REPORTAJE: TESTIGO DEL HORROR
El paraíso de los canallas
LAURA ESQUIVEL
El País Semanal, 24/01/2010;
Guatemala significa 'lugar de muchos árboles', pero entre el follaje se esconden asesinos, violadores y delincuentes. Este país, conocido por la dulzura de sus habitantes, es refugio de hienas. Contabiliza 15 asesinatos al día y las violaciones se multiplican. Sexta entrega de esta serie de reportajes de autor sobre los conflictos olvidados.
Cómo engañan los ojos del cuerpo. Qué limitada es su visión. Siempre pienso en eso cuando subo a un avión. Desde lo alto del cielo, la percepción de las cosas cambia por completo. Me gusta subir sobre las nubes, sobre las ataduras humanas, y confirmar que nadie puede limitar la libre circulación de las partículas por el aire, el viaje del sonido por el espacio ni la proyección de los rayos del sol a través de la atmósfera de la tierra. Voy camino a Guatemala y el azul del cielo me obliga a recordar el añil que tanto usó la cultura maya para decorar sus hermosos palacios y sus grandiosas pirámides. Me acordé de Palenke y Tikal, de Chichén Itzá y Calakmul, de ese color azul que representaba, entre otras cosas, la intención de los mayas de encontrar la Puerta del mundo en la oscuridad absoluta, donde habitaban los ancestros, la Cueva de donde la Montaña Sagrada hizo brotar el agua del Inframundo y con ella la Creación entera; en pocas palabras, la necesidad sagrada y profana de ubicar el punto exacto en que los mundos, todos los mundos, se comunican haciéndose uno. Me gusta esa idea. La idea de una totalidad que a todos nos abarca, que a todos nos incluye y nos mantiene unidos en un lugar en donde no existen las fronteras. Hace tiempo que me estorban las fronteras. Si miramos desde lo alto del cielo, es imposible distinguir la línea que separa Guatemala de México.
Desde la ventanilla observo el mismo paisaje pleno de follaje, la misma vegetación, los mismos volcanes vigilantes del gran valle que alberga la capital de Guatemala, similares a los que cuidan el Anáhuac desde tiempos inmemoriales. Ambos colosos parecen representar la presencia del principio masculino y femenino. En el valle de México los llamamos Popocatépetl e Iztaccíhuatl. En Guatemala los llaman el Volcán de Fuego y el Volcán de Agua. Fuego y agua, elementos sin los cuales la vida simplemente no podría existir.
Al aterrizar y entablar mis primeras relaciones con los habitantes de tan bella ciudad me sorprendió la similitud que tenemos. Los mexicanos somos igual de amables y delicados en nuestro trato que los guatemaltecos. Veo los mismos ojos, los mismos rostros que en mi país. En uno de los trayectos que hicimos por la ciudad, el taxista que nos conducía era una réplica exacta de Armando Manzanero, sólo que no cantaba, o quizá sí, no me atreví a preguntarle. Si bien es cierto que no debe de ser tan fácil repetir el talento musical de nuestro gran compositor mexicano, es igualmente cierto que don Armando fácilmente pudo haber nacido en Guatemala, a fin de cuentas heredó los rasgos de sus antepasados mayas. Y me pregunté en silencio ante tanta semejanza y cercanía: ¿Quién decide las fronteras? ¿En verdad nos dividen? ¿Y los cuerpos? ¿En verdad sólo albergan a una persona en su interior? ¿O cargamos con miles de rostros, voces, murmullos, sonrisas y llantos dentro de nosotros? ¿Pero en dónde? ¿En los genes? ¿En la memoria? ¿La memoria está dentro del cuerpo? ¿O formamos parte de una memoria colectiva, universal, integrada por los pensamientos de aquellos que han comido lo mismo que nosotros, que han respirado el mismo aire, que se han detenido a ver el mismo y hermoso cielo estrellado, que han bailado al son de la marimba, que han soñado, que han amado?
