8 dic 2010

MMH orquestó el fraude en 88

De la Madrid orquestó el fraude del 88Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano
Proceso # 1779, 5 de diciembre de 2010;
En Sobre mis pasos, libro de inminente aparición publicado por Aguilar, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano revela “cómo se robó a los mexicanos y al país la elección federal de 1988”, en la que él fue candidato a la presidencia por el Frente Democrático Nacional. Responsabiliza de ello al entonces presidente Miguel de la Madrid y a su secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, y ofrece nuevos elementos en refuerzo de su acusación. También aporta un dato tan sorprendente como inédito: según versiones a las que tuvo acceso, el avionazo en que perdió la vida el exdirigente nacional del PRI Carlos A. Madrazo fue provocado; el autor: Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz. Con la autorización del autor y del sello editorial ofrecemos algunos pasajes del volumen.
 La elección

Wikileaks

WikiLeaks sobre México: Duras confirmaciones J. Jesús Esquivel
Proceso 1779, 5 de diciembre de 2010;
Los cables diplomáticos, clasificados como “secretos”, entre la embajada de Estados Unidos en México y el Departamento de Estado –que dio a conocer el medio electrónico WikiLeaks– no revelan hechos nuevos, pero sí confirman, con detalles y desde las entrañas del gobierno estadunidense, lo que fuentes diplomáticas y oficiales habían informado a Proceso: la preocupación del gobierno de Barack Obama por la descoordinación de autoridades en México, la incondicional apertura del gobierno calderonista a las actividades de las agencias de espionaje y la inseguridad que cunde en el propio gobierno. 

