16 ene 2010

Hallan a periodista ejecutado en Los Mochis

Hallan ejecutado a periodista en Sinaloa
El periodista ya tenía varios días de haber sido ejecutado.
Por Fernando Gutierrez Yaver
http://rrazones.com/
Los Mochis, Sin. 16 enero 2010.- El cuerpo sin vida del periodista José Luis Romero fue encontrado al filo de las 02:30 horas de la madrugada, dentro de una bolsa negra, sobre la carretera Mochis-San Blas, a la altura del ejido 2 de abril.
Un familiar del reportero identifico el cuerpo, el cual presentaba signos de que ya tenía varios días de haber sido ejecutado.
Según las característica del homicidio, después de su ejecución el cuerpo fue enterrado y posteriormente desenterrado para ser depositado dentro de una bolsa negra y finalmente arrojado sobre el camellón pasando el canal taxtes.
El cuerpo del reportero tenía las manos y pies amarrado con un cordón amarillo.
José Luis Romero fue levantado el 30 de diciembre próximo pasado por un comando armado cuando estaba en un negocio de mariscos en la colonia Tabachines, junto con otra persona, la cual tampoco ha sido localizada.
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El periodista José Luis Romero es encontrado asesinado

Al parecer ya había sido enterrado, sus asesinos lo sacaron y lo embolsaron para dejarlo abandonado
debate.com.mx
Noel Vizcarra
Actualizado: 16/01/2010 8:10:00
Los Mochis, Sinaloa.- El periodista José Luis Romero, fue encontrado asesinado, su cadáver estaba envuelto por cuatro bolsas negras presentaba impactos de bala en cráneo y tórax, al parecer fue torturado ya que tenía fracturado el cráneo, las piernas y golpes en las manos.
El reporte fue hoy sábado a la 01:30 a.m., una llamada anónima alertó a las corporaciones del Fuerte que entre El Taste y Mochicahui a la altura del puente Caído que conduce a las cribas El Potrillo había un cadáver embolsado.
La persona que hizo la llamada notificó que era el periodista José Luis Romero el que estaba en el interior de las bolsas.
Inmediatamente un grupo de Ministeriales y Municipales se trasladaron al lugar y encontraron la bolsa en el medio de la carretera.
Llegaron los peritos y al abrir las bolsas sacaron el cadáver y lo subieron a una camilla.
Al parecer el cuerpo de José Luis Romero había sido enterrado, ya estaba en estado de descomposición, al parecer los asesinos lo desenterraron y lo tiraron en la zona de El Fuerte, al revisar al occiso, este tenía su ropa con la que fue levantado, pantalón, camisa y botas.
Más tarde lo identificó una cuñada de él como el periodista José Luis Romero quien trabajaba en la empresa radiofónica Línea Directa.
El periodista fue levantado el 30 de diciembre cuando estaba en un negocio de Klamatos en la colonia Tabachines Uno.
Los responsables eran más de 15 encapuchados negros que portaban armas cortas y largas y llegaron en varios vehículos.
Junto con él se llevaron a un ex militar apodado "El Capi", este último aún no ha aparecido.
La identidad fue confirmada por Ignacio Rodrigo titular de la Subprocuraduría de Justicia Regional de la Zona Norte.
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REFORMA/Redacción
Ciudad de México (16 enero 2010).- El cuerpo ejecutado del periodista José Luis Romero, del noticiero Linea Directa, fue encontrado esta madrugada en las inmediaciones de la carretera Los Mochis – El Fuerte, a la altura del Ejido 5 de Mayo, en el Municipio de Ahome, Sinaloa.
De acuerdo con autoridades policiacas, el cuerpo estaba embolsado con un avanzado estado de descomposición, ya que se presume tenía cerca de 15 días de haber sido asesinado.
Romero fue "levantado" el 30 de diciembre en el cruce de la Calle Álvaro Obregón y Doroteo Arango, en la Colonia Jiquilpan II de la Ciudad de Los Mochis.
Ayer, tras la aparición de una narcomanta en donde se indicaba la ubicación del periodista, elementos del Ejército Mexicano y policías estatales iniciaron su búsqueda, sin embargo, no se logró la ubicación del cuerpo hasta este sábado.
"Chapo Isidro, Güero Mcgiver, Chuy y Nacho González, Mazatlecos y demás perros mata inocentes devuélvanlo a José Luis Romero, 'periodista'; Ejército, búsquenlo en Plan del Río Guasave Sinaloa", se lee en el escrito.
Hora de publicación: 11:48 hrs.
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José Luis Romero fue 'levantado' el 30 de diciembre

"El Teo", expresiones inadecuadas

Critican a mando por declaraciones
Advierten reacción de socios del 'Teo' por declaraciones de jefe policaco
Nota de Verónica Sánchez
Reforma 16 enero 2010.- Expertos en seguridad criticaron las declaraciones del Secretario de Seguridad Pública de Tijuana, Julián Leyzaloa Pérez, sobre el presunto narcotraficante Teodoro García Simental, "El Teo", de quien se refirió como "rata de cárcel".
Carlos Mendoza, secretario técnico del grupo que evalúa el Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad, advirtió que sus expresiones podrían ocasionar una reacción por parte de la organización criminal que dirige.
"Caer en el mismo lenguaje (de los criminales), evidentemente sí daría una posible reacción de los grupos delictivos a los que están asociados y en lugar de atemperar los ánimos y generar un clima de mayor convivencia, los está desatando", dijo.
Leyzaloa, quien es teniente coronel, afirmó el jueves que el sicario sinaloense, preso en la penal de máxima seguridad del Altiplano, Estado de México, también tiene una "gordura asquerosa",
"'El Teo' ahora es rata de cárcel y cayó como todo mugroso que se siente valiente cuando tiene sometido a alguien, pero, cuando les toca, se sienten cobardes y se sienten mujeres.
"Sus cirugías y su gordura asquerosa que presenta pudo confundir a alguien, pero al final se le detuvo", dijo el funcionario municipal.
De acuerdo con Mendoza, las afirmaciones despectivas reflejan un deseo de revancha, ya que varios agentes de su corporación, fueron asesinados por órdenes del presunto narcotraficante.
"Las autoridades deben ser muy cuidadosas en el uso lenguaje porque de alguna u otra manera también refleja el cuidado que van a tener en respetar sus garantías procesales", añadió.
Guillermo Garduño, investigador de la UAM, explicó que "El Teo" podría acusar discriminación por parte de esa autoridad, lo cual le favorecería en el proceso penal.
"Generalmente estas personas tienen juicios en México y Estados Unidos y este factor va a ser esencial (...) lo que le ha quitado (el mando policial) son años de cárcel, pero de inmediato, de entrada", apuntó.
Además aseguró que Leyzaloa deja mucho que desear por las palabras discriminatorias y despectivas que utilizó.
Víctor Clark, director del Centro Binacional de Derechos Humanos de Tijuana, indicó que las expresiones no son propias de un servidor público, pero que no era la primera vez que éste se manifiesta de esa manera.
"La infortunada expresión 'cuando les tocan se sienten cobardes y se sienten mujeres', me parece misógina.
"Creo que no es el vocabulario que la sociedad espera escuchar", agregó.
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'No es héroe El Teo, es rata de cárcel'


Señala titular de SSP local que la captura Teodoro García Simental es una honra a la memoria de más de 40 policías caídos
Miguel Cervantes
Tijuana, México (15 enero 2010).- El teniente coronel y actual Secretario de Seguridad Pública de esta ciudad, Julián Leyzaola Pérez, consideró que aunque hay quienes consideran héroes a capos como Teodoro García Simental, "El Teo", en realidad éste es una rata de cárcel, cobarde y con gordura asquerosa.
"Tienen miedo a morirse de caer en la cárcel, aunque escuchamos corridos que los hacen héroes humanos con superpoderes.
"El Teo ahora es rata de cárcel y cayó como todo mugroso que se siente valiente cuando tienen sometidos a alguien, pero cuando les tocan se sienten cobardes y se sienten mujeres", dijo en entrevista Leyzaola.
"Sus cirugías y su gordura asquerosa que presenta pudo confundir a alguien, pero al final se le detuvo", dijo el funcionario, quien ha sido blanco de cuatro fallidos atentados atribuidos a sicarios de García Simental.
Leyzaola dijo que la captura de "El Teo" es una honra a la memoria de los más de 40 policías caídos en los últimos 2 años.
"Ellos (la corporación policiaca) como yo, sienten la misma euforia y satisfacción de haber metido a la cárcel a ese individuo (...) Lo que me pesa de la detención de este gordo es que lo voy a tener que mantener en la cárcel con mis impuestos y va a salir caro por lo que veo", dijo.
Prevén expertos que siga violencia
La detención de los líderes más importantes del Cártel de Tijuana no disminuyó la violencia en esa ciudad fronteriza y tampoco ocurrirá después de la captura de Teodoro García Simental "El Teo", advirtieron especialistas.
"Ya se han detenido a las principales cabezas del Cártel de los Arellano y el cártel continúa porque vienen los relevos.
"La historia del País ha demostrado que la detención de capos importantes no disminuye sustancialmente la violencia, ahí está el caso de un personaje muy similar a éste pero en Tamaulipas, que es Osiel Cárdenas. La realidad es que no paró", dijo Alberto Capella, ex Secretario de Seguridad Pública de Tijuana.
El también ex funcionario sostuvo que con la aprehensión de "El Teo" posiblemente sí haya una reducción de las ejecuciones pero que ésta será temporal.
En tanto, José María Ramos, investigador del Colegio de la Frontera Norte, aseguró que Tijuana es una de las zonas más importantes para el trasiego de droga hacia Estados Unidos, por lo que la lucha por el control no cesará ni momentáneamente.
"Por todo lo que significa esta región va a ser muy difícil que en el corto plazo se puedan reducir las tensiones y especialmente las muertes violentas porque está en disputa una de las principales regiones en el norte del País y a nivel internacional", señaló.
Los grupos rivales no se quedarán con los brazos cruzados, añadió, buscarán tener el control total del área.
Con información de Abel Barajas y Verónica Sánchez

