8 ago 2009

César Nava, nuevo presdente del PAN

Tras un intenso debate César Nava fue electo como presidente nacional del Partido Acción Nacional (PAN) en la sesión extraordinaria del Consejo Nacional de este instituto político.
Con un total de 290 votos a favor, que representa el 88% y 39 en contra, que representan el 12%, fue designado como presidente interino para concluir la gestión de Germán Martínez que finalizará en diciembre del 2010.
PRIMER DISCURSO DEL PRESIDENTE NACIONAL DEL PARTIDO ACCIÓN NACIONAL, CÉSAR NAVA VÁZQUEZ, DURANTE LA SESIÓN EXTRAORDINARIA DEL CONSEJO NACIONAL, REALIZADO EN LA SEDE NACIONAL DEL PARTIDO.
Queridas y queridos consejeros:
Con la emoción, la responsabilidad y el compromiso que devienen de la confianza que me ha sido otorgada, propongo a ustedes, en primer lugar, la aprobación de la creación de la Comisión de Reflexión y Análisis de los Procesos Electorales de 2009, en los términos ya anunciados.
Los consejeros nacionales que han sido mencionados han aceptado participar en ese encargo.
Y el mismo José Coindreau, Presidente de la Comisión ha aceptado encabezarla.
Pido a ustedes manifestar con su voto la aprobación para la creación de esta Comisión.
Quienes estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo.
Quienes estén por la negativa.
Abstenciones.
Muchas gracias.
Se aprueba por unanimidad la integración de esta Comisión.
Quisiera, en segundo término, con fundamento en los Artículos 47 y 63 de los Estatutos Generales del Partido y 25 del Reglamento del Consejo Nacional, cubrir tres vacantes en el Comité Ejecutivo Nacional, con las siguientes personas:
Ricardo García Cervantes, Humberto Aguilar Coronado y Héctor Larios Córdova.
Quienes estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo.
Por la negativa.
Abstenciones.
Aprobado por evidente mayoría.
Por último, con fundamento en el Artículo 50 de los Estatutos Generales del Partido, para cubrir la vacante que ha dejado nuestro excompañero Eugenio Govea, en el Consejo Nacional, pido a este Consejo se apruebe la designación de un nuevo integrante en la persona de Ernesto Ruffo Appel.
Quienes estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo levantando la mano.
Por la negativa.
Abstenciones.
Aprobado por unanimidad.
Quisiera tomar unos minutos sólo para dirigir dos mensajes.
El primero a todos los ciudadanos y me dirijo a todos ellos, porque el partido se debe a los ciudadanos de nuestro México.
Acción Nacional es un partido que fue fundado para abrir espacios de participación a mujeres y hombres de buena voluntad que tengan el propósito de servir de buena fe a México.
Necesitamos de todos los ciudadanos para transformar la vida política de nuestro país.
Para enfrentar al corporativismo y al populismo sólo tenemos el camino del humanismo cívico.
A nuestros militantes y simpatizantes en forma muy especial también me dirijo en este momento, a todos aquellos que desde la generosidad del anonimato han dado su tiempo y entrega para construir la orgullosa historia de Acción Nacional.
Quiero ser un Presidente del Partido cercano a los militantes, que les abra las puertas y los escuche; quiero ser un Presidente de Partido que respete y haga respetar las reglas democráticas que nos hemos dado.
A todos nuestros militantes que han dado su vida para esta causa les quiero decir hoy, más que nunca, que Acción Nacional está en pie de lucha y que nuestras banderas ondean con el mismo brillo y la misma gallardía de siempre, preparando para el amanecer las nuevas batallas que habremos de enfrentar, que habremos de pelear y que habremos de ganar.
Honraré la confianza depositada en mí esta tarde, la llevo hondo en mi corazón y en mi conciencia y siempre, -en todo momento, en toda decisión e incluso en toda duda o vacilación, tendrá presente esta tarde y el mandato que ustedes, compañeros, me han dado.
Gracias por su confianza. Cuento con cada uno de ustedes.

Cuestionan especialistas la intervención de la SCJN

Cuestionan intervención de la Corte en caso ABC
Nota de Francisco Gómez
El Universal Sábado 08 de agosto de 2009
Ministros van más allá de las atribuciones que expresamente les confiere la ley, dicen
La determinación de la Suprema Corte de ejercer su facultad de investigación en el caso de la guardería ABC de Hermosillo, Sonora, fue cuestionada por tres especialistas en derecho de la académica, la investigación y el litigio profesional.
Los tres especialistas consideraron que al final de dicha indagación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) no podrá aplicar sanciones, en caso de encontrar graves violaciones a los derechos humanos.
Sólo uno de los tres creyó positiva la investigación que desarrollará la SCJN por su implicación en el ámbito social y político.
Los investigadores del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, Carlos Natarén, y del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), Javier Dondeé, así como litigante Salvador Ochoa señalaron que debe discutirse y analizarse si esa facultad de ministros sigue o se elimina definitivamente.
Carlos Natarén señaló que en primer instancia la postura del ministro Sergio Aguirre era impecable, porque el resultado al final de cualquier investigación que realice la Corte no obliga a que las autoridades cumplan con lo que diga la conclusión de indagatorias.
El investigador de la UNAM dijo que entonces para qué queremos la facultad de investigación en la Corte, “e incluso ya en el pasado se llegó a proponer la desaparición de esa facultad, ya que existe un aparato administrativo para investigar y sancionar, y tenemos a la Comisión de Derechos Humanos que igualmente tiene como objetivo indagar violaciones a los derechos humanos”.
“A lo que quiero llegar es a que la facultad de investigación de la Corte no tiene ningún efecto vinculante para las autoridades, entonces creo que debería discutirse si la Corte debe seguir ejerciendo esta disposición, ya que incluso en algunos casos ha provocado presiones y críticas al máximo tribunal”, dijo.
Puso como ejemplo el caso de Lydia Cacho, cuando la Corte investigó la posibilidad de violaciones a los derechos humanos de la periodista por parte del gobernador Mario Marín y concluyó que la prueba de la grabación había sido obtenida de manera ilegal y que por lo tanto carecía de invalidez, ese fallo que jurídicamente fue correcto, hizo que los ministros recibieran críticas.
Comentó que en el caso de la guardería ABC, la decisión de la Corte “por la importancia y trascendencia del asunto es adecuada, aunque al final, quizás se llegue a lo que decía el ministro Aguirre de que hubo mucho ruido, truenos y el resultado es muy pobre”.
Ministros, “más allá de la ley”
Javier Dondeé,
investigador del Inacipe, explicó que la facultad de investigación de la Corte debe ser discutida y valorada porque no es la función de lo que debe ser un tribunal.
Coincidió con Natarén en que existe ya el órgano de investigación que es el MP.
Salvador Rocha, litigante y especialista en derecho, dijo que los ministros se han erigido más allá de la ley y son ellos los que deciden porque este caso si y porque aquel no. “Creo que debe desaparecer esa facultad”, amplió.