Los mayas decían que el universo no es otra cosa que una matriz resonante a la cual nos podemos conectar para obtener toda la información del universo. Hasta que surgió la web entendí este concepto plenamente. De lo que los mayas hablaban era de una interconexión. Vivimos en un universo que está totalmente conectado. No hay una sola partícula, por más pequeña que sea, que no comparta información con las demás por medio de una transmisión invisible y silenciosa. Los nuevos científicos nos hablan ahora que las sociedades comparten pensamientos y que estos pensamientos crean genes de información que organizan el comportamiento de un determinado grupo social hasta que ese patrón de pensamiento cambia y, con él, el comportamiento de todo el grupo social.
Cuando conversé con los primeros guatemaltecos con los que tuve contacto no podía dejar de preguntarme: ¿cómo es posible que dentro de esta sociedad, que me es tan familiar por su trato suave y delicado, se estén dando casos tan crueles y violentos de agresión sexual contra mujeres en particular y contra toda la población en general? Me resultaba literalmente imposible imaginar a cualquiera de las personas que veía pasar violando, mutilando, asesinando a alguien. ¿Cómo era posible la coexistencia entre un pueblo pacífico y una violencia tan descarnada? No tuve respuesta inmediata y sólo me quedó aceptar que, a pesar de toda la belleza, la dignidad y la grandeza del pueblo guatemalteco, el problema existe y por desgracia aumenta, exactamente igual que en México.
Llegué a Guatemala invitada por la organización mundial de Médicos Sin Fronteras. Ellos trabajan en clínicas en las que se atiende principalmente a víctimas de violencia sexual. Hombres y mujeres. Niños y niñas. Desde el primer día en que entrevisté a la primera víctima pude comprobar la eficacia de su ayuda. Ellos reciben a la víctima y le dan atención inmediata. Como medida precautoria, le proporcionan las vacunas pertinentes para evitar enfermedades futuras, como puede ser la hepatitis C. En caso de que haya que operar y restaurar tejidos, pasan a la sala de operación. Y desde ese mismo instante se inicia la atención psicológica. Todo esto de manera gratuita porque quienes trabajan para esta organización, aparte de ser médicos en toda la extensión de la palabra, sólo buscan aliviar el dolor y las enfermedades del hombre de una manera generosa y desinteresada. Hecho que marca una diferencia radical y esperanzadora en un mundo que casi nunca se ocupa de los desprotegidos, de los que menos tienen.
El primer caso fue el de una niña de nueve años a la que violaron en el interior de su casa y, por si la crueldad de la violación fuera poca, fue ultrajada a la vista de sus dos hermanos pequeños, de un año y medio y cinco años de edad, los cuales fueron amarrados y amordazados. Tuvimos que ir a recogerla para llevarla a la clínica porque la línea de camiones que acostumbraban tomar estaba en huelga debido a los frecuentes atentados en contra de los conductores que se han negado a pagar la cuota impuesta por grupos de delincuentes. En el trayecto hacia el sitio donde nos esperaban la niña y su familia, fuimos desviados de la carretera porque esa misma mañana había sido asesinado otro chófer cuyo cuerpo inerte yacía en el piso, justo al paso de nuestra caravana. Por fin pudimos llegar y recoger a María José, su mamá -embarazada de cinco meses-, y sus tres hermanos: una niña de siete, un niño de cinco y un pequeño de año y medio. En un principio hablamos poco. La familia de María José había caminado dos horas para poder llegar hasta el sitio del encuentro. Me informaron que eso lo hacen cada vez que tiene que ir a la clínica. Dos horas de caminata de ida, dos de regreso, más el tiempo que tarda en pasar el camión que los transporta a la ciudad y los lleva de regreso. En total, se puede decir que pierden todo un día. Sin embargo, la niña no ha dejado de asistir a sus terapias, y se le nota. En nuestra conversación no pudimos abordar directamente el tema de la agresión sexual que sufrió, pues su psicóloga me informó que la niña no quería revivir nuevamente el evento, cosa que comprendí perfectamente. Respetando la advertencia, iniciamos una conversación sin problema. Mis tiempos como profesora de educación preescolar me ayudaron a establecer un buen contacto con María José. Le pregunté