Noroña, el socialité de la izquierda/ Raymundo Riva Palacio_
Eje central, com, Abril 7, 2025
1ER. TIEMP
O. Una carrera teatral. Pocos políticos han sido tan flamboyantes en el trópico mexicano como Gerardo Fernández Noroña. Pero también pocos, si no es que ningún otro, han sido tan pendulares. Desde que entró a la política profesional en 1988 como diputado externo del Partido Mexicano Socialista, que surgió en 1987 como el crisol de todos los partidos de izquierdas y fue la placenta del PRD dos años después, se ha distinguido por su beligerancia teatral.
Ha sido un político que ha hecho mucho de su fama en tierra, pero no lo que en política significa un trabajo de base, sino literalmente, en el suelo. Sus protestas han sido gráficas. Fernández Noroña encontró sus primeros espacios en la izquierda como fundador u y líder de la Asamblea Ciudadana en Defensa de los Deudores de la Banca, que encontró su combustible en la crisis financiera de 1994 conocida como “el error de diciembre”, donde un choque entre el secretario de Hacienda Pedro Aspe y su sucesor Jaime Serra Puche, provocaron un cisma en el sistema de pagos. En 1996 hizo su primera presentación pública estruendosa, durante la convención bancaria en Cancún, donde encabezó una protesta tan violenta frente al entonces presidente Ernesto Zedillo, que terminó en la cárcel. Estuvo solo unos días porque el líder nacional del PRD, Andrés Manuel López Obrador, intervino para que lo liberaran. Fernández Noroña descubrió el camino al star system de la política de izquierda. En 2000, todavía Zedillo, presidente, volvió a protestar por la crisis financiera, encadenándose a las vallas que protegían Los Pinos, donde captó la atención de las cámaras de prensa y televisión a cambio de un poco de tierra en su traje. Su larga carrera de izquierda no le dio consistencia de izquierda, en términos de formación y discurso, pero jugando dentro de los parámetros mexicanos, se convirtió una figura distinguida en esa esquina de la geometría política.
Totalmente comprometido con la lucha de López Obrador cuando denunció fraude en la elección presidencial de 2006, fue él quien empujó el diablito con cajas con presuntos documentos que probaban la ilegalidad al Instituto Federal Electoral, codo a codo con Claudia Sheinbaum, que recién seis años antes había entrado formalmente a la vida pública. Las cajas no llevaban nada probatorio, pero fue una escena llena de dramatismo y punto de partida para nuevas protestas callejeras. Fernández Noroña se convirtió en una pesadilla para el presidente Felipe Calderón, a quien como lo hacía López Obrador, nunca dejó de llamarle “usurpador”, y a cualquier evento público que iba, buscaba la forma de tirarse en la calle como protesta, como lo hizo durante días en Televisa, solo, tirado en la calle, para protestar la cobertura de aquella elección presidencial o jalonearse con la policía, sin haber corrido con la suerte que lo aporrearan, que era lo que buscaba. Sus protestas gráficas y coloridas no condujeron a ningún cambio ni obtuvo resultados concretos, pero lo convirtieron en una personalidad mediática, que ha sido, en el fondo, su escalera al poder.
2DO. TIEMPO. El wannabe de la política. Aunque no habla mucho de sus ayeres de niño y joven, Gerardo Fernández Noroña presumió en su perfil en el Instituto Nacional Electoral cuando contendió el año pasado por un escaño en el Senado, que proviene de una familia humilde y que de joven viajó a Estados Unidos en busca de trabajo, haciendo labores de albañil. No precisó fechas, ni lugares, ni nada que pudiera corroborar su biografía, que siguió alimentando con la necesidad de trabajar para ayudar en su casa mientras terminaba la licenciatura. La cursó en la Universidad Autónoma Metropolitana, y se graduó de sociólogo. Dice que fue taxista y librero, pero fue la política, no la educación ni la cultura del esfuerzo, la que se convirtió en su vehículo de movilización social. Fernández Noroña ha tenido una vida partidista, ocupando cargos en las burocracias de los partidos de izquierda y en cargos de elección popular, que le permitieron ingresos por encima de la media que le permitieron acceder a gustos y caprichos de la pequeña burguesía a la que, si uno oyera sus discursos, sin prestarle atención a la poca densidad del fondo de sus palabras, dice combatir. Cuando llega a esas situaciones se quita la chaqueta ideológica y se pone la pragmática. De esa forma no ve contradicción en viajar en las clases ejecutivas de las aerolíneas, porque no lo percibe como un privilegio, sino como un derecho ganado por el esfuerzo de su trabajo. Tiene razón, pero su discurso es contradictorio porque en el origen el suyo es panfletero. Por razones desconocidas, a menos que alguien quisiera intentar psicoanalizarlo, que no es el caso, tiene una extraña proclividad al exhibicionismo. Algunas de las fotografías que se ha tomado en hoteles de cuatro y cinco estrellas en otros países, como selfies en el baño con el torso desnudo, le han generado muchas críticas, pero también simpatías.
