La
UE y Rusia, un matrimonio de conveniencia/Guillermo Gortázar es historiador y abogado. Es editor y autor del libro Visiones de Europa, Madrid, Noesis, 1994.
El
Mundo |21 de mayo de 2014
Ahora
que estamos inmersos en unas elecciones europeas y los candidatos, en su
mayoría, se refieren a temas internos y prosaicos, propongo un ejercicio de
reflexión sobre lo que es Europa y lo que podría ser en el futuro. ¿Se imaginan
ustedes una Unión Europea que incluyera a Rusia? Sería un proyecto menos
intenso pero más extenso, menos federalista y tecnocrático y más político y de
responsabilidad no transferida a Bruselas, es decir, más nacional y
supranacional a la vez. Una Europa esencialmente atlántica, pero abierta
también a la fachada del océano protagonista del siglo XXI, el Pacífico.
En
política hacer previsiones con decenios de anticipación no está de moda y menos
ahora que muchos líderes políticos, tecnócratas, ni siquiera hablan de
política, sólo de la prima de riesgo diaria y de Merkel. Por el contrario, hace
20 años, Margaret Thatcher, en el libro Visiones de Europa, advirtió de la
necesidad de la continuidad del sistema de seguridad europeo dependiente de los
EEUU ante la probable inestabilidad de los nuevos estados y territorios que
habían formado parte del Imperio Ruso. Thatcher ni se terminaba de creer la
estabilidad, ni compartía la independencia de los antiguos territorios que
habían formado parte de Rusia antes de 1914.
De
nuevo, en un horizonte a largo plazo, una vez estabilizada y resueltas las
tensiones actuales, se puede avanzar alguna idea sobre un posible entendimiento
con Rusia dado que son mucho más los intereses y vínculos que nos unen que los
que nos separan.
Con
Rusia, Europa tiene vínculos cercanos desde la época de Pedro el Grande,
mientras que China e India (las otras dos grandes potencias del continente
euroasiático) son antiguas civilizaciones mucho más alejadas política y
culturalmente. A la altura del siglo X y XI nada parecía indicar que el extremo
peninsular del vasto continente euroasiático, Europa en su parte occidental,
iba a ser capaz de iniciar un largo recorrido de hegemonía mundial, hasta
mediados del siglo XX. Las dispersas, ignorantes e iletradas comunidades
políticas europeas (con la excepción de esas islas del conocimiento que eran
las incipientes monarquías y, sobre todo, los monasterios) no tenían a su favor
ni recursos, ni el clima, ni una organización de seguridad mutua más allá de
los señoríos feudales y éstos muchas veces arruinados por los enfrentamientos y
la anarquía.
Sin
embargo, dos evoluciones concurrentes orientaron a Europa por el virtuoso
camino de la seguridad y el crecimiento. De un lado, la conformación de
monarquías que fueron posibilitando el sometimiento de poderes locales abusivos
y dieron seguridad al comercio entre los incipientes burgos. De otro lado,
éstos burgos comenzaron de modo espontáneo a canalizar excedentes de ahorro a
través de la banca y de medios de pago documentales (así nació el capitalismo
actual) dando lugar a prósperas ciudades cuya máxima expresión de poder y
riqueza fueron las catedrales góticas, los palacios de los reyes, de los nobles
y palacios municipales.
Europa,
a partir del XI, comenzó a desarrollarse de manera exponencial y los niveles de
cultura, ciencia y conocimiento están en la base de esos periodos culturales
que conocemos como Renacimiento, Barroco, Clasicismo, Romanticismo… Es lo que,
con singular fortuna, el historiador Eric Jones ha denominado «el milagro
europeo» en el que España tuvo una cuota de protagonismo bien importante.
Mientras
que en China el imperio centralizado suponía una limitación al desarrollo de
los ciudadanos, en India los poderes regionales hicieron lo propio y, en el
islam la religión se terminó convirtiendo en un fórceps para el libre
desarrollo de la cultura y las ciudades; Europa tuvo un desarrollo en todos los
ámbitos que ha servido de modelo, primero para el continente americano, y
después para todo el resto del planeta. Así, puede decirse que la hegemonía
mundial correspondió a Europa desde el XVI hasta mediados del XX y su
influencia cultural y de valores se ha prolongado hasta el presente.
