11 ago 2006

Resolución de la ONU

El Consejo de Seguridad de la ONU ha pedido unánimemente una tregua entre Israel y Hezbolla, y ha reclamado la retirada de las tropas israelíes del Líbano, en lo que constituye la primera actuación de este órgano de la ONU desde que se inició el conflicto.

Los 15 miembros del Consejo votaron con unanimidad a favor de la resolución, elaborada por EE UU y Francia, que insta a un fin de la violencia en el Líbano y traza los principios generales para un plataforma de acción política que permita un alto al fuego permanente y una solución duradera a la guerra que estalló el pasado 12 de julio.

La resolución abre la vía a una paz duradera, dijo la secretaria de Estado estadounidense Condoleezza Rice en el Consejo; "No más fuerzas extranjeras, no más armas", declaró al tgeimpon que expresó la disposición de EE UU de asistir a la recuperación económica del país.

Antes de la votación, el secretario general de la ONU, Kofi Annan se mostró decepcionado porque la decisión del Consejo de solicitar el cese de las hostilidades "debería haber llegado mucho antes" y se lamentó de que la demora ha afectado la credibilidad de este órgano.
En el texto se hace un llamamiento a las partes enfrentadas para que respeten la llamada Línea Azul, marcada por la ONU cuando Israel se retiró del sur del Líbano, en mayo de 2000.
Asimismo, se reitera la necesidad de preservar la integridad territorial, la soberanía y la independencia política del Líbano con sus fronteras reconocidas internacionalmente, como contempla el acuerdo de armisticio israelí-libanés de 1949.
En la resolución también se exhorta a la comunidad internacional a que tome las medidas necesarias para asistir en materia financiera y humanitaria al pueblo del Líbano, concretamente para que los 900,000 desplazados puedan regresar a sus casas y el gobierno pueda reabrir los puertos y aeropuertos del país.

Entre los elementos y principios políticos que deben conducir a una tregua permanente se menciona que ninguna fuerza extranjera puede ser desplegada en territorio libanés sin el consentimiento del Gobierno de Beirut.
También se estipula la prohibición de suministrar o adquirir cualquier tipo de armamento y municiones al Líbano, a excepción de las transacciones autorizadas por su gobierno.
Phillipe Douste-Blazy, ministro de Exteriores de Francia, el otro país promotor de la resolución, declaró que ésta crea las condiciones para una solución a corto plazo, pero también una paz duradera, fundamental para el equilibrio de toda la región.

Por su parte, el ministro de Exteriores de Qatar, el jeque Ahmed al Thani, manifestó que aceptó la resolución porque "quieren que se acabe el baño de sangre en el Líbano", aunque consideró que era "desequilibrada". Objetó que el documento no aborda las consecuencias legales y humanitarias de la destrucción perpetrada por Israel en las últimas semanas, así como otros aspectos como la liberación de los prisioneros libaneses en cárceles israelíes.
Una vez dado el visto bueno a la resolución, el Gobierno israelí debería aprobar el próximo domingo un alto el fuego en el Líbano, pero el primer ministro, Ehud Olmert, no ha revocado la orden que ha dado de lanzar una operación a gran escala en el sur de ese país.
En Jerusalén, una fuente oficial israelí ha declarado que Olmert ha manifestado al presidente de EE UU, George W. Bush, durante una conversación telefónica, su apoyo al texto acordado.

El acuerdo del proyecto de resolución fue anunciado por la ministra británica de Exteriores, Margaret Beckett. El texto pide "un cese inmediato de las hostilidades" entre Israel y la milicia libanes de Hezbolá, así como una retirada "gradual" de las tropas hebreas de Líbano al tiempo que "el Ejército libanés y una fuerza de Naciones Unidas" se despliegan en el sur del país.
Esa fuerza internacional estaría formada por unos 15,00 soldados y encabezada por Francia.
El acuerdo incluiría la exigencia de que Hezbolá abandone el sur de Líbano y se sitúe no antes del río Litani, a unos 20 kilómetros de la frontera con Israel.

