22 mar 2014

Desbaratar el plan de juego de Putin


Desbaratar el plan de juego de Putin/Karl-Theodor zu Guttenberg is a former Defense Minister of Germany, Chairman of Spitzberg Partners LLC, and a nonresident distinguished statesman at the Center for Strategic and International Studies. Bogdan Klich, a former Defense Minister of Poland, is a member of the Polish Senate and the founder of the Institute for Strategic Studies in Krakow. 
Traducción del inglés por Carlos Manzano.
Project Syndicate | 14 de marzo de 2012
Tan pronto como concluyeron los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Sochi, Rusia dijo adiós al espíritu olímpico invadiendo y ocupando un país extranjero. Con su agresión contra Ucrania, el Kremlin ha violado la Carta de las Naciones Unidas, el Acta Final de Helsinki y otros acuerdos internacionales, incluidos el Memorando de Budapest sobre garantías de seguridad y el acuerdo sobre la cuenca del mar Negro, en el que se exponían con claridad cómo debían ser las relaciones de Rusia con Ucrania.
Se ha convertido a Crimea en una zona militar y, si sigue agudizándose la crisis, sus habitantes podrían encontrarse pronto atrapados en la línea de fuego. Ahora los rusos afrontan el aislamiento económico y diplomático internacional, con lo que se exacerbarán los males económicos de su país, y el imprudente juego del Presidente Vladimir Putin podría arrastrar al mundo a un conflicto más amplio.

