17 may 2014

Diurno a Rosario Castellanos/Roberto López Moreno


Diurno a Rosario Castellanos/Roberto López Moreno
Siempre lo he sostenido contra viento, y mar sea, que el más grande poeta de Chiapas de todos los tiempos, es una mujer, o sea, una poetisa, Rosario Castellanos, o sea, es, ha estado siendo, dolor intimísimo de una región del planeta que de herida se vuelve luz, de cadena viento, de invierno, variaciones para el canto, esto sobre evocaciones verbales de Juan Bautista Villaseca que aquí me presta su elocuencia titular, y titulo tales diurnos como Diurno a Rosario Castellanos, título del tiempo. 
Filo al concepto, óptica develadora, sujeción de lo expresado aéreo hacia la realidad de las veras dimensiones. 
Si la poesía a lo hondo también el triunfo de la gala forma y en ello tenemos escritora. 
En Rosario Castellanos suena el metal del verbo a entraña palpitante. Del barro adolorido viene al orden universal que asume en su palabra y obliga a nombradíos. 
La poesía no es sólo la intuición, el peso de las sensualidades y ya, expresado con cargas de emoción que se colocan por encima de desaliños métricos, no es sólo cojos versos emotivos, existe una sapiencia de fondo, una profunda y sólida base intelectual, no emoción tan sólo; emoción y raciocinio sí, en el perfecto equilibrio para los decires. El más grande poeta (poetisa) de Chiapas, de todos los tiempos, la más grande, la de la información integral, la que semilla poderosa, sembrada en los fértiles predios de la cultura vasta. 
La de Rosario no sólo es poesía como expresión sino como cognición: sabiduría, reflexión, sin caer en la llaneza de los parcos discursos, de la expresión impactante por populachera. 
Su producto es producto del que siente, sí, pero del que siente sabio, expresado en verso docto sin márgenes posibles para la cojera versal. 
Entonces sí, sí y así, poesía mayor la que habla sin la disculpa de que la emoción descoyunta el verso, sin la disculpa de la emoción manejada como bárbaro machismo. Tampoco es la sensualidad de la selva por la sensualidad misma; es, sí, el barro convertido en verdad adolorida, amanecido en el centro de su sol oscuro; es las lavanderas del Grijalva; la tuberculosis de la adolescencia de su gente repetida en ella; su “faltaba mucho para que amaneciera”, sus nueve estrellas ardiendo, clavadas en el temblor de la conciencia; es su palabra por el hombre, y en todo esto, es la sabiduría de su sabiduría; es la poesía y el poema verdadero. 
Mayor grandeza de la inteligencia es difícil encontrar en cualquier parte, parte de esto lo comparto con su verso, siempre tan nuestro en cualquier esquina del rielar sureste. Parto de esto para mis asombros ante el parto de imaginación perenne. 
La escala es la siguiente: en Rosario Castellanos hay un verbo, luego, hay un verso; luego, un universo; luego, un más allá del universo si lo hubiera por facultad del verbo mismo, ábrara de las desmesuras y las domeñaciones. Y a la inversa de un mendelismo cósmico en viaje hacia la célula, citología geográfica, en Rosario Castellanos hay un Chiapas celular, que por ser de su cultura es muchos Chiapas y en alguno de esos verbos se halla nuestra breve era biológica, ovillada, esperando ser dada a luz por el poema. Y ya lo habíamos sido; la poetisa sabia sabía y a través de su sed seguimos sabiéndonos, aprendiéndonos y aprehendiéndonos, sabios también nosotros por su savia, por su sangre de luz que nos sustenta.
Así es como estamos escritos de universo, conjugados por la poligrafía que un solo ser multiplicó en nosotros, en la respiración, en el latido, en el ir y venir de cada uno que la lleva, citoplasma lilial, de la esquina del barrio enmarimbado a las esquinas de las constelaciones. En el cielo y en el barro, antiguo pensamiento de los inios, de los que antes de nosotros... y el asombro; de los que hicieron que la piedra hablara de memoria, antiguo enlazamiento de la gris sustancia con su aéreo sueño florecido en corola de azules desde el verde. En el cielo y en el barro, nudo perfecto y una pluma de escritora, de la que lermamos la permanencia de lo eterno, a sorbos de infinitud, tinta escribiendo. Hay dos compases en el tiempo que establecen su existencia de arco. El primero, se desprende de aquel deslumbramiento de eco asbaje, triunfo total de la su inteligencia ardiendo, femenino relámpago, vibración septentrional, tea de las Américas naciendo de las aguas alimentadas por el fuego. La otra –y aquí me atengo peatonal a un verso mío- “une dos estaciones: Aurora-Rosario,/ de norte a sur, abrazo de espinas/ entre reyes y castellanos en las horas heroicas/ de la savia y el granito”. Cierro el verso, pero queda abierto el encuentro de dos polos, de norte a sur, de sur a norte, del dolor a la rabia, del alma del cuerpo al alma de la piedra, cátodo y ánodo inventándonos el voltio nuevamente, balastros definidos en balastras. Un Rosario de auroras y una Aurora de rosarios, pero aquí no de untos religiosos, ¡qué va!, aquí es tan sólo sucesión de cumplidas maravillas. Y vuelto a la poetisa de este sur tan nuestro más lo eterno, quiero decirles... es chica mi palabra para decir Rosario. Para decir Rosario Castellanos. Aquí enmudezco.                                  

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