WASHINGTON.- En la reciente revelación del contenido de ocho despachos diplomáticos de Estados Unidos sobre México clasificados como “secretos”, el gobierno de Barack Obama cataloga al de Felipe Calderón como inseguro, dependiente de Washington, plagado de sospechas y problemas de corrupción. En cuanto al mando militar en la lucha contra el narcotráfico, lo califica como reacio a tomar riesgos e interesado en suspender las garantías individuales de los mexicanos para actuar con mayor impunidad en materia de derechos humanos.
Los despachos diplomáticos sobre México –seis de los cuales fueron emitidos por la embajada estadunidense– confirman en gran parte información ya publicada por varios medios nacionales de comunicación, entre ellos Proceso, sobre la influencia y autoridad que ejerce el gobierno estadunidense en la lucha militarizada de Calderón contra el narcotráfico.
El medio electrónico WikiLeaks, que consiguió sin autorización del Departamento de Estado más de 250 mil documentos clasificados sobre la actuación de la diplomacia estadunidense en varias naciones, entregó ese material a cinco publicaciones internacionales. Una de éstas es el diario español El País, que el viernes 3 publicó seis de un paquete de ocho despachos sobre México que se difundió inicialmente, los cuales muestran a Calderón acusando ante Washington al presidente venezolano Hugo Chávez por supuestas intromisiones en la política nacional y latinoamericana.
El documento número 246329, fechado el 29 de enero de este año y clasificado como “secreto”, consta de 11 páginas que envió al Departamento de Estado John Feeley, el funcionario número dos en la embajada de Estados Unidos en México:
“La incapacidad del gobierno de México para detener el creciente número de homicidios relacionados con el narcotráfico en lugares como Ciudad Juárez y otros puntos (del país), que a nivel nacional alcanzaron la cifra de 7 mil 700 en 2009, se convirtió en la principal debilidad política de Calderón, cuando el público mexicano está más preocupado por la seguridad ciudadana”, sostiene Feeley en el reporte que mandó a Washington en vísperas de la reunión del Grupo de Trabajo Bilateral en materia de Defensa (DBWG, por sus siglas en inglés).
El despacho pone énfasis en las fallas que observa en la lucha militarizada de Calderón contra el narcotráfico: 
“Las instituciones mexicanas de seguridad están frecuentemente atoradas en una competencia que las lleva a un callejón sin salida, en la cual el éxito de una agencia es visto como el fracaso de otra. La información está celosamente resguardada y es raro escuchar sobre la realización de operaciones conjuntas. La corrupción oficial está muy extendida, lo que provoca la creación de un cerco compartimentado entre líderes y subalternos limpios (de corrupción) en las agencias gubernamentales.” 
Esta conclusión coincide con las opiniones de expertos que recogió Proceso en su edición 1655, del 20 de julio de 2008.
El contenido en los primeros despachos que se dieron a conocer como parte de un archivo de más de 2 mil 600 documentos sobre México de los que se apoderó WikiLeaks ilustran la visión que tiene Washington de la participación del Ejército Mexicano en la guerra contra el crimen organizado. 
Por ejemplo, se habla de la “tensión considerable” entre las secretarías de la Defensa Nacional (Sedena) y de la Marina (Semar):
“Aparte de la percepción de su fracaso en Ciudad Juárez, a la Sedena se le percibe como una institución lenta y reticente al riesgo, aun cuando debería tener éxito en la captura de jefes del narcotráfico. El riesgo que existe es que entre más criticada sea la Sedena, ésta será más adversa a asumir riesgos. El reto que enfrentan ustedes en el DBWG es convencerlos de que la modernización, y no el retiro, es la clave para seguir avanzando, y que la transparencia y rendición de cuentas son fundamentales para la modernización”, remata el punto siete del cable de Feeley, que por cierto corrobora el contenido del reportaje titulado Estrategia fallida, publicado en este semanario en su edición 1693, del 12 de abril de 2009. 
Otro documento “secreto” que envió la embajada de Estados Unidos en México al Departamento de Estado el 28 de febrero de 2009 (el 231890) revela la desesperación del general Guillermo Galván Galván ante las críticas y las propias fallas del Ejército en la lucha contra la delincuencia organizada:
“Galván, el secretario de la Defensa, abordó recientemente la posibilidad de invocar al artículo 29 de la Constitución para declarar estado de excepción en ciertas áreas del país, con el objetivo de proveer bases legales más sólidas para el papel de los militares en la lucha antinarcóticos”, se informa en ese despacho, elaborado también por Feeley. 
El texto destaca que, contrario a la posición del titular de la Sedena, el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, aclaró a los diplomáticos estadunidenses que se correrían riesgos políticos al implantar el estado de excepción, aun en áreas como Ciudad Juárez. Según el documento, Gómez Mont reconoció que el tema se discutió en el gabinete.
Tal como Proceso ha mostrado en su amplia cobertura sobre los problemas que genera el uso de las Fuerzas Armadas en el combate al narcotráfico durante este sexenio (edición 1728, del 13 de diciembre de 2009), el citado despacho identifica la intención que Galván Galván persigue con su iniciativa de aplicar el estado de excepción y suspender las garantías individuales:
“Los puntos de vista de Galván son un reflejo de los deseos militares de contar con protección legal en materia de derechos humanos y otros asuntos, más que cualquier inminente reto legal o político al actual papel del Ejército en la lucha antinarcóticos. Claramente Calderón busca nuevas herramientas con las cuales responder a los crecientes niveles de violencia en lugares como Ciudad Juárez; pero cualquier beneficio que obtenga con el uso del artículo 29 y la declaración del estado de excepción sería socavado por los altos costos políticos de dicha acción”, subraya Feeley en su misiva a sus jefes en Washington.

