6 feb 2011

El senador Manlio Fabio y el dip. Ramírez Marín

Durante la conmemoración del XCIV aniversario de la Promulgación de la Carta Magna de 1917, en Placio Nacional.
Manlio Fabio Beltrones Rivera, Presidente de la Mesa Directiva de la Honorable Cámara de Senadores.
Señor licenciado Felipe Calderón Hinojosa, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos; señor Diputado Jorge Carlos Ramírez Marín, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados; señor Ministro Juan Silva Meza, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; señora y señores Gobernadores; senadoras, senadores; diputadas, diputados; señores Secretarios y Secretaria de Despacho; señora y señores dirigentes sindicales; señoras y señores:

En Querétaro, hace 94 años, se reunieron los hombres que representaban al México que había hecho la Revolución. Cada uno con sus ideas, cada uno con sus proyectos en los que expresaban el sentir de los que no tenían voz, pero habían dado su vida por México.
Hoy fuimos convocados a recordar un momento de nuestra historia en el que, envueltos en diferencias sociales y enconos políticos, un grupo de mexicanos con voluntad y valor lograron acordar y construir una nueva Constitución que respondiera a las demandas de ese momento.
Con gran imaginación y patriotismo, el Congreso Constituyente superó los desafíos y definió el futuro de nuestra Nación.Así como ellos fueron capaces de darle orden y rumbo a la Nación en un momento histórico, éste caracterizado por la fragmentación social, el vacío de poder, la violencia y la agitación social que se había desatado después de la primera Revolución Social del Siglo XX; hoy nosotros recordamos su ejemplo seguros de que los acuerdos son posibles y las diferencias siempre son resueltas con el diálogo.
La Constitución de 1917 puso fin a la Revolución armada en medio de una sangrienta lucha entre hermanos. En diciembre de 1916, Venustiano Carranza, convocó a poner las ideas y deponer las armas. Se bajaron del caballo y se sentaron en el Congreso.
Esos hermanos enfrentados hasta la sangre son los que hoy recordamos, cuando después de 14 meses de debate nos dieron una nueva Constitución que encauzó las más enconadas diferencias y organizó a los más enfrentados intereses.
En 1917, el Congreso Constituyente mostró la capacidad para unir a los extremos. De ahí, el 5 de febrero de ese año resultaron estos 136 artículos que norman hoy nuestra vida diaria.
La Constitución no fue escrita para el Estado, fue redactada para establecer los derechos de todos frente al Estado. En la Constitución están plasmados los derechos ciudadanos, pero también las obligaciones a las que estamos sujetos los que tenemos responsabilidades públicas.
Aquellos patriotas nos legaron la existencia de un Estado de Derecho en el que gobernantes y gobernados se sujetan al marco de la ley. El Constituyente comprendió que es posible conservar el orden sin pasar por la ley, sin pasar sobre la ley.
Gracias a ellos, nuestra Nación ha tenido una democracia constitucional como principio básico de su desarrollo, una democracia constitucional que ha sido lo suficientemente flexible para actualizar y ajustar el texto a la realidad política, social y económica. Es así que tenemos una Constitución dinámica que recoge las exigencias de los mexicanos, y preserva los principios básicos, rectores de todo Estado moderno.                            
Si los mexicanos tenemos un gran pasado, estamos obligados a construir un gran futuro. Con la misma fuerza e inteligencia de aquellos hombres, habrá que visualizar el futuro para garantizar un rumbo, hoy, a la Nación.
Hoy, los mexicanos nos exigen como hace 94 años, que nuestras responsabilidades se cumplan plenamente, y que seamos capaces, como ayer, de establecer un punto de encuentro, el centro de coincidencias. Los ciudadanos nos reclaman simplemente honrar los encargos que nos dieron.Aceptar que las atribuciones públicas no son de ejercicio potestativo, que las facultades constitucionales de las diferentes autoridades no forman parte de la esfera de los derechos personales de los funcionarios; abandonar la visión patrimonialista del poder, que confunde lo público con lo privado. Sólo de esa manera, quienes tenemos un encargo público, no habremos  de esperar a que vengan otros a hacer lo que hoy, ahora, debemos de hacer nosotros.                  
Si justicia retardada es justicia denegada, en política, posponer la decisión es violar la obligación.Ante los problemas de pobreza, violencia, injusticia o impunidad, la sociedad ha sido prudente, pero no es indiferente, sabe que si los problemas son reales, las soluciones no pueden ser virtuales.
Espera que ante estos retos seamos capaces de seguir modernizando nuestras instituciones o creando las que hagan falta, porque sólo así evitaremos parecer un Estado caduco.
Ante los duros desafíos de nuestra época, debemos rechazar a quienes usan la retórica de la intransigencia para justificar el inmovilismo; esos son los cómplices de la mediocridad.
