8 sept 2007

Seis años después 11-S


REPORTAJE: El terrorismo internacional.
Pulso en el interior de Al Qaeda
Loretta Napoleoni repasa la historia menos conocida del grupo terrorista a dos días del sexto aniversario del 11-S: las luchas internas y la impopularidad de Bin Laden entre los talibanes
Loretta Napoleoni es economista italiana experta en financiación del terrorismo, asesora a varios Gobiernos en temas de lucha antiterrorista. Autora de Insurgent Iraq: Al-Zarqawi and the New Generation y de Yihad: cómo se financia el terrorismo en la nueva economía (Urano).
Traducción de M. L. Rodríguez Tapia
Publicado en El País, 09/09/2007;
En el otoño de 2004, Al-Sharq al-Awsat, el periódico saudí con sede en Londres, publicó un relato que, según se rumoreaba, había escrito un miembro del círculo íntimo de Al Qaeda. En claro contraste con la imagen habitual de la organización como multinacional del terror, describía un grupo pequeño, plagado de luchas internas y dirigido por un megalómano saudí impopular, Osama bin Laden.
El problema fundamental era la obsesión del líder terrorista con EE UU
La arrogancia propia de los saudíes deterioró la imagen de Bin Laden entre los yihadistas
En vísperas del 11-S, Al Qaeda era un grupo bastante desconocido fuera de Afganistán
Con la guerra de Irak surgió un nuevo fénix, el alqaedismo, un nuevo antiimperialismo
Si el mundo es hoy más peligroso es porque los políticos manipularon la naturaleza de Al Qaeda
El problema fundamental era la obsesión de Bin Laden con Estados Unidos. El ala moderada de Al Qaeda le reprochaba que confiase en un grupo de patrocinadores saudíes que viajaban libremente a EE UU y que le habían convencido de que era un país débil e incapaz de soportar más de tres golpes: los atentados de 1998 contra las embajadas estadounidenses en África, el atentado de 2000 contra el portaaviones USS Cole y el atentado contra las Torres Gemelas. Los moderados atribuían esta idea a la arrogancia saudí y temían las represalias militares norteamericanas. Como también la temían los talibanes, que en su mayoría despreciaban a Bin Laden y sus amigos saudíes por su ostentación y su sentimiento de superioridad.
Los propios dirigentes talibanes consideraban a Bin Laden como un estorbo. Su obsesión de que los medios occidentales dieran publicidad a su odio hacia EE UU había enfurecido en más de una ocasión al mulá Omar, el líder espiritual talibán, cuyos valedores paquistaníes habían llegado a presionarle para que obligara a Osama a callarse o le expulsara del país. Pero el régimen necesitaba los 30 millones de dólares de renta pagados por los patrocinadores de Bin Laden y la pequeña industria de los campos de entrenamiento; el régimen talibán, que funcionaba como una réplica del califato islámico medieval, sufría una falta crónica de dinero. Y la animadversión del mulá Omar hacia las drogas había limitado la única fuente de ingresos exteriores: el opio.
Los partidarios de la línea dura dentro de Al Qaeda también temían las represalias estadounidenses, aunque por distintos motivos. Ya en 1998, bajo la dirección de Abu Hafas al Masri -uno de los fundadores de Al Qaeda, que murió en Kandahar-, habían presionado a Bin Laden para que adquiriese armas de destrucción masiva o construyera bombas sucias. Su idea era introducirlas de contrabando en Estados Unidos y almacenarlas allí para utilizarlas en el caso de que los estadounidenses invadieran Afganistán. Bin Laden nunca rechazó formalmente la propuesta, pero impidió a Al Masri que la llevara a cabo.
Construir una bomba sucia en Afganistán habría sido sencillo. Los talibanes habían recuperado suficiente cantidad de armas químicas y material radiactivo de la invasión soviética como para poder fabricar más de una, y en Al Qaeda había gente con los conocimientos necesarios para hacerlo. Sin embargo, cuando Al Masri se decidió a preguntar a los talibanes sobre los materiales químicos y radiactivos, descubrió que los habían vendido en secreto a los paquistaníes porque no se fiaban de los árabes. Los miembros de la línea dura pensaron que Bin Laden era el responsable de esa antipatía.
