¿Victoria pírrica de Erdoğan?/Soli Özel is a professor of International Relations at Kadir Has University in Istanbul, a fellow at the Robert Bosch Academy, and a columnist for the Turkish daily Habertürk.
Traducción: Esteban Flamini.
Project Syndicate, 19 de abril de 2017.
El domingo de Pascua, los votantes turcos, convocados a un referendo en relación con 18 enmiendas constitucionales ya aprobadas por la Asamblea Nacional, tenían ante sí una disyuntiva clara. Votar por “sí” suponía cambiar el sistema político del país y dar inicio a una nueva era en la historia turca. Más de un siglo de parlamentarismo quedaría atrás, para dar lugar a un sistema presidencial “a la turca” hecho a medida del actual gobernante, Recep Tayyip Erdoğan.
Turquía tiene considerable experiencia en redactar constituciones, y la mayoría de los juristas consideran que estas enmiendas, que los votantes aprobaron por muy estrecho margen, son un retroceso en el mejor de los casos. Los autores del proyecto parecen haber olvidado 150 años de historia turca, por no hablar de las enseñanzas más elementales de la democracia liberal.
A partir de 2019, tras la elección parlamentaria y presidencial de ese año, el sistema político turco quedará sin el cargo de primer ministro, y el poder ejecutivo se concentrará en manos de un presidente que también es el líder de un partido político. La Asamblea Nacional (institución fundacional de la República Turca) perderá muchos de sus poderes, y su capacidad de hacer de contrapeso al presidente quedará seriamente limitada, ya que este podrá disolverla en cualquier momento.
Además, los cambios en el mecanismo de designación de jueces darán al presidente poder decisivo sobre el sistema judicial, debilitando todavía más su ya frágil independencia y vaciando de significado la separación de poderes.
A pesar de lo mucho que había en juego en el referendo (el abandono de un duradero marco político), no hubo antes de la votación un debate serio ni prolongado, y esta se celebró bajo el estado de emergencia impuesto por Erdoğan tras el intento de golpe de julio del año pasado. Y a la par del vasto cambio político que tendrá lugar en Turquía, Erdoğan intentará promover un proyecto de transformación social que busca borrar la herencia occidentalizadora surgida a finales de la era otomana.
Las enmiendas se aprobaron tras una implacable campaña de confusión, falsedad y difamación. Se acusó a los opositores de estar con los terroristas, y se atacó abiertamente a funcionarios occidentales, en particular la dirigencia de la Unión Europea. Pero Erdoğan, líder de la campaña, evitó cualquier debate serio respecto de las implicancias del paquete de reformas, limitándose a prometer que aumentarían la grandeza de Turquía.
Erdoğan tuvo casi todo el aparato estatal (incluidas las gobernaciones provinciales y gran parte de la burocracia nacional y local) a su servicio durante la campaña. Todos los sectores de la sociedad turca recibieron una lluvia de generosos incentivos económicos y dádivas estatales, mientras la prensa oficialista se volcó a pleno a apoyar la campaña del “sí”, con una cobertura absurdamente sensacionalista y unilateral. Casi todos los otros medios optaron por una cobertura poco incisiva (o fueron obligados a ello).
Además de esta campaña dirigida desde el Estado, los promotores del “no” fueron blanco de al menos 200 ataques comprobados, algunos de ellos violentos. Miembros del Partido Democrático de los Pueblos (de base kurda), entre ellos sus dos copresidentes, otros funcionarios del partido y varios administradores locales, están en prisión desde noviembre.
El día de la votación, el Consejo Electoral Supremo tomó la polémica decisión de considerar válidas las papeletas de voto sin el sello oficial en el dorso, lo que aumentó el temor a irregularidades y sembró dudas sobre la legitimidad del resultado (objeto ya de encendidas protestas que serán en vano). En síntesis, la campaña y la votación no cumplieron las normas internacionales establecidas, algo que auditores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa han señalado.
Sin embargo, el estrecho triunfo de Erdoğan puede terminar siendo una victoria pírrica, dada la enconada polarización en que ha caído el país. El voto por el “no” se concentró en los centros económicos de Turquía, por ejemplo las regiones costeras al sur y al oeste, y en el sudeste de mayoría kurda, así como en las dos ciudades más grandes, Estambul y la capital, Ankara. De las veinte ciudades económicamente más importantes de Turquía, el rechazo a las reformas constitucionales triunfó ampliamente en trece, que suponen el 62% del ingreso nacional total y albergan los sectores más educados de la población, al concentrar la producción económica y cultural del país.
En cambio, el voto por el “sí” abarcó a casi todas las provincias turcas con menor nivel educativo, económicamente insignificantes, rurales, aisladas y conservadoras. Esto no se condice con la agenda progresista que sustentó el éxito político de Erdoğan en el pasado. Es elocuente (simbólica y políticamente) que el “no” haya ganado en Estambul, lugar donde Erdoğan surgió a la escena nacional al ser elegido alcalde en 1994.
Lo reñido del resultado y la ruptura del apoyo a Erdoğan que supone fueron un claro golpe para el presidente. Pero como amo y señor de la política en Ankara, intentará definir la agenda y mantener el rumbo actual, apoyándose en la polarización interna y, quizá, en arriesgadas aventuras en el exterior. No ha dado señales de que pretenda aliviar las tensiones del país; por el contrario, insinuó la reintroducción de la pena de muerte (decisión que dejaría a Turquía fuera de la UE).
Es casi seguro que el resultado del referendo agravará los problemas tanto internos como externos a los que se enfrenta Turquía, que han estado en aumento desde la intentona golpista del pasado julio. La buena noticia es que la contundente actuación de la oposición a las enmiendas y su capacidad de movilizarse a través de microorganizaciones y medios alternativos (pese a las condiciones restrictivas) han mostrado que la sociedad civil turca sigue muy activa.
Pero esto es sólo el comienzo. Los que quieren evitar que Turquía caiga en la trampa del autoritarismo plebiscitario deben formar ya un nuevo espacio político y ofrecer alternativas de liderazgo. De lo contrario, Erdoğan ganará la elección presidencial de 2019 y no tardará en usar sus nuevos poderes en formas que serán mucho más difíciles de combatir.
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