Ningún mexicano tiene derecho de atentar contra la República por omisión o por olvido, por ineficacia o por desvío. Nuestras coincidencias también nos dicen que no es la agresión personal, el insulto vulgar ni las ocurrencias ofensivas sobre las que se podrá construir el nuevo camino de la República.
Si en esta ocasión encontramos que la Constitución es un punto de convergencia, debemos unirnos y debemos asirnos a ella para iniciar un diálogo democrático y construir la nueva realidad institucional que el país necesita.
En nuestra Carta Magna está el espíritu de equidad. La obra de los Constituyentes consistió precisa y expresamente en consignar en la Constitución la obligación del Estado de intervenir directa y activamente en la economía de la Nación para regular y proteger los derechos. Asimismo, imprimió al Estado los principios sociales y liberales. Se trató de fundar un Estado social, democrático, de derecho.
Entonces, honremos la Constitución, honremos cumpliéndola y abandonando viejos amarres que hemos convertido en tabúes. Refrendemos nuestro compromiso con la República.
Se trata de hacer un compromiso y cumplir, sin excepción, con la vigencia del Estado laico, del Estado social y del Estado democrático, asumiendo con conductas responsables, sin regateos, sin ignorancia. La tarea que a cada uno nos toca, la tenemos que cumplir sin dilación.
La Constitución, como la democracia, deben servir para gobernar bien, para que la gente coma bien, para que haya buenos empleos y buenas escuelas, para garantizar la seguridad en la vida y el patrimonio.
La mejor forma de celebrar el Aniversario de la Promulgación de nuestra Carta Magna es, entonces, hacer coincidir voluntades y lograr construir un México moderno y con rumbo.
Confrontemos, sí, pero nuestras ideas y nuestros argumentos. Honremos la Constitución asumiendo a cabalidad nuestra responsabilidad. Señoras, señores:
Nadie puede estar a favor de su partido y en contra de la Constitución. Si el Congreso Constituyente nos dio camino, seamos capaces, hoy, ser cada día mejores ante una nueva ruta sin temores, con decisión y con valor.
Es la hora de saber para qué sirven nuestros votos. No olvidemos que nosotros votamos porque otros votaron por nosotros. Por ello, sin regateos, hay que actuar con responsabilidad para construir en el acuerdo los cambios que se requieren.
En beneficio de México, nunca será tarde para insistir en que la separación de Poderes, principio constitucional y espíritu de la República, no es sinónimo de conflicto entre ellos.La cooperación entre Poderes es condición para la gobernabilidad democrática. En el Congreso de la Unión, estoy cierto, así lo entendemos la mayoría.
Gracias. -MODERADOR: Hace uso de la palabra el ciudadano Diputado Jorge Carlos Ramírez Marín, Presidente de la Mesa Directiva de la Honorable Cámara de Diputados.-DIP. JORGE CARLOS RAMÍREZ MARÍN: Señor Presidente de la República Felipe Calderón Hinojosa; señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Ministro Juan Silva Meza; señor Presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones Rivera.
Señores Gobernadores; señores integrantes de las distintas Secretarías de Estado; señores representantes de organizaciones sociales; distinguidos invitados.
Por lo menos, en los últimos 30 años el discurso político en México ha hecho énfasis en nuestra diversidad, en lo que somos diferentes.
El 5 de febrero, conmemorando la Constitución, vale la pena subrayar y hacer énfasis en lo que nos une. Nos unen 136 normas que constituyen la amalgama de una sociedad inserta históricamente en una ambigüedad entre las escisiones y las contradicciones sociales, por un parte, y por otra, en la esperanza siempre duradera de la gente en los llamados Derechos del Pueblo Mexicano.
El 5 de febrero es la mejor oportunidad para recordarnos lo que nos une en lo básico, lo que le da sustancia, contenido y proyecto personal y colectivo a la noción jurídica de ser mexicanos, con Garantías Individuales y Garantías Sociales, con Federalismo y División de Poderes, ligado a un texto que privilegia más la cooperación entre ellos, y no la competencia y el avasallamiento político de unos sobre otros.
Ésta es la intención primaria de un texto que hizo sobrevivir a lo diverso más allá de las meras circunstancias partidistas, faccionarias, incuso más allá de conflictos armados.
La Carta Magna resolvió la Constitución, por eso es incomprensible un momento en el que puedan prevalecer en México el divisionismo, la polarización o el avance de la violencia.
Que si es inadmisible por razones de seguridad, más inadmisible es por razones políticas; cuando los elementos del pacto y la coexistencia están plasmados claramente en nuestra norma fundamental.
El 5 de febrero, nos recuerda a un Poder Legislativo que en su momento, sin obsecuencias al Ejecutivo, deliberó con buenas y sólidas razones. Un Ejecutivo decidido a encontrar la avenencia y la identidad de todos los mexicanos, con respeto a las atribuciones y argumentos de los demás Poderes.
