JAVIER ESPINOSA Enviado especial Isla de Bhashan Char (Bangladesh)
El Mundo, 8 ABR. 2018
Niños rohingya en el campo de Kutupalong donde se enseña religión. RICARDO GARCÍA VILANOVA
El nombre de Bidong evoca toda una era de penuria extrema para los cientos de miles de refugiados vietnamitas que pasaron por este enclave de Malasia que un visitante apodo la "isla del infierno".El recuerdo de este territorio insular alude a travesías insufribles en barcos que eran asaltados por piratas, y chabolas y desdicha para los que consiguieron sobrevivir al ingente éxodo de los llamados 'Boat People' al que asistió Asia a partir de la segunda mitad de la década de los 70.
Haciendo gala al carácter cíclico de la historia, la crisis de los rohingya podría recuperar la triste memoria de Bidong y otros islotes reconvertidos en campos de confinamiento si finalmente el Gobierno de Bangladesh traslada a 100.000 refugiados de esta minoría musulmana a Bhashan Char, un enclave deshabitado sito en medio de la Bahía de Bengala, azotado de forma recurrente por los ciclones.
El viaje hasta Bhashan Char requiere un complicado periplo de casi 10 horas desde los campos de refugiados de Cox's Bazar y sendos trayectos en embarcaciones. La isla ni siquiera existía hace unas décadas. Se creó en base a la acumulación de sedimentos y durante meses se ve inundada por las mareas. De ahí su propio nombre: Bhashan Char significa la "isla flotante”.
"Aquí no vivía nadie. Sólo algunas personas que cuidaban búfalos", recuerda Mohamed Hokchar, uno de los pescadores que habita en la cercana isla de Sandwip, ubicada a unos siete kilómetros de Bhashan Char. Hasta los pastores abandonan el enclave -que ocupa una superficie de unos ocho kilómetros de largo y cuatro de ancho- durante la época del monzón, ante la elevación de las mareas. "Dos tercios de la isla suelen quedar sumergidos. Este lugar es prácticamente inhabitable", explicó Riaz Uddin, uno de los 'residentes' temporales del lugar al diario Dhaka Tribune.
Un refugio de piratasLos vecinos de Sandwip añaden que durante los meses de precipitaciones y vientos huracanados, el lugar suele quedar aislado al menos para los navíos de menor calado.
Un informe de la División Forestal Costera difundido por el mismo Dhaka Tribune reconocía sin ambages que Bhashan Char "no es habitable", que carece de fuentes de agua potable, espacio para ejercer la agricultura y es muy "vulnerable" ante las tormentas. Los funcionarios añadieron que cada año casi medio kilómetro de tierra desaparece tragado por la erosión marina.”
Además, antes era muy peligroso acercarse a la isla, era un refugio de piratas", asevera Muktader Rahman. El joven afronta el vaivén del oleaje que en ocasiones empapa a los pasajeros del precario bote que se adentra por la Bahía de Bengal. Su intención es reunirse con su padre, uno de los trabajadores que intentan luchar contra la lógica y pretenden erigir un centro de acogida para los refugiados en el reducto isleño.Tras más de una hora de travesía, la costa de Bhashan Char surge en medio de un entorno marítimo donde no se vislumbra ningún otro territorio hasta donde alcanza la vista.
El litoral se eleva a pocos metros del océano durante la marea baja. Gran parte del lugar es una simple sucesión de barrizales, manglares y canales de agua que se adentran hacia el interior del territorio cuya transformación en hábitat humano resulta difícil de imaginar.
Repentinamente, tras pasar por una larga sucesión de parajes desiertos, el 'barquichuelo' se aproxima a una localización donde se encuentran fondeadas docenas de enormes barcazas. Un reguero interminable de trabajadores descalzos descarga sin descanso cubeta tras cubeta de arena y gravilla que apilan en la orilla. Otras embarcaciones transportan grúas que acarrean tuberías, tractores y excavadoras. Cada cierto tiempo, un helicóptero surca el cielo.
Dentro de la isla, cientos de obreros se concentran en torno a las cabañas donde habitan desde hace cerca de tres meses. Son meros chamizos erigidos en medio de las acumulaciones de material de construcción. "Al principio fue más duro. No había nada para vivir. Sólo matojos. Ahora tenemos hasta una cantina que nos prepara la comida", aclara Sharif Uddin Basie, un capataz de 45 años encargado de una camarilla de trabajadores.