El Poder Judicial

Árbitros y jugadores/Ana Laura Magaloni Kerpel
Reforma, 16 de enero 2010
Cuando el árbitro de los conflictos políticos se convierte en jugador pierde credibilidad, la SCJN es la última instancia no se le debe vulnerar
En el decálogo de la reforma política presentada por el presidente Calderón el mes pasado se contempla la posibilidad de darle facultad para presentar iniciativas de ley a la Suprema Corte de Justicia, circunscritas "al ámbito de su competencia". El Presidente, en su discurso del 15 de diciembre pasado, destacó que esta propuesta tiene como finalidad darle a la Corte "la capacidad para mejorar el funcionamiento del Poder Judicial y la posibilidad de incidir directamente en las mejoras a la normatividad en materia de medios de control constitucional como el amparo, las controversias constitucionales y las acciones de inconstitucionalidad".
Es cierto. La perspectiva de los jueces, cuando se trata de mejorar los ordenamientos que regulan los procesos judiciales, es muy importante. La experiencia acumulada de quienes todos los días se encargan de hacer efectivas esas normas es un punto de partida elemental para elaborar un proyecto legislativo sensato y relevante. Hasta donde conozco, el Poder Judicial federal siempre ha sido consultado en el diseño de los proyectos de reformas constitucionales y legales en este ámbito. Es decir, la práctica tanto del Poder Ejecutivo como del Legislativo es que la opinión y punto de vista de los jueces es extraordinariamente relevante para detectar y corregir el marco normativo en la materia.
Sin embargo, tomar en cuenta la experiencia judicial para mejorar el marco normativo es un asunto muy distinto a darle facultad a la Suprema Corte para presentar iniciativas de ley. Esto último me parece que es confundir la función central del tribunal encargado del control constitucional de las normas y su papel en el sistema de división de poderes. Los jueces constitucionales son los árbitros no los jugadores. Los órganos electos son los que tienen la legitimidad democrática para proponer, aprobar y ejecutar las reglas del juego que han de regir la conducta de todos los actores políticos y de los ciudadanos. Los jueces constitucionales se tienen que mantener al margen del quehacer político por la sencilla razón que a ellos les toca arbitrar los conflictos políticos conforme a lo establecido en la Constitución. En este sentido, darle injerencia a la Corte para activar el proceso legislativo es vulnerar su posición de máximo árbitro jurídico de conflictos políticos.
¿Con qué imparcialidad podrá analizar la Corte un asunto en donde se cuestione la constitucionalidad de una norma que ella misma propuso? O bien, cuando compitan la iniciativa de la Corte con la de algún partido político y gane la del partido político, ¿con qué imparcialidad van analizar los ministros una demanda que cuestione la constitucionalidad de normas que desafiaron a las que ellos propusieron? Finalmente, una vez presentada su iniciativa, la Corte, supongo, tendrá incentivos para cabildearla, ¿cómo va a afectar la imparcialidad de los máximos jueces del país el hecho de estar organizando reuniones con diputados y senadores o contratando empresas de cabildeo para que sea aprobada su iniciativa? ¿Cuántos favores políticos van a deber los ministros por cada iniciativa aprobada y cómo van a retribuirlos? Así de simple: cuando el árbitro jurídico de los conflictos políticos se puede convertir en jugador deja de ser un árbitro creíble.
A nivel local, como bien destaca la propia exposición de motivos de la reforma política, "veintinueve entidades federativas han establecido en su Constitución Política el derecho de iniciativa del Poder Judicial local. La gran mayoría, restringen en diferentes grados dicha facultad y la circunscriben a la regulación de asuntos internos del propio Poder Judicial". Me temo que ésta no es una buena comparación, ya que el control constitucional de tales leyes lo ejerce en forma exclusiva el Poder Judicial federal.
Por otra parte, también destaca dicha exposición de motivos que países como Colombia, Cuba, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Perú, Panamá, Brasil, Bolivia, Paraguay, República Dominicana, El Salvador, Venezuela y Guatemala otorgan la facultad de iniciativa de ley a sus respectivos poderes judiciales federales. Dejando a un lado la evaluación sobre si esos son los países que deberían ser el punto de referencia para México en este asunto (por qué no España, Alemania, Chile o Estados Unidos), cabe destacar que en la mayoría de estos países el control constitucional de la normas no lo llevan a cabo sus poderes judiciales, sino un tribunal constitucional que no forma parte de dicho poder. Es decir, no se mezclan las funciones de control constitucional con la facultad de presentar iniciativas de ley. En cambio, en el caso de México, sí se mezclan. La función de control constitucional de las normas federales recae en última instancia en la Suprema Corte.
En suma, de aprobarse esta propuesta va a tener más costos que beneficios para la propia Suprema Corte. El más importante costo es que puede entorpecer y vulnerar el proceso de fortalecimiento, credibilidad e independencia del máximo tribunal del país. Ese proceso ha sido lento, tortuoso y todavía está inacabado. ¿Para qué ponerlo en riesgo?

Parte de guerra

Parte de guerra /Jaime Sánchez Susarrey
Reforma, 16 Ene. 10
1.¿Tuvo razón Felipe Calderón al declarar la guerra? El diagnóstico del presidente de la República al inicio de su gestión fue simple: si no actuaba de inmediato y con toda la fuerza, México corría el riesgo de convertirse en un narco-Estado. Lo que no hizo, y la verdad es que no tenía forma de hacerlo, fue prever la capacidad de respuesta del crimen organizado. Porque hasta ahora las Fuerzas Armadas han sido incapaces de someter a los cárteles de la droga y vivimos una espiral de violencia nunca antes vista. A la fecha 15 mil muertos.
2. ¿Se rompió el pacto con el narcotráfico? Según Ricardo Monreal, ex gobernador de Zacatecas y ex priista, el contenido del pacto era el siguiente: 1) no muertos en las calles; 2) no drogas en las escuelas; 3) no escándalos mediáticos; 4) entregas periódicas de cargamentos y traficantes menores; 5) derrama económica en las comunidades; 6) no proliferación de bandas; 7) cero tratos con la estructura formal del gobierno (policías o funcionarios judiciales); 8) cobrar errores con cárcel, no con la vida; 9) orden y respeto en los territorios; 10) invertir las "ganancias" en el país.
3. De ser cierta la versión de Monreal, el pacto con el narcotráfico se habría roto desde antes de la llegada de Felipe Calderón a la Presidencia de la República. Porque la proliferación de bandas, la espiral de violencia, los territorios controlados y la corrupción de altos mandos (basta recordar el caso del general Gutiérrez Rebollo) datan de sexenios anteriores. Cabría incluso preguntarse si la alternancia política en el 2000 y el enorme poder financiero y de fuego de los cárteles no terminaron por sepultarlo definitivamente.
4. ¿Se puede ganar la guerra contra el narcotráfico? Depende de cómo se defina la victoria. Si el objetivo es eliminar el consumo de drogas y liquidar el tráfico ilícito, la respuesta es no. Pero si el objetivo es contener la capacidad de fuego y rescatar los territorios y las ciudades que están bajo el poder de los capos, la respuesta -en teoría- es sí.
5. ¿Se va ganando en la práctica la guerra contra los cárteles? No, no en la práctica. A tres años de distancia, las Fuerzas Armadas no han logrado recuperar los territorios ni contener a los cárteles. La espiral de la violencia revela que el poder económico y de fuego de los narcotraficantes es superior a cualquier previsión. De ahí el callejón sin salida en que nos encontramos. El presidente de la República echó mano del último recurso del Estado, las Fuerzas Armadas, pero los resultados no han sido contundentes, y lo más grave es que no se avizora un plazo razonable para la victoria.
6. El problema está en que a medida que pasa el tiempo las cosas se complican más. Las Fuerzas Armadas no están diseñadas ni preparadas para operar como cuerpos policiacos. Las campañas en su contra por presuntas violaciones de los derechos humanos y los riesgos de que los mandos -altos y bajos- y la tropa se corrompan son cada vez mayores. Dicho de otro modo, el último de los recursos del Estado no puede utilizarse indefinidamente en el combate contra el crimen organizado. Y es un hecho que el futuro ya nos alcanzó.
7. ¿Existe una solución alternativa? Sí, y no es ningún misterio. Se debe crear una policía nacional única que sea capaz de asumir esa tarea. Porque mientras ese cuerpo no exista será imposible regresar a las Fuerzas Armadas a sus cuarteles. El problema está en que no hay un acuerdo entre la clase política para forjar dicha corporación. Los gobernadores se oponen abiertamente, e incluso la propuesta, mucho más modesta e ineficaz, de crear 32 policías estatales y suprimir las municipales ha encontrado fuertes resistencias.
8. En suma, el Estado mexicano está en un callejón sin salida. Felipe Calderón no se echará para atrás. Mantendrá, sin duda alguna, a las Fuerzas Armadas en la primera línea de fuego hasta el final de su gobierno. Una retirada a estas alturas equivaldría a una derrota. Peor aún. No es evidente siquiera que se pudiera alcanzar un nuevo "pacto" para contener la violencia. Las preguntas caen por su propio peso: ¿con cuál de todos los cárteles habría que pactar? Y lo más importante: ¿en qué condiciones luego de que la guerra se habría perdido?
9. La fuerza de los cárteles de la droga proviene de tres fuentes y un corolario: los enormes recursos financieros, el avituallamiento permanente de todo tipo de armas -sofisticadas y de alto poder-, la capacidad de reclutar jóvenes para sus organizaciones y un poder de corrupción prácticamente ilimitado. Así que mientras no se toque la estructura financiera y el flujo de armas no habrá modo de debilitarlos. Pero la verdad es que en ninguno de esos flancos el Estado ha tenido, ni parece tener, la capacidad de enfrentarlos.
10. Nos guste o no, llegamos a una situación límite. La guerra contra el narcotráfico se puede ganar en teoría, pero en la práctica se va perdiendo. Volver al pasado, al tiempo de los pactos por debajo de la mesa, tampoco parece viable. La única salida en el mediano y largo plazos está en el pacto de la legalidad. La despenalización del consumo de las drogas eliminaría de un tajo el mercado negro y la violencia. La historia no es nueva. Fue lo que hicieron los estadounidenses con el fin de la prohibición del alcohol en los años veinte. Y es lo que empiezan a hacer de nuevo en los estados en los que la marihuana ha sido legalizada para uso medicinal.
11. No se trata de descubrir el hilo negro. La despenalización es el único camino para terminar con la guerra y el primer paso debería darse con la marihuana.

