8 ene 2010

Albert Camus

El incómodo Albert Camus/Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB
Publicado en LA VANGUARDIA, 07/01/10;
El 4 de enero de 1960, hoy hace exactamente cincuenta años y tres días, murió en accidente de automóvil el escritor Albert Camus. Joan de Sagarra explicó los detalles del accidente en su artículo del domingo pasado. Sólo tenía 47 años y su fama e influencia en la Europa de su tiempo habían llegado a ser más que considerables.
En parte ello era debido a que su tarea de pensador pudo llegar a públicos muy diversos al haberse proyectado en varios formatos: filosofía, teatro, narrativa y periodismo. Novelas como El extranjero y La peste, ensayos como El mito de Sísifo y El hombre rebelde, obras de teatro como Calígula, narraciones como El verano y Bodas, así como numerosos artículos periodísticos, son ya piezas clásicas del pensamiento y la literatura del siglo XX. Tener a mano su obra completa (publicada en francés por Gallimard en La Pléiadeyen castellano por Alianza) para leer y releer a Camus es siempre un asidero seguro para reflexionar con placer y provecho sobre la condición del hombre actual. La Academia Sueca le concedió el premio Nobel de Literatura en 1957.
No obstante, a partir de su muerte, la fama e influencia de Camus disminuyeron notoriamente. Las causas hay que encontrarlas, primero, en su ruptura con el grupo de Sartre y en su oposición a todos los totalitarismos, incluido el de la Unión Soviética. Pero, sobre todo, en segundo lugar, y pese a que había nacido y vivido en Argelia hasta edad adulta, en su oposición al nacionalismo argelino por sus discrepancias con los métodos terroristas de las fuerzas guerrilleras que dirigían la lucha contra el colonialismo francés y con la perspectiva de una Argelia independiente en la que sólo tuvieran cabida los árabes. Todo ello le fue aislando de la izquierda francesa, de la que había sido una de las figuras intelectuales más destacadas.
En los años siguientes a su muerte, ni el gauchismo tercermundista, ni las diversas corrientes del Mayo de 1968, ni los estructuralistas o los filósofos posmodernos reconocieron a Camus como maîtreà penser en el que inspirarse o reconocerse, pues nada les ligaba a él. Menos aún fue reivindicado por las corrientes conservadoras que lo han considerado siempre, como es natural, un hombre de izquierdas. Sólo a mitad de los años noventa, a raíz de la publicación de su inacabada novela autobiográfica El primer hombre,Camus volvió a la escena cultural francesa y europea, esperemos que para quedarse, ya que ciertos aspectos de su pensamiento – en especial, su actitud como intelectual-tienen plena vigencia y su literatura sigue resultando de una sobrecogedora belleza.
Con el fin de ambientarme para la redacción de este artículo he releído el discurso de aceptación del Nobel el 10 de diciembre de 1957 y la conferencia pronunciada en la Universidad de Uppsala cuatro días después, dos breves piezas del Camus tardío que revelan una actitud constante en su vida y obra: el necesario compromiso de todo escritor con la verdad, aquello que hace cincuenta años llamábamos autenticidad, hoy poco de moda.
Reproduciremos a continuación algunas frases significativas de ambos textos. Por ejemplo: “Crear hoy es crear peligrosamente. Toda publicación es un acto que expone a su autor a las pasiones de un siglo que no perdona nada”. Y añade: “No es sorprendente, pues, que todo lo válido que se ha creado en la Europa mercantilista de los siglos XIX y XX, en literatura, por ejemplo, se haya edificado contra la sociedad de su tiempo”. O: “El artista libre, como el hombre libre, no es el hombre cómodo”. Y concluye: “Cuando la tiranía moderna nos muestra que el artista es el enemigo público, tiene razón”.