María Belén Chapur

Amor, política y medios de comunicación/Barbara Probst Solomon, periodista y escritora estadounidense.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo
Publucado en EL PAÍS, 02/08/09;
Al ser escritora, y no política, voy a pasar por alto las evidentes connotaciones políticas que conlleva el hecho de que Mark Sanford, gobernador de Carolina del Sur, desatendiera sus obligaciones como tal al no informar a su equipo de su paradero cuando estaba con su “querida amiga”. En este texto me centraré sobre todo en cómo retratan los medios a las mujeres al airear escándalos sexuales. Ya llevo algún tiempo pensando en qué pasará cuando, en nuestra cultura de entrometida transparencia, los medios saquen a la luz una aventura extramatrimonial de una de las mujeres que ya comienzan a ocupar importantes puestos políticos en Estados Unidos.
¿Es éste el escándalo que nos aguarda? ¿Estamos preparados para afrontarlo? Sí, ya sabemos que los republicanos son hipócritas y que sus “valores familiares” no eran más que una argucia política para reconfortar a sus bases. Sí, deberían disculparse por haber arrastrado prácticamente por el fango a Bill Clinton y también por el innecesario sufrimiento que ocasionaron a Monica Lewinsky. Pero también sabemos que la mayoría de nuestros más grandes presidentes -entre ellos Roosevelt, Eisenhower y Kennedy- no habrían pasado la prueba de la fidelidad (al morir, Roosevelt se encontraba con Lucy Mercer, su amor durante muchos años; Kaye Summersby estuvo junto a Eisenhower durante sus campañas militares de la II Guerra Mundial; John Kennedy tuvo docenas de amantes… y todos sabemos demasiado sobre Bill Clinton y Monica).
Sin embargo, este año, mientras uno tras otro, como los diez negritos, los políticos (más los republicanos que los demócratas) se han ido hundiendo públicamente en la ignominia al revelarse sus sórdidas gestas, generalmente con sus dolientes esposas al lado mientras ellos balbuceaban su mea culpa, la “otra mujer” -o el “otro hombre” si la pareja era gay- suele aparecer también como un sórdido personaje. En consecuencia, las mujeres se han visto retratadas o bien como esposas-víctima de un político, o bien como lascivos y condenables objetos de interés del político en cuestión.
De manera que, aunque hemos colocado a las mujeres en posiciones políticas de primer orden, exigiéndoles al mismo tiempo que se sometan a costosos remodelados estéticos para no quedarse atrás frente a las presentadoras de televisión, que se pongan la ropa adecuada y luzcan accesorios de calidad, y que sean tremendamente espabiladas -también les permitimos que sean madres y tengan hijos-, los medios de comunicación otorgan a esas triunfadoras de la política un peculiar y asexuado papel maternal: no se les permite salirse de su territorio, puesto que, hasta donde sabemos, todas las correrías las han protagonizado hombres.
Y en esto apareció el gobernador Mark Sanford. La prensa hizo su agosto informando de que su querida, María Belén Chapur, era una argentina de muy buen ver. (En el frío norte siempre nos imaginamos que la sexualidad de nuestros vecinos meridionales no deja nunca de estar en ebullición. En estos mismos días, Sonia Sotomayor, la nueva magistrada del Tribunal Supremo, una mujer de origen puertorriqueño bastante seria, ha sido calificada por algunos estrambóticos conservadores republicanos de “terrorista latina”. ¡Ay, esa sangre latina!). Ahora bien, ¿es realmente apropiado calificar a María Belén Chapur de querida?
A mi modo de ver, es ésta una herrumbrosa palabra que, más propia de la corte de los reyes franceses o de una novela de Émile Zola, resulta absurda cuando se utiliza para calificar a una mujer económicamente independiente. ¿Acaso diríamos que Sanford es el señor de María Belén Chapur? La argentina ha estudiado en Oxford, habla cuatro idiomas, está divorciada, tiene dos hijos y es experta en materias primas de Bunge & Born. En realidad, de no ser por el desafortunado detalle de que Sanford está casado, habría sido lógico que los dos formaran pareja, puesto que tienen intereses comunes y cada uno su propia carrera profesional.
La posibilidad de que el problema de Sanford, la razón de que concediera una entrevista tan incongruente, fuera que el hombre está locamente enamorado, es algo que sólo unos pocos periodistas parecen haber sido capaces de plantearse, como si esa posibilidad fuera una especie de idioma desconocido. Los mensajes electrónicos que se intercambiaban María y Sanford (proporcionados por un hacker) eran de un romanticismo pasado de moda, y en realidad bastante recatado, profusos en menciones a las almas gemelas.
Me pareció bastante conmovedor que, al contrario que Clinton, Sanford no arrojara a su María Belén a los pies de los caballos. Aún dejando claro en su discurso ante los medios hasta dónde había llegado su relación con ella, no le dolieron prendas en calificarla de querida, querida amiga, alma gemela, amor de su vida… al explicar que los dos se conocían desde ocho años antes de que prendieran las llamas. A continuación, como buen político republicano, conservador y del Sur, Sanford pasó al ineludible tercer acto de estas mediáticas confesiones: solicitó el perdón cristiano. Está claro que su esposa y su familia conocían desde hace por lo menos cinco meses su relación extramatrimonial, y que estaban tomando su decisión -o la del propio Sanford- cuando la noticia saltó a la prensa al conocerse los correos electrónicos. Poco tiene que ver este romance con los furtivos devaneos del gobernador Eliot Spitzer con su prostituta de alto standing, ni con la búsqueda de contactos sexuales en servicios de caballeros del senador Larry Craig.
Sin embargo, volviendo a mi argumento inicial, en una época de transparencia total, cuando lo sabemos todo de todo el mundo, las mujeres que se dedican a la política serán especialmente vulnerables si se salen del redil, porque no tendrán ninguna casa reservada de la calle C a la que, según se ha revelado, destacados políticos, por lo menos republicanos, y entre ellos Sanford, pueden acudir en busca de asesoramiento político de corte cristiano cuando no encuentran su camino (en momentos como estos me alegro de ser judía: por lo menos, nosotros tenemos a Woody Allen). La casa cristiana de la calle C suena a título de película de espías de serie b de la época de la II Guerra Mundial.
Por otra parte, sabemos algo todavía más pertinente: que las mujeres, sea cual sea su credo religioso, no tendrán esa casa reservada. A lo largo de nuestra vida, las mujeres desempeñaremos muchos papeles, entre ellos el de esposa, madre o amante, y quizá el de esposa engañada o amante transgresora. Y exigirles a nuestras políticas una especial santidad es considerarlas, aunque de forma un tanto sesgada, de segunda clase. En los países anglosajones, hace décadas que las mujeres nos deshicimos del pintoresco título de miss para optar por el de Ms. [que no precisa el estado civil]; ahora debemos también exigir que se prescinda del degradante término querida, que no sirve para caracterizar a la mujer moderna.
Hace casi un siglo, en la novela La edad de la inocencia, ambientada en el Nueva York de su infancia, Edith Wharton pronosticó con exactitud el eterno dilema al que se enfrentan Mark Sanford y María Belén Chapur: un asunto emocional que no debe confundirse con la sordidez. A Newland Archer, típico producto de las rígidas y puritanas costumbres neoyorquinas, le pilla desprevenido su propio y apasionado enamoramiento de la condesa Olenska, una desvergonzada estadounidense que, para la acartonada sociedad neoyorquina, lo es no sólo por haber abandonado a su marido, sino especialmente por haber vivido en París. Para conservar a su familia, su posición social y su carrera (de forma muy similar a como tendrá que hacer Sanford), Archer renuncia a la condesa y al amor. Es decir, la comprensiva Olenska renuncia a él. Edith Wharton sabía mucho de matrimonios desgraciados, por haber estado encadenada durante mucho tiempo a su marido Teddy Wharton, loco y sifilítico. Aceptamos la película de Scorsese de un modo no siempre equivalente a nuestra forma de aceptar situaciones parecidas de la vida real, porque Scorsese tiene mucho talento, Michelle Pfeiffer es hermosa y Edith Wharton defiende con pasión a las mujeres que se enfrentan a las costumbres y percibe con perspicacia de qué manera la buena sociedad puede destruir a la mujer.
Las mujeres hemos hecho avances considerables, pero nos engañaremos si pensamos que nuestra labor ha terminado. Todavía necesitamos insistir en que no se nos califique con palabras en tono condescendiente. En Washington, las políticas no necesitan el pilar de una casa secreta de la fe, pero las mujeres sí debemos recalcar la necesidad de contar con una forma de hablar y de pensar en nosotras mismas que sea válida para todas las profesiones y formas de vida, y que, sin dejar de lado nuestra falibilidad, nos otorgue un marco de gracia.