Gabo visto por Edwards

Acróbatas e infiltrados/por Jorge Edwards
Publicado en Nexos, enero de 2010
Tiendo a pensar que el género de la biografía es poco hispánico, poco frecuentado en la lengua española, en contraste con lo que sucede en las literaturas inglesa y francesa. Frente a una biografía escrita por un inglés o un norteamericano, uno tiene la relativa seguridad de encontrarse con un acopio serio de información, de datos, de testimonios, de análisis de documentos, archivos, cartas. Gerald Martin, el autor de un extenso estudio biográfico sobre Gabriel García Márquez, no escapa a esta norma. Su libro, que ya se encuentra en traducción española por todos lados, es el resultado de veinte años de conversaciones con el novelista, con su familia y sus amigos; de innumerables lecturas y rastreos de documentos; de viajes a los lugares esenciales, aparte de reflexiones, cavilaciones, comparaciones. He mirado el libro con atención, en medio de otras lecturas y preocupaciones, lo he leído hasta más de la mitad, me propongo seguir leyéndolo y me permito adelantar algunas impresiones preliminares.

En primer lugar, es indudable que el señor Martin escribe desde la reverencia, el respeto, la admiración casi incondicional o incondicional sin el casi, y aquí, precisamente, surge mi primera reserva. Porque me quedo con la impresión de que el autor ha recibido testimonios de allegados, amigos, críticos entusiastas, personas bien predispuestas, y que ha omitido a los otros, a los que tienen alguna forma de distancia o de frialdad con el escritor estudiado. Por ejemplo, escribe sobre la amistad inicial y la posterior enemistad entre García Márquez y Mario Vargas Llosa, pero creo que no se ha preocupado en ningún momento de conocer el punto de vista personal del novelista peruano. Tiene, en seguida, numerosas referencias al caso Padilla, el del poeta encarcelado por Fidel Castro a comienzos del año 1971 y cuya autocrítica, de sospechoso tono estalinista, provocó una célebre y bullada división de los intelectuales latinoamericanos, pero no ha conversado con muchos que conocieron el caso a fondo y que siguieron un camino diferente al del novelista de Cien años de soledad. Uno lee con paciencia, con permanente interés, puesto que la acumulación de datos es notable, pero no sabe si el autor de la biografía escribe con ingenuidad, con prejuicios políticos o con la impresión supersticiosa de que Gabo está enteramente por encima de toda reflexión crítica, elevado a los altares de una especie de santidad literaria. Por momentos, uno siente que Gerald Martin, acucioso, escrupuloso en el manejo de los datos y las referencias académicas, es uno de esos gringos un poco simplistas, seducidos por el pintoresquismo, el exotismo, la diferencia latinoamericana. Se pasea por algunos temas con la boca abierta, y uno, como lector, se sonríe y saca conclusiones diferentes de las suyas. Por ejemplo, Martin llega por su cuenta y riesgo a la conclusión de que Cien años de soledad es el único libro comparable y equivalente al Quijote en toda la literatura de lengua castellana, y, una vez que adquiere esta convicción, no la somete a la menor revisión o evaluación crítica. La verdad es que el mundo hispánico actual está lleno de grandes autoridades sobre Cervantes, españolas y de otras culturas, y de conocedores profundos de ambos libros, pero nuestro biógrafo, dueño de su personal conclusión, no muestra el menor interés en ponerla a prueba. Entrevista a los almaceneros de las esquinas de Aracataca, pero no se digna entrevistar a los maestros de estos asuntos.
Insisto en que transmito en estas líneas una reacción preliminar, una impresión de lectura en marcha, no una versión crítica definitiva, pero esto no prohíbe el comentario en el terreno acotado de una crónica. Le adelanto algo a un amigo y me mira con cara de susto. ¡No vayas a decir eso, porque pondrían interpretarte mal! Es un amigo prudente, como podrán observar ustedes. En los últimos años he releído el Quijote por partes y también en una relectura completa, cuidadosa, lápiz en mano, desde la primera línea hasta la última. Mi reacción personal de lector es la siguiente, y la digo con todas sus letras, aunque me interpreten en forma nefasta y me condenen al quinto infierno: cada vez que releo el Quijote el libro gana para mí en matices, en riquezas y sutilezas de todo orden, en humanidad delicada, en humor, y con Cien años de soledad me ocurre más bien lo contrario. Admiro al García Márquez de El coronel no tiene quien le escriba, de Crónica de una muerte anunciada, de Relato de un náufrago, incluso al de algunas crónicas de periódico, pero empiezo a concordar con Jorge Luis Borges en que a Cien años... le sobran años. Si las relecturas del Quijote me produjeran una reacción parecida, no tendría ningún empacho en decirlo, pero ocurre que el Quijote, después de los siglos, sobrevive con una belleza a toda prueba. Y si uno autocensura sus impresiones auténticas de lector, ¿qué sentido tiene escribir sobre libros? El juicio literario no es como el dogma católico de la Santísima Trinidad. Está sometido al cambio, al movimiento, a una revisión constante, y en eso, precisamente, consiste la vida apasionante de la literatura.
Uno de lo aspectos más destacados de esta biografía es el de la relación de García Márquez con el poder político y con sus personajes: con Fidel Castro, con el general Torrijos de Panamá, con algunos presidentes colombianos más bien conservadores, con el francés Mitterrand, con Felipe González y un muy largo etcétera. Gerald Martin parece creer que los jefes de Estado buscan a García Márquez para redorar sus blasones, y yo, por mi parte, me quedo con la impresión contraria. Como ha ocurrido tantas veces en la historia, el novelista se siente fascinado, irresistiblemente atraído, como las mariposas por las llamas, por el poder político. Encontré a Gabo por primera vez en Alemania, en octubre de 1970, cuando Salvador Allende acababa de alcanzar la mayoría relativa en las elecciones chilenas y todavía no asumía el gobierno. Le conté, no recuerdo por qué motivo, que me había tocado acompañar a Pablo Neruda en Lima, hacía pocos meses, en una visita personal al general Velasco Alvarado. ¡Ves tú!, exclamó el novelista, y los ojos le brillaban de entusiasmo: el poeta se acercaba sin remilgos a conversar con el jefe de Estado, con el hombre del poder político. En algún momento de la década de los setenta, el novelista, cuyas relaciones con la Revolución Cubana no eran entonces demasiado buenas, supo que Fidel Castro tenía la intención de visitarlo durante una estadía suya y de su familia en el Hotel Nacional de La Habana. Esperó un mes entero antes de que la visita se concretara. ¡Qué paciencia, me digo, qué obstinada y disparatada paciencia! La amistad que se trabó entonces, a toda prueba, ha durado hasta los tiempos del patriarca en su otoño. Es un caso único. Gabo ha llegado a sostener que Fidel Castro es el primer lector de sus manuscritos, antes que otros amigos, escritores, editores. El primer lector de los manuscritos de un escritor es sin duda una persona importante, decisiva en su vida y en su trabajo.
La lectura de la biografía de Martin revela que el comandante Castro y el novelista de Cien años de soledad tienen un rasgo político en común: creen que todos los males de América Latina provienen de Estados Unidos, nunca de nosotros mismos. Por eso, cuando recibe las noticias del bombardeo de la Moneda por los aviones de la Fuerza Aérea de Chile, en septiembre de 1973, Gabo, sin vacilar, escribe en la prensa internacional que la Moneda fue bombardeada por acróbatas del aire norteamericanos. La ideología, en otras palabras, se antepone a los hechos. Es una pirueta retórica muy nuestra, y cuyas consecuencias desgraciadas se manifiestan hasta hoy mismo. Si no lo creen, escuchen a Hugo Chávez hablar del Imperio y de su mano negra. En nuestros espacios mentales, vivimos entre infiltrados, agentes del mal, acróbatas del aire y otros monstruos engendrados por el sueño de la razón. ~

