Un
digno merecedor del Cervantes/Elena
Poniatowska, escritora y ganadora del Premio Cervantes en 2013.
El País, 23 de abril de 2016.
Todos
sabíamos que Fernando del Paso recibiría el Cervantes a los pocos días de
cumplir 81 años. José Trigo, Palinuro de México pero sobre todo Noticias del
Imperio lo encaminaban hacia el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de
Henares donde se encuentra hoy junto a los Reyes de España, su familia y sus
seres queridos.
Su
abuelo materno, José Morante Villarreal, nació en Bagdad. Del Paso lo
identificaba con Arun Al Raschid. En realidad, Bagdad fue un pueblecito de
Tamaulipas que apareció durante el auge petrolero sólo para que el abuelo
pudiera confundirse en la mente del niño con un personaje de Las mil y una
noches. José Morante Villarreal comenzó como peón de vía en Ferrocarriles
Nacionales y se hizo político, llegó a presidente municipal de San Ángel,
senador, presidente de la Cámara de Senadores y gobernador interino de
Tamaulipas. Muy despilfarrador, gastó la fortuna de la familia y sólo se salvó
la casa de Orizaba 150, en la colonia Roma de la ciudad de México, lugar de
nacimiento de Fernando del Paso a quienes varios críticos literarios como
Edmundo Valades consideraron el mejor prosista mexicano de todos los tiempos.
Fernando
fue hijo único hasta los siete años de edad, cuando nació su hermana Irene.
Estudió en el colegio Benito Juárez, que tenía fama de ser la mejor primaria de
la ciudad de México, hoy que la educación en nuestro país es el peor de los
desastres. Lo inscribieron después en la Secundaria 14, en la antigua cárcel de
Belén; quizá los efluvios de este antiguo encierro lo enseñaron a reflexionar
sobre la vida y la muerte y la locura en el castillo de Bouchot de una
emperatriz a la que no sólo le han fusilado a su Maximiliano sino enviado a
Europa un cadáver de ojos de vidrio color del café veracruzano cuando él
siempre los tuvo azules.
La
adolescencia de Del Paso transcurrió en la colonia de los Doctores. ¿Influyó
esto en su deseo de ser médico? ¿Se soñó otro Claude Bernard? Quería ser médico
militar porque la Escuela Médico Militar es la mejor de México. Pero conoció a
Socorro Eduviges Estefanía Carlota y “con el corazón atravesado por una flecha”
decidió abandonar la medicina porque el amor de Socorro Eduviges Estefanía
Carlota era mejor que cualquier hospital. Después de un largo noviazgo, se
casaron y Fernando entró a trabajar en publicidad y a estudiar economía en la
noche. Se decidió por la economía porque creyó que el dinero es la felicidad.
Durante
14 años, Del Paso fue copywriter en las grandes agencias de publicidad de
Madison Avenue, como Walter Thompson y Young and Rubicam, que tienen sucursales
en México. Idear campañas para vender desde pastas de dientes y botellas de gin
hasta plumas fuente y alimentos para perros significó para él “una gimnasia
diaria del lenguaje y la imaginación”.
En
los sesenta, una agencia de publicidad reunió a varias luminarias: Álvaro
Mutis, Arturo Ripstein y sobre todo a Gabriel García Márquez, free lance, y a
Fernando Del Paso. El cuentista republicano José de la Colina, testigo de los
pininos literarios de Del Paso, le dijo:
—Bueno,
esto que escribes es muy joyceano.
—¿Muy
qué?
—Joyceano.
—¿Y
eso qué es?
Gracias
a él, Del Paso conoció a Joyce, Proust, Faulkner, Kafka y Valéry. Su confianza
en sí mismo le permitió escribir una novela monumental, infinita, que escalaría
hasta la cumbre: Noticias del Imperio. Ya desde José Trigo y Palinuro de México
su heroísmo lo convertiría en el Prometeo mexicano que roba el fuego a los
clásicos y todas las tardes llena páginas en blanco. Para escribir José Trigo,
Del Paso ya sabía todo de los ferrocarriles por su abuelo materno, pero estudió
movimientos obreros, estrategia militar, la historia de los cristeros. Obsesivo
y voraz se volvió un experto en rieles y durmientes, en huelgas y asambleas. El
amor a la historia la traía en la sangre gracias al historiador Francisco del
Paso y Troncoso, su antepasado. Algún crítico llamó a José Trigo “La venganza
del copywriter” porque la publicidad tiene que ser breve, concisa, directa y
clara y José Trigo no era sino deslumbrante como las cataratas del Iguazú. Del
Paso habría podido seguir escribiéndola de aquí a la eternidad si su editor,
Arnaldo Orfila Reynal, no le quita el libro de las manos: “Ya, ya, Del Paso,
está usted escribiendo un libro y no cubriendo el continente americano con un
fastuoso manto de palabras”.
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