Gerontocracia judicial en EE UU

Gerontocracia judicial en Estados Unidos/Pablo Salvador Coderch, catedrático de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra
Publicado en EL PAÍS, 09/07/09;
Cuando Judith S. Kaye se retiró de su cargo como juez en jefe del Tribunal de Apelaciones del Estado de Nueva York acababa de cumplir 70 años de edad y 25 de servicio a la judicatura. Durante su mandato, esta mujer formidable había convertido a Nueva York en la primera jurisdicción de su país -es decir, del mundo- para solucionar conflictos contractuales entre empresas, uno de esos logros caracterizados por la discreción de lo perdurable. Como el resto de sus colegas, había sido nombrada por el gobernador y confirmada por el Senado estatal para un mandato de 14 años, que fue renovado. Retirada, que no jubilada, la incansable señora Kaye trabaja ahora para Skadden-Arps, uno de los grandes despachos de abogados de Estados Unidos.
En cambio, el panorama que ofrecen los jueces de los tribunales inferiores de Nueva York es sombrío: elegidos también por 14 años, los candidatos están al albur de las organizaciones locales de los partidos -Demócrata y Republicano-, los cuales se rascan mutuamente las espaldas antes de ponerse de acuerdo sobre los seleccionados. Poco edificante, pero constitucional, según decidió el Tribunal Supremo federal el pasado año.
Cada uno de los 50 Estados de la Unión tiene su propio sistema de designación de jueces. Predomina la elección, aunque para los escalones superiores de la judicatura muchos Estados aplican sistemas parecidos al neoyorquino. Así, California deja que el gobernador nombre a los jueces de su Tribunal Supremo, con un mandato de 12 años, pero permite al electorado echarlos a la calle si las sentencias disgustan, algo que votantes airados han hecho más de una vez con jueces vistos como demasiado blandos con la pena de muerte.
Otros Estados importantes, como Texas, aún atan más corto a sus jueces teóricamente supremos a quienes eligen directamente por sólo seis años. No se asombren si luego los magistrados tejanos deciden más en función de sus probabilidades de reelección que en las de acierto sobre la interpretación razonada de la ley. De ello se trata.
Además de la preocupación constante por quedar bien con los electores, están las influencias: los grupos de intereses intentan lo que pueden y más por hacerse valer, por apoyar a tales o cuales candidatos, enviándoles señales sobre lo que se espera de ellos. La más inequívoca es el dinero, la contribución a la campaña electoral del candidato. Este año, el escándalo se ha encarnado en Brent Benjamin, un magistrado del Tribunal Supremo de Virginia Occidental, quien votó impávido a favor de la revocación de una sentencia que había condenado a Massey Energy, una empresa minera, a pagar una indemnización de 50 millones de dólares. Años antes, en 2004, una Massey ya envuelta en el pleito de marras había contribuido a la campaña de Benjamin con tres millones de dólares. Pese a ello, el pertinaz juez se resistió a retirarse del caso hasta que, por fin, ha tenido que terciar el Tribunal Supremo federal para recordarle que “del mismo modo que nadie puede ser juez de su propia causa, razones similares de miedo a la parcialidad pueden concurrir cuando un hombre elige a quien será el juez de su causa” (Caperton v. Massey).
En Virginia Occidental, los jueces de su Tribunal Supremo también se eligen directamente por los votantes, para un mandato de 12 años, tras campañas de un partidismo sonrojante. Casos así dan en qué pensar: abolir las elecciones a jueces es posiblemente una buena idea, pero requiere cambiar las Constituciones de los Estados, algo muy difícil de conseguir.
Más allá de la organización de la Justicia en cada uno de los 50 Estados, está el sistema paralelo de la justicia federal, cuyos integrantes son nombrados por el presidente y confirmados por el Senado de los Estados Unidos, pero -y esto es lo más importante- con mandato vitalicio.
En la cúspide del sistema, están los nueve magistrados del Tribunal Supremo federal, una combinación de Tribunal Supremo y Constitucional. Sus miembros gozan de un poder y una independencia inauditos en cualquier otro lugar del mundo. Sólo los tumban sus genes, su estilo de vida o el clima de Washington. ¿Está eso bien?
Ya no, de ninguna manera. El sistema federal de jueces vitalicios se diseñó para una época en la cual la gente que había conseguido sobrevivir a las infecciones y evitar el cólico miserere se moría, más o menos, a la edad bíblica de los 70 años. Hoy, cáncer aparte, podemos durar hasta los 90 o más, y yo, que ya tengo nietos, creo que cada generación tiene derecho a un cambio hasta de jueces. Por lo menos: el poder casi siempre abusa pero, sobre todo, hastía.
El actual presidente del Tribunal Supremo federal estadounidense, John Roberts (1955), nombrado en 2005 por Bush hijo, tiene ahora 54 años de edad: bien conservado, podría seguir en su cargo otros 30 años más. Esto no puede ser sano. E igual ocurrirá con Sonia Sotomayor (1953), recientemente nombrada por Obama y pendiente de confirmación por el Senado.
De hecho, aunque los medios de información, siempre monótonos, resaltan casi exclusivamente los perfiles étnicos e ideológicos de los designados -Roberts es caucásico y conservador; Sotomayor, latina y progresista-, el rasgo más destacado de ambos, además de su extraordinaria formación y gran experiencia, es la edad: están para quedarse, pues han sido designados para continuar en el Tribunal décadas después de que los presidentes que les pusieron en él hayan cesado. La combinación de la juventud relativa de los jueces con la naturaleza vitalicia de su función es explosiva. Aburrirán a mis nietos.
Un remedio razonable podría ser seguir el ejemplo del más alto tribunal de Nueva York y mantener el nombramiento al presidente, con confirmación del Senado, pero limitar los mandatos a 15 años. Tres lustros son suficientes para permitir que los jueces realmente listos vuelen con independencia de criterio por encima de quienes les ungieron y para que el Tribunal se vaya renovando generacionalmente. Mas Obama nunca hará tal cosa: en un Tribunal Supremo federal con mayoría conservadora, como el actual, Sotomayor sustituirá a otro magistrado liberal y no alterará los equilibrios políticos. Éste es un cambio que, dada la edad de los demás magistrados, el presidente normalmente sólo podría conseguir si ganara un segundo mandato en 2012. Se comprende, pues, que, hoy por hoy, el presidente pretenda rellenar con candidatos a su gusto los huecos que la ley suprema de la vida vaya dejando en el Tribunal. Ya habrá tiempo para reformas de estadista.
¿Quiénes se van a ir? No quiero ser pájaro de mal agüero, pero la gracia de un analista es contar las cosas antes de que sucedan y dejar así al lector con armas letales en la mano: John Paul Stevens (1920), progresista nombrado por un presidente republicano, lleva casi 34 años en el Tribunal, cumplirá 90 en diciembre y prestaría un servicio claro a su país si resolviera retirarse de una vez. Ruth Bader Ginsburg (1933), designada por Clinton y coautora del primer casebook feminista de la historia, está desde hace 16 años, también podría querer irse, pues su salud es notoriamente frágil, pero a esta mujer no la apodan La Magnolia de Acero por capricho. Y quedan otros tres magistrados con más de 70 años cumplidos, aunque -prevengo- en los Estados Unidos de América, la jubilación forzosa es discriminación por razón de edad y está pésimamente vista. En todo caso, el buen ejemplo lo ha dado David Souter (1939), juez de una integridad marmórea, nombrado por Bush padre hace 19 años y que, el pasado abril, anunció que se retiraría al final de este año judicial para volver a su amado New Hampshire. El clima terrible de Washington es un factor, desde luego, pero lo fundamental es que América cuenta con muchos jueces excepcionales. Como David Souter y Judith Kaye
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Secuelas del racismo en EE UU