La amenaza del monzón
El lugar es un continuo trasiego de camiones, tractores y palas excavadoras. Ni siquiera la noche interrumpe los trabajos. La descarga de grava continúa bajo los focos que iluminan las embarcaciones. Las autoridades pelean contra el tiempo. El inicio del monzón es algo inminente. "Tenemos que terminar antes de finales de abril. Estamos construyendo carreteras, 1440 casas y 120 refugios para ciclones", precisa Sharif. Al igual que hacen las autoridades de Dacca, el bangladesí defiende este polémico plan que asegura sigue los mismos parámetros de cualquier otro proyecto de tierras ganadas al mar.
El gobierno central ha requerido la asistencia de la compañía china que construyó la presa de las Tres Gargantas, que está erigiendo unos terraplenes que frenen las mareas que anegan el islote, y ha destinado un presupuesto de 235 millones de euros para rehabilitar el lugar.
"Van a tener mejores casas que la mía. Las estamos construyendo con un espacio de varios metros de elevación, previendo posibles inundaciones", opina Sherif. Cuando se le inquiere por la alimentación de los refugiados, el bangladesí se muestra menos optimista. "No, la comida tendrá que venir de fuera, con barcos", admite
.La capacidad de Bhashan Char para resistir los embates de un ciclón, un fenómeno muy común en esta zona, resulta más que cuestionable. Los residentes de Sandwip -una isla que excede en consistencia y extensión a la referida- no ahorran detalles a la hora de relatar los daños y víctimas que suelen causar cada año estos embates de la naturaleza.Los más viejos todavía recuerdan la brutal furia del que se llamó Bhola, que golpeó directamente la Bahía de Bengal en 1970 dejando cerca de medio millón de muertos y convirtiéndose en una tragedia más mortífera que el tsunami de 2004.
El último de la larga serie, el Mora, devastó los campos de refugiados Rohingya en mayo del año pasado, destruyendo decenas de miles de chabolas, cuando la aglomeración humana no era sino una fracción de la que ahora existe en el entorno de Cox's Bazar.
"Si nos obligan a volver a Rakhine, nos suicidaremos”
Los rohingyas coinciden en que la opción de ser transferidos a la isla podría resultar tan fatídica como el propio regreso a Birmania en las presentes circunstancias, aunque la mayoría tan sólo tiene un vago conocimiento del proyecto. "Hemos escuchado cosas. Pero ahí no vive nadie. Si viene una tormenta nos ahogaremos todos. Es mejor morir en los campos", proclama Mohammad Amin, un refugiados de 36 años procedente de Buthidong, uno de los distritos de Rakhine, que ahora malvive en el campo de Kutupalong. "Aquí al menos alguien podrá rezar por nosotros", añade uno de sus amigos.
Hazi Mahbubul Bashar, de 68 años, se muestra incluso más contundente. "No somos de Chittagong (el distrito bangladesí más cercano a Bhashan Char). Somos de Rakhine. Si nos obligar a ir, nos suicidaremos", advierte. Organizaciones como Amnistía Internacional secundan las reticencias de los huidos y han dejado constancia de su firme oposición a la iniciativa. "Sería un terrible error", precisó Biraj Parnaik, responsable del Sudeste de Asia en esta organización defensora de los derechos humanos.
