18:15 horas del jueves 23 de abril en Jerusalén.
Las campanas de las 28 iglesias de Jerusalén repicaron al mismo tiempo 100 veces en recuerdo de los miles de armenios que fueron asesinados en 1915 por el Imperio Otomano.
La elección de la hora y el día, 23 de abril, coincidió con la ceremonia en la que la Iglesia apostólica armenio canonizó en Echmiadzín al millón y medio de cristianos asesinados por los turcos.
Por la noche jóvenes armenios realizaron una marcha con antorchas entre dos iglesias de Jerusalén y un día después, realizaron diversas manifestaciones frente a la embajada y el consulado de Turquía.
La pequeña comunidad armenia de Jerusalén no llega a dos mil personas pero tiene una identidad fuerte, preserva su religión, sus costumbres, su lengua y está asentada en uno de los cuatro barrios de la ciudad vieja amurallada.
Un día despues, el presidente ruso, Vladimír Putin, visitó el Centro Tsitsernakaberd del Genocidio Armenio a cien años del genocidio de 1,5 millones de armenios por el Imperio Otomano, en Yeverán Armenia, ahí Consideró que la comunidad internacional debe hacer lo posible para que los acontecimientos del pasado nunca se repitan.
Putin, indicó e que el genocidio “no puede ni podrá justificarse”, porque se trató de uno de los sucesos “más trágicos de la humanidad”
Días antes miércoles 16 de abril– el Parlamento Europeo aprobó una resolución que exige a las autoridades turcas reconocer el genocidio armenio, cometido hace cien años por el entonces Imperio Otomano, y elogió el mensaje del papa Francisco que denuncia que el asesinato de más de un millón de cristianos armenios fue el primer genocidio del siglo XX.
Cien años del genocidio armenio/Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París.
Las campanas de las 28 iglesias de Jerusalén repicaron al mismo tiempo 100 veces en recuerdo de los miles de armenios que fueron asesinados en 1915 por el Imperio Otomano.
La elección de la hora y el día, 23 de abril, coincidió con la ceremonia en la que la Iglesia apostólica armenio canonizó en Echmiadzín al millón y medio de cristianos asesinados por los turcos.
Por la noche jóvenes armenios realizaron una marcha con antorchas entre dos iglesias de Jerusalén y un día después, realizaron diversas manifestaciones frente a la embajada y el consulado de Turquía.
La pequeña comunidad armenia de Jerusalén no llega a dos mil personas pero tiene una identidad fuerte, preserva su religión, sus costumbres, su lengua y está asentada en uno de los cuatro barrios de la ciudad vieja amurallada.
Un día despues, el presidente ruso, Vladimír Putin, visitó el Centro Tsitsernakaberd del Genocidio Armenio a cien años del genocidio de 1,5 millones de armenios por el Imperio Otomano, en Yeverán Armenia, ahí Consideró que la comunidad internacional debe hacer lo posible para que los acontecimientos del pasado nunca se repitan.
Putin, indicó e que el genocidio “no puede ni podrá justificarse”, porque se trató de uno de los sucesos “más trágicos de la humanidad”
Días antes miércoles 16 de abril– el Parlamento Europeo aprobó una resolución que exige a las autoridades turcas reconocer el genocidio armenio, cometido hace cien años por el entonces Imperio Otomano, y elogió el mensaje del papa Francisco que denuncia que el asesinato de más de un millón de cristianos armenios fue el primer genocidio del siglo XX.
Cien años del genocidio armenio/Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
Publicado en La
Vanguardia |23 de abril de 2015
Hace
cien años, las comunidades armenias fueron víctimas de matanzas masivas que hay
que llamar por su nombre: genocidio. Desde entonces, descendientes de
supervivientes, que componen una importante diáspora, en diversos países de
Oriente Medio, Rusia, Estados Unidos, Francia, Canadá, Argentina, etcétera,
esperan del Estado turco que reconozca este crimen.