Las secuelas del racismo en Estados Unidos/Gabriel Jackson, historiador estadounidense. Traducción de Pilar Vázquez
Publicado en EL PAÍS, 22/06/09;
Hasta principios del siglo XX, los nueve magistrados del Tribunal Supremo estadounidense, al igual que la inmensa mayoría de los altos cargos de la Administración y del mundo empresarial, fueron siempre varones blancos, por lo general de origen europeo y preferiblemente de religión protestante. Con el nombramiento de tres magistrados judíos en la primera mitad del siglo, y de dos negros y una mujer en la segunda, el Tribunal Supremo estadounidense participaba de un movimiento general de ampliación de ciertas oportunidades vitales y profesionales que dejaban de estar restringidas a los varones de raza blanca para abrirse a todos los seres humanos, independientemente de su raza y de su sexo. Asimismo, gracias a una importante legislación social, respaldada principalmente por los presidentes Theodore Roosevelt, Franklin Roosevelt y Lyndon B. Johnson, el Tribunal Supremo estadounidense tendió a lo largo del siglo XX a mantener un equilibrio entre los magistrados políticamente conservadores y los progresistas. Desde los años treinta, siempre que se produce una vacante en la magistratura no son sólo los méritos profesionales de los candidatos o candidatas a ocupar el cargo, sino también sus simpatías políticas, en especial con respecto a la justicia social y racial, lo que interesa a la opinión pública.
Hace unas semanas, el primer presidente negro de Estados Unidos propuso a una puertorriqueña, Sonia Sotomayor, juez de uno de los 13 Tribunales de Apelación Federales, para ocupar la vacante que deja en el Tribunal Supremo el magistrado progresista David Souter. Como mujer y como latina, la juez Sotomayor ha tenido que hacer frente a una doble discriminación y es un producto estelar del movimiento pro derechos civiles y del acceso de las minorías raciales y de las mujeres a la educación superior y a las oportunidades profesionales. Su madre, una enfermera entregada al trabajo que se quedó viuda cuando Sonia tenía nueve años, la envió a un colegio católico, más por razones de disciplina intelectual y moral que por una convicción estrictamente religiosa. Tras terminar los estudios secundarios, Sonia formó parte de la primera generación de chicas y de estudiantes no blancos que fueron admitidos en la Universidad de Princeton, donde se licenció en Derecho con excelentes calificaciones. Siguió sus estudios de doctorado en Yale, universidad en la que además fue editora de la Yale Law Review.
La mayoría de los estadounidenses que creen en la importancia de la igualdad sexual y racial acogió favorablemente el nombramiento del presidente. Pero este nombramiento también provocó opiniones hostiles con respecto a ciertos posiciona-mientos personales atribuidos a la juez Sotomayor y acusaciones de que algunas de sus declaraciones públicas se podían interpretar como un “racismo a la inversa”. El declive del sexismo y del racismo en la sociedad americana no significa que estén resueltas todas las reivindicaciones legítimas (ni que hayan desaparecido los comentarios o los infundios racistas). Pero en un artículo tan breve me parece más importante examinar las cuestiones reales que los comentarios racistas de siempre. En realidad, aparte de una minoría cavernícola del Partido Republicano y de la prensa amarilla, prácticamente todos los comentaristas han admirado su valía profesional y no han puesto en duda su capacidad para el cargo.
Lo que más ha inquietado a muchos estadounidenses fervientes defensores de los derechos civiles y de la igualdad racial es una declaración -profusamente citada en los medios- hecha en el transcurso de una larga conferencia, pronunciada en el año 2001, en la que se abordaban cuestiones raciales y se llamaba a la acción positiva. Era una conferencia más o menos informal en la que el público podía interrumpir ocasionalmente a la oradora con sus preguntas, y en un momento determinado, Sotomayor declaró lo siguiente: “Una latina inteligente, capaz de utilizar toda su rica experiencia vital, tendrá, por lo general, una visión más completa a la hora de dictaminar que un varón blanco que no ha tenido el mismo tipo de vida. O eso es lo que yo esperaría”. Es evidente que lo que quería decir Sotomayor es que las personas que han sido víctimas de los prejuicios racistas o sexistas podrían ser más conscientes que el varón blanco medio de la injusticia que tales prejuicios implican. Pero también es evidente que si un blanco (o una blanca) hubiera hecho una declaración parecida en una charla sobre las actitudes y aptitudes raciales, el público, al menos en los últimos años, habría tenido una reacción muy negativa, por excelente que fuera su discurso en otros aspectos.
En mi opinión, lo que significa esta declaración, en boca de la juez Sotomayor, es que, aunque el pueblo estadounidense en su conjunto ha progresado mucho en las últimas décadas en el camino hacia una igualdad real de ambos sexos y de todas las razas, en ciertos momentos sigue siendo muy difícil no pensar en el largo trecho que nos queda todavía para alcanzar la igualdad completa. En el contexto de una prolongada charla y, probablemente, en un estado de cansancio físico, Sotomayor hizo una declaración que entrañaba la posibilidad de que en aquellos casos en los que se juzga a personas de una minoría determinada, sólo un miembro de la misma minoría cuente con la experiencia personal necesaria para emitir un juicio justo y certero.
En el caso de la juez Sotomayor, no es esta declaración lo que hay que llevar a examen, sino sus aproximadamente 400 resoluciones y fallos judiciales. La mayoría de los expertos que las han examinado afirma que en los 18 años que lleva en la carrera judicial siempre ha dictaminado con arreglo a las leyes relevantes y a los hechos específicos, y no en función de sus sentimientos personales o de su defensa, fuera del estrado, de las organizaciones y movimientos sociales que abogan por la creación de mayores oportunidades para la minoría latina.
La declaración de Sotomayor citada más arriba, al igual que todas las referencias a su apoyo a las organizaciones pro latinas, no supone, en mi opinión, menoscabo alguno de sus méritos profesionales. Sencillamente, ilustra el hecho de que los sentimientos raciales y sexistas siguen teniendo un papel en la vida emocional de la mayor parte de los seres humanos. Pero dado que sus pronunciamientos profesionales son la prueba fehaciente de que Sotomayor no permite que esos sentimientos penetren en sus considerandos judiciales, sólo alguien decidido a impedirle la entrada en el Tribunal Supremo, en razón de sus simpatías políticas progresistas, la acusaría de “racismo”.
Todavía más importante en estas circunstancias concretas es que el ultraconservador presidente del Tribunal Supremo actual fue mayoritariamente aceptado sin que nadie censurara los numerosos comentarios sarcásticos, con respecto a las mujeres y las minorías, que hizo -y no sólo de palabra, sino también por escrito- cuando trabajaba en el Ministerio de Justicia durante el mandato del presidente Reagan.
Pero lo más importante de todo es que los seres humanos de todas las razas y orientaciones sexuales aprendan a pensar en sí mismos, y en los demás, en primer lugar, como seres humanos, y en segundo lugar, o incluso más abajo en la lista de rasgos definitorios, como miembros de un grupo étnico.

