8 may 2016

El fracaso del amor/Gustavo Martín Garzo

 El fracaso del amor/Gustavo Martín Garzo
 El País, Sábado, 07/May/2016
“La complejidad de las cosas, las cosas dentro de las cosas, es sencillamente inagotable”, afirma Alice Munro. Julieta, la última película de Almodóvar, está basada libremente en tres relatos de la autora canadiense. Con los relatos de esta autora nunca puedes estar seguro de lo que estás leyendo y esto pasa con la Julieta de Almodóvar que cuanto más avanza la película más nos desconcierta lo que se nos cuenta. Julieta tiene una estructura abierta, está hecha de fragmentos, de historias que nunca se explican del todo. No hay forma de conocer a nadie, de explicar la conducta de los demás, ni siquiera la de los seres más cercanos y queridos, se nos dice en esta película tan bella como llena de dolor.
 Justo al comienzo de la película hay una escena en un tren. Julieta y el joven del que se va a enamorar, ven un ciervo desde la ventanilla del vagón restaurante. Acaban de conocerse y surge enseguida una atracción entre ellos. Y, mientras hablan, ven en el exterior a un ciervo macho que corre hacia el tren arrebatado por una fuerza inexplicable. Y Julieta ve en ese ciervo la imagen del deseo que ellos mismos están sintiendo el uno por el otro.
Poco antes de este momento ha sucedido en ese mismo tren algo que tendrá una influencia decisiva en su vida. Julieta está leyendo un libro cuando un hombre que podría ser su padre entra en el compartimento, se acomoda enfrente y le dice que se siente afortunado de haberla encontrado, ya que así el viaje será más agradable para los dos. El hombre tiene un aspecto extraño e insomne, y Julieta ve en su insistencia una amenaza. De forma que, como habría hecho cualquier mujer joven, se levanta y abandona el compartimento con su libro. Poco después, el tren se detiene en una estación. Reanuda pronto su marcha cuando algo le hace detenerse bruscamente. Ha chocado con algo y los pasajeros hacen cábalas sobre qué puede ser. Y Julieta piensa en el ciervo que acaban de ver. Mas al regresar a su compartimento y ver que el hombre no está, algo le dice que es él quien se ha arrojado a las vías. No tarda en comprobar que esas sospechas son ciertas, lo que la sume en la culpa, ya tal vez le habría bastado con prestarle atención para que aquello se hubiera evitado.
Este acontecimiento desgraciado marcará fatalmente a Julieta cuya vida se irá convirtiendo con el paso del tiempo en una sucesión de dolorosas pérdidas: la del hombre que ama, la de su madre, la de su propia hija, que se apartará de su lado al crecer sin darle explicación alguna. La culpa se extiende por la historia como un virus que todo lo contamina. Pero Julieta no es culpable de nada. Almodóvar lo ha dicho en una reciente entrevista: su película habla del fracaso de alguien que no ha hecho nada para merecerlo. Julieta es una película oscura y luminosa a la vez. Habla de cosas terribles y sin embargo nunca la puesta en escena había sido en el cine de Almodóvar tan despojada y desnuda, ni sus imágenes habían transmitido tanta fragilidad y dolor. La película iba a titularse Silencio, y todo en ella parece detenido, quieto, sumido en una inasible belleza (a lo que contribuye la interpretación de sus dos actrices principales: Emma Suárez y Adriana Ugarte, cuyas presencias recuerdan las de esas Madonnas renacentistas que cargan sobre su corazón el peso del mundo.). “Sé fiel a la historia, porque cuando es así es el silencio el que habla”, puede leerse en La página en blanco, uno de los últimos relatos de Isak Dinesen. Es una reflexión sobre el papel del narrador. Cuando la historia es traicionada el silencio solo es vacío, pero si no lo es, “¿dónde leeremos una historia más profunda que en la página mejor impresa del libro más valioso? En la página en blanco”, se contesta la escritora danesa haciendo del silencio la sustancia última de todo relato. Y en Julieta se callan muchas cosas. De ahí su aparente frialdad, su misteriosa belleza, ya que el silencio es el alma de lo bello. “Una fruta que se mira sin extender la mano, una desgracia que se acepta sin retroceder”, así definió Simone Weil la belleza. Julieta es un melodrama sin lágrimas. No puede haberlas pues las lágrimas pertenecen al reino del amor. Remiten a la infancia y, en cierta forma, implican la pervivencia de la magia en el corazón del que llora. Eso pasa con las lágrimas, que pensamos que a través suyo es posible recuperar lo perdido. Es así incluso cuando lloramos la muerte de alguien, como si las lágrimas que se vierten tuvieran el poder de traerle de vuelta. Pero ¿qué sucede cuando aceptamos lo inevitable de la pérdida? Entonces no se puede llorar.
Julieta habla de ese lugar donde ya no quedan lágrimas, de todo lo que perdemos al vivir. Habla de lo doloroso que es ver cómo se separan los seres que se aman, incluso los que han vivido más cerca, los que han tenido unos vínculos más hondos. Porque la pregunta de la película no es solo por qué su hija abandona a Julieta, sino por qué esta también, en cierta forma, ha abandonado a su propia madre. Es decir, por qué las personas que se quieren se abandonan unas a otras y aquellos que todo lo hacían juntos se transforman de pronto en dos completos extraños y dejan de necesitarse. Y por qué hasta la memoria de la culpa puede morir. Ya que la culpa, con su toxicidad, implica al menos la pervivencia de un vínculo y nos mantiene unidos a los demás. Pero ¿qué pasa cuando hasta la culpa desaparece y no queda nada? La culpa es el último asidero del amor, ya que puede transformarse en deuda y las deudas se pueden y deben pagar.
 Pero no es la culpa el centro de esta película. Julieta habla de algo más perturbador aún. Habla de cómo el amor nos engaña. Habla del fracaso del amor, que siempre anda prometiendo lo que no puede cumplir. Porque el amor nos hace creer que todo está unido, vivos y muertos, niños y adultos, animales y seres humanos, hombres y mujeres, sueño y realidad, pero eso no es cierto: el mundo solo es una colección de fragmentos imposibles de conciliar entre sí, partes sin un todo. Pessoa tienen un poema en que lo dice: “Vi que no hay Naturaleza, / que la Naturaleza no existe, / que hay montes, valles, llanos, / que hay árboles, flores, hierbas, / que hay ríos y piedras, / pero que no hay un todo al que esto pertenezca, / que un conjunto real y verdadero / es una enfermedad de nuestras ideas”. Este es el último sentido de Julieta. Que no hay ningún todo, ningún misterio, que en la vida todo está roto, que nuestros amores son como esa fotografía que la protagonista de la película rompe en un instante de locura y que ya no podrá recomponer. Almodóvar fuerza el final de su película buscando una reconciliación que a esas alturas no parece posible, pero ¿cómo reprocharle que desee para sus personajes lo que todos deseamos para nosotros?

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