AMLO en The New York Times

Recontando nuestro caminio hacia la democracia/Andrés Manuel López Obrador

Publicado el 11 de agosto de 2006, The New York Times
Desde 1910, cuando otra elección polémica desató una revolución, México no había estado tan cargado de tensión política. Las manifestaciones más grandes de nuestra historia son prueba diaria que millones de mexicanos desean una recuento completo de la elección presidencial del mes pasado. Mi opositor, Felipe Calderón, actualmente mantiene una estrecha ventaja de 243,000 de los 41 millones de votos emitidos, pero los mexicanos todavía están esperando a que un presidente sea declarado.
Desafortunadamente, el Tribunal Electoral responsable de ratificar los resultados de elección frustró los deseos de muchos mexicanos y rechazó aprobar un recuento a nivel nacional. En lugar de eso, su estrecho criterio predomino y el sábado pasado permitió que sólo cerca de 9 por ciento de las casillas fuera abierto y revisado. Vale la pena hacer un repaso de la historia de esta elección. Por meses, los votantes fueron sujetos a una campaña de miedo. El presidente Vicente Fox, que apoyaba a Calderón, le dijo a los mexicanos “cambiar de jinete, pero no de caballo” un claro reproche a las políticas sociales para ayudar a los pobres, y privarlos del derecho al voto, que estaban en el corazón de mi campaña.
Los grupos de interés gastaron millones de dólares en televisión y radio advirtiendo que habría una crisis económica si yo ganaba. Mi punto de vista es que los programas de gobierno fueron dirigidos hacia los estados clave con la esperanza de ganar votos a favor de Calderón. El programa de desarrollo de Naciones Unidas advirtió que tales acciones podrían influenciar incorrectamente a votantes. Donde el apoyo hacia mi Coalición era fuerte, a los aspirantes para recibir ayuda del gobierno les fueron solicitadas sus credenciales para votar, privándolos de esta manera de su derecho a votar. Y entonces vino la elección. Las últimas encuestas electorales demostraron que mi coalición lideraba o empataba con el Partido de Acción Nacional de Calderón.
Creo que el día de elección hubo manipulación directa de votos y de actas. Las irregularidades eran evidentes en decenas de millones de actas. Sin un recuento transparente México tendrá un presidente que carezca de la autoridad moral para gobernar. La opinión pública apoya este diagnóstico. Las encuestas demuestran que por lo menos una tercera parte de los votantes cree que la elección fue fraudulenta y cerca de la mitad apoya el recuento completo. Pero el Tribunal Electoral ha pedido un recuento inexplicablemente restrictivo. Esto desafía la comprensión, porque si las alteraciones en las actas son generalizadas el resultado podría cambiar con un puñado de votos.
Nuestros tribunales - que no se asemejan a los de Estados Unidos - tradicionalmente se han subordinado al poder político. México tiene una historia de elecciones corruptas donde la voluntad de la gente ha sido subordinada por el rico y poderoso. Los agravios se han acumulado en el sentir nacional, y esta vez que no estamos huyendo del problema. Los ciudadanos y yo tomamos en protesta pacífica el Zócalo, la magnífica plaza central de la capital, y hablan fuerte y claro: Suficiente es suficiente. En el espíritu de Gandhi y del reverendo Martin Luther King Jr., buscamos que nuestras voces se escuchen. Carecemos de recursos para publicitar nuestra causa. Sólo podemos comunicar nuestra demanda del conteo de todos los votos a través de la protesta pacífica. Después de todo, nuestro objetivo es el de fortalecer a México, no dañar sus instituciones, queremos forzarlas a adoptar mayor transparencia. La credibilidad de México en el mundo sólo se incrementará si clarifiquemos esta elección Necesitamos la buena voluntad y apoyo de aquellos en la comunidad internacional con interés personal, filosófico y comercial en México que me a realizar lo correcto y permita un recuento total que demostrará, de una vez por todas, que la democracia vive y se encuentra bien en esta República
Andrés Manuel López Obrador, alcalde de la ciudad de México de 2001 a 2005, fue candidato a presidente en 2006, representando una coalición liderada por el Partido de la Revolución Democrática.
Traducido del español al ingles por Rogelio Ramírez de la O.

