- La política exterior de EE UU después de Irak/Joseph S. Nye, catedrático en la Universidad de Harvard y autor de La paradoja del poder norteamericano.
Tomado de EL PAÍS, 21/03/2007);
¿Qué viene después de Irak? Si el aumento de tropas actual del presidente Bush no sirve para obtener un resultado que pueda considerarse una “victoria”, ¿qué enseñanzas sacará Estados Unidos con vistas a su futura política exterior? ¿Se encerrará en sí mismo, como hizo tras su derrota en Vietnam, hace treinta años? ¿Pasará de promover la democracia a una concepción realista y estrecha de sus intereses? Aunque el debate en Washington sigue centrado en Irak, algunos observadores extranjeros atentos están haciéndose ya estas preguntas sobre el futuro más a largo plazo.
Los analistas y los expertos se han equivocado con frecuencia sobre la posición de Estados Unidos en el mundo. Por ejemplo, hace veinte años, la opinión general era que Estados Unidos estaba en declive. Diez años más tarde, con el final de la guerra fría, la idea oficial pasó a ser que el mundo se había convertido en una hegemonía unipolar estadounidense. Algunos expertos neoconservadores llegaron a la conclusión de que EE UU era tan poderoso que podía decidir lo que estaba bien, y los demás tendrían que seguir sus pasos. Charles Krauthammer ensalzó esta teoría y la llamó “el nuevo unilateralismo”, una idea que ejerció enorme influencia en la Administración de Bush ya antes de los atentados del 11-S.
Pero el nuevo unilateralismo se basaba en una interpretación totalmente errónea de lo que es el poder en la política mundial. El poder es la capacidad de obtener los resultados deseados. La posibilidad de que poseer los recursos necesarios permita lograr dichos resultados depende del contexto. Por ejemplo, una fuerza moderna de carros de combate es un recurso fundamental si la guerra se libra en un desierto, pero no si se desarrolla en un pantano, como descubrió EE UU en Vietnam. Hasta ahora, se suponía que el poder militar dominaba la mayoría de las situaciones, pero, en el mundo de hoy, los contextos de poder varían enormemente.
Alguna vez he comparado el reparto de poder en la política actual con una partida de ajedrez en tres dimensiones. En el tablero superior -las relaciones militares entre Estados-, el mundo es verdaderamente unipolar, y seguramente seguirá siéndolo durante decenios. Pero en el tablero intermedio, el de las relaciones económicas, el mundo ya es multipolar, y Estados Unidos no puede obtener los resultados que desea sin la cooperación de Europa, Japón, China y otros. Y en el tablero inferior, dedicado a las cuestiones internacionales que están fuera del alcance de los gobiernos -asuntos de todo tipo, como el cambio climático, las pandemias y el terrorismo internacional-, el poder está repartido de forma caótica, y no tiene ningún sentido afirmar que existe una hegemonía estadounidense.
Sin embargo, es en este tablero inferior en el que nos encontramos con la mayor parte de los grandes retos. La única manera de abordar estos problemas es la cooperación con los demás, y eso requiere, al mismo tiempo, el poder blando de la atracción y el poder duro de la coacción. No existe una simple solución militar capaz de producir los resultados que queremos.
Los nuevos unilateralistas que dominaron el primer Gobierno de Bush cometieron el error de creer que el reparto unipolar del poder en el contexto militar bastaba para dirigir la política exterior. Eran como un niño con un martillo convencido de que cada problema es un clavo que hay que golpear. Ahora está muy claro el peligro de esa estrategia. Quien juega una partida tridimensional con la atención puesta exclusivamente en uno de los tableros no tiene más remedio que perder.
Por suerte, el péndulo ha empezado a oscilar hacia la cooperación. En el segundo mandato de Bush se han ido del Gobierno varios de los unilateralistas más fanáticos y el presidente ha abordado problemas difíciles como los de Corea del Norte o Irán con una perspectiva más multilateral que durante sus primeros años. Del mismo modo que el verano pasado, a pesar de todas las quejas sobre la ONU, Estados Unidos y otros recurrieron a las fuerzas de paz de Naciones Unidas para arreglar la situación tras la guerra de Líbano.
La guerra de Irak ha contribuido especialmente a que la opinión pública se diera cuenta de los errores cometidos por Bush durante el primer mandato, pero también están cambiando otras cosas. Los estadounidenses tienen hoy una opinión más favorable sobre la cooperación a la hora de abordar el cambio climático. Asimismo, la amenaza de las pandemias puede ayudar a que sean conscientes de la necesidad de contar con una Organización Mundial de la Salud más fuerte, mientras que el problema de la proliferación nuclear está ayudando a que reconozcan la importancia del Organismo Internacional de la Energía Atómica.
La naturaleza de estos problemas impide que EE UU pueda permitirse el lujo de encerrarse en sí mismo, independientemente de cómo acabe la situación en Irak. No son problemas que uno pueda dejar atrás, en otro país. Nos siguen hasta nuestra casa.
Tampoco parece probable que la política exterior estadounidense vaya a regresar a un realismo estrecho y abandone el énfasis en la democracia y los derechos humanos. Aunque la guerra de Irak ha desprestigiado la idea de la democratización coactiva, tanto los republicanos como los demócratas poseen una fuerte corriente de idealismo en sus líneas maestras de política exterior.
El problema, para quien resulte elegido presidente en 2008, será encontrar unos medios realistas apropiados para impulsar los valores democráticos y adaptar la retórica oficial en consecuencia. Cuando la retórica sobrepasa con creces a la realidad, los otros la consideran hipocresía. Los estadounidenses necesitan encontrar la manera de reafirmar su narración de democracia, libertad y derechos manteniendo el respeto a la diversidad y las opiniones de otros.
Lo que Irak nos ha enseñado es la importancia de desarrollar la sociedad civil y el imperio de la ley antes de querer celebrar unas elecciones generales. La democracia es algo más que votar, porque exige grandes inversiones en educación, instituciones e impulso a las organizaciones no gubernamentales. Debe estar arraigada en la sociedad local y adoptar sus características, no imponerse desde fuera.
No parece que, después de Irak, Estados Unidos vaya a reaccionar como hizo después de Vietnam. La paradoja del poder estadounidense es que la única superpotencia militar del mundo no puede proteger a sus ciudadanos si actúa por sí sola.
Los analistas y los expertos se han equivocado con frecuencia sobre la posición de Estados Unidos en el mundo. Por ejemplo, hace veinte años, la opinión general era que Estados Unidos estaba en declive. Diez años más tarde, con el final de la guerra fría, la idea oficial pasó a ser que el mundo se había convertido en una hegemonía unipolar estadounidense. Algunos expertos neoconservadores llegaron a la conclusión de que EE UU era tan poderoso que podía decidir lo que estaba bien, y los demás tendrían que seguir sus pasos. Charles Krauthammer ensalzó esta teoría y la llamó “el nuevo unilateralismo”, una idea que ejerció enorme influencia en la Administración de Bush ya antes de los atentados del 11-S.
Pero el nuevo unilateralismo se basaba en una interpretación totalmente errónea de lo que es el poder en la política mundial. El poder es la capacidad de obtener los resultados deseados. La posibilidad de que poseer los recursos necesarios permita lograr dichos resultados depende del contexto. Por ejemplo, una fuerza moderna de carros de combate es un recurso fundamental si la guerra se libra en un desierto, pero no si se desarrolla en un pantano, como descubrió EE UU en Vietnam. Hasta ahora, se suponía que el poder militar dominaba la mayoría de las situaciones, pero, en el mundo de hoy, los contextos de poder varían enormemente.