Sonia Sotomayor

El Senado de EE UU confirmó esta semana a Sonia Sotomayor como la primera juez hispana en el Tribunal Supremo de EE UU.
Se trata de la tercera mujer en ocupar un escaño en la máxima instancia judicial de EE UU.
La nueva juezz de la Corte Suprema disipó las dudas sobre su confirmación al salir indemne en su comparecencia ante el Comité de Asuntos Judiciales del Senado el mes pasado, en donde se retractó de haber dicho en un discurso en 2001 que una mujer "latina e inteligente" llegaría a "mejores conclusiones" que un hombre blanco.
El presidente Barack Obama compareció ante los medios minutos después del voto del Senado y alabó que "los principios que hacen única a América, la justicia, la igualdad y la oportunidad, hayan hecho posible que la juez Sotomayor haya recorrido este camino". "Hoy hemos roto otra barrera y estamos un paso más cerca de ser una Unión más perfecta", dijo Obama.
La juez contó finalmente con el apoyo de casi dos tercios de la cámara, 68 votos contra 31, con la única ausencia del demócrata Edward Kennedy, que está siendo tratado por un tumor cerebral.
Nueve republicanos le dieron su apoyo a la doctora en Derecho por la Universidad de Yale, jueza en activo desde 1992-, y un la mayoría de los republicanos, entre ellos John McCain, se opuso a su confirmación por considerar que muchos de sus veredictos la convierten en una activista a favor de las minorías.
La más polémica fue una sentencia de 2008, emitida junto a otros dos jueces, en la que Sotomayor dio la razón al Ayuntamiento de New Haven, en Connecticut, por declarar inválido un examen para el cuerpo de bomberos local en el que no había logrado plaza ningún afroamericano. Entonces, Sotomayor expresó su convicción de que el gobierno local debía velar por la presencia de las minorías raciales en el sector público. Este mismo año, la Corte de la que ya forma parte invalidó aquella sentencia.
Otro punto de fricción con los conservadores fue la opinión que la jurisprudencia de Sotomayor refleja sobre el derecho a portar armas, amparado por la segunda enmienda a la Constitución. Este mismo año, Sotomayor formó parte de un comité judicial que emitió la opinión de que la enmienda sólo atañe a las acciones de la Administración federal, y que cada Estado tiene la potestad de regular independientemente sobre la tenencia de armas de fuego.
Por lo que l Asociación Nacional del Rifle se opuso a su confirmación.
"Aún se niega a reafirmar lo que dice claramente la segunda enmienda, como un derecho fundamental para todos los americanos", dijo de ella el senador republicano Jim Demint, que votó en contra de confirmarla. "Y en el asunto del aborto, habla del derecho constitucional de una mujer a acabar con un niño, algo que no está escrito en nuestra Constitución". El también republicano Orrin Hatch dijo sentir el tener que votar que no. "Pero creo que estoy haciendo lo que es justo y honroso", añadió.
Pero, la jueza no necesitó sus votos, ya que en total, nueve republicanos habían anunciado que le iban a dar su apoyo, entre ellos los más moderados de la bancada, como Olympia Snowe, de Maine, y el único latino republicano en la cámara, el senador de origen cubano Mel Martinez, de Florida. "No comparto la opinión de la juez Sotomayor en muchos asuntos", dijo Martinez, "pero son probablemente menos asuntos de los que me separarán de otros jueces que conoceré en el futuro".
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El enigma Sotomayor/Rafael Navarro-Valls, catedrático de la Universidad Complutense y autor del libro Del poder y de la gloria sobre la historia presidencial en EEUU
Publicado en EL MUNDO, 08/08/09;
“A menos que suceda un desastre, usted será confirmada”. La profecía del senador republicano Lindsey Graham al principio de las audiencias se ha cumplido. Con una holgada mayoría, Sonia Sotomayor fue confirmada por el Senado el pasado jueves como nueva magistrada del Tribunal Supremo de EEUU.
El debate ha sido bastante pacífico. Nada que ver con los ataques demócratas a los jueces Robert Bork (propuesto por Reagan) o Clarence Thomas (propuesto por Bush padre). El primero fue políticamente crucificado, de modo que las tácticas utilizadas contra él fueron tan violentas (no fue confirmado por el Senado) que en la terminología jurídica acabó acuñándose el verbo «to bork» (recogido por el diccionario inglés de Oxford) para definir «el ataque brutal y sistemático contra un candidato a un cargo público para impedir su elección». Aunque el candidato conservador afroamericano Douglas acabó siendo confirmado por el Senado, confesó que el tratamiento de choque que le aplicaron los senadores demócratas fue «la versión moderna del linchamiento de los negros en la época de discriminación racial».
Desde luego Sotomayor ha sido sometida a un exhaustivo interrogatorio. En especial por la acusación de un supuesto «racismo al revés», basado en dos datos. El primero, al comentar en un discurso que «la mujer latina sabia» está más cualificada para juzgar con sentido común que un «hombre blanco». El segundo, al recibir desde el TS -del que ahora es magistrada- un fuerte varapalo al rechazar éste la sentencia Ricci vs. De Stefano -que ella contribuyó a redactar- y en la que se anulaba el nombramiento de una serie de bomberos blancos por no haber seleccionado el Ayuntamiento de New Haven también a alguno de los candidatos afroamericanos. El TS falló que: «La voluntad de evitar una discriminación no intencionada [contra negros] no puede justificar la discriminación claramente intencionada [contra blancos]». La respuesta de Sotomayor a esta acusación no parece haber satisfecho a los senadores republicanos, que en su mayoría votaron contra ella.
¿Qué supone este nombramiento? Ante todo, algo así como el milagro Obama, segunda parte. El sueño americano no se encarnaría ahora en un afroamericano de origen keniano y raíces islámicas, sino en una latina del Bronx que, desde una humilde familia portorriqueña, llega a la cúspide del poder judicial. Si además se piensa que, de los 111 jueces que ha tenido el TS, 107 han sido hombres de raza blanca y sólo dos han sido mujeres, ya se entiende que el nombramiento de una tercera acrecienta la importancia de la juez Sotomayor. El sueño se devalúa algo cuando se constata que el primer magistrado latino del TS no ha sido Sotomayor (como se está afirmando), sino Benjamín Cardozo, judío sefardí, de origen portugués-hispano. En todo caso, la minoría hispana estadounidense se revalúa notablemente con este nombramiento, al igual que la minoría afroamericana se potenció con Obama.
Otro dato de interés es que, con su nombramiento, se produce el hecho insólito de que seis de los nueve magistrados del TS son católicos, lo cual arroja al agujero negro el tradicional «prejuicio anticatólico» americano. Esta antigua versión del «malvado papista» se atenuó con la elección de Kennedy, se diluyó por el alto porcentaje de precandidatos católicos (seis) en las elecciones presidenciales del 2008, y prácticamente ha dejado de existir dado el alto número de católicos congresistas, políticos y, ahora, jueces del TS. Esta la ideología tendrá su influencia en los futuros votos en la Corte.
Sotomayor ha sido bastante enigmática en temas que hoy dividen a la sociedad americana. Analizando sus declaraciones en la audiencia del Comité Judicial del Senado uno queda perplejo por la abundancia de respuestas ambiguas, sin comentarios directos que expliquen claramente su ideario y su filosofía social. En los temas polémicos -aborto, pena de muerte, derecho a las armas, relaciones poder estatal y poder federal- la candidata se atrincheraba en el drew the line, es decir, trazando una línea y distanciándose del asunto: «Debo permanecer al margen de casos particulares que pueden llegar luego al TS».
Ha sido un juego de estrategias, en el que a la astucia de los senadores al insistir en asuntos en los que se ponía a prueba la coherencia o las contradicciones de la nueva magistrada, ha correspondido Sotomayor amparándose en el valor de los precedentes judiciales y eludiendo el peligro de intentar vender su ideología o demostrar que no la tiene. Así pues, el enigma que durante años representó el dimisionario magistrado (David Souter) se prolongará con Sotomayor.
¿Cuál será, por ejemplo, la postura de la nueva magistrada (55 años, divorciada, sin hijos) en materia de aborto? Para poder hacer una previsión de futuro conviene pulsar la evolución de la sociedad americana respecto a dos problemas: igualdad racial e interrupción voluntaria del embarazo. Así como hay precedentes que han unido a los estadounidentes firmemente en torno al ideal de la igualdad racial, el consenso entre el pueblo norteamericano en relación a sentencias más tolerantes con el aborto se está resquebrajando. Una encuesta demuestra que sólo el 18% de los americanos está a favor de la legalización del aborto «en todos los casos»; el 28% afirma que debería ser «ilegal en la mayoría de los casos», y el 16% entiende que debería ser ilegal en todos los casos. Es decir, el 72% de los norteamericanos se oponen al aborto sin restricción y sólo el 18% está a favor. Algo parecido ha concluido Gallup en su última encuesta. Al analizar estos datos se puede observar que los norteamericanos, por un margen de más de tres a uno, desean leyes más duras en esta materia. Éstas, normalmente provendrán de los propios estados y algunas de ellas llegarán por recurso hasta el TS. ¿Qué hará Sotomayor?
Partiendo del principio jurídico de que los precedentes en el derecho americano son importantes, pero «no están esculpidos en la piedra», puede que se alinee con los cinco magistrados del TS que desean devolver a los estados la competencia sobre el aborto o cabe que se aferre a los precedentes, manteniendo la actual regulación permisiva. Si hace lo primero, apostará por el endurecimiento; si es lo segundo, no será acusada de «políticamente incorrecta».
Hace años, al comentar el nombramiento del actual presidente Roberts, me referí al TS como un «pequeño organismo con un inmenso poder» y al analizar las contiendas jurídicas que se producen en su interior comparaba a los nueve jueces con «nueve escorpiones en una botella». La ventaja de Sotomayor sobre los anteriores nominados es su experiencia. Pocas veces llega a la Corte Suprema alguien con 17 años sobre el estrado. Una carrera impulsada por un republicano -Bush padre, que la nombró juez de distrito en Manhattan, convirtiéndose, un año después, en la primera juez federal hispana en Nueva York- ha culminado con este nombramiento de Obama. ¿Confirmará los temores republicanos o defraudará las expectativas demócratas?
Seamos cautos, pues es difícil prever lo que ocurre en la psique de un juez del Supremo. El juez Frankfurter, que tuvo la oposición de los sectores conservadores del Senado por sus tendencias izquierdistas, acabó convirtiéndose en el líder conservador del TS. Al contrario, Black, con fama de ultra (fue del Ku Klux Klan), se puso a la cabeza de los liberales.

