El
cálculo de Putin/ Joseph S. Nye, a former US assistant secretary of defense and chairman of the US National Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He is the author, most recently, of Presidential Leadership and the Creation of the American Era.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project
Syndicate | 10 de abril de 2014
Conforme
a la mayoría de las opiniones, el Presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha sido
el vencedor en la crisis de Ucrania, al menos hasta ahora. Su anexión de
Crimea, que Nikita Jrushchev transfirió arbitrariamente a Ucrania en 1954, ha
sido aplaudida de forma generalizada en su país y su reacción ante las
respuestas de los gobiernos occidentales ha sido en gran medida la de encogerse
de hombros, pero, desde una perspectiva a más largo plazo, la victoria de Putin
no es tan segura precisamente.
La
crisis actual de Ucrania comenzó con la decisión del Presidente Viktor
Yanukóvich de rechazar un Acuerdo de Asociación de la Unión Europea y optar, en
cambio, por un acuerdo con Rusia, que incluía, entre otras cosas, una
financiación urgentemente necesaria. Los ucranianos de las regiones
occidentales del país, las más pro UE, se sintieron indignados y se produjeron
protestas populares prolongadas que acabaron derribando al gobierno corrupto,
pero democráticamente elegido, de Yanukóvich.
Pero
no todos los ucranianos eran contrarios a mantener vínculos más estrechos con
Rusia. De hecho, la decisión de Yanukóvich gustó a muchos ciudadanos rusófonos
de las regiones oriental y meridional de Ucrania y, cuando, después de meses de
manifestaciones pacíficas en Kiev, estalló la violencia y murieron
manifestantes, a Rusia fue adonde Yanukóvich huyó.
Por
su parte, Putin no sólo dio refugio a Yanukóvich y se negó a reconocer al nuevo
gobierno de Kiev, sino que, además, se puso a ayudar a organizar –e incitar– la
resistencia entre la mayoría de etnia rusa de Crimea. Desplegando tropas rusas
(con frecuencia disfrazadas y sin insignias) de la base de la flota del mar
Negro en Sebastopol, que Rusia había arrendado a Ucrania, Putin pudo tomar el
control de la península sin pérdida de vidas.
Cuando
los dirigentes occidentales expresaron su indignación ante los cambios de
fronteras europeas por la fuerza, Putin no se inmutó y citó el uso de la fuerza
por parte de la OTAN en Kosovo hace quince años y su posterior apoyo a su
secesión oficial respecto de Servia, como ejemplo de su hipocresía. Occidente
respondió con sanciones selectivas contra algunos funcionarios rusos de alto
nivel, ante lo cual Putin reaccionó, a su vez, con sanciones que prohibían la
entrada a su país de determinados políticos occidentales.
En
resumen, se han congelado las cuentas de algunos bancos rusos; se han interrumpido
los envíos de algunas mercancías estratégicas y el rublo y el mercado de
valores ruso han sufrido pérdidas, pero en conjunto las repercusiones de la
respuesta occidental han sido moderadas.
La
renuencia de Occidente a intensificar las sanciones se debe en gran medida a
países europeos que mantienen fuertes vínculos económicos con Rusia. Si bien
los Estados Unidos, que comercian poco con Rusia, y la UE han prometido
establecer un marco para sanciones suplementarias, que se activará, si Putin
envía fuerzas a la Ucrania oriental, no será fácil formularlas de forma que no
perjudiquen a Europa.
No
obstante, Rusia ha pagado un alto precio por sus acciones en cuanto a su
reputación internacional. La buena voluntad y el poder blando obtenidos con los
Juegos Olímpicos de Sochi se agotaron inmediatamente y ahora Rusia ha quedado
prácticamente expulsada del G-8. En la Asamblea General de las Naciones Unidas,
Rusia tuvo que afrontar una votación embarazosa en la que 100 países condenaron
sus acciones y, al final de la cumbre sobre la seguridad nuclear de La Haya, el
Presidente de los EE.UU., Barack Obama, citó a Rusia como una potencia regional
cuyas políticas agresivas para con sus vecinos revelaban debilidad.
¿Importa
algo de todo eso a Putin? La respuesta depende de cuáles sean sus objetivos.
Si,
como afirman algunos observadores, las acciones agresivas de Putin se deben a
sensaciones de inseguridad, ha tenido un éxito desigual. En ese sentido, Putin
temía una menor influencia en un país vecino con el que Rusia tiene profundos
vínculos históricos, pero, pese a la evidente influencia de Rusia entre los
ciudadanos rusófonos de la Ucrania oriental, la repercusión general de la
anexión de Crimea ha sido la de reducir la influencia de Rusia en el país, al
tiempo que reavivaba la bête noire de Putin, la OTAN.
Putin
puede haber estado preocupado también por que una revolución lograda en Ucrania
pudiera alentar una reactivación de las protestas que le causaron tantos
problemas en 2012, cuando volvió a hacerse cargo de la presidencia, tras la de
Dmitri Medvedev. Después de su anexión de Crimea, la tasa de aprobación interna
de Putin se ha disparado y las posibilidades de que cualquier protesta logre
socavar de verdad a su gobierno –y mucho menos aún derribarlo– son muy escasas.
Otros
afirman que la motivación primordial de Putin fue la de restablecer la
condición de “gran potencia” mundial de Rusia. Al fin y al cabo, Putin, ex
agente del KGB en la Alemania oriental, lamentó la disolución de la Unión
Soviética como “el mayor desastre geopolítico del siglo XX.”
En
realidad, se ha dicho con frecuencia que Putin estaba irritado con Occidente,
asaltado por una sensación de traición y humillación a consecuencia de un trato
a Rusia que considera injusto. Para Putin, gestos como los de incluir a Rusia
en el G-8 , el G-20 y la Organización Mundial del Comercio e invitar al
embajador ruso a los debates de la OTAN en Bruselas no podían compensar la
expansión de la OTAN hasta las fronteras de Rusia, la instalación de misiles
antibalísticos en la Europa oriental o la desmembración de Servia. El
derrocamiento del coronel Muamar El Gadafi de Libia y los intentos actuales de
socavar el régimen del Presidente de Siria, Bashar El Assad, satélite del
Kremlin, no han hecho sino empeorar la situación.
Si
el prestigio fue un motivo importante para las acciones de Putin en Crimea, la
respuesta de Occidente puede tener una repercusión mayor de lo que muchos
creen. Antes de los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Sochi (donde
estaba previsto que en el próximo mes de junio se reuniera el G-8), Putin citó
un poder blando cada vez mayor como objetivo importante de Rusia y que su
utilización del poder duro en Ucrania ha hecho mucho más difícil de alcanzar.
En
ese sentido, la declaración de Obama de que Rusia es una potencia regional que
actúa por debilidad, no menos que la suspensión de la participación de Rusia en
el G-8, puede haber afectado a Putin donde es más vulnerable. No cabe duda de
que sus acciones en Ucrania han brindado a Rusia beneficios tangibles a corto
plazo, pero también entrañan costos menos evidentes. Falta por ver si la audaz
iniciativa de Putin ha valido la pena.
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