Bin Laden era aún más impopular fuera de Al Qaeda. La arrogancia y el sentimiento de superioridad propios de los saudíes habían deteriorado su imagen entre los yihadistas, jóvenes que veían en él una prolongación de las clases dirigentes saudíes. Entre ellos estaban Jattab, un joven guerrero saudí que, a finales de los noventa, dirigió a los muyahidin en Chechenia, y el jordano Abu Mussad al Zarqaui, que, entre 1999 y 2001, dirigió en Herat un campo de entrenamiento propio, bajo los auspicios de los talibanes.
La popularidad de Bin Laden entre los antiguos muyahidin era menor si cabe. Muchos le consideraban responsable de haber convertido Al Qaeda en una milicia de sus patrocinadores saudíes. Al Qaeda, formada en torno a las enseñanzas del jeque Azzam, nació como brazo militar de una insurgencia musulmana mundial, dentro del ejército de los árabes afganos. Hacia el final de la yihad antisoviética, Azzam empezó a imaginar un Afganistán libre de soviéticos y que fuera un refugio para el futuro ejército internacional de muyahidin, y les instó a independizarse de sus patrocinadores.
Ése fue el momento en el que Osama bin Laden, el representante de hecho de los intereses saudíes en Afganistán, chocó con los intereses del jeque Abdallah Azzam. Bin Laden y sus patrocinadores saudíes querían moldear Al Qaeda para convertirla en una organización independiente del futuro régimen afgano; no les interesaba la consolidación del poder en Afganistán. Desde luego, querían seguir dominando y manipulando el futuro de las brigadas árabes. Según el investigador egipcio Abderrahim Ali, Bin Laden estaba además muy influido por la facción egipcia de la Oficina Árabe-Afgana, que dirigía Ayman al Zauahiri. Este grupo quería incorporar Al Qaeda a las tácticas terroristas y transformarla en una organización armada; al acabar la yihad contra los soviéticos, pensaban servirse de Al Qaeda para impulsar la actividad terrorista en Egipto.
La disputa terminó con el asesinato del jeque Azzam el 24 de noviembre de 1989. A partir de ese momento, Bin Laden y Al Zauahiri se hicieron poco a poco con el control de la Oficina Árabe-Afgana y convirtieron Al Qaeda en una organización terrorista financiada con dinero saudí. El asesinato fue el primero de una serie que acabó con la vida de varios miembros de la Oficina, con reminiscencias de las purgas realizadas por Stalin entre los dirigentes bolcheviques. Estas purgas prepararon el terreno para el primer atentado contra las Torres Gemelas, en 1993. Según Muhamad Sadeq Awda, miembro de Al Qaeda en prisión, Bin Laden ordenó el asesinato de Azzam porque sospechaba que tenía lazos con la CIA. Sin embargo, muchos creen que fue Al Zauahiri, y no Bin Laden, quien ordenó las purgas. Hoy sigue siendo uno de los grandes misterios sin resolver.
En vísperas del 11-S, por tanto, Bin Laden era muy impopular, tanto entre sus seguidores y sus anfitriones como entre los miembros del movimiento yihadista. Como destaca Jason Burke, un premiado periodista de The Observer, Al Qaeda no era una multinacional del terror, sino una pequeña organización bastante desconocida fuera de Afganistán. Y al terminar la batalla de Tora Bora, Al Qaeda era una sombra de sí misma. Varios combatientes fundamentales, como Al Masri, habían muerto durante los ataques de la coalición en Afganistán, y varios millares más habían sido capturados y enviados a Guantánamo; en el transcurso del año siguiente, todos los dirigentes de la organización -excepto Bin Laden y Al Zauahiri- fueron capturados por el Ejército estadounidense y llevados a un lugar no revelado.
También desapareció la obsesión de Bin Laden de llevar el terrorismo al corazón de EE UU. Tras el 11-S, todos los grandes atentados los realizaron grupos locales en sus respectivos países: Pakistán y Bali en 2002; Uzbekistán, Turquía y Casablanca en 2003. La verdad es que el 11-S fue un episodio aislado en la historia de la violencia política islámica, del mismo modo que Al Qaeda era una organización armada islámica que era atípica. Ni el GIA argelino, ni la Yemaa Islamiya indonesia, ni los Hermanos Musulmanes de Egipto, ni el Movimiento Islámico de Uzbekistán habían atacado jamás a un enemigo tan lejano, sino que todos se habían dedicado siempre a los enemigos más próximos, los regímenes oligárquicos que imperan en el mundo musulmán.