El
despertar armenio, después de más de medio siglo en que dominó prácticamente el
silencio, adoptó primero una forma terrorista, la de acciones dirigidas contra
turcos o contra intereses turcos hasta que el ciego atentado cometido en el
aeropuerto de Orly en julio de 1983 por el Asala (siglas en francés de Ejército
Secreto de Liberación de Armenia, de inspiración nacionalista y
marxista-leninista a la vez) suscitara sentimientos de repulsión en la opinión
pública en general y, en última instancia, un sentimiento de rechazo de esta
forma de acción en el seno de las propias comunidades armenias.
El
despertar en cuestión tuvo lugar al principio lejos de Turquía, en Estados
Unidos, Canadá y de forma especial en Francia, países donde ejerció –sobre los
gobiernos de países con notable presencia de la diáspora armenia– una presión
para que su diplomacia influyera en Ankara. Posteriormente se desarrolló
también en Turquía, a impulsos de intelectuales de origen armenio sostenidos
por sectores cada vez mayores de la intelligentsia laica turca. La figura más
destacada del movimiento, el periodista y escritor Hrant Dink, fue asesinado
ante la puerta de su periódico en Estambul, en enero del 2007, por un joven
nacionalista turco, y este asesinato suscitó un enorme impulso en el que se
mezclaban numerosos demócratas amantes de la justicia y la libertad con
descendientes de armenios. En el mismo contexto, un redescubrimiento del pasado
armenio en Turquía y, para muchos, de sus propios orígenes armenios modeló la
imagen de una vida cultural y una historia ignoradas hasta entonces.
Oficialmente, se rechazó hablar de genocidio, pero el tabú empezó a emerger con
fuerza en la sociedad civil turca.
La
existencia del Estado de Armenia, aun cuando sus intereses y condicionamientos
sociopolíticos no siempre se correspondían perfectamente con las expectativas
de la diáspora, juega asimismo a favor del reconocimiento del genocidio por
parte de Turquía. Y, en Pascua, el pasado 12 de abril, en la concelebración de
la misa con los católicos armenios por parte del papa Francisco, hizo un
llamamiento para “oponerse al mal”, evocando en tal circunstancia el destino de
quienes fueron decapitados, crucificados, quemados vivos a causa de su fe”.
En
otros países el trabajo llevado a cabo por la sociedad sobre sí misma llevó al
reconocimiento de los errores y responsabilidades de un Estado en un genocidio.
De este modo, Alemania Occidental asumió verdadera y muy ampliamente su pasado
nazi, así como la destrucción de los judíos de Europa por parte de Hitler. Pero
todos los gobiernos turcos, hasta ahora, han dado pruebas de intransigencia y
se niegan a hablar de genocidio.
¿Negacionismo?
Las sucesivas autoridades turcas no niegan la existencia de crímenes masivos y
recuerdan incluso que el fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal, los
calificó de infames; rechazan que quepa ver en ellos un proyecto estatal de
aniquilación de un pueblo, lo que sugiere el mismo nombre de genocidio: esto
cuestionaría el discurso teñido de patriotismo cuyas figuras destacadas serían
rebajadas al nivel de criminales, y muchas otras, menos elevadas, al de
ladrones o ventajistas. Saben, también, que un reconocimiento de tales
características podría tener implicaciones considerables, territoriales –existe
un Estado armenio, soviético durante mucho tiempo pero independiente en la
actualidad, que podría hacer hincapié en reivindicaciones sobre el asunto– y
financieras: ¿no habría que resarcir e indemnizar a las víctimas, devolver
bienes inmuebles o tierras? Los armenios, además, son cristianos, y darles la
razón, en la actualidad, podría constituir un signo de debilidad por parte de
un poder que invoca al islam: hablando de genocidio armenio en la celebración
de la Pascua, el papa Francisco recordó la existencia de una nación asolada,
sin duda, pero también de una nación cristiana, aspecto que no resulta neutro en
estos tiempos en que en varios países del mundo musulmán los cristianos son
víctimas de actos de violencia terribles o viven bajo tal amenaza.
