6 feb 2011

Esforzarse vale la pena

Esforzarse vale la pena/XAVIER GUIX

Publicado en El País Semanal, 6/02/2011;

Resurge con fuerza el discurso sobre el valor del esfuerzo frente a la sobreabundancia, el sobreproteccionismo y el 'laissez-faire'. No obstante, ¿de qué esfuerzo hablamos?
Williams James, el patriarca de la psicología americana, se preguntaba ante el hecho cotidiano de levantarse cada día por la mañana: ¿Cómo lo conseguimos, si tenemos tantas razones para no hacerlo? Se sobrentiende que disponemos de un mecanismo irreductible al que llamamos “fuerza de voluntad” o, al menos, la suficiente automotivación para no ceder a los impulsos de la pereza, la ociosidad o el sinsentido.
Sin embargo, como reflexiona el filósofo francés Gilles Lipovetsky, nada es más común cuando se habla del tercer milenio que evocar el hundimiento de la moral, la crisis de sentido y los valores, frente al nihilismo imperante. El valor del esfuerzo y la cultura del logro han pasado a mejor vida ante los cantos de sirena del hedonismo, la inmediatez y el carpe diem. El esfuerzo no está de moda.
Tampoco ha ayudado un sistema educativo que no aprieta las tuercas hasta llegado el bachillerato, algo tarde para aprender sobre el esfuerzo, o unas generaciones de padres y madres sobreprotectores que no han permitido que sus retoños sufrieran la más mínima frustración. Hemos pasado de un extremo al otro. Quisimos dejar atrás la obediencia al deber, el esfuerzo sacrificado por una amorosa pasividad; un laissez-faire consentido; una mal entendida benevolencia que ha debilitado los límites correspondientes. Tal vez ha llegado la hora del camino de en medio, el camino justo.
Valores en alza
A nadie le faltan fuerzas; lo que a muchísimos les falta es voluntad (Victor Hugo)
La reivindicación del esfuerzo está en boca de todo el mundo, en parte como consecuencia de la crisis. Los tiempos líquidos y vacíos de los que venimos necesitan encontrar refugio e inspiración en la responsabilidad moral de cada uno. Einstein ya proclamó que el esfuerzo por despertar dicha responsabilidad era la mejor contribución para la colectividad. Revalorizar el esfuerzo es cosa de todos.
No obstante, ¿qué modelo de esfuerzo se propone? Esos jóvenes tachados de insípidos, desconectados y sin sangre en las venas ven en la generación de sus padres un reflejo poco motivador: todo el día con la lengua fuera, estresados, con familias desestructuradas, entregados al consumo masivo y a las pastillas para poder dormir, mucha apariencia y límites indefinidos. ¿Es ese el ejemplo a seguir? ¿Lo son esos chicos excepcionales, que han logrado cimas mundiales en sus disciplinas con esfuerzo incuestionable? Si el espejo es la excepcionalidad y la alta competición, alimentamos una cultura dividida entre titanes y mortales frustrados.
‘Ni ni’, ‘Ni no’, Ni ná’
La indiferencia hace sabios, y la insensibilidad, monstruos (Diderot)
Un 15% de la población joven de este país pertenece a los conocidos como ni-ni (ni estudian ni trabajan). Es una cifra suficientemente alarmante para creer que sea un problema de cuatro vagos y bohemios o de algunos padres con flojera autoritaria. Estamos ante un fallo serio en el sistema de motivación. Tanto es así, que en muchas casas el peor de los castigos deja a muchos jóvenes igual de indiferentes. Hay padres que han renunciado a serlo. También existe un sistema, demasiado burocratizado, que estigmatiza muy pronto a los diferentes. El resultado final es lo que más duele: la insensible indiferencia.
