuestas que hizo el ex presidente Bill Clinton, en las que dibujó la Iniciativa de Ginebra y en la de Arabia Saudí: Israel debe retirarse de Cisjordania y desmantelar casi todos los asentamientos, la Autoridad Palestina podría ceder territorio en el caso de algunos enclaves, Israel debe permitir que se declare un Estado palestino, los palestinos tienen que asegurar que no habrá ataques sobre territorio israelí, los refugiados palestinos (generados desde los años 40) podrán volver o ser indemnizados en los países donde se encuentran, y las naciones árabes iniciarían relaciones diplomáticas con Tel Aviv. Y una fuerza internacional podría garantizar este escenario durante una o dos décadas.
Pero la paz no es vista de este modo por todo el mundo. Hamás, por ejemplo, indica que quiere acabar con el Estado de Israel, aunque algunos analistas coinciden en que detrás de la retórica hay voluntad de pactar. En Israel muchos temen que después de que se declare el Estado palestino, Hamás continuaría su guerra. Por otro lado, hay sectores judíos que todavía sueñan con que los palestinos se marchen hacia el Este y formen una confederación con Jordania, algo que no es contemplado, y es temido, en Amán.
En Israel hay una fuerte percepción de que la paz sólo se logra terminando de construir el muro (o ‘barrera de protección’, como se le llama en Israel) que a lo largo de 750 kilómetros rodeará Cisjordania y que sólo permite pasar hacia Israel a los palestinos que tengan autorización por los ‘check-points’ abiertos algunas horas al día. La paz sería, con o sin Estado palestino, la total separación. De hecho, al mandar construir el muro, el ex primer ministro Ariel Sharon intentó, unilateralmente, definir la futura frontera entre Israel y un Estado palestino o entre su país y una serie de territorios desconectados entre sí, administrados por la Autoridad Palestina pero controlados militarmente por los israelíes.
En Oriente Próximo hay una opinión muy extendida sobre que esta situación debe solucionarse en los próximos meses. De otra forma, habrá que esperar dos años a que haya elecciones en Estados Unidos, y sin seguridad que después vaya a pasar algo. Arabia Saudí, Egipto y Jordania están presionando para que haya una negociación, pero el Gobierno israelí indica que no existe una oferta seria y que no hay con quién negociar en Palestina. EE UU está inmovilizado y el rumor de que la secretaria de Estado, Condolleeza Rice, estaría presionando para que se alcance un acuerdo no parece fundado.
El muro, los ‘check-points’, el cierre de ciudades, las restricciones para que los palestinos puedan trabajar y el bloqueo por parte de Israel de los impuestos que este país recauda y debe transferir a la ANP están haciendo imposible la vida de los palestinos. Más aún si Fatah y Hamás se matan entre ellos. Si por el lado israelí no hay propuestas positivas, el futuro puede ser lo mismo, pero peor: más asentamientos, más represión, más asesinatos selectivos de líderes de Hamás, más pobreza y más enfrentamientos, y posiblemente un regreso a los atentados suicidas.
Tomado de EL CORREO DIGITAL, 19/05/2007;
Enfrentamientos armados entre grupos de Fatah y Hamás en la Franja de Gaza, declive del Gobierno israelí, ataques de Hamás con misiles sobre ciudades de Israel y el proceso negociador sobre un futuro Estado palestino, cada vez más lejano. La situación en Israel, los Territorios Ocupados de Palestina y Gaza es volátil, con gobiernos débiles en Ramalla y Tel Aviv, incapaces de afrontar los múltiples escenarios difíciles a los que se enfrentan.
Pese al Ejecutivo de unidad entre Fatah y Hamás negociado hace dos semanas, y a varios altos el fuego, la violencia entre los dos grupos no ha cesado en Gaza. Fatah es el movimiento que lideraba Yasser Arafat y que controló el Gobierno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) desde la década pasada. Hamás es el movimiento político-religioso islamista que ha ganado posiciones hasta obtener la mayoría parlamentaria en la Asamblea Palestina en enero de 2006. Ambos grupos luchan por el poder de un Estado inexistente, en un territorio sobre-poblado y ecológicamente agotado.
Hamás interpreta que Fatah, y en particular el presidente de la ANP, Mahmud Abbas, ha hecho suficientes concesiones a Israel y Estados Unidos sin conseguir nada. A la vez, sus militantes se sienten fuertes y con apoyo entre una población que está harta de humillaciones por parte de Tel Aviv y que ha rechazado la mala gestión y corrupción de Fatah. A largo plazo, el proyecto de Hamás es construir un Estado islámico, algo que denuncian diversos políticos e intelectuales palestinos. La diputada Hanan Ashrawi, por ejemplo, considera que es un error de Washington y la Unión Europea haber boicoteado al Gobierno palestino cuando triunfó Hamás, pero, a la vez, es muy crítica con el proyecto de sociedad islamista, antisecular y represiva que este grupo quiere imponer. Algunos ciudadanos de Gaza empiezan a pensar, incluso, que sería mejor que hubiese una intervención de Israel, cuyos ciudadanos y fuerzas se marcharon de ese territorio en 2005, como forma de parar la guerra al unir de nuevo a las facciones palestinas frente a un enemigo común.
Mientras que en Gaza no hay gobierno, en Cisjordania (el denominado West Bank) Fatah es todavía fuerte y el Ejecutivo de Abbas tiene cierta influencia, pero hay escasez de recursos, una Administración débil y el temor a que Fatah podría trasladar la guerra de Gaza hasta allí. Paradójicamente, la presencia de Israel previene en parte la influencia de Hamás. Algunos analistas palestinos consideran que si el Gobierno de la Autoridad Palestina colapsa -un supuesto que consideran posible- habría que pensar en una fuerza internacional de paz que controlara la violencia entre las partes. Pero Israel rechaza totalmente la presencia de cascos azules, y Estados Unidos le apoyará.
Por el lado israelí, el Gobierno de Ehud Olmert, del Partido Kadima, sufre una gran debilidad por corrupción y por el fracaso en Gaza y Líbano. La oposición, y parte de los propios miembros de su partido, le critican que la retirada de Gaza no haya traído más seguridad a Israel y que la guerra en Líbano el pasado verano se hiciera, como indica el reciente informe Winograd, de forma improvisada. El resultado: numerosas bajas israelíes, mientras que las ciudades del norte del país no fueron protegidas, el soldado secuestrado en Gaza sigue sin aparecer y el grupo Hezbolá no fue desplazado del sur de Líbano.
En la región se dice que si Israel es débil no puede lograr un acuerdo de paz, pero que si es fuerte no tendrá interés en alcanzarlo. «En realidad -afirma el abogado israelí Daniel Seidemann, especializado en defender a palestinos expulsados de sus tierras en Jerusalén-, estamos ante tres gobiernos que no funcionan: el israelí, el palestino, y el de Estados Unidos». Sin embargo, cree que hay un deseo en las poblaciones de Israel y Palestina (dos tercios en cada una, según las encuestas) de alcanzar algún tipo de paz y que la solución ya está preparada.
Esa solución se basaría en múltiples resoluciones de la ONU, en las propuestas que hizo el ex presidente Bill Clinton, en las que dibujó la Iniciativa de Ginebra y en la de Arabia Saudí: Israel debe retirarse de Cisjordania y desmantelar casi todos los asentamientos, la Autoridad Palestina podría ceder territorio en el caso de algunos enclaves, Israel debe permitir que se declare un Estado palestino, los palestinos tienen que asegurar que no habrá ataques sobre territorio israelí, los refugiados palestinos (generados desde los años 40) podrán volver o ser indemnizados en los países donde se encuentran, y las naciones árabes iniciarían relaciones diplomáticas con Tel Aviv. Y una fuerza internacional podría garantizar este escenario durante una o dos décadas.
Pero la paz no es vista de este modo por todo el mundo. Hamás, por ejemplo, indica que quiere acabar con el Estado de Israel, aunque algunos analistas coinciden en que detrás de la retórica hay voluntad de pactar. En Israel muchos temen que después de que se declare el Estado palestino, Hamás continuaría su guerra. Por otro lado, hay sectores judíos que todavía sueñan con que los palestinos se marchen hacia el Este y formen una confederación con Jordania, algo que no es contemplado, y es temido, en Amán.
