Desbaratar
el plan de juego de Putin/Karl-Theodor zu Guttenberg is a former Defense Minister of Germany, Chairman of Spitzberg Partners LLC, and a nonresident distinguished statesman at the Center for Strategic and International Studies. Bogdan Klich, a former Defense Minister of Poland, is a member of the Polish Senate and the founder of the Institute for Strategic Studies in Krakow.
Traducción del inglés por Carlos Manzano.
Project
Syndicate | 14 de marzo de 2012
Tan
pronto como concluyeron los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Sochi,
Rusia dijo adiós al espíritu olímpico invadiendo y ocupando un país extranjero.
Con su agresión contra Ucrania, el Kremlin ha violado la Carta de las Naciones
Unidas, el Acta Final de Helsinki y otros acuerdos internacionales, incluidos
el Memorando de Budapest sobre garantías de seguridad y el acuerdo sobre la
cuenca del mar Negro, en el que se exponían con claridad cómo debían ser las
relaciones de Rusia con Ucrania.
Se
ha convertido a Crimea en una zona militar y, si sigue agudizándose la crisis,
sus habitantes podrían encontrarse pronto atrapados en la línea de fuego. Ahora
los rusos afrontan el aislamiento económico y diplomático internacional, con lo
que se exacerbarán los males económicos de su país, y el imprudente juego del
Presidente Vladimir Putin podría arrastrar al mundo a un conflicto más amplio.
A
la luz del peligroso comportamiento de Putin, Occidente debe replantearse su
posición sobre él. Se trata de un dirigente que interpretó un documento técnico
de la Unión Europea sobre las subvenciones a la exportación y las disposiciones
antifraude como un programa oculto y amenazador. Mas en general, se trata de un
paranoico que ve una inverosímil coalición de rusos liberales, fascistas
ucranianos, la CIA y terroristas islámicos intentando frustrar sus deseos, si
no derribarlo, en todo momento.
De
hecho, lo que estamos viendo no es una desafortunada y exagerada reacción ante
los acontecimientos recientes, sino el resultado de una preparación meticulosa.
Los ejércitos no movilizan a 150.000 soldados en cuestión de días ni tienen
preparados vehículos y miles de uniformes sin insignias ni hacen maniobras
militares en regiones pacíficas del mundo sin avisar.
Sería
un error que la OTAN reaccionara ante las provocaciones de Rusia con un ruido
de sables similar. Al fin y al cabo, los Estados Unidos y la UE siguen teniendo
una panoplia de instrumentos para modificar el cálculo de Putin o el de quienes
financian su régimen. Lo más importante es que los EE.UU. y Europa deben
cooperar mucho más estrechamente que hasta ahora. La impresión de desunión
respecto de las sanciones hace el juego a Putin.
Algunos
miembros de la UE, como Alemania, deben estar a la altura de las esperanzas que
han despertado recientemente. Si los dirigentes alemanes hablan en serio de la
necesidad de que arraigue el hábito “del cumplimiento de la responsabilidad”,
están obligados a actuar en consecuencia, aun cuando ello entrañe costos
económicos. Occidente debe escuchar también atentamente a la vecina de Ucrania,
Polonia, que probablemente tenga la comprensión más profunda de las
complejidades de la crisis.
Lo
más importante es que es esencial observar ciertos principios fundamentales.
Recurrir
a la diplomacia. Europa, los EE.UU. y el Japón ya han suspendido su cooperación
con Rusia en el G-8. De forma similar, la OCDE debe dejar en suspenso el
proceso de adhesión de Rusia. Tras las medidas punitivas adoptadas por los
EE.UU., la UE acaba de decidir aplicar algunas sanciones “suaves”, pero medidas
modestas como la suspensión de las conversaciones sobre la liberalización de
los visados no impresionarán demasiado al Kremlin. Señales más contundentes,
como, por ejemplo, la cancelación o suspensión de los acuerdos relativos al
gasoducto South Stream y un embargo de la venta de armas y artículos de doble
uso, merecen un examen en serio.