Los diferentes

¿Por qué la Iglesia teme a los diferentes?/Juan Arias
Publicado en EL PAÍS, 08/08/09;
Con el papa Benedicto XVI, el miedo de la Iglesia católica hacia los diferentes se ha agudizado. Se estudian incluso nuevas formas de castigo a los sacerdotes que se casen civilmente. A Roma le da miedo todos los distintos, los que disienten de las rígidas normas de conducta por ella trazadas. Teme a los diferentes sexuales: gays, lesbianas, transexuales, prostitutas; a los diferentes religiosos: ateos, agnósticos, animistas, protestantes, judíos o musulmanes. Le irritan los divorciados, los sacerdotes que dejan los hábitos, las mujeres que abortan, los que practican la eutanasia, los suicidas, los adúlteros, los drogadictos. Arrecia sus castigos contra todos ellos.
Viví de cerca el drama de un embajador español ante el Vaticano, que se había separado de su mujer y se acababa de enamorar de otra. Lo vi algunas semanas desesperado. Pasó, de ser considerado un embajador simpático, preparado y fiable a ser persona non grata. Desesperado y desorientado, pidió ayuda y consejo a un alto prelado de Roma. “Hijo mío, eso tiene sólo una solución y está en las manos de Dios”, le espetó con la mayor naturalidad. Se refería a que Dios tendría que enviar la muerte a su ex mujer, para que pudiese casarse con la otra. El embajador saltó del sillón horrorizado.
¿De dónde nace este miedo al diferente en la Iglesia, cuando Jesús de Nazareth, en quien dice inspirarse, era un ser diferente, que actuaba fuera de las normas, más aún, estaba contra las normas de su iglesia, la judía, cuando consideraba que contradecían la libertad del hombre? Se pronunció contra la ley del sábado, sagrada para los creyentes judíos; contra los sacrificios de animales en el Templo y las especulaciones económicas derivadas de aquellos sacrificios. La tomó a latigazos contra aquellos mercaderes.
A la Iglesia le da miedo todo lo que no se encuadra en el orden por ella trazado. Le gusta sólo la familia tradicional, por ejemplo, y cualquier intento de búsqueda de nuevas formas de relación humana más aptas a la mentalidad del tiempo, lo castra antes aun de ponerlo en discusión.
Lo mismo ocurre con el doloroso modo de la mujer de deshacerse de una gestación que puede ser su muerte psíquica, social o física. Y aún aquí la Iglesia tiene dos pesos y dos medidas, si se trata de una mujer seglar o de una religiosa. ¿Qué aconseja a los responsables de las monjas que, por ejemplo, en las Misiones, son violadas y quedan embarazadas? ¿Les deja libertad para dar a luz a ese hijo? ¿Qué haría con él la religiosa a la que no podría echársele de la Congregación pues había sido injustamente agredida? Me consta, de buenas fuentes que Roma da normas secretas a sus obispos al respecto.
En lo relativo al celibato obligatorio para los sacerdotes, se trata de algo realmente absurdo históricamente ya que sabemos que no sólo Jesús, los apóstoles y los primeros Papas estaban casados, sino también los obispos en los primeros siglos del cristianismo. Lo único que se les pedía a esos obispos casados era que tuvieran una sola mujer, para dar ejemplo a los fieles. ¿Cabe mayor hipocresía que el caso de dos parroquias en una misma ciudad, en las que en una, el sacerdote puede estar casado porque se convirtió del protestantismo al catolicismo cuando ya estaba casado, y en la de al lado el cura católico, que si quiere casarse, tiene que dejar la parroquia y el sacerdocio?
Al Jesús hombre, la Iglesia lo divinizaría más tarde para cubrir sus flaquezas. Él nunca se dijo Dios, sólo “hijo del hombre” que en arameo significa uno como los demás. Lo divinizó para cubrir sus miedos, a la muerte por ejemplo: sudó sangre de pavor en el Huerto de los Olivos y pidió a Dios que le ahorrase los horrores de la crucifixión. No era un héroe. Fue tildado de bebedor y comilón. En ninguna circunstancia de su vida fue un hombre de orden. Fue un antisistema. Su vida y sus dichos eran una paradoja y una contradicción. Arremetió contra la familia tradicional, algo sagrado entre los judíos: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” (Lucas 13,31ss), se preguntaba. Defendía a las mujeres adúlteras (Juan 8,3ss) contra la hipocresía de los fariseos, y exaltaba a las prostitutas: “Ellas tendrán un lugar mejor que vosotros en el Reino de los Cielos” (Mateo 21,31). Era amigo de todos a los que el sistema y el Templo marginaba, de los considerados de mala reputación como publicanos y pecadores.
Fue tachado de todo lo que puede ser acusado un diferente. Sobre todo fue considerado un endemoniado y un loco y en aquel tiempo la locura daba más miedo y producía más rechazo que hoy. Lo consideraban loco sus mismos hermanos: “está fuera de sus cabales”, decían de él, como se lee en Marcos 3,20. Tan loco que los suyos fueron a recogerlo para llevárselo a casa. Tan fuera de sí, que quisieron despeñarle. Llegaron hasta a apedrearle, algo muy serio en aquel tiempo si se piensa que la pena de muerte más conocida entre los judíos era la lapidación o apedreamiento. La muerte en la cruz no era judía, era romana.
La Iglesia ha tenido y sigue teniendo miedo del Jesús hombre. Profesa que “se encarnó”, que nació de una mujer, que tuvo todas las pasiones humanas, pero en realidad, cubre su humanidad con un tupido velo divino, para alejarlo de los hombres. Para los de su tiempo, Jesús era un profeta loco, que había salido de una aldea insignificante como Nazareth cuyo nombre ni aparecía en los mapas de aquellos tiempos, que no tenía miedo al poder al que más bien desafiaba. Al rey Herodes que le mandó un aviso para que dejase de predicar, les respondió llamándolo “zorra”. Lo desobedeció.
Jesús no era un diplomático, ni hombre de medias tintas. Tenía alergia a la hipocresía y a la violencia. No condenaba, salvaba. No soportaba a los que juzgaban a los demás. Lo perdonaba todo. Sufría viendo sufrir. Curaba las enfermedades. No tenía miedo de la alegría, de la felicidad, ni del sexo. Multiplicó el vino en las Bodas de Canaá para que siguiera corriendo la fiesta. No dejaba ayunar a sus apóstoles. Comía y bebía en las mesas de los ricos fariseos, aunque personalmente era pobre, sin casa y a veces sin qué comer. Era un inconformista.
¿Cómo encajar este perfil del hombre-Jesús, un verdadero diferente en su sociedad, en la Iglesia católica, que aparece cada día más lejana de sus orígenes, con sus condenas, con sus alergias a todo lo que no comulga con ella, con sus adversiones al sexo, con su miedo a los que no piensan como ella, con su arrogancia de creerse la única fe verdadera?
Los Evangelios son escritos que la Iglesia considera inspirados por Dios, pero en la práctica los teme. Quizás por ello, poco a poco, los ha ido endulzando, tergiversando o sustituyendo por la teología, por el derecho, por los catecismos, por las encíclicas, por las bulas, por millones de decretos, generalmente de condenas.
Hasta a Francisco de Asís, el santo más parecido al profeta de Nazareth, que no quería para sus discípulos más reglas que las que están escritas en los Evangelios, le obligó el Papa de entonces a sintonizar con la Iglesia oficial de Roma. Le obligó a escribir una Constitución para su nueva Orden. A la Iglesia nunca le han bastado los Evangelios.
A mi mujer, autora de libros de poesía la invitaron una Navidad a ir a visitar un manicomio femenino de Río. Colocaron una mesita con sus libros para que los locos pudieran abrirlos y leer algunos de sus versos. Le pusieron a una enfermera de protección. No hizo falta. La poesía fue su mejor calmante aquel día. Una esquizofrénica, tras haber leído uno de sus poemas se le acercó y le dijo: “Dime la verdad, tú tienes que ser una loca como nosotras para poder escribir estas cosas”.
Existe la locura del arte, la locura de la ciencia, la locura de la pasión amorosa, la locura por las aventuras, la dura locura de la mente. La de Jesús era la locura por todos los marginales, por los diferentes y sus debilidades. ¿Y la locura de la Iglesia? Desgraciadamente, la de la Iglesia oficial, la de la Iglesia de Roma, la de Benedicto XVI -no la de las periferias- sigue siendo más bien la locura del poder y de los anatemas. Aquel Jesús diferente, se ha quedado ya muy lejos de ella.