En Israel hay una fuerte percepción de que la paz sólo se logra terminando de construir el muro (o ‘barrera de protección’, como se le llama en Israel) que a lo largo de 750 kilómetros rodeará Cisjordania y que sólo permite pasar hacia Israel a los palestinos que tengan autorización por los ‘check-points’ abiertos algunas horas al día. La paz sería, con o sin Estado palestino, la total separación. De hecho, al mandar construir el muro, el ex primer ministro Ariel Sharon intentó, unilateralmente, definir la futura frontera entre Israel y un Estado palestino o entre su país y una serie de territorios desconectados entre sí, administrados por la Autoridad Palestina pero controlados militarmente por los israelíes.
En Oriente Próximo hay una opinión muy extendida sobre que esta situación debe solucionarse en los próximos meses. De otra forma, habrá que esperar dos años a que haya elecciones en Estados Unidos, y sin seguridad que después vaya a pasar algo. Arabia Saudí, Egipto y Jordania están presionando para que haya una negociación, pero el Gobierno israelí indica que no existe una oferta seria y que no hay con quién negociar en Palestina. EE UU está inmovilizado y el rumor de que la secretaria de Estado, Condolleeza Rice, estaría presionando para que se alcance un acuerdo no parece fundado.
El muro, los ‘check-points’, el cierre de ciudades, las restricciones para que los palestinos puedan trabajar y el bloqueo por parte de Israel de los impuestos que este país recauda y debe transferir a la ANP están haciendo imposible la vida de los palestinos. Más aún si Fatah y Hamás se matan entre ellos. Si por el lado israelí no hay propuestas positivas, el futuro puede ser lo mismo, pero peor: más asentamientos, más represión, más asesinatos selectivos de líderes de Hamás, más pobreza y más enfrentamientos, y posiblemente un regreso a los atentados suicidas.
Virginia Tech
Wanted President!/Pedro González-Trevijano, rector de la Universidad Rey Juan Carlos
Tomado de ABC, 19/05/2007;
He dejado pasar un tiempo, antes de desbrozar estas reflexiones sobre la matanza en el Virginia Tech, situada en la ciudad de Blacksburg, en la que eran asesinados treinta y dos estudiantes, y se hería a otros veintinueve. La escena debió de ser dantesca. Alumnos que saltaban por las ventanas, se arrastraban por el suelo, improvisaban barricadas o se hacían los muertos, mientras un profesor -superviviente de los horrores del Holocausto-, perdía la vida, al tratar de bloquear las puertas. Y lo he hecho de forma premeditada, pues deseaba asegurarme de si mi primigenio análisis seguía pareciéndome correcto. Pues bien, mi criterio no ha variado; lo más, la presencia de las oportunas posteriores matizaciones.
¿Cómo se puede explicar lo acontecido en el campus universitario de un país ejemplar en tantos y tantos ámbitos: en lo económico, en el mecenazgo, en la investigación, en lo cultural y, por supuesto, en lo universitario? ¿Cómo es conciliable la elogiable sensibilidad ciudadana y política para impulsar la creación y el apoyo a algunas de las universidades de indiscutible referencia internacional -sirvan los ejemplos de Harvard, Yale o Stanford-, mientras no se pone coto al uso indiscriminado de las armas? ¿Cómo se puede comprender que una nación sea capaz de acoger en sus universidades a los más aventajados representantes del conocimiento -desde el físico Albert Einstein al jurista Hans Kelsen- y sufrir simultáneamente semejante lacra?
Hay un principal responsable: la desafortunada presencia de las armas en la vida americana. Recuerden los magnicidios de Abraham Lincoln (1865), James Abram Garfield (1881), William MacKinley (1901) y John F. Kennedy (1963), sin contar los complots e intentos frustrados contra los presidentes Andrew Jackson (1835), Theodore Roosevelt (1912), Franklin Delano Roosevelt (1933), Harry S. Truman (1950), Richard Nixon (1974), Gerald Ford (1975), Jimmy Carter (1979), Ronald Reagan (1981) y Bill Clinton (1994); o los asesinatos del senador Bob Kennedy y el reverendo Martin Luther King (1968). Así que las cosas no son diferentes, por inconcebible que parezca, en la universidad, lugar referencial del saber y la tolerancia.
Un horror con demasiados antecedentes: la muerte de dieciséis personas en la Universidad de Texas en 1966; el asesinato de cinco niños en el patio de una escuela en Stockton (California) en 1989; la muerte de un profesor y tres alumnos en un colegio de secundaria en Olivehurst (California) en 1992; el asesinato de tres estudiantes en Kentucky y de una pareja en un colegio de Mississipi en 1997; la muerte en una escuela de Jonesboro (Arkansas), donde dos niños, ¡de once y trece años!, mataban a otros cuatro compañeros y a una profesora en 1998; el sangriento episodio en el Instituto Columbine, en Littleton (Denver), en el que dos alumnos acribillaban a un profesor y a doce compañeros en 1999; el crimen de tres personas en la Facultad de Derecho de los Apalaches de Virginia y de otras tres en la Universidad de Tucson en 2002; el tiroteo por un alumno de seis compañeros y una profesora en la reserva de Red Lake (Minnesota) en 2005; y las muertes en una escuela de Nickel Mines (Pensilvania), donde un hombre mataba a seis personas en 2006. Lo peor: que tales actos ya no sorprenden, mientras son cada vez más sangrientos, a causa de armas más mortíferas y de sencillo acceso.Entre tanto, la Asociación Nacional del Rifle (NRA), con cuatro millones de miembros, sigue imponiendo su poderoso lobby en un país con doscientos millones de armas, y en el que sesenta y seis millones de personas (un veintidós por ciento de su población) las porta generalizadamente. Su organización, trabajo y sus elevadas donaciones a favor de la causa explican su pujanza. La mejor prueba de lo dicho, la celebración, ¡un día después de la matanza!, de una feria en el American Center de San Louis, con la celebración de seminarios, tan ejemplares, como los dos siguientes: «Rechaza ser una víctima» o «Dispara por diversión y para potenciar aptitudes», y actos paralelos tan edificantes como la firma por el gobernador de Missouri de una ley que garantiza la no confiscación de las armas incluso en casos de emergencia nacional. Y qué decirles de la Asociación de Propietarios de Armas de América, que han declarado que la matanza no se habría producido de haber portado armas los profesores y alumnos. Sin comentarios.
La respuesta política no puede ser la timorata contestación del Presidente Bush: «Este es un día de tristeza para la Nación entera». Ni la de su apesadumbrado rector: «Una tragedia de proporciones monumentales». Se requiere mucho más. Se necesita encontrar un Presidente, con talla de estadista, que ponga fin a esta enloquecida carrera. Así que ya saben, Wanted President Reward…! Esta gran Nación ha tenido destacadísimos hombres de Estado, que ligaron sus políticas a hacer más grande su país: su bondadoso y omnipresente fundador, George Washington; el tenaz Abraham Lincoln, con su defensa a ultranza de la Unión; el presidente Woodrow Wilson, que auspició la entrada de Estados Unidos en la I Guerra Mundial; el emprendedor Franklin D. Roosevelt y su política del New Deal; el presidente Harry S. Truman y la ayuda del plan Marshall en la Europa de la postguerra; o la ilusión colectiva despertada por el Presidente Kennedy.
Es verdad que tales obras son conductas de perturbados mentales, pero también que dichas acciones reflejan una enfermedad que encuentra adecuado desarrollo en un contexto favorable y multiplicador por la facilidad de medios para hacerlas posible. Y en ello desempeña un papel muy nocivo la permisiva legislación sobre compra y tenencia de armas. Un país donde quien carezca de antecedentes penales puede obtener casi cualquier clase de armas: desde una simple pistola o revólver, hasta un rifle de alto rendimiento o una ametralladora capaz de disparar cientos de proyectiles por minuto. No es suficiente pues con una drástica restricción en la concesión de las licencias, sino que hay que dar el paso definitivo: la proscripción de las armas y la eliminación de un vestigio anacrónico -todavía no existía ni el Ejército federal ni la Guardia nacional- que hoy no tiene nada que ver con la proyección del derecho a la libertad de sus primeros pioneros. Ni tampoco vale la argumentación de que tales conductas son la inevitable explicitación de la «grandeza y servidumbre de su educación», ni consustanciales a la «cultura de la frontera» y al american way of life.