Desde estas actitudes libres, a contracorriente y, por tanto, peligrosas para el poder, Camus determina la función del escritor: “Por definición, no puede ponerse al servicio de los que hacen historia; está al servicio de los que la sufren. (…) Dos compromisos del oficio de escritor: la negativa a mentir sobre lo que se sabe y la resistencia a la opresión (…) Las dos responsabilidades que constituyen la grandeza del escritor: el servicio a la verdad y a la libertad. (…) La verdad es misteriosa, huidiza y siempre está por conquistar. La libertad es peligrosa, tan apasionante como difícil de vivir. Nosotros debemos marchar resueltamente hacia estos dos objetivos”. Y añade: “Que la libertad se haya tornado peligrosa indica que está en camino de no dejarse prostituir”.
Finalmente, Camus destaca la independencia como elemento necesario en el compromiso del escritor. “La belleza, incluso hoy, sobre todo hoy, no puede ponerse al servicio de ningún partido; sólo está al servicio, a largo o breve plazo, del dolor y de la libertad de los hombres. El único artista comprometido es el francotirador que, sin rechazar el combate, se niega al menos a sumarse a los ejércitos regulares”.
Jean-Paul Sartre – otro olvidado al que deberíamos volver-escribió con gran nobleza en su necrológica publicada en el France Observateur de 7 de enero de 1960 – hoy hace exactamente 50 años-que Camus se inscribe en la gran tradición de escritores y pensadores franceses que han reafirmado, contra el maquiavelismo y el becerro de oro, la existencia del hecho moral. La peor infamia que podría hacérsele a Camus es, como pretende Sarkozy, enterrarle en el Panteón. Él, una oveja descarriada, tan libre y siempre tan alejada del rebaño.
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La verdad transparente de Camus/JOSÉ MARÍA RIDAO
El País, 2/01/2010
Albert Camus no dejó nunca de ser un escritor leído, pero sólo la publicación póstuma del manuscrito inacabado de El primer hombre, en 1994, derribó las últimas barreras que habían impedido considerarlo como lo que fue, uno de los más grandes del siglo XX. Las últimas barreras eran, en realidad, una sola: el anatema lanzado contra él por Sartre y su camarilla de Les temps modernes tras la publicación de El hombre rebelde, donde Camus cuestionaba el papel que la izquierda intelectual asignaba a la violencia revolucionaria. La sobrecogedora belleza de El primer hombre, la novela en la que trabajaba cuando, el 4 de enero de 1960, le sorprendió la muerte en un accidente de automóvil, no fue ajena a este cambio en la apreciación de la obra de Camus, pero seguramente no lo explica por sí sola. Porque la principal aportación de El primer hombre a la obra de un autor que ya había publicado novelas indiscutibles como El extranjero o La peste iba más allá de su excepcional mérito literario: mostraba lo que en vida Camus jamás mostró, huyendo del exhibicionismo al uso entre artistas e intelectuales de todas las épocas; mostraba la experiencia íntima desde la que había concebido la totalidad de sus libros y de sus posiciones políticas y morales.
Ante los asombrados lectores de El primer hombre aparecía desnudo por primera vez, sin las máscaras de la ficción o las deliberadas opacidades del ensayo, un mundo de fascinante belleza y, a la vez, de aterradora miseria, que no era otro que el mundo argelino en el que Albert Camus pasó su infancia y primera juventud. El escritor que recibiría el premio Nobel en 1957 y al que poco después darían la espalda quienes ingenuamente había considerado sus iguales, sin advertir desde una desarmante humildad que su calidad humana e intelectual era infinitamente superior a la de ellos, describe con la ternura de la que sólo son capaces quienes deciden celebrar la vida por encima de todas las adversidades a una madre vestida de negro y analfabeta, sin otra diversión cuando regresa de su trabajo de doméstica que contemplar en silencio la calle desde un balcón. Describe, además, al maestro que creyó en él y lo libró de abandonar la escuela para buscar un salario de huérfano que aliviara las imperiosas necesidades de una casa donde lo único que había eran elementales virtudes humanas, como respeto y amor. Describe, en fin, el momento en que visita por primera vez la remota tumba del padre, caído como poilu en la guerra del 14, y descubre con un estremecimiento de asombro que él, el hijo, es ahora mucho mayor que el padre cuando murió y cuya imagen casi adolescente apenas consigue recordar: sus sentimientos filiales quedan de pronto desplazados por un incontenible torrente de compasión hacia una vida joven truncada, y la historia se le aparece como un monstruo mitológico que sacrifica en la fatuidad de su fuego seres humildes y anónimos.
Era desde este mundo, desde esta experiencia íntima descrita en El primer hombre, desde donde Camus siempre había hablado. Las polémicas muchas veces maliciosas en torno a alguna de sus tomas de posición, como aquélla en la que, refiriéndose a Argelia, aseguró que entre la justicia y su madre, escogería a su madre, cesaron de inmediato. Y no porque se reconociese por fin que Camus no se equivocaba, sino porque, gracias a las páginas absorbentes, conmovedoras de El primer hombre, se descubría que el dilema era, en efecto, un dilema. La justicia a la que Camus se refería era, sin duda, la justicia; pero también la madre era la madre, no un recurso estilístico para subrayar el contraste entre los términos abstractos y concretos. La bruma de sospecha, e incluso de desprecio, que envolvía su obra desde el anatema lanzado contra ella por Sartre y su corte de Les temps modernes comenzó a disiparse. Camus podía no ser un intelectual con sólidas bases académicas, según le acusaron, pero tuvo razón frente a sus contradictores bien pertrechados de títulos y posiciones universitarias. Tuvo razón, por descontado, al condenar el abyecto papel que la izquierda intelectual asignaba a la violencia revolucionaria. Pero también al ser uno de los pocos escritores que, junto a Günther Anders y Karl Jaspers, condenó las bombas de Hiroshima y Nagasaki. O al negarse a establecer identidad alguna entre Alemania y el nazismo, interpretando el desenlace de la guerra como una victoria, no de unos países sobre otros, sino de los hombres y mujeres de cualquier nacionalidad comprometidos con la libertad sobre quienes abrazaron la causa del totalitarismo. O al defender desde la dirección de Combat la necesidad de que quienes dirigen o escriben en los periódicos arrostren con orgullo, incluso con soberbia, las consecuencias de su independencia frente al poder.
Hoy, a los 50 años de la muerte de Camus, las tornas han cambiado, y son sus contradictores en vida quienes han perdido el reconocimiento. No a causa de un anatema equivalente al que lanzaron contra el autor de El hombre rebelde, sino de la verdad transparente a la que siempre se mantuvo fiel Albert Camus.
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Camus, el argelino/LLUÍS BASSETS
El País, 11/05/2006;
Pasan cosas extrañas. Una de ellas la contó el lunes en Madrid Jean Daniel, el director de Le Nouvel Observateur, que fue amigo y camarada de oficio de Albert Camus. El presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, le descifró el significado de una sentencia famosa, la más famosa de todas, del Premio Nobel de Literatura de 1957: "Si tuviera que escoger entre la justicia y mi madre, escogería a mi madre". Para Buteflika, esta frase permite reconocer a Camus como un escritor argelino, una deducción difícil de entender. El presidente argelino trataba con su ocurrencia de convencer a Jean Daniel para que participara en el acontecimiento insólito de un congreso dedicado a Camus en la tierra que le vio nacer y que le expulsó física y sobre todo ideológicamente durante 50 años.
La controversia sobre esta frase polémica y un algo enigmática, pronunciada en un diálogo con los estudiantes de Upsala en 1957, empezó en aquel mismo momento. Eran los días del Nobel, la batalla de Argel se hallaba en su momento álgido y los jóvenes suecos se interesaron por su actitud ante el terrorismo del Frente de Liberación Nacional, el partido del que Buteflika era precisamente uno de los dirigentes. Camus sintetizó de forma lapidaria su pensamiento: nada diría que pudiera alentar a quienes ponían bombas y mataban a civiles en nombre de la causa, que se suponía justa, de la liberación nacional de Argelia. Desde la izquierda anticolonialista quedó marcada, para decirlo en lenguaje de la época, como la expresión del moralismo pequeñoburgués de un pied-noir (así se les llamaba a los argelinos de origen europeo).
En el coloquio argelino, celebrado hace quince días, no ha faltado la polémica sobre la frase célebre. Tampoco en la presentación de su obra completa en Madrid, con Jean Daniel, Fernando Savater y su hija Catherine Camus. Extrañas son las ideas de Buteflika, pero también extraña y a la vez alentadora es la pasión camusiana que ha prendido en Argelia, en tiempos de arabización e islamización intensas, poco propicias para su reivindicación como escritor argelino. Leo en Le Monde des Livres lo que dice Nourredine Saadi: "Nos pertenece porque dice cosas que nos gustan y nos ilustran sobre este país que es el nuestro". Karima Aït Dahmane: "Inmenso escritor mediterráneo, que forma parte de nuestro patrimonio cultural". O los organizadores del coloquio, que hablan de "redescubrimiento argelino", "reivindicación de su memoria" y "parte del patrimonio argelino".
El próximo año se cumplirá medio siglo de la concesión del premio, y ya hay argelinos que quieren festejarlo como el primer Nobel africano. Todo realmente muy extraño, y a la vez familiar. Como los argumentos del viejo rencor y del nuevo etnicismo que también florecen estos días. Leo en La Tribune de Argel frases en las que se le tacha de "autor francés colonial", y se denuncia a los organizadores del coloquio por "reformular la aproximación a la identidad nacional bajo el ángulo de un derecho de los pied-noirs a compartirla con nosotros" y "recusar las otras componentes históricas de nuestra identidad, el islam y lo árabe, mitificando nuestros orígenes bereberes y los aportes mediterráneos".
El congreso argelino se clausuró con la representación de Los justos, la pieza teatral sobre un grupo de socialrevolucionarios rusos de principios del siglo XX que atentan contra la vida de un príncipe imperial. El ejecutor del atentado espera a que su víctima esté sola, porque no quiere matar a inocentes. Y una vez cometido el crimen, rechaza la oportunidad de eludir la pena de muerte, porque sin expiación su acción se convertiría en un vulgar e inmoral asesinato sin sentido. De esta pieza teatral surge la matriz de la frase famosa, en boca del personaje femenino, Dora, interpretada por María Casares en su estreno en 1949: "El amor antes que la justicia".
La historia no cesa de darle la razón a Camus. En 1989, en su combate contra todos los totalitarismos. En 2001, contra toda forma de terrorismo. Y habrá que regresar algún día a su estrecha relación con la República Española y sus exilados, con los que quiso celebrar la concesión del Nobel y a quienes dirigió un texto célebre, Lo que yo debo a España, al que pertenecen estas frases: "La España del exilio me ha mostrado con frecuencia una gratitud desproporcionada. Los exilados españoles han combatido durante años y luego han aceptado con coraje el dolor interminable del exilio. Yo sólo he escrito que ellos tenían razón. Y sólo por eso he recibido durante años, y todavía esta tarde en las miradas que encuentro, la fiel y leal amistad española, que me ha ayudado a vivir. Esta amistad, aunque sea inmerecida, es el orgullo de mi vida".
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Albert Camus/JOAN DE SAGARRA

La Vanaguardia, 3/01/2010
A pesar de recibir el premio Nobel de Literatura, Albert Camus siempre dudó de su talento
Tal día como hoy, un domingo 3 de enero de 1960, Albert Camus se dispone a regresar a París tras pasar las Navidades con su familia en la finca de Lourmarin, en la Provenza. Su esposa, Francine, y sus dos hijos, Catherine y Jean, lo hicieron ayer en tren. En un principio, Camus tenía previsto acompañarles, pero a última hora decide viajar en coche con los Gallimard: Michel Gallimard, su editor y amigo, su mujer, Jeanine, y su hija Anouchka. Michel Gallimard es un loco de los coches y se acaba de comprar un Facel Vega 3B, un modelo provisto de un motor Chrysler de 253 caballos. A Camus no le entusiasman los coches y menos aún correr, pero acepta viajar con su amigo, el cual le propone pasar la noche en Thoissey (a 16 kilómetros deMâcon), en el Chapon Fin, en cuyo restaurante se come muy bien y donde la patrona, la señora Paul Blanc, tiene prevista una pequeña fiesta para celebrar el cumpleaños de Anouchka, 18 añitos. ...

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