De zarzuelas y amores

De zarzuelas y amores/Plinio Apuleyo Mendoza, periodista y escritor colombiano
Publicado en EL PAÍS, 08/08/09;
Fue como la llama de un fósforo encendida de repente en algún lugar penumbroso de la memoria, allí donde uno guarda sus más viejos recuerdos. Respondiendo a la queja de una lánguida soprano, aquel coro de 30 o 40 bellas muchachas cantaba el trozo más conocido de La verbena de la Paloma, la primera de una antología de zarzuelas que bajo el título Vive Madrid se estrenaba aquella noche en el soberbio y moderno Teatros del Canal recientemente inaugurado. Margarita Robledo, una vieja amiga tan colombiana como madrileña, había logrado el milagro de que estuviéramos en la primera fila cuando se levantó el telón. Y ahí empezó la magia.
Primero, la asombrosa escenografía: juego de luces, paredes móviles, faroles, penumbras e imágenes del viejo Madrid proyectadas sobre un telón de fondo. Luego, en aquella atmósfera, la entrada súbita de un enjambre de hombres y mujeres jóvenes, vestidos ellos con trajes grises muy ceñidos y ellas con mantones de Manila. Gatos y gatas, así se les llamaba entonces; y como tales, con el mismo sigilo de felinos cazadores, avanzaban los hombres al compás de la música tras unas muchachas que los esquivaban con coquetería. El coro de voces femeninas que brotó de pronto con una unidad perfecta, como si fuese una sola voz, me devolvió con una brusca emoción algo oído mucho tiempo atrás; algo nunca olvidado.
Volví a sentir lo mismo a medida que avanzaba aquella fastuosa antología de zarzuelas, cuyo tema era siempre Madrid, antología que se extendía desde los tiempos de Goya hasta aquellos muy vecinos donde el chaleco y el sombrero reinaban todavía en las calles. Nunca se había logrado, dentro de una escenografía moderna, con toda suerte de personajes y vestuarios y sin que se advirtiese ruptura alguna, reunir en un solo espectáculo las zarzuelas más famosas de España. Y algo paradójico: el autor de esta proeza no era un madrileño sino el catalán Jaime Martorell.
Extrañas trampas de la nostalgia: también esta música está adherida a nuestro pasado, en Colombia. La zarzuela siempre estuvo presente allí gracias a compañías que venían todos los años desde el otro lado del Atlántico. De niños, padres o abuelas nos llevaban al Teatro Colón para verlas. Quedábamos deslumbrados con aquella imagen de España. Era como vislumbrar otro mundo y al mismo tiempo encontrar algo de nuestras raíces profundas. Jamás llegamos a olvidar trozos de Luisa Fernanda. Eran aires que lo acompañaban a uno secretamente, como a los muchachos de hoy los acompaña el rock. Padres y abuelos nuestros debieron crecer a la sombra de la misma pasión oculta. Nunca he olvidado que mi padre ponía los domingos zarzuelas en un tocadiscos para oírlas mientras leía el periódico. Me duele recordar que nunca viajó a España, país que le atraía tanto como su música o sus corridas de toros.
No sé cuantos viejos bogotanos llegaron a enamorarse de las coristas españolas que una vez por año aparecían en el escenario del Teatro Colón. Uno de ellos, por cierto, fue el editor de El Tiempo, Enrique Santos Castillo, cuando era muy joven. Me lo contó alguna vez. Alcanzó a llegar hasta Buenaventura donde la compañía de su amada estaba a punto de embarcarse. Sus padres lograron atajarlo a tiempo.
Ahora que lo pienso, tampoco yo fui ajeno a tales desvaríos, pues el primer amor -desde luego platónico- que tuve en la vida me lo inspiró una niña que era la estrella principal de una compañía escolar de zarzuelas, sólo que no de Madrid sino de una ciudad colombiana más modesta: de Tunja. Claro que nunca supo ella el efecto que causó en mí, un pobre muchacho que entonces pasaba sus vacaciones de fin de año en Ramiriquí, un pueblo del altiplano andino, en casa de una prima
de su padre. Allí había llegado la precoz artista de zarzuela con su grupo escolar para dar en aquel pueblo una sola representación antes de continuar su gira por aquella provincia. La conocí antes de la función de la noche mientras la maquillaban delante de un tocador de tres lunas. Nunca había visto yo una adolescente tan bella. No debía tener más de 13 años. Era muy fina, con unos rasgos bien dibujados y un pelo largo y sedoso por el cual ella pasaba su mano enredándoselo y desenredándoselo con coquetería. Parecía una actriz de cine.
Recuerdo que en un momento dado me vio en el espejo observándola con fascinación. “¿Qué lees?”, me dijo reparando en el libro que tenía en las manos. “Una novela”, fue lo único que pude contestarle. “¿Una novela? A mí también me gustan las novelas”, comentó ella. Yo no supe qué añadir. Sólo percibía una lumbre de simpatía en sus ojos oscuros.
Aquella noche, cuando le oí cantar en el teatro del pueblo las arias de Luisa Fernanda, vestida como una española, y al ver la manera como se movía en el escenario -con una gracia infinita, muy femenina-, experimenté esa zozobra que es el primer atisbo del amor. Y al día siguiente, desde el balcón de la casa, sentí una profunda tristeza cuando divisé el autobús que se la llevaba a ella y a los muchachos de la compañía de zarzuelas rumbo a otros pueblos de los Andes.
Quizás este viejo recuerdo explica muchas cosas. Por ejemplo, la extraña emoción que me brotó de pronto al escuchar en un teatro de Madrid el primer coro de una vieja zarzuela.

