El
mundo de Putin/Ivan Krastev is Chairman of the Center for Liberal Strategies, Sofia, and Permanent Fellow at the Institute for Human Sciences (IWM) in Vienna. His latest book is In Mistrust We Trust: Can Democracy Survive When We Don’t Trust Our Leaders?.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
El
Occidente ahora está viviendo en el mundo de Putin. Esto no se debe a que Putin
tenga la razón, o incluso, no se debe a que él sea más fuerte, sino que esto
ocurre porque él está tomando la iniciativa. Putin es “audaz”, mientras que el
Occidente es “cauteloso”. No obstante que los líderes europeos y
estadounidenses reconocen que el orden mundial está experimentando un cambio
dramático, ellos no pueden llegar a captar dicho cambio en su totalidad. Los
líderes continúan abrumados por la transformación de Putin, desde su papel de
Presidente Ejecutivo de Rusia, Inc., a su actual papel de líder nacional
impulsado ideológicamente que no se detendrá ante nada para restaurar la
influencia de su país.
La
política internacional puede basarse en tratados, pero funciona sobre la base
de expectativas racionales. Si esas expectativas resulten estar equivocadas, el
orden internacional vigente se derrumba. Eso es precisamente lo que ha ocurrido
durante el curso de la crisis ucraniana.
Hace
apenas unos meses, la mayoría de los políticos occidentales estaban convencidos
de que, en un mundo interdependiente, un revisionismo sería demasiado costoso y
que a pesar de la determinación de Putin en cuanto a defender los intereses de
Rusia en el espacio postsoviético, él no recurriría a la fuerza militar para
hacerlo. Ahora está claro que estaban dolorosamente equivocados.
Acto
seguido, después de que tropas rusas ocuparan Crimea, los observadores
internacionales, en su gran mayoría, asumieron que el Kremlin iba a apoyar la
secesión que apartaría a Crimea de Ucrania, pero también asumieron que el
Kremlin no irían tan lejos como para a llegar a anexar a Crimea a la Federación
Rusa. Esa creencia, también, demostró ser totalmente errónea.
En
este momento, el Occidente no tiene idea de lo que Rusia está dispuesta a
hacer, pero Rusia sabe exactamente lo que Occidente hará – y lo es aún más
importante – también sabe que es lo que el Occidente no hará. Esto ha creado
una asimetría peligrosa.
Por
ejemplo, cuando Moldavia solicite ser miembro de la Unión Europea, Rusia puede
desplazarse para anexar la región moldava de Transnistria, que es una región
separatista donde las tropas rusas han estado estacionadas durante dos décadas.
Y Moldavia ahora sabe que, en caso de que eso suceda, Occidente no va a
intervenir militarmente para proteger su soberanía.
En
lo que respecta a Ucrania, Rusia ha dejado en claro que espera obstruir las
elecciones presidenciales de mayo; estas son las elecciones que los líderes
occidentales esperan que vayan a consolidar el cambio en Ucrania, mientras que
al mismo tiempo conviertan las negociaciones constitucionales del país en un
acto inicial en la obra del establecimiento de un nuevo orden europeo.
Rusia
prevé que Ucrania se irá a convertir en algo parecido a Bosnia – es decir que
se convertirá en un país radicalmente federalizado que esté compuesto por
unidades políticas donde cada una de ellas se adhiera a sus propias
preferencias económicas, culturales y geopolíticas. En otras palabras, mientras
que técnicamente se preservaría la integridad territorial de Ucrania, la parte
oriental del país tendría vínculos más estrechos con Rusia que con el resto de
Ucrania – de forma similar a la relación que existe entre la República Srpska
de Bosnia y Serbia.
Esto
crea un dilema para Europa. Mientras una federalización radical podría permitir
que Ucrania permanezca intacta mientras atraviesa por la actual crisis, lo más
probable es en el largo plazo esto vaya a condenar al país a la desintegración
y al fracaso. Como lo demostró la experiencia yugoslava, la descentralización
radical funciona en teoría, pero no siempre funciona en la práctica. El
Occidente se enfrentará a la incómoda tarea de rechazar soluciones en el
espacio postsoviético que promovió hace dos décadas en la antigua Yugoslavia.
Confrontado
con el revisionismo de Rusia, Occidente parece estar comportándose como el
borracho en el cuento de las llaves perdidas, donde ese proverbial borracho
busca sus llaves perdidas bajo un farol, porque ahí es donde se encuentra la
luz. A pesar de que sus supuestos han sido invalidados, los líderes
occidentales se esfuerzan por elaborar una respuesta eficaz.
En
Europa, las estrategias que han surgido – entre ellas, trivializar la anexión
de Crimea o considerar que Putin está loco – son contraproducentes. La UE
oscila entre el extremismo retórico y el minimalismo en sus políticas. Aunque
algunos han recomendado, de manera desacertada, una ampliación por parte de la
OTAN en el espacio postsoviético, la mayoría de los países se está limitando a
apoyar sanciones simbólicas, como las prohibiciones de visado que afectan a
alrededor de una docena de funcionarios rusos. Sin embargo, esto podría
aumentar paulatinamente la presión sobre las élites rusas que no fueron
sancionadas para que estas demuestren su lealtad a Putin, posiblemente incluso
podría provocar una purga de los elementos más pro-occidentales en la clase
política de Rusia.
De
hecho, nadie realmente cree que las prohibiciones de visados marcarán
diferencia alguna. Estas prohibiciones se impusieron porque fue la única acción
sobre la cual los gobiernos occidentales pudieron ponerse de acuerdo.
Cuando
se trata de Ucrania, tanto los líderes occidentales como el público en general
en los países occidentales se encuentran con un estado de ánimo de decepción
preventiva. La opinión pública occidental hastiada por toda un década de
pensamientos esperanzadores y expectativas excesivas – desde los relativos a
las “revoluciones de colores” en el mundo postsoviético a aquellos vinculados
la primavera árabe – en la actualidad ha optado por escuchar solamente las
malas noticias. Y, este es un riesgo real, porque el futuro del orden europeo
depende en gran medida de lo que ocurra a continuación en Ucrania.
Ahora
está claro que la guerra de Crimea no retornará a Kiev, pero también está claro
que el aplazamiento de las elecciones de mayo significará el fin de Ucrania, en
la forma en la que la conocemos. Es responsabilidad de Occidente persuadir a
Rusia para que esta apoye las elecciones – y es también su responsabilidad
garantizar que las reformas constitucionales necesarias se vayan a decidir en
Kiev, no en Dayton.
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