Tarde
o temprano, las presiones internacionales, pero también las internas, harán
insostenible la posición de las autoridades turcas y permitirán el
reconocimiento del genocidio. Pero, paradójicamente, para las comunidades de la
diáspora armenia, para los armenios de Turquía y para los de Armenia, ello no
representará tanto el fin de una época que marque tal reconocimiento cuanto la
entrada en una nueva época. Una vez obtenida satisfacción sobre este desafío
tan crucial, ¿podrán mantener una vida comunitaria, una cultura, unos sistemas
educativos propios de su identidad? ¿Podrán no sólo recordar el pasado sino también
proyectarse hacia el porvenir como grupo humano? Las reivindicaciones
victimarias aportan una fuerza, permiten un combate necesariamente orientado al
recordatorio de los sufrimientos históricos, pero no por ello permiten
desplegar dinámicas de creatividad cultural. Incluso tienden, en ocasiones, a
imposibilitarlas, encerrando a todos cuantos las ponen en práctica en lógicas
que conciernen, en tal caso, para recuperar un vocabulario freudiano, a la
melancolía. Ser armenio hoy día, mañana, ¿no es otra cosa que referirse a quien
ha sobrevivido al genocidio o a sus descendientes? ¿No es reducir la identidad
actual a la destrucción del ayer?
El
papa Francisco, al aportar su apoyo al combate actual por el reconocimiento del
genocidio armenio, no ha actuado únicamente de forma diplomática. Ha aportado,
precisamente por el mismo hecho de su intervención y, por tanto, de su
implicación, un comienzo o un elemento de respuesta a esta pregunta: los
armenios pueden también definirse por su fe, por sus convicciones religiosas,
factor susceptible de dar un sentido a su existencia. ¿Puede esto ser
suficiente para impedir que las nuevas generaciones de armenios se enclaustren
en la melancolía, puede permitirles el proceso de duelo; es decir, de poder
actuar en función de un futuro y no sólo de un pasado sin por ello olvidarlo?
Existen otras posibilidades de recuperación; algunas de ellas, por ejemplo,
consisten en movilizarse desde la diáspora para ayudar al Estado armenio, cuya
economía se halla muy malparada; otras, en reflexionar sobre el papel
democrático que podrían tener los armenios que viven en Turquía y que se
afirman como tales. Esta era una de las ideas de fuerza de Hrant Dink,
interesado en los derechos de las minorías y en la democratización de Turquía
en general, y no solamente desde el punto de vista de la minoría armenia. En
todos estos casos, existe ahí un desafío crucial que se impondrá a partir de
que quede constancia del reconocimiento del genocidio por parte de Turquía.
El
Papa y el genocidio armenio/Juan Gabriel Tokatlian es director del Departamento de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato di Tella, de Buenos Aires.El
País | 24 de abril de 2015
Después
de un largo, sigiloso y arduo siglo para Armenia y los armenios de la diáspora,
el genocidio, persistentemente negado por Turquía y con escasa visibilidad
internacional, acaba de alcanzar un nivel de iluminación y reconocimiento
excepcionales. El Papa Francisco, de manera categórica, subrayó que la muerte
de aproximadamente un millón y medio de armenios constituyó “el primer
genocidio del siglo XX”. Quizás sin saberlo el Papa está retomando el
importante informe del ruandés Nicodeme Ruhashyankiko, remitido en 1973 a la
entonces Subcomisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en el que por
primera vez un Relator Especial de la ONU señaló la existencia de abundante
documentación imparcial relativa a la masacre de los armenios y considerada “el
primer genocidio del siglo XX”.
Ya
muchos países han llamado esa tragedia por su nombre; en la Argentina, en un
hecho jurídico de gran envergadura, el juez Norberto Oyarbide afirmó que de
acuerdo con el ejercicio del derecho a la verdad “el Estado turco cometió el
delito de genocidio en perjuicio del Pueblo Armenio entre 1915 y 1923”.