Leonardo Sciascia

Nexos ENERO DE 2010
Leonardo Sciascia. El poder de la mafia/Arturo Fontaine
Se acaban de cumplir veinte años de la muerte de Leonardo Sciascia, el narrador que demostró que la novela policiaca puede alcanzar las máximas cotas de rigor. Arturo Fontaine recorre la vasta obra del siciliano mientras que Federico Campbell, introductor de Sciascia en México, vuelve a una de sus obras maestras.
Al principio, me llamó la atención el contraste entre su interés local e internacional. Por algún motivo su obra tenía para los italianos reverberaciones especiales y esa capacidad de tocar el nervio vivo de una sociedad particular me parece, cada día más, una vocación específicamente literaria, específicamente novelesca. Si Pierre Menard acierta al descubrir que el libro es un invento del lector, entonces la lectura que de Leonardo Sciascia (1921-1989) han hecho los italianos de su época es algo que debe tomarse en cuenta. Al mismo tiempo, esa interpretación nunca podrá ser la única; ni siquiera, tal vez, la más autorizada. Lo que me llevó a leerlo, al comienzo, fue lo anterior más su preocupación por el fenómeno de la mafia como cristalización del poder. Me enganchó. Me sumí en su lectura. Su Sicilia pasó a ser una metáfora duradera, una indagación acerca de una cierta forma de ejercer el poder.
La frase de Sciascia es precisa y natural. Se parece en esto a Bioy Casares. Esas oraciones diáfanas y seguras, a menudo concatenadas a través de punto y comas, arman un relato que atrae y da confianza. Su modelo podría ser Stendhal; el de las Crónicas italianas. Sabe mantener una perspicaz y entretenida distancia irónica. Su encanto reside, en buena medida, en su punto de vista frío y escéptico, pero nunca gravoso, nunca lejos de un humor suave, ligero y sagaz.
Ha declarado: “No tengo una gran fantasía creadora.” Los personajes son “seres ya existentes que entran espontáneamente en la página”. Sciascia es un cazador; las cosas, la vida, los movimientos del alma, se pueden captar y decir. Es el placer de la captura. Es el momento de la lucidez. Por otro lado, y en contraste con lo anterior, hay un momento para el velo del misterio, lo no resuelto, el móvil impenetrable. De allí la afición a las novelas de tema policíaco, pero que plantean –un poco a lo Gadda, pero completamente en otro estilo– un caso sin solución. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Todo modo (Tusquets, 1989, edición original de 1974) y en 1912+1 (Tusquets, 1987, edición original de 1986). Y cuando se trata de un acto virtuoso, como en Puertas abiertas (Tusquets, 1988, edición original de 1987), también su causa última queda en un claroscuro, en el cual se divisan preguntas teológicas.
Es más un dibujante que un pintor. Delinea personajes y episodios con rapidez y vigor. Depura, estiliza. Consigue una fría belleza, una belleza “clara y distinta”. Admira a Manzoni, a Pirandello, a Lampedusa, a Diderot. Y, por cierto, a Stendhal. No a Joyce. Ha sido inmune a la tentadora influencia de Calvino. Los asuntos que le inquietan son los mismos que se tratan en Los novios, la gran novela decimonónica de Manzoni, ambientada en el Milanesado del siglo XVII. La de Manzoni es una novela italiana y católica –si hay alguna– y por la cual desfilan enamorados y mafiosos, curas y nonnas, tarambanas y cardenales. En el fondo, dichos asuntos se reducen a uno: la coerción fuera del Estado y las antiguas instituciones y costumbres que lo legitiman. O, si se quiere, los instintos y ataduras que a través de mil pliegues, repliegues y recovecos permiten resistirse al Estado como agente que supuestamente monopoliza el ejercicio de la violencia. Es un tema ético tan hondo y antiguo como Esquilo.
Esto nos lleva de lleno a la cuestión de la mafia. Sciascia desarma en sus novelas las concepciones comunes acerca de lo que está detrás de ella. Pone en duda las versiones que apuntan a conspiraciones perfectamente organizadas. La mafia es una forma de concebir la práctica del poder y el poder para Sciascia resulta, en última instancia, inescrutable. Con todo, hay ciertas pistas. Como sucede en El consejo de Egipto (Tusquets, 1988, edición original de 1963), el poder envuelve a la verdad, la tapa, la desfigura, la esconde. El ejercicio del poder implica siempre una manipulación de la verdad. Y la novela, según Sciascia, está especialmente dotada para mostrar cómo ocurre.
En 1912+1 el crimen pasional no se esclarece porque el clima político y social no lo permite. Se está en sintonía con ese acuerdo político llamado “Pacto Gentiloni”, de 1913, que se propone evitar la “disolución de la familia” y que expresa una “absoluta oposición al divorcio”. En virtud de ese pacto los católicos italianos empiezan a participar en las elecciones. Antes se oponían a ello para respaldar el derecho del Papa al gobierno de Roma. En cierto modo, la democracia italiana que conocemos surge de este pacto.
Culpar a una bella condesa de “ojos vivos y limpios”, bien casada con un capitán, de haber asesinado a su amante –un mero bersagliere, un ordenanza llamado Quintilio Polimanti y destinado al servicio personal del capitán– no resultaba verosímil. Dicho pacto conservador gestionado por el conde Gentiloni y fundado en “el imperativo de salvar aún en la descomposición la sustancia” tendrá –afirma el narrador– perdurable influencia en Italia e iniciará “el largo período [...] de las componendas, de las conciliaciones, de los acuerdos” (como el Tratado de Letrán). Una de sus últimas manifestaciones será “Moro inmolado en ese altar”. La componenda es la otra cara de la violencia. “Hay que estar de acuerdo”, repetía Giorgio La Pira: “Todos de acuerdo. Movía sus pequeñas manos como si quisiera modelar materialmente el acuerdo: masa dócil y suavísima.”
El narrador jamás usa en esta novela la primera persona de los personajes ni emplea el estilo indirecto libre. Se mantiene como un comentarista y editor del relato judicial. No hay otras fuentes que los expedientes del proceso y crónicas y reportajes de la época. Nunca abandona el papel del historiador, nunca trata de meterse en la mente de los personajes. Nunca los vemos desde adentro. Se mantiene la distancia. Hay que imaginarlos desde lo que ha quedado recogido en el proceso. Eso le da brevedad, concisión y frialdad a su relato; también filo e ironía. Por ejemplo, comentando lo escrito por un cronista contemporáneo sobre los hechos y las comprometedoras cartas de amor –en una de ellas se habla de los “momentos gozados”– que se exhiben en el juicio hace divertidos alcances a las influencias literarias allí presentes, sobre todo de D’Annunzio.
Así describe la retórica del abogado defensor de la condesa acusada: “no defraudó; antes bien, conmovió y entusiasmó. Barba y cabellera tempestuosamente agitadas por el viento de su elocuencia, haciendo una de esas apologías llenas de viento por las que entonces se medía la competencia de un abogado; y aún hoy la de un político (la de un político que sale en la televisión, quedando horas después en el espectador nada más que el recuerdo de que ‘ha hablado’ bien, si es que ‘ha hablado bien’: y es inútil preguntarse acerca de qué, pues tanto mejor ha hablado si no ha hablado de nada). Y yo, al leer la defensa del abogado Raimondo, no siento vibrar en ella la menor emoción, ni logro tampoco descubrir nada de persuasivo, nada de convincente. Sin embargo, en la sala criminal de Oneglia el público lloró y aplaudió a rabiar, largamente”.
El abogado, además de su prestigio y competencia profesional, tenía para la condesa la ventaja de ser un ex socialista, partido, el socialista, que brinda “más que cualquier otro”, la posibilidad del “abandono del mismo: en la presunción –o en la retórica– de ser más socialista de lo que el partido permite en ese momento. Pero no es infrecuente el caso de que el declararse más socialista y dejar el partido esconde el serlo menos o el no serlo ya nada”.
Según el diario Il Messaggero, “al parecer” se trata de una dama de “suma belleza” y el ordenanza es “un joven apuesto, alto, de pelo crespo y rubio”: datos por los que el lector, sigue diciendo el narrador, “puede tomarse lo de ‘al parecer’ no sin desconfianza”. Sciascia se entusiasma escudriñando estas medias verdades, las complicadas y exquisitas maneras a través de las cuales se alude a lo que no se puede aludir, y se dice lo que no se debe decir.
Cuenta el cronista que se podría pensar que la acusada “posee dos almas o dos naturalezas según se la observe de perfil o directamente al rostro”. De soslayo no se “advierte más que el tono de su voz modulada sobre el acariciante acento veneciano; y a la impresión que ello transmite se añade el perfil purísimo de su pálido rostro”. Pero cuando mira de frente y sus “ardientes ojos relampaguean” y sus respuestas “parecen meditadas, rápidas y directas” uno siente “que el alma de esta mujer no es tan sencilla” y que un hombre “inclinado a los arrebatos amorosos como lo era Polimanti, condenado a vivir a su lado de la mañana a la noche [...] a verla en bata, en traje de baño, y cuando comía en casa o cuando paseaba siendo la admiración bajo las palmeras y los naranjos de San Remo [...] debe haberse sentido atraído de forma irresistible”. “Pero que la condesa le hubiera correspondido”, que incluso hubiera sido capaz de asesinarlo por celos, “eso no se podía admitir, había que ahuyentar a toda costa la sospecha. Empresa difícil donde las haya”.
El mundo siciliano de Sciascia es un mundo católico. Los curas pululan en sus páginas. Es el caso, desde luego, de El consejo de Egipto, novela de la cual hay muchos ecos en El nombre de la rosa. Sus clérigos nunca son unívocos o repetitivos. Muy por el contrario. Los hay de todas las layas. Así presenta en Todo modo al incisivo, influyente y cultísimo padre Gaetano: “Alto e inmóvil dentro de la larga sotana negra, con una mirada lejana y perdida en un punto fijo, un rosario de gruesas cuentas negras enroscado en la mano izquierda, y la derecha, grande y casi transparente, cruzada sobre el pecho. Parecía no verme, pero acudió a mi encuentro, y siempre como si no me viera, dándome la curiosa sensación, al borde de la alucinación, de que se desdoblaba visual y físicamente –una figura inmóvil, fría y distante, que me rechazaba hasta más allá del horizonte de su mirada; otra, en cambio, llena de paternal benevolencia, acogedora, cálida y atenta–, me dio la bienvenida.”
El padre Gaetano es inolvidable. Por su finísima ironía, su sutileza, su elegancia, su sentido del poder real. No hay en él nada de ingenuo, de idealista, de confuso. Le gusta citar a Mallarmé: “La chair est triste, hélas! et j’ai lu tous les livres.” Es un hombre de este mundo. Sabe, por supuesto, recaudar fondos para sus obras. Es un ejemplar particularmente apto para alcanzar y ejercer el poder. Es una suerte de confesor, predicador y director espiritual de los que detentan el poder económico y político. Los ha reunido en un retiro espiritual. “El padre Gaetano maneja y modela la conciencia de todos estos como si fuera de cera.” Pero ocurre un crimen, luego otro, luego un tercero. La corrupción y el asesinato en el corazón mismo de la élite católica.
Quien narra la historia es un pintor exitoso y escéptico, ateo, antirreligioso e irónico. El cruce de espadas entre ese artista y el padre Gaetano es sorprendente. Ambos son de una agudeza e inteligencia excepcionales. El padre Gaetano se las arregla para escandalizar al laico pintor; su capacidad para la paradoja y la simulación sugieren que vive en un mundo mucho más escéptico y desencantado que el del narrador. “Pero Sade era cristiano”, dice el padre Gaetano. “La castidad”, dice, “es la forma más sublime del amor propio: convertir la propia vida en obra de arte”. El ateo aquí es un cándido, un crédulo. De los dos, el mundano y crítico es el padre Gaetano.