Imponer
sanciones selectivas a los responsables de la incursión de Rusia en Crimea. Un
instrumento evidente a ese respecto es el de ampliar la Ley Magnitsky de los
EE.UU., que prohíbe a las 18 personas identificadas como directamente
responsables de la detención, maltrato y muerte del abogado ruso Sergei
Magnitsky la entrada en los EE.UU. o la utilización de su sistema financiero.
Se
debe enmendar la ley Magnitsky para incluir en ella los nombres de los
dirigentes políticos y militares responsables de la invasión de Ucrania.
Además, el proyecto de ley modificado debe ser aprobado por los EE.UU. y la UE
simultáneamente, con lo que se formulará una amenaza creíble de congelación de
los activos en el extranjero del Estado ruso, las empresas de propiedad
estatal, los funcionarios concretos y los oligarcas relevantes.
Conversar
con los rusos. Occidente debe comunicar a los rusos de a pie el carácter
espurio de la actitud de suma cero y de “nosotros contra ellos” de Putin. Unas
relaciones más estrechas entre Ucrania y la UE no suponen amenaza alguna para
Rusia; al contrario, una Ucrania estrechamente integrada con sus vecinos
occidentales podría impulsar también la economía de Rusia. Eso puede ser
irrelevante para un dirigente que se guía por visones de una gloria imperial
restaurada, pero no para el pueblo sometido a su gobierno. No será fácil abrir
agujeros en la muralla de propaganda del Kremlin, pero no ha de ser imposible
en nuestro hiperconectado mundo.
Apoyar
a Ucrania con ayuda financiera –como acaba de hacer la UE– y garantizando la
celebración de sus próximas elecciones.
La asistencia militar debe comprender, como mínimo, la cooperación con
los servicios de inteligencia occidentales mediante una Comisión OTAN-Ucrania.
Si la situación se deteriorara aún más, Occidente debe proporcionar también
ayuda médica y activos de vigilancia. Si la guerra ruso-georgiana de 2008 sirve
de alguna ayuda, el Centro de Ciberdefensa de la OTAN debe ayudar a Ucrania a
prepararse para una ofensiva digital en gran escala.
Defender
a los aliados de la OTAN. La OTAN debe examinar las posibles medidas concretas
para proteger a sus miembros. Ucrania tiene fronteras con cuatro miembros de la
OTAN (Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania), mientras que un quinto
(Turquía), junto con Rumania, da al mar Negro. Además, Estonia y Letonia están
alarmadas por las ambiciones geopolíticas de Rusia, en particular con el
pretexto de proteger a sus parientes étnicos. Los dos países tienen un 25 por
ciento, aproximadamente, de poblaciones rusas: herencia de su pasado soviético.
Por último, Polonia y Lituania tienen fronteras con Kaliningrado, territorio
ruso en medio de Europa (y escenario de sus maniobras de combate más
recientes).
Éste
es un momento para la diplomacia y la OTAN debe intentar evitar la
confrontación directa, pero no a toda costa. Debe tener en cuenta que las
acciones de Rusia podrían ser deliberadamente contrarias a una solución
pacífica. La alianza no puede permitirse el lujo de lanzar un debate largo y
acalorado sobre el despliegue de sus fuerzas y capacidades sólo en el momento
en que fracasen los intentos diplomáticos.
Cuando
los ucranianos se levantaron contra sus dirigentes corruptos, pasaron a ser los
primeros en arriesgar su vida con vistas a conseguir el objetivo de adherirse a
la UE. El resultado fue una represalia injustificada de Rusia.
Así,
pues, ésta no es una guerra de Ucrania, que es la víctima inmediata, pero en
modo alguno el objetivo de Putin en última instancia. Se trata de un ataque
evidente a los principios de la soberanía de los Estados, la inviolabilidad de
las fronteras negociadas y el cumplimiento de los acuerdos multilaterales que
sostienen el actual sistema internacional basado en normas. Así, pues, todos
cuantos defienden dicho sistema tienen el deber de contrarrestar la agresión de
Rusia.
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