22 mar 2014

Luis Donaldo Colosio, un Grande/Juan Carlos Reyes


 Luis Donaldo Colosio, un Grande/Juan Carlos Reyes Torres, analista político @jcreyest
El asesinato de Luis Donaldo Colosio significó para México un doloroso extravío, como nación perdimos la oportunidad de construir un futuro luminoso y justo para todos.
En el gobierno mexicano es común escuchar frases recurrentes como aquella que dice que nadie es indispensable. Sin embargo, existen singularidades, personas que se destacan y hacen diferencia.
Luis Donaldo Colosio fue uno de esos mexicanos singulares que nacen cada cien años, a pesar de su origen humilde, de padre campesino –un hombre sabio, recio y prudente- supo con paciencia y constancia labrarse un porvenir. Colosio era un hombre muy sencillo, un hombre bueno que deseaba superarse todos los días, recuerdo con que velocidad e inteligencia leía los libros que le prestaba cuando fue diputado federal, y yo era empleado de una Diputada que se sentaba a dos curules de él. Llamaba la atención su vocación de servir, el hecho de ver en la política un medio para transformar el atraso en progreso, la adversidad en oportunidad, las dificultades en retos por vencer; Colosio hacia política para ayudar a los necesitados, siempre al pendiente de quien necesitaba una mano amiga. Su padre lo educó para respetar a sus mayores, ser solidario, no tomar lo que no se ha ganado con el sudor de la frente.

 La mayor parte de los políticos en México están ahí con el único propósito de enriquecerse, entre mayor, entre más descomunal es la fortuna acumulada mayor es la felicidad alcanzada. Colosio era diferente, recuerdo perfectamente verlo manejar su vocho blanco, o su camionetita Chevrolet cuando ya era Secretario de Estado.
 Los grandes filósofos de la política otorgan un valor supremo al carácter de los líderes, por eso siempre insisten en cuidar desde la niñez sus valores y su espíritu. Colosio era un hombre libre, sin complejos, franco, un poco introvertido pero no huraño, exageradamente trabajador y muy estudioso, le gustaba la poesía, la guitarra, la bohemia, los deportes, las mujeres. Al haber detenido su estrella ascendente, la perversa élite política, nos recetó unos hombrecitos menores al frente del Estado mexicano, personitas llenas de rencor, inseguridad, iracundia, ignorancia, ambición material desmedida. La mala fortuna histórica nos propinó burócratas ostentosos, envidiosos, asesinos, coléricos, brutos, bobos, engreídos, resentidos sociales.
La muerte de Colosio significa la muerte de un destino de grandeza para México, porque lo profundo retomaría lugar sobre lo superfluo, la bondad sobre la perversidad. Colosio iba a reformar el ejercicio del poder, sabía que la verticalidad salinista, el aumento de las desigualdades para seguir fortaleciendo una minoría hueca, rapaz, ambiciosa, insensible y antipatriota debía ser detenida.
Colosio se dio cuenta de la terrible asociación entre el narcotráfico y la política, entre la acumulación de grandes negocios y el poder político, secta perversa que rechazó.
Su ser libre, su pensamiento y acción alineados con el deber ser, su conducta consecuente y su valor, lo llevaron a definirse, a desmarcarse, sabiendo que con ello su vida estaba marcada.
No le iba a fallar a su comunidad campesina, a su raza, a sus padres, a sus hijos, ni a sus colaboradores y amigos.
Pensaba que una vida sin dignidad no vale la pena vivirse.
Pronunció un discurso fundamental, con vigor, con serenidad y templanza. Fue su sentencia de muerte.
Esa es la lección de Colosio, una lección universal que permanecerá en el tiempo, en la historia.
El 23 de Marzo acudiré a algún monumento –de los que hay en cualquier ciudad o poblado de México- a dejar una flor en su memoria. Me iré triste, pensando que 20 años después sigo viendo con él un México con hambre y sed de justicia.

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