Invitados a espiar

En esos documentos secretos del gobierno estadunidense es recurrente la percepción de que la inseguridad en México es síntoma de un Estado fallido, en el cual los cárteles del narcotráfico controlan partes del territorio. 
A finales de marzo de 2009, Dennis Blair –en ese momento el director nacional de Inteligencia de Obama y a quien, según los documentos revelados, Galván le confió su deseo de aplicar el estado de excepción– declaró en el Capitolio que México era un Estado fallido. 
Esta caracterización provocó la furia del gobierno de Calderón, que se quejó y logró que el coordinador de las agencias del espionaje estadunidense se desdijera. No obstante, el cable 228419, clasificado como “confidencial” y fechado el 5 de octubre de 2009, muestra cómo hasta en el seno del gobierno mexicano se percibe que los capos de la droga son amos y señores de algunas regiones del país. Aspecto que también ha sido ampliamente fundamentado por Proceso desde las ediciones 1686, del 22 de febrero de 2009, a la 1773, del 24 de octubre del presente año.
Este despacho diplomático resume las conversaciones entre funcionarios mexicanos y estadunidenses la noche anterior (4 de octubre) durante la cena que ofreció la Procuraduría General de la República (PGR) en honor de funcionarios del Departamento de Justicia de Estados Unidos. 
Destacan los comentarios del entonces subsecretario de Gobernación, Gerónimo Gutiérrez Fernández, quien planteó la necesidad de acelerar la entrega de equipo militar y tecnológico estadunidense a las Fuerzas Armadas mexicanas dentro de la Iniciativa Mérida: 
“Él (Gutiérrez Fernández) lamentó el debilitante temor que cunde en gran parte de la sociedad mexicana actual, donde hasta la gente de Yucatán, ‘con niveles de seguridad europeos’, temen a la inestabilidad que hay en ciudades poco distantes. Expresó una preocupación genuina de ‘perder’ ciertas regiones. Esto daña a la reputación internacional de México, afecta las inversiones extranjeras y provoca una sensación de impotencia gubernamental, dijo Gutiérrez.”
La fluida comunicación secreta entre la embajada de Estados Unidos en México y el Departamento de Estado, obtenida por WikiLeaks, confirma que, como consecuencia de las incapacidades y limitaciones de la estrategia calderonista contra el narcotráfico, se le abrió la puerta al espionaje estadunidense (sobre todo del Pentágono), que ahora opera con plena libertad desde la capital mexicana. 
Por mencionar sólo ediciones recientes, en Proceso 1738, 1742 y 1776 (todas de 2010) se da cuenta de cómo las Fuerzas Armadas, la PGR y la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), bajo la tutela del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), reciben órdenes de los sistemas de inteligencia que Washington en la Oficina Binacional de Inteligencia (OBI), o como la llama con diplomacia la Secretaría de Relaciones Exteriores: Oficina Binacional de Seguimiento (OBS), localizada en Paseo de la Reforma 265, Distrito Federal.

El Ejército, reacio

En el despacho secreto 246329, la embajada estadunidense insiste en la presencia de los sistemas de inteligencia de su país en México como parte de la estrategia bilateral contra el narcotráfico, y destaca el caso de las oficinas satélite que tiene la OBI (u OBS) en Ciudad Juárez y Tijuana, cuya existencia fue reportada en la edición 1776 de este semanario, el 14 de noviembre pasado, pero que la Secretaría de Relaciones Exteriores intentó negar en una carta (Proceso 1777).
“Las misiones conjuntas de evaluación (de información de inteligencia), una a Tijuana y San Diego, y otra a Ciudad Juárez y El Paso, fueron designadas para que guiaran y ampliaran nuestros esfuerzos bilaterales por abordar una debilidad potencial: el disfuncional y bajo nivel de colaboración entre el Ejército Mexicano y las autoridades civiles a lo largo de la frontera”, dice el documento.
La evidencia más clara de la intervención de los sistemas de inteligencia en el gobierno de Calderón está en el documento “secreto” 240473, enviado a Washington el 17 de diciembre de 2009.
“Las fuerzas de la Marina mexicana, respondiendo a información proporcionada por Estados Unidos, mataron a Arturo Beltrán Leyva en una operación realizada el 16 de diciembre, la eliminación de mayor nivel de una figura de los cárteles bajo la administración de Calderón”, indica el cable.
Como informó este semanario en dos reportajes (en sus ediciones 1729, del 20 de diciembre de 2009, y 1730, del día 27), la cacería de Beltrán Leyva se logró después de que agencias del espionaje estadunidense ubicaran al capo y la Sedena se mantuvo al margen por motivos desconocidos, lo que llevó a la Semar a tomar el papel protagónico en la operación. 
Esto también es corroborado en el citado cable: “Oficiales de varias agencias en la embajada (estadunidense) dicen que la operación del arresto contra Arturo Beltrán Leyva comenzó una semana antes de su muerte, cuando la embajada proporcionó a la Semar información detallada sobre su ubicación”.
Después viene la observación: “La Semar está bien entrenada, bien equipada y ha demostrado tener capacidad de responder con rapidez a la información de inteligencia. Su éxito coloca a la Sedena en una situación difícil para explicar por qué ha sido reticente a actuar sobre la buena información de inteligencia y a llevar a cabo operaciones contra objetivos de alto nivel”. 
Sigue el documento: “El sistema interagencial de Estados Unidos originalmente le proporcionó la información (sobre la ubicación de Beltrán Leyva) a la Sedena, cuya negativa a actuar con celeridad refleja una aversión a tomar riesgos que le cuestan a la institución una victoria importante en la lucha antinarcóticos”.