Tomado en español de Lupa Ciudadana: www.lupaciudadana.com.mx

Recounting Our Way to Democracy/ By Andrés Manuel López Obrador.
NOT since 1910, when another controversial election sparked a revolution, has Mexico been so fraught with political tension.
The largest demonstrations in our history are daily proof that millions of Mexicans want a full accounting of last month’s presidential election. My opponent, Felipe Calderón, currently holds a razor-thin lead of 243,000 votes out of 41 million cast, but Mexicans are still waiting for a president to be declared.
Unfortunately, the electoral tribunal responsible for ratifying the election results thwarted the wishes of many Mexicans and refused to approve a nationwide recount. Instead, their narrow ruling last Saturday allows for ballot boxes in only about 9 percent of polling places to be opened and reviewed.
This is simply insufficient for a national election where the margin was less than one percentage point — and where the tribunal itself acknowledged evidence of arithmetic mistakes and fraud, noting that there were errors at nearly 12,000 polling stations in 26 states.
It’s worth reviewing the history of this election. For months, voters were subjected to a campaign of fear. President Vicente Fox, who backed Mr. Calderón, told Mexicans to change the rider, but not the horse — a clear rebuke to the social policies to help the poor and disenfranchised that were at the heart of my campaign. Business groups spent millions of dollars in television and radio advertising that warned of an economic crisis were I to win.
It’s my contention that government programs were directed toward key states in the hope of garnering votes for Mr. Calderón. The United Nations Development Program went so far as to warn that such actions could improperly influence voters. Where support for my coalition was strong, applicants for government assistance were reportedly required to surrender their voter registration cards, thereby leaving them disenfranchised.
And then came the election. Final pre-election polls showed my coalition in the lead or tied with Mr. Calderón’s National Action Party. I believe that on election day there was direct manipulation of votes and tally sheets. Irregularities were apparent in tens of thousands of tally sheets. Without a crystal-clear recount, Mexico will have a president who lacks the moral authority to govern.
Public opinion backs this diagnosis. Polls show that at least a third of Mexican voters believe the election was fraudulent and nearly half support a full recount.
And yet the electoral tribunal has ordered an inexplicably restrictive recount. This defies comprehension, for if tally sheet alterations were widespread, the outcome could change with a handful of votes per station.
Our tribunals — unlike those in the United States — have been traditionally subordinated to political power. Mexico has a history of corrupt elections where the will of the people has been subverted by the wealthy and powerful. Grievances have now accumulated in the national consciousness, and this time we are not walking away from the problem. The citizens gathered with me in peaceful protest in the Zócalo, the capital’s grand central plaza, speak loudly and clearly: Enough is enough.
In the spirit of Gandhi and the Rev. Dr. Martin Luther King Jr., we seek to make our voices heard. We lack millions for advertising to make our case. We can only communicate our demand to count all the votes by peaceful protest.
After all, our aim is to strengthen, not damage, Mexico’s institutions, to force them to adopt greater transparency. Mexico’s credibility in the world will only increase if we clarify the results of this election.
We need the goodwill and support of those in the international community with a personal, philosophical or commercial interest in Mexico to encourage it to do the right thing and allow a full recount that will show, once and for all, that democracy is alive and well in this republic.
Andrés Manuel López Obrador, the mayor of Mexico City from 2001 to 2005, was a candidate for president in 2006, representing a coalition led by his Party of the Democratic Revolution.

This article was translated from the Spanish by Rogelio Ramírez de la O.

Plan Centinela

¡Es mejor prevenir que lamentar!

Ante los hechos ocurridos en Londres donde fueron detenidos 24 personas como presuntos integrantes de una red terrorista ligada a Al Qaeda que planeaba hacer estallar artefactos explosivos ocultos en el equipaje de mano en aviones en pleno vuelo entre Reino Unido y EE UU.
El gobierno de México emitió el siguiente comunicado donde pone en acción el Plan Centinela.