Sin
embargo, es la aseveración del pontífice la que otorga a este reconocimiento
una dimensión universal. La reacción oficial turca no se hizo esperar:
nuevamente, pero ahora con un tono de vehemencia desbordado, volvió a negar lo
ocurrido. Otra vez desperdició la oportunidad de dar un paso en la dirección
del reconocimiento, para así allanar el camino a una reconciliación.
Como
descendiente de armenios (padre Tokatlian, madre Kaprielian, abuela paterna
Ketufian, abuela materna Koyoglian) soy especialmente sensible a este momento.
En tanto analista de asuntos internacionales me concita la atención discernir
el pronunciamiento del Papa. Arriesgo entonces una lectura tentativa de sus palabras.
Primero, y en un contexto más amplio, su aseveración sobre el genocidio armenio
es explicable por ser el primer Papa post-occidental, del Sur profundo. Ningún
Papa europeo pudo en el pasado reciente expresarse públicamente sobre el tema,
entre otras razones, por los complejos equilibrios geopolíticos que pesan en el
Norte, en especial, al calor de lo que fuera en su momento la contienda
Este-Oeste. Francisco no llegó al Vaticano con esa carga ni con sus compromisos
tácitos.
Segundo,
Francisco proviene de Argentina, uno de los países que más cálidamente ha
recibido a los armenios y en donde se ubica hoy la mayor diáspora en el
continente, después de Estados Unidos. Como obispo y como cardenal ya se había
pronunciado en varias ocasiones sobre el genocidio, hacerlo como pontífice era
esperable.
Tercero,
el Papa es de tradición política peronista. Este no es un dato menor; no al
azar, en un encuentro con jóvenes argentinos en julio de 2013 les dijo “hagan
lío…yo pienso que en este momento esta civilización mundial se pasó de rosca”.
Para alguien que reivindicó desde Santa Sede tal actitud no le es inadmisible
“hacer lío” en las relaciones diplomáticas del Vaticano con Turquía.
Cuarto,
lo dicho por el Papa respecto al tema de los armenios se inserta en una
política exterior Vaticana inusualmente activa. Comentarios y afirmaciones
sobre la injusticia y la desigualdad en el capitalismo, sobre el drama en
Siria, sobre las relaciones Cuba-Estados Unidos, sobre la crueldad del Estado
Islámico (ISIS), entre otras cuestiones, han sido moneda corriente en estos
tiempos.
Quinto,
cuando el Papa mencionó la cuestión del genocidio armenio no lo hizo solo
pensando en el pasado sino en el presente. De hecho, sus observaciones sobre el
tema se completaron con una reflexión sobre el mundo contemporáneo y sobre la
práctica de la fe cristiana. Dijo Francisco: “En varias ocasiones he definido
este tiempo como un tiempo de guerra, una tercera guerra mundial a trozos, en
la que asistimos cada día a crímenes atroces, a masacres sanguinarias y a la
locura de la destrucción”. Y agregó: “Por desgracia todavía hoy sentimos el
grito sofocado y descuidado de tantos de nuestros hermanos y hermanas
impotentes, que a causa de su fe en Cristo o de su pertenencia étnica son
públicamente y atrozmente asesinados —decapitados, crucificados, quemados
vivos— o forzados a abandonar sus tierras”. En breve, Francisco hace una doble
afirmación, ética y política, sobre los peligros del olvido: invocó el
genocidio armenio para subrayar que “si no hay memoria significa que el mal
todavía tiene abierta la herida; esconder o negar el mal es como dejar que una
herida continúe sangrando sin curarla”.
En
un mundo tan pugnaz y frágil, recordar el centenario del genocidio armenio es
imprescindible. Y en ese sentido, la voz del Papa Francisco resulta no solo un
gesto de esclarecimiento, sino también de advertencia.
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