Nuevo nivel de violencia

El despacho 238295, del 4 de diciembre de 2009 y clasificado como “secreto y para no ser compartido con los gobiernos de otros países”, fue enviado desde Washington a su embajada en México. En él, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, les pide a sus diplomáticos que hagan un perfil de Calderón para conocer los efectos que le han causado la situación de inseguridad, las constantes críticas y los desaciertos de su lucha contra el narcotráfico:
“Estamos interesados en revisar nuestra evaluación sobre el presidente Calderón para informar mejor a nuestros legisladores sobre su estilo de liderazgo. Algunas referencias han indicado que Calderón y miembros de su gobierno están bajo un gran nivel de estrés debido a la guerra contra las drogas, el colapso económico y la derrota de su partido en las elecciones intermedias. 
“Este estrés está afectando su personalidad y estilo de conducción, y queremos saber cómo ese estilo afecta el funcionamiento del gobierno; especialmente a luz de los cambios recientes en su gabinete”, escribió Clinton en su cable para la embajada estadunidense, que debía responder nueve preguntas.
Los últimos dos cables –del primer paquete de ocho que hasta el cierre de esta edición se habían dado a conocer sobre la visión secreta de Estados Unidos sobre la situación de México– abordan temas multilaterales. El número 231175, clasificado como secreto y remitido de la embajada a Washington, da cuenta de la reunión que Calderón sostuvo con Blair el 19 de octubre del año pasado. 
Según este despacho, fechado el 23 de octubre, Blair le preguntó a Calderón su opinión sobre acontecimientos políticos en Latinoamérica. Entonces, “Calderón enfatizó que el presidente venezolano Hugo Chávez está activo en todos lados, incluyendo a México. Calderón se extendió en sus respuestas y subrayó que él cree que Chávez financió a la oposición del PRD durante la campaña presidencial de hace cuatro años”.
El séptimo despacho secreto difundido por WikiLeaks (el 0571923, del 26 de febrero de 2010) describe el fracaso del gobierno de Calderón como anfitrión y presidente del Grupo de Río, que acababa de celebrar una reunión cumbre en Cancún, el 22 y 23 de febrero: “Fracasó dramáticamente el ambicioso plan de México de utilizar su última presidencia del Grupo de Río en la Cumbre de Cancún para crear un foro nuevo y más funcional sobre la cooperación regional”, considera el autor del despacho.
El viernes 3, WikiLeaks difundió en su sitio en internet otro cable clasificado sobre la narcoviolencia en México, asimismo clasificado como “secreto y para no ser compartido con ningún gobierno extranjero”. El documento (con la clave 09MEXICO193) describe un nuevo nivel de violencia relacionada con el tráfico de estupefacientes:
“Mientras que el número de muertes llegó ya a niveles perturbadores y no hay señales de que disminuirá pronto, nosotros continuamos evaluando información o evidencia que sugiera que los cárteles han decidido llevar a cabo ataques masivos de civiles, o sistemáticamente ataques a funcionarios o instituciones del gobierno de México o de Estados Unidos”, indica el cable diplomático, fechado el 23 de enero de 2009 y elaborado por Charles V. Barclay, ministro de Asuntos Políticos de la embajada estadunidense.