La controversia en torno a Bhashan Char se produce en medio de los repetidos avisos sobre el monumental desafío que representa la temporada de lluvias para los campos poblados por los Rohingya. Los exiliados se han establecido sobre una orografía dominada por las colinas que han limpiado literalmente de cualquier vegetación o arboleda, que servían para mantener la estabilidad de estas elevaciones, que ahora son simples cúmulos de tierra apelmazada proclive a los derrumbes."Es una carrera contra el tiempo. El monzón está llegando. Hay casi un millón de personas en unos campos que no se construyeron para resistir un monzón. Habrá una gran cantidad de muertos si todas las partes no llegan a un acuerdo sobre repatriación o ayuda", declaró esta semana Kobsak Chutikul, portavoz del panel de asesores internacionales sobre la causa rohingya establecido por la propia Birmania.La simulación en ordenadores que realizó recientemente la Agencia para los Refugiados de Naciones Unidas (Acnur) en base a datos topográficos de los campos de Cox's Bazar predijo que al menos 100.000 Rohingya se encuentran amenazados por corrimientos de tierra e inundaciones tan sólo en Kutupalong y Balukhali, las dos principales aglomeraciones humanas. Problemas con la población localLos grupos de asistencia, el gobierno bangladesí y los propios rohingyas se encuentran enfrascados en una actividad incesante para reforzar los chamizos erigidos en los altozanos. El reparto de enormes estacas de bambú es una constante en la casi docena de enclaves repartidos a lo largo de la región. De forma paralela al proyecto gubernamental de Bhashan Char, ACNUR intenta habilitar un espacio adyacente a los campos para trasladar allí a varias decenas de miles de personas. La principal dificultad consiste en allanar este paisaje dominada por las lomas."Aquí todos vivimos en las colinas. Hay 54 colinas en el campo. Las autoridades han repartido 5.000 (palos de) bambú para reforzar las chozas, pero no sabemos si resistirán", relata Hamid Hossein, uno de los portavoces de la comunidad rohingya del campo de Hakimpara.Atrapados en un ciclo interminable de miseria, violencia y adversidad, el monzón no es la única amenaza que pesa ahora sobre esta minoría acosada hasta el infinito.El recurso a planes tan arriesgados como el de Bhashan Char es un reflejo de la creciente presión que enfrenta el gobierno de Dacca por parte de su propia población, donde un sector ha pasado de acoger con simpatía a los huidos a exigir su regreso inmediato a Birmania o su recolocación ante la problemática ingente que genera la presencia de más de un millón de refugiados en Cox's Bazar. Asociaciones de bangladesíes como la que lidera Gofur Uddin Chowdhury en la cercana población de Ukhiya han intensificado sus movilizaciones para reclamar el traslado de los refugiados, que superan de lejos a los nativos de en esta zona.Sentado en una habitación desconchada en la que ha tenido que instalarse de forma temporal después de que la avalancha de huidos, primero, y más tarde la presencia de las fuerzas de seguridad, se apropiaran de su antigua oficina, Gofur alterna la conversación con los periodistas y la atención a un nuevo grupo de mujeres que se ha personado en el lugar para relatarle los "problemas" que tienen con sus nuevos "vecinos", los recién llegados expulsados de Birmania."Hay 12.000 personas afectadas. Los rohingyas llegaron y ocuparon unas 2.200 hectáreas. Eran zonas que usábamos para plantar arroz, vegetales... También entraron en colegios y hasta en mi oficina. Mire, está ahí enfrente, ahora es un cuartel del ejército y no puedo ir", manifiesta señalando hacia los uniformados que otean metralleta en mano desde el cercano edificio. Acusados del aumento de delitosEn un país donde más de un 31% de sus mismos ciudadanos viven por debajo del umbral de pobreza y donde las paupérrimas viviendas de muchos bangladesíes no parecen mejores que las chozas de los rohingyas, la llegada de esta oleada de personas totalmente desposeídas ha multiplicado los altercados con los locales. Los bangladesíes se quejan de la atención de las ONGs a los refugiados, de los trabajos que les "quitan" -en palabras de Uddin- y les acusan de ser responsables de un supuesto incremento de los robos y tráfico de drogas.Sanjida Yesmin, de 20 años, es una de las mujeres que se ha personado en el domicilio actual de Uddin. Acarrea a un bebé que no cesa de llorar. Asegura que vivía en un barracón con un pequeño terreno al costado que dedicaba a plantar arroz, un jardín diminuto jardín con algunos árboles frutales, cuatro cabras y una vaca. "Colocaron sus chabolas en la tierra y en el jardín. Dos cabras se murieron porque no tengo nada para darles de comer y tuve que vender la vaca. Ahora somos refugiados rodeados de rohingyas", argumenta.Uddin defiende abiertamente que los rohingyas sean recluidos en campos de confinamiento como "en los que están en su país" o en la propia isla de Bhashan Char.Hossain Toufique Imam, un asesor de la primera ministra, reconoció en febrero que al igual que pasó con los 'boat people' vietnamitas los rohingyas que recalen en Bhashan Char sólo podrán abandonar ese lugar si regresan a Birmania o son acogidos por un tercer país. "No es un campo de concentración pero existirán las restricciones. No les vamos a dar un pasaporte de Bangladesh", concluyó.T
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