Comunicado de prensa conjunto emitido ayer por la Secretaría de Gobernación, la Secretaría de Seguridad Pública y la Secretaría de Relaciones Exteriores

México, D.F., 10 de agosto de 2006
EL GOBIERNO FEDERAL INFORMA SOBRE MEDIDAS DE SEGURIDAD AEROPORTUARIAS IMPLEMENTADAS EN TERRITORIO MEXICANO
Con motivo de los hechos acontecidos en Londres, Inglaterra, en toda la Red Aeroportuaria de nuestro país se llevaron a cabo reuniones de los comités locales de seguridad a fin de analizar la situación que permita tomar medidas precautorias en los servicios nacionales e internacionales que ahí se prestan.

Asimismo, se determinó reactivar el Plan Centinela a nivel nacional con el propósito de estrechar la vigilancia y seguridad en todo el territorio nacional de manera coordinada.
En este dispositivo lidereado por la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), participan todas las instancias federales que, conjuntamente con las locales, atienden el tema de seguridad de manera puntual.
Con lo anterior el Gobierno Federal se inscribe dentro de la atención internacional a situaciones de emergencia que puedan propiciar acciones como las citadas, beneficiando además de manera muy concreta la seguridad de todos los usuarios de la red aeroportuaria del país.
Y en mañanera en Los Pinos el vocero Rubén Aguilar Valenzuela, precisó:
"...la seguridad de nuestras fronteras y la seguridad de nuestras zonas estratégicas que incluye las producciones de los centros productores de energía, los aeropuertos, siempre están vigilados, hay una mecánica institucional que implica vigilancia permanente porque corresponde a nuestros propios intereses. En los casos en que hay una solicitud de la comunidad internacional para que se apliquen programas extraordinarios en nuestro caso está el Programa Centinela, que ustedes conocen bien.

En este momento el Programa Centinela que implica redoblar los esfuerzos en aeropuertos y en la zona de la frontera está sólo en la fase dos....
...Tres, tres, y es muy evidente en los aeropuertos cuando entre la Fase III que hay que quitarse los zapatos, hay que quitarse los cintos, no hay que viajar con una serie de productos al interior de los aviones, no, básicamente líquidos, una serie de cosas de este tipo, adicional a los que están ya convenidos a nivel internacional de que no pueden llevar cosas filopunzantes y ese tipo de cosas.

Ahora son líquidos, básicamente, que no pueden ser introducidos a los aviones.