Por
supuesto, todo ello tuvo sus luces y sombras: la Inquisición, la quema de
brujas y herejes de los protestantes, las luchas de religión, las guerras
europeas, westfalianas, por el equilibrio o la hegemonía en el continente
europeo. Pero en su conjunto Europa fue un ejemplo incluso para sociedades más
orientalizadas como la rusa.
Todo
ese edificio europeo se vino abajo, ahora hace 100 años, con el inicio de la
Primera Gran Guerra y su prolongación, la II Guerra Mundial. La Unión Europea
es el resultado de la propuesta de paz definitiva entre Francia y Alemania,
después del trauma de una suerte de guerra civil europea de los Treinta Años, y
sólo por ello merece respeto y adhesión.
La
otra mitad de la península europea ocupada por Rusia ha tenido una evolución
similar pero más tardía que el resto de Europa occidental. En 1989 la caída del
Muro de Berlín dio como resultado la desaparición del glacis defensivo
comunista soviético con estados vasallos, pero también la constitución, quizás
precipitada o excesiva, de estados independientes que formaban parte de la
antigua Rusia zarista cuya estabilidad se está demostrando, cuando menos,
problemática.
En
este marco el futuro de Europa, de la UE, se puede afrontar con dos
estrategias. La primera es una Europa «fortaleza», supeditada a Alemania, de
profundización, que consiste en intensificar los mecanismos de unión política
con prácticas tecnocráticas y ausencia de gobernantes responsables ante los
ciudadanos; una suerte de Despotismo Ilustrado denunciado con razón, insistentemente,
por el Reino Unido y muchos políticos y observadores, europeístas pero
realistas. Esta profundización deteriora la calidad democrática de los europeos
en sus ámbitos nacionales, refuerza un negativo aislamiento de Rusia y favorece
un nuevo equilibrio westfaliano en Europa más propio del siglo XIX que del
siglo XXI. La reciente injerencia, presión y el ultimátum de la UE para la
firma de un acuerdo con Ucrania es un ejemplo de lo que no se debe hacer.
La
segunda estrategia es una Europa «abierta», de ampliación y apertura, y pasa
por hacer lo posible por llegar a un acuerdo, Ucrania incluida, sobre seguridad
y estabilidad con Rusia. Se trata de mejorar en lo posible las relaciones de la
UE con una Rusia satisfecha, segura y estable de modo que se complementen dos
realidades históricas con muchos elementos en común. Rusia es una gran
potencia, de vocación europea occidental, cristiana, compuesta de patriotas que
pueden evolucionar hacia los estándares europeos de libertad y democracia. Por
otra parte, para la UE, Rusia significa suministro energético, un mercado
complementario interno de casi 300 millones de personas, y posibilita
constituir un inmenso territorio ininterrumpido desde Portugal hasta el
Pacífico.
Para
un proyecto abierto de este tipo, a 30 o 40 años vista, es preciso dar los
pasos en esa dirección, abandonar la mentalidad otanista, atlantista, del mismo
modo que Rusia abandonaría su concepto defensivo del Pacto de Varsovia, propia
del siglo XX. Hoy y en los próximos años el riesgo de la seguridad colectiva
viene de otros ámbitos y áreas geográficas mucho más inestables y ajenos a las
ideas de libertad y democracia europeas. El proyecto actual de Acuerdo
Preferente de la UE con los EEUU puede ser un camino a seguir e imitar con Rusia.
Hay que dejar de lado un concepto federal de Europa y recuperar el pulso de
naciones soberanas unidas por sólidos vínculos de intereses comunes y
complementarios. El modelo de la Comunidad Económica Europea antes de
Maastricht puede ser una vía de avance realista. Es decir, algo así como una UE
más Rusia, sin pretensiones de soberanía compartida, de unión económica pero no
necesariamente de unión monetaria de los estados miembros, no concebida en
contraposición a los EEUU y capaz de competir en la nueva economía global
frente a los nuevos gigantes asiáticos y los que se avecinan del mundo
musulmán, americano y africano. Y con seguridad, Europa, su historia, su
cultura y sus valores, junto con Rusia, recuperaría la posición preponderante
en el mundo que perdió, no necesariamente de forma definitiva, en 1914.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario