(José Emilio) Pacheco y Vargas Llosa: De Garibaldi a los grandes premios/Rafael Vargas
Revista Proceso; # 1771, 10 de octubre de 2010;
Con ocasión del Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, dado a conocer el jueves 7, se solicitó a José Emilio Pacheco una conversación sobre su larga amistad con el galardonado, que alcanza ya casi 40 años. En 1962, el escritor mexicano estaba por publicar su primer libro, Los elementos de la noche, y el peruano intentaba su novela inaugural, La morada del héroe, que salió a la luz como La ciudad y los perros, con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve en España. En ese país, el año pasado Pacheco ganó el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, y este año el Cervantes. Hace dos semanas la UNAM, en su centenario, doctoró a ambos con el Honoris Causa.
Mario Vargas Llosa acompañado de los escritores mexicanos José Emilio Pacheco y Saltiel Alatriste antes de la ceremonia de Doctor Honoris Causa de la UNAM:.
Mario Vargas Llosa vino a México por primera vez en octubre de 1962, a unos meses de cumplir 27 años de edad, enviado por la Office de Radiodiffusion Télévision Française (ORTF), en la que trabajaba como redactor, locutor y traductor, para cubrir la visita de Estado que Charles de Gaulle hizo a México, objeto de una gran atención por parte de los medios informativos de la época.
Para cumplir ese y otros encargos de la ORTF (entre los que se encontraba el realizar un reportaje sobre el Día de Muertos en la isla de Janitzio, en Pátzcuaro, Michoacán), Vargas Llosa permaneció en nuestro país 13 días, en cuyo transcurso trabó una perdurable amistad con Cristina y José Emilio Pacheco, entonces unos muchachos de 21 y 23 años de edad, respectivamente.
Vargas Llosa hace una somera referencia a esos días en la entrevista que sostuvo con Elena Poniatowska, en París, en 1965, cuando ésta le preguntó si no sentía deseos de ser padre. Vargas Llosa respondió:
–Yo vivo para escribir (se ríe)… ¡Pero no pongas esa cara! Fíjate qué raro. Un día fui a comer con los Pacheco, con José Emilio y con su mujer, Cristina. Qué bonita muchacha, ¿verdad? ¡Qué dulce! Y allí estaban los dos, muy jóvenes, y en medio esa cosa pequeñita que reclamaba atención y pedía esto y lo otro, y entre los tres había una complicidad, una unión que me hizo sentir viejo, viejo y solo…
Para abundar en la historia de esa amistad, próxima al medio siglo, de la que hasta ahora sólo se han sabido algunos datos sueltos, Proceso le solicitó a Pacheco que aceptara compartir con los lectores algunos apuntes de su trato con su colega peruano, con el que se reencontró hace apenas unos días, cuando la Universidad Nacional Autónoma de México confirió a ambos autores sendos títulos como doctores Honoris Causa.
–¿Cuándo empezó la amistad con Vargas Llosa?
–Me disgusta el género "Picasso y yo", "Neruda y yo" en el que alguien trata de engrandecerse a la sombra del personaje célebre. Respondo en nombre de nuestra amistad y de la relación con Proceso, pero sobre todo porque esta conversación se refiere a aspectos de Vargas Llosa que no todos conocen.
"Por mi trabajo como jefe de redacción de La Cultura en México tenía relación con el crítico y traductor Claude Couffon, del que Fernando Benítez, Vicente Rojo y yo habíamos publicado algunos de sus trabajos sobre el asesinato de García Lorca. Yo acababa de cumplir 23 años y me sentía excedido por esa responsabilidad. Cuando menos no me aproveché del cargo y nunca le pedí a Couffon ni a nadie que me tradujera y promoviese.
"En octubre de 1962, Couffon le dio una tarjeta para mí a un joven peruano, Mario Vargas (aún sin el segundo apellido) que trabajaba en Radio Francia y había venido para una exposición en el Auditorio. Logré que algunos escritores de la época se reunieran a fin de que, como pedía Couffon, Vargas los entrevistara.
"El joven Mario me cayó muy bien. Lo invité a mi casa y lo llevé a recorridos por el México solar y por la ciudad nocturna que hoy serían imposibles de hacer sin riesgo de la vida. Le encantaron los más sórdidos cabarets mexicanos. Vio en ellos una cultura popular que llegaba hasta Panamá sin mayores cambios.
"Para mi eterna confusión y vergüenza, le hablé a Mario sin vanidad ni pretensiones, pero como si yo fuera el escritor que en ese momento corregía las pruebas de su primer libro, Los elementos de la noche, y él nada más un joven inteligente y simpático. Un día me dijo: ‘A mí también me gusta escribir. He hecho una novela muy extensa, La morada del héroe, que no tengo la menor posibilidad de publicar en el Perú’.
