El miedo ya llegó a la zona fronteriza... de Estados Unidos/
J. JESÚS ESQUIVEL
Revista Proceso # 2100, 28 de enero de 2017
De concretarse su edificación, el muro con el que Trump quiere bloquear la frontera sur de su país le haría un gran daño a los habitantes de varias ciudades estadunidenses, como Douglas, El Paso, San Ysidro y otras muchas que dependen económicamente de los miles de mexicanos que diariamente cruzan “la línea” para hacer sus compras. Cortar ese flujo comercial las llevaría a la ruina. El miedo, pues, ya se instaló en esas comunidades, donde la opinión generalizada es que el flamante mandatario, al que moderadamente tildan de ignorante, “no sabe y nunca sabrá lo que ocurre aquí, porque es un multimillonario alejado de la realidad del país”.
DOUGLAS, ARIZONA/ EL PASO, TEXAS.- Muy lejos de la Casa Blanca, ahora habitada por Donald Trump, está la frontera sur de Estados Unidos, donde la realidad económica, comercial y social de la población se ve amenazada por la retórica política hostil de un nuevo presidente que desconoce la región y podría llevarla a la ruina.
“El 80% de la economía de mi ciudad proviene de los mexicanos de Agua Prieta (Sonora), que cruzan la frontera todos los días para gastar aquí su dinero. Trump ignora esta realidad binacional y eso es muy peligroso para nosotros, los fronterizos”, dice a Proceso Robert Uribe, alcalde de Douglas.
El viento seco e invernal que levanta polvaredas parece presagiar tiempos difíciles en este desierto inhóspito, donde una cerca de alambre de púas de apenas metro y medio de alto divide al territorio estadunidense del mexicano.
El plan de seguridad fronteriza de Trump, con un muro como cimiento del proyecto, podría cambiar la belleza exótica del desierto que comparten México y Estados Unidos.
En este punto de la frontera se respira incertidumbre. Sólo siete kilómetros al este de Douglas se acaba la carretera de dos carriles, asfaltada. La Calle 10, que nace del centro de esta diminuta ciudad de Arizona, cambia de nombre cuando se acaba la zona urbana. Con la metamorfosis del asfalto a la terracería, la Calle 10 se convierte en el Sendero Gerónimo, territorio de ranchos ganaderos separados de México por la cerca de púas que Trump quiere remplazar con un muro de 16 metros de alto.
La desértica frontera de Arizona tiene dueño, pero el propietario de estas tierras no es el nuevo presidente de Estados Unidos. “Propiedad privada. Prohibido el paso”, advierte el letrero colocado a la entrada del rancho Rocker M, cuyos linderos con Sonora los marca la cerca de alambre de púas que el gobierno federal estadunidense colocó para detener a los inmigrantes indocumentados y el tráfico de drogas.
Si no fuera por el incesante ir y venir de las camionetas de la Patrulla Fronteriza, que se distinguen a lo lejos por las grandes nubes de polvo que levantan con sus llantas todo terreno, y por la “casa principal” de los ranchos que hay en estos inmensos terrenos, el desierto fronterizo da la impresión de ser tierra de nadie.
Trump quiere construir aquí, en Arizona, un muro para dividir las tierras de Estados Unidos de las de México. El republicano asegura que con la barda detendrá la inmigración indocumentada y el trasiego de drogas. El nuevo presidente está empecinado en su proyecto y firmó una orden ejecutiva para llevarlo a cabo.
“Trump no sabe que gran parte de esta frontera son terrenos privados, y que para construir el muro tendría que comprarle las tierras a los rancheros, muchos de los cuales, estoy seguro, no van a querer vender”, afirma Uribe.
Douglas, con apenas unos 17 mil 500 habitantes, es ejemplo de los efectos negativos que tendrían para estos estadunidenses el muro y la anulación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), propuestos por Trump.
Uribe, de origen dominicano y afiliado al Partido Demócrata, gobierna una ciudad cuyo presupuesto anual es de 24 millones de dólares, cantidad insignificante respecto a los más de 20 mil millones de dólares que costaría la construcción del muro.
En la frontera, superávit
Agua Prieta, Sonora, está del otro lado de Douglas. A ambas ciudades las divide la garita migratoria: 10 kilómetros de una valla metálica de aproximadamente 12 metros de altura, y después la pequeña cerca de alambre de púas que se pierde luego entre los huizaches y arbustos espinosos del desierto.
“Cada año los ciudadanos de Agua Prieta gastan 3.6 millones de dólares aquí en Douglas; su dinero es vital para nuestra economía”, explica Uribe.
“Mis ciudadanos sólo gastan 1.6 millones de dólares al año en Agua Prieta. Es decir, tenemos un superávit de 2 millones de dólares gracias al comercio con México, y lo vamos a perder, porque los mexicanos se sienten ofendidos por este presidente que los quiere separar más de nosotros”, dice, alarmado, el alcalde.
A lo largo de los 3 mil 180 kilómetros de la frontera de Estados Unidos con México –en territorios de California, Arizona, Nuevo México y Texas– hay decenas de poblaciones, como San Ysidro, Laredo, McAllen, Nogales o El Paso; todas ellas, como lo expone Uribe, reciben ingresos de los mexicanos que viven del otro lado de la línea fronteriza.
White Wolf es otro rancho cuya entrada está sobre el Sendero Gerónimo, a unos metros del “Cerro D” (pequeño promontorio que tiene pintada la letra inicial de Douglas). Las extensiones de este rancho terminan en la cerca de púas que lo separa de Sonora. Uribe, quien conoce a los dueños de los ranchos de la región, dice que ninguno de ellos ha sido consultado por el gobierno federal sobre los planes para levantar sobre sus tierras el muro fronterizo.
