5 sept 2008

Rincón, la opinión de Romero Apis

El desafío de la discriminación/José Elias Romero
Publicado en Excelsior (www.exonline.com.mx), 5 de septiembre de 2008;
Hace unos cuantos días murió Gilberto Rincón Gallardo. Lo traté de muchas maneras pero destaco cuando recibió la Gran Orden de la Reforma que confiere la Academia Nacional, institución que me honro en presidir. Con su muerte, Rincón Gallardo deja un sillón vacío en el Consejo Supremo de dicha organización.
Pero quizás uno de los episodios más interesantes que nos tocó compartir fue cuando el Congreso de la Unión expidió la Ley para el Combate a la Discriminación. Él fue el autor intelectual de esta iniciativa turnada, en su momento, a la Comisión de Justicia. Fue vista con amplia simpatía por casi todos los legisladores. Debido a eso, de inmediato, el entonces líder del PRI y el del PAN, Beatriz Paredes y Felipe Calderón, me convocaron para que fuera procesada con la mayor diligencia.
Mi primera reacción fue muy ingenua. Supuse que algo tan noble tendría la mejor de las aceptaciones y que mi trabajo sería sencillo y veloz. Pero me llevé un chasco. Ni fue fácil ni fue rápido.
Yo tenía la falsa idea de que los mexicanos no somos discriminadores. Que esta es una perversión que anida en el alma de algunos pueblos pero no del nuestro. Que los estadunidenses discriminan a los negros, a los latinos y a los árabes. Que los alemanes discriminan a los judíos. Que los WASP discriminan a todos los que no son ni blancos ni sajones ni protestantes. Que los suizos discriminan a todos los demás. Pero que nosotros no padecemos tales impurezas.
Primera y soberbia discriminación, la mía, al pensar que todos los demás son unos malditos discriminadores menos nosotros. Aquí cabría la paradoja de que odiamos a los discriminadores porque son seres inferiores.
Fue ese episodio de mi vida política el que me convenció de que la práctica mexicana de la discriminación es más constante de lo que suponemos a primera vista. En nuestro país se discrimina a los indios, a los pobres, a los morenos, a las mujeres, a los jóvenes, a los discapacitados, a los homosexuales y a todo el que se puede.
Pero también se discrimina a aquellos que, por su opulencia o su poder, parecieran estar blindados en contra de la discriminación. A casi todos los ricos se les tacha de ladrones. A casi todos los gobernantes se les cataloga como imbéciles. A casi todos los famosos se les considera viciosos o depravados. Es frecuente la búsqueda del punto de apoyo para que la palanca de la discriminación mueva al mundo mexicano en dirección del menosprecio y la agresión.
Por eso yo estaba muy equivocado. Hubo fuertes oposiciones, incluso en el gobierno. Desde Gobernación se proponía que el antisemitismo no se incluyera en la nueva ley.
Pero con un buen esfuerzo que debe enorgullecernos se expidió una primera ley mexicana contra la discriminación. Más allá de sus bondades normativas, esta ley podría contribuir a revertir una cultura que ha sido el producto de una inconciencia autista. No habíamos tenido leyes antidiscriminación porque no sabíamos que somos discriminadores. Casi todos discriminamos a alguien y casi a todos nos discrimina alguien.
Durante los debates, entre otros aspectos, expresé un ejemplo. El de la discriminación por razones de filiación política. No me refiero tan sólo a aquella que se da, preferentemente, en las pequeñas localidades rurales, donde se persigue con el menosprecio o hasta la exclusión a quienes expresan ideas, solicitudes o simpatías que no coinciden con las de la mayoría o las del poder. Me refiero, también, a aquellos estereotipos que nos han llevado a catalogar virtudes o defectos por mera militancia partidista.
Pensemos en los tres más importantes partidos políticos mexicanos. Casi todos los partidarios del PAN y los del PRD piensan que todos los del PRI son rateros. Casi todos los del PRI y los del PRD piensan que todos los del PAN son tontos. Y casi todos los del PRI y los del PAN piensan que todos los del PRD son salvajes.
Así se lo han dicho a sus hijos y así se los advirtió su padre. Costaría mucho trabajo convencer al mexicano medio de que la mayoría de los miembros del PRI no son pillos sino que viven al día. Que muchos integrantes del PAN no son tarugos sino personas muy inteligentes. Y que los militantes del PRD no son necesariamente trogloditas sino que una buena parte de los catedráticos universitarios y de los integrantes de las sinfónicas mexicanas simpatizan con ese partido.
Pero estos prejuicios no sólo se quedan en el campo de la simpleza personal sino trascienden a la complejidad de la política. Hoy en día, por no aceptarnos unos a otros, los mexicanos no tenemos consensos, no tenemos alianzas y no tenemos unión. ¿Quién va a unirse con los rateros? ¿Quién va a asociarse con los babosos? ¿Quién va a comprometerse con los salvajes?
El día que disminuyan nuestros menosprecios de los unos a los otros habremos remontado una de nuestras discapacidades. Remitir la discriminación no es un asunto de tolerancia sino de respeto.
w989298@prodigy.net.mx


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