Han
crucificado a un hombre/ Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo.
El
Mundo | 3 de abril de 2015
El
Hombre se equivoca sobre él mismo y sobre Dios cuando interpreta su
contingencia como no perteneciente a su condición humana, cuando la considera
como un accidente. Las costumbres de Jesús son comunes con sus coterráneos
contemporáneos. Jesús no es simplemente un hombre, es este hombre: un judío de
Galilea con todo el peso y la densidad del terruño, con todas las
características que dictan la carne y la sangre. Su manera de ser en el mundo
se lo debe al momento histórico y a la situación social que le tocó vivir.
Conoció el sufrimiento, el fracaso y la traición. Para sus contemporáneos fue
un profeta como otros tantos anteriores contemporáneos o posteriores. A sus
contemporáneos, incluidos los suyos, se les hizo difícil traspasar su
humanidad, palpable para captar la trascendencia, la divinidad, que fue
creciendo desde dentro. La apertura a los demás es constitutiva del ser humano
y Jesús vivió profundamente esta apertura.
Cristo
murió clavado en una cruz el 7 de abril del año 30 de nuestra era. En aquellos
tiempos, disponer de la vida de una persona era una cosa banal. Por lo que se
refiere a los judíos, la ocupación griega y romana había dado lugar con
frecuencia a una triste realidad, ejecuciones individuales y colectivas. Para
una persona y para los suyos, la ejecución, mucho más frecuente entonces que
ahora, no era menos terrible que para alguien de nuestro tiempo. El derecho
judío, aunque menos que otras civilizaciones de la época, preveía la pena de
muerte como castigo a muchos delitos. Los judíos recurrían al brazo secular de
los ocupantes para la ejecución de los condenados.
Antes
y después de Jesús otros muchos hombres y mujeres han muerto por los que amaban
y por lo que creían. Los judíos aún tenían presente el recuerdo del heroísmo de
los macabeos que habían muerto por Dios. Otros muchos que se habían llamado
profetas fueron condenados a muerte antes que él. Sus contemporáneos han
seguido y venerado otros líderes que han sido luego ejecutados, pero no se han
guardado su muerte ni sus acciones como un acontecimiento importante de su
historia política ni religiosa. Pero la idea de que el enviado de Dios, el
Mesías, muriera por Dios era completamente ajena al judaísmo como lo prueba la
interpretación que hacía del texto del servidor doliente de Isaías, que luego
el cristianismo aplicó a Jesús.
Jesús
era mucho más peligroso que aquellos que llamaban al pueblo a la rebelión y al
desorden porque, aunque declaraba caducos y pasados muchos usos y costumbres,
decía que no había venido a derogar la ley si no a darle pleno cumplimiento y
respetaba la autoridad de Abraham, Moisés, David y habla más de Dios que de él
mismo. Para la sociedad judía, estructurada en torno a la religión, y para el
mismo Jesús, Dios no es alguien aislado de la realidad. Jesús no tenía como
meta de su vida sufrir ni buscó la muerte; por el contrario, para Jesús y para
su Dios el sufrimiento de los hombres, especialmente el sufrimiento de los más
humildes, era un motivo de escándalo y sufrimiento. Su proyecto era anunciar lo
que él creía y pensaba sobre Dios.
A
Jesús lo mataron los sacerdotes de su tiempo, por cuestionar las leyes y reglas
que regían el matrimonio y el divorcio, institución que tenía como fin proteger
la pureza étnica y religiosa del pueblo judío; por blasfemo y por hacer lo que
es reservado a Dios: perdonar los pecados; por hablar como Dios, por comer con
los pecadores, por hacer milagros, por liberar a los hombres de la esclavitud
de la ley, por poner el sábado al servicio del hombre y no al hombre al
servicio del sábado, por criticar el uso y abuso que los sacerdotes hacían del
templo, del ayuno y los rituales; por hablar con la samarita, mujer contaminada
e impura; a Jesús lo mataron porque su mensaje tiraba por tierra las ideas
moralistas e interesadas que las instituciones religiosas tenían y predicaban
sobre Dios. El Dios de Jesús, liberador y amor, se daba de bruces contra el
Dios dominador y opresor de su tiempo. Jesús rechaza la lógica del sometimiento
y estimula la acción creadora por encima de toda autoridad política o
religiosa.
