6 feb 2011

El sicario

Era mejor darles un balazo”J. Jesús Esquivel
Revista Proceso # 1788, 6 de febrero de 2011;

Charles Bowden, escritor y periodista especializado en temas de narcotráfico y autor del libro La ciudad del crimen, entrevistó durante cinco días a un sicario mexicano. Las conversaciones fueron registradas por el cineasta italiano Gianfranco Rosi. El resultado es el documental El sicario, room 164, que ya se ha proyectado en Europa, que será visto este mes en Nueva York y que nadie en México se atreve a distribuir. Bowden entregó a Proceso una copia del filme, en el que el matón arrepentido cuenta hasta los detalles más grotescos de los crímenes que cometió.

 WASHINGTON.-“Recuerdo que una vez nos envían de México para acá, a Estados Unidos, a otro compañero y a mí a hacer el trabajo, a levantar a un individuo. La orden era levantarlo y tenerlo y vinimos para acá, a este motel, y estuvimos en esta habitación. Él estuvo ahí –señala hacia la tina del baño– tres días, que fueron los tres días de tortura que le estuvimos dando.”
Así comienza el documental El sicario, room 164 cuyo protagonista –a sueldo de un cártel mexicano– revela cómo empezó su carrera en el asesinato, la tortura, el secuestro y el tráfico de drogas; detalla las formas de operar del crimen organizado y habla del alto nivel de corrupción que permea todos los niveles de gobierno en México.
Se trata de un documental de 77 minutos producido por Venezia Cinema 2010, Orizzonti-Competition, Robofilms, Les Films d’Ici, en asociación con Arte France-La Lucarne. Se realizó durante los cinco días de entrevista que el sicario le dio al escritor y periodista estadunidense Charles Bowden y al cineasta italiano Gianfranco Rosi.
“Durante el tiempo que estuvo aquí –sigue su relato– la orden fue mantenerlo; ya de ahí no sabemos qué haya pasado. La mayoría de las veces, aunque hayan pagado el dinero que debían, aunque hayan pagado el delito que tenían, mueren.
“No hay fronteras para el narco. Ni en México ni en Estados Unidos,ni en Colombia ni en Costa Rica ni en El Salvador. El narco puede comprar todo, paga policías, paga aduanas, paga migración. ¿Qué tan difícil es, si mueven y mueven toneladas de drogas, mover a una persona?”
El escenario del documental es la habitación 164 de un motel en algún punto de la frontera de Estados Unidos con México. El asesino, alto, corpulento, vestido de negro, tiene el acento de los oriundos de Chihuahua. Antes de hablar frente a las cámaras se colocó una doble capucha negra para ocultar su rostro. Antes de describir su “vida profesional como sicario” se miró al espejo para asegurarse de que la capucha no revelara ni un rasgo de su cara.
“Te voy a relatar 20 años de mi vida... 20 años de mi vida dedicados al servicio del narcotráfico, del cártel”, dice al arranque de la primera parte del documental.
Las manos del asesino
“Cuando veas el filme fíjate en un detalle: en las manos del sicario y en lo que hace durante toda la entrevista”, le dijo Bowden a este reportero cuando le entregó una copia del documental, que ya fue exhibido en varias salas europeas. En México, no. Según el autor del libro La ciudad del crimen, dos casas productoras se han negado a presentarlo al público mexicano.
Las manos del matón son grandes, fuertes y no dejan de moverse durante todo el documental. Para aquietarlas siempre las mantiene ocupadas: con un plumón negro y un cuaderno de dibujo. “El sicario dibuja cada una de sus narraciones. Era especialista en estrangular con las manos. Ni siquiera recuerda a cuántas personas mató.­ O tal vez lo está olvidando a propósito”, comenta Bowden.
El asesino afirma que en México hay muchos mitos respecto al trabajo de las personas que sirven a los cárteles del narcotráfico; por ejemplo, dice que “un verdadero sicario profesional” es el que de un solo golpe, cuchillada o disparo elimina a una persona. “Cuando un sicario es un profesional no hace lo que cualquier imitador”, comenta mientras dibuja un automóvil en el cuaderno.
“Este es un carro, el objetivo va manejando y hay que matarlo; un imitador hace esto –con el plumón marca varios puntos sobre el dibujo del auto en alusión a ráfagas de bala dispersas–: escupe todo el carro”, explica.