“Tal vez algunos estén dispuestos a vender al gobierno federal parte de sus tierras, pero otros no lo harán por ningún motivo. A mí, como responsable de la estabilidad y seguridad de la población de Douglas, no me preocupa lo de los ranchos; lo que me da miedo es que Trump nos lleve a la quiebra por su desconocimiento de la vida fronteriza. Su muralla es una ofensa para México e incluso para nosotros los fronterizos”, machaca Uribe.
Desde 1984, en el gobierno de Bill Clinton, el Congreso federal estadunidense aprobó una de ley para colocar sobre la frontera con México enormes vallas de acero y cercas, como la alambrada que hay en las tierras áridas de Douglas.
Son mil 123 los kilómetros de la frontera sur estadunidense que tienen algún tipo de cerca. En los 2 mil 57 kilómetros restantes es donde Trump pretende construir su “gran muralla” para detener indocumentados y drogas.
La Oficina Gubernamental de Responsabilidad (GAO), agencia del gobierno federal que actúa como una especie de auditoría nacional, calcula que amurallar cada milla (mil 600 metros) de la frontera sur costaría 10.7 millones de dólares.
Con este cálculo de la GAO, el muro que propone Trump tendría un costo de unos 13 mil 674 millones de dólares, sin contar el mantenimiento del cerco fronterizo, que anualmente generaría un gasto adicional de por lo menos 800 millones de dólares.
El mandatario estadunidense, quien dentro de un par de meses enviará al Congreso el proyecto presupuestal del muro, asegura que México “de alguna manera o de otra” sufragará esos costos. Uribe califica esa aseveración de una locura y una gran mentira.
“Es imposible que México pague el costo del muro. El presidente Trump no sabe lo que dice. No va a construir un muro, sino un mural. Un mural con su firma, como sus hoteles, para así, cuando se vaya (de la Presidencia) pueda presumir: ‘Eso lo construí yo’, sin que le importen los daños económicos que nos causará a nosotros, los que vivimos en la frontera y dependemos de la relación económica y social con México. Lo del mural de Trump es simplemente una perfecta idiotez”, señala el alcalde.
“No tiene idea”
A 417 kilómetros de Douglas está El Paso, Texas, una de las ciudades más grandes y pujantes de la frontera sur de Estados Unidos. El río Bravo la separa de Ciudad Juárez, Chihuahua; pero las unen los cinco puentes internacionales por los que a diario cruzan en ambas direcciones miles de personas y camiones de carga.
Aquí los planes de Trump sobre el muro no tienen eco. La frontera tiene una parte amurallada desde hace muchos años. Lo que inquieta a los paseños es que la política de odio y desprecio del presidente hacia los mexicanos, enmarcada en sus planes de anular al TLCAN, signifique el cierre de negocios y acabe con una relación histórica de hermandad.
“Trump no sabe y nunca sabrá lo que ocurre aquí, porque es un multimillonario alejado de la realidad del país. No sabe que mi negocio depende de los mexicanos que todos los días pasan a hacer compras en supermercados, tiendas de ropa y otros pequeños negocios de esta región”, explica a Proceso Luis Barón, dueño de una tienda de ropa en el centro de El Paso.
“Casi 100% de la mercancía que vendo la compran los mexicanos de Juárez. Si de por sí, con la devaluación del peso y por el gasolinazo, bajaron mis ventas, imagínese lo que pasaría si el presidente construye el muro y ofende más a los mexicanos. ¡Me voy a la quiebra!”, apunta Barón, ciudadano estadunidense afiliado al Partido Republicano.
“No voté por Trump porque desde que ofendió a los mexicanos presentí que no sabía lo que decía, ya que él no tiene la menor pinche idea de lo que es la frontera”, añade.
El Paso, como Douglas, está muy lejos de la Casa Blanca y del Capitolio. En esta frontera se siente un ambiente de preocupación. La mayoría de la ciudadanía fronteriza teme que las políticas de su nuevo presidente envenenen el lazo de amistad y cordialidad entre paseños y juarenses.
“Que venga Trump un día aquí a El Paso, para que vea cuántos trabajos dependen de los mexicanos que vienen de Juárez y de otros lugares de México. No sabe lo que dice; nos van a arruinar si allá en Washington dejan a Trump hacer todo lo que quiere: lo del muro y todas las otras tonterías que quiere para la frontera”, anota Vince Lesser, propietario de un negocio de refacciones industriales, cuya clientela viene de México.
Los peatones, autos particulares y camiones de carga entran y salen sin cesar, hacia el norte y hacia el sur, por las garitas y puentes fronterizos en Douglas y El Paso. La vida en la frontera no se detiene por las amenazas de Trump.
El comercio fluye, lo mismo que la inmigración legal e indocumentada y el trasiego de narcóticos de México hacia Estados Unidos. A la inversa, como lo apunta Uribe, “tampoco para el río de dinero que sale de la venta de drogas ni el de las armas con las que todos los días asesinan a muchos mexicanos”. Los fronterizos están conscientes de esta realidad, viven con ella todos los días. Trump lo ignora pero aun así la quiere cambiar radicalmente.
Muchos en la frontera ser ríen del proyecto del muro fronterizo que Trump quiere edificar, no creen que lo haga. Sin embargo, en la risa de algunos de ellos se percibe un atisbo de miedo.
“Fuck”, suelta de pronto Lesser desde la comodidad de su amplia oficina en su negocio en El Paso cuando se le pregunta sobre lo que ocurriría si el Capitolio aprueba el proyecto de seguridad fronteriza del nuevo presidente. “De seguro me manda al desempleo y, conmigo, a mis 23 trabajadores que dependemos de lo que le vendemos a los mexicanos. ¡Fuck, fuck, fuck!”, grita Lesser.
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