6 nov 2023

Las tres consecuencias inevitables del conflicto entre Israel y Gaza/

  Las tres consecuencias inevitables del conflicto entre Israel y Gaza/ Moussa Bourekba  Lunes, 06/Nov/2023 en CIDOB, centro de investigación en relaciones internacionales 


El ataque que Hamás perpetró el 7 de octubre contra Israel tenía un triple objetivo: desmontar el mito de la invulnerabilidad del Estado israelí; volver a poner la cuestión palestina en la agenda política; y provocar una respuesta desproporcionada que indignara a la comunidad internacional. Ante la magnitud de la represalia militar israelí, es imposible prever cómo y cuándo esta enésima guerra tendrá su desenlace (si es que llega). Las propias características de este conflicto dificultan cualquier ejercicio de predicción. No se trata de una guerra convencional entre dos estados sino de un conflicto asimétrico entre un ejército y diversos grupos armados no estatales, que involucra a varios actores regionales y extrarregionales. Si bien es imposible prever lo que sucederá en las próximas semanas, este recrudecimiento del conflicto tiene al menos tres implicaciones claras para Israel y Palestina, la región y Occidente.

En primer lugar, Israel no acabará con Hamás como ha ido prometiendo desde hace 15 años. A pesar de la extrema brutalidad de la campaña militar israelí, no habrá ninguna batalla decisiva. Las batallas decisivas, que antaño determinaban el vencedor y le permitían, mediante la fuerza, imponerse políticamente sobre el enemigo, están en vías de extinción desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Precisamente porque la naturaleza de los conflictos ha ido cambiando y porque ante la presencia de actores no estatales –desde los movimientos armados anticoloniales hasta los grupos terroristas transnacionales– la superioridad militar no es hoy garantía de un éxito militar y/o político.

La historia más reciente rebosa de ejemplos que ilustran los retos que supone la lucha contra diversos grupos no estatales. Como lo insinuaba sutilmente el presidente estadounidense, Joe Biden, en un reciente discurso advirtiendo a sus aliados israelíes: “mientras sientan esa rabia, no se dejen consumir por ella. Después del 11 de septiembre, en Estados Unidos sentíamos rabia. Y mientras buscábamos justicia y obteníamos justicia, también cometimos errores”. Efectivamente, los 20 años de guerra contra el terror han acabado con la vida de cerca de un millón de civiles, pero no con el terror: los talibanes, que fueron derrocados en 2001, han regresado al poder en 2021 tras la retirada estadounidense de Afganistán; la caída de Saddam Hussein en Irak desencadenó una guerra civil mortífera de la cual nació la organización Estado Islámico, y el yihadismo es más transnacional que nunca.

Ni el embargo sobre Gaza, ni los muros de separación, ni los atroces daños materiales y humanos ocasionados por las múltiples operaciones militares israelíes en la Franja han contribuido a erradicar a Hamás. Ninguna de las guerras que han librado desde 2007 se ha saldado por una victoria israelí. Tras cada enfrentamiento, Hamás no ha dejado de incrementar sus capacidades militares y su control sobre la Franja de Gaza. El fracaso que suponen las atrocidades del 7 de octubre para los servicios de inteligencia y el ejército israelí es la prueba más evidente y terrible de ello. Como resumía lacónicamente un ex director del Shin Bet, “ganamos cada batalla, pero estamos perdiendo la guerra”. Lo mismo se puede decir de la guerra del Líbano de 2006 que opuso el Tsahal a Hezbolá. Desde entonces, Hezbolá se ha consolidado militar y políticamente, lo cual beneficia a Irán, y plantea una amenaza considerable a Israel en estos momentos.

En otras palabras, acabar con Hamás está por encima de las capacidades de Israel. Si milagrosamente lo consiguiera, no implicaría la eliminación de la causa palestina. Como lo recordaba diplomáticamente el Secretariado General de Naciones Unidas, los ataques del 7 de octubre “no se produjeron en el vacío”. Son una de las consecuencias más dramáticas de décadas de ocupación israelí de los territorios palestinos, de violencia sistémica y de humillación. El horror perpetrado por Hamás el 7 de octubre no debe obviar que la posición de fuerza de la organización en Gaza es consecuencia del bloqueo impuesto por Israel, y aprobado por EE.UU y la Unión Europea, después de que el brazo político de este movimiento, liderado por Ismaël Haniyeh, ganara las elecciones parlamentarias de 2006. Como argumenta David Rothkopf en el Hareetz, “de todos los errores cometidos por Netanyahu antes de la abominable agresión de Hamás (…) la estrategia de aislar a los palestinos ha sido catastrófica y ha socavado el apoyo global popular que Israel podría haber esperado”.

Tarde o temprano, Israel deberá aceptar que la vía militar nunca solucionará un conflicto fundamentalmente político. En este sentido, la falta de respuesta clara a la pregunta de ¿qué pasará una vez acabe la tragedia? no hace más que reforzar la idea de que la actual guerra no pondrá fin a las dinámicas y condiciones que la provocaron. Si los israelíes no acaban ocupando ni anexionando Gaza, ¿quién administrará la Franja? Tel Aviv no tiene ninguna voluntad de asumir esa responsabilidad y tanto Amman como Egipto se han negado a acoger a más de 2,3 millones de refugiados.