“El laicismo, aquello por lo que ustedes se llaman laicos”, dice el padre Gaetano, “no es más que la otra cara de un exceso de respeto por la Iglesia, por nosotros, los sacerdotes. Atribuyen a la Iglesia y a nosotros una especie de aspiración perfeccionista, pero quedándose cómodamente fuera de ella”.
La Iglesia que representa el padre Gaetano es una sutilísima invención para la administración del poder. Es “una fuerza sin fuerza, un poder sin poder, una realidad sin realidad”. Pero es más que eso. Dice: “los sacerdotes buenos son los malos. La supervivencia, y, más que la supervivencia, el triunfo de la Iglesia a lo largo de los siglos, se debe más a los sacerdotes malos que a los buenos [...] El sacerdote que viola la santidad o, que en su manera de vivir, hasta la escarnece, en realidad, la confirma, la enaltece, la sirve”. Y más adelante: “Pero no olvide que estamos en el terreno de la paradoja [...] La grandeza de la Iglesia [...] radica en el hecho de consustanciar una especie de historicismo absoluto: la inevitable y precisa necesidad, la utilidad segura, de cualquier acontecimiento interno en relación al mundo, de cualquier individuo que la sirve y testimonia.” La Iglesia “es una balsa, La balsa de la Medusa, si quiere, pero una balsa”. Es decir, los que están dentro de la Iglesia sobreviven comiéndose los unos a los otros, como los náufragos de la balsa de la Medusa que pintó Géricault –cuadro que se refiere a un hecho real–, pero es una balsa, al fin. Gracias a ella, aunque sea a costa de otros, algunos lograrán sobrevivir. Fuera de esa balsa, parece pensar el padre Gaetano, no hay más que gente a punto de ahogarse y que nada hacia ella aun sin saberlo, aun a pesar de ellos mismos. “No, usted está nadando para alcanzar la balsa”, le dice al pintor ateo.
Las raíces últimas de la voluntad de poder se confunden con las del miedo. ¿Quién tiene miedo? Por ejemplo, el dúctil, astuto y persistente barón de “El quarentello” (en Los tíos de Sicilia, Tusquets, 1992, edición original de 1958), que teme al pueblo que le concede o reconoce su supremacía de la que él depende. Al siciliano lo seduce la idea del que no parece tener miedo, el que arregla sus cuitas a grito limpio, que “se las trae” e impone su voluntad. Es la misma figura que encarna Stalin para el comunista de “La muerte de Stalin” (en Los tíos de Sicilia); “un tío capaz de consumar venganzas o culminar con sentencias a baccagliu”; es un caudillo que satisface ese angustioso anhelo por depositar toda la confianza en una persona, descansar en ella y simplificar la vida. Se confía en una persona de quien arranca la legitimidad; nunca en el Estado, por cierto. Es un mundo en el que el asesinato está siempre cerca. Por eso mismo asombra la capacidad de enfrentar el riesgo de la muerte. “En toda la guerra no he visto a un sólo español que tuviera miedo de morir”, dice el narrador siciliano de “El antimonio” (en Los tíos de Sicilia), que combate en la Guerra Civil española.
Y a propósito del miedo: Sciascia tiene ojo clínico para escoger sus fuentes. Lo demuestra “El hombre del pasamontañas” (en Matahari en Palermo, Montesinos, 1986, edición original de 1985) que no transcurre en Sicilia sino en Chile. Se trata, posiblemente, de lo mejor que se haya escrito hasta ahora acerca de la dimensión del horror bajo el mando del general Pinochet, un relato breve, poderoso y verista. Sciascia ha sabido recortar entre los miles y miles de hechos y testimonios del espanto una figura arquetípica: la del “encapuchado del estadio nacional”. “El hombre del rostro oculto, el hombre del pasamontañas. Aquel que sin decir palabra, sólo con el gesto de la mano, escogía de entre los prisioneros hacinados en el estadio nacional al que mandar a la tortura y a la muerte.”
Así, cuenta Sciascia, lo recuerda un ex prisionero: “El siniestro personaje, escoltado por militares, pasaba revista a los millares de prisioneros. A pesar de su estatura insignificante, su ropa nueva y cursi y su paso inseguro, el hombre del pasamontañas se imponía a todos como una fantasmagórica presencia e imponía en las graderías un silencio de pánico [...] Nosotros lo mirábamos con ansiedad [...] Algunos volvían la cabeza para no ser identificados o trataban de escabullirse hacia los retretes. Cualquiera de nosotros podía encontrarse ante el índice del hombre del pasamontañas [...] El hombre se acercaba, se detenía, continuaba la búsqueda; algunas veces volvía atrás para reconocer mejor a alguno.”
Sin embargo, un día de junio del año 1977, se presenta a la Vicaría de la Solidaridad, organismo que dependía del Arzobispado, un hombre que afirma: “El hombre del pasamontañas del estadio nacional soy yo [...] Me llamo Juan René Muñoz Alarcón, carnet de identidad 4824557/9. Tengo treinta y dos años [...] Soy un ex dirigente del partido socialista, ex miembro del comité central de la juventud socialista, ex dirigente nacional de la CUT (Central Única de Trabajadores). Pertenecí a la confederación de trabajadores del cobre.” Algunos meses antes del golpe de Estado dice que decidió dejar el partido socialista: “No estaba de acuerdo en ciertas cosas.” No precisa cuáles. Dice que sus ex compañeros “quemaron mi casa”. Dice que entonces fueron “hombres de derechas” los que lo escondieron y alimentaron. “Y tenía que pagar sus deudas [...] Pero las pagó con alegría”, sugiere Sciascia: “Una alegría no apagada del todo en el momento de la confesión: ‘No fueron pocas las personas que reconocí. Y de las muchas que ya están muertas, yo soy el responsable de su muerte, por el solo hecho de haberlas reconocido.’”
Sciascia cree que Muñoz no ha hecho una verdadera confesión sino que está repitiendo el mismo gesto, el de la venganza: “como ayer contra sus ex compañeros, hoy contra sus ex protectores”. Ocurre que debe salir con los agentes a reconocer personas buscadas. Al encontrarse con uno que es su amigo, Miguel Plaza, lo deja pasar: “Gracias a mí, él está vivo aún: no quise reconocerlo.” Pero los agentes descubren su mentira: “ellos tenían una fotografía en la que él y yo estábamos juntos”. Cae en desgracia. “Me tuvieron durante tres meses en prisión tratándome como a los otros detenidos.” Lo liberarán a condición de que continúe colaborando, lo que hace activamente. Intentan que se infiltre en las estructuras clandestinas del partido socialista, pero no es posible porque “está quemado”. Le asignan “la tarea de dar caza a personas, interrogarlas, torturarlas, asesinarlas”. Asegura que adentro, en la prisión, “todos, sin excepción, colaboran”; y cuenta el caso de uno de la juventud comunista, del comité central, que reveló un buen número de cosas y nombres: “pero hay que decir que fue espantosa y salvajemente torturado”.
¿Y él? ¿Qué espera? “No ve salvación: se considera muerto y la muerte puede venirle tanto de sus ex compañeros como del régimen.”
Tuvo razón. A los cuatro meses de esta confesión, grabada por la Vicaría de la Solidaridad, el cadáver de Muñoz “fue hallado en un sitio eriazo en la Florida, en las afueras de la capital. Había recibido diecisiete puñaladas”.
Como suele suceder en las narraciones de Sciascia, los móviles últimos del deseo de violencia y crueldad, los resortes finales del mal y de la voluntad de poder, quedan en la penumbra. Sciascia no cree que las informaciones que aportaba el encapuchado hayan sido ni siquiera significativas para el régimen. En cualquier caso, lo esencial no es eso. Sospecha que en el trasfondo de esta historia hay algo peor, un hecho “más espantoso, más inhumano que la cárcel, la tortura, el fusilamiento: se ha querido con el hombre del pasamontañas crear una indeleble, obsesiva imagen del terror. El terror de la delación sin rostro, de la traición sin nombre. Se ha querido deliberadamente y con macabra sabiduría evocar el fantasma de la Inquisición, de toda inquisición, de la eterna y cada día más refinada inquisición”.
Sciascia explora otra arista más acerca de lo que es el poder de la mafia: lo que llama “la religión de la familia”. El poder se legitima entre los lazos familiares. Desde ellos se hace posible la resistencia al abuso pero a cambio, muchas veces, de un alto precio individual. La familia siciliana, en sus ficciones, es totalitaria. Sus miembros se deben al todo. Son intercambiables como ocurre en el cuento “Reversibilidad”: “Reversibilidad: de un cuerpo que rescata a otro, dentro de la desgarradora religión de la familia, de la que aún hoy toda Sicilia vive; de una muchacha de Grotte que conquista la libertad de un hombre del vecino y enemigo pueblo de Racalmuto” (“Reversibilidad”, en El mar del color del vino, Alianza Editorial, 1990, edición original de 1973). O como también sucede en “La tía de América”: “patrimonios enteros fueron a parar a manos de jueces, abogados, esbirros, carceleros y jefes de la mafia (estos últimos aseguraban protección a los detenidos políticos dentro de la cárcel); guapísimas muchachas con buena dote fueron sacrificadas en matrimonios con viejos jueces y funcionarios, y ha quedado grabado en la memoria de Castro el matrimonio de la hermana de don Vito Bonsignore, uno de los arrestados en el año 50, con un vejestorio, juez del tribunal de Trapani: una chiquilla de quince o dieciséis años que a mí me parecía una magnolia, delicada e intocable. Así es el amor familiar, más allá de lo justo y de lo lícito, en nuestros pueblos” (en Los tíos de Sicilia).
En ese cuento extraordinario que se llama “El mar del color del vino” (que da nombre al libro ya citado) Gerlanda, una muchacha siciliana de unos veinte años, viaja en tren con su familia. Va vestida con un hábito monacal negro porque ha estado enferma y debe pagar una manda a san Calogero. “Yo, antes de mi enfermedad, era más intemperante, más impaciente; quería presentarme a oposiciones para un cargo en el continente, marcharme.” Ha estado en Roma y ha sentido allí, viendo pasar ese aluvión de personas bullangueras, que “ninguna de ellas estaba con los otros, aunque anduvieran hablando, bromeando o cogidos del brazo; marchaban detrás de la vida como detrás de un coche fúnebre, cuando cada uno piensa: Estoy vivo, le ha tocado a aquél, no he muerto aún, y todos creen que los demás, el mundo mismo, habrán de morir antes”. Ellos “van detrás de la alegría”. Esa muchacha, Gerlanda, piensa que “se ha perdido la seriedad de la vida”. Por eso regresa a su pueblo, donde “la vida aún es seria”, pero donde su padre se niega a hablar de la mafia. Aunque –reconoce– “las apariencias son estrechas, insoportables [...] Usted debe pensar que yo también soy estrecha, que estoy chapada a la antigua”. Pero “la vida me agrada: me agradan las cosas bonitas, los vestidos bonitos [...] Y también me gustaría usar pintura en los labios e intentar fumar”.
La tensión entre el gran mundo y lo local; entre el magnetismo de lo abierto, lo fluido, lo nuevo y cambiante, lo entremezclado e impuro, por una parte, y por otra, de lo cerrado, lo tradicional e insular, y la historia de su recíproca dependencia, es el dolor de Gerlanda que marca su destino. El mar de Sicilia, según Nené, su hermano menor, “parece vino”. Y, en verdad, produce esos efectos. Aunque “no embriaga: se apodera de los pensamientos, suscita una sabiduría antigua”. Así con la literatura de Sciascia. ~

