El sentido del cambio en EE UU/Mateo Madridejos, periodista e historiador
Publicado en EL PERIÓDICO, 03/11/2008;
La situación del mundo en general y de EE UU en particular se ha degradado aparatosamente durante los últimos ocho años, hasta desembocar en un naufragio financiero que pone en tela de juicio los pilares del sistema capitalista. Los más avezados comentaristas auguran un escenario harto problemático para el 20 de enero. Por primera vez desde Franklin Roosevelt, elegido en 1932, el nuevo presidente heredará un país que sigue en guerra en el exterior, desafiado en su estatuto de hiperpotencia única, y que se siente amenazado en su prosperidad. Un comandante en jefe con una agenda intimidatoria, como advierten desde las páginas de Foreign Affairs.
Cuando George W. Bush fue elegido en el 2000, luego de que el Tribunal Supremo le otorgara una controvertida victoria en Florida, el mundo estaba en paz, EE UU disfrutaba de una superioridad sin precedentes, el barril de petróleo cotizaba a 23 dólares y la economía norteamericana crecía por encima del 3%. Menos de un año después, el Pearl Harbor inducido por los ataques islamistas del 11 de septiembre abrió la caja de Pandora de un mundo más conflictivo e imprevisible, en cuyo tratamiento se cometieron graves errores cuyos legados son las guerras, los déficits gigantescos, un dólar debilitado, la recesión y una diplomacia sin brújula.
“ESTE ES UN momento de angustia”, nos comunica Roger Cohen en The New York Times, haciéndose eco de los sombríos pronósticos de la novelista Joyce Carol Oates. Y en estos tiempos de tribulación, aparece en escena la gran esperanza negra de Barack Obama, encarnación del sueño americano, protagonista de una historia extraordinaria que trasciende las razas y que solo puede escribirse en EEUU. “No olvidaré mientras viva que en ningún otro país de la tierra hubiera sido posible mi biografía”, proclamó Obama en la campaña, aunque parece pronto para calibrar la profunda revolución psicológica que entrañará la instalación de una pareja de color en la Casa Blanca, dispuesta a entablar un diálogo sin fronteras.Los ingentes problemas exteriores, con unas Fuerzas Armadas empeñadas en dos guerras simultáneas –la vieja pesadilla del Pentágono– están inextricablemente mezclados con la tarea ímproba de reparar a fondo el sistema económico-financiero, aunque solo sea porque la opinión internacional tiende a colmar el vaso del oprobio con el acíbar de Wall Street, la deuda desenfrenada, pero también con el unilateralismo arrogante o con la flagrante injusticia de la cárcel de Guantánamo. No son pocos los que piensan, sin embargo, que un nuevo y no descartable ataque del terrorismo islámico alteraría las prioridades de Obama y sometería sus nervios de acero a muy dura prueba.La restauración del prestigio internacional, un tema capital que dominó la campaña electoral del candidato demócrata, obligará no solo a reconsiderar la estrategia en Irak y Afganistán, sino a parlamentar con los aliados europeos, siempre reticentes en sus contribuciones al esfuerzo común, y con Rusia y China, pero también con los nuevos poderes emergentes: India, Suráfrica, Irán y, desde luego, Pakistán, que la CIA considera el “frente central” de la guerra contra el terrorismo, santuario de los talibanes gobernado por una democracia de las élites extremadamente frágil. El desafío radica en asociar a todas estas naciones con la libertad política y económica ahora en retroceso. Todos los presidentes desde el demócrata Jimmy Carter, elegido en 1976 tras el psicodrama del escándalo del Watergate, fueron incapaces de encontrar el hilo necesario para salir del laberinto del Oriente Próximo. Y el próximo ocupante del Despacho Oval deberá vencer las reticencias enquistadas de los árabes, resentidos y persuadidos, como indica el periódico londinense Al Hayat, de que las relaciones de EEUU con Israel no cambiarán lo más mínimo. La popularidad de Obama entre los árabes no ha hecho sino recular desde sus declaraciones sobre Jerusalén como “capital indivisible de Israel”.