Aquel 5 de febrero del 17, nos recuerda que, por fugaz que sea en sus consecuencias, la mayor virtud de quienes ostentamos un poder, es la búsqueda de la concordia entre quienes gobernamos, y que el aparato institucional se diseñó y se rediseña a lo largo de la historia para alcanzar las metas de prosperidad y buen Gobierno que garanticen ese entendimiento.
De esa forma, la Constitución también incluye las aspiraciones de un pueblo en su búsqueda, siempre dinámica, por la felicidad.
A pesar de que nuestro promedio escolar es de poco más de ocho años, hemos incluido el deseo de que la educación preparatoria sea obligatoria. Aunque hay 26 millones de personas extremadamente pobres, hemos incorporado el derecho a la alimentación; y aún cuando uno de cada tres mexicanos no piensan que la mujer sea igual que el hombre, está plasmada en la Constitución la igualdad entre los sexos, así como en el medio ambiente, el deporte o la cultura.
Nuestra Constitución es un texto vivo. No podría ser de otra manera, porque el país no es el mismo de 1917. Por eso, el Constituyente Permanente se ha encargado de reformarla al ritmo de cambios estructurales y probados a la luz de la experiencia, y de lo que con rigor y sensatez se puede anticipar.
Y por eso, sería incomprensible que tratáramos de hacer prevalecer, por encima de la Constitución, las ocurrencias coyunturales de legisladores, de gobernantes o de partidos políticos. La Constitución debe ser garante, fue el garante de la alternancia. Con más razón, debemos hacerla garante de la transición.                                            
Nuestro Texto fundamental limita al poder político. No puede ser que en la búsqueda del poder se valga todo, a toda costa, a cualquier costo. Los excesos, la violencia, la obsesión por el poder, la falta de rendición de cuentas no son, nunca deben haber sido características de cualquiera de los poderes públicos.
No olvidemos que el lugar de la Constitución no es sólo considerar la letra impresa en papel y promover su modificación ante la imposibilidad de hacer cumplir sus preceptos, eso sólo demostraría nuestra incapacidad como clase política de no haber aprendido a leerla y mucho menos a interpretar las aspiraciones que el pueblo ha plasmado en ellas.
A la luz de décadas, el papel del Constituyente Permanente se engrandece, pues la dinámica legislativa en nuestra historia ha tenido lógica propia, que se explica junto, pero también más allá de cualquier gestión, de cualquier acción de caudillo, de cualquier episodio bélico, de cualquier elección por más disputada que pueda haber sido.
Por eso, aunque la Constitución no es la misma de hace 94 años, conserva sus principios, mantiene su fuerza cohesionadora, y lo principal sigue siendo el documento que nos articula como sociedad, alrededor de un objetivo común, síntesis de las aspiraciones de una sociedad que no busca otra cosa que ser principio y fin de sí misma.
Nos insta, nos exhorta, nos anima; es una Constitución optimista de la condición humana, en la que se privilegia el diálogo y la negociación; a la vez, una Constitución realista en la que se entiende muy bien que los conflictos sociales no se resuelven, sino que se encauzan en el flujo de una historia de convivencia legal, paz social y estabilidad política.
Nuestra Constitución establece con claridad las atribuciones de los tres Poderes públicos, quedando perfectamente claras las competencias de cada uno y, en consecuencia, el pueblo sabe de qué tiene que pedirle cuentas a cada uno de los Poderes.
Es en el Congreso, cierto, el espacio de la representación política, donde aquella unidad de la diversidad debe encauzarse.
El Legislativo ha sido y le ha dado sentido y funcionalidad, siempre en el contexto del momento que a traviese la Patria, a las necesidades cambiantes de una sociedad en movimiento. Así fue en 1824, así fue en 1857, en el 17, en la Reforma Electoral del 77, así será ahora. Por eso, en esta conmemoración tenemos que celebrar, sobre todo, los nudos que articulan el tejido social del México contemporáneo.
Es ese texto el que nos hace en lo colectivo una Nación, en lo individual una nacionalidad, es su vigencia la que nos permite edificar un porvenir a partir de un presente siempre perfectible y al que no debemos tenerle ningún temor.
Es este texto el que enmarca  la actitud crítica de la historia y de la hora, sin que por encima se imponga la discordia, mucho menos en quienes somos responsables de mantener la cohesión del país.
Incluso dentro de episodios de violencia, sin que se violentara la continuidad institucional y constitucional de nuestro país, la Constitución ha prevalecido, incluso en medio del Siglo XX, incluso en este inicio convulso de Siglo XXI.
Celebremos pluralidades y diversidades, aprendamos a festejar también lo que nos une en un tiempo en el que hay quienes instan, insisten en enmarcar y apuntar lo que con toda lógica y perspectiva histórica nos separa. En estos tiempos, más que nunca, hemos de sentir y vivir nuestra Constitución.
Me gusta la Constitución como arenga, como sueño, como límite a los Poderes, como jaculatoria invocada por el que siente que no tiene justicia.
Me gusta la Constitución como latido de una Patria en la que todavía se piensa que podemos ser iguales.
Muchas gracias.

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