25 jun 2024

Periodismo crítico/Gil Gamés

Periodismo crítico/Gil Gamés

Milenio, 25 de junio de 2024


Tres periodistas críticos de fuste y fusta entrevistaron al Presidente de los Cien Días para el programa televisivo El Chamuco. Ellos son El Fisgón, Hernández y Rapé, moneros combatientes. La emisión, por cierto, se transmite y retransmite en TV UNAM, el Canal 22 y Canal Once. Rayos y centellas, cavila Gil, por qué ese cerco de silencio de los medios, caramba, por lo menos deberían transmitirlo en cadena nacional.

El Presidente los recibió en Palacio Nacional. Ellos, visiblemente emocionados, tomaban café de unas tacitas elegantes; no les dieron pozol, qué mala onda; en cambio, Liópez sí les dio clases de historia. Ellos asentían con rostros conmovidos y no pocos nerviosos las lecciones del maestro y padre, o como se diga. La verdad sea dicha, llamarle entrevista a este encuentro sería una exageración, llamémosle adoración (ción-ción). Pues esta adoración empezó con unas solemnes palabras de El Fisgón en las cuales se mostró asombrado de que la transformación del país, así dijo, después de tres fraudes (ya son tres, incluyendo el que le hicieron a Cárdenas), la vía pacífica se impusiera cuando parecía cerrada esa opción. Hernández dijo con astucia: “y con sus propias reglas”. Se refería seguramente a las elecciones del 2018 en las cuales ganó Liópez.

La invasión y los prehispánicos

El Presidente le dio vuelo a la hilacha mientras los periodistas asentían sin cesar, en estos momentos seguro les duele el cuello. Gamés no sabe mentir, si la lectora y el lector tienen dudas pueden despejarlas viendo el programa. Pequeño problema: dura una hora y media. Dice el Presidente: “somos herederos de grandes civilizaciones y de esas civilizaciones heredamos valores extraordinarios que se han mantenido a lo largo del tiempo, de generación en generación, que no tienen que ver necesariamente con lo que nos trajeron los europeos a partir de la invasión. No estoy negando los aportes civilizatorios de Europa. Pero se ha caído en la negación completa, en el descrédito de lo que Bonfil llamaba el México profundo. Y es que eso somos. Martí decía: vamos a injertarnos, pero procuremos que el tronco siempre sea el nuestro. Y México se quedó con el tronco. Y eso que viene de lejos, de grandes civilizaciones, olvidadas, menospreciadas y ninguneadas, eso es lo que nos ha dado la fortaleza, que tiene que ver con la honestidad, con la fraternidad, que tiene que ver con la libertad. No había esclavitud en la época prehispánica (…) el pueblo era libre, la gente trabajaba la tierra en libertad y tenía como compromiso pagar un tributo, ya sea en especie o en trabajo, y era libre. Los primeros esclavos, los hizo, los sometió Cortés. Esa es una, la otra: no había propiedad privada, era propiedad comunal. Tú trabajabas la tierra que necesitabas para tu sustento y para pagar el tributo, tu excedente en maíz, en cacao. Una vez que levantabas la cosecha, la tierra volvía a ser comunal. Esto es Oaxaca hoy (…)”.

Como todo buen historiador sabe, los mexicas impusieron una democracia rotunda, incluso depositaban su voto por Liópez en urnas de piedra bellamente trabajada por orfebres libres (bres-bres); en amates hermosos se pintaban los logos de los partidos y los tlacuilos escribían los nombres de los candidatos, que los había, sí señor, y como no había tinta para marcar el pulgar, eso sí ni modo, se les cortaba el dedo a todos los que habían votado.

Gracias

Gil sabía desde chiquito que en el mundo prehispánico no había esclavitud, el pueblo era libre como dice el Presidente, repitamos: “el pueblo era libre, la gente trabajaba la tierra en libertad y tenía como compromiso pagar un tributo, ya sea en especie o en trabajo”. No comments, diría el clásico. A ver, niño Fisgón, pase el pizarrón y responda: ¿había esclavitud en el mundo prehispánico?

Los tres periodistas críticos estaban al borde de las lágrimas y desde luego asintiendo (ah, qué lindo es el gerundio). Así llegaron a un puerto de aguas tranquilas: los autores de las grandes transformaciones han sido periodistas, dijeron.  El Presidente coincidió y, de pronto, en un ataque de erudición dijo que “Rubén Darío lo aseguraba, él que era periodista, poeta y político”. Un poco como el Presidente, mete Gil su cuchara.

Maestro del dislate, Liópez hablaba sin pausa y los caricaturistas políticos independientes le hacían preguntas muy incómodas cómo ésta: “¿Qué hubiera pasado sin la mañanera? La mañanera ha sido fundamental”. Esto lo dijo el Fis (así le decimos sus amigos).

Y de pronto, como un relámpago, la sala se iluminó con las palabras del Presidente citando a Facundo Cabral: “pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo (…) Gracias por lo que han hecho por el movimiento”, les agradeció a los moneros.

A esto Gil le llama periodismo crítico.

Todo es muy raro, caracho, como diría Rubén Darío: “no jalen que descobijan”. 

Gil s’en va

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