La Secretaría de Gobernación entregó esta semana 110 certificados de registro constitutivo a igual número de nuevas asociaciones religiosas católicas y evangélicas. Con ello el gobierno de Felipe Calderón ha otorgadao 315 registros; desde que se implantó la reforma en julio de 1002 se han constituido 7 mil 74 Asociasiones Religiosas. Lo que demuestra que México es un país plural, por lo menos en el otorgamiento de registros.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
19 dic 2008
El posicionamiento de Rubén Aguilar
Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Publicado en Excélsior, 19/12/2008;
¿Negoció Fox con el narcotráfico?
Quien fue un reconocido vocero de la Presidencia de la República, Rubén Aguilar (“lo que el presidente Fox quiso decir...”), acaba de ofrecer una entrevista al periódico Frontera, en Tijuana, que permitiría comprender, si esa fue la filosofía con que se encaró el problema en la pasada administración, por qué se salió totalmente de control la lucha contra el narcotráfico y por qué al asumir el gobierno el presidente Calderón, aunque no estuvieran las instituciones plenamente preparadas para ello, tuvo que cambiar sus prioridades y lanzar en forma urgente los operativos con el fin de recuperar territorios controlados por el crimen organizado.
Según el ex vocero presidencial, se “debe negociar” “de facto, no por canales oficiales” con el narcotráfico, y agrega que esa “puede y es una decisión que deberá tomar el gobierno de la República, no tiene otra salida... la única manera de ganar la guerra es negociando, no derrotando al enemigo”. Profundiza en el tema: “La propuesta de una siguiente acción va encaminada a que el crimen organizado se sujetara a ciertas reglas en el negocio de la venta de drogas; en este sentido, la estrategia del gobierno (sería) sentarse con el crimen organizado y negociar con él nuevos términos de acción”. Aguilar pidió un “pacto” con el narcotráfico, se refirió a los mecanismos de instrumentación, a los límites del mismo y pidió negociar la legalización de las drogas, para disminuir la violencia. En ese esquema, dijo el ex vocero:“Los narcotraficantes no se verían obligados a contar con altos niveles de armamentismo” y se reduciría la violencia (sic).
Si esa fue la concepción del gobierno de Fox en la lucha contra el narcotráfico, se podría comprender por qué se dejó solos a los pocos hombres y mujeres que realmente emprendieron en el pasado ese esfuerzo; por qué muchos de ellos también terminaron siendo cooptados por las organizaciones criminales; por qué el Estado mexicano se concentró en los problemas políticos previos y posteriores a las elecciones de 2006 y abandonó territorios y espacios para el crimen organizado y por qué algunos personajes que incluso trabajaron de lleno en Los Pinos, acusados de ser parte de esas organizaciones criminales, terminaron tranquilamente, en libertad, disfrutando, hasta hoy, de buenos negocios en el sector público.
La declaración de Rubén Aguilar implica la claudicación del Estado en algunas de sus tareas fundamentales y se basa en supuestos que no tienen relación con la realidad. Se debe pactar, acordar con el narcotráfico, dice Rubén, pero, ¿qué se va a pactar?, ¿la cantidad de droga que pueden introducir al país y la que pueden vender entre nuestros adolescentes y la que
Quien fue un reconocido vocero de la Presidencia de la República, Rubén Aguilar (“lo que el presidente Fox quiso decir...”), acaba de ofrecer una entrevista al periódico Frontera, en Tijuana, que permitiría comprender, si esa fue la filosofía con que se encaró el problema en la pasada administración, por qué se salió totalmente de control la lucha contra el narcotráfico y por qué al asumir el gobierno el presidente Calderón, aunque no estuvieran las instituciones plenamente preparadas para ello, tuvo que cambiar sus prioridades y lanzar en forma urgente los operativos con el fin de recuperar territorios controlados por el crimen organizado.