qué quería ser de grande y me dijo que doctora. Yo le confesé que de niña había tenido ese mismo deseo, y ahí encontré el tema que me permitió tratar de dejarle algo que la ayudara en su proceso de sanación. La ayuda que recibe de su psicóloga es muy buena, no hay duda, pero en mí surgió esa necesidad humana de darle algo: una idea, una sonrisa, una mirada que fuera de alivio. Le dije: ¿sabes, María?, yo no pude ser doctora, pero no importa, estudié para educadora y fui muy feliz. A veces, uno cambia de opinión conforme crece. Además, el cuerpo también cambia. ¿Ves esta uña? No es la misma que hace mes y medio. Las uñas crecen, el cabello crece, la piel se renueva? los pulmones, el corazón también, todas las células de nuestro cuerpo cambian por unas nuevas. Tu cuerpo dentro de unos años ya no va a ser el mismo. Ya no va a existir. Lo que perdura es lo que uno recuerda. Eso no cambia a menos que uno lo decida. Uno elige qué recuerdo guardar en la memoria. El día de hoy, por ejemplo, voy a recordarlo siempre porque te conocí, porque vi la luz que tienes en los ojos, porque en el camino a tu casa había una vegetación enorme, unas flores que yo nunca había visto y que me encantaron. Yo podría elegir recordar este día como el día en que vi a un chófer asesinado en la carretera, pero prefiero guardar en mi memoria tu rostro, el de tus hermanos, el de tu mamá. María, a pesar de sus nueve años, entendió perfectamente de lo que hablaba, sus negros ojos brillaron y sé que agradeció que la hiciera consciente de que con el tiempo iba a tener un cuerpo nuevo, uno que nadie había violentado, y que el dolor, la memoria, el recuerdo, podían transformarse. A partir de ese momento me sonrió ampliamente y conversamos un largo rato. Al final le dije: "¿Hay algo más que me quieras platicar?". Y me dijo con orgullo: "Sí, fíjate que me saqué el primer lugar en mi grupo". Le felicité ampliamente y le reafirmé la misma idea: "¿Te das cuenta de que eso nadie te lo puede tocar? Nadie te puede quitar tu inteligencia. Ésa te pertenece siempre".
Más tarde conversé un poco con su hermano Nemías Froylan, de cinco años, uno de los que presenciaron el ataque en contra de su hermana. Le pregunté qué le gustaría ser de grande, y sin dudarlo respondió: "Policía". "¿Y por qué?", le pregunté, aunque era obvio el motivo. "Porque quiero decirles a los malos que se vayan". "¿Y si no se quieren ir?". "Pues los saco a balazos", dijo con firmeza. Así de claro.
Y así es como se soluciona todo en la zona en donde se encuentra la clínica Periférica llamada Paraíso 2, dentro de la zona 18, la famosa zona de los maras, donde a diario muere alguien asesinado.
Esa noche, ya en mi hotel, tuve que recurrir a todos los consejos que yo misma le había dado a María José. Traté de imaginarla con un nuevo cuerpo: impecable y luminoso, pero me lo impedía el pensar en la impotencia que debieron haber sentido sus hermanitos al verla gritar de dolor. Yo recreaba en mi mente toda la historia hasta llegar al llanto, pasando por la indignación, el espanto, el dolor. Montones de preguntas me atormentaban: ¿qué tipo de sociedad daña de esa forma a las mujeres, sabiendo que son las que van a dar a luz nuevas generaciones? ¿A quién le puede importar tan poco acabar de esa manera con el origen de la vida? Al pensar en el atacante reflexioné: ¿a qué tipo de ser humano le puede interesar quedar en la memoria de otro por medio de un acto de semejante violencia? ¿Quién tendría esa enfermiza necesidad de ser visto, aunque sea por un instante, aunque sea con horror, aunque sea con odio, pero ser visto al fin? ¿Quién, sino alguien que hace tiempo no forma parte de una colectividad, podría ser capaz de mutilar, violar, decapitar a otro? Quién sino uno que hace mucho hicimos a un lado y que nunca nos ha preocupado en realidad.
Tal vez ésa es la respuesta: la separación. Quizá de ahí viene todo el problema. Nadie puede agredir lo que considera suyo. Sólo quien se concibe como ajeno a un grupo social puede atacarlo. Sólo quien se concibe separado, desterrado, desamparado, puede ser capaz de ver como enemigos a sus hermanos y asesinarlos. Sólo alguien que se siente desgarrado y separado puede tener la sangre fría para desgarrar otro cuerpo y querer permanecer en él para siempre, aunque sea como una mala memoria, como una maldición, como una herida putrefacta.