Fidel Y Raúl por Jorge Edwards


Tomado de El País (11-08-2006)
A mediados de febrero de 1971, cuando llevaba casi tres meses en Cuba como representante diplomático de Chile, me tocó entrar en contacto con Raúl Castro para organizar la visita del buque escuela Esmeralda a La Habana. Era la primera visita oficial de un barco de la escuadra chilena, después de largos años de ruptura de relaciones, y el Gobierno revolucionario le daba gran importancia al asunto. Había que evitar a toda costa que los trescientos o cuatrocientos jóvenes oficiales y grumetes en viaje de instrucción transmitieran una imagen negativa de la Revolución Cubana a su regreso a Valparaíso. El presidente Allende en persona había acudido a despedir el barco y se había comunicado por teléfono con Fidel Castro para recomendarle la máxima atención al tema. Y Fidel y Raúl estaban pendientes, con las pilas puestas, como decimos nosotros, dispuestos a emplear todos sus poderes de seducción, que en aquellos años no eran pocos, frente a los chilenos.
Yo había conversado largamente con Fidel en la primera noche de mi llegada a La Habana y había podido sacar conclusiones diversas acerca del personaje. A uno lo citaban en un lugar y a una hora determinada y el encuentro terminaba por producirse en otro y varias horas más tarde. Los ayudantes, los funcionarios, la gente de protocolo, le decían a uno al oído que todo esto obedecía a normas de seguridad, pero también se podía concluir que era una cuestión de temperamento, de gusto, de afición a lo repentino y a lo secreto. Después, durante la reunión misma, nunca faltaba algún elemento de sorpresa, un golpe de teatro. Yo, recién llegado a mi hotel al final de un largo viaje, cerca de la medianoche, seguía un discurso del Comandante por la televisión cuando el director de Protocolo me llamó para llevarme a cenar en la ciudad. Era una hora extravagante y había viajado desde Lima con escala en México, pero no quise poner dificultades. Cruzamos La Habana a una velocidad vertiginosa, en el escarabajo VW del director, y en vez de llegar a un restaurante me hicieron entrar a las bambalinas de un gran teatro. Al otro lado de las pesadas cortinas de terciopelo granate se escuchaba la misma voz que había escuchado en el televisor de mi hotel. Terminó el discurso, hubo nutridos aplausos y el Comandante en Jefe apareció detrás de las cortinas. Si hubiera sabido que había llegado, me dijo, habría roto el protocolo y lo habría llevado a la tribuna. Habló con otras personas, entre ellas con el político chileno Baltazar Castro, y desapareció seguido de su séquito por una portezuela que daba a la calle.
"Ahora te voy a llevar a una entrevista en el diario Granma", me dijo entonces Meléndez, el de Protocolo. ¿No es un poco tarde para entrevistas?, tuve la ingenuidad de preguntar, mirando mi reloj. Pero la hora, en las revoluciones, tenía otro sentido. Y un rato más tarde me encontraba sentado en la dirección del Granma, frente a un grupo de periodistas que sonreía y me hacía preguntas vagas sobre mi viaje. Hasta que se abrió una puerta lateral, entró Fidel Castro y se sentó en una silla que estaba al lado de la mía. De las bambalinas del teatro anterior pasábamos a un escenario más privilegiado y exclusivo. En medio de la conversación, Fidel de repente dio un salto. ¿Cómo era posible que no hubiera vino chileno en la mesa? Se abrieron otras puertas, como si el guión estuviera bien estudiado, y entraron botellas de un vinillo que producía Baltazar Castro, el político que acababa de conversar con Fidel. La conversación, a todo esto, ya había adquirido otro tono. Dije que podía encargarme de que se exportaran vinos chilenos de mejor calidad a la isla y Fidel replicó: "Tú eres encargado de negocios, pero de negocios no sabes nada, porque eres escritor". Me reí bastante, ya que Baltazar Castro, don Balta, también era escritor, novelista prolífico, aunque, en honor a la verdad, más bien mediocre en su manejo de la escritura. "¡Estos escritores chilenos son unos diablos!", exclamó entonces Fidel, de humor excelente, y la conversación se prolongó hasta altas horas de la madrugada.