Según el ex vocero presidencial, se “debe negociar” “de facto, no por canales oficiales” con el narcotráfico, y agrega que esa “puede y es una decisión que deberá tomar el gobierno de la República, no tiene otra salida... la única manera de ganar la guerra es negociando, no derrotando al enemigo”. Profundiza en el tema: “La propuesta de una siguiente acción va encaminada a que el crimen organizado se sujetara a ciertas reglas en el negocio de la venta de drogas; en este sentido, la estrategia del gobierno (sería) sentarse con el crimen organizado y negociar con él nuevos términos de acción”. Aguilar pidió un “pacto” con el narcotráfico, se refirió a los mecanismos de instrumentación, a los límites del mismo y pidió negociar la legalización de las drogas, para disminuir la violencia. En ese esquema, dijo el ex vocero:“Los narcotraficantes no se verían obligados a contar con altos niveles de armamentismo” y se reduciría la violencia (sic).
Si esa fue la concepción del gobierno de Fox en la lucha contra el narcotráfico, se podría comprender por qué se dejó solos a los pocos hombres y mujeres que realmente emprendieron en el pasado ese esfuerzo; por qué muchos de ellos también terminaron siendo cooptados por las organizaciones criminales; por qué el Estado mexicano se concentró en los problemas políticos previos y posteriores a las elecciones de 2006 y abandonó territorios y espacios para el crimen organizado y por qué algunos personajes que incluso trabajaron de lleno en Los Pinos, acusados de ser parte de esas organizaciones criminales, terminaron tranquilamente, en libertad, disfrutando, hasta hoy, de buenos negocios en el sector público.
La declaración de Rubén Aguilar implica la claudicación del Estado en algunas de sus tareas fundamentales y se basa en supuestos que no tienen relación con la realidad. Se debe pactar, acordar con el narcotráfico, dice Rubén, pero, ¿qué se va a pactar?, ¿la cantidad de droga que pueden introducir al país y la que pueden vender entre nuestros adolescentes y la que
Fiesta de mazatlecos
Mazatlecos en el DF ¡ Qué Súper Baile !
Los Mazatlecos Disfrutaron de su Baile.
Los Mazatlecos Disfrutaron de su Baile.
Foto: El Sol de Mazatlán.
Publicado en El Sol de Mazatlán, 15 de diciembre de 2008
Crónica de Memo Ríos, Sr.Aplausos.
Mazatlán, Sinaloa.- Un verdadero buen ambiente, el mejor de muchos años diría Yo desde que la Asociación de Mazatlecos residentes en el D.F. se inició hace 13 años, fue el que se vivió el pasado 28 de Noviembre en el salón Principal del Hotel Ejecutivo de la Ciudad de México.Calificación de 10, como cuando un hombre le pone a la dama los ojos al revés.
La alegría y la camaradería Sinaloenses nunca decayeron desde las 9 de la noche hasta las 3 de la mañana del siguiente día, la Presidenta de la Asociación Martha Susana Thompson observaba con satisfacción como disfrutaban los asistentes de éste tradicional baile anual que ella había preparado meticulosamente junto con su mesa directiva durante varios meses y en el que se cuidó hasta el más mínimo detalle.
Si así nos cuidaran las mujeres no andaríamos tanto en la calle.La cena consistió de aguacate con jaiba y salsa de queso, una sopa cola de res con verduras y medallones de pollo rellenos de camarón en salsa de tamarindo, con ensalada Waldorf y verduras cocidas y de postre pastel Napolitano con el escudo de Mazatlán bien delineado pero que desapareció en minutos después de ser devorado.
Kilos más, kilos menos, al fin que después se podrán inscribir en. ¿Cuánto quieres perder?
La Banda "Mi Barrio" estuvo fenomenal, con su cantante Anabella Prado de Mazatlán, animando con la música que llegó a los corazones de los asistentes, hicieron bailar a jóvenes y a chavos reciclados, yo moví tanto el "Chuchuluco", que hasta dejé piojos sintéticos regados.
Fred Álvarez no dejó de sonreír y de bailar, Emilio Rodelo con su familia y hasta una hermosa nieta , Tonatiuh Sierra y su hermano Ruy, felices sin creerse los muy, muy.Sergio Tirado "El Kililo" felíz con su familia tomando leche Milo, o sea que esa noche Tirado estuvo "curado".
Silvia Shimizu con Lolita Wong y otra amiga reían tanto que una se enfermó hasta de la vejiga.
Alfonso Saíto y su esposa Juanita departiendo con su hija olvidando que a veces la vida está canija.
Raúl Díaz Osuna con su esposa e hija y Gaby López de Nava con su consorte Fernando gozando y platicando y yo de chismoso observando, si no, ¿Cómo escribo esta nota que cada mes yo les mando?
