26 abr 2015

Cien años del genocidio armenio

18:15 horas del jueves 23 de abril en Jerusalén.
Las campanas de las 28 iglesias de Jerusalén repicaron al mismo tiempo 100 veces en recuerdo de los miles de armenios que fueron asesinados en 1915 por el Imperio Otomano.
La elección de la hora y el día, 23 de abril, coincidió con la ceremonia en la que la Iglesia apostólica armenio canonizó en Echmiadzín al millón y medio de cristianos asesinados por los turcos.
Por la noche jóvenes armenios realizaron una marcha con antorchas entre dos iglesias de Jerusalén y un día después, realizaron diversas manifestaciones frente a la embajada y el consulado de Turquía.
La pequeña comunidad armenia de Jerusalén no llega a dos mil personas pero tiene una identidad fuerte, preserva su religión, sus costumbres, su lengua y está asentada en uno de los cuatro barrios de la ciudad vieja amurallada.
Un día despues, el presidente ruso, Vladimír Putin, visitó el Centro Tsitsernakaberd del Genocidio Armenio a cien años del genocidio de 1,5 millones de armenios por el Imperio Otomano, en Yeverán Armenia, ahí Consideró que la comunidad internacional debe hacer lo posible para que los acontecimientos del pasado nunca se repitan. 
Putin, indicó e que el genocidio “no puede ni podrá justificarse”, porque se trató de uno de los sucesos “más trágicos de la humanidad” 
Días antes miércoles 16 de abril– el Parlamento Europeo aprobó una resolución que exige a las autoridades turcas reconocer el genocidio armenio, cometido hace cien años por el entonces Imperio Otomano, y elogió el mensaje del papa Francisco que denuncia que el asesinato de más de un millón de cristianos armenios fue el primer genocidio del siglo XX.
Cien años del genocidio armenio/Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. 
Traducción: José María Puig de la Bellacasa. 

Publicado en La Vanguardia |23 de abril de 2015
Hace cien años, las comunidades armenias fueron víctimas de matanzas masivas que hay que llamar por su nombre: genocidio. Desde entonces, descendientes de supervivientes, que componen una importante diáspora, en diversos países de Oriente Medio, Rusia, Estados Unidos, Francia, Canadá, Argentina, etcétera, esperan del Estado turco que reconozca este crimen.
El despertar armenio, después de más de medio siglo en que dominó prácticamente el silencio, adoptó primero una forma terrorista, la de acciones dirigidas contra turcos o contra intereses turcos hasta que el ciego atentado cometido en el aeropuerto de Orly en julio de 1983 por el Asala (siglas en francés de Ejército Secreto de Liberación de Armenia, de inspiración nacionalista y marxista-leninista a la vez) suscitara sentimientos de repulsión en la opinión pública en general y, en última instancia, un sentimiento de rechazo de esta forma de acción en el seno de las propias comunidades armenias.
El despertar en cuestión tuvo lugar al principio lejos de Turquía, en Estados Unidos, Canadá y de forma especial en Francia, países donde ejerció –sobre los gobiernos de países con notable presencia de la diáspora armenia– una presión para que su diplomacia influyera en Ankara. Posteriormente se desarrolló también en Turquía, a impulsos de intelectuales de origen armenio sostenidos por sectores cada vez mayores de la intelligentsia laica turca. La figura más destacada del movimiento, el periodista y escritor Hrant Dink, fue asesinado ante la puerta de su periódico en Estambul, en enero del 2007, por un joven nacionalista turco, y este asesinato suscitó un enorme impulso en el que se mezclaban numerosos demócratas amantes de la justicia y la libertad con descendientes de armenios. En el mismo contexto, un redescubrimiento del pasado armenio en Turquía y, para muchos, de sus propios orígenes armenios modeló la imagen de una vida cultural y una historia ignoradas hasta entonces. Oficialmente, se rechazó hablar de genocidio, pero el tabú empezó a emerger con fuerza en la sociedad civil turca.

