Solidaridad con la otra Turquía/Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y este año recibirá el Premio Carlomagno.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
El País, 7 de marzo de 2017...
Si este periódico se publicara en Turquía, este artículo podría estar vacío, sin nada más que la fotografía del autor y las palabras “124 días privado de libertad”, en gran tamaño. Eso es lo que está publicando el periódico más importante que le queda a la oposición, Cumhuriyet,en nombre de sus columnistas encarcelados, con los días que llevan presos y que van aumentando. Uno de ellos, Kadri Gürsel, que es además miembro de la junta directiva del International Press Institute, envió recientemente una carta conmovedora que empieza: “Os saludo a todos afectuosamente desde la galería b, módulo 25, de la prisión número 9 de Silivri”.
Viajar hoy a Turquía es viajar a la oscuridad: decenas de miles de funcionarios y profesores despedidos, más periodistas encarcelados que en ningún otro país, y el miedo helador que lo envuelve todo. Hablo con Hasan Cemal, uno de los periodistas más prestigiosos del país, condenado a 15 meses de cárcel por un reportaje sobre un dirigente del PKK kurdo, un buen trabajo periodístico que el régimen califica de “propaganda terrorista” (esta semana ha recibido otra condena por “insultar al presidente”). Cemal me describe las condiciones en las cárceles turcas. Han detenido a un periodista alemán de origen turco, corresponsal del periódico Die Welt. Los reporteros que sacaron a la luz las redes asociadas a Gülen, uno de los instigadores del intento de golpe del verano pasado, están hoy en prisión acusados de ser ellos gülenistas. Escribe Gürsel en Cumhuriyet: “Curiosamente, somos culpables porque no existen pruebas contra nosotros”. ¡Ay!, si estuviera vivo Kafka.
Delante del auditorio de la Universidad de Bogazici en el que voy a pronunciar una conferencia sobre la libertad de expresión, invitado por la independiente Academia de Ciencias, varios estudiantes reparten caramelos con pequeñas tiras de papel pegadas, como las de las galletas de la fortuna pero que, en vez de profecías insulsas, dicen: “¡La libertad en la Universidad del Bósforo está amenazada desde hace meses! ¡No te calles!”. Después, unos estudiantes me preguntan mientras tomamos un té: “¿Qué debemos hacer?”. Me encantaría tener una respuesta. Una joven alumna, de rostro pálido y mirada intensa a través de unas gafas sin montura, dice: “Nos sentimos impotentes, lo único que tengo es mi cuerpo para protestar”.
Yo tengo también dos preguntas urgentes. La primera, ante el referéndum del 16 de abril sobre los cambios en la Constitución, es cómo definir el sistema político actual de Turquía. En Estambul unos me dicen que es “puro autoritarismo” y otros, que es “autoritarismo electoral”, un régimen que, como la Rusia de Vladímir Putin y la Hungría de Viktor Orbán, da legitimidad a un poder esencialmente autoritario con elecciones o plebiscitos periódicos.
Las armas de estos autócratas de nuevo cuño son conocidas. Controlan los medios a través de los oligarcas y las empresas que los poseen (hace poco, el diario Hürriyet, propiedad del grupo Dogan, no publicó una entrevista con el Nobel Orhan Pamuk porque decía que iba a votar no en el referéndum). Tejen un mosaico de disposiciones legales flexibles que les permiten procesar casi a cualquiera (en Turquía está aún vigente el estado de emergencia, además de todas las horribles disposiciones anteriores). Se aseguran el control político de unos jueces acobardados. Proclaman su relato populista y nacionalista a través de la televisión y las redes sociales y acusan a los medios independientes y las ONG de estar a sueldo de otros países. Y así sucesivamente. Los cambios constitucionales propuestos darán inmensos poderes al presidente Erdogan y le permitirán mantenerse en su cargo hasta 2029, pero, en la práctica, ya gobierna como si fuera un sultán.
Eso me lleva a mi segunda pregunta, la misma de los estudiantes: ¿Qué debemos hacer? Pero en este caso me refiero a Europa, Occidente, la gente de espíritu y mente liberal en todo el mundo. A pesar de las presiones, el resultado del referéndum no es inevitable. Los sondeos muestran una mínima mayoría para el sí y, así como hubo voto oculto en favor del Brexit y de Trump, aquí puede haber una abstención oculta. Por eso es crucial que haya una gran presencia de observadores nacionales e internacionales.
¿Qué influencia tienen Europa y Estados Unidos? Mis amigos turcos hablan con nostalgia de la época dorada, al comienzo de este siglo, cuando Turquía, con su Gobierno islamista teóricamente “blando”, creía que acabaría incorporándose a la UE, y la UE parecía tomárselo en serio. No queda nada de todo aquello. Con razón o sin ella, Merkel probablemente sigue pensando que necesita a Erdogan para contener la llegada de refugiados con el horizonte de las elecciones generales alemanas. Francia tiene sus propias elecciones, y May salta como una vendedora ambulante de Trump a Erdogan y de allí al indio Narendra Modi, sin decir ni una palabra sobre la libertad que debería representar el Reino Unido del Brexit. Hay que estar loco para pensar que Trump va a defender unos valores de los que es la antítesis personificada.
Conclusión: si queremos ayudar a la otra Turquía, debemos hacerlo nosotros mismos. No parece que la UE, Estados Unidos y otros Gobiernos vayan a cambiar el rumbo de la política turca. A veces, una intervención menos ambiciosa sirve de algo. Aunque es deprimente tener que volver a lo que hacíamos para ayudar a los disidentes soviéticos, no queda más remedio.
Las universidades de todo el mundo deben intervenir en defensa de los profesores e instituciones que conozcan. Las academias deben ofrecer su colaboración y su apoyo a la Academia de Ciencias turca, los think-tanks a los think-tanks, las compañías teatrales a las compañías teatrales. Una de las cosas más tristes que me dijeron en Estambul es que cada vez van menos profesores, escritores, periodistas y artistas extranjeros, por lo que se sienten aislados. Siempre que podamos, debemos ir, escuchar, informar y protestar. Es lo que hizo recientemente una delegación de escritores del PEN Internacional.
Las organizaciones de defensa de los derechos humanos y de la libertad de expresión deben mantener sus campañas en nombre de los individuos y los grupos oprimidos, y los lectores pueden apoyar esas campañas. Respecto a los medios, que están sufriendo ataques especialmente feroces, pueden seguir las acciones solidarias en Twitter, en el hashtag #FreeTurkeyJournalists, y el International Press Institute acaba de crear la web freeturkeyjournalists.com. Los periódicos y las revistas pueden ayudar a sus colegas turcos directamente o, al menos, informando sin cesar sobre lo que sucede. Si nuestros Gobiernos no toman grandes medidas, es todavía más importante que nosotros tomemos medidas pequeñas. Ahora que Erdogan está apretando las tuercas, ha llegado la hora de la solidaridad cívica.
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