Su servidor rockanroleó por unos minutos y mi amigo el mago Ari Sandy nos entretuvo con divertidas ocurrencias.
Susana Thompson y el vicepresidente Héctor Torres dieron la bienvenida al principio del festejo y mi manager, consorte, domadora, dueña de mis pelucas se la pasó atendiendo a todos los presentes. (O sea, no la vi hasta que nos fuimos a la cama, lugar adonde yo quería cumplir como todo buen marido trabajador, pero se me durmió en tres segundos ¡Hágame usted el favor!
Nos veremos el próximo año Sinaloenses,
Los dejo con unas frases brillantes de modelos famosas pero cabezas huecas.
Yo no fumo marihuana, porque esa yerba mata y si te mueres haz perdido una gran parte de tu vida: Brooke Shields.
Esa perra desgraciada merece ser muerta a patadas por un Asno. Y yo soy la indicada para Hacerlo: Claudia Schiffer refiriéndose a su archi- enemiga Naomi Campbell.
Nos veremos el próximo mes.
Aplausos
Lemkin y el genocidio
Genocidio e Historia Sagrada/Pablo Salvador Coderch, catedrático de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra
Publicado en EL PAÍS, 18/12/08;
La Historia Sagrada da noticia de bastantes genocidios, de abominaciones tan antiguas como la humanidad. Así, por ejemplo, cuenta lo que hicieron los madianitas: los hijos de Israel, narran las Escrituras (Números, 31:7-18), atacaron Madián, incendiaron sus ciudades, pasaron a cuchillo a los hombres, cautivaron a mujeres y niños y saquearon lo que no quemaron. Luego volvieron a matar, esta vez, a todas las mujeres que hubieran dormido con un hombre y a todos los hijos varones, preservando únicamente a las vírgenes. Como esclavas.
Mi generación no puede olvidar tres genocidios que la marcaron desde poco antes de nuestro nacimiento hasta el filo de la vejez: el Holocausto (1942-45), Camboya (1975-78) y Ruanda (1994). Pero nuestros hijos exigen debatir otras hecatombes. Bien está el derecho ancestral de los jóvenes a hacerse con el poder, entre otros, de hacer sitio a las verdades preteridas por sus padres. Pero la libertad de discutir hechos históricos debería quedar al reparo de las leyes. Acaso por ello, nuestro Tribunal Constitucional resolvió hace un año que negar el genocidio, sin más, no puede ser delito (sentencia de 7 de noviembre de 2007). Para muchos, la resolución es tan incomprensible como monstruoso el Holocausto que el recurrente -un neonazi irredento- venía a negar. Pero los jueces tenían buenas razones. La principal, que el derecho mismo sobre el crimen de genocidio ni es perfecto ni sacrosanto, sino que puede ser objeto de discusión.
Así, si el crimen es antiquísimo, la noción y la palabra misma de “genocidio” son modernas, hijas de la tenacidad de Raphael Lemkin (1900-1959), acaso el abogado más grande del siglo XX. Este jurista judío polaco, dotado para las lenguas y cosmopolita casi por fuerza, dedicó su vida a la defensa de un único caso, que ganó. Horrorizado por matanzas hoy olvidadas -como Simele, donde, en 1933, el Ejército iraquí masacró a todos los cristianos asirios-, Lemkin abogó sin descanso por la execración de lo inevitable y, en un libro publicado en 1944 (Axis Rule in Occupied Europe), acuñó y definió el término de “genocidio”: “La destrucción de una nación o de un grupo étnico” en virtud de un “plan coordinado y dirigido al exterminio del grupo como tal”. Acabada la guerra, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó -el 9 de diciembre de 1948- la Convención para la Prevención y Sanción del Crimen de Genocidio, que seguía punto por punto las ideas de Lemkin, centradas en prevenir y reprimir los actos dirigidos sistemáticamente a la destrucción, en todo o en parte, de un grupo nacional, étnico, racial o religioso.