"Nos despedimos con la certeza de que no volveríamos a vernos, pues yo no tenía recursos para salir del país."
–¿Y qué pasó con La morada del héroe?
–Cambió su título por La ciudad y los perros, ganó el premio Biblioteca Breve e inició lo que se iba a llamar "el boom de la novela hispanoamericana".
"La nuestra fue la última generación que escribió cartas. De modo que iniciamos una correspondencia prolongada durante varios años. Me envió su novela, que desde luego me encantó, y yo le mandé Los elementos de la noche. Cómo olvidar que él hizo la primera reseña de mi primer libro."
Imposible no citar aquí, aunque Pacheco quizá lo desapruebe, un fragmento de esa reseña, publicada en la página 12 del diario limeño Expreso, el 5 de septiembre de 1964:
"Lo que sorprende, justamente, en el primer libro de poemas de José Emilio Pacheco, joven mexicano destinado a ocupar un lugar sobresaliente en la literatura latinoamericana, a juzgar por los méritos excepcionales de Los elementos de la noche, es la ausencia de ese primer estadio de balbuceo y de indecisión frecuente en que el poeta comienza. Tanto la actitud frente al mundo, como la elección de los temas y el uso de la palabra del autor de esta obra, muestran a un creador perfectamente formado, con una visión lúcida y muy personal de la realidad, y dotado de facultades expresivas nada comunes. Pacheco merece figurar, desde ahora, entre ese grupo de autores –Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Alfonso Reyes, Octavio Paz– que han hecho de la poesía mexicana una de las más ricas y profundas de la lengua en nuestros días."
"En Garibaldi hablamos de nuestras preferencias literarias y de escritores que en ese tiempo nadie leía: Azorín, a quien le dedicó en los noventa su discurso de ingreso a la Academia, y Samuel Beckett."
–¿No es una gran contradicción?
–No tanta. A principios del siglo XX Azorín y Unamuno publicaron las primeras novelas experimentales o antinovelas en España, mientras que en Europa predominaba el realismo. Yo había intentado traducir Comment c´est o How it Is de Beckett y me había hundido en el fracaso.
"Mario me dijo: ‘Vamos a hacerlo juntos’. Trabajamos muchos meses por correspondencia. Al fin, él se dedicó íntegramente a La casa verde. Quedé con el compromiso de traducir a solas la segunda y la tercera parte. A pesar de mis ruegos, no quiso firmar la traducción. Ese manuscrito debe de estar en el archivo de Joaquín Mortiz. Trabajé dos o tres años. Por todo ese esfuerzo cobré mil 700 pesos, 10 por cuartilla, lo que se pagaba entonces, y no fue culpa de Joaquín Díez-Canedo. Sin embargo, aprendí mucho. Sin Cómo es no existiría Morirás lejos."
–El reposo del fuego está dedicado a él y a Patricia, su esposa.
–Sí. Es lo menos que podía hacer. Gracias a Ramón Xirau, Gordon Brotherson me dio una beca de 190 dólares mensuales en la Universidad de Essex, que iba a ser el Berkeley de Inglaterra en 1968.
"Con ese dinero futuro y lo que ganaba con mis 200 trabajos en México, no podía pagar el viaje de mi esposa y de mi hija. Vargas Llosa se enteró y nos dio para los boletos gracias al premio Rómulo Gallegos que acababa de ganar en Caracas.
"Por cierto, releí El reposo del fuego y me impresionaron sus dos primeros versos. Parecen hablar, y no por mi voluntad, de México en 2010: ‘Nada altera el desastre./ Llena el mundo la caudal pesadumbre de la sangre’."
–Es de suponerse que en esos años en Inglaterra se vieron mucho.
–No tanto como yo hubiera querido. Sin embargo, iba algunos fines de semana a nuestra casa en Wivenhoe y nosotros a la suya y de Patricia en Londres. También frecuentábamos a Carlos Fuentes en Hampstead.
"Un sábado me tocó asistir al momento en que Carlos le expuso a Mario su proyecto de un libro colectivo de relatos sobre los dictadores hispanoamericanos. Imagínate todas las novelas que salieron de allí.
"Cuando ellos emprendieron un largo viaje nos dejaron gratis su apartamento de Earls Court. Me dijo: ‘Puedes ver todo lo que hay aquí’. No escudriñé sus cajones ni sus cuadernos, pero no resistí leer el inmenso manuscrito que estaba en su escritorio. Era nada menos que Conversación en la catedral recién terminada. La leí absorto durante cuatro o cinco días. Me fascinó y me sigue encantando con la pregunta hoy clásica de ‘¿En qué momento se jodió el Perú?’ Ahora todos decimos: ‘¿En qué momento se jodió México?’."
–Al comenzar la década de los años setenta, hiciste el prólogo a su grabación de Voz viva de América Latina y un guión, que nunca se filmó, de Los cachorros.