A la luz del peligroso comportamiento de Putin, Occidente debe replantearse su posición sobre él. Se trata de un dirigente que interpretó un documento técnico de la Unión Europea sobre las subvenciones a la exportación y las disposiciones antifraude como un programa oculto y amenazador. Mas en general, se trata de un paranoico que ve una inverosímil coalición de rusos liberales, fascistas ucranianos, la CIA y terroristas islámicos intentando frustrar sus deseos, si no derribarlo, en todo momento.
De hecho, lo que estamos viendo no es una desafortunada y exagerada reacción ante los acontecimientos recientes, sino el resultado de una preparación meticulosa. Los ejércitos no movilizan a 150.000 soldados en cuestión de días ni tienen preparados vehículos y miles de uniformes sin insignias ni hacen maniobras militares en regiones pacíficas del mundo sin avisar.
Sería un error que la OTAN reaccionara ante las provocaciones de Rusia con un ruido de sables similar. Al fin y al cabo, los Estados Unidos y la UE siguen teniendo una panoplia de instrumentos para modificar el cálculo de Putin o el de quienes financian su régimen. Lo más importante es que los EE.UU. y Europa deben cooperar mucho más estrechamente que hasta ahora. La impresión de desunión respecto de las sanciones hace el juego a Putin.
Algunos miembros de la UE, como Alemania, deben estar a la altura de las esperanzas que han despertado recientemente. Si los dirigentes alemanes hablan en serio de la necesidad de que arraigue el hábito “del cumplimiento de la responsabilidad”, están obligados a actuar en consecuencia, aun cuando ello entrañe costos económicos. Occidente debe escuchar también atentamente a la vecina de Ucrania, Polonia, que probablemente tenga la comprensión más profunda de las complejidades de la crisis.
Lo más importante es que es esencial observar ciertos principios fundamentales.
Recurrir a la diplomacia. Europa, los EE.UU. y el Japón ya han suspendido su cooperación con Rusia en el G-8. De forma similar, la OCDE debe dejar en suspenso el proceso de adhesión de Rusia. Tras las medidas punitivas adoptadas por los EE.UU., la UE acaba de decidir aplicar algunas sanciones “suaves”, pero medidas modestas como la suspensión de las conversaciones sobre la liberalización de los visados no impresionarán demasiado al Kremlin. Señales más contundentes, como, por ejemplo, la cancelación o suspensión de los acuerdos relativos al gasoducto South Stream y un embargo de la venta de armas y artículos de doble uso, merecen un examen en serio.
Imponer sanciones selectivas a los responsables de la incursión de Rusia en Crimea. Un instrumento evidente a ese respecto es el de ampliar la Ley Magnitsky de los EE.UU., que prohíbe a las 18 personas identificadas como directamente responsables de la detención, maltrato y muerte del abogado ruso Sergei Magnitsky la entrada en los EE.UU. o la utilización de su sistema financiero.
Se debe enmendar la ley Magnitsky para incluir en ella los nombres de los dirigentes políticos y militares responsables de la invasión de Ucrania. Además, el proyecto de ley modificado debe ser aprobado por los EE.UU. y la UE simultáneamente, con lo que se formulará una amenaza creíble de congelación de los activos en el extranjero del Estado ruso, las empresas de propiedad estatal, los funcionarios concretos y los oligarcas relevantes.
Conversar con los rusos. Occidente debe comunicar a los rusos de a pie el carácter espurio de la actitud de suma cero y de “nosotros contra ellos” de Putin. Unas relaciones más estrechas entre Ucrania y la UE no suponen amenaza alguna para Rusia; al contrario, una Ucrania estrechamente integrada con sus vecinos occidentales podría impulsar también la economía de Rusia. Eso puede ser irrelevante para un dirigente que se guía por visones de una gloria imperial restaurada, pero no para el pueblo sometido a su gobierno. No será fácil abrir agujeros en la muralla de propaganda del Kremlin, pero no ha de ser imposible en nuestro hiperconectado mundo.
Apoyar a Ucrania con ayuda financiera –como acaba de hacer la UE– y garantizando la celebración de sus próximas elecciones.  La asistencia militar debe comprender, como mínimo, la cooperación con los servicios de inteligencia occidentales mediante una Comisión OTAN-Ucrania. Si la situación se deteriorara aún más, Occidente debe proporcionar también ayuda médica y activos de vigilancia. Si la guerra ruso-georgiana de 2008 sirve de alguna ayuda, el Centro de Ciberdefensa de la OTAN debe ayudar a Ucrania a prepararse para una ofensiva digital en gran escala.
Defender a los aliados de la OTAN. La OTAN debe examinar las posibles medidas concretas para proteger a sus miembros. Ucrania tiene fronteras con cuatro miembros de la OTAN (Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania), mientras que un quinto (Turquía), junto con Rumania, da al mar Negro. Además, Estonia y Letonia están alarmadas por las ambiciones geopolíticas de Rusia, en particular con el pretexto de proteger a sus parientes étnicos. Los dos países tienen un 25 por ciento, aproximadamente, de poblaciones rusas: herencia de su pasado soviético. Por último, Polonia y Lituania tienen fronteras con Kaliningrado, territorio ruso en medio de Europa (y escenario de sus maniobras de combate más recientes).
Éste es un momento para la diplomacia y la OTAN debe intentar evitar la confrontación directa, pero no a toda costa. Debe tener en cuenta que las acciones de Rusia podrían ser deliberadamente contrarias a una solución pacífica. La alianza no puede permitirse el lujo de lanzar un debate largo y acalorado sobre el despliegue de sus fuerzas y capacidades sólo en el momento en que fracasen los intentos diplomáticos.
Cuando los ucranianos se levantaron contra sus dirigentes corruptos, pasaron a ser los primeros en arriesgar su vida con vistas a conseguir el objetivo de adherirse a la UE. El resultado fue una represalia injustificada de Rusia.
Así, pues, ésta no es una guerra de Ucrania, que es la víctima inmediata, pero en modo alguno el objetivo de Putin en última instancia. Se trata de un ataque evidente a los principios de la soberanía de los Estados, la inviolabilidad de las fronteras negociadas y el cumplimiento de los acuerdos multilaterales que sostienen el actual sistema internacional basado en normas. Así, pues, todos cuantos defienden dicho sistema tienen el deber de contrarrestar la agresión de Rusia.

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