Las mismas reacciones bipolares suscitan sus fotografías en destinos turísticos, donde no tiene empacho alguno para mostrarse en los canales de Venecia, frente al Coliseo romano -uno de los sitios más visitados en el mundo-, en el centro de París o en Nueva York y Las Vegas. Sus exhibicionismos son provocadores y despiertan pasiones. Proyecta una imagen de wannabe y un hipócrita que políticamente habla de austeridad, pero en lo personal repudia esa forma de vivir. Fernández Noroña no es lo que dice ser, y no parece importarle que le echen en cara su doble discurso. Defiende lo que tiene, como su camioneta Volvo, una de las grandes marcas del mundo, que no tiene un precio accesible para prácticamente nadie de los electores de Morena, cuya voz representa en el Senado. Pero al mismo tiempo que enfrenta las críticas, muchas de ellas de las clases medias a las que constantemente ataca, pero cuyo comportamiento es idéntico, despierta simpatías y admiración en muchos que no tienen posibilidades de nada de lo que hace o tiene. Fernández Noroña juega con el aspiracionismo de quienes menos tienen, que no lo dice con palabras, pero que pacientemente va seduciendo como su alter ego y modelo, granjeando su gracia y apoyo porque tiene un proyecto de corto plazo, ser candidato a la Presidencia y despachar en Palacio Nacional en 2030.
3ER. TIEMPO. Toc, toc, ya no es oposición. Como senador, por ser un gran aparador el cargo que detenta como presidente de la Cámara Alta, Gerardo Fernández Noroña es el gran ejemplo de la contradicción en la que viven los políticos de Morena ahora que tienen un enorme poder. Por una parte, se comporta con la arrogancia del que nada tenía y ahora tiene todo, que en la cotidianeidad política se convierte en una actitud autoritaria y excluyente, que es contra lo que la oposición de izquierda y derecha en México luchó por décadas. Y por la otra, olvida que tiene una investidura como servidor público y, además, pertenece al partido en el poder, por lo que su actuar político no es consistente con las líneas generales que marca la presidenta Claudia Sheinbaum, a quien tendría que acompañar con un fuerte respaldo político. No lo ha hecho y la presidenta va creciendo en frustración y molestia por el actuar del líder del Senado. Solo en los últimos días le ha generado enojos y problemas innecesarios que se han sumado a los que enfrenta en estos momentos de su gestión. Sus declaraciones frívolas y nada empáticas sobre los desaparecidos en el Rancho Izaguirre en Teuchitlán, donde dijo en sus primeras declaraciones que los cientos de zapatos que se encontraron ahí no significaba que fueran de desaparecidos, fueron afirmaciones lamentables para alguien de su estatura, porque si en el fondo quería decir que aún no había los peritajes que pudieran llevar a conclusiones, el fraseo debió haber sido de sensibilidad al fenómeno, como lo ha tratado de llevar Sheinbaum. Pero el lenguaje es el que usaba en las protestas en las calles, incapaz de transformarlo con una visión de Estado. Su ligereza declarativa le ha costado a él políticamente, censurándolo la presidenta en privado, a través de emisarios en el Senado, y socialmente entre la población, como le sucedió hace unos días en el CIDE, donde lo recibieron para una plática con zapatos en el suelo.
Torpemente, un exaltado Fernández Noroña se quitó los suyos para demostrar que unos zapatos tirados no significaba que fueran de un desaparecido, y enojado dejó de contestar preguntas y se marchó. La intolerancia ante las opiniones de otros; la prepotencia del poder para el que no estaba preparado. También ha ido en sentido contrario a la presidenta cuando se ha referido a las amenazas arancelarias del presidente Donald Trump. Sus declaraciones y discursos contra él han sido incendiarias, molestando a Sheinbaum que ha buscado no cruzársele en el camino y optar por una negociación discreta y de bajo perfil. La postura de Fernández Noroña sería irrelevante, salvo que hoy es el presidente del Senado, el órgano que vigila y acompaña la política exterior. Sheinbaum sabe que en estos momentos la sensibilidad en Washington está muy elevada y las posiciones contra Trump son vistas como un agravio en la Casa Blanca. El legislador no puede entenderlo, o a lo mejor no quiere. Detrás de lo que hace siempre hay una intencionalidad política que busca le favorezca, por lo que existirá la duda si estos sabotajes a la gestión presidencial buscan para él un rédito político, o si tienen razón aquellos que dicen que no hay que sobrestimarlo, y que las tonterías políticas que ha cometido, son eso, tonterías y nada más.
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