Pero ni su impulsor ni la Convención son Historia Sagrada: hoy saltan a la vista las carencias de la definición de Lemkin, aquello que pretirió, el exterminio por razones políticas o ideológicas. Criticarle por ello sería un anacronismo además de una injusticia, pues, como todo buen abogado, Lemkin sabía de sobra que, para ganar su caso, debía presentarlo selectivamente. Y, en 1948, la Unión Soviética de Iósif Visariónovich Stalin (1878-1953) nunca habría aceptado la caracterización como genocida del exterminio sistemático de grupos de personas por razones políticas o ideológicas. Ciertamente, los eliticidios o las deportaciones ya eran considerados en 1948 como crímenes de guerra o delitos contra la Humanidad, pero no genocidio. En cualquier caso, la historia del derecho muestra que aunque las definiciones legales -hijas de su tiempo- no se deberían sacar de su contexto, también son perfectamente discutibles.
En nuestros días, encontramos demasiados ejemplos semejantes, todos ellos tristísimos, que aconsejan prudencia a la hora de establecer catálogos oficiales, de llevar a las leyes la tacha de infamia para tales o cuales hechos históricos, por ominosos que sean: no hace mucho, se presentó en la Cámara de Representantes estadounidense un proyecto de resolución en cuya virtud se proclamaría oficialmente el genocidio armenio, durante la Primera Guerra Mundial. Pronto, ocho antiguos y alarmados secretarios de Estado urgieron unánimes a la Cámara la retirada de la propuesta, que, al poco, se desvaneció. Se impuso el realismo que advertía sobre el perjuicio para las relaciones con Turquía, bisagra geoestratégica entre Europa y Asia. Los proponentes de la resolución estaban cargados de razones, pero las leyes no suelen ser el mejor laboratorio para el análisis histórico -¿por qué Turquía y no también Indonesia, cuyo Gobierno masacró en 1965 a cientos de miles de comunistas reales o imaginarios?-. Un jurista, como Lemkin, puede hacer historia, pero no debería pretender escribir una nueva Historia Sagrada. No somos profetas.
Mi generación no puede olvidar tres genocidios que la marcaron desde poco antes de nuestro nacimiento hasta el filo de la vejez: el Holocausto (1942-45), Camboya (1975-78) y Ruanda (1994). Pero nuestros hijos exigen debatir otras hecatombes. Bien está el derecho ancestral de los jóvenes a hacerse con el poder, entre otros, de hacer sitio a las verdades preteridas por sus padres. Pero la libertad de discutir hechos históricos debería quedar al reparo de las leyes. Acaso por ello, nuestro Tribunal Constitucional resolvió hace un año que negar el genocidio, sin más, no puede ser delito (sentencia de 7 de noviembre de 2007). Para muchos, la resolución es tan incomprensible como monstruoso el Holocausto que el recurrente -un neonazi irredento- venía a negar. Pero los jueces tenían buenas razones. La principal, que el derecho mismo sobre el crimen de genocidio ni es perfecto ni sacrosanto, sino que puede ser objeto de discusión.
Así, si el crimen es antiquísimo, la noción y la palabra misma de “genocidio” son modernas, hijas de la tenacidad de Raphael Lemkin (1900-1959), acaso el abogado más grande del siglo XX. Este jurista judío polaco, dotado para las lenguas y cosmopolita casi por fuerza, dedicó su vida a la defensa de un único caso, que ganó. Horrorizado por matanzas hoy olvidadas -como Simele, donde, en 1933, el Ejército iraquí masacró a todos los cristianos asirios-, Lemkin abogó sin descanso por la execración de lo inevitable y, en un libro publicado en 1944 (Axis Rule in Occupied Europe), acuñó y definió el término de “genocidio”: “La destrucción de una nación o de un grupo étnico” en virtud de un “plan coordinado y dirigido al exterminio del grupo como tal”. Acabada la guerra, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó -el 9 de diciembre de 1948- la Convención para la Prevención y Sanción del Crimen de Genocidio, que seguía punto por punto las ideas de Lemkin, centradas en prevenir y reprimir los actos dirigidos sistemáticamente a la destrucción, en todo o en parte, de un grupo nacional, étnico, racial o religioso.