No basta así con cambiar las específicas normativas de los Estados, sino que es perentoria una reforma constitucional que derogue la enmienda segunda de la Constitución de 1787, de 1791, avaladora de la actual situación: «Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, no se restringirá el derecho del pueblo a poseer y portar armas». Hacen falta más que peticiones al Congreso, como la de Bill Clinton en 2004, para elevar la edad de tenencia (de 18 a 21 años). Tampoco la aprobación de moratorias, como la del también presidente demócrata en 1994 sobre cierta clase de armas, y hoy dejada expirar por la Administración Bush. El resultado está a la vista: cuarenta y tres Estados no exigen ni licencia ni registro, mientras otros cinco, ni siquiera prevén una edad límite para poseerlas. Los políticos y el pueblo americano deben hacer algo. Y aquí, puestos a la invocación de la segunda enmienda, yo abogo por recordar la mismísima Declaración de Independencia de 1776: «en el caso de que la forma de gobierno se volviera destructiva… es derecho del pueblo modificarla o abolirla o instituir un nuevo gobierno». El «dejadles tener armas», que exclamaba Thomas Jefferson en 1787, hoy carece de todo sentido
Tomado de ABC, 19/05/2007;
He dejado pasar un tiempo, antes de desbrozar estas reflexiones sobre la matanza en el Virginia Tech, situada en la ciudad de Blacksburg, en la que eran asesinados treinta y dos estudiantes, y se hería a otros veintinueve. La escena debió de ser dantesca. Alumnos que saltaban por las ventanas, se arrastraban por el suelo, improvisaban barricadas o se hacían los muertos, mientras un profesor -superviviente de los horrores del Holocausto-, perdía la vida, al tratar de bloquear las puertas. Y lo he hecho de forma premeditada, pues deseaba asegurarme de si mi primigenio análisis seguía pareciéndome correcto. Pues bien, mi criterio no ha variado; lo más, la presencia de las oportunas posteriores matizaciones.
¿Cómo se puede explicar lo acontecido en el campus universitario de un país ejemplar en tantos y tantos ámbitos: en lo económico, en el mecenazgo, en la investigación, en lo cultural y, por supuesto, en lo universitario? ¿Cómo es conciliable la elogiable sensibilidad ciudadana y política para impulsar la creación y el apoyo a algunas de las universidades de indiscutible referencia internacional -sirvan los ejemplos de Harvard, Yale o Stanford-, mientras no se pone coto al uso indiscriminado de las armas? ¿Cómo se puede comprender que una nación sea capaz de acoger en sus universidades a los más aventajados representantes del conocimiento -desde el físico Albert Einstein al jurista Hans Kelsen- y sufrir simultáneamente semejante lacra?
Hay un principal responsable: la desafortunada presencia de las armas en la vida americana. Recuerden los magnicidios de Abraham Lincoln (1865), James Abram Garfield (1881), William MacKinley (1901) y John F. Kennedy (1963), sin contar los complots e intentos frustrados contra los presidentes Andrew Jackson (1835), Theodore Roosevelt (1912), Franklin Delano Roosevelt (1933), Harry S. Truman (1950), Richard Nixon (1974), Gerald Ford (1975), Jimmy Carter (1979), Ronald Reagan (1981) y Bill Clinton (1994); o los asesinatos del senador Bob Kennedy y el reverendo Martin Luther King (1968). Así que las cosas no son diferentes, por inconcebible que parezca, en la universidad, lugar referencial del saber y la tolerancia.
Un horror con demasiados antecedentes: la muerte de dieciséis personas en la Universidad de Texas en 1966; el asesinato de cinco niños en el patio de una escuela en Stockton (California) en 1989; la muerte de un profesor y tres alumnos en un colegio de secundaria en Olivehurst (California) en 1992; el asesinato de tres estudiantes en Kentucky y de una pareja en un colegio de Mississipi en 1997; la muerte en una escuela de Jonesboro (Arkansas), donde dos niños, ¡de once y trece años!, mataban a otros cuatro compañeros y a una profesora en 1998; el sangriento episodio en el Instituto Columbine, en Littleton (Denver), en el que dos alumnos acribillaban a un profesor y a doce compañeros en 1999; el crimen de tres personas en la Facultad de Derecho de los Apalaches de Virginia y de otras tres en la Universidad de Tucson en 2002; el tiroteo por un alumno de seis compañeros y una profesora en la reserva de Red Lake (Minnesota) en 2005; y las muertes en una escuela de Nickel Mines (Pensilvania), donde un hombre mataba a seis personas en 2006. Lo peor: que tales actos ya no sorprenden, mientras son cada vez más sangrientos, a causa de armas más mortíferas y de sencillo acceso.Entre tanto, la Asociación Nacional del Rifle (NRA), con cuatro millones de miembros, sigue imponiendo su poderoso lobby en un país con doscientos millones de armas, y en el que sesenta y seis millones de personas (un veintidós por ciento de su población) las porta generalizadamente. Su organización, trabajo y sus elevadas donaciones a favor de la causa explican su pujanza. La mejor prueba de lo dicho, la celebración, ¡un día después de la matanza!, de una feria en el American Center de San Louis, con la celebración de seminarios, tan ejemplares, como los dos siguientes: «Rechaza ser una víctima» o «Dispara por diversión y para potenciar aptitudes», y actos paralelos tan edificantes como la firma por el gobernador de Missouri de una ley que garantiza la no confiscación de las armas incluso en casos de emergencia nacional. Y qué decirles de la Asociación de Propietarios de Armas de América, que han declarado que la matanza no se habría producido de haber portado armas los profesores y alumnos. Sin comentarios.
La respuesta política no puede ser la timorata contestación del Presidente Bush: «Este es un día de tristeza para la Nación entera». Ni la de su apesadumbrado rector: «Una tragedia de proporciones monumentales». Se requiere mucho más. Se necesita encontrar un Presidente, con talla de estadista, que ponga fin a esta enloquecida carrera. Así que ya saben, Wanted President Reward…! Esta gran Nación ha tenido destacadísimos hombres de Estado, que ligaron sus políticas a hacer más grande su país: su bondadoso y omnipresente fundador, George Washington; el tenaz Abraham Lincoln, con su defensa a ultranza de la Unión; el presidente Woodrow Wilson, que auspició la entrada de Estados Unidos en la I Guerra Mundial; el emprendedor Franklin D. Roosevelt y su política del New Deal; el presidente Harry S. Truman y la ayuda del plan Marshall en la Europa de la postguerra; o la ilusión colectiva despertada por el Presidente Kennedy.
Es verdad que tales obras son conductas de perturbados mentales, pero también que dichas acciones reflejan una enfermedad que encuentra adecuado desarrollo en un contexto favorable y multiplicador por la facilidad de medios para hacerlas posible. Y en ello desempeña un papel muy nocivo la permisiva legislación sobre compra y tenencia de armas. Un país donde quien carezca de antecedentes penales puede obtener casi cualquier clase de armas: desde una simple pistola o revólver, hasta un rifle de alto rendimiento o una ametralladora capaz de disparar cientos de proyectiles por minuto. No es suficiente pues con una drástica restricción en la concesión de las licencias, sino que hay que dar el paso definitivo: la proscripción de las armas y la eliminación de un vestigio anacrónico -todavía no existía ni el Ejército federal ni la Guardia nacional- que hoy no tiene nada que ver con la proyección del derecho a la libertad de sus primeros pioneros. Ni tampoco vale la argumentación de que tales conductas son la inevitable explicitación de la «grandeza y servidumbre de su educación», ni consustanciales a la «cultura de la frontera» y al american way of life.