“ESTE ES UN momento de angustia”, nos comunica Roger Cohen en The New York Times, haciéndose eco de los sombríos pronósticos de la novelista Joyce Carol Oates. Y en estos tiempos de tribulación, aparece en escena la gran esperanza negra de Barack Obama, encarnación del sueño americano, protagonista de una historia extraordinaria que trasciende las razas y que solo puede escribirse en EEUU. “No olvidaré mientras viva que en ningún otro país de la tierra hubiera sido posible mi biografía”, proclamó Obama en la campaña, aunque parece pronto para calibrar la profunda revolución psicológica que entrañará la instalación de una pareja de color en la Casa Blanca, dispuesta a entablar un diálogo sin fronteras.Los ingentes problemas exteriores, con unas Fuerzas Armadas empeñadas en dos guerras simultáneas –la vieja pesadilla del Pentágono– están inextricablemente mezclados con la tarea ímproba de reparar a fondo el sistema económico-financiero, aunque solo sea porque la opinión internacional tiende a colmar el vaso del oprobio con el acíbar de Wall Street, la deuda desenfrenada, pero también con el unilateralismo arrogante o con la flagrante injusticia de la cárcel de Guantánamo. No son pocos los que piensan, sin embargo, que un nuevo y no descartable ataque del terrorismo islámico alteraría las prioridades de Obama y sometería sus nervios de acero a muy dura prueba.La restauración del prestigio internacional, un tema capital que dominó la campaña electoral del candidato demócrata, obligará no solo a reconsiderar la estrategia en Irak y Afganistán, sino a parlamentar con los aliados europeos, siempre reticentes en sus contribuciones al esfuerzo común, y con Rusia y China, pero también con los nuevos poderes emergentes: India, Suráfrica, Irán y, desde luego, Pakistán, que la CIA considera el “frente central” de la guerra contra el terrorismo, santuario de los talibanes gobernado por una democracia de las élites extremadamente frágil. El desafío radica en asociar a todas estas naciones con la libertad política y económica ahora en retroceso. Todos los presidentes desde el demócrata Jimmy Carter, elegido en 1976 tras el psicodrama del escándalo del Watergate, fueron incapaces de encontrar el hilo necesario para salir del laberinto del Oriente Próximo. Y el próximo ocupante del Despacho Oval deberá vencer las reticencias enquistadas de los árabes, resentidos y persuadidos, como indica el periódico londinense Al Hayat, de que las relaciones de EEUU con Israel no cambiarán lo más mínimo. La popularidad de Obama entre los árabes no ha hecho sino recular desde sus declaraciones sobre Jerusalén como “capital indivisible de Israel”.
Los desesperados esfuerzos de McCain por vincular a su adversario con el extremismo cayeron en el terreno yermo de la gestión republicana. El éxito de Obama es inseparable del empobrecimiento relativo que sufrieron las clases medias durante los ocho años de Bush, tan generoso con las grandes fortunas, y la capitulación final de los consumidores alarmados. No obstante, resiste el consenso de que EEUU sigue siendo un país de centro derecha, según el análisis exhaustivo de Adrian Wooldridge. “Pienso que el ánimo de la gentes es pragmático, no ideológico”, asegura David Axelrod, el estratega jefe de Obama. “Creo que gobernará un poco a la derecha del centro”, pronostica Harold Ford, presidente del poderoso consejo de dirección demócrata.
EL INMENSO deseo de cambio y de aversión al riesgo que recorre el país, siguiendo la reflexión de John Dos Passos, establece un paradójico sentido de continuidad con las generaciones pasadas. Más pragmático que ideólogo, el senador de Illinois parece dispuesto a moderar la teoría cíclica según la cual la historia política se resume en periodos de activismo liberal seguidos por otros más prolongados de reacción conservadora. Las encuestas sitúan a Obama en el centro ideal del escenario, “ni demasiado liberal ni demasiado conservador”, y es obvio que los padres fundadores redactaron una Constitución para hacer del cambio “un proceso lento y deliberativo”.
EL INMENSO deseo de cambio y de aversión al riesgo que recorre el país, siguiendo la reflexión de John Dos Passos, establece un paradójico sentido de continuidad con las generaciones pasadas. Más pragmático que ideólogo, el senador de Illinois parece dispuesto a moderar la teoría cíclica según la cual la historia política se resume en periodos de activismo liberal seguidos por otros más prolongados de reacción conservadora. Las encuestas sitúan a Obama en el centro ideal del escenario, “ni demasiado liberal ni demasiado conservador”, y es obvio que los padres fundadores redactaron una Constitución para hacer del cambio “un proceso lento y deliberativo”.
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