La existencia del Estado de Armenia, aun cuando sus intereses y condicionamientos sociopolíticos no siempre se correspondían perfectamente con las expectativas de la diáspora, juega asimismo a favor del reconocimiento del genocidio por parte de Turquía. Y, en Pascua, el pasado 12 de abril, en la concelebración de la misa con los católicos armenios por parte del papa Francisco, hizo un llamamiento para “oponerse al mal”, evocando en tal circunstancia el destino de quienes fueron decapitados, crucificados, quemados vivos a causa de su fe”.
En otros países el trabajo llevado a cabo por la sociedad sobre sí misma llevó al reconocimiento de los errores y responsabilidades de un Estado en un genocidio. De este modo, Alemania Occidental asumió verdadera y muy ampliamente su pasado nazi, así como la destrucción de los judíos de Europa por parte de Hitler. Pero todos los gobiernos turcos, hasta ahora, han dado pruebas de intransigencia y se niegan a hablar de genocidio.
¿Negacionismo? Las sucesivas autoridades turcas no niegan la existencia de crímenes masivos y recuerdan incluso que el fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal, los calificó de infames; rechazan que quepa ver en ellos un proyecto estatal de aniquilación de un pueblo, lo que sugiere el mismo nombre de genocidio: esto cuestionaría el discurso teñido de patriotismo cuyas figuras destacadas serían rebajadas al nivel de criminales, y muchas otras, menos elevadas, al de ladrones o ventajistas. Saben, también, que un reconocimiento de tales características podría tener implicaciones considerables, territoriales –existe un Estado armenio, soviético durante mucho tiempo pero independiente en la actualidad, que podría hacer hincapié en reivindicaciones sobre el asunto– y financieras: ¿no habría que resarcir e indemnizar a las víctimas, devolver bienes inmuebles o tierras? Los armenios, además, son cristianos, y darles la razón, en la actualidad, podría constituir un signo de debilidad por parte de un poder que invoca al islam: hablando de genocidio armenio en la celebración de la Pascua, el papa Francisco recordó la existencia de una nación asolada, sin duda, pero también de una nación cristiana, aspecto que no resulta neutro en estos tiempos en que en varios países del mundo musulmán los cristianos son víctimas de actos de violencia terribles o viven bajo tal amenaza.
Tarde o temprano, las presiones internacionales, pero también las internas, harán insostenible la posición de las autoridades turcas y permitirán el reconocimiento del genocidio. Pero, paradójicamente, para las comunidades de la diáspora armenia, para los armenios de Turquía y para los de Armenia, ello no representará tanto el fin de una época que marque tal reconocimiento cuanto la entrada en una nueva época. Una vez obtenida satisfacción sobre este desafío tan crucial, ¿podrán mantener una vida comunitaria, una cultura, unos sistemas educativos propios de su identidad? ¿Podrán no sólo recordar el pasado sino también proyectarse hacia el porvenir como grupo humano? Las reivindicaciones victimarias aportan una fuerza, permiten un combate necesariamente orientado al recordatorio de los sufrimientos históricos, pero no por ello permiten desplegar dinámicas de creatividad cultural. Incluso tienden, en ocasiones, a imposibilitarlas, encerrando a todos cuantos las ponen en práctica en lógicas que conciernen, en tal caso, para recuperar un vocabulario freudiano, a la melancolía. Ser armenio hoy día, mañana, ¿no es otra cosa que referirse a quien ha sobrevivido al genocidio o a sus descendientes? ¿No es reducir la identidad actual a la destrucción del ayer?
El papa Francisco, al aportar su apoyo al combate actual por el reconocimiento del genocidio armenio, no ha actuado únicamente de forma diplomática. Ha aportado, precisamente por el mismo hecho de su intervención y, por tanto, de su implicación, un comienzo o un elemento de respuesta a esta pregunta: los armenios pueden también definirse por su fe, por sus convicciones religiosas, factor susceptible de dar un sentido a su existencia. ¿Puede esto ser suficiente para impedir que las nuevas generaciones de armenios se enclaustren en la melancolía, puede permitirles el proceso de duelo; es decir, de poder actuar en función de un futuro y no sólo de un pasado sin por ello olvidarlo? Existen otras posibilidades de recuperación; algunas de ellas, por ejemplo, consisten en movilizarse desde la diáspora para ayudar al Estado armenio, cuya economía se halla muy malparada; otras, en reflexionar sobre el papel democrático que podrían tener los armenios que viven en Turquía y que se afirman como tales. Esta era una de las ideas de fuerza de Hrant Dink, interesado en los derechos de las minorías y en la democratización de Turquía en general, y no solamente desde el punto de vista de la minoría armenia. En todos estos casos, existe ahí un desafío crucial que se impondrá a partir de que quede constancia del reconocimiento del genocidio por parte de Turquía.