Respuesta a Villalobos

LOS MITOS DE VILLALOBOS Y LA REALIDAD DEL NARCO EN MÉXICO/Gerardo de la Concha y Federico Piña, el primero es escritor, ha sido asesor en Presidencia de la República, Gobernación y PGR; Federico Piña, fue coordinador de Seguridad Pública en Iztapalapa, creador de programas de seguridad escolar como Sendero Seguro, también ha fungido como asesor de la Secretaría de la Defensa Nacional.
En el número anterior de Nexos, se publicó un ensayo de Joaquín Villalobos, titulado “Doce mitos de la guerra contra el narco”. Villalobos es actualmente consultor para la resolución de conflictos internacionales y antes fue uno de los cinco comandantes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador. Con el sobrenombre de Fermán Cienfuegos, Villalobos fue uno de los principales impulsores de la búsqueda de la paz, de hecho uno de los artífices de los acuerdos para acabar con la guerra en ese país centroamericano. Acuerdos que se firmaron por cierto en México, en el Castillo de Chapultepec, mismos que en su honor llevaban su nombre. Recordamos esto, porque nos sorprende la tendencia “guerrerista” del ensayo y más nos sorprende encontrarlo con una ausencia preocupante de rigor conceptual, de definiciones, de precisiones, de conocimiento mínimo de la historia del crimen organizado en México, del cual el narcotráfico es su faz más violenta, cuando menos mediáticamente, porque tan o más violentos son los secuestros, las extorsiones, los asesinatos de periodistas, luchadores sociales o los feminicidios.
El gobierno del presidente Felipe Calderón anunció una guerra para combatir el narcotráfico, la cual aseguró será larga y costará muchas muertes. En efecto, la guerra del presidente Calderón ha costado miles de muertes (más de 17 mil, hasta diciembre del año pasado), y también será larga según ha reiterado. Y lo será porque sus objetivos, alcances y metas nunca han sido claras, justificables, medibles. Los diagnósticos sobre los que el gobierno actual ha basado su acción, no señalan rumbos, metas, objetivos, que sean medibles, cuantificables, auditables, social y técnicamente.
Lo anterior ha generado que el debate acerca de la viabilidad o no del camino escogido, haya discurrido sobre la base de las inquietudes, los gustos, las opiniones, los rumores, las apreciaciones, pero sobre todo por el voluntarismo, de los actores sociales, políticos y económicos, nunca con base en datos, análisis, razonamientos. La intolerancia del “estás conmigo o con mi enemigo”, se sostiene actualmente como la única disyuntiva por parte del gobierno y de quienes aprueban su estrategia de guerra, y se ha adueñado de las páginas de medios de comunicación y de los espacios de los medios electrónicos. El “estás conmigo o con mi enemigo” se entiende como: “no hay otro camino que la guerra y quien opine lo contrario o es ingenuo o busca que el gobierno ceda ante los narcos”. Ubicada así la alternativa quien esgrima otra postura puede sufrir la descalificación como un cómplice inconciente o conciente de los narcos. Quizás esta intolerancia es ya uno de los frutos de un estado de guerra real.
El texto de Villalobos pretende precisamente darle una cobertura de razonamiento y análisis a las posiciones que sólo aceptan un camino para enfrentar el flagelo de la delincuencia. Por desgracia para el debate y la razón, Villalobos de entrada se coloca en el lado de la intolerancia al señalar que las críticas, o supuestas críticas, al camino de la guerra son sólo “mitos”, es decir fantasías o falacias, o más benignamente ingenuidades de ilusos que desconocen los mecanismos de la guerra, como sí los conoce un guerrero como Villalobos.
El ensayo es un conjunto bien redactado, pero que carece de rigor conceptual (no se precisan una serie de conceptos que se señalan), y contiene medias verdades y sofismas que tratan de llevar el debate hacia el derrotero que el sofista quiere o en el que se siente más cómodo. El sofisma es contrario al método dialéctico, por que este se opone a la técnica retórica del sofista y busca crear certidumbres duraderas en el interlocutor. Crear sofismas y responderlos, es como debatir de frente al espejo. Exponer tesis, argumentarlas, razonarlas y defenderlas, esto está ausente del campo de análisis de Villalobos.
Por lo anterior, Villalobos exculpa al gobierno de la falta de debate, porque “el combate al narco en condiciones democráticas, (¿?) ha creado dificultades para entender la información y los resultados de la guerra, ello ha dado lugar al surgimiento de mitos sobre la guerra”, más claro, ni el agua. Nosotros afirmamos lo contrario, los mitos surgen cuando no existe información clara sobre los hechos, no hay debate razonado y no se permite el razonamiento crítico.
La declaración de guerra al narcotráfico por parte del gobierno de Felipe Calderón, ha sido básicamente apoyada en el discurso de garantizar la paz y la seguridad de los mexicanos, por recuperar espacios que el narco tenía copados y por terminar con la violencia asesina que el accionar de los cárteles de la droga impone. ¿Son éstas suficientes condiciones de “emergencia” para sumir al país en un baño de sangre no conocido desde los tiempos de la “guerra sucia” y que, de hecho, la supera ya en términos numéricos? El gobierno actual ha rebatido con coraje la tesis del “Estado Fallido”. Bien, si no hay peligro de ingobernabilidad, si no hay una emergencia tal que atente contra las instituciones, si el país puede continuar su ritmo, con las instituciones fundamentales de la República funcionando sin problema, ¿por qué tener al Ejército y a la Marina en las calles combatiendo y alterando la paz y la seguridad de los mexicanos, cuando se afirma que se busca lo contrario? A esto no responde el texto de Villalobos, o lo hace con una afirmación no demostrada: no había de otra.
En realidad dos tesis se enfrentan, una, extendida por la vox populi, es que el Presidente Calderón tomó esta decisión como una forma de legitimarse ante los cuestionamientos de su arribo al poder; otra, es la de que la situación heredada del sexenio de Vicente Fox (y de los otros recientes) en este ámbito, el del narco, no dejó más que esta salida. Para evitar las especulaciones, el juicio debería radicarse ahora en responder dos aspectos cruciales: a) ¿la estrategia de guerra está fortaleciendo o debilitando el Estado de Derecho?; b) ¿gracias a esta estrategia la población está viendo reestablecida su tranquilidad perturbada por los criminales?
La decisión por parte del Presidente Felipe Calderón de crear un estado de guerra interno ha sido grave, más allá de la retórica discursiva e incluso al margen de sus fundamentos legales. (1) Al separar la AFI de la PGR, es decir, al eliminar en la práctica el control del ministerio público federal sobre la fuerza policiaca, y al dar vía libre a las operaciones militares en las calles como el punto central de la estrategia y no como el soporte a una acción integral, consideramos que se está vulnerando en su esencia al Estado de derecho.
Y por esa misma razón, la respuesta a la segunda cuestión también es negativa, pues no se está restableciendo la tranquilidad de los ciudadanos -ámbito básico del Estado de derecho en un Estado democrático y no autoritario-, pues los civiles comienzan a estar atrapados entre dos fuegos: el del gobierno y el de los criminales. En una operación policiaca –incluso con apoyo militar- preservar la seguridad de los civiles es prioritaria; mientras que en un estado de guerra los perjuicios a los mismos se consideran daños colaterales. (2)
En su primer sofisma, Villalobos señala, como un punto de quienes nos oponemos a esta estrategia de guerra: “No se debió confrontar al crimen organizado”. Preguntamos: ¿quién afirma esta locura? No confrontar al crimen organizado sería una irresponsabilidad del tamaño tal como si se dejaran de perseguir los delitos, el secuestro, los asaltos, los asesinatos, el robo de autos, el tráfico de personas, el tráfico de drogas, etc. Sería renunciar a las funciones básicas del Estado. Esto, sin duda, nadie, excepto los delincuentes, lo propondría.
La violencia generada por los grupos que tienen como actividad principal el tráfico de drogas, se incrementó a fines de la última década del siglo pasado, cuando el gobierno de los Estado Unidos logró importantes éxitos en el sellamiento de sus fronteras para la entrada de drogas a su territorio; esto generó que la droga, la cual antes sólo pasaba por el país, ahora tuviera que quedarse para su consumo aquí. Adicionalmente, las condiciones de intercambio y de compra y venta de la droga entre los cárteles mexicanos y sudamericanos se modificaron, por lo que súbitamente los primeros tuvieron en sus manos una inmensa cantidad de droga y llenaron las calles con ella, lo que generó una lucha por espacios, redes, logística, soportes de circulación seguros, etc. Según las notas periodísticas y los propios reportes oficiales, al parecer los cárteles tuvieron la capacidad para adecuarse muy rápido e está “nueva dinámica” y tendieron una red de distribución a través de mecanismos como las llamadas “narcotiendas”. Sin embargo, las disputas por territorios, canales de distribución, soportes de apoyo, cadenas de corrupción, etc., se recrudecieron. (3) Surgieron “barones” de la droga voraces y sanguinarios y el flagelo se hizo evidente, asociado a otros delitos como el secuestro o el comercio de piratería.
Ante este escenario, el gobierno de Calderón decidió enfrentar prioritariamente a los grupos que se dedicaban al tráfico de drogas, ya que eran ellos quienes mayormente generaban la violencia en las calles del país. Afirma Villalobos que entonces surgieron críticas sobre la falta de inteligencia previa, de operativos reactivos, que el gobierno sólo actuaba por interés político y que también se dijo que la intervención del gobierno había “empeorado el problema”.