Proceso-Televisa

¿Qué diría Monsiváis?/Elena Poniatowska Amor
Revista Proceso 5 de diciembe de 2010;
Para hacer un comentario al mes, de un minuto 15 segundos, en El Noticiero de Televisa que conduce Joaquín López Dóriga nos invitó Javier Aranda, coordinador editorial de noticieros y colaborador de La Jornada.
Carlos Monsiváis y Carlos Montemayor colaboraron en Televisa desde 2000 hasta su muerte. León García Soler, director de La Jornada de Morelos; el ecologista y columnista de La Jornada, doctor Iván Restrepo; Jorge Islas, abogado general de la UNAM durante la rectoría de Juan Ramón de la Fuente; el científico René Drucker; Gabriel Guerra Castellanos, crítico de la política internacional mexicana, hijo de Rosario Castellanos, y yo (que entré a El Noticiero que conduce Joaquín en 2002).
Nunca sufrimos la menor censura y tocamos temas muy duros: la Minera San Javier, el EPR, Lucio Cabañas, el aborto, la pederastia, el derrumbe del aparato político mexicano, la decadencia de la Iglesia, la corrupción a todos los niveles, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el narcotráfico, Fox y La Barbie descontinuada llamada Martita, la irresponsabilidad médica, el maltrato a los enfermos, la baja escolaridad, el Ejército, la falta de empleo y otros más.
El 10 de marzo de 2001, Julio Scherer García entrevistó al subcomandante Marcos en Televisa y este diálogo creó una gran expectativa de reconciliación. 
Ser periodista en México es tan peligroso como serlo en Afganistán o en Medio Oriente. Durante el gobierno de Felipe Calderón han sido asesinados 22 periodistas, ocho en represalia directa por la cobertura de actividades criminales o hechos de corrupción, según David Carrizales corresponsal de La Jornada en Monterrey.
Entrar como reportero a la lucha contra el narcotráfico es entrar a una zona minada y jugarse la vida. Una gran parte de las portadas de la revista Proceso de los últimos tres años dan cuenta de la guerra contra los que se dedican al crimen de la repartición de la droga. Si Proceso se enfoca principalmente en este tema es porque ES lo medular, lo esencial de la política doméstica de nuestro país. Los reporteros son perseguidos y han sido secuestrados y ejecutados fundamentalmente en el norte de México, donde también se asesina a muchachos que se reúnen a bailar, como en Torreón.
 Una acusación del presunto delincuente y testigo protegido Sergio Villarreal Barragán, alias El Grande, y filtrada a la prensa atañe al reportero Ricardo Ravelo y desata una campaña de Televisa contra Proceso. Según  la acusación, Ravelo recibió 50 mil dólares por callarse y además tenía contacto con otros delincuentes.
Las autoridades tendrían que probar esta declaración que Televisa ha aprovechado para atizar su postura contraria a Proceso y enfocar todas sus baterías contra un medio de comunicación con el que no coincide. Lo grave es decir que el culpable es el medio. Víctor Flores Olea, una de las grandes figuras de las ciencias sociales en México como afirma Julio Boltvinik, declara a La Jornada el viernes 3 “que es lamentable que existan pugnas entre medios de difusión importantes, pero también es importante que se denuncien los casos cuando no existen pruebas reales”.
Ante esta situación dramática, basada en declaraciones que no se han comprobado, quiero hacer patente mi solidaridad con la revista Proceso y con su reportero Ricardo Ravelo y me pregunto qué habría dicho nuestro indispensable Carlos Monsiváis que en estos días hace más falta que nunca.  l

Guillermo Ocaña

Lavador” de Héctor Beltrán Leyva Jenaro Villamil
Revista Proceso,  5 de diciembre de 2010;

