Indignados, exigentes, sabedores /Miguel Ángel Granados Chapa
Reforma, 31 Jul. 11
La movilización surgida hace cuatro meses, tras el asesinato de Juan Francisco Sicilia y seis personas más, no camina en pos de logros mezquinos que se satisfacen con dinero o dádivas. Su propósito es despertar conciencias
La lejanía entre los legisladores y los gobernados es uno de los graves defectos de nuestro sistema político. El gobierno autoritario, como lo quisieron los regímenes de otras épocas, prefiere tratar con súbditos y no con ciudadanos, que al madurar saben que su condición de fuente formal del poder los autoriza a exigir, y no meramente a pedir y menos aún a rogar atención a sus problemas.
Personas conscientes de sus derechos pero también de las limitaciones que la formalidad constitucional y legal les imponen, los integrantes del Movimiento Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad están inaugurando un nuevo espacio de encuentro con los poderes. No son las personas acarreadas a los mítines de las campañas electorales, las más de las veces ignorantes de qué se trata, o incapaces siquiera de escuchar lo que se dice por deficiencias mecánicas, o de comprenderlo por diferencias culturales que incluyen no hablar la misma lengua. No son tampoco los personeros de los poderes fácticos habituados a que sus intereses sean atendidos con prontitud, o no tocados aunque ello implique perjuicio social.
El movimiento inspirado por el poeta Javier Sicilia se sitúa en el plano que corresponde a una República, en que unos ciudadanos invisten temporalmente a otros de poder, pero no con ello los hacen diferentes y muchos menos superiores a quienes los eligen. En un territorio de igualdad, formulan solicitudes y hacen propuestas, y cuando éstas no son atendidas con base en razones suficientes, exigen explicaciones y la mudanza de políticas que generan males mayores que el que pretenden combatir. Tienen derecho a hacerlo no con la cerviz inclinada de los sometidos y resignados, sino con la prestancia de los ofendidos conscientes de que su vínculo con los elegidos ha sido deformado, torcido o de plano traicionado.
Esa conversión, incipiente e insólita, ha sido uno de los ingredientes principales de los encuentros sostenidos por el pacifismo impulsado por Sicilia con el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. El titular del primero y los senadores y diputados que integran el segundo han asistido con estupor a este nuevo tipo de relación, en que cara a cara se formulan reproches, se relatan cuitas, se expresan indignaciones, se puntualizan propuestas. No se ha llegado al caso, todavía, de entablar compromisos. Pero las reuniones no han sido estériles ni inocuas. Algo, no sabemos qué ni cuánto, se ha movido en las instituciones con cuyos miembros dialogaron las víctimas, los deudos y los activistas expertos participantes en los dos encuentros.
Para que haya algo más que esa pequeña o grande mudanza en el ánimo de los integrantes del poder se requiere que afinen sus capacidades de entendimiento respecto de las metas y el lenguaje de sus interlocutores. El Presidente, los miembros del Senado, los representantes populares son, casi todos ellos, políticos profesionales acostumbrados a una forma de relación entre sí y con los gobernados por entero distinta a la que ahora se abre paso. No sirve de nada, frente al pacifismo de este movimiento, averiguar cuántos son y quién los patrocina, para actuar a partir de las respuestas que indagan o inventan. La movilización surgida hace cuatro meses, tras el asesinato de Juan Francisco Sicilia y seis personas más, no camina en pos de logros mezquinos, de esos que se satisfacen con dinero o dádivas baratas, o con posiciones políticas. Su propósito es despertar las conciencias, sacudir aletargamientos, inducir a la comprensión de las raíces profundas de nuestra actual situación y actuar de manera consecuente. No será fácil que lo consigan. Pero marchan en la dirección correcta. En una sociedad y, sobre todo, frente a una clase política dominada por el más burdo pragmatismo material, la invocación genuina de valores como los que designan al movimiento -paz, justicia, dignidad- o las referencias al amor fraterno, o el uso de la poesía como medio de intuir la esencia de nuestro entorno, puede ser risible a los ojos de muchos, o suscitar una falsa conmiseración. Pero ante la emergencia que vive el país representa un intento por llegar a soluciones de fondo, a una reformulación de las relaciones entre las personas, que las vea como fines en sí mismas y no como medios.