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El Papa y el genocidio armenio/Juan Gabriel Tokatlian es director del Departamento de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato di Tella, de Buenos Aires.El País | 24 de abril de 2015 
Después de un largo, sigiloso y arduo siglo para Armenia y los armenios de la diáspora, el genocidio, persistentemente negado por Turquía y con escasa visibilidad internacional, acaba de alcanzar un nivel de iluminación y reconocimiento excepcionales. El Papa Francisco, de manera categórica, subrayó que la muerte de aproximadamente un millón y medio de armenios constituyó “el primer genocidio del siglo XX”. Quizás sin saberlo el Papa está retomando el importante informe del ruandés Nicodeme Ruhashyankiko, remitido en 1973 a la entonces Subcomisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en el que por primera vez un Relator Especial de la ONU señaló la existencia de abundante documentación imparcial relativa a la masacre de los armenios y considerada “el primer genocidio del siglo XX”.
Ya muchos países han llamado esa tragedia por su nombre; en la Argentina, en un hecho jurídico de gran envergadura, el juez Norberto Oyarbide afirmó que de acuerdo con el ejercicio del derecho a la verdad “el Estado turco cometió el delito de genocidio en perjuicio del Pueblo Armenio entre 1915 y 1923”.
Sin embargo, es la aseveración del pontífice la que otorga a este reconocimiento una dimensión universal. La reacción oficial turca no se hizo esperar: nuevamente, pero ahora con un tono de vehemencia desbordado, volvió a negar lo ocurrido. Otra vez desperdició la oportunidad de dar un paso en la dirección del reconocimiento, para así allanar el camino a una reconciliación.
Como descendiente de armenios (padre Tokatlian, madre Kaprielian, abuela paterna Ketufian, abuela materna Koyoglian) soy especialmente sensible a este momento. En tanto analista de asuntos internacionales me concita la atención discernir el pronunciamiento del Papa. Arriesgo entonces una lectura tentativa de sus palabras. Primero, y en un contexto más amplio, su aseveración sobre el genocidio armenio es explicable por ser el primer Papa post-occidental, del Sur profundo. Ningún Papa europeo pudo en el pasado reciente expresarse públicamente sobre el tema, entre otras razones, por los complejos equilibrios geopolíticos que pesan en el Norte, en especial, al calor de lo que fuera en su momento la contienda Este-Oeste. Francisco no llegó al Vaticano con esa carga ni con sus compromisos tácitos.
Segundo, Francisco proviene de Argentina, uno de los países que más cálidamente ha recibido a los armenios y en donde se ubica hoy la mayor diáspora en el continente, después de Estados Unidos. Como obispo y como cardenal ya se había pronunciado en varias ocasiones sobre el genocidio, hacerlo como pontífice era esperable.
Tercero, el Papa es de tradición política peronista. Este no es un dato menor; no al azar, en un encuentro con jóvenes argentinos en julio de 2013 les dijo “hagan lío…yo pienso que en este momento esta civilización mundial se pasó de rosca”. Para alguien que reivindicó desde Santa Sede tal actitud no le es inadmisible “hacer lío” en las relaciones diplomáticas del Vaticano con Turquía.
Cuarto, lo dicho por el Papa respecto al tema de los armenios se inserta en una política exterior Vaticana inusualmente activa. Comentarios y afirmaciones sobre la injusticia y la desigualdad en el capitalismo, sobre el drama en Siria, sobre las relaciones Cuba-Estados Unidos, sobre la crueldad del Estado Islámico (ISIS), entre otras cuestiones, han sido moneda corriente en estos tiempos.
Quinto, cuando el Papa mencionó la cuestión del genocidio armenio no lo hizo solo pensando en el pasado sino en el presente. De hecho, sus observaciones sobre el tema se completaron con una reflexión sobre el mundo contemporáneo y sobre la práctica de la fe cristiana. Dijo Francisco: “En varias ocasiones he definido este tiempo como un tiempo de guerra, una tercera guerra mundial a trozos, en la que asistimos cada día a crímenes atroces, a masacres sanguinarias y a la locura de la destrucción”. Y agregó: “Por desgracia todavía hoy sentimos el grito sofocado y descuidado de tantos de nuestros hermanos y hermanas impotentes, que a causa de su fe en Cristo o de su pertenencia étnica son públicamente y atrozmente asesinados —decapitados, crucificados, quemados vivos— o forzados a abandonar sus tierras”. En breve, Francisco hace una doble afirmación, ética y política, sobre los peligros del olvido: invocó el genocidio armenio para subrayar que “si no hay memoria significa que el mal todavía tiene abierta la herida; esconder o negar el mal es como dejar que una herida continúe sangrando sin curarla”.
En un mundo tan pugnaz y frágil, recordar el centenario del genocidio armenio es imprescindible. Y en ese sentido, la voz del Papa Francisco resulta no solo un gesto de esclarecimiento, sino también de advertencia.

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