De Reino a Imperio

DE REINO DE NUEVA ESPAÑA A IMPERIO MEXICANO 1808-1821*/JOSÉ HERRERA PEÑA, historiador y profesor e investigador del Centro de Investigaciones Jurídicas de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UMSNH.
Durante la crisis política que conmovió al mundo indohispánico en 1808, las leyes fundamentales de la monarquía de España y de las Indias fueron interpretadas de dos maneras, según el origen geográfico de los españoles: los americanos muy ampliamente y los europeos muy restrictivamente.
Para los europeos, el único soberano era el rey; para los americanos, en ausencia del rey, el soberano era el pueblo. Para unos, leyes y autoridades continuaban en toda su plenitud, fuerza y vigor; para los otros, las autoridades carecían de legitimidad y las leyes habían perdido la fuente de su procedencia. Para aquellos, era necesario conservar el statu quo y “no hacer novedad en asuntos de tanta gravedad y consecuencia”. Para estos, era imperativo establecer un congreso nacional compuesto por representantes de las provincias y electos por ellas, con atribuciones para nombrar a un “encargado provisional del reino”, en lugar del virrey, y convertir a la audiencia en tribunal de última instancia, en lugar del Consejo de Indias. Por último, para los europeos, agrupados alrededor de la audiencia, el reino debía reconocer la soberanía de las juntas peninsulares de gobierno, por lo menos en materias de hacienda y guerra. Para los americanos, en cambio, organizados alrededor del Ayuntamiento de México (en el que sobresalieron las figuras de Francisco Primo de Verdad y Ramos, Francisco de Azcárate y Jacobo de Villaurrutia, así como, paralelamente, la de Melchor de Talamantes), la soberanía debía ser asumida por el congreso nacional y conservarla en depósito para devolvérsela al monarca, cuando éste saliera de su cautiverio.
Durante esta primera etapa no aparece el concepto de independencia, por dos razones: una, porque el reino era jurídica y prácticamente independiente de los demás reinos, tanto de América como de Europa, aunque en el marco de una comunidad hispánico-indiana de naciones, vinculadas por el mismo sistema jurídico y político, y sujetas a la misma autoridad soberana, y otra, porque ahora era más independiente que nunca, dada la incapacidad de las autoridades peninsulares para sujetarlo políticamente a su dominio.
Esto concluyó con el golpe de Estado que dieron los españoles europeos de México el 16 de septiembre de 1808 a efecto de poner el reino bajo la soberanía del gobierno español, es decir, de España, no del rey.
En 1810, Miguel Hidalgo y Costilla asumió de facto la jefatura del Estado y ejerció la dictadura popular revolucionaria para reclamar la independencia y la libertad del reino. Fundamentó su reclamo, no en las leyes españolas y de Indias, sino en el derecho natural y en el principio de autodeterminación: si entre las naciones cultas, el francés quiere ser gobernado por francés; el inglés por inglés, el alemán por alemán… y entre las bárbaras de América, el apache quiere ser gobernado por apache, el pima por pima y el tarahumara por tarahumara, ¿por qué se pretende privar al americano de esta prerrogativa?
También dio nuevo sentido político a la tesis de la soberanía popular y concibió nuevos modelos de autoridad. En Celaya se hizo reconocer jefe de la nación en pie de guerra, con los títulos de capitán general y protector de la nación, (esto es, jefe de estado y de gobierno) “en presencia de cincuenta mil hombres”, y en Acámbaro, fue aclamado como generalísimo por ochenta mil. Además, recuperó el concepto de congreso nacional representativo, electo popularmente -que pretendió convocar-, a fin de que expidiera leyes que respondieran a las necesidades nacionales y nombrara, vigilara y controlara a las autoridades ejecutivas y judiciales. Por último, elevó la audiencia de Guadalajara al nivel de supremo tribunal de justicia de la nación.
Por otra parte, con base en el principio de que todos los hombres son libres e iguales en derechos, expidió decretos para abolir la esclavitud y suprimir las castas. La fuerza del estado mexicano debía ser utilizada para garantizar a todos los individuos, independientemente de su color o condición social, el goce y ejercicio de sus derechos fundamentales, tanto en materia civil -libertad, igualdad, propiedad y seguridad-, como en materia política, principalmente votar y ser votado a los órganos del Estado.
En 1811 se mantuvieron los conceptos jurídico-políticos surgidos volcánicamente el año anterior, pero fueron modificados por la influencia de las circunstancias internas y de las cortes españolas. De este modo, al establecerse en Zitácuaro un nuevo gobierno americano presidido por Ignacio López Rayón, se declaró que la soberanía dimana del pueblo, pero reside en el rey y es ejercida por el gobierno americano. El proyecto implicaba el establecimiento de una monarquía constitucional sui generis. El doctor José María Cos lo explicó: América y España son partes integrantes de la misma monarquía, pero independientes entre sí. Mientras tanto, en lugar de un congreso nacional y de una corte de justicia, la junta, compuesta inicialmente de tres personas y después de cuatro, concentró en sí todas las atribuciones legislativas, ejecutivas y judiciales, es decir, asumió la dictadura. Se mantuvieron la abolición de la esclavitud y la supresión de las castas, y se postularon los derechos fundamentales del individuo. En todas las plazas dominadas por las fuerzas nacionales se juraron los Elementos Constitucionales de Rayón, que consagran este programa político.
En 1813 volvieron a cobrar fuerza los conceptos planteados en 1810, a pesar de la influencia de la Constitución de Cádiz; entre ellos, que la soberanía dimana del pueblo y que es depositada sólo en sus representantes. La figura del rey fue omitida. Esto implicaba el establecimiento de una república democrática independiente, organizada bajo el principio de la división de poderes. La pequeña y omnímoda junta de gobierno debía ser reemplazada por un congreso nacional representativo, que ejerciera facultades legislativas y que nombrara, vigilara y controlara a los representantes de los otros poderes. El ejecutivo debía asumir el mando supremo de las fuerzas armadas, y el poder judicial, ser representado por un tribunal superior de justicia.
Para evitar la ruptura, el congreso nacional fue integrado por tres clases de representantes: los que formaban parte de la junta de gobierno anterior, los titulares electos popularmente en las regiones liberadas, y los suplentes designados provisionalmente por el titular del ejecutivo. Su función principal sería la de expedir la “buena ley”, que es la que modera la opulencia y la indigencia.
Por lo que se refiere a la abolición de la esclavitud y a la supresión de las castas, no hubo marcha atrás. Al contrario, se exigió que se suprimieran los cuerpos privilegiados. El congreso nacional que se reunió en Chilpancingo en septiembre de 1813 dio entrada a este programa político, titulado Sentimientos de la Nación, de José María Morelos, y dos meses después, declaró la independencia nacional.
En octubre de 1814, frente al restablecimiento de la monarquía absoluta en España, se proclamó constitucionalmente en Apatzingán la república democrática independiente de la América mexicana. Se reafirmó que la soberanía dimana del pueblo; que el pueblo tiene el derecho incontestable de establecer el gobierno que más le convenga, alterarlo, modificarlo o abolirlo totalmente; que la soberanía es ejercida por la representación nacional, compuesta por diputados electos por los ciudadanos; que ninguna nación tiene derecho para impedir a otra el uso libre de su soberanía; que el pueblo es la suprema fuente del derecho, de la autoridad y de la justicia, y que los tres poderes no deben ser ejercidos ni por una sola persona ni por una sola corporación.
Sin embargo, en lugar de un ejecutivo fuerte y de un congreso que lo nombrara, vigilara y controlara, se estableció una especie de dictadura parlamentaria y un gobierno formado por tres vocales, electos por el término de un año. Se instaló el tribunal superior de justicia de la nación. Por otra parte, se declararon los derechos del hombre y del ciudadano, y por consiguiente, se mantuvieron proscritas la esclavitud y las castas. Todo lo anterior quedó establecido en el Decreto Constitucional para la libertad de la América mexicana promulgado el 22 de octubre de 1814.
En diciembre de 1815, aunque no fue abolida la Constitución de Apatzingán, un golpe militar interno disolvió los poderes del Estado. Se mantuvieron vivos los principios constitucionales, mas no sus órganos políticos, y en su lugar, se crearon juntas de gobierno.
En 1820 se restableció la Constitución Política de la Monarquía Española. Los partidarios del absolutismo en México, enemigos de la independencia y del liberalismo, concibieron un plan para proteger sus privilegios, que fue el de independizar la Nación y ofrecer la corona mexicana a Fernando VII.
Agustín de Iturbide propuso a los que mantenían viva la llama de la independencia nacional “hacer la independencia de este imperio, guardando para ello la paz y unión entre europeos y americanos”, y obedecer a Fernando VII, si éste adoptaba y juraba la Constitución que elaboraran las Cortes de la América Septentrional.
La propuesta fue aceptada y el 24 de febrero de 1821 se firmó el Plan de Iguala. El reino ya no sería un reino sujeto a España, pero tampoco una república soberana, sino un imperio independiente, cuyo emperador sería Fernando VII.
Finalmente, el sistema imperial quedaría diseñado para garantizar los privilegios existentes, no la igualdad de todos ante la ley; pero por la independencia nacional valía la pena hacer cualquier sacrificio, aceptar cualquier condición y pagar el precio.
El precio se pagó y la independencia se alcanzó.
Ponencia presentada el 6 de agosto en el Senado de la República.

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