Me pregunté entonces cuándo pasó al olvido el pensamiento maya del Inlakesh: "tú eres yo, yo soy tú". Concepto que formaba parte de la cosmovisión de las culturas ancestrales y que explicaba de una manera totalmente adelantada a su época que no hay fronteras ni diferencias entre ninguno de los seres que habitamos en este universo, pues estamos totalmente interconectados. ¿Cuándo dejó de ser vigente ese pensamiento que les permitió a nuestros antepasados alcanzar un desarrollo artístico, espiritual y científico admirable? ¿Con la llegada de los conquistadores? ¿O con la historia sangrienta de las dictaduras que durante tantos y tantos años han masacrado a este país?
En ese momento acudieron a mi mente Myrna y Helen Mack. Ellas son la representación de este concepto maya del Inlakesh. Myrna tenía una maestría en Antropología Social en la Universidad de Manchester (Inglaterra). Entre 1987 y 1989 se dedicó a estudiar a la población que había sido desplazada a causa del conflicto armado en Guatemala. En 1990 publicó su libro Política institucional hacia el desplazado interno de Guatemala. Mientras preparaba la segunda publicación sobre el mismo tema fue brutalmente asesinada con 27 puñaladas por un comando especial del Estado Mayor Presidencial. A partir de esa lamentable muerte, Helen tomó la decisión de continuar con la labor que su hermana venía desarrollando y creó una fundación que lleva el nombre de Myrna Mack. Existe tal simbiosis entre las dos hermanas que con frecuencia se confunden sus nombres. La gente le llama Myrna a Helen. Cuando imagino el momento en que Helen llegó al lugar de los hechos y puso su frente sobre la de su hermana muerta, estoy convencida de que el Inlakesh se hizo presente y permitió que una fuera la otra, y la otra, una.
Al día siguiente, sentada en el comedor mientras esperaba a mis compañeros de aventura, seguí con mis reflexiones y me pregunté: ¿qué fue primero, la gallina o el huevo? ¿Cuál es el origen de la ola de violencia que se vive en México y en Guatemala? ¿De dónde surgen los maras? ¿Quién los amamantó? ¿En qué parte de la mente colectiva -a la que todos estamos integrados- se incubaron las primeras agresiones? ¿Es sólo el sistema capitalista que con su inmoral discurso del dinero, competencia feroz e individualidad mal entendida genera en gran parte esta violencia? ¿Es porque Guatemala se ha convertido en un punto clave en la ruta para transportar cocaína desde los Andes hasta Estados Unidos de Norteamérica? ¿Es porque los narcotraficantes imponen su voluntad a base de violencia para garantizar un ingreso económico desmesurado? ¿Es el afán de hacer dinero a costa de lo que sea y de quien sea el que expresa la violencia de una sociedad que ha dejado de lado a millones de personas que terminan por dudar si podrán sobrevivir y dejar descendencia? ¿El ataque a las mujeres, a las madres futuras, no significa un suicidio colectivo? ¿Qué futuro pueden esperar quienes han sufrido una agresión constante, quienes han sido desterrados, obligados a dejar sus tierras, su manera de vivir, quienes presenciaron el genocidio indígena en Guatemala? Entre 1960 y 1996 fueron asesinadas o desaparecidas más de 200.000 personas. En 1982 y 1983 se exterminaron unas 440 comunidades indígenas como parte de una lucha anticomunista orquestada por el Gobierno militar de Efraín Ríos Montt. Mataron a hombres y mujeres, niños y niñas, destruyeron cultivos, animales, casas.
Sin duda, éste es uno de los orígenes de la violencia, pero lo que me queda claro es que los ejecutores del genocidio, los sicarios, los violadores, los asesinos materiales y los institucionales pueden asesinar a sangre fría debido a que no guardan la mínima conexión con su entorno. Actúan por su cuenta, tal y como lo hace una célula cancerosa en el cuerpo humano. Al perder la interconexión con el todo, lo que originalmente debía ser un elemento de vida pierde el sentido de integración armónica y trabaja para destruir al propio cuerpo que le dio origen. La pregunta obligada es: ¿cómo se puede erradicar ese cáncer?