No basta así con cambiar las específicas normativas de los Estados, sino que es perentoria una reforma constitucional que derogue la enmienda segunda de la Constitución de 1787, de 1791, avaladora de la actual situación: «Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, no se restringirá el derecho del pueblo a poseer y portar armas». Hacen falta más que peticiones al Congreso, como la de Bill Clinton en 2004, para elevar la edad de tenencia (de 18 a 21 años). Tampoco la aprobación de moratorias, como la del también presidente demócrata en 1994 sobre cierta clase de armas, y hoy dejada expirar por la Administración Bush. El resultado está a la vista: cuarenta y tres Estados no exigen ni licencia ni registro, mientras otros cinco, ni siquiera prevén una edad límite para poseerlas. Los políticos y el pueblo americano deben hacer algo. Y aquí, puestos a la invocación de la segunda enmienda, yo abogo por recordar la mismísima Declaración de Independencia de 1776: «en el caso de que la forma de gobierno se volviera destructiva… es derecho del pueblo modificarla o abolirla o instituir un nuevo gobierno». El «dejadles tener armas», que exclamaba Thomas Jefferson en 1787, hoy carece de todo sentido
Contra el fascismo
Franco, años cuarenta/Barbara Probst Solomon, periodista y escritora estadounidense.
Tomado de El País, 19/05/2007;
Traducción de Pilar Vázquez
Era de esperar que la exposición Contra el fascismo: Nueva York y la Guerra Civil española, organizada por la Biblioteca Tamimnet de la Universidad de Nueva York (propietaria de los archivos de la Brigada Lincoln), el Museo de la Ciudad de Nueva York y el Instituto Cervantes, levantara las críticas que ha levantado entre los herederos de la extrema izquierda, hoy en las filas de la derecha. La muestra recrea en fotografías, panfletos, objetos y textos, los años treinta, cuando Nueva York era “roja”, Hitler, Mussolini y Franco iniciaban su ascenso al poder y en el City College tenían lugar acaloradas discusiones entre los estudiantes trotskistas y comunistas.
El encendido ataque de Ronald Radosh publicado en The New York Sun tiene, al menos, unas raíces biográficas. Radosh había idealizado a sus padres, comunistas destacados, a quienes los rusos alojaron en el elegante Hotel Lux cuando visitaron Moscú. Su tío, que había estudiado en la Escuela Lenin y había llegado a comisario de las Brigadas, moriría en el frente. Los ideales de Radosh se hicieron añicos en los años setenta al enterarse de que Julius Rosenberg había ejercido de espía para los rusos. Cuando publicó este descubrimiento, sus amigos de la izquierda lo ridiculizaron. Entonces Radosh dio un viraje de 180 grados -Dios nos libre de los ideólogos maniqueos- y se apuntó a defender la vieja historia de que Franco salvó del comunismo al mundo libre y aquella otra de que si hubiera sobrevivido, la República habría terminado por convertirse en un Estado policial, en un satélite de la Unión Soviética.
Edward Rothstein seguía una línea bastante similar en su artículo de The New York Times: “¿Era la España de Franco un brazo de lo que se dio en llamar fascismo internacional?”. Y ventilándose de un plumazo setenta años de historia, afirma luego: “España permaneció neutral durante la II Guerra Mundial, y Hitler rechazó la ayuda que Franco le ofreció a última hora. Además, la visión tiránica de Franco nunca llegó a igualar los enloquecidos planes de Hitler ni las demoniacas iniciativas de Stalin, razón por la cual España pudo tener una transición tan fácil a la democracia tras la muerte de Franco”. Rothstein selecciona cuidadosamente las citas de Orwell, a fin de dar la impresión de que no merecía la pena conservar aquella “delirante” República.
Paradójicamente, los pragmáticos funcionarios estadounidenses destinados a España durante los años cuarenta no hacen en sus libros este tipo de afirmaciones con respecto a la neutralidad de Franco, o a la posibilidad de que los comunistas se hubieran hecho con el poder de haber ganado la guerra el bando republicano.
Emmet John Hughes fue agregado de prensa de la embajada estadounidense en Madrid y trabajó en la Agencia de Servicios Estratégicos y de Información Bélica entre 1942 y 1946. En su libro, Report from Spain (1947), ofrece unos detalles reveladores sobre la evolución del aparato de propaganda del franquismo, desde su inicial belicosidad, alentada por los agentes de Goebbels que trabajaron en el interior del país, hasta la falsa neutralidad posterior a 1943, cuando ya parecía claro que Alemania perdería la guerra. Un comunicado típico: “¡Aviso importante! Todos los periódicos están obligados a publicar tres editoriales sobre el acuerdo que acaban de firmar Gran Bretaña y la Unión Soviética. Los acuerdos a los que han llegado recientemente los representantes de los Estados democráticos con los dirigentes bolcheviques constituyen un peligro de la máxima magnitud para toda Europa… Los gobiernos de Londres y Washington se ponen así al servicio de los bolcheviques para terminar con la cultura occidental…”. Y Hughes observa: “Ni siquiera después de que terminara la II Guerra Mundial informaba la prensa franquista de los crímenes nazis, y siempre describía a los aliados cual fuerzas vengativas que estaban prolongando un conflicto sangriento cuando el mundo sólo quería la paz…”.
Hughes era católico practicante y le enfurecía que durante la “fase neutral” de Franco su aparato de propaganda reprodujera los artículos elogiosos para el dictador que publicaba The Tablet, un periódico católico y derechista de Brooklyn de escasa tirada, mientras que censuraba todas las noticias y reportajes antifranquistas que aparecían en los grandes medios informativos estadounidenses.
Hughes conduce al lector por los complicados vericuetos de la clandestinidad comunista, anarquista y socialista (había trabajado con ellos antes de la invasión del Norte de África), así como entre las diferentes agrupaciones monárquicas y falangistas. Los comunistas estaban bien organizados, pero había continuos trasvases entre falangistas y comunistas y siempre se corría el riesgo de que se infiltraran agentes provocadores; los anarquistas eran numerosos, pero carecían de planes para poder formar parte de un gobierno en el futuro; los socialistas en la clandestinidad tenían poca fuerza, pero la demostrarían al salir a la luz. Hughes señala de pasada que a Franco le venía bien esa mínima presencia comunista en el interior del país, que la tendencia era a detener más socialistas y anarquistas que comunistas y que durante el pacto de soviéticos y nazis, el dictador no tuvo ningún reparo en continuar prestando apoyo a Alemania, ya que, como el propio Hughes observa, el único “enemigo comunista” de España era Gran Bretaña.
Los agentes del Eje se beneficiaron de la colaboración de la policía española y de la Falange, de los importantes acuerdos económicos entre los dos países, de la influencia e injerencia de España en Latinoamérica, del sabotaje durante el último año de la guerra de buques de guerra italianos proaliados, de la información sobre los movimientos de la marina aliada en Gibraltar y del establecimiento ilegal de un consulado alemán en Tánger que sirvió de centro estratégico para los agentes nazis, además de la posterior canalización de fondos monetarios nazis a través de falsas empresas españolas, en donde no se les podía seguir el rastro.
Si los alemanes hubieran estacionado tropas en los Pirineos y atravesado España durante la invasión norteafricana, nadie los hubiera detenido. “En la embajada se quemaron los archivos confidenciales.
Se almacenó gasolina en los sótanos por si había que llegar a Gibraltar antes de que lo alcanzaran las fuerzas nazis que entraran por el norte. El temor era que los estrategas nazis decidieran hacer una ofensiva a través de España, se apostaran en Gibraltar y cortaran nuestras líneas de abastecimiento marítimas, lo que les hubiera permitido atacar la retaguardia aliada en el Norte de África”. Pero dándose ya por segura la derrota de los alemanes, en una España empobrecida y sin petróleo, Franco se vio forzado a la “neutralidad”. Masquerade in Spain (1948), de Charles Foltz, un corresponsal de Associated Press con ciertas simpatías por los anarquistas, ilustra el poder persistente de la oligarquía en la España franquista, la verdadera situación en las cárceles y los intentos del régimen por ocultar estos hechos a los corresponsales extranjeros.