El pasado 18 de junio, dos meses después de que la Policía Federal capturó a Guillermo Ocaña Pradal, mejor conocido como Memo Ocaña, la Procuraduría General de la República dio a conocer la noticia.
Ocaña es identificado por la PGR como uno de los “principales eslabones” del cártel de los Beltrán Leyva (en particular de Héctor, a quien lo une una amistad que data de principios de los noventa) con el mundo de la farándula, especialmente con actores y cantantes vinculados con Televisa.
Ocaña Pradal –quien fue conductor del programa de televisión De boca en boca, representante del cantante Ricardo Montaner y manager de diversos actores, actrices y cantantes del consorcio televisivo– se vinculó desde los noventa con Clara Elena Laborín Archuleta, esposa de Héctor Beltrán Leyva, El H. Tal era la cercanía que varios melodramas de Televisa se grabaron en inmuebles cuyo propietario era Héctor Beltrán.
Uno de esos inmuebles es el de la calle Aureliano Rivera número 17, en San Ángel Inn, en el sur de la Ciudad de México. Ahí fue donde, en enero de 2008, fueron detenidos 11 sicarios del cártel liderado por los Beltrán Leyva y se les decomisó un arsenal. Por intermediación de Ocaña, en esa casa se grabó la telenovela Cadenas de amargura, en 1991. El productor fue Carlos Sotomayor y la protagonizaron Daniela Castro, Diana Bracho y Raúl Araiza.
Otra de las propiedades es la de Farallón 304, en la colonia Jardines del Pedregal, donde residió Ever Villafañe Martínez, vinculado con los Beltrán Leyva. En esa casona se grabó la telenovela Rubí en 2009, producida por José Alberto Castro y protagonizada por Bárbara Mori.
Memo Ocaña –dueño también de la empresa Rotceh, dedicada a la promoción de eventos y espectáculos, así como representante de cantantes y actrices– contactó a la esposa del H en 1997 para promover a grupos musicales, como Tequila Cuatro, y para lanzar una revista juvenil llamada Jeans… y para “lavar dinero” en el mundo de la farándula, según las autoridades ministeriales.
Ocaña incluso estuvo preso en el Reclusorio Oriente de diciembre de 2005 a marzo de 2006 precisamente por ese delito. Aun así era conocido en ese ámbito. En Guerrero y Morelos, periódicos y revistas de espectáculos publicaron crónicas sobre las fiestas de cumpleaños que organizaba, así como el desfile de las “estrellas” invitadas.
La revista de la ciudad de Morelos Gente Bien, por ejemplo, informó el 18 de julio de 2008 que: “el empresario Guillermo Ocaña celebró su cumpleaños en el paradisiaco puerto de Acapulco, a donde acudieron sus amigos más cercanos, encabezando la lista la bella Verónica Castro con su hijo Michel; Silvia Pinal, Jacqueline Andere, el empresario Gerardo Salgado, la abogada Monserrat Rivera en compañía de su novio Jesús Cervantes, Lilia Abarca, Luis Alfonso Rodríguez, Chantal Andere con su novio Enrique Rivero Lake, Mónica Marbán, el periodista de sociales Mario de la Reguera y Alfredo Palacios, amigo entrañable del festejado, entre otros”.
Un año después, el 12 de julio de 2009, Ocaña organizó otra fiesta, a la que acudieron celebridades como María Victoria, el compositor y arreglista Jesús Monárrez y el actor cubano William Levy, quien por esas fechas grababa la telenovela Sortilegio.
El 18 de junio último el periódico Reforma publicó una nota sobre la fiesta que organizó Ocaña en el hotel Hyatt de Acapulco donde se congregaron más de 600 personas. El convivio, realizado en 1999, fue para la presentación de un spa, propiedad de la esposa de Beltrán Leyva, y para recaudar fondos para el combate al VIH-sida.
Reforma citó parte del expediente sobre Ocaña Pradal y retomó fragmentos de la declaración de Lucía Guillén, dueña de una agencia de relaciones públicas, a la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) en las que alude a ese convivio:
“Al finalizar se realizó un espectáculo a cargo de la hija de Lola Beltrán. Las personas que recuerdo acudieron al evento, por invitación mía, por la de Guillermo Ocaña y de Clara (Laborín Archuleta, esposa de Héctor Beltrán), eran Eugenio Derbez, Sara Bustani, Karla Alemán y su esposo; el diseñador Héctor Terrones, me parece que el presidente municipal Manuel Añorve, entre otras personas.
“Estaban la baronesa de Portanova y su marido; acudió el que era embajador de Francia, Bruno Delaye; los propietarios del hotel, los señores Saba; la señorita Lolita Ayala, la juez Margarita Sotomayor; el presidente del patronato Acasida, el señor Esteban, medios de comunicación, en total eran 650 gentes… ha sido uno de los eventos más grandes a los que he asistido en mi vida.”