La peculiaridad de Al Qaeda se debía a la naturaleza de sus promotores. A finales de los años setenta, varios patrocinadores de Arabia Saudí y el Golfo crearon Daw'ah, una red de organizaciones benéficas, empresas e inversiones directas para difundir la doctrina wahabí -la interpretación más conservadora del islam- en el mundo musulmán. Daw'ah financió a los muyahidin y, tras la victoria en Afganistán, fomentó la violencia islámica en todos los países musulmanes. Desde Uzbekistán hasta Somalia, desde Chechenia hasta Argelia, Daw'ah costeó una serie de organizaciones armadas que luchaban para establecer regímenes acordes con la sharía. Al Qaeda también se benefició del dinero de Daw'ah y Bin Laden fue uno de sus grandes agentes durante los años ochenta en Afganistán. Sin embargo, cuando le expulsaron de Arabia Saudí en los años noventa, se encontró con que no podía usar esos fondos para sufragar una rebelión en el país del que procedían sus donantes. Para esquivar el problema creó una organización armada transnacional cuyos objetivos serían los valedores de los saudíes, es decir, Estados Unidos. Si podía destruir Estados Unidos, podría derrocar el régimen saudí: éste era el mensaje oculto del manifiesto de 1998 contra los cruzados sionistas, suscrito por Al Zauahiri y motor de los atentados contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania y el atentado contra el USS Cole en Yemen.
La ilusión de Bin Laden de que Estados Unidos se desintegraría después del tercer y definitivo ataque es equiparable a la absurda idea del Gobierno de Bush de que Al Qaeda estaba en el centro de una conspiración mundial de organizaciones armadas islámicas. Este engaño constituyó la base de la guerra contra el terror, que pronto se convirtió en una lucha contra las sombras de Al Qaeda. Por ejemplo, después de la batalla de Tora Bora, Bin Laden y Al Zauahiri desaparecieron por las buenas en la zona fronteriza entre Afganistán y Pakistán gobernada por los dirigentes tribales islámicos. Seis años después del 11-S, continúan en libertad.
En contra de los consejos de los servicios de espionaje de todo el mundo, EE UU desvió su atención hacia Irak con el argumento de que Sadam Husein formaba parte de la conspiración. "En Oriente Próximo, hasta los niños se reían de esa asociación", dijo Fouad Hussein, un periodista jordano que se entrevistó con Al Zarqaui en la cárcel. Todavía más increíble era el arsenal de armas de destrucción masiva de Sadam; si lo hubiera tenido, lo habría empleado antes de la invasión.
Para justificar un ataque preventivo contra Sadam, se inventó un vínculo ficticio entre Bin Laden y el dictador iraquí, y así nació el mito de Al Zarqaui, el hombre de Al Qaeda en Irak. La fabricación de pruebas falsas por Estados Unidos y la obsesión de los medios de comunicación con Al Qaeda fue su mitología. Una historia interminable de sangre, violencia o heroísmo, dependiendo de quién la contara, sustituyó a la verdad: que, con la caída del régimen talibán, Al Qaeda había dejado de existir. Las masas musulmanas, oprimidas por dirigentes corruptos y antidemocráticos e indignadas por la humillación diaria de los iraquíes, y los occidentales, aterrorizados por sus propios gobiernos, se creyeron el cuento.
La vieja dirección de Al Qaeda, ahora firmemente controlada por Al Zauahiri, reforzó esa idea a base de explotar su notoriedad y utilizar los medios de comunicación e Internet para difundir su propaganda. Al Qaeda se convirtió en distintivo de calidad en el repugnante campo del terror islamista. Bin Laden llegó a pretender negociar una tregua en Irak tras el atentado de Madrid en 2004, cuando la verdad era que prácticamente no podía mantenerse a sí mismo en su escondite. A finales de 2003, Al Zauahiri escribió una carta a Al Zarqaui para pedirle dinero.