El embajador estadounidense Claude Bowers (My mission to Spain) hubo de enfrentarse al Departamento de Estado, a Joseph Kennedy, embajador en Londres, a Neville Chamberlain y a Bonnet, el embajador francés, quien no tardaría en mantener amistosas charlas con Ribbentrop al respecto de qué hacer con los judíos. Roosevelt se enfureció cuando, el 29 de febrero, Inglaterra y Francia se apresuraron a reconocer sin ningún tipo de condiciones al Gobierno de Franco. Bowers había exigido a cambio de este reconocimiento por parte del Gobierno estadounidense (el primero de abril) “un compromiso de que no habría represalias, ejecuciones políticas ni persecuciones… de que se pondría en libertad a los republicanos encarcelados”. No se cumplió ninguna de estas condiciones, y cuando Bowers volvió a Madrid para cerrar la embajada, se encontró con que Franco había denegado el permiso de trabajo a los estadounidenses responsables de las oficinas en España de la International Telephone and Telegraph Company (ITT).
En 1961, Arthur P. Whitaker, en su documentado Spain and Defense of the West, veía a Franco como un lastre anacrónico y pudo referirse entonces con sus nombres y apellidos a ciertos miembros de la oposición antifranquista, un lujo que no pudieron permitirse aquellos primeros pragmáticos moralistas que nunca perdieron de vista lo que significaba vivir bajo una dictadura.
Tomado de El País, 19/05/2007;
Traducción de Pilar Vázquez
Era de esperar que la exposición Contra el fascismo: Nueva York y la Guerra Civil española, organizada por la Biblioteca Tamimnet de la Universidad de Nueva York (propietaria de los archivos de la Brigada Lincoln), el Museo de la Ciudad de Nueva York y el Instituto Cervantes, levantara las críticas que ha levantado entre los herederos de la extrema izquierda, hoy en las filas de la derecha. La muestra recrea en fotografías, panfletos, objetos y textos, los años treinta, cuando Nueva York era “roja”, Hitler, Mussolini y Franco iniciaban su ascenso al poder y en el City College tenían lugar acaloradas discusiones entre los estudiantes trotskistas y comunistas.
El encendido ataque de Ronald Radosh publicado en The New York Sun tiene, al menos, unas raíces biográficas. Radosh había idealizado a sus padres, comunistas destacados, a quienes los rusos alojaron en el elegante Hotel Lux cuando visitaron Moscú. Su tío, que había estudiado en la Escuela Lenin y había llegado a comisario de las Brigadas, moriría en el frente. Los ideales de Radosh se hicieron añicos en los años setenta al enterarse de que Julius Rosenberg había ejercido de espía para los rusos. Cuando publicó este descubrimiento, sus amigos de la izquierda lo ridiculizaron. Entonces Radosh dio un viraje de 180 grados -Dios nos libre de los ideólogos maniqueos- y se apuntó a defender la vieja historia de que Franco salvó del comunismo al mundo libre y aquella otra de que si hubiera sobrevivido, la República habría terminado por convertirse en un Estado policial, en un satélite de la Unión Soviética.
Edward Rothstein seguía una línea bastante similar en su artículo de The New York Times: “¿Era la España de Franco un brazo de lo que se dio en llamar fascismo internacional?”. Y ventilándose de un plumazo setenta años de historia, afirma luego: “España permaneció neutral durante la II Guerra Mundial, y Hitler rechazó la ayuda que Franco le ofreció a última hora. Además, la visión tiránica de Franco nunca llegó a igualar los enloquecidos planes de Hitler ni las demoniacas iniciativas de Stalin, razón por la cual España pudo tener una transición tan fácil a la democracia tras la muerte de Franco”. Rothstein selecciona cuidadosamente las citas de Orwell, a fin de dar la impresión de que no merecía la pena conservar aquella “delirante” República.
Paradójicamente, los pragmáticos funcionarios estadounidenses destinados a España durante los años cuarenta no hacen en sus libros este tipo de afirmaciones con respecto a la neutralidad de Franco, o a la posibilidad de que los comunistas se hubieran hecho con el poder de haber ganado la guerra el bando republicano.
Emmet John Hughes fue agregado de prensa de la embajada estadounidense en Madrid y trabajó en la Agencia de Servicios Estratégicos y de Información Bélica entre 1942 y 1946. En su libro, Report from Spain (1947), ofrece unos detalles reveladores sobre la evolución del aparato de propaganda del franquismo, desde su inicial belicosidad, alentada por los agentes de Goebbels que trabajaron en el interior del país, hasta la falsa neutralidad posterior a 1943, cuando ya parecía claro que Alemania perdería la guerra. Un comunicado típico: “¡Aviso importante! Todos los periódicos están obligados a publicar tres editoriales sobre el acuerdo que acaban de firmar Gran Bretaña y la Unión Soviética. Los acuerdos a los que han llegado recientemente los representantes de los Estados democráticos con los dirigentes bolcheviques constituyen un peligro de la máxima magnitud para toda Europa… Los gobiernos de Londres y Washington se ponen así al servicio de los bolcheviques para terminar con la cultura occidental…”. Y Hughes observa: “Ni siquiera después de que terminara la II Guerra Mundial informaba la prensa franquista de los crímenes nazis, y siempre describía a los aliados cual fuerzas vengativas que estaban prolongando un conflicto sangriento cuando el mundo sólo quería la paz…”.
Hughes era católico practicante y le enfurecía que durante la “fase neutral” de Franco su aparato de propaganda reprodujera los artículos elogiosos para el dictador que publicaba The Tablet, un periódico católico y derechista de Brooklyn de escasa tirada, mientras que censuraba todas las noticias y reportajes antifranquistas que aparecían en los grandes medios informativos estadounidenses.
Hughes conduce al lector por los complicados vericuetos de la clandestinidad comunista, anarquista y socialista (había trabajado con ellos antes de la invasión del Norte de África), así como entre las diferentes agrupaciones monárquicas y falangistas. Los comunistas estaban bien organizados, pero había continuos trasvases entre falangistas y comunistas y siempre se corría el riesgo de que se infiltraran agentes provocadores; los anarquistas eran numerosos, pero carecían de planes para poder formar parte de un gobierno en el futuro; los socialistas en la clandestinidad tenían poca fuerza, pero la demostrarían al salir a la luz. Hughes señala de pasada que a Franco le venía bien esa mínima presencia comunista en el interior del país, que la tendencia era a detener más socialistas y anarquistas que comunistas y que durante el pacto de soviéticos y nazis, el dictador no tuvo ningún reparo en continuar prestando apoyo a Alemania, ya que, como el propio Hughes observa, el único “enemigo comunista” de España era Gran Bretaña.
Los agentes del Eje se beneficiaron de la colaboración de la policía española y de la Falange, de los importantes acuerdos económicos entre los dos países, de la influencia e injerencia de España en Latinoamérica, del sabotaje durante el último año de la guerra de buques de guerra italianos proaliados, de la información sobre los movimientos de la marina aliada en Gibraltar y del establecimiento ilegal de un consulado alemán en Tánger que sirvió de centro estratégico para los agentes nazis, además de la posterior canalización de fondos monetarios nazis a través de falsas empresas españolas, en donde no se les podía seguir el rastro.
Si los alemanes hubieran estacionado tropas en los Pirineos y atravesado España durante la invasión norteafricana, nadie los hubiera detenido. “En la embajada se quemaron los archivos confidenciales.
Se almacenó gasolina en los sótanos por si había que llegar a Gibraltar antes de que lo alcanzaran las fuerzas nazis que entraran por el norte. El temor era que los estrategas nazis decidieran hacer una ofensiva a través de España, se apostaran en Gibraltar y cortaran nuestras líneas de abastecimiento marítimas, lo que les hubiera permitido atacar la retaguardia aliada en el Norte de África”. Pero dándose ya por segura la derrota de los alemanes, en una España empobrecida y sin petróleo, Franco se vio forzado a la “neutralidad”. Masquerade in Spain (1948), de Charles Foltz, un corresponsal de Associated Press con ciertas simpatías por los anarquistas, ilustra el poder persistente de la oligarquía en la España franquista, la verdadera situación en las cárceles y los intentos del régimen por ocultar estos hechos a los corresponsales extranjeros.