Si bien es cierto que los distribuidores de droga actuaban casi a la vista de todos en algunas zonas, lo es también que el gobierno desconocía la estructura de las organizaciones, sus fortalezas, sus canales de distribución, sus métodos, el poder de fuego con que contaban, sus redes de apoyo, la complicidad de servidores públicos, etc. Una serie de factores clave para enfrentar con mayor precisión a estos grupos. En el transcurso de la lucha y ya cargando miles de muertos, el gobierno se fue enterando de que los Cárteles contaban con mejor armamento, estaban mejor organizados de lo que se suponía, tenían mejor equipo de comunicación, rastreo y escucha que el gobierno y, sobre todo, que habían construido un “caballo de Troya” en el corazón mismo de las instituciones encargadas de aplicar la ley. ¿Era necesario un trabajo de inteligencia previo?, la respuesta es ociosa.
Se asegura en el texto, y lo ha dicho públicamente el consultor Villalobos, que el gobierno mexicano se está convirtiendo en una “potencia en seguridad”, porque está utilizando, como ningún otro país, toda la fuerza del Estado. Afirmamos que esto es una mentira. Precisamente aquí radica el centro del debate. Nosotros aseveramos, categóricamente, que el gobierno está entrando en el pantano de la “guerra permanente”, (4) es decir, una guerra sin fin que en lugar de convertirnos en una supuesta “potencia en seguridad” terminaría debilitando al Estado como garante del orden, el derecho y la seguridad de los ciudadanos, precisamente por no utilizar toda la fuerza del Estado para enfrentar eficazmente, ahora sí, a la delincuencia organizada. Las posiciones guerreristas no se cansan de debatir acerca de la utilización de la fuerza del Estado, entendida maniquea y minimalistamente como la fuerza de las armas. (5)
El delito es un hecho social y ahí, en el ámbito social, es preciso desarrollar las políticas públicas que permitan revertir, atenuar y, en algunos casos, terminar en definitiva con los principales generadores de la incidencia delictiva. El gobierno de Felipe Calderón no ha elaborado una política de Estado para combatir con toda la fuerza del mismo, es decir, integralmente, a la delincuencia organizada. No existe una sola política pública encaminada a la consecución de este objetivo. Hay un sin fin de planes, acciones, operativos, pero todos inconexos, a veces traslapándose, en ocasiones montándose unos sobre otros impidiendo su funcionamiento. (6)
Hemos sido testigos de la muerte innecesaria de miembros de las fuerzas de seguridad (soldados y policías) y de civiles inocentes, por la ausencia de coordinación, de conocimiento del terreno y por trampas puestas por aquellos funcionarios que se han coludido con los delincuentes.
En este contexto, la intervención del Ejército, a pesar de los importantes éxitos obtenidos, de la captura de delincuentes, del decomiso de droga y dinero, no ha sido tan contundente como se hubiese pensado. Porque en la guerra interior, que es en la que el Ejército combate, se genera la ruptura de la unidad, de la solidaridad de las clases, se termina con la paz y las ciudades se mueren, sí solo se actúa con la fuerza de las armas. Es decir se produce todo lo contrario de lo que el discurso oficial señala.
¿Quién está en contra de la intervención del Ejército en la lucha contra los Cárteles de la droga? Excepto los delincuentes, nadie. Esta intervención ya se daba en los gobiernos priistas, en los cuales el Ejército destruía plantíos y aseguraba laboratorios en rincones de la geografía nacional; se dio claramente durante una parte del gobierno del Presidente Vicente Fox, donde apoyaba operativos de la Procuraduría General de la República, PGR, encabezada por el general Manuel Macedo de la Concha. Lo que se ha señalado y nosotros argumentamos, es que esta intervención debe estar arropada por una acción integral del Estado en su conjunto. Las acciones contra la delincuencia organizada deben tener un enorme arraigo y legitimación social. El Ejército debe ser recibido como parte de la solución, como un integrante fundamental de la fuerza estatal y en el marco de las políticas públicas para resarcir el tejido social, que actualmente las acciones violentas y las sólo punitivas del gobierno han contribuido a estirar hasta casi el rompimiento.
Afirma Villalobos que: “El nivel de violencia actual en México deja bien claro que el monstruo era real, fuerte y peligroso. Ante un escenario así hay dos principios fundamentales para actuar: determinación y velocidad”. Después de tres años, el gobierno, perdón, Villalobos se entera que el “monstruo era real, fuerte y peligroso”. Diagnósticos adecuados y labor de inteligencia habrían ahorrado sufrimiento en miles de hogares mexicanos. Ante esta situación, la vertiente guerrerista, insurgente, rebelde del ex comandante sugiere: “determinación y velocidad”. Nosotros exigimos políticas públicas en materia de prevención social, planes integrales, diagnósticos certeros, mapas criminógenos, capacitación de cuerpos policíacos, respeto a los derechos humanos, creación y coordinación de centros de emergencia para la atención ciudadana, (7) en fin, una política de Estado integral, que eche a andar toda la maquinaria estatal, que permita la recuperación efectiva de los espacios públicos, para declarar la paz y recuperar lo más posible la tranquilidad y la seguridad de los mexicanos.
Un verdadero mito es generalizar y universalizar algo que tiene sus propias dinámicas internas y externas. Villalobos trata de debatir acerca de la “colombianización” mexicana, y cuando se refiere a ese país, sólo habla de Medellín. Excluye, por desconocimiento o porque entonces su sofisma se derrumba, a ciudades como la capital Bogotá, o Cali, en donde el poder de los Cárteles era, y en muchos sentidos es, igual o más grande que los de Medellín. Y los excluye porque al analizarlos debería saber que el Plan Bogotá puso en movimiento al aparato estatal en su conjunto, incluidas las fuerzas armadas, en colaboración estrecha con la sociedad y por ello hubo éxitos importantes y rápidos.
Ahora bien, asumiendo al argumento de Villalobos, como decíamos arriba, si el Estado mexicano no es un Estado fallido, si es más fuerte que Colombia, entonces de qué tipo de emergencia estamos hablando. Porque saltar del concepto “agravamiento de la violencia”, al de “amenaza a la seguridad nacional”, para justificar una posición, sin aclarar qué tipo de amenaza se trata, pervierte el debate.
Postula Villalobos que “el intenso debate sobre la inseguridad es señal de agravamiento” de la misma, ya que donde el crimen organizado es fuerte no hay crítica ni libertad de expresión”. Sólo que en México en donde no se tolera la crítica, ni un pensamiento distinto es en las esferas que sólo reconocen un camino, ahí se impone la soberbia y se señala a los opositores casi como si fuesen enemigos. Tan sólo veamos la respuesta del gobierno federal a un reciente señalamiento crítico de un gobernador del norte del país, fue desautorizado prácticamente como cómplice de los criminales.
En el texto, Villalobos dice que quienes afirman: “tres años es mucho tiempo, el plan ya fracasó”, se sustentan en factores emocionales y no en un análisis objetivo de la realidad. Y pasa a señalar que en otros países la lucha, no la guerra, ha durado muchos años, por tanto, tres serían casi nada en comparación. Los países mencionados constantemente en el ensayo han sostenido una lucha integral de larga duración con la delincuencia organizada, pero no han hecho una declaración de guerra, por el contrario, su objetivo es conservar la paz. (8) Porque la paz no es natural sino debe ser instituida, declarada y preservada. La paz no es supresión de la violencia, sino contención de la misma; la paz, por definición, nunca será un derivado de la guerra permanente, sino, frente al fenómeno delictivo es y será una consecuencia de la aplicación del Estado de derecho; necesitamos así una estrategia efectiva para la paz y no estrategia fallida de guerra, fallida en los objetivos que se propone, pero funcional si se quiere implantar un estado de guerra permanente: por lo demás impráctico, desastroso y contrario al espíritu constitucional.
En México, el gobierno no ha puesto en su horizonte la paz, nos ha sometido a todos a un estado de una guerra interna cuya dinámica es convertirse en una guerra permanente. Ahí en donde interviene la autoridad federal, no se llega con el objetivo de buscar la paz, se llega con la guerra. ¿Quién tiene la capacidad de declarar la paz?, según Ikram Antaki sólo una autoridad soberana legal, que tiene el monopolio de la fuerza legítima. (9)
Si analizamos las cifras oficiales, si nos atenemos a las estadísticas y los estudios de organismos particulares como el ICESI, en donde se concluye que el consumo de drogas no disminuye, por el contrario aumenta, sobre todo entre los niños y jóvenes, y que los mexicanos no se sienten seguros, podríamos concluir también, que los resultados obligan a revisar lo realizado y a estructurar una verdadera estrategia que tenga como finalidad declarar la paz. Se nos acusa de que entonces se cede ante el narco, falso, queremos por el contrario que el Estado utilice toda su fuerza para declarar la paz.
En el caos de la guerra frente a los Cárteles, no en la lucha legal y decidida integralmente en su contra, terminan siendo más fáciles las complicidades reales y luego, como en la novela de Chesterton, Un hombre llamado Jueves, resulta que todos los terroristas son policías y viceversa.
Dice Villalobos que hay quien afirma que “primero hay que acabar con la corrupción y la pobreza”. La inseguridad pública es un fenómeno multifactorial, es decir, no surge por generación espontánea, ni como producto de uno o dos factores aislados.