La guerra de Irak devolvió la vida a Al Qaeda. De sus cenizas surgió un nuevo fénix, el alqaedismo, una nueva ideología antiimperialista. La entrada de Al Zarqaui -su icono fundamental- en Al Qaeda, como emir de la organización en Irak, selló la transición. Las organizaciones armadas islámicas, costeadas durante decenios por Daw'ah, entraron pronto bajo este paraguas ideológico; desde los pequeños grupos escindidos del GIA en Argelia hasta los grupos locales del Reino Unido, todos adoptaron la etiqueta de Al Qaeda. Irónicamente, como hace seis años, Osama bin Laden y Al Zauahiri no controlan lo que ocurre en el mundo yihadista, pese a ser los símbolos más importantes de un movimiento mundial creado por la paranoia occidental.
El Gobierno de Bush y sus más estrechos aliados conocían la verdadera historia de Al Qaeda. Si no inmediatamente después del 11-S, no cabe duda de que la captura de figuras clave como Binalshibh y Abu Zubayda les permitió tener una idea muy clara de las luchas internas de la organización. También conocían su verdadero poder y su fuerza. Michael Shuwer, responsable de la Unidad Osama de la CIA hasta 1999, asegura que informó a sus superiores sobre los auténticos peligros de Al Qaeda antes del 11-S. Después del atentado, aconsejó que capturasen vivo o muerto a Osama bin Laden inmediatamente, antes de que se convirtiera en un símbolo, pero sus palabras fueron ignoradas.
Si hoy vivimos en un mundo mucho más peligroso es porque los políticos manipularon la verdadera naturaleza de Al Qaeda y convirtieron la visión que tenía Osama bin Laden de EE UU en una profecía autocumplida. Si se hubieran empleado los recursos para llevar ante la justicia a Osama bin Laden y Al Zauahiri, Al Qaeda habría quedado relegada a los libros de historia en lugar de ocupar las primeras páginas de los periódicos. El sexto aniversario de la tragedia de las Torres Gemelas parece una buena ocasión para empezar a revelar la verdad y utilizarla con el fin de llevar la paz a nuestro mundo. Callar a Bin Laden y Al Zauahiri no acabará con la violencia islámica, pero sería un paso en la buena dirección. Otro paso más sería el de dar con una solución a la pesadilla iraquí y poner fin al paralelismo entre Al Qaeda y la guerra fría. Pequeños pasos hasta que todos los mitos de los seis últimos años queden al descubierto y sean destruidos.

Seis años después del 11-S

La propuesta de Rodríguez Zapatero
Desde el 11-S; Editorial-
Tomado de El País, 09/09/2007;
Poco importa, salvo para la imagen de la Administración de Bush, que no ha logrado capturarle, que Osama Bin Laden reaparezca en un vídeo por primera vez en casi tres años advirtiendo a Estados Unidos de que, pese a su poderío, sigue siendo vulnerable. Seis años después de aquel fatídico 11 de septiembre, lo que está claro es que el terrorista saudí ha puesto en marcha una dinámica que le supera y que convierte en más peligroso el yihadismo global. El mundo se ha llenado de imitadores, de franquicias de Al Qaeda que no responden a ningún centro, sino que se nutren de una ideología mortífera, aunque aún tenga importancia lo que ocurra en las montañas entre Afganistán y Pakistán.
Uno de los últimos ejemplos de lo complejo que se ha vuelto luchar contra este terrorismo global lo hemos visto en Alemania, donde la policía supuestamente ha evitado unos atentados que pretendían ser brutales contra EE UU en suelo europeo. De los tres detenidos, dos son alemanes nativos, conversos al islam. No son inmigrantes musulmanes de primera o segunda generación, como ocurrió con los atentados de Madrid y Londres, sino un prototipo nuevo de terrorista, aunque tenga antecedentes en Muriel Degauque, la belga conversa que viajó a Irak para inmolarse allí en un atentado en 2005. Algunos de los detenidos en Alemania habían pasado por campos de entrenamiento de yihadistas en Pakistán, cuya existencia sigue siendo un gigantesco problema.