Pista criminal en España

Según la PGR, Ocaña viajó a España en 2002 para montar la empresa de espectáculos Time Productions SL y que, entre otros negocios, fue designado apoderado en México de Cartera Terraco, firma que tiene inversiones en el ramo hotelero y en el ecoturismo en Palma de Mallorca y en la Riviera Maya.
La DEA y el Cuerpo Nacional de la Policía de España rastrearon las cuentas bancarias y las líneas telefónicas de Ocaña a raíz del ingreso de más de 78 millones de euros en efectivo. Las autoridades detectaron que él era “el encargado de canalizar las gestiones para intentar recuperar dinero asegurado”, en especial 5.5 millones de euros decomisados en 2005 en el aeropuerto del Prat, en Barcelona, a raíz de la llamada Operación Tacos.
Según el expediente citado por Reforma, Ocaña se entregó en junio de 2005 a la justicia española y fue absuelto. En diciembre de ese año acudió voluntariamente a la PGR, donde estuvo arraigado 90 días.
Dos meses antes de su detención, el 17 de abril, su socia Clara Elena Laborín, quien había sido secuestrada por un comando días antes en Hermosillo, Sonora, fue liberada. Sus captores la arrojaron desde un automóvil en una calle de la capital sonorense con un mensaje para El H:
“Aquí está tu esposa, por la que te negaste a responder, te la entrego sana y salva para que veas y aprendas que para nosotros la familia es sagrada”; “Nosotros no matamos mujeres ni niños, únicamente vamos por El Hache y El Dos Mil, así como por varios policías”.
El 6 de septiembre último, Roberto Zamarripa, subdirector editorial de Reforma, tituló su columna Mimetización y escribió: “La narcocultura ronda los estudios de TV, seduce a famosos, enreda a bellezas. Mansiones rentadas para filmar telenovelas resultaron madrigueras criminales (en San Ángel Inn, donde se grabó Cadenas de amargura, o en el Pedregal, donde se grabó Rubí). Guillermo Ocaña, (que está) preso por ser lavadólares de los Beltrán, era conductor televisivo y manager de artistas”.
Ese mismo día El Noticiero, que conduce Joaquín López Dóriga, inició una campaña de linchamiento contra el Grupo Editorial Reforma, bajo el título de Violencia y sexo, bomba de tiempo.

El “JJ”, Cusaem y otros artistas

A raíz del atentado del 25 de enero de 2010 contra el futbolista Salvador Cabañas en el Bar-Bar, Televisa emprendió una campaña contra el establecimiento, cuyo dueño, Simón Charaf, y su gerente Charly fueron enjuiciados en los noticiarios de la empresa; se les señaló de ser corresponsables del ataque.
El consorcio ocultó convenientemente que a ese “oscuro antro” acudían actores, cantantes y hasta el propio Emilio Azcárraga Jean, socio de Charaf en la empresa Imagen y Talento.
El caso Cabañas abrió otro abultado expediente sobre las relaciones entre el cártel de los Beltrán Leyva, su lugarteniente Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, y personajes de la farándula. El agresor de Cabañas, José Jorge Balderas Garza, alias El JJ o Batman, tenía amistad con varios actores de Televisa. Silvia Irabién, La Chiva, declaró que el JJ era padre de su hija.
El JJ había acudido al Bar-Bar la noche del 25 de enero escoltado por tres elementos de los Cuerpos de Seguridad Auxiliar del Estado de México (Cusaem), organismo denunciado por el PRD y el PAN como una de las “cajas chicas” del gobierno de Enrique Peña Nieto.
El escándalo provocó la destitución de Ciro Mendoza Becerril, quien estuvo al frente del Cusaem de abril de 2008 a marzo de 2010. El cargo lo ocupa desde entonces Orlando Seguel, exjefe de la ayudantía del gobernador mexiquense. l

7 dic 2010

Vargas Llosa al recibir el Nobel


Mario Vargas Llosa: Elegio de la lectura y la ficción,
Estocolmo, 7 de diciembre de 2010,
Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.
Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.
La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.
Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.
En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china. De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.
De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.
Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman "las raíces", mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.
Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra. Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de "todas las sangres". No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!
La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.
Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.
De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal. 
Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.
Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.
No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del "otro", siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.
El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban "el pie ajeno" –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.
El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: "Mario, para lo único que tú sirves es para escribir".
Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.
Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. "Escribir es una manera de vivir", dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.
Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas.
La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó). La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.
Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.
Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.
De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.
Estocolmo, 7 de diciembre de 2010

Cae : Manuel Roberto Farías, Vicealmirante por huachicol fiscal

Cae  :  Manuel Roberto Farías,  Vicealmirante por huachicol fiscal En lo que constituye el golpe más importante de las administraciones more...