El
poder no tolera el desvelamiento de la hipocresía y el descubrimiento de las
mentiras. El poder de los poderosos corría peligro si hubieran dejado a Jesús
hacer todo lo que quería. El entusiasmo que Jesús provocaba en la multitud
cuando se proclamaba Mesías era motivo suficiente para que el Prefecto lo
hubiese condenado a muerte y ejecutado. “Este lenguaje es muy fuerte. ¿Quién
podrá escucharlo?”, decían sus contemporáneos. Su lenguaje fuerte y llamativo
le sirvió: 1) para que el pueblo lo fuera, poco a poco, abandonando, y 2) para
que los representantes del poder que se sentía amenazado actuaran llevados por
la sabiduría que detectan casi todos los poderosos: saber lo que les amenaza y
cómo atajar ese peligro para seguir en la poltrona. Caifás dijo a los que
dudaban: “Es mejor que muera un solo hombre antes que perezca el pueblo y la
nación” (Juan, 11, 49-50).
El
máximo grado de compromiso que alguien puede realizar es dar la vida por lo que
cree y por los que ama. Jesús dio su vida por sus ideas sobre Dios, sobre la
ley, sobre la libertad y por la gente. El que muere por lo que cree y por los
que ama es porque piensa que no puede hacer nada mejor por la causa que
defiende. Jesús no habló de su muerte porque, al menos durante buena parte de
su vida, no previó su eliminación física ni consideraba las circunstancias de
su muerte. La muerte a manos de ejecutores no era su finalidad en la vida. Cada
vez más, los exégetas están de acuerdo en que Jesús fue progresivamente tomando
conciencia de que su vida le llevaba a la muerte. Sabiendo que sería fiel a su
causa y vista la reacción de las autoridades ante su persona y lo que ella
representaba para los que lo seguían, todo indica que él pudo ir tomando
progresivamente conciencia de que su fin podría ser la muerte violenta a manos
de los representantes del orden.
Jesús
prefirió la muerte a callarse o decir otra cosa diferente de lo que dijo e
hizo. Jesús se sintió, como todo mortal, sólo en el momento de su muerte a
pesar de que reconoció a sus conocidos al pie de la cruz. “¿Dios mío Dios mío,
por qué me desamparaste?” (Mat. 27, 46). Muchos creyentes, no fundamentalistas,
en nuestros días, por denunciar, protestar, acusar estructuras que tiranizan,
esclavizan y oprimen, son llevados ante los tribunales, amenazados, difamados,
encarcelados, torturados y asesinados. La muerte no es lo mejor que puede
ocurrir sino la solución de la impotencia. La muerte del compromisario por su
causa prueba su determinación pero no prueba la veracidad de su doctrina ni la
bondad de la causa. Aunque matando, los fundamentalistas también se exponen a
que los maten por una causa y su muerte no justifica su causa ni prueba su
bondad.
Para
los creyentes, Jesús es un hombre cabal y también Dios. Los cristianos viven en
la tensión constitutiva entre el hombre Jesús, como realidad histórica, y el
Cristo de la fe; creen que Jesús resucitó pero esto no es una cuestión
histórica sino de fe y trasciende nuestros modos de representación. El
antropólogo lo más que puede afirmar es que muchos han creído y creen que ha
resucitado y que esta fe ha moldeado y formateado la vida de millones de
personas a lo largo de la historia y sigue haciéndolo hoy. Desde la fe, Jesús
muere a manos de todos para redimir a la humanidad del pecado. La fe en Jesús
es fe en la experiencia contada por sus discípulos porque, ayer como hoy, el
lugar de la revelación y de la comunicación es la vida de los creyentes. Si no
se cree en la identificación de Jesús con Dios padre su mensaje es un mito.
Los
cristianos han colocado la cruz de Cristo en el altar, en las paredes del
despacho, en el cruce de los caminos, en las cumbres de los cerros más
elevados, sobre la cabecera de la cama en la que nacen, crecen, hacen el amor y
mueren; la trazan sobre ellos mismos cuando salen de casa. Es imposible, por lo
menos muy difícil, entender el mundo occidental sin tener en cuenta a Jesús. El
mensaje de Cristo ha sido vaciado en moldes grecolatinos y estos han sido
formateados por él hasta el punto de que durante mucho tiempo se han
identificado lo que supuso y sigue siendo una rémora para la enculturación del
Evangelio en otras culturas. La revelación fue dada de una vez por todas pero
su desvelamieno es un proceso que se va haciendo y tiene como correlato al
hombre entero no sólo su inteligencia. Un acontecimiento ocurrido una vez a un
solo hombre ha abrazado toda la Historia y aún la trasciende.
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