Los yihadistas no cejan en su locura. Mutan ante las reacciones que provocan. Sus técnicas cambian, como se vio en el intento de volar el año pasado unos aviones desde Inglaterra, lo que llevó a nuevas e incómodas medidas de control para el viajero. Parecen obsesionados por lograr un nuevo gran golpe, y es de temer que alguna vez lo consigan. Sin embargo, la lista de atentados frustrados por los servicios de seguridad o por fallos de los propios activistas es impresionante. En seis años, estos servicios han ganado en eficacia y los nuevos yihadistas, con mucha más improvisación, han aumentado sus errores.
El movimiento desencadenado por el 11-S no se ha limitado a Occidente. Ahí están los atentados de Bali, de Estambul, de Casablanca o la escalada de terror en Argelia, que ha causado con dos bombas al menos medio centenar de muertos en los últimos tres días. Con una de ellas, los terroristas pretendieron el jueves matar al presidente Buteflika. La estrategia profundamente errónea de los neoconservadores de Bush con su concepto de la guerra contra el terrorismo y la invasión de Irak han contribuido decisivamente a materializar un aparente choque de civilizaciones, aunque se trate de obra de minorías. En lo que Bin Laden ha fracasado, al menos por ahora, es en provocar una sublevación popular para hacer caer a los regímenes sensatos, moderados o corruptos del mundo musulmán.
El peligro de que unos grupos marginales sirvan de catalizador para un choque de gran envergadura está aún más presente con el crecimiento de los movimientos islamistas pacíficos: desde Marruecos -todo indica que el Partido de la Justicia y del Desarrollo se ha fortalecido tras las elecciones del viernes al margen de las sospechas de fraude- hasta Turquía o Indonesia. El hecho de que cada vez más mujeres jóvenes porten el hiyab, el velo islámico, debe ser objeto de profunda reflexión. Se podrá criticar, por falta de contenido real, la propuesta de Zapatero de la Alianza de Civilizaciones, pero hasta ahora nadie ha puesto sobre la mesa global nada mejor, frente a lo que hoy por hoy, seis años después, es la mayor fuerza de Bin Laden y Al Qaeda: su ideología.

A seis años del 11-S

Del anarquismo al terrorismo/Lluís Foix
Tomado de La Vanguardia, 07/09/2007M
El anarquismo asesinó a reyes, presidentes y jefes de gobierno desde finales del siglo XIX hasta 1914. Fue una etapa de magnicidios muy sonados. Un hermano de Lenin intentó asesinar al zar Alejandro III en 1887. Humberto I de Saboya fue asesinado en Monza en 1900 por el anarquista Gaetano Bresci.
El presidente Lincoln cayó bajo los disparos de un actor y simpatizante del Sur de Virginia mientras asistía a una función en el teatro Ford de Washington. El líder socialista francés, Jean Jaurès, era víctima de un atentado en 1914, el mismo año que caía asesinado en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando y se declaraba la Primera Guerra Mundial.
La siniestra cosecha de magnicidios segó la vida en España a cinco presidentes o jefes de gobierno: el general Prim, Cánovas del Castillo, Canalejas, Dato y Carrero Blanco. Kennedy cayó asesinado y también fueron víctimas de conspiraciones Anuar el Sadat en Egipto, Isaac Rabin en Israel, Indira Gandhi en la India y Olor Palme en Suecia.
Ronald Reagan y Juan Pablo II sobrevivieron a las balas de los asesinos. El magnicidio en la Antigua Grecia y en Roma era frecuente. Julio César es seguramente uno de los más célebres. Los atentados contra los dirigentes se pueden repetir. Han sido constantes en la historia de la Humanidad.
Lo nuevo de nuestros días es el terrorismo nacional o internacional que no alcanza a dar muerte a los dirigentes, porque no tienen posibilidades, pero se ensaña con los ciudadanos anónimos personal o masivamente.
Se acerca el 11 de septiembre, aniversario del mayor atentado, el más precisamente ejecutado, de la era moderna. Una matanza que cambió el curso de la historia porque Estados Unidos era atacado por primera vez en su propio territorio causando miles de muertos.