El embajador estadounidense Claude Bowers (My mission to Spain) hubo de enfrentarse al Departamento de Estado, a Joseph Kennedy, embajador en Londres, a Neville Chamberlain y a Bonnet, el embajador francés, quien no tardaría en mantener amistosas charlas con Ribbentrop al respecto de qué hacer con los judíos. Roosevelt se enfureció cuando, el 29 de febrero, Inglaterra y Francia se apresuraron a reconocer sin ningún tipo de condiciones al Gobierno de Franco. Bowers había exigido a cambio de este reconocimiento por parte del Gobierno estadounidense (el primero de abril) “un compromiso de que no habría represalias, ejecuciones políticas ni persecuciones… de que se pondría en libertad a los republicanos encarcelados”. No se cumplió ninguna de estas condiciones, y cuando Bowers volvió a Madrid para cerrar la embajada, se encontró con que Franco había denegado el permiso de trabajo a los estadounidenses responsables de las oficinas en España de la International Telephone and Telegraph Company (ITT).
En 1961, Arthur P. Whitaker, en su documentado Spain and Defense of the West, veía a Franco como un lastre anacrónico y pudo referirse entonces con sus nombres y apellidos a ciertos miembros de la oposición antifranquista, un lujo que no pudieron permitirse aquellos primeros pragmáticos moralistas que nunca perdieron de vista lo que significaba vivir bajo una dictadura.
Arizpe, Sonora
Es probable que a propósito de los hechos de Arizpe, Sonora, hablemos de un antes y un después.
Los policías de Sonora hicieron lo que nadie ha hecho- quizás sólo el Ejército- enfrentar sin miedo al crimen organizado; hay que reconocer que hay también elementos que traen el uniforme puesto, y también son muchos los corruptos; uno de los presuntos sicarios detenidos en la sierra es miembro activo de la Policía Municipal de Hermosillo.
Pero lo más grave es lo dicho por el gobernador Bours que nadie vio al convoy. ¡Increíble!
Una recomendación al Secretario de Seguridad Publica, Genaro García Luna, la da Octavio Rodríguez Araujo cuando nos recuerda que la guerra de Eliot Ness contra Al Capone se inició aproximadamente en 1927 y el mafioso fue condenado en 1931, pero antes Ness dedicó sus esfuerzos a depurar la corrupción entre la policía hasta quedarse con sólo nueve elementos de su absoluta confianza (La Jornada, 26/04/2007).
Dos excelentes trabajos periodísticos hoy, nos los da Excelsior a través del reportero Pablo César Carrillo. Las tomo prestadas.
Trocas-tanqueUna recomendación al Secretario de Seguridad Publica, Genaro García Luna, la da Octavio Rodríguez Araujo cuando nos recuerda que la guerra de Eliot Ness contra Al Capone se inició aproximadamente en 1927 y el mafioso fue condenado en 1931, pero antes Ness dedicó sus esfuerzos a depurar la corrupción entre la policía hasta quedarse con sólo nueve elementos de su absoluta confianza (La Jornada, 26/04/2007).
Dos excelentes trabajos periodísticos hoy, nos los da Excelsior a través del reportero Pablo César Carrillo. Las tomo prestadas.
Pasaron inadvertidas
Pablo César Carrillo, reportero
Tomado de Excelsior, 19/05/2007
ARIZPE, Son.- Una camioneta de los narcotraficantes parecía tanque de guerra: en la cajuela tenía una cabina de acero y cristal blindado con una puerta metálica en el centro para meter una ametralladora. La cajuela se abría y por la puertita salía la punta del arma. En el toldo tenía una placa de acero de ocho centímetros de grueso para permitir la salida de otro pistolero, protegido como si anduviera en un vehículo del Ejército.
La camioneta artillada no traía placas y aun así circulaba por carreteras federales y estatales, pasaba por casetas de cobro y retenes policiacos, sin ser detenida.
Siete vehículos del comando de narcos viajaban en convoy en las carreteras sin usar placas. Tenían blindajes de nivel 5 y 8, y adaptaciones especiales para poder resistir los ataques a balazos o para armar agresiones, y nadie los paraba. Los vehículos iban cargados de fusiles R-15, cajas de balas, ropa amontonada, bolsas con cepillos de dientes, desodorantes y comida chatarra, y los policías no los veían sospechosos. Los tripulantes eran jóvenes de entre 17 y 30 años, de apariencia violenta, vestidos con camisas Versace y botellas de whisky, botas exóticas y cigarros de mariguana.
Y nada.
En una camioneta había un ticket de la caseta de cuota de Magdalena de Kino. En otra había un comprobante del peaje de Santa Ana. Y en ningún lado los pararon. Por aquí hay incluso un retén del Ejército mexicano, y no advirtieron que traían ametralladoras.
Los narcos se andaban paseando por Sonora y Chihuahua. Las autoridades afirman que el convoy salió de Caborca el martes durante el día. Pasaron por Santa Ana, por Magdalena y llegaron a Cananea. Ahí secuestraron a siete policías y a dos empresarios y se los llevaron. Asesinaron a cinco policías en el pueblo de Bacoachi y a dos empresarios. Después se fueron a esconder a un rancho de Arizpe durante siete horas, hasta que fueron descubiertos por el helicóptero del gobierno del estado.
Los traficantes habían andado por el rumbo, según los documentos hallados en sus camionetas. Los narcos compraron productos en Nogales, Sonora. Visitaron negocios en Chihuahua, anduvieron de compras en Nogales y en Hermosillo en los últimos dos meses, según los comprobantes. Viajaban de una ciudad a otra, sin problemas, por las carreteras estatales y federales. Y el convoy no llamaba la atención.
La camioneta-tanque era una Gran Cherokee modelo 2007 adaptada con parabrisas de cinco centímetros de grueso. Una puerta de esas camionetas pesa casi 100 kilos, dijo un perito de la Procuraduría de Justicia del Estado. Toda camioneta pesa más de una tonelada, aseguró el operador de una grúa que se la llevó. "Ese blindaje lo hacen en Monterrey y cuesta 100 mil dólares", dijo un funcionario de la Procuraduría.
Otro vehículo era un Jeep Commander con vidrios blindados. Las puertas estaban cerradas con fierros atravesados, como caja fuerte. Una Lobo tenía un blindaje con placas de acero, y una Suburban tenía aditamentos para ser más rápida a pesar del peso agregado.
Las camionetas resistieron el tiroteo. Las balas pegaron en vidrios y carrocerías sin penetrar. Los narcos se detuvieron porque fueron cercados y las llantas fueron ponchadas. La policía disparó a un vidrio como 40 balazos de ametralladora a bocajarro para obligarlos a salir, y las balas no entraron. Los delincuentes salieron para "rendirse".
Los vehículos de los narcos eran invisibles, según parece. En la aduana de Bacoachi los empleados los dejaron avanzar sin problemas. El martes pasado, el convoy de narcos pasó por ahí a toda velocidad con cinco personas secuestradas y no se sabe exactamente qué pasó. Lo único que se sabe, con certeza, es que los aduanales abandonaron el trabajo. Desde ese día, la Aduana está sola. Los empleados no han regresado a trabajar.
Y cerró los ojos por el dolor...
El vaquero El Tino no gritó, ni lloró. Un sicario le cortó la oreja con una navaja como si fuera un bistec
Por: Pablo César Carrillo / Enviado
Tomado de Excelsior 19/05/2007
ARIZPE, Son.- El vaquero El Tino no gritó, ni lloró. Un sicario le cortó la oreja con una navaja como si fuera un bistec.
"El Tino no dijo nada, nada más apretó los dientes y cerró los ojos por el dolor. No gritó. Si decía algo, lo mataban", platicó Alberto, su primo, quien estaba sentado a un lado, con las manos esposadas, contemplando de reojo cómo el gatillero torturaba a su compañero, con una serenidad de enfermo.
