Empecemos por entender el terreno que pisamos: la Inteligencia Artificial no es magia, es un campo de la informática diseñado para imitar nuestras capacidades. Usa algoritmos y montañas de datos para aprender, razonar y tomar decisiones. Desde asistentes de voz hasta diagnósticos médicos, la IA (especialmente la generativa) busca ser cada vez más autónoma y creativa, procesando información compleja a través de redes neuronales. Pero, ¿a qué costo está aprendiendo tanto?
La periodista Esther Paniagua puso el dedo en la llaga con una frase que debería hacernos mucho ruido: "La verdad no puede depender de Google". El problema es mucho más serio de lo que parece. Las empresas de IA se han dedicado a "barrer" internet, llevándose por delante décadas de trabajo de escritores, científicos y periodistas. Se están apropiando de un conocimiento que no crearon, sin pedir permiso y, lo que es peor, sin dar absolutamente nada a cambio.