La reacción es conocida. El supuesto cerebro de aquella sanguinaria acción, Bin Laden, dicen que va a aparecer en televisión anunciando nuevas acciones de violencia política mortífera.
El peligro más serio del terrorismo no es el daño que puede causar por la amenaza real de un anónimo puñado de fanáticos. El peligro es el miedo irracional que sus actividades provocan en la sociedad.
Lo que pretende este movimiento sin estado, sin ejércitos, sin caras visibles, sin jefes conocidos, es crear una situación de pánico. Su objetivo político no consiste tanto en producir la matanza en sí como en conseguir que la opinión pública mundial se desmoralice y claudique en alguna de sus peticiones.
La guerra contra el terrorismo no se va a ganar del todo. Existirán atentados personales y colectivos. Hay que tener la convicción de que un pequeño grupo de activistas asesinos no conseguirá desestabilizar ni destruir las sociedades democráticas.
No se les puede combatir con aviones ni artillería pesada como se está demostrando en Iraq. Hay que hacerlo con inteligencia, con información sobre sus actividades, con la fuerza pero siempre con la ley.

A seis años del 11-S

A seis años del 11-S: más vigilancia, más inseguridad/Oscar Raúl Cardoso
Tomado de Clarín ocardoso@clarin.com
En la orilla del sexto aniversario de los ataques del 11/S parece inevitable que nuevos episodios —aun violentos— jalonen la memoria presente de la fecha en que Occidente ingresó en la interminable "guerra contra el terrorismo" y lo hizo, además, imponiéndose un "paradigma de prevención", definiciones ambas que formuló el gobierno de George W. Bush.
Es algo más que esperar —ya se lo ha anunciado— un nuevo mensaje en video de Ossama bin Laden o, lo que es más temible, uno o más atentados.
Basta preguntarle ahora a la canciller alemana Angela Merkel, cuyos servicios de seguridad aseguran haber descubierto una conspiración para cometer atentados en el país que involucra a una decena de potenciales terroristas de los cuales tres ya han sido arrestados.
Es interesante notar que esos servicios aseguran que, con excepción de uno de los sospechosos que puede haber abandonado Alemania, la policía conoce las identidades y los lugares en que están los que aun gozan de libertad y que si no han sido detenidos es porque "la evidencia" resulta insuficiente. Apenas un par de días antes la policía dinamarquesa anunció el desbaratamiento de otro complot por el que detuvo a ocho personas. Un día después seis de estas fueron liberadas.
Este es uno de los problemas centrales del "paradigma de prevención": su credibilidad deviene de que son funcionarios gubernamentales los que reparten las culpas sin que sientan la obligación de ofrecer las pruebas que permitirían identificar a los responsables.
Ah, sí, también esperan que perfilar racialmente a los acusados —musulmanes asiáticos— hará que nadie pregunte otra cosa y dé por sentado que los anuncios son verdad. Parece ser esta un suerte de "cualidad" del Tercer Reich que algunos han decidido sacar del archivo.
Hace unos meses Londres afirmó haber desbaratado una célula que estaba a punto de cometer atentados contra vuelos comerciales transatlánticos.
¿Qué más se supo de este complot y de sus participantes? Nada, excepción hecha de que eran "islámicos radicalizados".
El ambiente parece estar a punto en Alemania para creer lo peor. País que no tiene fuerzas militares en Irak y cuya presencia en Afganistán se ha vuelto más simbólica que otra cosa, los alemanes parecían convencidos que el terrorismo era un problema del resto de Europa y no de ellos.
En 2005, un estudio reveló que solo el 38% de los alemanes creían seriamente que un atentado mayor podría afectarlos durante la década siguiente. El Fondo Marshall de Estados Unidos en Europa realizó el mismo estudio este año y descubrió que el temor se había casi duplicado. El 70% de la sociedad cree ahora que será afectado en el futuro por el terrorismo internacional.
La coalición de gobierno que preside Merkel debe decidir en los próximos días si vota una serie de reformas legales que limitarán seriamente los derechos de los ciudadanos a defenderse del escrutinio invasivo del Estado. La puja entre su propio partido, el democristiano, y sus socios, los socialdemócratas, que no desean más seguridad a cambio de menos libertades y garantías es fuerte.