El sicario tiró la oreja al suelo sobre unas hojas secas de árboles, y dijo: "¡Para que se porten bien! Ya saben. El que no se porte bien, se muere".
Los pistoleros de Sonora mantuvieron como rehenes a cinco personas en el rancho De repente, en Arizpe, mientras se escondían de los policías estatales. Los sicarios traían uniformes de la AFI, usaban esposas metálicas como policías y armas de alto poder. Eran como 40 hombres, a bordo de unas diez camionetas lujosas, recordó Alberto. Eran jóvenes bien vestidos. Se veían despiadados. Y eran despiadados.
"Yo iba con El Tino en una camionetita Suzuky, cuando los vimos en la brecha", recordó Alberto, un hombre que andaba por ahí para cuidar las vacas de la familia. "Nos pitaron y nos dijeron que nos paráramos. Uno se bajó con una metralleta y nos dijo: ¡bájense!, y nos bajamos", platicó.
Los gatilleros les quitaron el auto y los subieron a una camioneta blindada. Los llevaron a un rancho cercano y los amarraron debajo de un mezquite. Ahí los dejaron durante horas, sin darles de comer.
En ese sitio había otros tres rehenes: dos jovencitas de Cananea y un empresario. Los cinco estaban en un paraje lleno de árboles. Los pistoleros estaban en huida. Horas antes habían secuestrado a siete policías de Cananea y habían ejecutado a cinco junto a un río.
La policía los buscaba y ellos pretendían esconder los vehículos en una barranca. Los narcos protegieron las camionetas debajo de mezquites y huizaches, y pusieron un retén de pistoleros. Ahí estaban, cuando un hombre como de unos 30 años, se acercó a los primos. Era un hombre delgado con cara afilada. Lucía despeinado y sudoroso.
"No quiero que vayan a hablar, cabrones", dijo. "No quiero soplones. De aquí, nada va a salir y tienen que entenderlo", señaló el gatillero, sacando una navaja. Entonces se acercó a El Tino y le agarró la oreja. Se la cortó con lentitud y la tiró al suelo.
El Tino comenzó a desangrarse. "El muchacho demostró que tiene pantalones. No lloró. Ni gritó. Yo pensé que iba a gritar, pero se quedó callado. No sabía que ese muchacho cabrón fuera tan valiente", expresó su primo.
Pasaron unos siete minutos y la sangre no paraba. Los rehenes se preocuparon. Alberto le comentó al sicario que tenían que pararle la hemorragia. Y el pistolero accedió. Juntó varios pedazos de madera y pasto seco, y prendió una fogata.
"Ahorita se le quita", dijo. El hombre calentó su navaja en el fuego durante un par de minutos.No creían que lo iba a hacer, pero lo hizo. Con la navaja al rojo vivo se acercó a El Tino y le quemó la herida. "Lo cauterizó como al ganado, como a un animal. Nosotros lo hacemos con las vacas y decimos: hay que cabecear a las vacas", contó.
El Tino tampoco dijo nada. No gritó, ni lloró.
Dos horas después, los cinco rehenes fueron rescatados por los policías.
La espiral de la violencia
"El combate contra el crimen organizado empezará a tene éxito cuando el ciudadano comprenda realmente lo que éste significa." FAP
La espiral/Jaime Sánchez Susarrey
Tomado de Reforma, 19/05/2007;
La espiral de la violencia continúa. Los asesinatos y las decapitaciones se multiplican por todo el territorio. Las muertes vinculadas al combate al narcotráfico suman ya más de mil. No sólo eso. La escalada está tocando a los niveles más altos de los cuerpos policiacos y la amenaza se cierne sobre la propia clase política. Allí están el asesinato de Lugo Félix, alto mando de la PGR en cuestiones de inteligencia, en la Ciudad de México, y el atentado contra los escoltas del gobernador Peña Nieto en Veracruz. La hipótesis de una confusión en el segundo caso nunca fue creíble. Ahora se sabe que hubo advertencias dirigidas directamente al gobernador del estado de México.
Pero el destinatario no fue sólo Peña Nieto, sino toda la clase política y, en particular, el presidente de la República. Felipe Calderón ha recibido, desde que fue presidente electo, amenazas personales y contra su familia. De ahí la gravedad de lo ocurrido. El atentado dejó en claro que los sicarios no asesinaron a los hijos del gobernador no porque no hubieran podido, sino porque no quisieron. Así que a buen entendedor pocas palabras. El mensaje es uno: no nos detendremos; vamos con todo y contra todos; nadie está a salvo. O dicho de otro modo, los cárteles de la droga dejaron un acuse de recibo: sí, ya lo sabemos, ésta es una guerra y la pelearemos como tal.
Por otra parte, la estrategia de los cárteles es similar a la que utilizaron los movimientos guerrilleros en los años setenta: golpes relámpago a lo largo de todo el territorio. Lo ocurrido en Cananea, Sonora, lo ilustra a la perfección: un comando armado secuestra a cinco policías y cuatro civiles. La acción termina mal por la intervención de otros cuerpos de seguridad, pero pone en claro que el objetivo de los sicarios no es destruir a las fuerzas policiacas, sino crear un clima de incertidumbre y terror. Incertidumbre entre los ciudadanos que se sienten, con razón, desprotegidos. Terror entre los integrantes de los cuerpos policiacos que saben que en cualquier momento pueden ser "levantados" y asesinados.
Nunca, en la historia reciente, el Estado mexicano había enfrentado un desafío de esta magnitud. Lo que pasó en los años sesenta y setenta con los movimientos guerrilleros parece apenas un juego de niños. Los jóvenes insurrectos no contaban con los recursos ni con la capacidad armada de los cárteles de la droga. Su lucha, si bien dogmática y maniquea, era por ideales. Y lo más importante: jamás representaron una amenaza para la cohesión de las Fuerzas Armadas y los cuerpos de seguridad. En aquellos años eran las corporaciones policiacas las que infiltraban a los movimientos guerrilleros y no al revés. Por eso no es exagerado afirmar, y reiterar, que el narcotráfico se ha convertido en el principal desafío para la seguridad nacional.
Se ha criticado mucho a Felipe Calderón por utilizar todo el poder del Estado para combatir al narcotráfico. La revista Proceso de hace una o dos semanas señalaba, ufanamente, que la guerra contra los capos podría convertirse en el Iraq de Calderón. Quienes sostienen este punto de vista no son pocos. Los hay en la izquierda y, también, en el PRI. Todos coinciden en que el Presidente evaluó mal la situación y se metió en un berenjenal del que no saldrá bien parado. Ninguno precisa, sin embargo, qué otra alternativa tenía ni cómo podía y debía enfrentarse el problema. Porque, a final de cuentas, ahí está el meollo de la cuestión: qué hacer contra el enorme poder de los cárteles que ya controlaban territorios completos y no cesaban de fortalecerse.
Uno de los que mejor entienden la gravedad de la situación es el gobernador Lázaro Cárdenas. Y no es extraño que así sea. Había regiones enteras de Michoacán donde los narcotraficantes imponían su ley y los niveles de violencia (allí se registraron las primeras decapitaciones) se habían vuelto intolerables. Lo que estaba en riesgo era la existencia misma del Estado de derecho. El deterioro era tal que no dejaba tiempo ni margen para otra opción. Por eso, y con razón, el gobernador ha respaldado las acciones del Ejército.
Los costos y los riesgos de involucrar al Ejército directamente en el combate al narcotráfico son altos y consabidos: primero, porque se crean condiciones para que los integrantes de las Fuerzas Armadas se corrompan vía los narcotraficantes o por el sólo hecho de vigilar y controlar directamente un determinado territorio. Segundo, porque los soldados no están entrenados para este tipo de acciones, propias de las policías. Y tercero, porque la posibilidad de que cometan abusos contra los civiles en una situación de excepción es real.
De hecho, hace 10 años, el propio Calderón, entonces presidente del PAN, afirmaba que se había puesto en riesgo a la nación con el abuso de la institución en acciones militares contra grupos armados: "El riesgo es que una institución de última instancia para la seguridad nacional -y de alguna manera para la preservación segura de algún pueblo- esté penetrada y dominada por una fuerza tan importante como el narco, dejando a la nación vulnerable" (Reforma, 19/abril/1997). Las reflexiones de Calderón recogían la amarga experiencia del general Gutiérrez Rebollo, zar del combate al narcotráfico del gobierno de Ernesto Zedillo, quien había sido detenido apenas el 18 de febrero de ese año.
