El retiro de elección de Estados Unidos/Richard Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush's special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. He is the author, most recently, of The World: A Brief Introduction (Penguin Press, 2020).
Project Syndicate
WAKIL KOHSAR/AFP via Getty Images
El presidente afgano, Ashraf Ghani, ha huido del país. Su gobierno ha colapsado en tanto combatientes talibanes ingresan a Kabul. Como un recordatorio de la ignominiosa caída de Saigón en 1975, dos décadas de presencia militar de Estados Unidos en Afganistán se han desvanecido en cuestión de semanas. ¿Cómo se llegó a esto?
Hay guerras de necesidad, como la Segunda Guerra Mundial y la Guerra del Golfo de 1990-91. Hay guerras en las que se emplea fuerza militar porque se considera que es la mejor y muchas veces la única manera de proteger intereses nacionales vitales. También hay guerras de elección, como las guerras de Vietnam y de Irak en 2003, en las que un país va a la guerra, aunque los intereses en juego no sean tan vitales y existan recursos no militares que se pueden emplear.
Ahora, al parecer, también hay retiros de elección, cuando un gobierno retira tropas que podría haber dejado en un teatro de operaciones. No retira tropas porque su misión se haya cumplido, o porque su presencia se haya vuelto insostenible, o porque ya no sean bien acogidas por el gobierno anfitrión. Ninguna de estas condiciones aplicaba a la situación en la que se encontraba Estados Unidos en Afganistán al comienzo de la administración del presidente Joe Biden. El retiro fue una elección y, como suele suceder en las guerras de elección, los resultados prometen ser trágicos.
Las tropas norteamericanas fueron por primera vez a Afganistán hace 20 años para combatir a la par de las tribus afganas que buscaban destituir al gobierno talibán que daba refugio a Al-Qaeda, el grupo terrorista responsable de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los que murieron casi 3.000 personas en Estados Unidos. Los talibanes enseguida se dieron a la fuga, aunque muchos de sus líderes escaparon a Pakistán, donde con el tiempo se reconstituyeron y reanudaron la lucha contra el gobierno afgano.
Los números de tropas aumentaron con los años –en un punto durante la presidencia de Barack Obama a más de 110.000- en tanto las ambiciones estadounidenses en Afganistán se expandían. El costo fue enorme: se calculan 2 billones de dólares y cerca de 2.500 vidas norteamericanas, más de 1.100 vidas de sus socios de la coalición, así como 70.000 bajas militares afganas y casi 50.000 muertes civiles. Los resultados, sin embargo, fueron modestos: si bien un gobierno afgano electo (único en la historia del país) dominaba las grandes ciudades, su control del poder siempre fue tenue y los talibanes volvieron a controlar muchas ciudades más pequeñas y pueblos.
La intervención estadounidense en Afganistán fue un caso clásico de extralimitación, una guerra limitada de necesidad iniciada en 2001 que se transformó con los años en una guerra costosa de elección. Pero cuando Biden asumió la presidencia, la extralimitación era algo del pasado. Los niveles de tropas norteamericanas se habían reducido a alrededor de 3.000; su papel se limitaba esencialmente a entrenar, asesorar y respaldar a las fuerzas afganas. No había habido una baja en combate de Estados Unidos en Afganistán desde febrero de 2020. La modesta presencia de Estados Unidos era tanto un anclaje para unas 8.500 tropas de países aliados como un apoyo militar y psicológico para el gobierno afgano.
En Estados Unidos, Afganistán prácticamente había dejado de ser un problema. Los norteamericanos no votaron en la elección presidencial de 2020 con el país en mente y no marchaban en las calles en protesta por la política norteamericana allí. Después de 20 años, Estados Unidos había alcanzado un nivel de participación limitada acorde a los desafíos. Su presencia no conduciría a una victoria militar o a la paz, pero evitaría el colapso de un gobierno que, por más imperfecto que fuera, era por lejos preferible a la alternativa que hoy está tomando el poder. A veces lo que importa en política exterior no es lo que se puede lograr sino lo que se puede evitar. Afganistán entraba en esta lógica.
Pero ésta no fue la política estadounidense. Biden estaba trabajando a partir de un guion heredado de la administración de Donald Trump, que en febrero de 2020 firmó un acuerdo con los talibanes (invalidando al gobierno de Afganistán en el proceso) que fijó una fecha límite en mayo de 2021 para el retiro de las tropas de combate estadounidenses. El acuerdo no obligaba a los talibanes a desarmarse o a comprometerse con un cese del fuego, sino sólo a acordar no dar refugio a grupos terroristas en territorio afgano. No fue un acuerdo de paz sino un pacto que ofrecía una hoja de parra, aunque muy delgada, para un retiro norteamericano.
La administración Biden ha honrado este acuerdo plagado de errores en todos los sentidos excepto uno: la fecha límite para el retiro militar total de Estados Unidos se extendió apenas tres meses. Biden rechazó todas las políticas que habrían vinculado el retiro de tropas estadounidenses a condiciones en el terreno o a acciones talibanes adicionales. Por el contrario, por miedo a un escenario en el que las condiciones de seguridad se deterioraran y ejercieran presión para tomar la medida políticamente impopular de volver a desplegar tropas, Biden simplemente retiró todas las fuerzas estadounidenses.
Como era de esperarse, tras el anunciado retiro militar norteamericano (hoy un hecho consumado), el gobierno desanimado perdió el poder, que drásticamente recayó en los talibanes. Con el control por parte de los talibanes de todo Afganistán, las represalias generalizadas, una dura represión de las mujeres y las niñas y gigantescos flujos de refugiados son casi una certeza. Impedir que los grupos terroristas regresen al territorio resultará mucho más difícil sin una presencia en el país.
Con el tiempo, existe el peligro adicional de que los talibanes busquen extender su mandato a gran parte de Pakistán. Si fuera así, sería difícil no ver la ironía, ya que el refugio que les ofreció Pakistán a los talibanes durante tantos años fue lo que les permitió montar una guerra. Hoy, en una versión moderna de Frankenstein, es posible que Afganistán se convierta en un refugio para llevar la guerra a Pakistán –un escenario potencialmente catastrófico, dada la fragilidad de Pakistán, su gran población, su arsenal nuclear y su historia de guerra con la India.
El retiro apresurado y mal planeado de Estados Unidos tal vez ni siquiera ofrezca tiempo suficiente para evacuar a los afganos ahora vulnerables que colaboraron con los gobiernos de Estados Unidos y Afganistán. Más allá de las consecuencias locales, las secuelas lúgubres del fracaso estratégico y moral de Estados Unidos reforzarán los interrogantes sobre la confiabilidad de Estados Unidos entre amigos y enemigos en todas partes.
A Biden recientemente le preguntaron si estaba arrepentido de alguna manera de su decisión de retirar todas las tropas estadounidenses de Afganistán. Respondió que no. Debería estarlo.
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