6 may 2009

Gripe sin apellido

Gripe sin apellido/Kepa Aulestia
Publicado en LA VANGUARDIA, 05/05/09;
La cepa de gripe de origen porcino que mutó al parecer en México para pasar a humanos y extenderse por distintos países ha puesto a prueba el tratamiento informativo de las enfermedades contagiosas emergentes, el papel que corresponde a las autoridades sanitarias frente a ellas y la función que compete a los gobernantes. Es probable que dentro de unos días el foco de la atención mediática se haya desplazado del mencionado problema para dirigirse a cualquier otro acontecimiento noticioso. Como es probable que las enseñanzas que pudieran extraerse de tan reciente experiencia acaben siendo soslayadas para que los límites y errores evidenciados se reproduzcan ante cualquier nueva epidemia. La naturaleza y evolución siempre inciertas de una crisis sanitaria impiden establecer pautas inamovibles para su comunicación.
Pero las carencias y equivocaciones que se han podido descubrir en el caso retratan tanto a las autoridades, sanitarias o no, como a los medios en su aproximación al asunto.
La denominación de las cosas determina casi todo en la comunicación social. Los calificativos que han acompañado a esta gripe condicionan la percepción del problema por parte de la opinión pública; además, el significado de los términos de referencia varía con su uso. Semana y media después de que el mundo tuviera noticia de qué estaba ocurriendo en México, la nueva cepa de gripe se vio desposeída de las dos denominaciones con las que comenzó a ser noticia. Ya no es ni mexicana ni porcina, porque el primer apelativo estigmatizaba a todo un país que ha sufrido los efectos inmediatos de tan inquietante epidemia y el segundo perjudicaba a un sector de la ganadería, como en su día se vieron afectados el vacuno y el avícola. Ahora la gripe lleva el nombre del virus, A/ H1N1; denominación tan rigurosa desde el punto de vista científico como críptica y carente de significado de cara a su percepción ciudadana. No es este un problema menor para la comunicación en materia de salud. Porque de igual modo que la convivencia anual con la gripe obliga a ponerle algún apellido para que la sociedad adopte precauciones añadidas, la remisión a las siglas que se le adjudiquen a una determinada mutación vírica dificultaría la transmisión de la información necesaria para despertar los instintos sociales de prevención. Baste un ejemplo netamente crónico. La EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) es la cuarta causa de mortalidad en España, provocada en la inmensa mayoría de los casos por el consumo continuado de tabaco. Pero tan enigmática denominación dificulta sobremanera la toma de conciencia sobre su existencia.
En unos pocos días el concepto mismo de epidemia se ha convertido en algo próximo a lo trivial; e incluso la pandemia se ha desprendido de las connotaciones de tragedia a gran escala que su uso comportaba hasta la fecha. La opinión publicada y la pública describen a menudo un movimiento pendular entre el tremendismo y la indiferencia. El parecer de los expertos, proclives a tratar esta como una gripe más, contrasta con el de las autoridades sanitarias, tendentes a curarse en salud con advertencias ciertamente genéricas y recomendaciones de higiene básica. Mientras, los gobernantes titubean en sus comparecencias públicas ante una amenaza que constituye tanto una oportunidad para que muestren sus dotes de estadistas como un riesgo de que los efectos de la mutación genética del virus echen a perder sus carreras políticas. Que las alertas no provoquen pánico se ha convertido también enun lugar común impreciso, cuya corrección política no alcanza a indicar a las autoridades en qué términos deberían manifestarse. Los protocolos se habrán seguido en la toma de decisiones, pero de la misma manera que en México las declaraciones más inquietantes se solapaban con otras que reducían la magnitud del problema, como si se tratase de una invitación para que el público eligiera la versión que más le conviniera del amplio abanico de consideraciones expuestas, también la opinión pública europea se ha visto sometida a una diversidad de voces que, aunque menos variada que la mexicana, evidencia las dificultades a las que los poderes públicos se enfrentan a la hora de comunicar sobre una crisis sanitaria.
Incluso se ha podido constatar que, en cada una de sus apariciones, la OMSs e ha dirigido a la opinión pública tarde para Europa y temprano para América, de manera que el efecto de sus decisiones y comunicados quedaba amortiguado por la diferencia horaria entre ambos continentes. Es posible que la gripe provocada por la cepa A/ H1N1 remita cuando menos como centro de la preocupación pública. Pero su paso ha evidenciado tantas fallas en la comunicación institucional y en el tratamiento informativo de las enfermedades que bien harían las autoridades y los medios en corregirlas para otra ocasión.

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