Alguna vez he comparado el reparto de poder en la política actual con una partida de ajedrez en tres dimensiones. En el tablero superior -las relaciones militares entre Estados-, el mundo es verdaderamente unipolar, y seguramente seguirá siéndolo durante decenios. Pero en el tablero intermedio, el de las relaciones económicas, el mundo ya es multipolar, y Estados Unidos no puede obtener los resultados que desea sin la cooperación de Europa, Japón, China y otros. Y en el tablero inferior, dedicado a las cuestiones internacionales que están fuera del alcance de los gobiernos -asuntos de todo tipo, como el cambio climático, las pandemias y el terrorismo internacional-, el poder está repartido de forma caótica, y no tiene ningún sentido afirmar que existe una hegemonía estadounidense.
Sin embargo, es en este tablero inferior en el que nos encontramos con la mayor parte de los grandes retos. La única manera de abordar estos problemas es la cooperación con los demás, y eso requiere, al mismo tiempo, el poder blando de la atracción y el poder duro de la coacción. No existe una simple solución militar capaz de producir los resultados que queremos.
Los nuevos unilateralistas que dominaron el primer Gobierno de Bush cometieron el error de creer que el reparto unipolar del poder en el contexto militar bastaba para dirigir la política exterior. Eran como un niño con un martillo convencido de que cada problema es un clavo que hay que golpear. Ahora está muy claro el peligro de esa estrategia. Quien juega una partida tridimensional con la atención puesta exclusivamente en uno de los tableros no tiene más remedio que perder.
Por suerte, el péndulo ha empezado a oscilar hacia la cooperación. En el segundo mandato de Bush se han ido del Gobierno varios de los unilateralistas más fanáticos y el presidente ha abordado problemas difíciles como los de Corea del Norte o Irán con una perspectiva más multilateral que durante sus primeros años. Del mismo modo que el verano pasado, a pesar de todas las quejas sobre la ONU, Estados Unidos y otros recurrieron a las fuerzas de paz de Naciones Unidas para arreglar la situación tras la guerra de Líbano.
La guerra de Irak ha contribuido especialmente a que la opinión pública se diera cuenta de los errores cometidos por Bush durante el primer mandato, pero también están cambiando otras cosas. Los estadounidenses tienen hoy una opinión más favorable sobre la cooperación a la hora de abordar el cambio climático. Asimismo, la amenaza de las pandemias puede ayudar a que sean conscientes de la necesidad de contar con una Organización Mundial de la Salud más fuerte, mientras que el problema de la proliferación nuclear está ayudando a que reconozcan la importancia del Organismo Internacional de la Energía Atómica.
La naturaleza de estos problemas impide que EE UU pueda permitirse el lujo de encerrarse en sí mismo, independientemente de cómo acabe la situación en Irak. No son problemas que uno pueda dejar atrás, en otro país. Nos siguen hasta nuestra casa.
Tampoco parece probable que la política exterior estadounidense vaya a regresar a un realismo estrecho y abandone el énfasis en la democracia y los derechos humanos. Aunque la guerra de Irak ha desprestigiado la idea de la democratización coactiva, tanto los republicanos como los demócratas poseen una fuerte corriente de idealismo en sus líneas maestras de política exterior.
El problema, para quien resulte elegido presidente en 2008, será encontrar unos medios realistas apropiados para impulsar los valores democráticos y adaptar la retórica oficial en consecuencia. Cuando la retórica sobrepasa con creces a la realidad, los otros la consideran hipocresía. Los estadounidenses necesitan encontrar la manera de reafirmar su narración de democracia, libertad y derechos manteniendo el respeto a la diversidad y las opiniones de otros.
Lo que Irak nos ha enseñado es la importancia de desarrollar la sociedad civil y el imperio de la ley antes de querer celebrar unas elecciones generales. La democracia es algo más que votar, porque exige grandes inversiones en educación, instituciones e impulso a las organizaciones no gubernamentales. Debe estar arraigada en la sociedad local y adoptar sus características, no imponerse desde fuera.
No parece que, después de Irak, Estados Unidos vaya a reaccionar como hizo después de Vietnam. La paradoja del poder estadounidense es que la única superpotencia militar del mundo no puede proteger a sus ciudadanos si actúa por sí sola.