Los senderos que se bifurcan/Jorge Edwards, escritor.
ABC, Sábado, 08/Abr/2017
Los senderos hispanoamericanos no siempre se bifurcan en un jardín, como escribía Borges. Se empiezan a separar en selvas espesas, en incendios revolucionarios. Observamos los sucesos venezolanos, la cancelación por decreto de las facultades parlamentarias, seguida de un retroceso relativo del régimen de Maduro, y tenemos que escandalizarnos, pero no hay verdadera sorpresa. Son excesos de autoridad que se repiten con triste monotonía. Puedo contar un pequeño episodio personal que tiene valor ilustrativo. Cuando partí como diplomático chileno a Cuba, en diciembre de 1970, la constitución política chilena, que tenía 45 años de vigencia en su forma moderna, pero que arrancaba de la constitución fundacional de 1833, contemplaba algunas cláusulas importantes sobre relaciones internacionales.
Declaraba que el jefe del Estado era el responsable superior y le otorgaba la facultad exclusiva de nombrar a los embajadores, pero éstos debían ser aprobados por el Senado en sesión secreta. La misión mía en Cuba consistía en abrir la Embajada chilena y esperar que el embajador designado llegara y asumiera sus funciones. Pues bien, ocurrió algo que no ocurría con frecuencia, pero que podía ocurrir y estaba considerado por el ordenamiento legal vigente: el primer embajador propuesto por el presidente Allende fue rechazado por el Senado y me correspondió a mí comunicar esta situación a las autoridades isleñas. Creo que ahora, con la distancia de los años, puedo añadir un detalle importante. Yo había empezado a sentir hacía rato que mi viaje de Chile a Cuba era un viaje desde un determinado mundo político, jurídico, cultural, a otro enteramente diferente, y que la comunicación entre ambos era bastante más difícil de lo que parecía a primera vista. Cuando le informé al director de protocolo cubano sobre la votación interna del Senado chileno, su primera reacción fue clara y expeditiva: «¿Y por qué no cierran el Senado, chico?». Parece broma, pero tengo buena memoria, y me limito a reproducir la frase en forma textual. Es una frase, o una reacción, que se repita hasta hoy, en situaciones, contextos, expresiones verbales algo diferentes. Como el presidente Maduro encuentra dificultades serias en su Parlamento, elegido por el electorado de su país, no halla nada mejor que despojarlo de sus facultades por un acto de autoridad. Algunos pueden sorprenderse; yo, después de mi experiencia cubana, no me sorprendo en absoluto. Son episodios que demuestran un problema de fondo de cultura: cultura jurídica, cultura política, cultura sin adjetivos. Por eso observo que el centro liberal, o liberal conservador, si quieren ustedes, de nuestros países, suele enfocar los problemas culturales nuestros, en el sentido más amplio del asunto, con superficialidad, con obvia ligereza, sin querer entender que son problemas de fondo de nuestras sociedades.
Cuando el inefable director del protocolo cubano y uno de sus colaboradores de confianza me decían eso de cerrar el Senado, yo pensaba en los procesos de formación de los jefes de Estado en mi país. ¿Observaciones de un conservador irredimible? En apariencia sí, aunque sólo en apariencia. En Chile se llegaba a la presidencia de la república, en la gran mayoría de los casos, por caminos archiconocidos: estudios en el Instituto Nacional, licenciatura en ciencias jurídicas y sociales, actividad parlamentaria originada en elecciones populares y que a menudo culminaba en la presidencia del Senado. El proceso no comenzaba en una Sierra Maestra, entre gente de buen manejo de las ametralladoras. Teníamos presidentes abogados, juristas, miembros del Poder Judicial, con más bien escasas excepciones: algún ingeniero civil, como Jorge Alessandri, o algún médico, como Salvador Allende. Tuvimos que pasar, al fin, por una dictadura extrema, pero tratar de demostrar que un extremismo de izquierda nos llevó a la destrucción del Estado de Derecho y a la instalación de un extremismo de derecha, sería un ejercicio intelectual que todavía es mal visto. Por consiguiente, por razones obvias, me abstengo, y hago notar, antes de abstenerme, que la salida de la dictadura a través de un plebiscito aceptado y en última instancia perdido por esa misma dictadura, es un fenómeno político e histórico digno de ser analizado con la mayor atención.
En mi primera conversación larga con él, en la noche de mi llegada a La Habana, Fidel Castro, que no demostraba el menor interés ni la menor noción de lo que podía ser un Estado de Derecho, me dijo que le pidiéramos ayuda si era necesario (¿ayuda contra el imperialismo?), porque, indicó, «seremos malos para producir, pero para pelear sí que somos buenos». Me pareció una declaración de antología y cada cierto tiempo la repito y la analizo de nuevo. Habría sido tanto más deseable, me digo, que fueran mejores para producir y no tan buenos para hacer la guerra. Ahora pienso que Fidel, lector desordenado, algo excéntrico, hubiera pasado algunos de sus insomnios, cuando me dijo eso, con alguna biografía de Napoleón Bonaparte. Pero no olvidemos que Napoleón estudió con el arma de artillería en años de convulsiones revolucionarias, en épocas en que el Estado de Derecho, justamente, había sido arrasado por la fiebre jacobina. Son temas que los estalinistas, los castristas y chavistas, los partidarios de los gobiernos atrabiliarios, siniestros, de Corea del Norte, los nostálgicos criollos de aquello que Neruda, en minutos de lucidez, llamó «revolución idolatrada», no pueden y no quieren entender por ningún motivo.
Todo lo cual demuestra que la Historia, con mayúscula, es lenta, y que algunas personas de cabeza cliente, y de ambiciones desmedidas, la hacen todavía más lenta. Yo compruebo, después de todo, que el candidato triunfante en la segunda vuelta electoral del Ecuador, Lenin Voltaire Moreno, cuyo nombre de pila corresponde a la figura literaria llamada «oxímoron», utiliza un lenguaje más abierto, más democrático, que el de sus antecesores, y me digo que es un progreso que tenemos que celebrar, aunque hubiéramos preferido al otro candidato. Pero ocurre que las palabras son importantes, y revelan en este caso un progreso en la mente, en el espíritu. ¡No se trata de suprimir instituciones incómodas para dictadores!
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