Interrumpí mis reflexiones porque en la mesa de al lado un argentino ofrecía sus productos a un grupo de indígenas guatemaltecos. Como la cosa más normal del mundo, la gente pasaba a su lado y ni siquiera bajaba el nivel de voz. Se trataba de chalecos, camisas y sacos, antibalas. Había de todos los tipos y de muchos precios. Algunos -los más baratos- no les aseguraban a sus futuros dueños detener el paso de la bala, pero la podían contener lo suficiente como para que la cosa no fuera más allá de una costilla o una clavícula rotas.
Yo me pregunto de qué sirve salvar la vida de un cuerpo. ¿Es en el cuerpo o en la mente donde queda la herida? ¿Cuándo sana una mujer que sufrió una violación? ¿O una madre que perdió a sus tres hijas de 12, 9 y 7 años? ¿Hay chalecos antibalas que protejan el dolor de una pérdida? ¿Cuántos corazones atraviesa una bala? ¿Cuántas familias mueren con un muerto? ¿Hay castigo para los que destruyen lo más preciado: la fe en el ser humano, la confianza en una congregación fraternal, en un cosmos aglutinante, en un espíritu bondadoso? ¿Cómo recuperar la fe en la justicia si la mayor parte de las denuncias de las víctimas de agresiones quedan paralizadas en juzgados corruptos o ineptos y casi toda la violencia y la injusticia se conserva impune, generando más y más resentimiento, más y más sed de venganza?
¿Cómo recobrar la esperanza de que es posible salir del infierno? Tal vez por eso en algunas zonas de Guatemala no hay más de cinco cuadras en las que no se note la presencia de una iglesia evangélica y mucha gente, como Aura, la mamá de las tres niñas asesinadas, está convencida de que su mejor psicoanalista es Dios. Su pastor comparte esa idea y le proporciona ayuda a cambio del diezmo.
La señora Aura aún no puede hablar del asesinato de sus hijas. Le cuesta cada palabra que sale de su boca. Durante nuestra entrevista tuvimos varios momentos de silencio. Más bien me enteré de lo sucedido por un reportaje periodístico. Ella vive en San Lucas, en un caserío realmente retirado e incomunicado. Sus hijas Heidi, Wendy y Diana tenían que cruzar a diario un camino boscoso para ir a la escuela, que quedaba a siete kilómetros de su casa. Ahí fue donde las encontraron muertas. Al parecer, Wendy fue testigo del robo que un mara apodado El Coche realizó en la casa de su tía y lo denunció. El Coche amenazó con matarla y lo cumplió. Durante las investigaciones se descubrió que también había participado en el ataque contra las niñas Noé, el cuñado de ellas, esposo de su hermana de 15 años. El machete con el que las asesinaron, después de haberlas atacado sexualmente, fue encontrado en el pozo que se encuentra junto a la casucha de tablones en donde vive Aura y los restantes miembros de su familia. Durante el juicio que se siguió en contra de los acusados tuvieron que exhumar a las tres niñas. Así que Aura tuvo que desenterrar y volver a enterrar a sus hijas. Aún no supera el duelo. La ayuda que ofrece Médicos Sin Fronteras en su caso no ha sido tan efectiva, pues a Aura -por razones de lejanía- se le dificulta enormemente asistir a sus citas. Prefiere asistir a la iglesia evangélica que está frente a su casa.
Muchos son los que buscan consuelo en la fe. Sergio, un hombre inteligente y sensible de 25 años de edad, sufrió un abuso sexual en su infancia y la manera en que intentó sanar fue ingresando en un seminario. Me comentó que no pudo seguir con sus estudios porque no se sentía bien consigo mismo, de alguna manera no se sentía digno. La formación sacerdotal que estaba recibiendo no le ayudaba del todo a poner en orden su mundo interior que había sido fuertemente dañado. Alguien le sugirió buscar la ayuda de Médicos Sin Fronteras. Al principio se resistió, pues le informaron que todas las psicoanalistas eran mujeres. Sin embargo, sus deseos de sanar le hicieron superar ese prejuicio y asistir a la terapia. Sergio dejó el seminario y ha trabajado admirablemente para enfrentar sus heridas y aceptar que no hay nada condenable ni despreciable en su pasado. Que lo que su cuerpo había experimentado en nada alteraba su verdadero origen, su verdadera identidad. Sentada frente a él viendo la calidez de su mirada, le pregunté si creía tener una fe auténtica en un Dios amoroso, en un principio unificador de todas las cosas. No se tardó en responder con verdad: sí, tengo fe. ¿Y cómo crees que ese Dios te vería en este mismo instante? Se le humedecieron los ojos y me contestó viéndome directamente, con una mirada profunda, tranquila y limpia: ¡Con amor? Dios me vería con amor!