Vamos a tener que hacer un esfuerzo todos juntos para recuperar dos valores esenciales: la compasión y la educación. Si seguimos cayendo en la indiferencia y aún más en la insensibilidad, estamos perdidos. Por eso cabe educar, ya desde pequeños, en el manejo de la incertidumbre, en la frustración, en el control de la impulsividad. Hay que recuperar la creatividad, la capacidad de hacer cosas divertidas con recursos sencillos, pero sobre todo juntos. El sentido de pertenencia es básico para nuestra construcción personal y social, por lo que duele observar lo desconectados que a veces vivimos de los demás. Falta más sentido de comunidad.
Cuando la conducta está motivada, hay esfuerzo. No es que falte capacidad para esforzarse, sino encontrar la pasión, como diría Ken Robinson, el elemento que motive nuestra acción. Hay muchos por revalorizar hoy día: el respeto, el civismo, la escucha, la libertad responsable, la transparencia y la autenticidad, la voluntad de servicio. El esfuerzo es solo la energía que estamos dispuestos a invertir y la orientación o meta seleccionada.
Del logro a la competencia
De la igualdad de habilidades surge la igualdad de esperanzas en el logro de nuestros fines (Thomas Hobbes)
Probablemente haya acuerdo en la necesidad de fortalecer la voluntad y la conducta motivada. Sabemos que nos motivan nuestros deseos y necesidades, básicamente poder (control e influencia), logro (orgullo) y filiación (pertenencia al grupo). La psicóloga Beatriz Valderrama ha creado una rueda de motivos, intrínsecos y extrínsecos, en los que también incluye autonomía, cooperación, hedonismo, seguridad, conservación, exploración y contribución.
Ante nuestros propósitos funcionamos de una manera curiosa: valoramos la expectativa sobre el logro, o sea, analizamos recursos y habilidades de las que disponemos y la probabilidad subjetiva de éxito. Manejamos una tríada (deseo o necesidad, valor y expectativa) con diferentes posibilidades. A mayor valor y expectativa de éxito, habrá conducta motivada. Al contrario, se evitará la acción. La clave se encuentra en la fuerza del deseo o de la necesidad y en la percepción de nuestra autoeficacia. Parece que manejamos mejor las metas que tienen un carácter específico, a corto plazo y que provocan un desafío asumible.
Hoy se suele hablar más de competencia que de logro. Los grandes motivadores actuales son aquellas metas orientadas hacia uno mismo (aprendizaje, competencia o mejora personal), así como las metas de resultado o rendimiento. Nos gusta ser competentes porque engloba más el desarrollo pleno de nuestro potencial, nuestro bienestar (emociones positivas, optimismo, autoestima). Por el contrario, las personas con sensación de competencia más baja, como ocurre con muchos de nuestros jovenzuelos, digieren peor los fracasos, caen fácilmente en el agobio y la desesperanza.
Lipovetsky, con el que empezamos, arroja un hilo de confianza: no estamos en el grado cero de los valores. Compartimos propósitos comunes y se mantiene el sentido de la indignación moral, el progreso del voluntariado y de las asociaciones, la lucha contra la corrupción, la adhesión de las masas a favor de la tolerancia, la reflexión bioética, los movimientos filantrópicos, las fuertes protestas que denuncian la violencia sufrida por los niños y los inmigrantes. Añadamos a esos propósitos compartidos la revalorización del esfuerzo, entendido como la voluntad de sostener una responsabilidad moral que favorezca nuestra existencia, la de los demás y la del medio en el que vivimos.

ENCONTRAR INSPIRACIÓN

1. Libros
– ‘Los tiempos hipermodernos’, de Gilles Lipovetsky. Anagrama. 2006.
– ‘Motivación inteligente’, de Beatriz Valderrama. Prentice Hill de Pearson. 2010.
– ‘Motivación y emoción’, de Francisco Palmero y Francisco Martínez Sánchez (coordinadores). McGraw-Hill. 2009.
2. Películas
– ‘Carros de fuego’, de Hugh Hudson. 1981.
– ‘Descubriendo a Forrester’, de Gus van Sant. 2000.
– ‘Forrest Gump’, de Robert Zemeckis. 1994.

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