Una de esas disposiciones permitiría a las autoridades, por ejemplo, enviar correos electrónicos falsos a las computadoras de presuntos sospechosos. Los correos llevarían adosado uno de los denominados "virus troyanos" que permitiría rastrear los contenidos de esas computadoras y también establecer un patrón de vigilancia de largo plazo de los equipos sin necesidad de autorización judicial.
Los cambios prevén también la prohibición para algunos individuos —aunque no estén detenidos ni acusados— de usar teléfonos celulares, un modo de restringir la posibilidad de comunicación de potenciales terroristas. ¿Pero si la decisión es burocrática, no judicial, qué seguridad habrá de que no afecte a inocentes?
Detenciones preventivas
Esta es una línea de acción que uno puede rastrear a lo largo del hemisferio norte. Los juristas David Cole (Universidad de Georgetown) y Jules Lobel (Universidad de Pittsburgh) quienes sostienen que Bush está en verdad perdiendo su guerra contra el terrorismo ofrecen este ejemplo, entre otros.
En el marco de su paradigma de prevención, el gobierno de Bush convocó a 80.000 musulmanes extranjeros residentes para efectuar un "registro especial", detuvo en el exterior a unos 8.000 jóvenes para que fuera escrutados por el FBI y colocó a más de 5.000 en "detención preventiva".
Hasta aquí ni uno solo ha sido condenado de un acto terrorista. Los dos juristas dicen: "El registro del gobierno, en lo que sin duda es la campaña más amplia de perfiles étnicos desde la internación de japoneses durante la II Guerra Mundial es de 0 contra 93.000".
Seis años después, parece necesario pensar cuál es la senda que estamos recorriendo en materia de garantías democráticas y quizá recordar la admirable sentencia de Aharon Barak, recientemente retirado como miembro de la Suprema Corte de Israel.
En el fallo que hace algunos años prohibió a los militares y policías israelíes emplear "presión física moderada" —esto es, tortura— contra sus detenidos palestinos, el juez escribió: "Una democracia debe, algunas veces, combatir el terror con una mano atada a su espalda. Pero aun si la democracia tiene la mano ganadora. El imperio de la ley y la libertad de un individuo constituyen importantes componentes en su comprensión de la seguridad. Al fin del día son las dos las que dan fuerza a su espíritu y esta fuerza le permite superar sus dificultades".
Copyright Clarín, 2007

Ahorcados en Iran


Las autoridades iraníes ejecutaron esta semana a 21 personas por délitos de trafico de drogas y "acciones criminales". Con ello asciende a alrededor de medio centenar el número de los ahorcados en ese país por delitos similares desde finales de julio.
Se trata de la mayor ejecución masiva en la República Islámica desde que el Poder Judicial anunciara el pasado 22 de julio el ahorcamiento en Teherán de 16 personas acusadas de adulterio, secuestro, homosexualidad, violación, chantaje y luchas callejeras. Otros cinco iraníes fueron ejecutados a principios de agosto pasado en Jorasán, y las imágenes de sus cuerpos colgados en la horca y las de numerosas personas que acudieron a su ejecución fueron publicadas entonces por los medios de comunicación locales.
Además, en las últimas semanas tres iraníes recibieron un destino similar, el último de ellos fue ahorcado el pasado domingo en público en las afueras de Teherán por haber asesinado a un juez.
Estas ejecuciones, condenadas por varias organizaciones internacionales de derechos humanos, se producen en el marco de una campaña de seguridad lanzada por las autoridades desde hace varios meses con el fin de luchar contra la delincuencia en el país, especialmente en Teherán. Irán, al igual que Arabia Saudí, aplica la Sharia (Ley Islámica) y castiga con la pena capital delitos como narcotráfico, asesinato, violación, adulterio, homosexualidad y atraco a mano armada, entre otros.
En la República Islámica, la pena capital suele ejecutarse por ahorcamiento y en el reino wahabí por decapitación con sable.
Fuente: Agencia EFE.

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Quiere EU a 'Chapito' y 'Mayito' Nota de Abel Barajas/ REEFORMA,  22 diciembre 2024. Iván Archivaldo Guzmán, 'El Chapito...