«¿Diaconisas?
Es más urgente cambiar la estructura piramidal en la comunidad de los fieles»
Entrevista
con la teóloga moral sor Antonietta Potente sobre la espiritualidad y el papel
de las mujeres en la Iglesia
Vatican Insider, 27/06/2016
PABLO
LOMBÓ
TURÍN
«No
está en juego que seamos admitidas o no como diaconisas o sacerdotisas, sino
que está en juego, según mi opinión, el cambio estructural en la comunidad de
los creyentes. De una pirámide a la circularidad». Y la que piensa así es una
mujer. La teóloga moral sor Antonietta Potente es una dominica de 57 años que
ahora vive en Turín pero que pasó 18 años en Bolivia, en donde experimentó una
forma de vida comunitaria con los campesinos indígenas. Profesora de Teología
moral en el Angelicum de Roma, en la Facultad teológica de la Italia Central en
Florencia y en la Universidad Católica de Cochabamba (Bolivia), también fue
miembro de la Conferencia Latinoamericana de los Religiosos y colabora con el
Instituto ecuménico de teología andina de La Paz. La entrevistamos al margen de
la conferencia sobre las mujeres en las Escrituras que pronunció durante la
presentación del Informe 2015 de la asociación Orizzonti-Maidan, de la que se
ocupan las Misiones de los Camilianos de Turín.
Según
su opinión, ¿podrían tener un papel mayor las mujeres en la Iglesia con el
magisterio de Papa Francisco?
Admito
que Papa Francisco ha dado otra clave de lectura a todo, y que también ha
rescatado un poco a las mujeres, que han sido ignoradas durante mucho, mucho
tiempo. No digo por siglos, porque creo que en el primer siglo tenían más
protagonismo del que tienen hoy. Pero luego caímos en la sombra, no se nos ha
dado un sitio en realidad, era más bien como el lugar de Sara, que se queda
dentro de la tienda y observa y escucha desde ahí. Yo creo que en este momento,
como está sucediendo en relación con otras cuestiones, como las parejas de
divorciados que se han vuelo a casar, la cuestión de los homosexuales, las
uniones civiles, yo creo que ahí también se está dando algo. Pero lo que
sinceramente me inquieta un poco es que, como sea, nosotras las mujeres siempre
tenemos que esperan a que los hombres se pongan de acuerdo para decidir si nos
admiten o no. Entonces creo que, al final, todavía no se reconoce por completo
que desde siglos tenemos nuestras estrategias propias.
¿Qué
le parece el debate que se creó alrededor de la posibilidad de estudiar el caso
de las diaconisas?
La
cuestión de las diaconisas, que son roles, me parece un poco como eso de las
«cuotas rosa» de los partidos políticos: a ver cuál partido tiene más mujeres.
Lo que se debería hacer es esta presencia alternativa, esta lectura alternativa
que nosotras hacemos de la historia desde hace siglos. Y también, un poco,
dejarse criticar por las mujeres. Si sigue habiendo mujeres que siempre dan
razón a todo, no cambiará nada. Se necesita una crítica verdadera, porque no
está en juego que seamos admitidas o no como diaconisas o sacerdotisas, sino
que está en juego, según mi opinión, el cambio estructural en la comunidad de
los creyentes. De una pirámide a la circularidad, porque, a pesar de Papa
Francisco, todavía existe.
También
ese clericalismo tantas veces denunciado por el Papa…
No
está bien este sentirse pastores que manda, investidos de algo mucho más grande
de lo que es la investidura cotidiana de muchas mujeres y hombres. Y luego creo
que si se admitieran las mujeres al sacerdocio habría que admitir también a
todos los laicos que ya se reconocen en una vocación de este tipo. No veo cuál
sea el problema. Pero si la Iglesia sigue con esta estructura, si las
comunidades siguen con esta estructura, me parece difícil. Tanto respecto a las
mujeres, a su presencia en el ámbito de la formación o a ejercer determinados
ministerios. Creo que el gran obstáculo es esta gran estructura que existe
desde hace siglos.
En
la relación final del Sínodo sobre la familia se lee que «la presencia de los
laicos y de las familias, en particular la presencia femenina, en la formación
sacerdotal favorece el aprecio por la variedad y la complementariedad de las
diferentes vocaciones en la Iglesia». ¿De esta manera podrían encontrar mayores
espacios las mujeres en la vida de las comunidades en general?
Sí,
por ejemplo en América Latina esto se daba mucho. La mayor parte de los
estudiantes en la facultad en la que enseñaba en Bolivia eran seminaristas o
como sea religiosos que después habrían sido llamados al sacerdocio. El
problema es que probablemente somos pocas voces con respecto a lo que es el
resto de la formación. Yo soy muy crítica…
Usted
vivió casi 20 años con los campesinos aymaras de Bolivia. ¿Qué pueden aprender
los laicos y la Iglesia en general de las mujeres indígenas?
Podrían
aprender mucho. Ellas, las mujeres, tienen una gran capacidad estratégica y de
existencia. Me parece que se parecen a esas mujeres bíblicas, que en los
momentos más desesperados de un pueblo logran encontrar estrategias
particulares de vida, de vida concreta, es decir no solo de ideas y de
palabras. A final de cuentas, las que se ocupan de la economía allá son las
mujeres, tanto la economía informal como la economía reconocida. Es cierto que
si uno ve superficialmente, en las reuniones comunitarias parece que hablan solo
los hombres y que las mujeres no participan. Pero viviendo allí, a mí me
pareció lo contrario. Las mujeres tienen una fuerza, y luego no es solo como
rol, sino también como pensamiento, porque el pensamiento en la cultura
indígena es femenino. No digo femenino excluyente, porque en su cultura hay un
equilibrio neto, incluso en el cuidado de la tierra.
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