Pero ni su impulsor ni la Convención son Historia Sagrada: hoy saltan a la vista las carencias de la definición de Lemkin, aquello que pretirió, el exterminio por razones políticas o ideológicas. Criticarle por ello sería un anacronismo además de una injusticia, pues, como todo buen abogado, Lemkin sabía de sobra que, para ganar su caso, debía presentarlo selectivamente. Y, en 1948, la Unión Soviética de Iósif Visariónovich Stalin (1878-1953) nunca habría aceptado la caracterización como genocida del exterminio sistemático de grupos de personas por razones políticas o ideológicas. Ciertamente, los eliticidios o las deportaciones ya eran considerados en 1948 como crímenes de guerra o delitos contra la Humanidad, pero no genocidio. En cualquier caso, la historia del derecho muestra que aunque las definiciones legales -hijas de su tiempo- no se deberían sacar de su contexto, también son perfectamente discutibles.
En nuestros días, encontramos demasiados ejemplos semejantes, todos ellos tristísimos, que aconsejan prudencia a la hora de establecer catálogos oficiales, de llevar a las leyes la tacha de infamia para tales o cuales hechos históricos, por ominosos que sean: no hace mucho, se presentó en la Cámara de Representantes estadounidense un proyecto de resolución en cuya virtud se proclamaría oficialmente el genocidio armenio, durante la Primera Guerra Mundial. Pronto, ocho antiguos y alarmados secretarios de Estado urgieron unánimes a la Cámara la retirada de la propuesta, que, al poco, se desvaneció. Se impuso el realismo que advertía sobre el perjuicio para las relaciones con Turquía, bisagra geoestratégica entre Europa y Asia. Los proponentes de la resolución estaban cargados de razones, pero las leyes no suelen ser el mejor laboratorio para el análisis histórico -¿por qué Turquía y no también Indonesia, cuyo Gobierno masacró en 1965 a cientos de miles de comunistas reales o imaginarios?-. Un jurista, como Lemkin, puede hacer historia, pero no debería pretender escribir una nueva Historia Sagrada. No somos profetas.
La diplomacia nuclear
La diplomacia nuclear de Sarkozy/Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Publicado en LA VANGUARDIA, 18/12/08;
Nicolas Sarkozy ha hecho de la promoción de la energía nuclear (francesa) una constante indiscutible en la mayoría de sus desplazamientos al extranjero, al extremo de que algunos incluso han evocado una “diplomacia nuclear”. Desde su llegada al Elíseo, ha firmado acuerdos de cooperación nuclear con Argelia, Emiratos ÁrabesUnidos, Arabia Saudí, Qatar, Jordania, Túnez, India y China. Estos acuerdos suponen a corto plazo un montante financiero limitado, pero sumas tal vez gigantescas a largo plazo. Varios factores coincidentes pueden explicar este rasgo específico de la política exterior del presidente Sarkozy. Cree que por una feliz conjunción en el tema nuclear, el interés nacional de Francia coincide con el interés internacional y que París tiene una carta que jugar. Gracias a las ingentes inversiones del Estado en los años 70 y a una oposición que nunca sobrepasó la sensibilidad ecologista para llegar al gran público, Francia dispone de una industria nuclear competitiva que la distingue de los otros países industrializados. En Francia la opinión pública cree que la energía nuclear es positiva. La posesión de un arsenal atómico ha garantizado su seguridad y su independencia. Durante la guerra fría siguió siendo un elemento importante de la defensa francesa. La energía nuclear ha permitido aligerar la factura energética, contribuyendo a la independencia económica. En un momento en que París sufre un déficit comercial inquietante, la venta de grandes equipos nucleares puede a la vez confortar el avance tecnológico francés y aportar divisas y crear empleos.
