18 jul 2010

Narcomensajes

Narcomensajes: tomar la medida a los medios
Los medios no son simples intermediarios entre los hechos y el público, sino mediadores, como ha definido Javier Darío Restrepo.
Pascal Beltrán del Río
A la memoria del doctor Guillermo Ortiz Collazo.
Los medios de comunicación que aún difunden narcomensajes suelen argumentar en su defensa que éstos forman parte de “la realidad” y que ellos no tienen por qué ocultárselos a lectores, televidentes o internautas.
Sostienen, falsamente, que ellos no discriminan a la hora de informar, como si nada tuvieran que ver en la jerarquización de las noticias que dan a conocer o como si todos los datos e imágenes que recogen sus reporteros cupieran en el noticiario o la edición.
Pasan por alto que los medios no son simples intermediarios entre los hechos y el público, sino mediadores, como ha definido atinadamente el especialista colombiano Javier Darío Restrepo.
Olvidan que los narcomensajes se publican casi siempre sin el menor contexto, sin datos de quién lo colocó en la vía pública y por qué; y que serían invisibles para la mayoría de la población si no llegaran a las pantallas o a las páginas de diarios y revistas.

Al difundir estos mensajes, los medios dan un espacio gratuito a la delincuencia organizada, y un trato que probablemente no dispensarían al comunicado de una oficina gubernamental porque quien publica uno de éstos sin valor agregado se lleva la ignominiosa etiqueta de “boletinero”.
Pues bien, quienes han negado reiteradamente que hacen el favor a los criminales al publicar sus comunicados y servir de caja de resonancia a sus amenazas y bravuconadas, no tienen más que ver en internet la declaración videograbada de Jesús Armando Acosta Guerrero, alias El 35, presunto miembro del grupo denominado La Línea —cuya detención fue vengada mediante un coche bomba el jueves pasado en Ciudad Juárez— para darse cuenta de que toda su argumentación es un castillo de naipes.
—En Ciudad Juárez hemos visto que han aparecido algunos narcomensajes escritos. ¿Usted sabe algo de eso? –pregunta la mujer que conduce el interrogatorio de El 35 por parte de la Secretaría de Seguridad Pública Federal.
A cuadro, en medium shot, Acosta Guerrero responde: “Sí, a mí me tocó poner dos”.
— ¿Cuál es el fin de esos mensajes?
— Nomás para asustar. Asustar a los agentes o asustar a la gente.
— ¿Cómo eligen dónde poner estos mensajes?
—Buscamos a… Va un chavo, El Cholo, el que pone el graffiti. Le digo que busque una pared blanca o donde se pueda escribir. Y ya él se encarga de decirme “en tales calles ya tengo una”. Yo ya nomás verifico si está bien o no y ya empieza el graffiti a ponerlo El Cholo.
— ¿Tiene que tener cierta ubicación, alguna avenida?
— No importa eso. Es nomás buscar una pared y que los medios de comunicación la encuentren. Siempre hacemos una llamada anónima, “aquí hay una narcopinta”, para que los medios de comunicación se acerquen y tomen fotos.
— ¿A qué tipo de medios le han llamado?
— Pues a los medios de comunicación… a los que son locales.
—¿Usted recuerda algunos?
— El (canal) 44, el 32, el 5…
— ¿Por qué les interesa que los medios las vean?
—Para que las publiquen…
— ¿Con qué fin?
— Para que se dé cuenta todo mundo. Para que se den cuenta todos los federales o la corporación, que se les está amenazando.
— ¿A qué hora ponen estos mensajes?
—Pues cerca de cuando oscurece, 7 u 8 de la noche, 9… Para que alcance a salir en el noticiero de las 10. El chiste es que salga en el momento, que no tarde más tiempo en salir en los medios.
— ¿Y luego está usted pendiente de los noticieros?
— Sí.
— ¿Qué canal ve usted?
— Cuarenta y cuatro.
— ¿Y qué espera ver usted ahí?
— Espero que salga la pinta. Y siempre ha salido.
Después de ver este video, ¿a alguien le queda duda que el propósito de quienes colocan narcomensajes es que éstos alcancen difusión a través de los medios? ¿Podrán todavía sostener, quienes los publican, que están haciendo periodismo, que ejercen su libertad de informar?
A mí me parece que no. Creo que quienes publican sin contexto alguno estos mensajes, así como las imágenes de ejecutados que el crimen organizado deja en la vía pública para servir de escarmiento, hacen un invaluable servicio a los delincuentes y se convierten en sus rehenes.
Cuando los integrantes del llamado Cártel del Pacífico Sur comenzaron a colgar a sus enemigos en los puentes del libramiento de Cuernavaca, probablemente fueron ellos mismos los primeros en comprar ejemplares de los diarios de la Ciudad de México que publicaron las fotos en su primera plana. Como la estrategia propagandística funcionó una vez, hace unos días colgaron ahí mismo a tres de los fugados del penal de Atlachaloaya.
Hay ciudades del país donde los medios trabajan bajo amenaza. En Ciudad Victoria, por ejemplo, los Zetas tienen un “jefe de prensa” que se comunica a las redacciones para dar línea a los editores, quienes saben que se enfrentan a un peligro mortal si no cumplen con las instrucciones.
Sin embargo, en el caso de la Ciudad de México e incluso de la violenta Ciudad Juárez, los medios no necesitan ser amenazados: Los criminales ya encontraron la manera de aprovechar su adicción al morbo.
Otra víctima colateral, otro de “los menos”
Cuando supo que había un herido en la vía pública, cerca de su consultorio, el doctor Guillermo Ortiz Collazo tomó su maletín y salió corriendo a la esquina de Bolivia y 16 de Septiembre, en Ciudad Juárez.
Antes, había ordenado a su hijo mayor, de 16 años de edad, que se quedara, que no lo acompañara.
Cuando llegó al lugar, los paramédicos daban atención a un hombre tendido en el piso, vestido con el uniforme de la policía local. No hubo tiempo suficiente para darse cuenta que no se trataba de un agente, sino de un hombre baleado que había sido vestido de policía para servir de señuelo. A unos metros de Ortiz Collazo estaba estacionado un automóvil Focus verde, cargado de explosivos.
Alguien, probablemente a pocos metros de ahí, que podía ver lo que estaba pasando, hizo estallar el coche bomba a control remoto cuando un convoy de la Policía Federal llegó al lugar para tomar conocimiento del presunto ataque a un agente municipal.
Herido gravemente, su ropa hecha jirones, Ortiz Collazo fue trasladado al Hospital General, donde falleció.
Con qué impotencia y coraje nos deja la muerte de este médico y aficionado a la música, trompetista del grupo Los Silver’s. Este padre de familia murió en el servicio desinteresado a los demás, en una ciudad que uno creería deshumanizada por completo.
¿Dónde está el homenaje a este héroe? Olvidémonos de cualquier homenaje oficial, que, ya sabemos, sería oportunista. Me refiero al homenaje de la sociedad.
Cuando en 1995 el niño quebequense Daniel Desrochers, de 11 años de edad, murió a consecuencia del estallido de un coche bomba en Montreal, en el marco de una guerra entre pandillas del narcotráfico, la sociedad de aquella parte de Canadá se dio cuenta de que tenía que actuar.
La madre de Desrochers, Josée-Anne, fundó la Organización de Víctimas Inocentes del Crimen Organizado, que fue fundamental en presionar a las autoridades para que otorgaran la seguridad que éstas están obligadas a proveer en democracia.
¿Habrá muerto en vano el doctor Ortiz Collazo?

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