En esta etapa incipiente de ese movimiento, éste ha de convivir con las maneras, entre corteses e hipócritas, con que se conducen los integrantes de los poderes legales, y con la rigidez del sistema jurídico que más ha visto por la seguridad de las instituciones que de las personas, como con tino dijo el padre dominico Miguel Concha al referirse a la iniciativa de reformas a la ley de seguridad nacional, aprobada en el Senado y pendiente de resolución en San Lázaro, donde se pretende empeorar la minuta senatorial. Se requiere no sólo revisar el texto sino situarse en una perspectiva diferente, que ponga a los ciudadanos en el centro de las preocupaciones legales.
Ha de esperarse que los legisladores que (muchos de ellos asombrados y azorados) escucharon la voz de las víctimas y sus deudos, no hayan salido del alcázar de Chapultepec con el alivio de quien cumple un trámite complicado o se somete a un análisis médico que genera molestia y aun sufrimiento. Los que hablaron en la reunión del jueves han de ser consecuentes con sus palabras. Los que pidieron perdón retóricamente tienen que remover de sus ánimos la costra que impide la sensibilidad, y los que lo hicieron de modo auténtico, desde el fondo de su corazón, han de tener valor para persuadir a sus compañeros de actuar en la dirección que ahora saben que reclama una porción importante de la sociedad.
Es difícil, si no imposible, acompasar la presunta nueva actitud de los legisladores con sus ritmos y rutinas actuales. Ninguno, entre los legisladores, habrá encontrado en su propio camino de Damasco la iluminación que lo transforme en ferviente propugnador de la legislación en el sentido demandado por Sicilia y otras voces. La reforma política no será aprobada en virtud de ese convencimiento, porque los factores que entorpecen su vigencia son rocas sólidas no removibles. Pero pueden, en cambio, labrarse terrenos hasta ahora no trabajados. La ley de víctimas y la de desaparición forzada son ejemplos de cómo un nuevo entendimiento entre legisladores y ciudadanos sea posible.
La protección de las familias dañadas por la violencia, sin importar quién la practique, es una necesidad que suele no tenerse presente cuando se denuncian delitos como los que ocuparon en buena medida la escena del jueves. Ha de encontrarse el justo modo, a través de la ley, para aliviar las secuelas de un daño material. Con lenguaje crudo, grosero para las buenas conciencias, Yuriana Armendáriz habló no sólo de la impunidad que favorece a quienes mataron en Creel, la población serrana chihuahuense, a 13 personas -incluido un niño de poco más de un año- el 16 de agosto de 2008, sino del desinterés o complicidad de las autoridades que deberían castigar a los agresores. Y como coronación de esa negligencia, la entrega presidencial de cobertores como medida de compensación. No está mal la ropa de abrigo, salvo cuando se la supone supletoria de la justicia. A la madre de Gabriel Alejos Cadena, amigo de Juan Francisco Sicilia, asesinado también el 28 de marzo, se le descompuso el mundo cuando con su marido y otros hijos resolvieron irse de Cuernavaca por miedo, como intento de olvidarlo todo. Una petición de auxilio a la Presidencia de la República, a partir de la exposición de la pobreza que ha sido la secuela de la pérdida de Gabriel, fue canalizada a una dependencia que otorga créditos para la pequeña y mediana empresa.
En la reunión del jueves no se expusieron sólo justas indignaciones y pertinentes exigencias. Se manifestó también el saber acumulado que la movilización civil ha consolidado. Activistas y expertos propusieron visiones nuevas, mecanismos imaginativos pero viables para enfrentar la compleja suma de urgencias que nos asedian. Sus conocimientos e intenciones no pueden ser puestos en duda, porque no surgen al calor de esta oportunidad sino que han crecido con el paso de los años, tiempo largo de dedicación desinteresada a causas que ahora, al cobijo de la movilización pacifista impulsada por un poeta-víctima, pueden cobrar atención desde un Congreso abierto a dejarse fecundar.
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