Da vuelta a la página del cuaderno para dibujar otro automóvil: “Cuando un sicario trabaja y tiene un objetivo y va manejando, y este es el objetivo, son dos formas muy sencillas. Hace un círculo aquí, donde está la manija del carro, o hace un círculo en el vidrio, donde está la cabeza del objetivo. Ese es un sicario, los demás son imitadores”.
El sicario profesional, prosigue, es alguien que se mantiene en el anonimato, no le gusta ni debe ser identificado con la espectacularidad de su obra. “Puede estar en un parque jugando beisbol con sus hijos como puede estar en una junta, en un cabildo de la alcaldía de una ciudad”.
 Educados
 La profesionalización de un sicario, hasta su educación universitaria en la mayoría de los casos, es una inversión que hacen los jefes de los cárteles de la droga para contar con asesinos efectivos, discretos y dispuestos en cualquier punto de la frontera, en México, en Estados Unidos o en cualquier otro país.
Cuenta que entró al crimen organizado cuando estudiaba la secundaria. Sin revelar quién lo reclutó, sostiene que lo buscaron para pasar carros de México a Estados Unidos y después a la inversa. Que nunca vio lo que llevaba en los autos, en la cajuela o en compartimientos secretos, aunque se imagina que eran drogas y dinero.
Le pagaban con dólares, con los coches que le dejaban para manejar el tiempo que quisiera, con casas donde siempre había mujeres, con alcohol, drogas y con armas de todo tipo. Esa labor la ejerció tres años.
“Cuando estaba en el cuarto semestre de la universidad, por medio de allegados y conocidos arreglé para entrar a la policía”, relata al explicar la transformación de “pasacarros” a la de asesino profesional para un cártel.
En la academia de policía le pedían ser mayor de edad, tener la cartilla del servicio militar liberada, de preferencia estar casado, pasar el antidoping y un examen físico. Sostiene que no tenía la mayoría de edad, que no pasó el antidoping y lo único que aprobó fue el examen físico. Pero “como iba recomendado”, fue aceptado.
“Desgraciadamente las academias en México –de policía especial, policía investigadora, policía militar o el Ejército– han servido para que el narco use a toda esta gente (...) por eso es que a toda persona que pasó por una academia el narco lo recluta fácilmente. Con esto el narco no va a batallar en enseñarle a usar un arma, a manejar un carro, a vigilar, cómo leer unas placas, en enseñarlo cómo ver a un persona y que no se le olvide la cara de la persona”, subraya.
De su generación se graduaron 200 policías. “Chihuahua es grande: Juárez, Villa Ahumada, Parral, Camargo, Delicias, Ojinaga, y colindamos con Sonora y Durango. De esos 200 egresados 50 ya están pagados por el narco; o sea, 150 se van a repartir en las plazas de todo el estado. Pero los otros 50 también son repartidos en el estado: 25 se quedan en Juárez, cinco en Chihuahua, cinco en Parral, cinco en Ojinaga y así.
“Hacen una distribución de tal forma que cuando se les ofrecía pasar droga de Sonora o de Durango, en las entradas al estado siempre había alguien ya comprometido con ellos para poder circular libremente. Muchas veces se usaron las unidades de la policía para transportar la droga”. La clave, añade, es decir siempre que “la droga ya está bendecida”.
Los sicarios profesionales son los encargados de “levantar gente” que le debe dinero al cártel o que ya se cambió de bando (entre éstos, policías, militares, informantes o amantes de los capos), y en algunos casos deben enterrar gente.
Al hablar de la corrupción gubernamental por narcotráfico, dibuja un diagrama en el que pone en la parte superior la Presidencia de la República, a los gobiernos estatales en los extremos y en la parte inferior a los secretarios de Estado.
“No te puedo asegurar que el Presidente, pero la gente debajo de él... ya está comprada por el narco. Tan es así que existen casas de seguridad en todo México (...) donde tanto el Poder Judicial federal como los gobernantes y hasta la Secretaría de Gobernación –que sería el brazo fuerte del Presidente de la República– tienen conocimiento de que hay gente enterrada. No uno, dos, tres ni cuatro; hay más de 300, 400 personas”, explica.
Casas llenas de muertos