Se desarrolla, crece y multiplica ahí en donde se generan condiciones sociales para ello. Por la pérdida de valores, por la desintegración familiar, por la ausencia de acceso a fuentes de trabajo, de educación, de esparcimiento, de recreación, por la ausencia de infraestructura y servicios básicos, en lugares en donde no existe siquiera un “piso básico” de bienestar.
Porqué en muchas comunidades, se prefiere sembrar droga por alimentos, ¿porque son “malos” o porque carecen de opciones?, ¿por qué en infinidad de colonias, de clase media para abajo, existen familias enteras dedicadas a delinquir?, ¿por qué, en miles de calles del país vemos parados o deambulando a cientos de jóvenes y niños?, porque no pudieron ingresar a la educación, o porque no tienen trabajo o porque no hay cines, ni deportivos para que se ejerciten o entretengan. (10) Es decir, en esos lugares el Estado y toda su fuerza deja de actuar, se generan amplios espacios de ingobernabilidad, entendida como la inacción del gobierno, y los espacios físicos se ocupan por los maleantes. Las bandas se nutren a diario de esa reserva que el Estado abandona. Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Coyoacán, Ciudad Juárez, Morelia, Guadalajara, etc., etc., son claros ejemplos de que el Estado no emplea toda su fuerza y cuando se ocupa, los jóvenes son vistos como criminales, y no como lo que son muchas veces: víctimas de la inacción del Estado. Esa es la realidad.
Afirma Villalobos, sin ejemplos, como en todo su texto, que: “no se puede entrar a una zona dominada por poderes mafiosos con planes de asistencia tipo madre Teresa y tampoco es previsible incentivar la participación ciudadana en zonas en donde el narco tiene atemorizada a la sociedad”. Falso. El autor ignora ejemplos y experiencias en el mundo, en donde en medio de la más feroz andanada de la delincuencia organizada, la sociedad y el gobierno, poniendo en juego toda la fuerza del Estado, lograron poner en marcha planes y programas, pero sobre todo políticas públicas que impulsaron la participación ciudadana, precisamente para arrebatarla de los brazos del temor a las mafias. Palermo, Bogota, Chile, Sao Paulo, Madrid, Iztapalapa, son ejemplos claros de que se puede combatir a la delincuencia organizada, organizando a la sociedad y elaborando políticas públicas integrales, de prevención y de punición, no excluyentes, sino complementarias.
Así, el debate no es entre si se combate al narco o no. Todos los sofismas que elaboró el ex comandante Villalobos, hoy consultor, parten de ese falso supuesto. Nosotros afirmamos que se debe profundizar la lucha contra la delincuencia organizada utilizando toda la fuerza del Estado, con base en las normas del Estado de derecho y no con su supresión de facto, teniendo como horizonte medible la consecución de la paz y el aseguramiento de la tranquilidad de los mexicanos. Es el momento de elaborar una política de Estado, de la que se deriven las políticas públicas que permitan el despliegue de la fuerza estatal, con la participación de todos los poderes: municipios, estados, Federación y, sobre todo, la sociedad.
Políticas integrales que partan de diagnósticos certeros, de mapas criminógenos útiles, de trabajo de inteligencia que permita identificar y definir con claridad y precisión cuántos grupos existen, quienes los conforman, en dónde y cómo operan, quienes o quién los protege, con una coordinación real a partir de centros de emergencia para la atención ciudadana, de tal manera que ahora las fuerzas de seguridad hagan “tiros de precisión” y no ráfagas tipo Rambo, y además en donde, sin prescindir del Ejército -cuando se requiera su capacidad de fuego y su disciplina-, tenga éste legitimación social y en su acción sea “protegido” por la sociedad. Asimismo, en qué zonas trabajar en infraestructura, en limpieza, en poda de árboles, en retirar tugurios, centros de prostitución, cantinas y bares cercanos a las escuelas; capacitar a los miembros de los cuerpos de seguridad pública municipales y estatales, dignificar su actuación, lograr que la sociedad “se los gane”, arrebatarlos de la tentación del poder corruptor del narco; en dónde recuperar espacios públicos para que las comunidades y nuestros jóvenes y niños los hagan suyos; en qué lugares recuperar lotes baldíos y predios abandonados para inhibir la violación y muerte de nuestras niñas y jóvenes; cómo y con qué armas luchar contra las adicciones, desde los hogares, las escuelas, los centros de trabajo, las instituciones. Prevenir socialmente el delito, enfrentarlo con acciones certeras y eficaces, son los fundamentos de una política de Estado, preservando el Estado de Derecho y logrando declarar la paz, integralmente.
Notas
(1) Las controversiales modificaciones a la Ley de Seguridad Pública Federal aprobadas por el Congreso el año pasado establecen normas que pueden vulnerar el Estado de Derecho por los criterios arbitrarios para la operación de las fuerzas de seguridad, circunstancia que no ha sido extraña en los Estados militarizados o policiales; se entiende que ante la emergencia planteada por el Gobierno no hubo mayor debate. Nuestra discusión es, sin embargo, básicamente sobre la estrategia de guerra y no en torno a los formalismos legales a los que se puede apelar; tampoco abordamos la polémica en torno a la legalización de las drogas; nos negamos a admitir el falso dilema de que si no se legalizan sólo queda la guerra como alternativa.
(2) Entre las 17 mil víctimas de la guerra habría que precisar aquellas que son civiles inocentes, el problema es que en un estado de guerra interno se consideran simplemente bajas. o como la jerga de guerra lo establece: son daños colaterales. Es, por ejemplo, el caso de la madre de familia muerta en Juárez, Nuevo León, cuyos dos hijos pequeños quedaron en estado de coma en un ataque militar a un grupo de sicarios, o de los cuatro miembros de una familia muertos en Apatzingán caídos en un fuego cruzado, ambos casos en noviembre del año pasado, y parece que la tendencia sigue en la medida que se recrudece la guerra.
(3) En Iztapalapa, en la etapa de construcción de un programa de prevención social del delito con participación ciudadana, ya en el año 2001, con base en la denuncia ciudadana se elaboraron mapas criminógenos que señalaban el crecimiento desmesurado de las narcotiendas, como parte de un nuevo fenómeno. Federico Piña, entonces Coordinador General de Seguridad Pública reportó a la PGR estos datos, señalando además el crecimiento de la violencia con que actuaban; un resultado fue el trabajo conjunto para la desarticulación completa de poderosas bandas locales.
(4) Tomás Hobbes, Leviatán, FCE, 1988. El Estado de guerra permanente se convierte en ese Estado natural el cual “es un estado de desconfianza de todos contra todos. La vida es solitaria, pobre, embrutecida y corta. Donde no hay poder común, no hay ley, y donde no hay ley no hay justicia”.
(5) Usamos para el caso la distinción entre fuerza y violencia definida por Georges Sorel, en Reflexiones sobre la violencia, Alianza Editorial, 1974.
(6) La descoordinación entre las fuerzas de seguridad a cargo del Ejecutivo ha sido patente y observable con los otros niveles de gobierno; pero también es una curiosa estrategia de guerra que le otorga la mayor responsabilidad al Ejército al que sólo le aumenta el 20,6% del presupuesto este año, mientras que a la Secretaría de Seguridad Pública Federal se le da el 90% de aumento, de acuerdo con el presupuesto presentado por el Ejecutivo y aprobado por la Cámara de Diputados.
(7) El gobierno federal y la mayor parte de los gobiernos estatales y municipales están invirtiendo en el equipamiento represivo, pero no lo hacen en aquellos procesos y tecnologías para atender las emergencias ciudadanas; un caso distinto, por ejemplo, si lo comparamos con los Estados Unidos cuyo sistema de seguridad pública le da una importancia central a la inversión para la atención ciudadana y, por supuesto, al ingreso y preparación de sus policías.
(8) .Villalobos se sorprende que en Brasil la policía enfrente fuertemente a narcotraficantes sin que sea noticia negativa para la imagen del país; hay que decirlo: pues en gran medida es porque el Presidente Lula no ha declarado una “guerra interna”, pero también por los procesos de fortalecimiento del Estado de derecho, sustento para la proyección de liderazgo internacional de Brasil, tal como lo sostiene Juan Carlos Calleros-Alarcón, autor de The Unfirished transition to democracy in Latin America, New York/London, Routledge.
(9) Ikram Antaki. “El Manual del Ciudadano Contemporáneo”. Editorial Planeta Mexicana, 2000, 2004, Pág 41. afirma además (Pág. 40) que “existe una pacificación violenta, que engendra una paz inestable ya que suprime la libertad: es el derecho del más fuerte, destinado al fracaso a largo plazo”.
(10) En Ciudad Juárez, la ciudad más peligrosa del mundo según el estudio del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública (CCSP) cuya estadística en 2008 de 130 homicidios por cada 100 mil habitantes superaba el porcentaje de 40 en Bagdad bajo la ocupación militar estadunidense; las cosas no han mejorado sino empeorado y ya se convirtió en un lugar común decir que muchos de los pandilleros y sicarios del narcotráfico en Ciudad Juárez son los jóvenes hijos de las obreras de las maquiladoras quienes crecieron sin ningún tipo de protección social, mientras sus madres, la mayor parte de las veces madres solteras emigrantes, eran sobreexplotadas en las maquiladoras para competir con “mano de obra barata”; pero casos similares pueden observarse en los lugares donde el problema social y económico se traduce en inseguridad; por lo que sólo se puede atender mediante políticas públicas de prevención social.

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