Mientras persisten las inquietudes sobre la proliferación nuclear, Sarkozy responde a las críticas al régimen de no proliferación, según las cuales los estados no nucleares tienen obligaciones sin que, sin embargo, sus derechos sean respetados. Según este razonamiento, la venta de equipos nucleares, lejos de alimentar la proliferación por el riesgo de desviar el uso civil al nuclear, la combate al hacer desaparecer uno de los motivos principales de crítica de los países no nucleares respecto al régimen de no proliferación. Nicolas Sarkozy, que muestra la mayor firmeza sobre el tema nuclear iraní, pretende probar que la renuncia a la energía nuclear militar debe acompañarse de la ejecución del compromiso de las potencias nucleares de no impedir el acceso a las tecnologías nucleares previsto en el artículo 4 del tratado de No Proliferación (TNP), pues el equilibrio del TNP no está en las obligaciones recíprocas de los países nucleares de no ayudar a los no nucleares a adquirir armas nucleares, mientras que estos se comprometen a renunciar a ellas. El verdadero equilibrio está en la garantía del acceso a la tecnología nuclear a cambio de su renuncia aunuso militar de ella. Sarkozy incluso ha llegado a decir que era un medio para luchar contra el choque de civilizaciones, pretendiendo así demostrar que los países del Norte se toman en serio a los del Sur y a los países emergentes y que les reconocen sus derechos al acceso a la tecnología, convirtiéndolos en socios. Los países no nucleares reprochan periódicamente en los foros de examen del TNP que los países nuclearizados pongan el pretexto del temor a la proliferación para impedir su acceso a las tecnologías nucleares. Este rechazo se juzga en realidad como una voluntad de impedir el desarrollo de los países del Sur.
El hecho de que numerosos proyectos de exportación impliquen a países árabes no es neutro. Es un modo de tranquilizarlos en un momento en que han expresado su inquietud por el espectacular acercamiento franco-israelí. Las exportaciones de equipos nucleares tienen el gran mérito, a los ojos del presidente, de permitirle tener una política árabe activa que no sea “entorpecida” por la cuestión palestina.
La cuestión nuclear se presenta también como un medio para luchar contra el calentamiento climático del que ha hecho una prioridad, hasta el punto de convertirlo en uno de los pocos elementos de críticas de la política norteamericana. La diplomacia nuclear no tiene para Sarkozy más que ventajas, al presentarse como líder en la lucha contra el calentamiento climático y desarrollar un vínculo amistoso con los países emergentes, favoreciendo siempre los intereses comerciales franceses.
Mientras persisten las inquietudes sobre la proliferación nuclear, Sarkozy responde a las críticas al régimen de no proliferación, según las cuales los estados no nucleares tienen obligaciones sin que, sin embargo, sus derechos sean respetados. Según este razonamiento, la venta de equipos nucleares, lejos de alimentar la proliferación por el riesgo de desviar el uso civil al nuclear, la combate al hacer desaparecer uno de los motivos principales de crítica de los países no nucleares respecto al régimen de no proliferación. Nicolas Sarkozy, que muestra la mayor firmeza sobre el tema nuclear iraní, pretende probar que la renuncia a la energía nuclear militar debe acompañarse de la ejecución del compromiso de las potencias nucleares de no impedir el acceso a las tecnologías nucleares previsto en el artículo 4 del tratado de No Proliferación (TNP), pues el equilibrio del TNP no está en las obligaciones recíprocas de los países nucleares de no ayudar a los no nucleares a adquirir armas nucleares, mientras que estos se comprometen a renunciar a ellas. El verdadero equilibrio está en la garantía del acceso a la tecnología nuclear a cambio de su renuncia aunuso militar de ella. Sarkozy incluso ha llegado a decir que era un medio para luchar contra el choque de civilizaciones, pretendiendo así demostrar que los países del Norte se toman en serio a los del Sur y a los países emergentes y que les reconocen sus derechos al acceso a la tecnología, convirtiéndolos en socios. Los países no nucleares reprochan periódicamente en los foros de examen del TNP que los países nuclearizados pongan el pretexto del temor a la proliferación para impedir su acceso a las tecnologías nucleares. Este rechazo se juzga en realidad como una voluntad de impedir el desarrollo de los países del Sur.
El hecho de que numerosos proyectos de exportación impliquen a países árabes no es neutro. Es un modo de tranquilizarlos en un momento en que han expresado su inquietud por el espectacular acercamiento franco-israelí. Las exportaciones de equipos nucleares tienen el gran mérito, a los ojos del presidente, de permitirle tener una política árabe activa que no sea “entorpecida” por la cuestión palestina.
La cuestión nuclear se presenta también como un medio para luchar contra el calentamiento climático del que ha hecho una prioridad, hasta el punto de convertirlo en uno de los pocos elementos de críticas de la política norteamericana. La diplomacia nuclear no tiene para Sarkozy más que ventajas, al presentarse como líder en la lucha contra el calentamiento climático y desarrollar un vínculo amistoso con los países emergentes, favoreciendo siempre los intereses comerciales franceses.
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