–Sí, él tuvo la generosidad de pedir que me los encargaran. Me gustaría rehacer y actualizar ese prólogo que ha seguido apareciendo como si éste no fuera otro mundo.
"La historia del guión es muy triste y muy complicada. Era imposible adaptar a imágenes un libro extraordinario que es todo lenguaje. Trabajé mucho y muy bien con Jorge Fons a lo largo de varios tratamientos. Nos reuníamos todas las mañanas.
"Un día Fons desapareció. Pasaron 40 años antes de que lo volviera a ver un minuto. Debo decir que antes de esfumarse hizo que los productores me pagaran. Me enteré por el periódico de que Los cachorros iba a filmarse con otro guión en el que no tuve nada que ver. Arturo Ripstein me dijo que era un acto de pena y delicadeza por parte de Fons. No se atrevió a decirme que no iba a utilizarse el guión, más suyo que mío, porque no pudieron encontrar tres generaciones de actores que tuvieran parecido físico en las edades sucesivas.
"El cine es una industria que procede con criterios nada industriales. Se gastan mucho dinero y mucho tiempo en trabajos que no van a servir para nada. Perdí mis mejores años escribiendo guiones que jamás se filmaron: El obsceno pájaro de la noche, sobre la novela de José Donoso; Tomóchic, de Heriberto Frías; Antonia, de Ignacio Manuel Altamirano, no sé cuántos más. Esperemos que me hayan servido de práctica."
–En esos tiempos apareció el libro de García Márquez: Historia de un deicidio, que está dedicado a Cristina y a ti. Pasó muchos años fuera de circulación y ahora ha reaparecido, aunque sólo en las obras completas.
–Tengo el que debe de ser el único ejemplar en el mundo dedicado por los dos. Eran los tiempos felices de la "generación de la amistad", como se dijo en España de los poetas del 27. En una de las crónicas para La Cultura en México equiparé lo que había sido para el verso el grupo de Rubén Darío y Leopoldo Lugones con lo que era para la novela de los setenta el conjunto de amigos reunidos en torno a la generosidad de Carlos Fuentes.
–Por desgracia todo acabó mal.
–Sí, me dolió mucho y todavía no dejo de lamentarlo. No tomé ni podía tomar partido. Y tú bien sabes que la neutralidad sólo sirve para quedar mal con ambas partes. Nunca hubo ruptura, pero la amistad con Vargas Llosa y con García Márquez sufrió un quebranto del que jamás se repuso."
(Se refiere a aquel incidente de 1976 cuando Vargas Llosa ledio un puñetazo a García Marquez en Bellas Artes...¡Esto es por lo que le dijiste a Patricia!“, dijo el escritor peruano..
(García Márquez murió el 17 de abril de 2014; Vargas Llosa el 13 de abril de 2025 y ninguno de los dos llegó a revelar el motivo que dio pie al fin de su amistad).
–Pero tú y Vargas Llosa siguieron viéndose.
–Con dinero de otro premio nos invitó a Puerto Vallarta al único hotel de lujo en que hemos estado en nuestra vida. Nos reunimos cada vez que él y Patricia vinieron a México. En 1981, compartimos algunos días en Berkeley, donde tuve el primer y último diálogo público con él. Después ya no hubo cartas ni conversaciones telefónicas.
"Ya en el siglo XXI, me sorprendió mucho conocer, en Guadalajara, a Arturo Pérez Reverte. Me dijo: ‘Vargas Llosa lo ha propuesto para el Premio Cervantes". Le contesté que se lo agradecía mucho, pero que, entre tantas figuras importantes de las letras hispánicas, yo no tenía ninguna posibilidad y además era incapaz de pedir cartas de apoyo, ayuda editorial e institucional y movilizar agentes literarios.
"Se hizo el milagro, para mi asombro, confusión y, desde luego, inmensa gratitud. Nos volvimos a ver en la comida con los reyes de España. El corolario de esta relación fue el doctorado de la UNAM. Mario Vargas Llosa se portó tan cordial y afectuoso como siempre. Quién iba a decirles a esos dos jóvenes de 1962 que la amistad iniciada en Garibaldi iba a culminar en 2010 a unas cuadras de allí, en el Palacio de Minería. Y sobre todo con el Premio Nobel tan merecido. Es una de las mayores alegrías de mi vida.
"Gracias por permitirme hablar de todo esto."
Elena Poniatowska, "Al fin, un escritor al que le apasiona escribir, no lo que se diga de sus libros: Mario Vargas Llosa". La Cultura en México, suplemento de Siempre!, número 117, 7 de julio de 1965.
Recogida en La hoguera y el viento: José Emilio Pacheco ante la crítica, selección y prólogo de Hugo J. Verani, coedición de ediciones Era y Difusión Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1993, 348 p.
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