Llegué a una entrevista de trabajo con Raúl Castro, en vísperas del arribo del buque escuela, y empecé a comprobar que el ministro de las Fuerzas Armadas era el exacto reverso, casi la antípoda, de su famoso hermano. Tuve la impresión, incluso, de que manipulaba el contraste en forma deliberada. Ser hermano del Líder Máximo no debía de ser fácil, y el juego de las oposiciones probablemente ayudaba a mantener el tipo. Sonó la hora precisa de la cita y la puerta del despacho ministerial se abrió. Raúl, mucho más bajo que Fidel, más pálido, lampiño, en contraste con la barba guerrillera, frondosa y famosa, del otro, era un hombre amable,que hasta podía resultar simpático, pero de una cordialidad evidentemente fría. Estaba sentado detrás de una mesa de escritorio pulcra, impecablemente ordenada, y supe que ahí no cabía esperar sorpresas ni golpes de efecto de ninguna especie. Sus servicios, entretanto, lo habían previsto todo: la entrada del barco al muelle, el transporte por tierra de la tripulación, el programa oficial hasta en sus menores detalles. Habría que asistir a tales y cuales ceremonias y pronunciar tales y cuales discursos de tantos minutos de duración cada uno. El personal a cargo tendría las respectivas ofrendas florales preparadas. Y el ministro procedió a entregarme carpetas cuidadosamente preparadas con el programa, mapas de acceso, credenciales, contraseñas. Convenía, dijo, antes de la despedida, que se produjo al cabo de media hora justa de reunión, que visitara los recintos de la Marina de Cuba, donde los radares registraban minuto a minuto la navegación del barco nuestro. Lo hice, desde luego, y debido, quizá, a mi total ignorancia, me quedé asombrado por el control perfecto de la situación del buque en los mares caribeños.
Los marinos chilenos visitaron instalaciones militares guiados por Raúl Castro y debo decir que hicieron comentarios sorprendidos y hasta elogiosos de la eficacia defensiva de lo que habían visto. En esta etapa, la voz cantante en el proceso de seducción de los oficiales de la Esmeralda, la sirena de turno, era Raúl, no su hermano Fidel. Pero hubo más tarde un detalle revelador. Ernesto Jobet, el comandante de nuestro barco, ofreció una recepción a todo el Gobierno y el cuerpo diplomático. Ahí hubo roces y tropiezos de toda clase y a cada rato. Protocolo me pedía permiso para hacer una completa inspección del buque por motivos de seguridad. El comandante Jobet contestaba que por ningún motivo: él, en su calidad de anfitrión, respondía por la seguridad de sus invitados. Y jamás, por razones de principio, admitiría el ingreso a su barco de gente armada. El día de la recepción, Fidel Castro apareció en el muelle de repente y subió en compañía de una escolta provista de grueso armamento. Fue un momento de tensión extraordinaria. Media hora más tarde ingresó con toda su escolta a la sala privada del comandante chileno. Se produjo ahí una situación notable: el comandante Jobet, con un gesto, le pidió a Castro que expulsara a los intrusos, y éste, con un dedo, les ordenó retirarse. La reunión no podía partir en un ambiente peor. Pero Fidel, al poco rato, tuvo una idea brillante: invitó a Ernesto Jobet a jugar una partida de golf a la mañana siguiente y todos los tropiezos del día quedaron aparentemente superados.
Me imagino que Raúl Castro, con buen olfato, previó estos problemas de antemano. De todos los personajes importantes invitados a la fiesta del buque escuela, fue el único que no asistió. A pesar de haber sido el organizador de la gira. No quería provocar conflictos y prefirió, una vez más, asumir un perfil bajo. No le gustaba, sin duda, estar en el mismo barco en compañía del hermano mayor, sobre todo cuando el otro acaparaba todas las cámaras.
En buenas cuentas, la actitud de Raúl fue prudente y astuta, además de organizada. Fidel y su escolta, en cambio, metieron la pata a cada rato. Pero Fidel, con su chispa, con su sorprendente invitación a un deporte británico y tradicional, ganó la partida. Al menos en el primer momento. Dos días después, cuando el buque se preparaba para zarpar, Ernesto Jobet impartía terminantes instrucciones a sus subordinados para que escribieran cartas, todas las cartas que pudieran, a sus familiares y amigos. Era una operación discreta y eficaz de contrapropaganda. Algunos grumetes habían sido invitados en la calle a la casa de un médico cubano y habían comprobado con extrañeza que no estaba en condiciones de ofrecerles una modesta cerveza o una taza de café. ¡Cuéntenlo todo!, exclamaba Jobet, con una sonrisa socarrona.
Alrededor de tres años más tarde, se supo que la Marina había sido la primera en iniciar, con veinticuatro horas de anticipación, las operaciones que condujeron al golpe de Estado contra Allende. Pensé en los tripulantes de la Esmeralda y en la posibilidad de que alguno, más de alguno, estuviera implicado en ese proceso. Era una historia terrible: un reflejo lateral, menor, pero no por eso menos dramático, de un gran conflicto político del siglo XX. En el episodio de la visita de los marinos, según mi balance final, Raúl había sido prudente, además de ausente cuando convenía, y Fidel había sido teatral, excesivo, palabrero, improvisador. Ninguno de los dos, en cualquier caso, habría podido evitar nada, y temo que sus amigos chilenos tampoco.
*Jorge Edwards es escritor chileno.

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