De entonces a la fecha las cosas lejos de haber mejorado han empeorado. Los riesgos de la intervención del Ejército son incluso más altos si asumimos que el poder de corrupción de los capos es mayor. Calderón lo sabe y debe tenerlo presente. Pero la política es el imperio del aquí y ahora. Y en ese aquí y ahora el Presidente no ha tenido otra opción. Ese hecho, que es estrictamente cierto, sigue siendo la mejor respuesta a las criticas contra el gobierno de la República. Sin embargo, hay situaciones y tendencias que no se pueden negar. 1) A mayor tiempo, mayor riesgo. Corolario: el uso del Ejército debe ser excepcional. 2) Debe trazarse una estrategia de largo plazo para combatir al narcotráfico en el marco de un supuesto: no es una guerra que se pueda ganar en el corto plazo ni en forma definitiva.
Una estrategia efectiva debería contemplar una ofensiva política para sumar a los partidos políticos a una cruzada nacional contra la delincuencia, reforzar y unificar a las policías federales, establecer convenios municipales y estatales para profesionalizar a los cuerpos policiacos, crear un cuerpo de élite en el Ejército para el apoyo al combate al crimen organizado y abrir el debate sobre la legalización de las drogas blandas -en especial la marihuana.
La espiral/Jaime Sánchez Susarrey
Tomado de Reforma, 19/05/2007;
La espiral de la violencia continúa. Los asesinatos y las decapitaciones se multiplican por todo el territorio. Las muertes vinculadas al combate al narcotráfico suman ya más de mil. No sólo eso. La escalada está tocando a los niveles más altos de los cuerpos policiacos y la amenaza se cierne sobre la propia clase política. Allí están el asesinato de Lugo Félix, alto mando de la PGR en cuestiones de inteligencia, en la Ciudad de México, y el atentado contra los escoltas del gobernador Peña Nieto en Veracruz. La hipótesis de una confusión en el segundo caso nunca fue creíble. Ahora se sabe que hubo advertencias dirigidas directamente al gobernador del estado de México.
Pero el destinatario no fue sólo Peña Nieto, sino toda la clase política y, en particular, el presidente de la República. Felipe Calderón ha recibido, desde que fue presidente electo, amenazas personales y contra su familia. De ahí la gravedad de lo ocurrido. El atentado dejó en claro que los sicarios no asesinaron a los hijos del gobernador no porque no hubieran podido, sino porque no quisieron. Así que a buen entendedor pocas palabras. El mensaje es uno: no nos detendremos; vamos con todo y contra todos; nadie está a salvo. O dicho de otro modo, los cárteles de la droga dejaron un acuse de recibo: sí, ya lo sabemos, ésta es una guerra y la pelearemos como tal.
Por otra parte, la estrategia de los cárteles es similar a la que utilizaron los movimientos guerrilleros en los años setenta: golpes relámpago a lo largo de todo el territorio. Lo ocurrido en Cananea, Sonora, lo ilustra a la perfección: un comando armado secuestra a cinco policías y cuatro civiles. La acción termina mal por la intervención de otros cuerpos de seguridad, pero pone en claro que el objetivo de los sicarios no es destruir a las fuerzas policiacas, sino crear un clima de incertidumbre y terror. Incertidumbre entre los ciudadanos que se sienten, con razón, desprotegidos. Terror entre los integrantes de los cuerpos policiacos que saben que en cualquier momento pueden ser "levantados" y asesinados.
Nunca, en la historia reciente, el Estado mexicano había enfrentado un desafío de esta magnitud. Lo que pasó en los años sesenta y setenta con los movimientos guerrilleros parece apenas un juego de niños. Los jóvenes insurrectos no contaban con los recursos ni con la capacidad armada de los cárteles de la droga. Su lucha, si bien dogmática y maniquea, era por ideales. Y lo más importante: jamás representaron una amenaza para la cohesión de las Fuerzas Armadas y los cuerpos de seguridad. En aquellos años eran las corporaciones policiacas las que infiltraban a los movimientos guerrilleros y no al revés. Por eso no es exagerado afirmar, y reiterar, que el narcotráfico se ha convertido en el principal desafío para la seguridad nacional.
Se ha criticado mucho a Felipe Calderón por utilizar todo el poder del Estado para combatir al narcotráfico. La revista Proceso de hace una o dos semanas señalaba, ufanamente, que la guerra contra los capos podría convertirse en el Iraq de Calderón. Quienes sostienen este punto de vista no son pocos. Los hay en la izquierda y, también, en el PRI. Todos coinciden en que el Presidente evaluó mal la situación y se metió en un berenjenal del que no saldrá bien parado. Ninguno precisa, sin embargo, qué otra alternativa tenía ni cómo podía y debía enfrentarse el problema. Porque, a final de cuentas, ahí está el meollo de la cuestión: qué hacer contra el enorme poder de los cárteles que ya controlaban territorios completos y no cesaban de fortalecerse.
Uno de los que mejor entienden la gravedad de la situación es el gobernador Lázaro Cárdenas. Y no es extraño que así sea. Había regiones enteras de Michoacán donde los narcotraficantes imponían su ley y los niveles de violencia (allí se registraron las primeras decapitaciones) se habían vuelto intolerables. Lo que estaba en riesgo era la existencia misma del Estado de derecho. El deterioro era tal que no dejaba tiempo ni margen para otra opción. Por eso, y con razón, el gobernador ha respaldado las acciones del Ejército.
Los costos y los riesgos de involucrar al Ejército directamente en el combate al narcotráfico son altos y consabidos: primero, porque se crean condiciones para que los integrantes de las Fuerzas Armadas se corrompan vía los narcotraficantes o por el sólo hecho de vigilar y controlar directamente un determinado territorio. Segundo, porque los soldados no están entrenados para este tipo de acciones, propias de las policías. Y tercero, porque la posibilidad de que cometan abusos contra los civiles en una situación de excepción es real.
De hecho, hace 10 años, el propio Calderón, entonces presidente del PAN, afirmaba que se había puesto en riesgo a la nación con el abuso de la institución en acciones militares contra grupos armados: "El riesgo es que una institución de última instancia para la seguridad nacional -y de alguna manera para la preservación segura de algún pueblo- esté penetrada y dominada por una fuerza tan importante como el narco, dejando a la nación vulnerable" (Reforma, 19/abril/1997). Las reflexiones de Calderón recogían la amarga experiencia del general Gutiérrez Rebollo, zar del combate al narcotráfico del gobierno de Ernesto Zedillo, quien había sido detenido apenas el 18 de febrero de ese año.
De entonces a la fecha las cosas lejos de haber mejorado han empeorado. Los riesgos de la intervención del Ejército son incluso más altos si asumimos que el poder de corrupción de los capos es mayor. Calderón lo sabe y debe tenerlo presente. Pero la política es el imperio del aquí y ahora. Y en ese aquí y ahora el Presidente no ha tenido otra opción. Ese hecho, que es estrictamente cierto, sigue siendo la mejor respuesta a las criticas contra el gobierno de la República. Sin embargo, hay situaciones y tendencias que no se pueden negar. 1) A mayor tiempo, mayor riesgo. Corolario: el uso del Ejército debe ser excepcional. 2) Debe trazarse una estrategia de largo plazo para combatir al narcotráfico en el marco de un supuesto: no es una guerra que se pueda ganar en el corto plazo ni en forma definitiva.
Una estrategia efectiva debería contemplar una ofensiva política para sumar a los partidos políticos a una cruzada nacional contra la delincuencia, reforzar y unificar a las policías federales, establecer convenios municipales y estatales para profesionalizar a los cuerpos policiacos, crear un cuerpo de élite en el Ejército para el apoyo al combate al crimen organizado y abrir el debate sobre la legalización de las drogas blandas -en especial la marihuana.
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