E
Otro de los casos en donde pude comprobar que cuando al tratamiento que ofrece Médicos Sin Fronteras se le añade una dosis de solidaridad humana el resultado es sorprendente. María es una trabajadora doméstica de 23 años que fue violada por un vigilante cuando regresaba de la escuela. María es indígena y llegó a trabajar a la ciudad de Guatemala cuando casi era una niña. La familia que la acogió le permite continuar con sus estudios y la ha apoyado incondicionalmente. En compañía de ellos, presentó su denuncia y acudió a la clínica en donde Médicos Sin Fronteras ofrece su ayuda. María, por su parte, muestra un gran carácter y deseo de superación. Trabaja por las mañanas en las labores hogareñas y por las tardes asiste a una escuela donde estudia para perito contador. Va de cinco de la tarde a diez de la noche y estudia hasta la una o las dos de la madrugada. El día en que la violaron regresaba de un examen final. Este dato me llamó la atención, pues tal parece ser que cuanto más muestras de independencia refleja una mujer, más se le intenta lastimar. De los casos que entrevisté, todas las mujeres agredidas iban a la escuela y sobresalían en sus estudios o, como en el caso de María José, al día siguiente de su violación iban a coronarla como la reina de la escuela.
Lo que los agresores no toman en cuenta es la fortaleza que puede haber en el interior de una persona. Durante mi conversación con María, nunca percibí el menor destello de temor en sus ojos. Se mueve con firmeza, habla de su problema con fluidez y sin dolor. Piensa seguir con sus estudios y algún día independizarse. Esa misma fuerza la percibí tanto en Cindy como en María José.
No quise finalizar mi visita a Guatemala sin hacer un recorrido por Chichicastenango. Me acompañaron unas "mis amigas guatemaltecas", como acostumbran decir por allá. Me gusta que coloquen el "mi" antes del sujeto. Fue un viaje mágico e inolvidable. También visitamos la deslumbrante y conmovedora ciudad de La Antigua, que debe su nombre a que fue la primera capital de Guatemala. Como amante de las artesanías, disfruté al máximo con el colorido de los trajes de las mujeres indígenas y nuevamente con la similitud que guardan sus bordados con los mexicanos. Gocé al máximo de la comida; de la manera en que los ritos ancestrales permanecen y conviven con los ritos de la Iglesia católica, de los chamanes con sus velas, sus flores, sus sahumerios; de la presencia del futuro, pasado y presente integrados en un mismo día alegre y luminoso. El viaje se nos hizo corto, no paramos de hablar de cómo se puede solucionar el grave problema de violencia que aqueja al mundo. Gracias a ellas me enteré de la cantidad de gente que trabaja a favor de la paz dentro de Guatemala. Conocí empresarios responsables que están ayudando a crear pequeñas industrias ecológicas dando trabajo y educación a niños indígenas. Seres humanos que son conscientes de que la mejor manera de hacer negocios o de hacer política es a través del amor.
Coincido totalmente con ellas, pues con tristeza tenemos que aceptar que los seres humanos no hemos podido erradicar los crueles actos de violencia en contra de las mujeres a pesar de la labor extraordinaria de Myrna y Helen, a pesar del maravilloso trabajo que el fiscal del Tribunal Supremo español, Carlos Castresana, realiza al frente de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), a pesar de la Coordinadora Nacional para la Prevención de la Violencia Intrafamiliar y contra las mujeres (Conaprevi), a pesar de Irma Alicia Velasquez Nimatuj y su apoyo a los pueblos indígenas, a pesar de las madres de familia que día a día luchan por proteger a sus hijos, a pesar de las organizaciones feministas.
