15 sept 2019

Sociedad abierta y populismo/ Miquel Porta Perales

Sociedad abierta y populismo/ Miquel Porta Perales,  articulista y escritor.

ABC, domingo, 15/Sep/2019
En 1945, Karl Popper publicó «La sociedad abierta y sus enemigos». A través de la crítica de Platón, Hegel y Marx, desautorizó el historicismo. Ese determinismo que tendría el don de la predicción y dice conocer el curso de la historia, que cree haber descubierto los ritmos, modelos, leyes o tendencias del devenir político, social y económico. El destino del hombre y la sociedad por científico decreto. ¿Acaso Karl Marx no decía haber desvelado las leyes naturales de la producción capitalista que trabajaban con necesidad férrea hacia el resultado inevitable que no era otro que la sociedad socialista? Una idea falsa, o «falsada», por utilizar la terminología popperiana. El futuro del hombre -señala el filósofo- no está determinado, sino que está abierto y es indeterminado. ¿De quién depende? De la libertad y responsabilidad del hombre.

Frente a ese pensamiento totalitario, enemigo de la libertad del hombre -se refiere al marxismo, el socialismo y el comunismo como manifestaciones de la sociedad cerrada que se propone conducir la historia a un estadio supuestamente superior e insuperable-, Karl Popper formula la idea de sociedad abierta. Sociedad -entendida como sinónimo de democracia- que permite la asociación de individuos libres y responsables que respetan mutuamente sus derechos en el marco de un Estado -que hay que respetar- que los protege. Una sociedad plural, afortunadamente imperfecta, en que se toman decisiones racionales y responsables. Más: la crítica como fundamento y la imagen de un futuro siempre abierto alejado de la profecía «científica» de quienes prometen -generalmente, previo sacrificio- el reino de la libertad, la igualdad, la justicia y la felicidad que nunca llegará.
Al respecto, Karl Popper señala los límites del ser humano cuando afirma que la mejor sociedad es la que brinda la mayor libertad posible y la que reduce al mínimo el sufrimiento evitable. En definitiva, no todo es posible. Una idea clave si tenemos en cuenta que, para nuestro filósofo, la diferencia entre sociedad cerrada o totalitaria, y sociedad abierta o libre, reside en que la primera quiere imponer su programa a la ciudadanía aduciendo que es científicamente irrefutable. Karl Popper, sensu contrario, se muestra partidario que, en asuntos políticos, como en asuntos científicos, hay que pensar y obrar de acuerdo con un racionalismo crítico -algo de socrático hay en ello: Sócrates «no sabe nada», pero detecta yerros razonando- que descarte errores a la luz de la experiencia. Toda teoría o enunciado ha de ser sometida a prueba. En el bien entendido de que una prueba favorable nunca demuestra la teoría o el enunciado. Todo es provisional. Todo es «falsable». Todo está sometido a la autocrítica y la reforma. Por lo demás, cabe añadir que, para nuestro filósofo, los problemas de la humanidad no obedecen a la perversidad del ser humano, sino al deseo -a veces, ilusorio- de mejorar el mundo. Un aviso -las experiencias sobran: ahí están las utopías infelizmente realizadas- para quienes comulgan con las ruedas de molino de los denominados -marxismo, socialismo y comunismo- relatos emancipatorios. Hoy, el vacío dejado por la quiebra de dichos relatos emancipatorios, ha sido ocupado por un populismo que deviene el nuevo enemigo de la sociedad abierta. Ese populismo que, nacido en la Rusia de la segunda mitad del XIX, ha ido adoptando distintas formas y manifestándose de maneras diversas. Ya en 1969, Ghita Ionescu y Ernest Gellner, en la Introducción de su compilación de textos «Populism. Its Meanings and National Characteristics», advertían que «un fantasma se cierne sobre el mundo: el populismo». Cincuenta años después, el populismo -que siempre ha estado ahí- ha despertado de nuevo con el objetivo de alcanzar la hegemonía política, social e ideológica. Y, también, con el objetivo de modelar -ingeniería social deliberada- la consciencia y el pensamiento del ciudadano. En España, por ejemplo.
No es fácil definir el concepto -proteico y escurridizo que suele variar en función del lugar en donde aparece-, pero no es menos cierto que todo populismo reúne algunas de las características señaladas por Enrique Krauze: secuestro de la palabra, invención de la verdad, prescripción de la realidad, movilización permanente, fustigación del adversario, fomento del rencor o desprecio por la legalidad democrática («¿Qué es el populismo?», 2005). El populismo o el discurso demagógico que remueve y promueve los sentimientos, las emociones, los temores, los odios y los deseos del «pueblo». El ensayista mexicano concluye que el populismo tiene una naturaleza «perversamente “moderada” o “provisional”: no termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario; por eso, alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu político». Para conquistar el poder o la hegemonía. En España, decíamos antes. En la España de las primeras décadas del XXI existen seis manifestaciones populistas que merecen ser tenidas en cuenta. A saber: el populismo de izquierdas, el populismo económico, el populismo nacionalista, el populismo feminista, el populismo ecologista y el populismo humanitario. Vayamos -sucintamente- por partes.
El populismo de izquierdas (Podemos) que reeduca en los valores soi disant progresistas, reivindica una política que emane del «pueblo», cuestiona la democracia liberal en beneficio de una democracia «real» o coquetea con la utopía de la armonía perdida por recuperar.
El populismo económico -Podemos, UGT o CCOO- que resucita el antagonismo de clase, cuestiona el capitalismo o apuesta por una nueva institucionalidad al servicio del «pueblo».
El populismo nacionalista -JpCat, ERC o Bildu con el auxilio de Podemos- de corte exclusivista, victimista, supremacista, providencialista, autoritario y desleal que apela a los sentimientos e ilusiones del «pueblo» con el objetivo de una «reconstrucción nacional» propia.
El populismo feminista -Comisión 8 de Marzo o Podemos- que exige por decreto una representación femenina en todos los ámbitos y desea imponer la perspectiva de género en la política, la economía, el derecho, la empresa, la sanidad, la ciencia, la educación, la filosofía, la historia, el arte, la música o el liderazgo.
El populismo ecologista -Greenpeace, Ecologistas en Acción. Justicia Climática-Amigos de la Tierra o Podemos- que absolutiza presupuestos, teorías y proyectos, y se presenta como el único sistema global de interpretación del mundo capaz de diseñar un modelo que organice las relaciones entre política, sociedad, biología, economía y cultura y política.
El populismo humanitario -Opens Arms o Podemos- que frecuenta el chantaje moral y emocional, que dinamita la política europea de migraciones y refugiados al plantear -practicar- el incumplimiento de la legislación vigente.
Los seis populismos españoles -con la colaboración del PSOE, convertido en un catch all party que abraza a la carta cualquier populismo que brinde réditos electorales inmediatos: una manera de suplantar a los partidos en detrimento de la democracia formal- son la expresión de la sociedad cerrada. Porque se presentan como irrefutables por definición y aspiran a una sociedad planificada «científicamente» que decretaría el bienestar para todos. Así se coarta la libertad y responsabilidad del hombre en un mundo cuyo futuro es imprevisible. Así se lamina la Constitución y la democracia. Así se embauca y estafa al ciudadano. Y Ortega: «los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones».

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