En segundo lugar, a nivel regional, este nuevo enfrentamiento pone en evidencia una constatación indiscutible: no habrá paz en Oriente Medio sin que la cuestión palestina esté encima de la mesa. En cuestión de días, la idea de que los países árabes pudieran normalizar sus relaciones con Israel pasando por alto la cuestión palestina se ha roto en pedazos. La ola de indignación que está sacudiendo Oriente Medio pone de relieve una vez más el desfase abismal entre la opinión pública árabe y la política exterior de sus gobiernos. También supone una inmensa presión para los autócratas árabes, que se han sentido obligados –al menos discursivamente– a tomar distancias con Israel y sus aliados occidentales. A la narrativa occidental insistiendo en el derecho de Israel a defenderse responde una narrativa árabe denunciado a Israel y su política continúa de colonización. Según el rey de Jordania, Abdalá II, "el mundo árabe escucha que la vida de los árabes, nuestra vida, es menos importante que la vida de los demás, y que la ley internacional es optativa".

La cancelación de la Cumbre de Amman; el rotundo “no” egipcio y jordano a la petición estadounidense de acoger a los palestinos en su territorio; y la decisión de Jordania de retirar su embajador en Tel Aviv pueden dar paso a medidas más contundentes como la ruptura diplomática con Israel. Teniendo en cuenta la sinergia entre la calle árabe (lucha contra el autoritarismo) y la calle palestina (lucha contra la ocupación), y lo que ello supone para los autócratas árabes, no es de excluir que los acuerdos de Abraham terminen siendo sepultados por esta guerra.

Por otro lado, el conflicto actual representa un momento crucial en la historia para el denominado “eje de la resistencia” , que incluye a diversos actores estatales y no estatales (Irán, Siria, Hezbolá, o las milicias iraquíes y yemeníes, entre otros). Estos actores se enfrentan a un dilema vital: si intervienen directamente, se exponen a una respuesta israelí igual o más desproporcionada que la vista en Gaza, pero si optan por no intervenir en este conflicto, serán vistos como traidores a la causa palestina por sus seguidores y simpatizantes. Si bien ninguno de estos actores tiene interés en una escalada regional, la regionalización del conflicto ya se ha convertido en una realidad. De manera lenta, pero segura. Los enfrentamientos entre Israel y Hezbolá, aunque por ahora limitados geográficamente, siguen incrementando en intensidad y violencia; las fuerzas de EE.UU en Irak y Siria han sufrido más de 20 ataques, y los rebeldes huthis han disparado varios misiles balísticos y drones hacía el territorio israelí en respuesta a la ofensiva de Netanyahu contra la Franja de Gaza. No hay ningún indicio por ahora de que estos enfrentamientos no vayan a más en las próximas semanas.

La tercera y última observación tiene que ver con las reacciones a la escalada del conflicto. En su último libro, más actual que nunca, el profesor Bertrand Badie resalta que la percepción de un conflicto determina considerablemente las decisiones estratégicas implementadas para abordarlo. Por consiguiente, la sensibilización de la opinión pública –en Israel, Palestina y en el mundo– influenciará la toma de decisión política. En este caso, se ha exacerbado la brecha entre Occidente, por una parte, y el llamado Sur Global por otra. La mayoría de los países occidentales ha respaldado el derecho de Israel a defenderse, inicialmente de forma incondicional y más tarde con condiciones prácticamente inaplicables (p.ej., el respeto al derecho internacional humanitario, DIH). En África, América Latina, Asia y África un mismo discurso resuena: Israel se comporta como un estado colonial, en una época supuestamente poscolonial, y no actúa aisladamente, sino con el beneplácito de los antiguos imperios coloniales.

A diferencia de enfrentamientos previos entre israelíes y palestinos, sorprende que la Unión Europea no adoptase una posición más equilibrada, especialmente ante esta inmensa discrepancia en las percepciones que han manifestado sus estados miembros. De hecho, la UE no tiene ni siquiera una posición única sobre este conflicto. La postura de apoyo incondicional a Israel defendida por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, así como las visitas de Estado de diversos líderes europeos en Tel Aviv han sido vistas como claras muestras de apoyo de la UE a Benjamin Netanyahu. Sin embargo, aquel apoyo explícito al derecho de Israel a defenderse manifestado el 7 de octubre tiene hoy, un mes más tarde, unas implicaciones distintas después de las más de 9,770 víctimas mortales civiles, 20,000 heridos y más de 1,5 millones de desplazados que ha ocasionado la respuesta militar israelí, ya se considere una forma de castigo colectivo, o como apuntan ya algunas voces un genocidio en progresión.

Ante este drama, la ausencia de medidas diplomáticas por parte de los europeos ilustra mejor que nunca el doble rasero de Occidente. La Unión Europea, que impuso sanciones sobre Rusia a quien acusó de crímenes de guerra y de respaldar el terrorismo, parece absolutamente incapaz de presionar a Israel para parar las masacres en Gaza. La misma Europa que se sorprendía de la falta de apoyo del Sur Global en su lucha contra la invasión rusa en Ucrania adopta, en el caso de Israel, una posición que no hace más que reforzar la idea de que los europeos defienden la visión de un orden liberal basado en normas sólo cuando les conviene. A medida que la campaña militar israelí ocasiona más muertes, más heridos y más terror, por mucho no lo quieran, los europeos serán vistos como cómplices de lo que, indiscutiblemente, constituye una limpieza étnica masiva. La pérdida de influencia de Europa en el Sur Global que resultará de ello tendrá un coste político, económico y diplomático de una envergadura imposible de dimensionar.


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