Organizaciones van y organizaciones vienen. Profetas van y profetas vienen y aún no hemos podido evitar los ataques y los asesinatos porque creer es crear y mientras sigamos creyendo en la violencia como manera de solucionar nuestros problemas, seguiremos creando violencia. Y la violencia provoca miedo, y el miedo, desconexión, y la desconexión, deseo de no pertenencia a un grupo social. Desde mi punto de vista, el cáncer que ataca a Guatemala y a México es un cáncer que no va a desaparecer sólo con nuevas leyes y nuevas penalizaciones, sino con una nueva manera de mirar la realidad que nos regrese al concepto del Inlakesh: lo que te hago a ti me lo estoy haciendo a mí mismo porque somos uno. Lo que quiero para mí es lo que a ti te doy. Recuperar esa sabia manera de concebir el mundo que los mayas tenían seguramente nos ayudaría a vivir de manera pacífica. Curiosamente, en el budismo se le llama maya a la ilusión que provocan nuestras percepciones. Buda pudo despertar del sueño cuando cerró sus ojos. Fue en ese estado de meditación cuando supo quién era y restableció su conexión con la fuente que lo creó -la misma que nos mantiene a todos en unión-. La invitación sigue ahí, las palabras de los profetas siguen ahí, en ese campo de información que nos rodea. Sólo tenemos que entrar en contacto con él para, al igual que los mayas, ver más allá de nuestros ojos y darnos cuenta que formamos parte de un todo indivisible. Deseo que esteaño que comienza recordemos nuevamente a un hombre que hace miles de años nos invitó a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y lo hagamos realidaden nuestros corazones. Que las lágrimas de dolor de nuestros hermanos sean como el agua que la Montaña Sagrada hizo brotar del Inframundo para garantizar la vida, una vida renovada en el interior de la cueva, en el fondo de los ojos, en el centro de la pupila, una mirada de luz que nos permita unificar los mundos, todos los mundos.
se día en verdad agradecí esas palabras. Nadie había mencionado la palabra amor durante sus testimonios. En general, si somos sinceros, pocas veces al día escuchamos la palabra amor y somos pocos los que nos atrevemos a mencionarla. Como que lo aceptado socialmente y políticamente correcto es hablar del infierno en que vivimos; del desastre económico, de los muertos, de los descabezados, de los torturados, del narcotráfico, de la destrucción ecológica, de que el agua se acaba, de que el planeta se calienta y de que no hay futuro para nuestros hijos. Para ese día después de haber escuchado y presenciado tanto y tanto dolor, me sentía triste y deprimida, por eso también recibí como un regalo, como un alivio, la visita que hice a casa de Cindy, una niña de 13 años que fue violada por su padrastro y quedó embarazada de él. Yo me esperaba un cuadro triste y desolador, una familia destruida y una niña sin futuro. Para mi sorpresa fui recibida en una casa pequeña y humilde, donde se respira afecto. Cindy está recuperada y en verdad quiere a su hijo. Me sorprendió ver que lo mira como creo que Dios mira a Sergio. La vi cuidarlo, atenderlo y protegerlo de la manera más amorosa. Su hijo es un plácido bebé de seis meses que sonríe dulcemente. Quiero recalcar que ha sido fundamental el apoyo que ha recibido Cindy de parte de Ana, su madre. Sin él, su recuperación no habría sido igual. Su madre la apoyó en todo momento. Denunció a su propio esposo y padre de la menor de sus hijas y no se tentó el corazón para meterlo en la cárcel. Aceptó también el deseo de Cindy de llevar a término su embarazo. La psicóloga que la atendía le preguntó a Cindy si en verdad quería tener al niño y luego de algunas sesiones ella decidió que sí, que en ese niño había parte de su herencia genética, de la cual estaba orgullosa, y que deseaba tenerlo. Cindy y Ana son mujeres fuertes y valientes que se quieren y se apoyan. Ana está dispuesta a cuidar a Manuel Alfredo, como se llama el pequeño, para que Cindy continúe con sus estudios. Y Cindy, a ayudar a su madre para que pueda trabajar medio tiempo y sostenerlas a ella, al niño y a Carla, su media hermana, que a su vez es tía hermana de Manuel Alfredo.