El protagonista del documental sostiene que en Chihuahua se perpetran decenas de secuestros, y considera que de todas las personas plagiadas sólo cinco o seis son encontradas con vida. Incluso asegura que sabe dónde hay varias de esas casas en las que están enterradas cientos de personas.
Revela que las narcofosas que son “supuestamente localizadas por las policías mexicanas” son casas de seguridad donde han sido enterrados informantes del FBI o de la DEA y que son localizados porque las agencias estadunidenses les colocan “un chip en el cuerpo”, que es muy fácil de ubicar por medio del sistema de localización satelital o GPS.
El documental podría ser calificado por algunas personas como un manual para aprender técnicas de tortura, secuestro o asesinato, porque el sicario explica cómo los cárteles del narcotráfico practican esas actividades.
Hasta en sus dibujos, por ejemplo, expone cómo deben ubicarse sobre toda una cuadra las patrullas que colaboran para secues­trar o levantar a una persona, y explica la logística que se le pide al director de la policía.
Para darle un poco de movimiento al documental los productores intercalan algunas tomas de las calles de Ciudad Juárez y de las fachadas de algunas casas de seguridad. Lo inquietante es la calma con la que el matón narra las técnicas de tortura. Incluso recrea algunos de los casos, revive los diálogos con la víctima y de ésta con los victimarios:
“Todo desnudo se le pone una manta, se le rocía gasolina o alcohol a la manta y se le prende fuego; en cuanto arde se le da el jalón a la manta y se trae hasta tres capas de piel. Queda descubierta la espalda de la persona (...) se le echa un litro de alcohol... el sufrimiento es enorme. Formas de interrogatorio que no se imagina.
“Es feo ver torturar a una mujer; es feo ver cómo son ultrajadas porque no hay escrúpulos para eso. No es lo mismo con un hombre… no es lo mismo ver a una mujer sufriendo, pidiendo clemencia, verla ultrajada no por una, sino cuatro, cinco o seis, siete personas, y después de eso hacerla sufrir lo suficiente para que quede inconsciente y al último pues... era mejor darles un balazo.
“Uno va aprendiendo las formas en que el cártel o los cárteles dejan los mensajes, de cómo dejan un cuerpo. Las órdenes son: ‘Tíralo boca arriba’. Es un mensaje. ‘Tíralo boca abajo’. Es otro mensaje. ‘Córtale un dedo y pónselo en la boca’. Mensaje. ‘Córtale un dedo, introdúcelo por el ano’. Mensaje. ‘Sácale los ojos, córtale la lengua’ (...) uno recibe las órdenes y se acatan.”
Hay excepciones, dice. Personas a las que no se tortura, se les ejecuta rápidamente, dependiendo del deseo del “patrón”. En otro de sus relatos cuenta que no todas las personas que eliminan los sicarios profesionales están metidas en el narcotráfico.
Platica el caso de unos 45 robacarros de Ciudad Juárez que estaban dándole problemas de imagen a las autoridades del estado; éstas le pidieron al cártel que los levantara, lo cual coincidió con la pérdida de 3 mil kilos de cocaína. El patrón dio la orden de que durante 30 días no se vendiera “ni una grapa”, pero unos 70 narcomenudistas no cumplieron la orden. Se les ubicó, se les levantó y se les ejecutó junto a los robacarros.
En esa ejecución masiva no sólo participaron los asesinos del cártel: el sicario dice que se formó un grupo de unos 800 asesinos y policías municipales, estatales y federales para cumplir la orden.
“Recuerdo una ocasión: se calentaban tambos de 200 litros de agua a tres cuartos. Se ponía una polea, se les amarraba por los hombros y se les iba bajando poco a poco cuando el agua estaba hirviendo. Cuando se desmayaban se les sacaba. Había un doctor que los hacía reaccionar; se les cortaban partes que ya estaban quemadas, completamente cocidas... reaccionaban y se les volvía a bajar poco a poco... hasta que morían.”
En la última parte del documental El sicario, room 164, el matón explica su transformación “de la vida loca” a la de un predicador del cristianismo.
Narra a grandes rasgos los motivos que lo llevaron a dejar la vía de la muerte después de que, por cuestiones que ni él mismo se explica, decidió dejar de fumar, de consumir drogas o alcohol, lo que le produjo un cambio de actitud que dentro del cártel vieron como amenaza.
Decidieron eliminarlo…
Pero escapó de sus captores porque no eran como él, profesionales. Junto con su esposa y su hija huyó. Por su cabeza el cártel ofrece 250 mil dólares.
El sicario, room 164, según sus distribuidores, será presentado este mes en el Lincoln Center de Nueva York como parte de la exhibición Film Comments Series.
La reseña del documental se hizo con la autorización de Charles Bowden, quien además adelantó a Proceso que en las próximas semanas, en México, Estados Unidos y varios países de Europa saldrá a la venta la biografía autorizada El sicario.

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